La Revolución rusa fue un hecho de trascendencia mundial. Sus efectos se sintieron más allá de las fronteras del viejo imperio zarista, estremeciendo los rincones más remotos del planeta. De Shanghái a Dublín, de México a Finlandia, la victoria del proletariado ruso dio un fuerte estímulo a la lucha de clases a escala internacional. La Internacional Comunista, o Tercera Internacional, creada en marzo de 1919 a iniciativa de los bolcheviques, transformó las esperanzas despertadas por la victoria del proletariado ruso en organización y programa.
No resulta sorprendente que en la atrasada España de la Restauración la Revolución rusa tuviera un impacto especialmente intenso. Los años 1917-1920, conocidos como el “trienio bolchevique”, fueron testigos de un fermento revolucionario sin precedentes. En agosto de 1917, una huelga general revolucionaria sacudió al malogrado régimen borbónico; en enero de 1918, las mujeres protagonizaron grandes movilizaciones contra la carestía; el otoño de 1918, los campesinos de Andalucía se alzaron para conquistar la tierra y la libertad; la primavera de 1919, en Barcelona, una huelga en la empresa hidroeléctrica La Canadiense generó una situación revolucionaria, seguida por un repunte extraordinario en las luchas sociales y económicas por todo el país.
Pero la revolución rusa no sólo fue un potente acicate para el proletariado español; la formación de la Internacional Comunista produjo transformaciones duraderas en el seno del movimiento obrero, sacudiéndolo de arriba abajo. Sin embargo, a pesar de la intensidad inédita de la lucha de clases en estos años y del entusiasmo despertado por la victoria bolchevique entre los obreros españoles, es una paradoja que los Borbones fueran capaces de evitar (por unos años) la suerte de los Romanov, los Hohenzollern o los Habsburgo. Efectivamente, para 1921 el curso de la corriente cambió, la reacción se reagrupó y pasó a la ofensiva, lanzando una oleada de represión que culminó con el golpe de Estado del General Primo de Rivera en 1923. Por otra parte, el comunismo español fue incapaz de aprovechar la simpatía generalizada hacia la Rusia soviética y la Tercera Internacional, y el Partido Comunista nació como una fuerza exigua y dividida.
El PSOE y la Internacional Comunista
En noviembre de 1917, el PSOE se encontraba en un estado de desmoralización tras la derrota de la huelga general de agosto. Las corrientes reformistas en el partido se habían fortalecido. No es de extrañar, por tanto, que la dirección socialista reaccionara a las noticias de la revolución soviética con cinismo y fastidio. Pablo Iglesias se refirió a la toma del poder por los bolcheviques como ‘inoportuna’. Sin embargo, entre las bases del partido y de la UGT, el entusiasmo por la gesta bolchevique se extendió rápidamente.
Tras la creación de la Tercera Internacional en marzo de 1919, la dirección socialista trató de ralentizar y de acotar el debate sobre la afiliación, haciendo una labor de zapa constante contra los llamados “terceristas”, los partidarios de la nueva Internacional. Pero la radicalización de las bases fue tal que la dirección tuvo que hacer concesiones notables. Para el verano de 1919, la cuestión de la Internacional Comunista devino el asunto central de todos los congresos y debates del partido.
El baluarte indiscutible del tercerismo estaba en la Federación de Juventudes Socialistas (JJSS). Estas juventudes mostraban un sectarismo y una intransigencia que las situaban en lo que Lenin llamó el ultra-izquierdismo, corrientes que proliferaron en estos años en toda Europa, estridentes defensoras del hecho ruso, pero incapaces de articular un programa claro y, lo más importante, de vincularlo a las preocupaciones inmediatas de la clase obrera y difundirlo en sus organizaciones de masas.
Temerosos de provocar a la militancia, los dirigentes reformistas intentaron prevenir burocráticamente las discusiones sobre la Revolución Rusa. Para otoño de 1919, el ala derecha desistió de la oposición abierta a la Internacional Comunista, pues la presión abrumadora de la base hacía esto imposible. En vez de eso, su consigna era la de la unidad de las Internacionales. En el congreso extraordinario de diciembre de 1919, el PSOE decide mantenerse provisionalmente en la Segunda Internacional y presionar para que ésta se fundiera con la Tercera, postura ilusoria que partía de un cálculo cínico del ala derecha para ganar tiempo.
Las maniobras de los reformistas se vieron reforzadas inesperadamente por la desastrosa labor del primer delegado de la Internacional Comunista en España, Mijaíl Borodin. Aunque Borodin era un viejo bolchevique curtido en la revolución de 1905, su largo exilio en EEUU le acercó al menchevismo. La Revolución de Octubre le hizo revisar su punto de vista, poniéndose al servicio de Lenin y emprendiendo misiones en EEUU y México. Pero la impaciencia de Borodin por impresionar a sus camaradas en Rusia y por esconder sus apostasías le llevaron a explotar indebidamente su autoridad para propiciar escisiones prematuras y políticamente desnortadas en el socialismo mexicano y español. No es de extrañar que Borodin acabara como un esbirro de Stalin.
Borodin viajó a España desde México en diciembre de 1919. En Madrid el delegado bolchevique se desesperó ante la dilación de la principal corriente tercerista, que (correctamente) era reacia a escindir el partido sin antes dar una batalla por conquistarlo. Deseoso de abandonar Madrid, Borodin se apoyó en los ultraizquierdistas de las JJSS para crear el partido comunista mediante un ‘golpe de Estado’. La ejecutiva de las JJSS sencillamente cambió el nombre de la organización en abril de 1920 a Partido Comunista Español (PCE), informando a sus bases a posteriori. Muchos jóvenes, indignados ante la maniobra, abandonaron la Federación. De los 7.000 afiliados a las JJSS, el PCE conservó sólo a 2.000. Esta escisión, que parecía gozar del beneplácito de Moscú, desacreditó a la Internacional Comunista a ojos de muchos militantes socialistas. Asimismo, el diminuto PCE también mantuvo una actitud extremadamente sectaria, arrogante y hostil hacia la CNT.
Aún así, el prestigio de la Revolución Rusa era tal que los terceristas en el PSOE pudieron continuar su labor tras esta desafortunada escisión. En el congreso de junio de 1920, el partido resolvió afiliarse provisionalmente a la Tercera Internacional. La dirección reformista se aferró al carácter provisional de la decisión para tratar posteriormente de derogarla. Se decidió enviar a dos representantes a Rusia para discutir con los dirigentes soviéticos. Los elegidos fueron Fernando de los Ríos, profesor humanista, alejado del marxismo por su condición social pequeñoburguesa, y Daniel Anguiano, dirigente ferroviario favorable a la Tercera Internacional. Previsiblemente, el humanista De los Ríos volvió de Rusia escandalizado por la difícil situación que atravesaba el país, mientras que Anguiano quedó impresionado por la república soviética y por las ideas de la Internacional Comunista. Así las cosas, a su regreso a España ambas facciones se enzarzaron en una nueva disputa. Para la primavera de 1921, el entusiasmo por la Revolución Rusa en los medios socialistas españoles se había ido desinflando, la propaganda anticomunista hacía mella y los desmanes del PCE contribuían al descrédito de la Internacional. En abril, la dirección del PSOE rescinde su afiliación.
El ala izquierda decide entonces escindirse, formando el Partido Comunista Obrero Español (PCOE) en abril de 1921: son unos 9.000 militantes con una presencia notable en la UGT. Sin embargo, sus dirigentes acarrean gran parte de la rutina del viejo PSOE, centrándose en la actividad electoral y en consolidar sus posiciones sindicales. El PCOE es el contrario del PCE, si éste peca de extremismo, aquél es flemático. Ninguna de las dos hornadas de comunistas sabrá encontrar el equilibrio necesario. La Internacional Comunista de Lenin y Trotsky suponía una fantástica escuela para educar a movimientos comunistas inseguros y desequilibrados como el de España. Pero su rápida degeneración bajo la influencia del estalinismo destruirá esta tabla de salvación.
Ante la insistencia de la Internacional, en noviembre de 1921 los dos bloques se funden en el Partido Comunista de España (PCE). Las tensiones entre las dos almas de la nueva organización se mantendrán durante años. Para aquel momento, las dos facciones han perdido el grueso de sus efectivos, y el nuevo PCE cuenta tan sólo con unos 1.200 afiliados.
La CNT y la Internacional Comunista
Si la Revolución Rusa sacudió fuertemente a los medios socialistas, su impacto en la CNT fue aún mayor. Los anarcosindicalistas se convirtieron en firmes y honestos defensores de la Revolución de Octubre, y hasta 1921 enarbolaron la bandera del bolchevismo en España. El crecimiento extraordinario de la CNT en estos años está relacionado con su capacidad de vincularse con la Revolución Rusa. La Confederación pasó de tener unos 30.000 afiliados en 1914, a 80.541 en septiembre de 1918, y 790.948 en diciembre de 1919.
El punto álgido de entusiasmo cenetista por la revolución llegó en diciembre de 1919, durante su segundo congreso nacional, celebrado en el teatro de la Comedia de Madrid. Allí, la CNT proclamó su solidaridad con la Revolución Rusa, su intención de oponerse a cualquier intento del gobierno español de apoyar a los ejércitos Blancos, y anunció su afiliación a la Tercera Internacional. Un dictamen llegó a respaldar ‘una dictadura proletaria transitoria a fin de asegurar la conquista de la revolución’. Esto dio pie a una acalorada discusión, tras la cual se aprobó una resolución consensuada que abogaba por una afiliación provisional a la Internacional, y donde se reafirmaba que el objetivo de la CNT era el ‘comunismo libertario’.
¿Cómo fue posible este acercamiento entre libertarios y bolcheviques? No cabe duda de que la desinformación ayudó a los cenetistas a idealizar la Revolución Rusa; sin embargo, lo cierto es que los anarquistas españoles entendieron muy pronto que la revolución estaba encabezada por marxistas, y que, en vez de destruir el Estado, los bolcheviques habían creado un nuevo gobierno revolucionario para librar una lucha sin cuartel contra la reacción. Y los cenetistas apoyaron a este gobierno. Era éste un momento de gran lucidez para el anarquismo español. La experiencia estaba enseñando a los anarquistas que el camino al comunismo era más complicado de lo que imaginaban. En vista de la dura represión tras la huelga de 1917 en España y de la ofensiva imperialista a la que se tuvieron que enfrentar los sóviets desde el inicio, muchos libertarios llegaron a la conclusión de que era necesaria una dictadura del proletariado, basada en consejos de obreros y campesinos, para defender las conquistas de la revolución.
En concordancia con los acuerdos del congreso de la Comedia, la CNT envía a tres delegados a la Rusia revolucionaria, donde en julio iba a tener lugar el segundo congreso de la Internacional Comunista, aunque sólo uno de ellos, Ángel Pestaña, conseguirá llegar a Rusia. Pestaña arriba a un país devastado y exhausto tras tres años de guerra mundial y tres años de guerra civil. Pero a pesar de todos los envites, la revolución se mantiene firme. Pestaña visita Petrogrado y Moscú, donde tendrán lugar los principales actos del congreso, además del Volga. Pestaña participará también en las reuniones preliminares para la formación de la Internacional Sindical Roja (ISR), frente sindical del movimiento comunista.
Pestaña pasará a ser conocido como uno de los más implacables opositores de los bolcheviques. Sin embargo, el viaje de Pestaña sigue rodeado de misterio, pues éste no hizo públicas sus críticas hasta más de un año y medio después de haber vuelto de Rusia, en marzo de 1922, cuando publica unos informes muy negativos. Lo más probable es que este veterano anarquista volviera del viaje con ideas contradictorias, simultáneamente atraído y repelido por la revolución. Los informes de Pestaña serían importantes a la hora de definir la postura de la militancia anarcosindicalista. Pero su tardía aparición, así como la pervivencia del entusiasmo cenetista hacia la Rusia soviética, supuso que la CNT siguiera participando en la Tercera Internacional en 1921.
En abril de 1921, la CNT convocó un pleno nacional en Barcelona para elegir una delegación para viajar al congreso fundacional de la ISR. Andreu Nin y Joaquín Maurín, Hilario Arlandis y Jesús Ibáñez fueron escogidos. Todos ellos eran militantes jóvenes, fuertemente influenciados por la Revolución Rusa. El mandato que recibió la delegación era claramente favorable a la ISR, y, entre otras cosas, incluía la defensa de la ‘dictadura del proletariado ejercida por los sindicatos’.
Los delegados llegan a Rusia a finales de junio. En Moscú, asistirían al congreso fundacional de la ISR. Durante el encuentro, mantuvieron una actitud crítica, defendiendo la autonomía de la ISR frente a la Internacional Comunista, en línea con los postulados anarcosindicalistas. Sin embargo, los cuatro delegados cenetistas mostraron una actitud mucho más entusiasta que Pestaña. Claramente, quedaron impresionados por la revolución y por la Internacional.
A su vuelta a España, los delegados se toparon con un ambiente hostil. Los sectores anarquistas más intransigentes empezaban a dar la espalda a la Revolución Rusa, y sus posturas se fueron haciendo eco en la Confederación. En junio de 1922 la CNT abandona la ISR. Numerosos historiadores han achacado este giro a una cuestión empírica: la mayor información sobre la situación en Rusia convenció a los anarcosindicalistas de que sus principios eran incompatibles con los de los bolcheviques. Hay algo de verdad en este argumento, pero cabe subrayar que estas noticias de Rusia llegaban a España en un contexto muy distinto al que existía en 1918-1919. El alza en la lucha de clases de 1917-20 había dado lugar al reflujo, en España y gran parte de Europa. En este contexto, el entusiasmo dio paso al cinismo, la amargura y el sectarismo. Es una época de conservadurismo ideológico.
La tarea de los delegados de 1921, pues, no era nada fácil. Además, Andreu Nin decidió quedarse en Rusia. La tarea recaía sobre Arlandis, Ibáñez y, especialmente, sobre Maurín. Él era un joven de gran capacidad, un organizador nato, que contaba con la energía y la creatividad necesarias para emprender una labor política difícil. A través del semanario La Batalla, nuclearía a un grupo de cenetistas pro-bolcheviques. En un contexto de sectarismo, tendría el mérito de enarbolar la consigna valiente del frente único de la CNT y la UGT. Su propaganda tendría una cierta resonancia, aunque nunca superaron su aislamiento. Para otoño de 1924, derrotados en la CNT, Maurín y sus seguidores deciden afiliarse al PCE.
El grupo de Maurín tuvo grandes aciertos, aunque también defectos. La audacia de Maurín rayaba con la temeridad, y le llevaba a buscar atajos. Ideológicamente, su grupo era heterogéneo, tratando de sincretizar marxismo y anarquismo. La estrategia del grupo se centraba, por encima de todo, en ganarse a cenetistas influyentes y conquistar así los sindicatos, más que en hacer la labor de hormiga de reclutar y formar cuadros, de los que el grupo carecía más allá del círculo alrededor de Maurín.
El aborto del comunismo español
Para finales de 1921, el comunismo español contaba con tres almas. Por una parte, los jóvenes del Partido Comunista Español; por otra, la escisión más nutrida del PCOE; y finalmente, los cenetistas partidarios de la ISR. Numéricamente, los tres grupos eran pequeños, y los tres tenían debilidades palpables. El Partido Comunista Español era extremadamente sectario; el PCOE, rutinario y pasivo; y el grupo de La Batalla, heterogéneo e inestable. Así pues, el movimiento comunista nacía como una criatura débil y dividida. Quizás la única chispa de vida es la intervención de los comunistas en Vizcaya y Asturias, donde dirigen huelgas mineras y metalúrgicas importantes, en parte gracias a la unidad que forjan entre la UGT y la CNT y al frente único preconizado por la Internacional.
Además de la debilidad numérica del partido hay también una debilidad política, una incapacidad de desarrollar tradiciones propias, unas perspectivas sólidas y una capa de cuadros pensantes capaces de intervenir en el movimiento. Así las cosas, los dirigentes del PCE se dedican a regurgitar las resoluciones de la Internacional sin capacidad de pensar por su cuenta. Para más inri, con la enfermedad y muerte de Lenin y el ostracismo de Trotsky, la Internacional, bajo el control de Zinóviev y Stalin, realiza toda clase de giros alocados que marean y confunden a sus secciones. Las mentes más clarividentes del comunismo se van desgajando. En España, Maurín formará el Bloque Obrero y Campesino, mientras que Nin, partidario de la Oposición de Izquierdas de Trotsky, habrá de abandonar Rusia, formando la Izquierda Comunista española. Otros volverán al PSOE o a la CNT. Falto de cuadros y de tradiciones propias, cuando el PCE empieza a recomponer sus maltrechas fuerzas durante la Segunda República es un títere estalinista del Kremlin, y lo seguirá siendo durante la Guerra Civil.
Así pues, el surgimiento del comunismo en España resultó un aborto ¿Por qué? Hay una serie de errores subjetivos, especialmente la escisión desastrosa de abril de 1920. La brusquedad de la escisión y el sectarismo del nuevo partido hacia el PSOE y la CNT complican la labor de los terceristas en ambas organizaciones. Asimismo, el PCOE arrastra gran parte del bagaje del socialismo, dando muestras de una pasividad que ralentiza su desarrollo. Por otro lado, el grupo de Maurín, los terceristas más dinámicos, está lastrado por sus limitaciones teóricas, actúa con impaciencia y con una ambición desmedida.
Ahora bien, no podemos ser injustos con estos pioneros del comunismo. Las limitaciones subjetivas del PCE y el PCOE y de La Batalla reflejan respectivamente las limitaciones políticas del PSOE y de la CNT. La versión gris del marxismo que inculcaba el PSOE en su militancia dejó desarmados ideológicamente a los fundadores de los dos primeros partidos comunistas. El anarquismo de la CNT, aunque de temple revolucionario, era primitivo e incoherente desde un punto de vista teórico; los comunistas surgidos en su seno tuvieron que atravesar un proceso de formación política tortuoso. Y no hace falta decir que las condiciones en las que operaban los primeros comunistas, de represión y reflujo, eran harto difíciles.
A estos factores de fondo, hay que añadir un hecho objetivo de suma importancia. En otros países europeos la Primera Guerra Mundial sirvió de papel de tornasol para el movimiento obrero. Numerosas organizaciones socialdemócratas y sindicalistas apoyaron a sus gobiernos en la carnicería. La oposición a la guerra se tradujo en potentes corrientes revolucionarias en partidos y sindicatos que se convertirían en la semilla del comunismo. La neutralidad de España durante la contienda dejó en una situación bastante cómoda a las direcciones de la CNT y, sobre todo, del PSOE. No fueron puestas a prueba decisivamente, pudiendo mantener su autoridad. Con el abrupto reflujo en la lucha de clases a partir de 1921 y la consiguiente desánimo y desazón entre las bases, las viejas direcciones pudieron reafirmarse y alejarse definitivamente de su peligroso minué con la Tercera Internacional. Habría que esperar hasta los años 30 para presenciar un verdadero sacudimiento del obrerismo español. Pero para entonces la Rusia soviética y la Internacional Comunista habían dejado de ser una espuela para ser el peor de los frenos, con consecuencias catastróficas para el proletariado español.
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