El año 2011 comenzó con los típicos brindis por la salud, la felicidad y el éxito. Mientras los burgueses agarraban sus copas de champagne, parecía como si sus sueños se hubieran hecho realidad. El hundimiento de los mercados financieros que amenazaba con destruir la recuperación económica en 2010 no se materializó. Es probable que la producción mundial se haya incrementado en un 5%, mucho más deprisa de lo que se preveía.
El año 2011 comenzó con los típicos brindis por la salud, la felicidad y el éxito. Mientras los burgueses agarraban sus copas de champagne, parecía como si sus sueños se hubieran hecho realidad. El hundimiento de los mercados financieros que amenazaba con destruir la recuperación económica en 2010 no se materializó. Es probable que la producción mundial se haya incrementado en un 5%, mucho más deprisa de lo que se preveía.
“Quien ríe es que aún no ha escuchado las malas noticias”. (Bretch)
Todo era perfecto en el más perfecto de los mundos capitalistas. Aún así, siempre hay algunas nubes negras que oscurecen el cielo. A pesar de la recuperación del crecimiento en Alemania, que se ha basado en las exportaciones, la crisis en la zona euro permanece irresuelta. Y el crecimiento de las manufacturas alemanas depende de los inciertos pronósticos sobre la economía capitalista global.
La Biblia nos dice que la fe mueve montañas. Parece que, en el despertar de este nuevo año, la burguesía se ha tomado esto al pie de la letra. Se sienten tan aliviados de que lo peor se haya evitado (por el momento) que, por primera vez en muchos años, se han permitido expresar sentimientos optimistas sobre el panorama de la economía mundial.
El término bíblico “fe” se traduce al lenguaje de la economía política burguesa como “confianza”. De hecho, como categoría de la Economía Política, la “confianza” es muy superior a la fe. No sólo puede mover montañas sino que – lo que es más importante – puede mover las Bolsas. La religión dice que sólo si tenemos fe salvaremos nuestra alma inmortal. Los economistas nos dicen que sólo si tenemos confianza salvaremos la economía mundial.
Tras cada escuela moderna de filosofía burguesa se esconde el idealismo subjetivo. La base filosófica de la economía política burguesa no es una excepción a la regla. Un reciente editorial de The Economist nos lo confirma. Nos dice: “La confianza determina si los consumidores gastan y, por tanto, si las compañías invierten. El poder de los pensamientos positivos, como Vincent Peale señaló, es enorme”.
Desafortunadamente, la experiencia nos enseña que no importa hasta qué punto un pobre esté convencido de que es un billonario, en la realidad sigue siendo pobre. Sólo la confianza, por grande que sea, no puede llenar un estómago vacío en Bangladesh o hacer que un desempleado en Michigan encuentre trabajo. Tampoco “el poder de los pensamientos positivos” ayudará a tapar el enorme agujero dejado en las finanzas públicas por la crisis capitalista más seria desde la Gran Depresión.
La base material del optimismo
Durante los últimos cuatrocientos años el pensamiento burgués occidental se ha basado en el optimismo, la ilustración y el progreso. Oliver Cromwell y sus seguidores pensaron que su revolución había traído el Reino de Dios a la tierra. Los padres fundadores de los Estados Unidos de América estaban convencidos de que el país que habían creado sería mejor que ningún otro, garantizando a sus ciudadanos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Durante la Gran Revolución Francesa la burguesía despertó a las masas semiproletarias de París para luchar contra el despotismo feudal bajo la bandera de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y el Gobierno de la Razón. Entretanto, en Inglaterra, una revolución aún mayor estaba comenzando: una revolución industrial basada en la fuerza del vapor, las máquinas y el sistema fabril.
En aquellos tiempos el optimismo de la burguesía tenía una base material, porque el capitalismo, a pesar de todos sus crímenes y atroz brutalidad, jugaba un papel progresista en el derrocamiento de un sistema feudal decadente y degenerado al desarrollar las fuerzas productivas. En su búsqueda de beneficios, los capitalistas desarrollaron la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología hasta niveles jamás soñados. Al hacerlo, de forma inconsciente, desarrollaron también la base material para una formación social superior –el socialismo– y la clase destinada a derrocar el capitalismo – el proletariado–.
La burguesía ha compartido (y aún comparte) esa ilusión común a todas las clases sociales que han ejercido un papel dominante en la historia – desde los esclavistas romanos a la aristocracia feudal – es decir, que su sistema socioeconómico representaba la fase más avanzada y definitiva del desarrollo de la humanidad. Crecían fervientemente en la famosa frase de Leibniz, parodiada cruelmente por Voltaire en su Cándido, que dice: “todo es para mejor en el mejor de los mundos posibles”.
En ningún otro lugar ese sentimiento de optimismo ha estado más arraigado que en Inglaterra, el antiguo “taller del mundo”, que dominaba el mundo sobre la base de su poderío industrial y riqueza. Esa era la base para la visión del mundo que la clase dominante británica poseyó hasta 1914. La filosofía del liberalismo británico se derivaba de una versión superficial de la teoría de la evolución, por la que hoy era siempre mejor que ayer y mañana sería mejor que hoy. Esto, a su vez, no era más que un reflejo idealizado de la realidad material: el rápido desarrollo de las fuerzas productivas.
La Primera Guerra Mundial hizo estallar por los aires la reconfortante utopía del liberalismo burgués. Y desde entonces nunca se ha vuelto a recuperar totalmente. La historia del último siglo es la historia de convulsas revueltas de las fuerzas productivas contra los límites estrechos de la propiedad privada y el Estado nacional. Esto se expresó en dos guerras mundiales devastadoras y en un catastrófico colapso económico en el periodo de entreguerras. La idea de que la condición humana era susceptible de mejorar continuamente se veía contradicha a cada momento por la dura realidad.
Periodos históricos diferentes
La historia no avanza a lo largo de una línea recta. Tampoco lo hace en un ciclo eterno de “ondas largas”, tal y como imaginaba Kondratiev. Sus teorías parecen haberse puesto de moda entre algunos economistas burgueses que buscan consuelo en la idea de que “todo lo que baja ha de subir”. De esta manera, los burgueses intentan recuperar su optimismo perdido. Sin embargo, esto es tan posible como para una “dama deshonrada” lo es recuperar su virginidad.
Lo cierto es que hay periodos definidos en el desarrollo del capitalismo, y cada uno de ellos tiende a ser diferente de los demás. Si estudiamos la historia del capitalismo en los últimos 150 años, observamos, por un lado, una serie constante de auges y caídas (a los que los economistas burgueses suelen referirse como el “ciclo económico”). Estos “ciclos” siguen unas pautas un tanto irregulares que pueden, y de hecho lo hacen, variar en periodos diferentes. En la época de Marx, el ciclo normal duraba en torno a los diez años, aunque no hay una regla definitiva acerca de la regularidad de los ciclos económicos, que pueden variar de manera considerable.
Sin embargo, junto a los ciclos normales de expansión y contracción, es también posible detectar tendencias más amplias que caracterizan diferentes periodos. Esto es cierto no sólo en relación al capitalismo, sino también sobre otras formaciones socio-económicas. El estudio de la historia romana se divide en dos mitades claramente distinguibles, separadas por un turbulento periodo de lucha de clases que anunció el final de la República y los comienzos del Imperio. Esencialmente, este cambio reflejaba el principio del fin de la economía esclavista.
El declive de la esclavitud se extendió a lo largo de más de tres siglos. Durante este largo periodo de declive hubo momentos de recuperación, incluso de brillantez, pero la línea general fue descendente, conduciendo finalmente al colapso, las invasiones bárbaras y lo que llamamos la Edad de las Tinieblas. El resultado final fue el surgimiento de un nuevo sistema socioeconómico que conocemos como feudalismo.
En los aproximadamente dos siglos en que el capitalismo ha existido, hubo un período inicial caracterizado por un desarrollo explosivo de las fuerzas productivas. La historia nunca ha conocido una revolución tan formidable en la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología. Esta fue precisamente la base material para la confianza de la burguesía y sus ideólogos. La confianza de la burguesía en el período de su ascenso fue sólo parcialmente mermada por las crisis periódicas de sobreproducción que comenzaron a darse en la primera mitad del siglo XIX. Cada crisis fue seguida por un nuevo e incluso más tempestuoso crecimiento del comercio y la industria.
Hoy, muchos turistas de visita en Londres se maravillan ante el espectáculo de la Torre de Londres, una imponente estructura levantada hace más de un siglo que combina el aspecto de una catedral gótica con enormes estructuras de la revolución industrial construidas en sólido acero, tornillos y remaches británicos. No es sólo un puente sobre el río. Es una declaración, un manifiesto, con el que la burguesía británica anunciaba al resto del mundo: “Somos grandes. Ricos. Podemos hacer lo que queramos. Y nuestro poder perdurará mil años.”
Antes de la Primera Guerra Mundial hubo un periodo de prosperidad económica. Esto permitió a la burguesía hacer ciertas concesiones a la clase obrera, que empezó a ser consciente de su fuerza al formar sindicatos y organizaciones políticas de masas (la socialdemocracia). En teoría, los partidos de masas de la Segunda Internacional (Socialista) se basaban en el marxismo (con la excepción del partido laborista británico). Pero en la práctica la socialdemocracia europea era cada vez más reformista.
Con la excepción de Rusia, en la mayoría de países europeos el largo periodo de prosperidad económica apaciguó la lucha de clases. Ésta fue la base material para el auge de la burocracia y el reformismo. En sus declaraciones los líderes de la socialdemocracia predicaban la lucha de clases y la revolución socialista. Pero su psicología había sido modelada por décadas de paz social y actividad parlamentaria. Compartían la misma visión optimista de la burguesía liberal: hoy mejor que ayer, mañana mejor que hoy.
El verano de 1914 destruyó estas pacíficas ilusiones gradualistas. La Primera Guerra Mundial marcó el comienzo de un periodo enteramente diferente. La Revolución Rusa de 1917 preludió un periodo de colosal inestabilidad política y social. Los años de entreguerras tuvieron un carácter totalmente distinto al periodo anterior a 1914. El boom especulativo de los años veinte condujo al mayor colapso económico de la historia. El Crash de 1929 llevó a la Gran Depresión de los años 30, que sólo acabó con la Segunda Guerra Mundial.
Aquéllos fueron años turbulentos de revolución y contra revolución que pusieron en cuestión la propia supervivencia del capitalismo. Pero la historia demuestra que el capitalismo puede salir de la mayor de la crisis. Ya en 1920 Lenin había explicado a los ultraizquierdistas que la “crisis final del capitalismo” no existía. En tanto en cuanto el proletariado no derroque a la burguesía, ésta siempre encontrará una forma de salir del atolladero. El precio que la humanidad deba pagar por ello es otra cuestión.
El periodo de posguerra
Por razones que ya hemos explicado en otro lugar (ver ¿Habrá una recesión?, de Ted Grant), los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial fueron diferentes a los del periodo de entreguerras. Contrariamente a lo que Trotsky esperaba, el capitalismo tuvo éxito a la hora de restablecer un nuevo equilibrio tras la guerra.
Desde 1947 a 1973, el capitalismo mundial experimentó un rápido crecimiento. En este periodo el ciclo económico era más corto, lo que reflejaba cambios en las pautas de inversión, pero las recesiones eran menos profundas y más breves, apenas perceptibles. En los países capitalistas avanzados (el llamado Tercer Mundo era totalmente diferente) se disfrutaba de pleno empleo y de niveles de vida crecientes. Durante toda esta fase la lucha de clases en Europa y Estados Unidos no fue muy aguda. Aún así, no debemos olvidar que en el momento álgido del periodo de crecimiento económico de la posguerra, en 1968, la mayor huelga general de la historia tuvo lugar en Francia.
Esta fase llegó a su final con la primera recesión profunda en 1973-74. Los 70 fueron muy diferentes a los 50 o a los 60. Una vez más, la revolución volvía al orden del día en Portugal, España, Grecia e Italia. En otros países europeos, como Francia o Reino Unido, hubo grandes movimientos de trabajadores y jóvenes. Al otro lado del mundo encontramos los movimientos revolucionarios de masas en Pakistán y Bangladesh. Pero todas estas prometedoras oportunidades fueron desbaratadas por el comportamiento de sus líderes y acabaron en derrota.
Los años 80 marcaron un nuevo giro en la situación. La clase dirigente se aprovechó del reflujo en el movimiento y pasó a la contraofensiva. Bajo la bandera del monetarismo, el thatcherismo y el reaganismo, la burguesía reaccionó contra las políticas keynesianas previas. Deseaban volver a los buenos tiempos del capitalismo del “laissez faire”, reduciendo al mínimo la participación del Estado en la economía y haciendo que todo dependiera de la “economía de libre mercado”.
La caída de la Unión Soviética y de sus satélites, junto con la integración de China dentro del mercado mundial, profundizó esta tendencia reaccionaria. La entrada de 1000 millones de personas en la economía global capitalista abría la posibilidad a nuevos mercados y a inversiones altamente rentables. Se creó la ilusión de que “todo era para mejor en el mejor de los mundos posibles”. Las máquinas de la economía mundial rugían a pleno rendimiento. La especulación se disparó hasta cotas inimaginables. El optimismo de la burguesía experimentaba un renacimiento milagroso. Incluso llegaron a escribir acerca del “fin de la historia”.
Pero, como cualquier otro boom en la historia, éste también acabó en lágrimas. La recesión de 2008 fue, seguramente, la crisis económica más importante desde la Gran Depresión y, posiblemente, en la historia del capitalismo. Economistas y políticos se vieron obligados a tragarse sus propias palabras. Los mismos gobiernos que habían insistido en que las fuerzas del mercado debían decidirlo todo, corrían ahora con prisa indecente a rescatar a la banca con billones de dólares de dinero público.
La creciente alarma entre la clase dominante se reflejó en la sucesiva adopción de medidas contra el pánico por los bancos centrales, que ya no pretendían evitar la recesión, sino limitar sus efectos. Pero, a pesar de todas estas medidas, la crisis se profundiza y se extiende cada vez más.
Lo que dijimos
Como en toda crisis capitalista real, el problema central es la sobreproducción. En la actualidad, ésta se expresa como un exceso de capacidad global. Para usar una expresión acuñada por el socialista utópico Fourier, nos enfrentamos a una “crisis pletórica”. Hay demasiado acero, demasiado cemento, demasiados coches, demasiadas oficinas vacías, demasiado petróleo…
En tanto en cuanto el exceso de producción no se elimine, no podrá haber una auténtica recuperación en la economía mundial. Los economistas burgueses no tienen solución para este problema. Ocupan su tiempo en ensayar las más increíbles piruetas. Tras décadas persiguiendo el Santo Grial “de la economía de la oferta”, vuelven, de repente, a las prácticas de vudú de la economía keynesiana.
Los mismos que denunciaban ritualmente los males de los déficits keynesianos defienden ahora que se regalen billones a los bancos. El único resultado ha sido incurrir en déficits tan enormes que requerirán el trabajo de toda una generación para pagarlos. Ninguna de estas políticas puede resolver la crisis. Las políticas de Brown y Bush nacieron de la desesperación. Eran un intento de volver a inflar la misma burbuja que causó el lío en el que estamos metidos.
En 2008 escribíamos así en La crisis del capitalismo mundial se acelera:
“La expansión sin precedentes del crédito en el último período sirvió para mantener niveles altos de demanda en EEUU y en otros países. Pero ahora esta situación ha llegado a sus límites. Todo el proceso se convierte en su contrario. Nadie quiere prestar dinero y pocos desean pedir prestado. La sociedad es presa de un sentimiento de tacañería y avaricia. Las masas no tienen dinero para gastar, sólo deudas que pagar. Aquellos que anteriormente prestaban alegremente dinero ahora reclaman sus deudas. Muchos de los que contrajeron hipotecas para comprar casas no pueden pagarlas y se encuentran con el desahucio. Como el precio de sus viviendas ha caído, ahora están cargados con deudas enormes, que a diferencia del precio de las viviendas, no caen.
“Los banqueros, ayer ansiosos por prestar dinero a todos, ahora lo están por acaparar dinero y no compartir ni un céntimo. Esta actitud mezquina y desconfiada no es sólo para con los propietarios privados y pequeños empresarios, sino también para con otros bancos. No están dispuestos a prestar dinero a otros bancos porque no están seguros de recuperarlo. […]
“Como el crédito es la savia del sistema capitalista, la interrupción de la oferta de crédito significa que no sólo las ‘malas’ empresas entrarán en bancarrota sino también las ‘buenas’. La sequía de crédito amenaza a todo el proceso productivo de la sociedad con un estrangulamiento lento. […]
“En realidad la burguesía está atrapada. Haga lo que haga estará mal. Si no intervienen bombeando dinero en los bancos y en las empresas fracasadas, habría una recesión profunda con desempleo de masas como en los años treinta. Pero si recurren a métodos keynesianos de financiación del déficit, crearán unas deudas enormes que socavarán cualquier futura recuperación y actuarán como un tremendo dragado de la inversión productiva, creando las condiciones para un largo período de recortes y austeridad”.
Dos años después no tenemos razón alguna para cambiar una sola coma.
La crisis en los Estados Unidos
Lo que ocurre en la economía de los Estados Unidos es decisivo para el futuro del mundo. Los Estados Unidos es el país más rico del mundo. Pero ha usado todos sus recursos para evitar caer en recesión. Al revés que Europa, la economía norteamericana ha escapado de la austeridad justo antes de Navidad. El Congreso ha ratificado el acuerdo entre Obama y los republicanos por el que se extienden los recortes fiscales sobre los ricos a cambio de incrementar el gasto como estímulo. El acuerdo no reside sólo en exenciones fiscales por otros dos años, sino que añadió otro 2% del PIB en recortes fiscales para 2011. Lo que esto significa es más beneficios para los ricos a cambio de más promesas vacías.
Los economistas predicen que el producto americano crecerá hasta un 4% este año. Pero los políticos americanos están siguiendo una estrategia muy arriesgada. De hecho, están intentando volver a inflar la burbuja. Pero la perspectiva presupuestaria a largo plazo es catastrófica y ni Obama ni los republicanos tienen idea de cómo arreglar el déficit. La Reserva Federal es responsable por la solidez de la principal divisa del mundo. Hasta ahora, los mercados han preferido mirar para otro lado ante las dudosas actividades de las autoridades monetarias estadounidenses. América es aún considerada un refugio seguro para el capital. Tienen “confianza”. Pero ¿Cuánto durará esta confianza cuando se vea contradicha por la realidad económica?
Se han dado billones de dólares a los bancos con la esperanza de que volvieran de nuevo a prestar dinero. Pero no lo han hecho. Los banqueros no están dispuestos a prestar bajo las circunstancias actuales y no cambiarán de opinión, independientemente de los recortes en los tipos de interés o de los subsidios que reciban. El desempleo en los Estados Unidos permanece alto, colgando como un peso muerto sobre la economía norteamericana y mundial. Como resultado, enormes déficits presupuestarios amenazan la estabilidad de todo el sistema financiero mundial.
En un intento desesperado por reflotar la economía, la Reserva Federal continúa comprando bonos americanos. Esto es equivalente a un drogadicto inyectándose una nueva dosis de estimulantes. Con cada inyección, el paciente necesita una dosis mayor hasta que finalmente entra en coma. El consiguiente tratamiento de abstinencia podría ser muy doloroso.
Algunos quizás vean un crecimiento más rápido en el futuro próximo; pero un número creciente está preocupado por la enorme brecha en el déficit americano. Si esas preocupaciones se convierten en pánico, los Estados Unidos podrían sufrir una crisis de deuda pública en 2011. Cuando quiera que ocurra, tarde o temprano los mercados concluirán que, después de todo, el dólar no es tan fuerte. Una vez que el pánico comience, se extenderá y no parará hasta que el orden financiero mundial haya dado un vuelco. Las consecuencias para América y la economía mundial en su conjunto son incalculables.
La clase dominante norteamericana sufre de esquizofrenia aguda. Por un lado, defiende el saqueo de las finanzas públicas para salvar a los bancos; por otro, se lamentan y rechinan los dientes ante las crecientes deudas del Estado. Así, los republicanos amenazan con poner todo tipo de trabas e impedimentos a las propuestas de Obama en el Congreso.
La división en la clase dominante estadounidense se expresa en un amargo conflicto entre la Casa Blanca y los republicanos. Este conflicto saca a la luz las profundas contradicciones que existen a todos los niveles en la sociedad estadounidense. El reciente intento de asesinato de una congresista demócrata es un reflejo de la extrema polarización en la vida política y en la sociedad norteamericana. El pistolero fue declarado mentalmente desequilibrado, pero los líderes del ala derecha republicana están también algo desequilibrados. El hecho de que una pequeño burguesa histérica como Sarah Palin pueda ser seriamente considerada como líder de la nación más poderosa de la Tierra es una prueba más que suficiente.
En realidad, ni los demócratas y ni los republicanos tienen ninguna solución. Barack Obama ha sido rápidamente desenmascarado como lo que era, un orador de retórica vacía. Incapaz de resolver uno sólo de los graves problemas a los que se enfrenta el pueblo americano. Los republicanos, conscientes de su impotencia, le tienen acorralado. Las elementos más lunáticos y reaccionarios se están organizando en el llamado Tea Party –un movimiento heterogéneo que explota una serie de agravios entre diferentes capas de la sociedad estadounidense y un amorfo deseo de “cambio”–, el mismo deseo amorfo que previamente se había expresado en el movimiento por Obama.
Los trabajadores de los Estados Unidos tenían que pasar por la dolorosa escuela del señor Obama para poder aprender una amarga lección. Ni los demócratas ni los republicanos tienen algo que ofrecer al pueblo americano bajo las presentes circunstancias. La demagogia de Obama ha sido desenmascarada. Mañana será el turno de los republicanos.
[Continuará…]
12 de Enero de 2011