El objetivo de los marxistas es luchar por la transformación socialista de la sociedad. Creemos que el sistema capitalista hace tiempo superó su utilidad histórica y se ha convertido en un sistema monstruosamente opresivo, injusto e inhumano. El final de la explotación y la creación de un orden mundial socialista armonioso, basado en un plan de producción racional y democrático, será el primer paso para la creación de una nueva forma social más elevada en la que hombres y mujeres se relacionarán como seres humanos.
Creemos que el deber de cualquier persona es apoyar la lucha contra un sistema que implica miseria, enfermedad, opresión y la muerte de millones de personas en todo el mundo. Damos la bienvenida a la participación en la lucha de toda persona progresista, independientemente de su nacionalidad, color de piel o creencias religiosas, y aprovechamos esta oportunidad para iniciar un dialogo entre los marxistas y los cristianos, musulmanes y otros grupos religiosos.
Sin embargo, para luchar por transformar la sociedad de una manera eficaz es necesario elaborar un programa, una política y perspectiva serias que puedan garantizar el éxito. Creemos que sólo el marxismo (el socialismo científico) es capaz de proporcionar esta perspectiva.
La cuestión de la religión es compleja y se puede abordar desde diferentes puntos de vista: histórico, filosófico, político, etc., El marxismo empezó como una filosofía: el materialismo dialéctico. Un buen ejemplo de esta filosofía se puede encontrar en las obras de Engels: Anti Dühring y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, y también en Razón y revolución que proporciona una visión moderna de las mismas ideas. Estos textos constituyen un buen punto de partida para clarificar la posición filosófica del marxismo con relación a la religión.
El materialismo filosófico y la ciencia
Los marxistas se basan en el materialismo filosófico que niega la existencia de cualquier ente sobrenatural o de algo externo a la naturaleza. Hoy la propia naturaleza nos proporciona sus propias explicaciones sobre el origen de la vida y el universo.
La ciencia ha demostrado que la humanidad ha evolucionado ―como el resto de las especies― a lo largo de millones de años y que la propia vida evolucionó a partir de la materia inorgánica. No puede existir el cerebro sin un sistema nervioso central, y no puede existir un sistema nervioso central sin un cuerpo material, sangre, huesos, músculos, etc., Al mismo tiempo, hay que mantener el cuerpo con comida que también procede de un entorno material. Los últimos descubrimientos genéticos conseguidos por el proyecto genoma humano han aportado la prueba indiscutible de la visión materialista.
La revelación de la larga y compleja historia del genoma, durante tanto tiempo oculta, ha provocado discusiones sobre la naturaleza de la humanidad y el proceso de creación. Resulta increíble que en los inicios del siglo XXI las ideas de Darwin todavía sean desafiadas por el llamado movimiento creacionista en EEUU el cual pretende que los escolares estadounidenses piensen que Dios creó el mundo en seis días, al hombre del polvo y a la primera mujer a partir de una de sus costillas.
Los últimos descubrimientos finalmente han demostrado lo absurdo que es el creacionismo. Han terminado con la idea de que las especies fueron creadas por separado y el hombre, con su alma eterna, fue creado especialmente para cantar alabanzas al Señor. Ahora es evidente que los humanos no son creaciones únicas. Los resultados del proyecto genoma humano demuestran de una forma concluyente que compartimos los genes con otras especies y estos genes tan antiguos son los que nos han ayudado a ser lo que somos. Los humanos compartimos genes con otras especies que se remontan a las nebulosas del tiempo. En realidad, una pequeña parte de esta herencia genética común se puede remontar a organismos tan primitivos como la bacteria. En muchos casos, los humanos tienen exactamente los mismo genes que las ratas, ratones, gatos, perros e incluso la mosca del vinagre. Los científicos han encontrado que los humanos compartimos aproximadamente 200 genes con la bacteria. De esta forma se ha llegado a la prueba final de la evolución. Y sin la necesidad de intervención divina.
¿Vida después de la muerte?
A pesar de todo el avance científico ¿por qué la religión todavía se encuentra tan arraigada en la mente de millones de personas? La religión ofrece a los hombres y mujeres el consuelo de una vida después de la muerte. El materialismo filosófico niega esta posibilidad. La mente, las ideas y el alma son el producto de la materia organizada de una forma concreta. La vida orgánica surge en determinado momento de la vida inorgánica, e igualmente, las formas simples de vida ―bacteria, organismos unicelulares, etc.,― evolucionan hacia formas más complejas con una columna vertebral, un sistema nervioso central y un cerebro.
El deseo de vivir para siempre es tan antiguo como la propia civilización ―probablemente más antiguo―. Hay algo en nuestro ser que se resiste a la idea de que “yo” algún día dejaré de existir. Y ciertamente, renunciar para siempre a este maravilloso mundo, a las flores, la luz del sol, el viento en la cara, el sonido del agua, la compañía de los seres queridos ―entrar en un reino infinito de la nada― es duro e incomprensible. Los humanos buscaban una comunión imaginaria con un mundo espiritual no material donde ―pensaban― una parte de ellos viviría para siempre. Este fue uno de los mensajes más fuertes y duraderos de la cristiandad: “puedo vivir después de la muerte”.
El problema es que la vida que la mayoría de hombres y mujeres viven en la sociedad actual es tan dura, insoportable o carente de sentido, que la idea de una vida después de la muerte a veces es la única forma de dar algún significado a la propia existencia. Volveremos más tarde a esta cuestión tan importante. Pero mientras, analicemos el significado exacto de la existencia de la vida después de la muerte.
Se trata de un problema antiguo del que se ocupó entre otros el filósofo neoplatonista griego Plotino que señalaba lo siguiente sobre la inmortalidad: “Ésta es inexplicable, si dices algo de ella la conviertes en particular”. Esta misma idea se puede encontrar en los escritos indios relacionados con el alma. Para los filósofos y teólogos el alma es solo una “noche en la que todas las vacas son negras”, como decía Hegel. Y en la vida cotidiana las personas hablan con confianza del alma y la vida después de la muerte.
Se supone que el alma es inmaterial. Pero, ¿existe vida sin materia? La destrucción del cuerpo físico significa el final del ser individual. Los billones de átomos individuales que forman nuestro cuerpo no desaparecen, sino que reaparecen formando combinaciones diferentes. En ese sentido todos somos inmortales, porque la materia no se puede crear ni destruir. Es verdad que existen espiritualistas que insisten en que oyen voces aunque no haya presencia de seres físicos. La respuesta es bastante sencilla: si hay voz, debe haber cuerdas vocales ―sino no podría existir la voz―. No se puede separar ninguna de las manifestaciones de nuestra actividad viviente del cuerpo material.
La idea común de la “vida después de la muerte” es más o menos una continuación de la vida que llevamos sobre la tierra (ya que no conocemos otra). Después el alma abandona el cuerpo y al parecer “despierta” en una tierra maravillosa donde milagrosamente nos unimos a nuestros seres queridos, para una vida de goce eterno en la cual la enfermedad y la vejez desparecerán. Basta con hacer la pregunta de una forma concreta para ver que es imposible. Si consideramos todas las cosas que hacen que merezca la pena vivir: buena comida, buen vino (para los ingleses una buena taza de té cargado), cantar, bailar, abrazos, hacer el amor, etc., rápidamente será evidente que todas estas actividades van inseparablemente unidas al cuerpo y sus atributos físicos. Los pasatiempos más cerebrales como hablar, leer, escribir y pensar están igualmente unidos a nuestros órganos corporales. Lo mismo ocurre con la respiración o cualquier otra actividad de lo que se llama vida.
Una existencia que carezca de todo sufrimiento y dolor sería intolerable para los seres humanos. Un mundo donde todo es blanco sería igual a un mundo en el que todo es negro. Desde un punto de vista estrictamente médico el dolor tiene una función importante. No sólo es un mal, también es un aviso de que algo funciona mal en nuestro organismo. El dolor es parte de la condición humana. No sólo eso: el dolor y el placer están dialécticamente relacionados. El placer no podría existir sin el dolor. Don Quijote explicaba a Sancho Panza que la mejor salsa era el hambre. De la misma forma que descansamos mejor después de un período de intenso esfuerzo.
La muerte es una parte integral de la vida. La vida es inconcebible sin la muerte. Comenzamos a morir en el mismo momento en que nacemos, por que la vida es al mismo tiempo la muerte de billones de células y su sustitución por otros millones de células nuevas, este proceso es el que constituye la vida y el desarrollo humano. Sin la muerte no puede existir la vida, el crecimiento, el cambio o el desarrollo. Al intentar separar la muerte de la vida ―como si las dos cosas pudieran estar separadas― se llega a un estado de absoluta inmutabilidad, inalterabilidad y a un equilibrio estático. Este es sólo otro sinónimo de la muerte. No puede existir vida sin cambio o movimiento.
¿Qué hay de malo en creer en otra vida? Podría parecer que no demasiado. Pero ¿por qué maleducar a hombres y mujeres animándoles a construir su vida alrededor de una ilusión? En la medida que apartamos las ilusiones, vemos el mundo como es en realidad y como somos realmente nosotros, entonces podemos adquirir el conocimiento necesario para cambiar el mundo y a nosotros mismos.
Lo que somos como individuos está íntimamente relacionado con nuestros cuerpos materiales y no con una existencia separada. Nacemos, vivimos y morimos, como los demás organismos vivientes del universo. Cada generación debe vivir su vida y preparar el camino para las nuevas generaciones que están destinadas a ocupar nuestro lugar. La aspiración a la inmortalidad, el derecho imaginario a vivir para siempre, es egoísta y poco realista. En lugar de malgastar el tiempo intentando alcanzar “otro mundo” no existente, es necesario esforzarse por hacer que este mundo sea un lugar mejor para vivir. Para la gran mayoría de hombres y mujeres que han nacido en este mundo la pregunta más correcta no es ¿hay vida después de la muerte? sino ¿hay vida antes de la muerte?
Saber que esta vida es fugaz, que nosotros y nuestros seres queridos no vamos a estar aquí para siempre, lejos de provocar consternación, debería inspirarnos un amor apasionado por la vida y un ardiente deseo de hacer todo lo mejor que podamos. Sabemos que una flor nace sólo para marchitarse, y en cierto sentido, esta transición de la floración es lo que da la flor una belleza trágica. Pero también sabemos que cada primavera la naturaleza florece de nuevo, que el eterno ciclo de nacimiento y muerte es la esencia de todas las cosas vivientes y da a la vida su sabor agridulce, la comedia y la tragedia, la risa y las lágrimas, que convierten a la vida en un rico mosaico de sensaciones. Este es nuestro destino inexcusable como seres humanos. Somos humanos y no dioses, y por lo tanto debemos aceptar nuestra condición humana. Sobre los dioses tenemos la desventaja de ser mortales. Pero también tenemos una gran ventaja sobre ellos, nosotros existimos en carne y hueso, mientras que ellos son un simple producto de la imaginación.
¿Una conclusión pesimista?
El materialismo como filosofía tiene una larga y honorable historia. Los primeros filósofos jónicos griegos eran todos materialistas. Según cuenta Platón, Anaxágoras ―uno de los más destacados y tutor de Pericles― fue acusado de ateísmo. Protágoras (415 a. C) dice con la ironía habitual de un sofista: “Con relación a los dioses he sido incapaz de llegar a determinar su existencia o no, tampoco su forma debido a las muchas cosas que dificultan el logro de este conocimiento, tanto por la oscuridad de la materia como por la brevedad de la vida humana”. Diágoras, un contemporáneo, fue aún más allá. Cuando alguien dirigía su atención a las lápidas votivas de un templo erigidas por los agradecidos supervivientes de un naufragio, él respondía: “Los que se ahogaron no colocaron las lápidas”.
¿Acaso la comprensión materialista significa una visión de la vida pesimista o nihilista? Todo lo contrario. La condición previa para una vida plena y satisfactoria sobre la tierra es que adoptemos una visión real de las cosas. Una de las visiones más humanas y sublimes de la vida es la filosofía de Epicuro ―ese genio de la antigüedad que junto con Demócrito y Leucipo descubrió que el mundo estaba formado por átomos―. Epicuro (341-270 a. C.), cuya memoria ha sido calumniada durante siglos por la Iglesia, deseaba liberar a la humanidad del tormento del miedo, y particularmente, del miedo a la muerte. Tenía una visión alegre y optimista de la vida. El mismo día de su muerte hizo el siguiente comentario: “Es un buen día para morir”.
Los estoicos, que predicaban una hermandad universal en la que todos seríamos miembros de una gran mancomunidad, creían que, como el universo es indestructible entonces las almas de todos los hombres sobreviven a la muerte, pero no como individuos. Y como nada puede ocurrirnos porque es el curso y la constitución de la naturaleza, entonces no hay que temer la muerte. Fue un estoico el que dijo primero que “todos los hombres son libres”. El estoicismo tuvo una gran influencia en la cristiandad, a través de los escritos de Epectetus y Marco Aurelio. En realidad los estoicos no crían en un dios (utilizaban la palabra theos, pero con un sentido completamente diferente al dios cristiano), afirmaban que el hombre sabio era igual a Zeus. Su idea no era ir al cielo, sino vivir una buena vida que identificaban con la apatheia, pero que no significaba apatía, sino el control de las emociones.
Realmente, la mayoría de las personas de la antigüedad parecía ser indiferente a la cuestión de lo que ocurriría después de la muerte. La “vida” después de la muerte de los griegos era un lugar particularmente poco atractivo, gris, un mundo triste de espíritus vacilantes. Los egipcios tenían una visión más atractiva del otro mundo, en él había comida y vino, música, mujeres desnudas danzando, y por lo tanto sería necesario ser abastecidos por un ejército de esclavos. Pero, para los egipcios, el otro mundo era el monopolio de la clase dominante, cuyas tumbas monumentales mostraba la misma riqueza ostentosa y lujo que habían disfrutado en vida. En China y otras sociedades clasistas primitivas, la clase dominante miraba con una ecuanimidad sorprendente a la posibilidad de un infierno futuro ardiente, preferían dedicarse al tranquilo goce de sus riquezas en vida, mientras dejaban que el futuro cuidase de sí mismo. Sin embargo, para los pobres la aceptación pasiva de un mundo de dolor y sufrimiento en este valle de lágrimas es un precio a pagar ante la promesa de un futuro feliz más allá de la tumba. Esta promesa ha llevado a millones de hombres y mujeres al olvido, agotándose en una vida de esfuerzos interminables, angustia mental y física.
A algunas personas esta situación les pude parecer justa. Pero a nosotros nos parece más un engaño descarado. “¿Si a las personas comunes les quitamos esta esperanza que les queda?” Este es el argumento de los sofistas. La respuesta es: ellos alcanzarán la verdad y la Biblia dice que la verdad nos hará libres. Así que mientras los ojos de hombres y mujeres se dirigen al cielo, serán incapaces de contemplar los problemas reales que les atormentan y a sus verdaderos enemigos.
El amor a la vida es el auténtico sello del materialismo filosófico y debe suponer un deseo apasionado por cambiar el mundo en el que vivimos y mejorar la vida de nuestros conciudadanos. Donde la religión enseña a elevar la vista al cielo, el marxismo dice que luchemos por una vida mejor sobre la tierra. Los marxistas creen que hombres y mujeres deben luchar para transformar su vida y crear una sociedad genuinamente humana que permita a la raza humana elevarse hasta alcanzar su verdadera naturaleza. Creemos que los hombres y las mujeres sólo tienen una vida y deben dedicarse a hacer esta vida maravillosa. Luchamos por un paraíso en esta vida porque sabemos que no hay otra. En la medida que vivimos y luchamos por un mundo mejor, también preparamos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Y aunque cada individuo tiene una vida finita, la raza humana continua y nuestra contribución individual a la causa de la humanidad también puede perdurar después de que hayamos dejado de existir. Podemos alcanzar la inmortalidad, no negando las leyes de la naturaleza, sino perdurando en la memoria de futuras generaciones, la única inmortalidad a la que los mortales pueden aspirar.
Hay una profunda diferencia filosófica entre el marxismo y todas las formas de religión. ¿Eso significa que no podemos luchar y trabajar juntos por un mundo mejor? En absoluto. Todo el mundo tiene derecho a defender cualquier opinión. Pero esta diferencia de opiniones ―importante desde un punto de vista filosófico―, no nos debería impedir la unión en la lucha contra la injusticia y la opresión terrenales. Se trata sólo de llegar a un acuerdo en el programa básico para la transformación socialista de la sociedad y los medios para llevarlo a la práctica. ¡Ya tendremos tiempo suficiente para discutir las otras cuestiones!
El mundo de la religión es un mundo desconcertante, es una impresión distorsionada de la realidad. Pero como todas las ideas, éstas tienen su origen en el mundo real. Además, son una expresión de las contradicciones de la sociedad de clases. Este hecho es muy evidente en las religiones más antiguas.
El dios babilónico Marduk anunció su intención de crear al hombre para que prestara servicio a los dioses, “para liberarles” de las tareas más bajas relacionadas con el ritual del templo y proporcionar comida a los dioses. En este caso encontramos un reflejo en la religión de la realidad de la sociedad de clases, la humanidad estaba dividida en dos clases: arriba los dioses intocables (la clase dominante) y debajo los “canteros y dibujantes de agua” (las clases trabajadoras). Su objetivo es dar una justificación (religiosa) ideológica a la esclavización de la mayoría por parte de una minoría. Y este era un hecho muy real en la vida de todas las sociedades antiguas (y modernas): la casta sacerdotal estaba liberada del trabajo y disfrutaba de privilegios reales al erigirse como representantes físicos de dios sobre la tierra.
Al escribir sobre los mitos de la creación babilónicos (en los que se basó el primer libro del Génesis), S. H. Hooke hace la siguiente observación: “Ya hemos visto que el mito de Lahar y Ashnan terminó en la creación del hombre para prestar su servicio a los dioses. Otro mito […] describe como se creó el hombre. Aunque el mito sumerio difiere considerablemente de la épica de la creación babilónica, ambas versiones están de acuerdo en el objeto para el cual fue creado el hombre, es decir, prestar sus servicios a los dioses, cultivar la tierra y liberar a los dioses de tener que trabajar para vivir”. (S. H. Hooke. Middle Easter Mythology. p. 29. En la edición inglesa).
La religión (a diferencia de la magia, el toteismo y el animismo de las primeras sociedades sin clases) surge de la división de la sociedad en clases antagónicas, y es una expresión de las contradicciones insolubles que provocan esta división. En la Biblia encontramos el jardín del edén, que expresa el sentimiento y el anhelo de haber perdido un mundo lleno de felicidad. La religión busca superar esta contradicción, suavizar este aguijón, reconciliar a hombres y mujeres con la realidad de sufrimiento y explotación, y estas calamidades se presentan como la voluntad de Dios o el resultado de la desobediencia a Dios, o a ambos. ¡Sumisión! ¡Obediencia! ¡Sacrificio! Después todo irá bien. En realidad, la violenta separación de la humanidad de sí misma ―esta alienación de la raza humana, sólo se podrá superar con la abolición de la sociedad clasista y el reestablecimiento de lazos verdaderamente humanos entre las personas.
Esta relación psicológica entre los seres humanos y las deidades que crean para sí mismos, nos dicen mucho sobre la verdadera situación de la raza humana. No es un secreto que las deidades de una sociedad determinada son un reflejo de esa sociedad, de su modo de producción, las relaciones sociales, la moralidad y los prejuicios. Como señalamos en Razón y Revolución: “No fue dios quien creó al hombre a su propia imagen, sino, por el contrario, el hombre quien creó dioses a su propia imagen y semejanza. Ludwig Feuerbach dijo que si los pájaros tuvieran una religión, su dios tendría alas. ‘La religión es un sueño en el que nuestras propias concepciones y emociones se nos presentan como existencias separadas, como seres al margen de nosotros mismos. La mente religiosa no distingue entre los subjetivo y lo objetivo ―no tiene dudas―; tiene la capacidad no de discernir cosas diferentes a ella misma, sino de ver sus propias concepciones fuera de sí misma como seres independientes. Esto era algo que hombres como Jenófanes de Colofón (565 a 470 a. C.) entendió cuando escribió: ‘Homero y Hesiodo han atribuido a los dioses cada acción vergonzosa y deshonesta entre los hombres: el robo, el adulterio, el engaño (…) Los etíopes hacen sus dioses negros y con nariz chata, y los tracios hacen los suyos con ojos grises y pelo rojo (…) Si los animales pudieran pintar y hacer cosas como los hombres, los caballos y los bueyes también harían dioses a su propia imagen’”. (Alan Woods y Ted Grant. Razón y Revolución. Madrid. Fundación Federico Engels. 1995. p. 36).
Pero estos dioses no son simples copias en papel carbón de la realidad, es la realidad vista a través de los anteojos de la religión ―un mundo alienado, místico, patas arriba donde todo está al revés―. Ellos son todo lo que al hombre le gustaría ser pero que no puede ser. Poseen todos esos atributos que a los humanos les gustaría tener y que aspiran a tener pero no pueden. En ese sentido, la religión representa una añoranza inalcanzable. Pero este sentimiento religioso también contiene otro elemento: un profundo anhelo de un mundo mejor después de la vida. Cuando el campesino hambriento y oprimido grita a su dios, pidiendo a gritos justicia, grita contra la injusticia, la crueldad y falta de humanidad de este mundo.
La creencia en la igualdad y la comunión de los creyentes, se encuentra frecuentemente en el comunismo primitivo y también en los primeros cristianos. Los movimientos de masas que surgieron al calor de estas creencias durante el primer período tanto del Islam como de la cristiandad, sacudieron el mundo. Pero, debido al escaso desarrollo de los medios de producción, la humanidad tuvo que trabajar y sufrir otros dos mil años de sociedad esclavista. El sueño de la igualdad y hermandad se desvaneció. Detrás del señor ―y más tarde del capitalista― estaba no sólo el monarca terrenal con sus soldados, el policía y el carcelero, también estaban los policías y carceleros espirituales. La resistencia al status quo era castigada no sólo con el fuego y la espada, también con la excomunión y el tormento eterno. La desesperación de no obtener justicia en el mundo real, obligaban al hombre a pensar que la justicia se podía encontrar más allá, al otro lado de la tumba.
Hablamos aquí de hombres, porque durante la mayor parte de la historia escrita, la sociedad ha estado dominada por hombres, las mujeres han sido relegadas al papel de esclavas del esclavo. Un hombre debe servir a su señor, a su rey y a su dios, pero una mujer debe servir a su marido, a su señor y a su maestro. Para muchas mujeres el consuelo de la religión fue la única manera de aliviar el intenso sufrimiento de su esclavitud. Esto explica por qué en muchas sociedades las mujeres están tan unidas a la religión. Sin ella, su vida sería insoportable. Es como una droga que nubla los sentidos y los hace insensibles al sufrimiento. Pero eso no elimina la causa del dolor ni mejora la suerte de las mujeres. Todo lo contrario. Aunque en sus orígenes la cristiandad ofreciera nuevas esperanzas para las mujeres y que fuera descrita, desdeñosamente, por los romanos como “una religión de esclavos y mujeres”, en la práctica se caracterizaba por una intensa misoginia. El pecado original del hombre fue provocado por una mujer: Eva.
Se prohibieron las relaciones naturales entre los hombres y las mujeres y quedaron maldecidas como un pecado mortal. San Agustín describió el acto sexual como una “misa de perdición”. El lugar de la mujer es sufrir en el servicio al hombre, una situación que se expresa gráficamente en la afligida virgen María. Sobre la tierra no se puede esperar la felicidad.
Generaciones de pensamiento religioso han puesto su sello en la infelicidad de muchas mujeres. Y lo que se aplica a la cristiandad también se puede aplicar a otras religiones. Hay una antigua oración judía que dice: “Bendita vuestra destreza señor que no me ha hecho mujer”. En determinados países musulmanes la opresión de las mujeres ha alcanzado una forma extrema ―como es el caso de Irán y aún peor en Afganistán―. La tradición hindú india durante siglos ha condenado a las viudas a inmolarse en las piras funerarias de sus maridos. La emancipación de las mujeres de su esclavitud está en directa contradicción con la religión.
En la mayoría de las religiones, cristianismo, islam, budismo, sikhismo ―al menos en sus orígenes― existe un elemento de crítica al mundo y su funcionamiento, combinado con el sueño de un mundo mejor, en el que no habrá ricos ni pobres, opresores ni oprimidos, y todos los hombres y mujeres serán hermanos y hermanas. Tanto en las iglesias cristianas como en las mezquitas musulmanas, esta ilusión persiste en la “comunión” o hermandad de todos los creyentes, en la idea que todos son “iguales a los ojos de dios” y otras cosas por el estilo. Pero al día siguiente, el empresario rico cristiano o musulmán volverá a explotar, robar, insultar y estafar a sus trabajadores como lo hacía antes de la “comunión”. Cuando se menciona esta flagrante contradicción entre la teoría y la práctica de la religión, sacudirán tristemente la cabeza y entre dientes se culpará a la imperfección de los seres humanos en este mundo de pecado, y esto es muy poco consuelo para el trabajador.
Los orígenes de la cristiandad
El papel de la religión en la sociedad ha cambiado muchas veces a lo largo de los siglos. Es importante comprender el origen de la evolución histórica de las grandes religiones. Originalmente, la cristiandad y el islam eran movimientos revolucionarios de pobres y oprimidos. Tomemos el ejemplo de la cristiandad. Hace aproximadamente dos mil años los primeros cristianos organizaron un movimiento de masas formado por los sectores más pobres y oprimidos de la sociedad. Como escribía Engels. “La historia de los primeros cristianos tiene notables puntos de semejanza con el movimiento de la clase obrera moderna… Ambos son perseguidos y hostigados, sus seguidores son despreciados y son objeto de leyes exclusivas, los primeros como enemigos de la raza humana y los últimos como enemigos del estado, de la religión, la familia y el orden social. Y a pesar de toda la persecución, de ser espoleados por ello, ambos salen hacia delante victoriosos”. (Marx y Engels. On the religion. P. 281. En la edición inglesa).
Los primeros cristianos eran comunistas y esto se puede ver con claridad al leer los Hechos de los Apóstoles. El propio Jesucristo andaba entre los pobres y desposeídos y con frecuencia atacaba a los ricos. No es casualidad que su primer acto al entrar en Jerusalén fuera atacar a los cambistas del templo. También dijo que sería más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja a que un rico entrara en el reino de dios. (Lucas, 18-24). Los primeros cristianos tomaron partido por los pobres contra los ricos y poderosos.
En la epístola de Santiago podemos leer: “Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos; su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos?
El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?” (Santiago, 5-1). Esta es la voz de la lucha de clases, sin “sis” y sin “peros”. La Biblia está llena de estas expresiones.
El comunismo de los primeros cristianos también era palpable en sus comunidades donde toda la riqueza era un bien común. Aquel que deseara unirse a una comunidad cristina primero debía dar todas sus pertenencias mundanas. En los Hechos de los Apóstoles podemos leer: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia [koinonia, es similar a comunismo], a la fracción del pan y a las oraciones… Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno”. (Hechos de los Apóstoles, 2-42).
Y de nuevo: “La multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba como propios sus bienes, sino que todo lo tenían en común… Entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de cada uno”. (Hechos de los Apóstoles, 4-32).
Evidentemente este comunismo tenía un carácter ingenuo y primitivo. Es un reflejo de los hombres y mujeres de su tiempo, que eran personas con gran coraje que no temieron sacrificar su vida en la lucha contra el monstruoso estado esclavista romano. Pero este comunismo de los primeros cristianos estaba aún en un nivel muy primitivo, comunal (reparto de la comida, ropa, etc.,) y no un comunismo real basado en la propiedad colectiva de los medios de producción. Al carecer de una comprensión científica del desarrollo de la sociedad, los primeros cristianos, a pesar de su tremendo espíritu revolucionario y heroísmo, eran incapaces de materializar sus ideales. Su comunismo tenía un carácter utópico y estaba condenado al fracaso.
La cristiandad y el comunismo
En los primeros años de la iglesia sus representantes continuaron haciéndose eco de las ideas originales del movimiento ―comunistas―. San Clemente escribió: “El uso de todas las cosas que se encuentran en este mundo deberían ser comunes para todos los hombres. Sólo la iniquidad más manifiesta nos hace decir al otro, ‘Esto me pertenece, tanto como a ti’. De aquí el origen de la discusión entre los hombres”
Esta observación es correcta y demuestra claramente que el origen de la lucha de clases (“la discusión entre los hombres”) se encuentra en la existencia de la propiedad privada. La eliminación de la discusión entre los hombres presupone la abolición de la propiedad privada. San Basilio el Grande planteó una idea similar: “¿Qué es eso que llamas ‘tuyo’? ¿Por qué es tuyo? ¿De quién lo has recibido? Hablas y actúas como aquel que en una ocasión fue temprano al teatro y tomó posesión de los asientos destinados al público restante, creía que por llegar antes podía prohibir a las otras personas que se sentasen, pretendía arrogarse para él el uso exclusivo de una propiedad destinada al uso común. Y esta es precisamente la forma de actuar del rico”.
Lo mismo dice San Gregorio: “Por lo tanto, si alguien desea convertirse en el amo de toda la riqueza, poseerla y excluir a sus hermanos, incluso a la tercera o cuarta generación, tal desgraciado no es un hermano sino un tirano bárbaro y cruel, una bestia feroz cuya boca siempre está abierta dispuesta a devorar para su uso personal la comida de los otros compañeros”.
Y según San Ambrosio: “La naturaleza suministra su riqueza a todos los hombres en común. Dios ha creado todas las cosas para que todos los seres vivientes las gocen en común, y para que la tierra se convierta en una posesión común a todos. La propia naturaleza es la que ha creado el derecho de la comunidad, y es la usurpación injusta la que ha creado el derecho a la propiedad privada”.
San Gregorio el grande continúa: “La tierra en la que han nacido es común a todos, y por lo tanto el fruto de la tierra pertenece a todos sin distinción”. Y San Crisóstomo añade: “El rico es un ladrón”.
Estas líneas bastan para ilustrar las raíces revolucionarias de la cristiandad en su primera época. Los primeros cristianos estaban dispuestos a resistir las torturas más horribles para defender su fe, desafiar al estado, a la clase dominante y morir en la arena. La causa de tan feroz persecución era que este movimiento de los pobres y desposeídos representaba una seria amenaza para el orden existente. Pero ninguno de estos métodos represivos consiguió aplastar al movimiento que resurgía con nuevas fuerzas de la sangre de sus mártires.
No obstante, la ausencia de bases materiales que permitieran la introducción de una sociedad sin clases cambió poco a poco todo en su contrario. En esas condiciones la dirección de la iglesia, empezando por los obispos ―los tesoreros―, presionados por la clase dominante y el estado poco a poco fueron apartándose de las creencias comunistas originales del movimiento. Ante la imposibilidad de derrotar a los cristianos con represión, la clase dominante cambió de táctica. Cómo el emperador Constantino consiguió corromper a las capas superiores de la iglesia se puede ver en el siguiente pasaje sobre la historia de la primera iglesia. Eusebio describe el concilio de Nicea celebrado en el año 325 d. C y que estuvo presidido por el propio emperador “como mensajero de Dios”, en estos términos:
“Las circunstancias del banquete fueron tan espléndidas que son indescriptibles. Los destacamentos de guardias y otras tropas rodearon la entrada del palacio con sus espadas y entre éstos, los hombres de Dios entraron sin temor hasta los aposentos imperiales más íntimos. Algunos fueron los propios compañeros de mesa del emperador, otros se reclinaron en los sofás que estaban colocados a cada lado. Se podría llegar a pensar que esta era una imagen del reino de Cristo, que era un sueño y no una realidad”. (T. Ware. Whe Orthodox Church. P. 27. En la edición inglesa).
Estos métodos les son muy familiares a los dirigentes socialdemócratas y sindicalistas de hoy en día. Son precisamente los mismos métodos utilizados por el sistema para atraer a los líderes reformistas del movimiento obrero a las ideas burguesas, de esta forma los corrompen y el sistema los absorbe. Las cabezas del movimiento son invitados a cenas y fiestas ostentosas donde se codean con los ricos y los famosos. Desde el concilio de Nicea la iglesia ha sido la más firme colaboradora de la riqueza, el privilegio y la opresión.
Los primeros cristianos se negaban a reconocer el estado o servir en el ejército. Después de este concilio todo cambió. La iglesia se convertiría en uno de los principales pilares del estado y perseguiría ferozmente a todos los que cuestionaban sus nuevas doctrinas. Cuando Ario de Alejandría rechazó el credo niceno sus seguidores (los arianos) fueron pasados por la espada. Más de 3.000 cristianos fueron asesinados por sus colegas cristianos ―más muertos que en tres siglos de persecución romana―. Con estos medios la Iglesia de los pobres y los oprimidos se transformó en el vehículo principal de su esclavización.
Cómo olvidar los pecados… y hacer dinero
Durante este período la iglesia cristiana fue absorbida ―a través de sus capas superiores― por el estado. En toda su historia posterior la iglesia se aprovechó de la debilidad humana y el temor a la muerte para esclavizar la mente de los hombres y, en este proceso, conseguir enorme poder y riquezas, algo que contrastaba absolutamente con las enseñanzas del pobre rebelde Galileo en cuyo nombre pretendían hablar. De ser un movimiento revolucionario de pobres y oprimidos, se convirtió en un baluarte de la reacción y el portavoz de los ricos y poderosos ―una situación que ha durado hasta la actualidad―.
La historia de la iglesia es la completa y absoluta negación de sus primeras ideas, creencias y tradiciones. Sobre la historia del papado de la Edad Media y el Renacimiento ―una crónica sin paralelo de infamia y crimen― se han escrito numerosos volúmenes. Aquí nos limitaremos a un solo ejemplo que resume la verdadera situación y demuestra cuál es el abismo que separa la verdadera situación con los mitos hipócritas. En el año 1517 el Papa León X publicó la Taxa Camarae destinada a vender indulgencias y salvar almas a cambio de una modesta suma de dinero. No existía ningún crimen por vil que este fuese que no pudiera ser absuelto. Entre sus 35 artículos podemos leer.
“1. El eclesiástico que incurriere en pecado carnal, ya sea con monjas, ya con primas, sobrinas o ahijadas suyas, ya, en fin, con otra mujer cualquiera, será absuelto, mediante el pago de 67 libras, 12 sueldos.
2. Si el eclesiástico, además del pecado de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contra natura o de bestialidad, debe pagar 219 libras, 15 sueldos. Mas si sólo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras, 15 sueldos.
3. El sacerdote que desflorase a una virgen, pagará 2 libras, 8 sueldos.
4. La religiosa que quisiera alcanzar la dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya fuera de su convento, pagará 131 libras, 15 sueldos.
5. Los sacerdotes que quisieran vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras, 1 sueldo.
6. Para todo pecado de lujuria cometido por un laico, la absolución costará 27 libras, 1 sueldo; para los incestos se añadirán en conciencia 4 libras.
7. La mujer adúltera que pida absolución para estar libre de todo proceso y tener amplias dispensas para proseguir sus relaciones ilícitas, pagará al Papa 87 libras, 3 sueldos. En caso igual, el marido pagará igual suma; si hubiesen cometido incestos con sus hijos añadirán en conciencia 6 libras.
8. La absolución y la seguridad de no ser perseguidos por los crímenes de rapiña, robo o incendio, costará a los culpables 131 libras, 7 sueldos.
9. La absolución del simple asesinato cometido en la persona de un laico se fija en 15 libras, 4 sueldos, 3 dineros.
10. Si el asesino hubiese dado muerte a dos o más hombres en un mismo día, pagará como si hubiese asesinado a uno solo.
11. El marido que diese malos tratos a su mujer, pagará en las cajas de la cancillería 3 libras, 4 sueldos; si la matase, pagará 17 libras, 15 sueldos, y si la hubiese muerto para casarse con otra, pagará, además, 32 libras, 9 sueldos. Los que hubieren auxiliado al marido a cometer el crimen serán absueltos mediante el pago de 2 libras por cabeza.
12. El que ahogase a un hijo suyo, pagará 17 libras, 15 sueldos (o sea 2 libras más que por matar a un desconocido), y si lo mataren el padre y la madre con mutuo consentimiento, pagarán 27 libras, 1 sueldo por la absolución.
13. La mujer que destruyese a su propio hijo llevándole en sus entrañas y el padre que hubiese contribuido a la perpetración del crimen, pagarán 17 libras, 15 sueldos cada uno. El que facilitare el aborto de una criatura que no fuere su hijo, pagará 1 libra menos.
14. El asesinato de un hermano, una hermana, una madre o un padre, se pagarán 17 libras, 5 sueldos.
15.El que matase a un obispo o prelado de jerarquía superior, pagará 131 libras, 14 sueldos, 6 dineros.
16.Si el matador hubiese dado muerte a muchos sacerdotes en varias ocasiones, pagará 137 libras, 6 sueldos, por el primer asesinato, y la mitad por los siguientes”.
Pero más serios que el asesinato, la violación o el infanticidio era el atroz crimen de la herejía, es decir, mantener ideas diferentes a las de la iglesia oficial. Incluso si un hereje se convertía, él o ella debía todavía pagar la suma de 269 libras, mientras que el “el hijo de un hereje que hubiera sido quemado, ahorcado u otra forma de ejecución, no podía ser rehabilitado excepto si pagaba 218 libras, 16 chelines y 9 peniques”. (19).
La lista continua con fraude, contrabando, impago de las deudas, comer carne en días sagrados, hijos bastardos de sacerdotes que deseen tomar los hábitos sagrados, e incluso eunucos que deseen convertirse en sacerdotes (en el punto 33 se recoge que estos tenían que pagar 310 libras y 16 chelines).
A pesar de esta lista cínica de infamias, los historiadores católicos describen al Papa León X como el protagonista del “más brillante y quizá el período más peligroso del pontificado en la historia de la iglesia”. (Pepe Rodríguez. Mentiras fundamentales de la iglesia católica. Barcelona. Ediciones B. Anexo. pp.397-400).
La religión y la revolución
En todos los países a través de los siglos la iglesia se ha puesto al lado de los opresores frente a los oprimidos. Los terratenientes ingleses trabajaban en estrecha colaboración con los predicadores protestantes. En Francia, España e Italia, los sacerdotes eran los servidores abyectos de los terratenientes y después de los capitalistas. Sin embargo, frecuentemente las contradicciones de clase de la sociedad se han expresado con el disfraz religioso, y esto no debe sorprender a quien esté familiarizado con el materialismo histórico.
Con relación a este tema Trotsky escribía lo siguiente: “Las ideas religiosas, como las demás, nacen en el terreno de las condiciones materiales de la vida, es decir, ante todo en el de los antagonismos de las clases, sólo poco a poco se abren un camino, sobreviven, por razón del conservadurismo, a las necesidades que las han engendrado y no desaparecen sino a consecuencia de choques y trastornos serios”. (Trotsky. ¿Adonde va Inglaterra?. Argentina. El Yunque editora. 1974. p. 192).
En diferentes períodos, diferentes religiones, iglesias y sectas han jugado papeles diferentes, que, en última instancia, reflejaban intereses de clase diferentes y antagónicos. Los primeros movimientos de la gran rebelión contra el feudalismo fueron desafíos al poder y la autoridad de la iglesia católica romana, y encontraron eco entre las masas. Un historiador católico dice que “el espíritu revolucionario de odio hacia la Iglesia y el clero se apoderó de las masas en varias zonas de Alemania… El grito ‘¡muerte a los curas!’ que antes se murmuraba en secreto ahora era una consigna habitual”. (Citado por W. Manchester. A world Lit only by Flame. P. 161. En la edición inglesa).
Las primeras explosiones sociales como la protagonizada por los lolardos en Inglaterra y las husitas en Alemania prepararon el camino para la reforma de Lutero. En todos estos movimientos existió una tendencia comunista que recordaba las primeras tradiciones de la iglesia y en todos los casos esta tendencia fue reprimida brutalmente. Durante las rebelión campesina de Inglaterra en 1381, el cronista Froissart narra las actividades de un movimiento de disidentes encabezado por John Ball, precursor de ideas comunistas con un disfraz bíblico como se puede ver en sus famosas palabras:
“Cuando Adán labraba y Eva hilaba
¿Quién era entonces el patrón?”
En el período de ascenso de la burguesía la religión protestante reflejaba la rebelión de la naciente burguesía contra el decadente feudalismo. Sin duda aquí jugó un papel progresista. El protestantismo nació dividido en el siglo XVI. En la agitación de estos tiempos turbulentos, surgieron nuevas sectas que representaban las ideas y aspiraciones de diferentes clases y subclases. Anabaptistas, menonitas, bohemios, congregacionalistas, presbiterianos, unitarios… El sector de izquierdas representaba una tendencia claramente comunista, como era el caso de Thomas Müntzer y los anabaptistas en Alemania. Müntzer, un antiguo luterano, rompió con Lutero y animó a los campesinos a levantarse contra el orden existente. A pesar de sus actividades revolucionarias Lutero era hostil al movimiento revolucionario de los campesinos alemanes, aunque sus enseñanzas les habían inspirado para entrar en acción. Lutero animó a la aristocracia a aplastar violentamente el movimiento y se hizo. Los príncipes ‘cristianos’ asesinaron a casi 100.000 campesinos. Sólo en Sajonia asesinaron a cinco mil hombres. Liberaron aproximadamente a trescientos sólo después de que sus mujeres aceptaran dar una paliza a dos sacerdotes acusados de fomentar la rebelión. El propio Müntzer fue torturado y degollado.
Las actividades de la sagrada Inquisición ―la gestapo de la contrarreforma― es bien conocida y no merece más comentarios. En los Países Bajos ocupados por los españoles era un crimen capital tener la Biblia en casa. Los acusados de herejías eran quemados vivos, aunque si confesaban y se arrepentían, la Inquisición mostraba misericordia: los decapitaba y a las mujeres se las quemaba vivas. Menos conocidas son las actividades de los protestantes para sofocar la disidencia, Calvino ―que creó una dictadura teocrática en Génova―, quemó vivo a Miguel Servet cuando estaba a punto de descubrir la circulación sanguínea. Servet pidió misericordia ―no por su vida― sino porque quería ser decapitado. La petición fue denegada y estuvo en la hoguera durante hora y media.
Las revoluciones francesa e inglesa
En la Revolución Inglesa del siglo XVII, el ala más revolucionaria reflejaba las aspiraciones de las capas más bajas de la sociedad, los artesanos y los trabajadores ―el naciente proletariado―, y esto encontró su expresión en una forma religiosa. El ala izquierda del movimiento se organizó en toda una serie de sectas protestantes radicales y democráticas como la Quinta Monarquía, los ranters y los anabaptistas, los niveladores y los cavadores.
En este contexto histórico estos movimientos tenían un carácter progresista y revolucionario. Reflejaban los primeros avances confusos de la conciencia de una clase que todavía no se había formado del todo. Después de la restauración, estas tendencias radicales plebeyas reaparecieron como disidencias religiosas. Perseguidos por la monarquía con el apoyo de la iglesia anglicana, muchos de ellos emigraron a América, y allí sus energías revolucionarias quedaron en un segundo lugar ante la tarea de descubrir y colonizar un nuevo continente. Con los años sus orígenes revolucionarios y radicales se perdieron. Algunos de ellos, como los cuáqueros, todavía mantienen algunos elementos de sus viejas ideas, aunque de una forma muy diluida y que no interfieren con sus exitosos intereses empresariales. La mayoría se han convertido en un baluarte de la reacción. En América Latina por algún extraño capricho del destino, las sectas evangelistas se han convertido en las tropas de choque de la reacción y los defensores de las dictaduras militares, mientras que hasta cierto punto, al menos la base de la iglesia Católica Romana, se ha inclinado hacia la causa de los pobres y los oprimidos.
Durante la revolución francesa ―más de un siglo después―, la conciencia de las masas había avanzado a tal punto que la religión ya no jugaba ningún papel en su pensamiento. La estrecha relación entre la iglesia y el estado absolutista era obvia para todos. En el tormentoso período que llevó a la toma de la Bastilla, los filósofos materialistas como Diderot y Holbach realizaron un riguroso trabajo para demoler la Bastilla espiritual de la religión. La revolución francesa erradicó la raíz eclesiástica. El estado jacobino oficialmente era ateo, aunque Robespierre intentó encubrirlo con la hoja de parra del “ser supremo”, que no convencía a nadie excepto al propio Robespierre. Aunque el pueblo de Francia se suponía era fervientemente católico, la religión prácticamente desapareció en Francia después de la revolución (excepto en los distritos más atrasados y reaccionarios como la Vendée). En realidad, la mayoría de la población odiaba a los curas a quienes consideraban, correctamente, agentes de la clase dominante. Sólo a finales del siglo XIX, especialmente después de la Comuna de París que dejó conmocionada a la burguesía francesa ésta dio los pasos necesarios para recuperar el método reaccionario de la religión, utilizando para este propósito trucos como los “milagros” manufacturados de Lourdes.
En la revolución rusa las cosas aún estaban más claras. Aunque la clase obrera rusa entró en la escena de la historia en enero de 1905 con un cura a la cabeza y portando iconos religiosos, todo esto desapareció rápidamente después de la masacre del 9 de enero, cuando el zar cristiano ordenó a sus cosacos abrir fuego contra el pueblo desarmado que había ido a presentar una petición. A partir de este momento la religión no jugó ningún papel en el movimiento, que estuvo organizado y dirigido por los marxistas. Después de la victoria de la revolución de octubre el colapso de la influencia eclesiástica fue incluso más rápido y más completo que lo fue en Francia.
“La Iglesia ortodoxa rusa se convertía otra vez más, sin llegar a sobreponerse a la mitología del cristianismo primitivo, en un aparato burocrático paralelo al del zarismo. El pope marchaba de la mano con el terrateniente y respondía con medidas de represión a cualquier movimiento cismático. Por tal razón se revelaron tan endebles, sobre todo en los centros industriales, la raíces de la Iglesia ortodoxa rusa. Separado del aparato burocrático de la Iglesia, los obreros rusos, en su gran mayoría, como así mismo la joven generación campesina, han apartado del mismo golpe la religión”. (Trotsky. Ibíd. pp. 190-191).
Este es un comentario devastador contra la forma en que el estalinismo ha retrasado la conciencia de la sociedad, cuando inmediatamente después del colapso de la URSS recuperó toda la antigua basura: nacionalismo, antisemitismo, fascismo, monarquismo ―y junto con todas estas glorias del zarismo― la religión y la superstición. Estos remanentes del barbarismo medieval se han extendido como una plaga en el débil y destrozado cuerpo de Rusia, mostrando a todo el mundo la verdadera naturaleza del “mercado” y el hecho de que la burguesía en Rusia no ofrece nada excepto la perspectiva de un declive económico, social y cultural.
La Iglesia y el socialismo
El surgimiento del movimiento obrero moderno en la última década del siglo XIX y el período previo a la Primera Guerra Mundial fueron para el establishment religioso todo un desafío. Sin excepción, la iglesia se situó de parte de los explotadores frente al socialismo y al movimiento obrero. Para evitar la extensión de las ideas socialistas entre la clase obrera, la Iglesia católica se dispuso a dividir el movimiento obrero con la creación de sindicatos católicos separados, y organizaciones de jóvenes y mujeres para competir directamente con la socialdemocracia. La realidad es que la Iglesia copió los métodos organizativos de la socialdemocracia.
La jerarquía eclesiástica ―siempre tan atenta con los ricos y los poderosos― miraban al socialismo y al movimiento obrero con sospecha y hostilidad. El Papa León XIII en su Encíclica Rerum novarum (sobre la “condición” de los obreros) subrayaba la hostilidad del Vaticano hacia el socialismo.
“Los socialistas después de excitar en los pobres el odio a los ricos, pretenden que es preciso acabar con la propiedad privada y sustituirla por la colectiva, en la que los bienes de cada uno sean comunes a todos, atendiendo a su conservación y distribución los que rigen el municipio o tienen el gobierno general del Estado. Pasados así los bienes de manos de los particulares a las de la comunidad y repartidos, por igual, los bienes y sus productos, entre todos los ciudadanos, creen ellos que pueden curar radicalmente el mal hoy día existente… Si un hombre alquila a otro, su fuerza o su industria, él lo hace para recibir a cambio los medios de subsistencia, con la intención de adquirir un derecho real, no simplemente su salario, pero también para liberarse de él. Invertiría este salario en tierra y eso es sólo su salario de otra forma…
Precisamente en esto consiste, como fácilmente entienden todos, el dominio de los bienes, muebles o inmuebles. Por lo tanto, al hacer común toda propiedad particular, los socialistas empeoran la condición de los obreros porque, al quitarles la libertad de emplear sus salarios como quisiera, por ello mismo les quitan el derecho y hasta la esperanza de aumentar el patrimonio doméstico y de mejorar con sus utilidades su propio estado. Los socialistas… atacan la libertad de cada asalariado, para privarles de la libertad de disponer de sus salarios. Cada hombre tiene, por la ley de la naturaleza, el derecho a poseer propiedad para sí mismo…
Debe ser dentro de este derecho de sus propias cosas, no simplemente para el uso del momento, no simplemente las cosas que perecen con su uso, sino tales cosas cuya utilidad es permanente y estable.
… Siendo el hombre anterior al estado, recibió aquél de la naturaleza el derecho de proveer a sí mismo, aun antes de que se constituyese la sociedad… Cuando en preparar estos bienes materiales emplea el hombre la actividad de su inteligencia y las fuerzas de su cuerpo, por ello mismo se aplica a sí mismo aquella parte de la naturaleza material que cultivó y en la que dejó impresa como una figura de su propia persona: y así justamente el hombre puede reclamarla como suya, sin que en modo alguno pueda nadie violentar su derecho…”
El papa León XIII también escribía: “La democracia cristiana, por el mismo hecho de ser cristiana, se debe basar en los principios de la fe divina(..) Por eso la justicia de la democracia cristiana es sagrada. El derecho de adquirir y poseer propiedades no se pude contradecir y se deben salvaguardar las distintas distinciones y grados que son indispensables en cada mancomunidad bien ordenada. Es evidente, por lo tanto, que no hay nada en común entre la socialdemocracia y la democracia cristiana. Ambas difieren entre sí como la secta del socialismo difiere de la Iglesia de Cristo”.
James Connolly, ese gran marxista irlandés y mártir revolucionario, cuyas polémicas con la Iglesia católica son declaraciones clásicas de socialismo, comentaba lo siguiente: “Si uno de los chicos de las escuelas públicas no entrara en razón lo más lógico es que permaneciera en el asiento del zopenco hasta que terminara sus días de escuela. Imaginad a un sacerdote que defiende el sistema de arrendamiento de tierras como el padre Kane y el papa diciendo: ‘El hombre que ha cultivado la tierra durante el invierno y la primavera tiene el derecho a quedarse con lo que ha ganado de su propia cosecha’, e imagina que está presentando un argumento contra el socialismo. Los socialistas no defienden la interferencia en el derecho de un hombre a ‘quedarse lo que ha ganado’; además insisten enfáticamente en que a ese hombre, campesino o trabajador, no se le debería obligar a entregar ninguna parte de lo ‘que ha ganado’ a una clase ociosa cuyos miembros ‘no hacen ningún esfuerzo’, y que han conseguido adueñarse de la propiedad de la nación a través de la fuerza despiadada, el expolio y el fraude.” (J. Connolly. Selected Writtings. pp. 78-9).
El 21 de septiembre de 1958 el papa Pío XII escribía: “La multiplicidad de clases sociales se corresponde plenamente con los designios del creador”. Esto es como decir que la Iglesia considera la sociedad de clases fija, eterna y de origen divino. Sólo hay que compararla con las palabras de San Clemente (citada anteriormente) cuando escribía: “El uso de todas las cosas que se encuentran en este mundo debería ser común para todos los hombres. Sólo la injusticia [iniquidad] manifiesta hace que uno diga al otro, ‘esto me pertenece más que a ti’. De aquí el origen de la discusión entre los hombres”.
La postura de Pío XII es la misma que el antiguo himno anglicano Todas las cosas brillantes y maravillosas, que contiene las líneas bien conocidas:
“El rico en su castillo, el pobre en su barrera:
Él [Dios] hizo lo superior y lo humilde y ordenó su Estado”.
Esto es absolutamente típico de la actitud de la iglesia durante siglos: una defensa abierta del status quo y de la división de la sociedad en clases.
Posteriormente, como resultado del crecimiento del movimiento obrero y el irresistible movimiento en dirección al socialismo, la Iglesia católica se ha visto obligada a modificar su postura. El papa Juan XXIII ―el más inteligente de los papas del siglo XX― asumió una postura más progresista. Pero bajo el pontificado actual todo esto se ha convertido en su contrario.
La Iglesia hoy
“¿No se considera correcto apelar a los juzgados cuando alguien te ha estafado? Pero el apóstol considera que es un error. ¿Ofreces tu mejilla derecha cuando te golpean la izquierda o respondes al ataque? El Evangelio lo prohíbe […] ¿Acaso la mayoría de los procedimientos judiciales y la ley no están relacionados con la propiedad? Pero decís que vuestro tesoro no es de este mundo”. (Marx y Engels. On religion. p. 35).
Las actividades de la Iglesia en la sociedad moderna se basan en contradicciones manifiestas y en la hipocresía. Las tradiciones revolucionarias de los primeros cristianos no guardan absolutamente ninguna relación con la situación actual. Desde el siglo IV a. C, cuando el movimiento cristiano fue secuestrado por el estado y se convirtió en un instrumento de los opresores, la Iglesia cristiana ha estado de parte de los ricos y poderosos contra los pobres. Hoy las principales iglesias son instituciones muy ricas, tanto en los países musulmanes como en los cristianos.
En España la Iglesia católica, además de su enorme riqueza en tierras, edificios y cuentas bancarias, recibe regularmente subvenciones del estado con los impuestos pagados por todos los ciudadanos, independientemente de si son religiosos o no, aunque al pueblo español nunca se le haya consultado sobre esta medida. Lo mismo ocurre en otros países donde la Iglesia ha alcanzado un acuerdo con el estado. La religión es una violación intolerable de la democracia. Y aunque ahora los contribuyentes españoles puede elegir si donan su dinero a la iglesia o no, el hecho es que todavía ésta mantiene una situación privilegiada a la hora de acceder a los fondos públicos.
En la Edad Media la Iglesia católica declaró la usura (el préstamo de dinero con interés) pecado mortal; ahora el Vaticano posee su propio banco y una enorme riqueza y poder. La iglesia en Inglaterra, aparte de numerosos intereses empresariales, es uno de las mayores terratenientes de Gran Bretaña. Sería fácil demostrar que ocurre lo mismo en todas partes. No es un fenómeno limitado a la religión cristiana. El Corán también prohibía la usura y en todos los llamados países islámicos se pueden ver grandes bancos que son propiedad de los musulmanes. Recurren a todo tipo de trucos para ocultar esto aunque el tipo de interés exprime a la población de la misma forma.
Políticamente las iglesias han respaldado sistemáticamente a la reacción. En los años treinta los obispos católicos bendecían al ejército de Franco en su campaña para aplastar a los trabajadores y campesinos españoles. La prensa fascista española publicaba frecuentemente fotos de prelados con el saludo fascista. El Papa Pío XIII apoyó a Hitler y Mussolini. El papa guardó silencio sobre los millones que fueron exterminados en los campos nazis, y aunque oficialmente el Vaticano se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial, en realidad sus simpatías pro-nazis están bien documentadas por G. Lewy:
“Desde el principio hasta el final del gobierno de Hitler, los obispos no se cansaron nunca de aconsejar al fiel que aceptara su gobierno como la autoridad legítima a quién se debía rendir obediencia […] Después del intento de asesinato fallido contra Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1939, el cardenal Bertram, en nombre del episcopado alemán, y el cardenal Faulhaber de los obispos bávaros, enviaron telegramas de felicitación a Hitler. La prensa católica de toda Alemania, en respuesta a las instrucciones del Reichspresskammer, hablaba de la milagrosa providencia que había protegido al Führer”. (G. Lewy. The catholic Church and Nazi Germany, NY. 1965, p. 310-311).
“En los dos puntos importantes los documentos alemanes muestran una similitud impresionante. Por un lado, la predilección que sentía el soberano pontificio por Alemania no parecía haber disminuido debido a la naturaleza del régimen nazi y éste no fue repudiado hasta 1944; por otro lado, Pío XII lo que más temía era la bolchevización de Europa y esperaba que si la Alemania de Hitler se reconciliaba con los aliados occidentales, entonces todos se convertirían en una muralla frente al avance de la Unión Soviética hacia occidente”. (Saul Freidhandler. Pío XII y el Tercer Reich. La documentación. NY. 1958. p. 236. El subrayado es mío).
En la historia de las ideas la iglesia siempre ha jugado el papel más reaccionario. Galileo Galilei tuvo que retractarse de sus ideas ante las amenazas de la Santa Inquisición. Giordano Bruno fue quemado en la hoguera. Charles Darwin fue acosado sin piedad por el establishment religioso en Inglaterra al atreverse a desafiar la idea de que Dios creó el mundo en seis días.
En la actualidad la teoría de la evolución también recibe los ataques de la derecha religiosa de EEUU. La derecha religiosa en EEUU es un movimiento bien financiado que predica las causas reaccionarias. Hace unos años, Nelson Bunker Hunt, el magnate del petróleo de Texas, donó “más de diez millones de dólares de los 1.000 millones conseguidos por el Crusade Campus for Christ. La Fundación Cristiana para la Libertad, un ‘lobby educativo’ creado por J. Howard Pew ―fundador de Sun Oil Company― y otros empresarios que se adhieren al sistema de libre empresa”. Hay otros muchos ejemplos que demuestran la estrecha relación que existe entre la derecha religiosa y las grandes empresas. Estos ricos empresarios no invierten estas cantidades de dinero para nada. La religión es utilizada como un arma de la reacción.
En el movimiento creacionista en EEUU participan millones de personas y está ―increíblemente― encabezado por científicos, entre ellos algunos genetistas. Esta es una expresión gráfica de las consecuencias intelectuales de la decadencia del capitalismo. Es un ejemplo contundente de la contradicción dialéctica del retraso de la conciencia humana. En el país tecnológicamente más avanzado del mundo, la mente de millones de hombres y mujeres está hundida en el barbarismo. Su nivel de conciencia no es mucho más elevado que el de los hombres que sacrificaban a los prisioneros de guerra a los dioses, que se postraban ante ídolos sepultados o quemaban brujas en la hoguera. Si este movimiento triunfara, como dijo hace poco un científico, volveríamos a la Edad Media.
En el terreno de la legislación social, y particularmente en los derechos de la mujer, la Iglesia católica romana siempre ha jugado un papel reaccionario. Todavía niega a la mujer el derecho a controlar su propio cuerpo, niega el derecho al divorcio, a la contracepción y el aborto. El papa Karol Wojtyla es su principal portavoz. La persistente oposición de la iglesia a los métodos anticonceptivos artificiales resulta sobre todo desastrosa en el SIDA. En 1999 una encuesta entre católicos estadounidenses demostraba que el 80 por ciento de los legos y el 50 por ciento de los sacerdotes estaban a favor de la contracepción, en otra encuesta de la universidad de Maryland dos tercios de los católicos reconocían que practicaban la objeción de conciencia con relación a las ideas del Papa y hacían lo que les dictaba su conciencia. Se podrían citar cifras similares en el resto de países desarrollados.
En el reino de la política el Papa es un portavoz reaccionario y un enemigo del marxismo y el socialismo, ayudado por el poder del Opus Dei ―esa notoria mafia católica cuyos tentáculos alcanzan cada rincón de la vida política italiana, española o de otros países ¾.
Lenin y la religión
Engels en su prefacio a La guerra civil en Francia decía que: “con relación al estado la religión es un asunto puramente privado”. Lenin escribía en 1905: “El Estado no debe tener nada que ver con la religión, las asociaciones religiosas no deben estar vinculadas al Poder del Estado. Toda persona debe tener plena libertad de profesar la religión que prefiera o de no reconocer ninguna, es decir, de ser ateo, como lo es habitualmente todo socialista”. (Lenin. Acerca de la religión. Moscú. Editorial Progreso. p. 6).
Sin embargo, con relación al partido, Lenin señalaba que Engels recomendaba que el partido revolucionario debería luchar contra la religión: “El partido del proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto privado; pero no considera, ni mucho menos, ‘asunto privado’ la lucha contra el opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc., ¡Los oportunistas tergiversan la cuestión como si el Partido Socialdemócrata considerase la religión un asunto privado!” (Ibíd. pp. 25-26).
Y añadió que: “La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo […] Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista, y que dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión contra el dominio del capital en todas sus formas”. (Ibíd. pp. 21-22).
Los marxistas han hecho todo lo posible para implicar a todos los trabajadores en la lucha contra el capitalismo, incluidos los que profesan una religión. No debemos interponer barreras entre nosotros y estos trabajadores, sino animarles a que participen activamente en la lucha de clases.
Como vimos en 1905, la clase obrera rusa entró en la escena de la historia con un sacerdote a la cabeza, portando en sus manos iconos religiosos y una petición al zar ―al “padrecito de todos los rusos”―. Desconfiaban de los revolucionarios e incluso en algunas ocasiones les dieron una paliza. Pero todo eso cambió en veinticuatro horas después de la masacre del 9 de enero. Los mismos trabajadores, en la noche del nueve, se convirtieron en revolucionarios y exigieron armas. Así es como la conciencia puede cambiar rápidamente ¡en el fragor de los acontecimientos!
A propósito, el padre Gapon, que había organizado la petición y la manifestación pacífica y que había trabajado para la policía zarista, se transformó repentinamente después del domingo sangriento. Hizo un llamamiento a los revolucionarios para derrocar al zar e incluso en un momento determinado estuvo próximo a los bolcheviques. Lenin no le apartó sino que intentó ganarle aunque Gapon siguió como religioso.
La posición flexible de Lenin se pudo comprobar cuando combatía la actitud sectaria contra aquellos trabajadores que eran religiosos pero que participaban en las huelgas. “En tal momento y en semejante situación [una huelga], el predicador del ateismo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes lo único que desean es sustituir la división de los obreros en huelguistas y no huelguistas por la división en creyentes y ateos”. (Ibíd. p. 24).
Aquí está el punto central de la cuestión. Luchamos por la unidad de las organizaciones obreras por encima de todas las divisiones: religiosas, nacionales, lingüísticas o raciales. Nuestra tarea es unir a todos los oprimidos y explotados en un solo ejército contra la burguesía.
El ateísmo para los marxistas nunca ha sido una parte del programa del partido. Este disparate siempre ha caracterizado al anarquismo. Con frecuencia un trabajador que todavía es creyente se acerca al movimiento, convencido de su programa general y entusiasmado con la lucha por el socialismo, pero no está dispuesto a renunciar a la religión. ¿Qué actitud deberíamos tomar? Por supuesto no lo echaremos. Este trabajador no desea unirse al movimiento para ganar conversos a la religión, sino para luchar contra el capitalismo. Probablemente, llegará un momento en que verá la contradicción entre su política y sus creencias religiosas y poco a poco abandonará la religión. Pero es una cuestión delicada y no hay que forzarla. Como explicó Lenin: “somos enemigos incondicionales de la más mínima ofensa a sus creencias religiosas”. (Ibíd. p. 24).
Es totalmente diferente cuando un intelectual de clase media busca introducir confusión en la ideología del movimiento, como era el caso cuando Lenin escribía sobre la religión. Un grupo de bolcheviques ultraizquierdistas (Bogdanov, Luchacharsky, etc.,) intentaban revisar el marxismo e introducir nociones filosóficas místicas. Lenin, correctamente, luchó contra esta tendencia.
El futuro de la religión
¿Cuál será el futuro de la religión? Sobre esta cuestión, desde luego, habrá una profunda diferencia de opinión entre los marxistas y los cristianos y demás religiones. Naturalmente, no es posible mirar al futuro a través de una bola de cristal, pero si se puede decir lo siguiente. Aunque desde un punto de vista filosófico el marxismo es incompatible con la religión, sobra decir que nos oponemos a cualquier intento de prohibir o reprimir la religión. Luchamos por la libertad completa del individuo a tener su propio creencia religiosa o ninguna.
Lo que debemos decir es que debe haber una separación radical entre la iglesia y el estado. Las iglesias no deben ser apoyadas directa o indirectamente por los impuestos, ni tampoco se debe enseñar en las escuelas la religión. Si la gente quiere religión, ésta se debe aprender exclusivamente en las iglesias a través de las contribuciones de la congregación y predicar sus doctrinas en su propio espacio. Las mismas observaciones son buenas para el Islam o cualquier otra religión.
Por lo que a nosotros respecta el diálogo sobre la religión continuará, pero esto no debe oscurecer el problema fundamental de nuestra época. Nuestra principal tarea es unir en la lucha a todos aquellos que desean poner fin a la dictadura del Capital que mantiene a la raza humana en una situación de esclavitud. El socialismo permitirá el libre desarrollo de los seres humanos, sin la restricción de las necesidades materiales.
Durante siglos, la religión organizada ha sido utilizada por los explotadores para engañar y esclavizar a las masas. Periódicamente, han estallado rebeliones contra esta situación. Desde la Edad Media hasta el día de hoy, se han levantado voces de protesta contra la subordinación de la iglesia a los ricos y poderosos. Vemos también esto en la actualidad. El sufrimiento de los trabajadores y campesinos, el martirio de la raza humana bajo el infame despotismo del Capital, está provocando indignación entre amplias capas de la población. Muchos de ellos no están al corriente de la filosofía del marxismo, pero desean luchar contra la injusticia y la explotación. Entre estos hay muchos cristianos honestos e incluso sacerdotes de los escalafones más bajos, que diariamente presencian los sufrimientos de las masas.
La teología de la liberación es una expresión del fermento revolucionario en América Latina. Las órdenes más bajas del sacerdocio están horrorizados por el sufrimiento de las masas oprimidas y tan dado el paso de luchar por una vida mejor. La jerarquía eclesiástica, con sus cientos de años ha desarrollado una relación cómoda con los ricos terratenientes, los banqueros y los capitalistas, y combaten esta nueva tendencia o la toleran de mala gana. Así la lucha de clases ha penetrado en las filas de la propia Iglesia católica romana.
Lo mismo ocurre entre los musulmanes, las ideas del marxismo han comenzado a encontrar eco. Cuando las masas oprimidas de Oriente Medio, Irán, Indonesia, comiencen a entrar en acción para mejorar sus vidas, buscarán un programa de lucha para derrocar a sus opresores.
Es necesario derrocar el capitalismo, el latifundismo y el imperialismo. Sin eso, no hay salida posible. El único programa que puede asegurar la victoria de esta lucha es el marxismo revolucionario. La colaboración fructífera ente los marxistas y los cristianos, musulmanes, hindúes, budistas, judíos y seguidores de otras religiones en la lucha para transformar la sociedad es absolutamente posible y necesaria, a pesar de las diferencias filosóficas que nos separan. Los cristianos honestos se sienten profundamente ofendidos por la terrible opresión sufrida por la mayoría de la raza humana.
Camilo Torres, antiguo sacerdote colombiano, dijo una vez: “He colgado el hábito de sacerdote para convertirme en un verdadero sacerdote. El deber de todo católico es ser un revolucionario; el deber de todo revolucionario es llevar adelante la revolución. El católico que no es un revolucionario vive en pecado mortal”.
Estos son los verdaderos sucesores de aquellos primeros cristianos revolucionarios que lucharon por la causa de los pobres sobre la tierra, los pecadores y los oprimidos, y que no temían dar su vida en la lucha contra la opresión. Son los mártires modernos y todo aquel que quiera la causa de la libertad y la justicia debe guardar su memoria. Entre 1968 y 1978, más de 850 sacerdotes, religiosas y obispos fueron arrestados, torturados y asesinados en América Latina. El jesuita salvadoreño, Rutilio Grande, antes de ser asesinado dijo: “Hoy en día, es peligroso […] y prácticamente ilegal ser un auténtica cristiano en América Latina”. Lo importante es la palabra ´”auténtico”.
¿Una vida alternativa?
Aunque en los últimos años la religión organizada ha perdido terreno, las ideas religiosas han resurgido en un conjunto de sectas y cultos desconcertantes, algunos ofrecen un “estilo de vida alternativo”. Algunas veces reflejando la creciente insatisfacción entre una capa de jóvenes con el sistema capitalista, su perspectiva de la vida inhumana y desalmada, la vana comercialización de todos los aspectos de la existencia, el crudo materialismo, el deterioro del medio ambiente, etc., puede representar el primer paso hacia la conciencia. Pero después empieza el problema. No basta con rechazar el capitalismo. Es necesario dar pasos concretos para abolirlo.
La característica común de todos estos movimientos “alternativos” ―Nueva Era, etc., ― es que se basan en una salvación individual. Por este camino, no hay salida posible. Y en última instancia, tampoco esto es una alternativa. El capitalismo puede vivir felizmente con un puñado de personas que han decidido “retirarse”. Esto no representa una amenaza, porque los dueños del poder continúan controlando la vida de la sociedad como antes.
Incluso aquellos que profesan la “retirada” encontrarán en la práctica que no hay retirada. Están obligados a utilizar el dinero, comprar los productos básicos para la vida en las tiendas, llenar los depósitos de sus camionetas en las gasolineras, donde comprarán los productos de las grandes compañías petroleros que contaminan el medio ambiente, serán desviados de un área a otra por la policía, como el resto de nosotros.
La idea de que es posible apartarse de la sociedad y la política es una ilusión. ¡Intentadlo! Y encontrareis que un día la política estará en vuestra casa y llamará al timbre de vuestra puerta (si no echa primero la puerta abajo).
El intento de encontrar una solución individual es esencialmente reaccionario porque es la única forma de luchar contra el capitalismo y el estado burgués para unir a la clase obrera y organizarla en un movimiento revolucionario. Optar por esta u otra forma, te situará a merced del Capital y ayudará a perpetuar el orden existente.
Para cubrir su desnudez, los predicadores de la Nueva Era se presentan con valores espirituales especiales ―lo imaginan― que les puede situar al margen de los mortales “normales” y situarles en una línea de comunicación directa con cosas sobrenaturales que sobrepasan todo entendimiento. Se sienten superiores al resto de la humanidad que no tiene la confidencia de estos grandes misterios.
En realidad, estas ideas no son superiores al pensamiento de los mortales normales, son muy inferiores. La primera ley para aquel que desee cambiar la sociedad es comprenderla y vivir en ella. Al intentar volver la espalda a la sociedad, lo único que consigues es convertirte en algo impotente frente al orden existente, y renunciar eternamente, sin esperanza, irrevocablemente, a toda posibilidad de cambiarla. Por este camino no hay alternativa, sólo más de lo mismo, para siempre.
La religión y la crisis del capitalismo
La religión es lo que los marxistas llamarían falsa conciencia, por que dirige nuestro entendimiento fuera del mundo real, sobre el que no podemos saber nada y del que es inútil incluso hacer preguntas. Toda la historia de la ciencia parte de dos presunciones fundamentales: a) el mundo existe fuera de mí mismo y b) puedo comprender este mundo, e incluso aunque hay cosas que en la actualidad no puedo saber, al menos seré capaz de conocerlas en el futuro. Para establecer un límite más allá del conocimiento humano necesita traspasar y abrir la puerta a todo el misticismo y la religión. Durante más de 2.000 años, la humanidad ha estado luchando para adquirir conocimiento de nosotros mismos y del mundo en que vivimos. Durante todo ese tiempo, la religión ha sido la enemiga del progreso científico, y no es una casualidad. En la medida que el pensamiento científico nos ha permitido comprender cosas que en el pasado parecían “misterios”, la religión ha sido empujada para atrás y ahora se encuentra en la parte trasera intentando salvarse a sí misma.
En la lucha de la ciencia contra la religión, es decir, la lucha del pensamiento racional contra la irracionalidad, el marxismo se ha puesto con entusiasmo del lado de la ciencia. Pero hay más. El objetivo al adquirir un pensamiento racional del mundo es cambiarlo. El significado de toda la historia humana de los últimos 100.000 años ―y más― es la lucha sin fin de la humanidad por ganar la batalla a la naturaleza, controlar su propio destino y así convertirse en seres libres. Las raíces de la religión están en el pasado lejano, cuando los humanos luchaban para librarse del mundo animal de donde procedemos. Para encontrar sentido a los fenómenos naturales que están más allá de nuestro control, los humanos tenían que recurrir a la magia y el animismo―las primeras formas de religión―. En su día, esto representó un paso adelante en la conciencia humana. Este estadio infantil de la conciencia debería haber desaparecido hace tiempo, pero la mente humana es infinitamente conservadora y guarda conceptos y prejuicios que hace tiempo han perdido su razón de ser.
En la sociedad de clases, el concepto de “amor al prójimo” es una vacua declaración. La economía de mercado, con su moralidad servil hace de esta aspiración una proposición imposible. Para cambiar la conducta y la psicología de hombres y mujeres es necesario, en primer lugar, cambiar la forma en que viven. En palabras de Marx, “el ser social determina la conciencia”. Todo el mundo está dominado por un puñado de gigantescos monopolios que saquean el planeta, lo deterioran, destruyen el medio ambiente y condenan a millones de personas a una vida de miseria y sufrimiento.
Las damas y caballeros que se sientan en los consejos de dirección de estas multinacionales en su mayoría son cristianos practicantes, en un número menor judíos, musulmanes, hindús u otros credos. Sin embargo, la verdadera religión del capitalismo no es ninguna de estas. Es el culto a Mammon, el dios de la riqueza. El capitalismo da la vuelta a las relaciones humanas. De una forma retorcida y distorsionada convierten al hombre en un ser que “vale un millón de dólares”, como si habáramos de una mercancía. La televisión habla de la bolsa, el mercado, el dólar y la libra como si fueran seres vivientes (“la libra está hoy un poco mejor”). Esto es la alienación: cosas muertas (Capital) que parecen vivas y cosas vivas (personas, trabajo) que parecen muertes, triviales y sin sentido.
El desarrollo humano ha tomado una línea descendente. La capa de la cultura moderna y la civilización fabricada durante miles de años todavía es muy delgada. Más abajo reside todos los elementos del barbarismo. Si alguien tiene dudas, estudiemos la historia de la Alemania nazi, o los recientes acontecimientos en los Balcanes. En su período ascendente, la burguesía abrazó el racionalismo, incluso el ateísmo. Ahora, en el período de decadencia capitalista, aparecen por todas partes tendencias a la irracionalidad ―incluso en los estados “cultos” más avanzados―. Si la clase obrera no consigue cambiar la sociedad, todas las conquistas del pasado estarán amenazadas, y el futuro de la civilización humana no estará garantizado.
La devastación infringida por el capitalismo en todo el mundo ha producido numerosas monstruosidades. En su período de declive senil, también hemos visto el ascenso de tendencias místicas y religiosas retrógradas. El papel reaccionario de la religión se puede ver hoy en todo el mundo, desde Afganistán a Irlanda del Norte. En todas las partes vemos el monstruo del fundamentalismo: no sólo el fundamentalismo islámico, también el cristiano, judío e hindú. El mensaje de amor fraternal y esperanza se ha convertido en desesperación, odio y matanza. Por este camino, nada es posible excepto el barbarismo y la extinción de la cultura y civilización humanas.
La causa de estos horrores no es la religión por sí misma, como podía intentar defender un observador superficial, sino los crímenes del capitalismo y el imperialismo, que devasta países enteros y comunidades y destruye el tejido social y la familia sin poner nada en su lugar. Ante el temor al futuro y la desesperación por el presente, la gente busca consuelo en las llamadas “verdades eternas” de un pasado no existente. El ascenso del llamado fundamentalismo religioso es sólo una expresión concreta del callejón sin salida de la sociedad, que lleva a las personas a la desesperación y la locura. Pero, como vemos en Irán y Afganistán, las promesas de un cielo religioso sobre la tierra es un sueño vacío que sólo lleva a una pesadilla.
La religión no puede explicar nada de lo que está ocurriendo hoy en el mundo. Su papel no es explicar, sino consolar a las masas con sueños y untarles con el bálsamo de una falsa promesa. Pero uno siempre se despierta del sueño, y los efectos del bálsamo, más dulce, pronto desaparecen. La condición previa para ganar nuestra libertad como seres humanos es la ruptura radical con los sueños, y ver el mundo y a nosotros mismos tal como somos: mortales, luchando por una existencia de seres humanos sobre esta tierra.
La humanidad alienada de si misma
Desde tiempos inmemoriales, los hombres (y también muchas mujeres) han sido educados en un espíritu de servilismo. Incluso hemos llegado a pensar que somos débiles, impotentes, que no importa lo que hagamos, no hay diferencia, pues el “hombre propone y Dios dispone”. La idea dominante es el fatalismo. Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos, es que nada se puede hacer. Este sentido de aceptar de una forma fatalista, de adorar servilmente todo lo establecido, están inmersa en todas las religiones. Al cristiano se le aconseja que si alguien le golpea, debería poner la otra mejilla. La palabra islam es “sumisión”, y los profetas del Antiguo Testamento nos aseguran que “todo es vanidad”. Aparte de este sentido de impotencia está la necesidad de un ser superior que es todo lo que nosotros no somos. El hombre es mortal; Dios es inmortal. El hombre es débil; Dios es fuerte. El hombre es ignorante ante los misterios del universo; Dios lo sabe todo. La fe de los seres humanos debe buscar en los cielos la salvación y así surge la creencia en milagros.
Pero esto no sólo se limita a las clases menos cultas. Se encuentran supersticiones similares en la mente de analistas económicos y corredores de bolsa, que simplemente se sitúan a un nivel más elevado de la mentalidad del jugador que lleva un rabo de conejo en una mano y con la otra lanza los dados. En la Biblia, el hambriento comía, el ciego veía, el mudo hablaba… todo con la intervención de milagros divinos. Hoy en día, no se requiere la intervención de elementos sobrenaturales para conseguir estos milagros. Las conquistas de la ciencia moderna y la tecnología ya nos permite hacer todas estas cosas. Son sólo las restricciones artificiales impuestas por la propiedad privada de los medios de producción y la lucha por el máximo beneficio lo que impide la extensión de estas ventajas a todos los hombres, mujeres y niños sobre el planeta.
Cuando hombres y mujeres sean capaces de controlar su vida y desarrollarse como seres humanos libres, los marxistas creen que el interés de la religión ―la búsqueda de consuelo en otra vida― caerá por sí mismo. Mientras tanto, los desacuerdos en estas cuestiones no deben impedir a todos los cristianos, hindús, judíos o musulmanes honestos que deseen participar en la lucha contra la injusticia unan sus manos a las de los marxistas en la lucha por un mundo nuevo y mejor.
¡Por un paraíso en este mundo!
“Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud… Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar”. (Trotsky. Escritos. Bogotá. Editorial Pluma. 1976. Tomo XI. Vo. 1. pp. 216-7).
En su libro la Metafísica, Aristóteles hizo un comentario profundo y maravilloso, cuando dijo que el hombre comienza a filosofar cuando sus necesidades de vivir están satisfechas. Al eliminar la antigua dependencia degradante de hombres y mujeres de las cosas materiales, el socialismo establecerá las bases para un cambio radical en la forma de pensar y actuar. Trotsky adelantó lo que podría ocurrir en una sociedad sin clases:
“Bajo el socialismo la solidaridad será la base de la sociedad. Todas las emociones que nosotros los revolucionarios, en la actualidad, sentimos aprensión de mencionar, que han estado llenas de hipocresía y vulgaridad, como es la amistad desinteresada, el amor por el prójimo, la simpatía, será el poderoso coro de la poesía socialista”. (Trotsky. Literatura y revolución. P. 60. En la edición inglesa).
Las cadenas de la opresión de clase y la esclavitud no son sólo materiales sino psicológicas y espirituales. Costará tiempo, incluso después de la abolición del capitalismo, para eliminar las cicatrices morales de esta esclavitud. Hombres y mujeres que han sido formados durante toda su vida en un espíritu servil no emanciparán su mente y alma inmediatamente de todos sus prejuicios. Pero una vez las condicione materiales y sociales estén dadas para permitir a hombres y mujeres entrar en una relación verdaderamente humana, su conducta y forma de pensar se transformará de la misma forma. Cuando ese día llegue, la gente no necesitará el policía ―sea material o espiritual―.
Los antiguos sofistas griegos, que realmente eran filósofos perspicaces, mantenían que el “hombre es la medida de todas las cosas”. En una sociedad sin clases, este sería realmente el caso. Pero donde hombres y mujeres controlan su vida y destino de una forma consciente, ¿qué espacio queda para lo sobrenatural? En lugar de desear una vida imaginaria más allá de la tumba, la gente concentrará su energía en hacer esta vida tan maravillosa y plena como pueda ser. Este es el significado del socialismo: hacer realidad lo que siempre fue potencial.
En su forma más elevada de la sociedad humana, hombres y mujeres alcanzarán su verdadera talla. Limpiarán nuestro mundo de toda pobreza, odio e injusticia. Recuperarán el planeta, sus ríos, mares y cascadas serán puras de nuevo, y toda la maravillosa diversidad de la vida será protegida y cuidada. Las ciudades atascadas y contaminadas dejarán de existir y reconstruidas con toda la creatividad artística humana respetando el medio ambiente. Las profundidades de los océanos se explorarán y descubriremos sus secretos pasados. Y por último, pero no menos importante, tocaremos el cielo con la mano ―no en una oración―, sino en naves especiales que llevarán a la humanidad a los confines lejanos de nuestra galaxia y quizá más allá. Cuando hombres y mujeres disfruten de esta visión ilimitada del progreso humano, que podemos conseguir con nuestros propios esfuerzos y recursos, sin la ayuda de espíritus, ¿qué lugar quedará para la religión?
En la Biblia se pueden encontrar palabras de gran sabiduría, como en los Corintios, donde podemos leer: “Cuando era un niño hablaba como un niño, comprendía como un niño, pensaba como un niño. Cuando me convertí en hombre dejé a un lado las cosas pueriles”. Ocurre lo mismo con la evolución de nuestra especie. Cuando la raza humana realice definitivamente su destino y sea capaz de ponerse sobre los dos pies y vivir la vida plenamente, ya no será necesario el apoyo de la religión, un ser sobrenatural a quién rezar o el falso consuelo de una vida en otro mundo. Cuando llegue ese momento, la humanidad dejará la religión con la misma facilidad que cuando las personas crecen dejan de lado los cuentos de hadas que amaban cuando eran niños y habrán superado su necesidad.
22 de julio de 2001