La guerra de Hitler contra la Unión Soviética y cómo Stalin preparó las condiciones para ella

Por Andrew Wagner

El pasado 22 de junio se conmemoró el 80 aniversario de la Operación Barbarroja, la invasión alemana de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Esta catástrofe sangrienta, que se cobró la vida de casi cinco millones de soldados soviéticos e implicó la conquista de amplios territorios soviéticos por parte de los nazis, fue facilitada por el sabotaje de Stalin y de la burocracia. El pueblo soviético tuvo que pagar por la decapitación del Ejército Rojo durante las infames purgas y la terrible gestión del esfuerzo de guerra. El pueblo cambió las tornas con sus esfuerzos heroicos y sus sacrificios, pese a sus dirigentes. 
Este artículo está dedicado a las decenas de millones de ciudadanos soviéticos, soldados del Ejército Rojo, partisanos y luchadores comunistas de la resistencia que sacrificaron todo para derrotar al nazismo.

Hace 80 años, el domingo 22 de junio de 1941, los nazis iniciaron la mayor invasión jamás vista sobre los pueblos de la Unión Soviética hasta ese momento. Para noviembre de ese año, los ejércitos de Hitler habían llegado a las afueras de Moscú, habían ocupado casi toda Ucrania y Bielorrusia y sitiado Leningrado, el corazón de la Revolución de Octubre. Para finales de 1941, las bajas soviéticas ascendían a 4,5 millones (de un ejército que antes de la guerra contaba con poco más de 5,3 millones). Aproximadamente un 40% de la población soviética cayó bajo ocupación nazi, junto con los territorios más industrializados y fértiles.1

Escribiendo en la prensa trotskista británica en julio de 1941, Ted Grant explicó:

“La situación internacional ha quedado totalmente trastocada ante el mayor choque en la historia de la humanidad, librado sobre un frente de casi 3.000 kilómetros. El asalto del imperialismo mundial contra el primer Estado obrero ya no es una mera cuestión de perspectivas marxistas, sino una verdad aterradora.”2

Estas pérdidas catastróficas supusieron el inicio de una “guerra dentro de la guerra”, que marcaría el resto del siglo XX. La pugna de 1941-1945 entre la Alemania nazi y la Unión Soviética fue el frente clave de la Segunda Guerra Mundial, que a su vez representaba una continuación sangrienta y una agudización del primer choque inter-imperialista de 1914-1919. De las 13 millones de bajas militares nazis, 10,7 millones lo fueron en el frente oriental.3

Desde los primeros días de la guerra, el pueblo soviético empezó a librar una lucha guerrillera heroica y masiva en las zonas ocupadas. El Ejército Rojo asestó golpes devastadores a las fuerzas fascistas en Stalingrado, Kursk y durante la Operación Bagration, que acabó convirtiéndose en el mayor avance militar de la historia. Estos esfuerzos condujeron a la captura soviética de Berlín, Varsovia, Praga y Budapest, allanando el camino para el dominio estalinista de Europa del Este hasta 1989. El Ejército Rojo también liberó a decenas de miles de prisioneros de los campos de exterminio nazis, incluyendo Auschwitz.

Defender la revolución: ¿revolución mundial o “socialismo en un solo país”?

Cuando el partido bolchevique de Lenin y Trotsky condujo a la clase obrera rusa al poder en noviembre de 1917, entendía bien el desafío que entrañaría la defensa del poder soviético contra el imperialismo mundial. Aunque la Unión Soviética formó un poderoso Ejército Rojo bajo la dirección de Trotsky en el transcurso de la Guerra Civil, la principal arma de defensa fue su actitud revolucionaria e internacionalista ante la clase obrera de las potencias imperialistas. Para mantener el poder, los bolcheviques cifraban sus esperanzas en la perspectiva de una revolución proletaria exitosa en los países imperialistas, sobre todo en Alemania.

Dirigiéndose a los soviets en julio de 1918, Lenin afirmó:

“Jamás nos hemos hecho la ilusión de que con las fuerzas del proletariado y de las masas revolucionarias de un solo país, por más grandes que sean su organización y disciplina—, de que con las fuerzas del proletariado de un solo país se pueda derrocar el imperialismo internacional… No nos hemos forjado la ilusión de que eso pueda lograrse con las fuerzas de un solo país. Sabíamos que nuestros esfuerzos llevan inevitablemente a la revolución mundial y que con los esfuerzos de los gobiernos imperialistas no se puede poner fin a la guerra empezada por ellos. Con la guerra únicamente pueden acabar los esfuerzos de todo el proletariado, y nuestra tarea, al asumir el poder como Partido Comunista proletario, cuando en los otros países ha quedado en pie la dominación burguesa capitalista, nuestra tarea inmediata era, lo repito, mantener ese poder, esa antorcha del socialismo para que continuara echando todas las chispas posibles al creciente incendio de la revolución socialista”.

El joven Estado soviético orientó su diplomacia a este fin. En los discursos que Trotsky pronunció en Brest-Litovsk, Trotsky se dirigió más a los obreros de Alemania, Austria-Hungría y del mundo que a los generales con los que compartía la mesa de negociaciones. La propaganda roja estimuló una oleada de amotinamientos que quebraron a los ejércitos y las marinas enviadas por las potencias imperialistas a aplastar la revolución. Las huelgas de obreros solidarios en todo el mundo bloquearon el envío de armas a los ejércitos blancos e hicieron cambiar sus planes a los gobiernos imperialistas partidarios de la intervención, ante el temor de provocar una revolución en sus propios países.

Durante la Guerra Civil, estallaron revoluciones en Finlandia, Hungría, Alemania, Italia y Mongolia. La victoria de los camaradas rusos inspiró y radicalizó a los obreros del mundo. Los bolcheviques fundaron la Internacional Comunista en 1919 para impulsar este proceso, ayudando a los trabajadores de otros países a formar sus propios partidos comunistas revolucionarios y poder coordinar la lucha contra el imperialismo y el capitalismo en el mundo entero.

Los gobiernos imperialistas del mundo, incluyendo entre otros a los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Japón y Alemania, enviaron tropas para combatir la revolución y respaldar a los ejércitos reaccionarios de los blancos. Los soviéticos respondieron formando el Ejército Rojo de obreros y campesinos, una fuerza plenamente internacionalista, compuesta inicialmente por grupos guerrilleros y por las Guardias Rojas de trabajadores formadas durante el año 1917.

Trotsky fue encargado de la tarea de transformar el Ejército Rojo en unas fuerzas armadas modernas y profesionales. En sus filas se integraron voluntarios y reclutas de la clase obrera y el campesinado soviético, así como luchadores internacionalistas de todo el mundo. Cabe destacar que el Ejército Rojo aprovechó con éxito el conocimiento de “expertos militares” profesionales, antiguos oficiales del ejército zarista, obligados a servir bajo la supervisión de comisarios soviéticos. Durante la Guerra Civil se forjaron algunos de los cuadros militares más importantes del periodo de entreguerras y de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a Tujachevskiy, Yúkov, Budionni, Voroshílov y muchos más.

En 1919, dirigiéndose al Primer Congreso de la Internacional Comunista como representante del Comisariado del Pueblo para la Guerra, Trotsky afirmó: “si salimos de Moscú, encontraremos en cualquiera de los frentes que lo rodean a un campesino ruso o un obrero ruso, fusil en mano de guardia en la fría noche, protegiendo las fronteras de la república socialista. Y les aseguro que los obreros comunistas que conforman el núcleo de este ejército sienten que no sólo son los guardianes de la República socialista rusa, ino también del Ejército Rojo de la Tercera Internacional”.4

Los soviéticos consiguieron derrotar a los ejércitos blancos y a sus mecenas imperialistas, pero pagaron un altísimo precio por ello. Lo que ahora pasó a llamarse la Unión Soviética había estado en guerra ininterrumpida entre 1914 y 1922, y los estragos causados por la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil implicaron un colapso de la economía y la sociedad, que afectó duramente a la propia clase obrera. Las ansiadas victorias revolucionarias en los países imperialistas fracasaron debido a la dirección reformista y colaboracionista de los partidos obreros, con lo cual la esperanza de recibir ayuda externa quedó frustrada. Así las cosas, la democracia obrera genuina de la primera etapa de la Revolución rusa fue degenerando. La clase obrera, exhausta, no era capaz de controlar el gobierno soviético tras años de sacrificios y padecimientos.

Tras la muerte de Lenin en 1924, el poder soviético dio paso al dominio de la burocracia estatal, gran parte de la cual había sido heredada del zarismo. Al principio de manera sibilina, pero luego con confianza creciente, Iósif Stalin se convirtió en representante de los intereses de la burocracia gobernante. La burocracia conservadora no compartía los designios bolcheviques de la revolución mundial, rechazando la salida revolucionaria a la crisis del país, prefiriendo limitarse a gestionar la economía planificada y nacionalizada y a ampliar sus privilegios en detrimento de los obreros y campesinos soviéticos.

Los sectores proletarios e internacionalistas del Partido Comunista fueron represaliados duramente por Stalin en la medida en que iba afianzando su poder. Al final, decenas de miles de militantes fueron expulsados del partido, despedidos de sus trabajos, desterrados o asesinados. Trotsky, el dirigente de la Oposición de Izquierdas y el adversario más formidable de Stalin en el partido, fue expulsado de la Unión Soviética en 1929 y asesinado por un agente estalinista once años más tarde.

El imperialismo mundial se dedicó en los años 20 a recuperarse de las convulsiones de la guerra mundial, lo cual dio un cierto margen de maniobra a la Unión Soviética. A pesar de la degeneración del partido en la URSS, los obreros organizados por la Internacional Comunista dieron muestras de gran combatividad. Surgieron oportunidades revolucionarias en un país tras otro en los años 20 y 30, pero la dirección estalinista no estaba a la altura. La derrota de la Revolución china de 1926-1927, durante la cual el aliado de Stalin, Chang Kai-Shek traicionó y masacró a los comunistas chinos, supuso un duro golpe a los ánimos de la clase trabajadora soviética, agravando su sensación de aislamiento. Pero nada facilitó la intervención imperialista tanto como la sucesión de derrotas de la Revolución alemana.

La debacle del estalinismo en Alemania

Los marxistas hemos analizado a fondo la Revolución alemana. Entre 1918 y 1933, los obreros alemanes tuvieron numerosas ocasiones para derrocar el capitalismo, aplastar al incipiente movimiento nazi y revivir la revolución europea. Sin embargo, los estalinistas que estaban al frente de la Internacional Comunista adoptaron políticas desastrosas en los momentos clave.

Durante la Revolución alemana de 1923, la ocupación alemana de la cuenca del Rühr supuso una grave crisis que planteó al Partido Comunista la oportunidad de una insurrección. En condiciones de hiperinflación, los obreros alemanes estaban indignados ante la coacción del imperialismo francés para obtener las compensaciones impuestas en Versalles, que el gobierno no podía asumir. Se formaron milicias obreras, y una oleada de huelgas recorrió el país. Trotski hizo un llamamiento a los comunistas alemanes para que aprovecharan la situación y organizaran una insurrección.

Los dirigentes comunistas alemanes convocaron manifestaciones y pidieron consejo a la Internacional Comunista. No obstante, Lenin estaba ya muy enfermo y Trotski y otras figuras importantes indispuestas, tocó a un pequeño grupo de dirigentes dirimir el camino a seguir ante una coyuntura clave. En una carta a Zinóviev, Stalin expresó su desconfianza conservadora ante las fuerzas revolucionarias de Alemania: “En mi opinión, hay que frenar a los alemanes en lugar de animarles.”5

Esta actitud devino dominante en la dirección de la Internacional, incluso ante la maduración de las condiciones para una ofensiva revolucionaria. Los dirigentes comunistas alemanes fueron exhortados a cancelar su huelga general y su insurrección en el último momento, provocando un fiasco desmoralizante.

La crisis económica y política de la Alemania de Weimar socavó las bases para una democracia burguesa estable. Los obreros alemanes una y otra vez emprendieron el camino de la lucha, librando grandes huelgas y respaldando masivamente a los socialdemócratas y comunistas en estos años. Los partidos burgueses tradicionales de Alemania eran incapaces de contener la energía combativa de la clase trabajadora. Temerosos de que pudiera triunfar la revolución en el corazón de Europa, la clase dominante buscó una alternativa, y la encontró en los nazis, previamente un grupúsculo perseguido que languidecía en los márgenes de la sociedad alemana, pero que ahora se convirtió en la mejor baza de los capitalistas para aplastar el potencial revolucionario del proletariado alemán. Ayudados por el dinero y el mecenazgo de los capitalistas europeos e internacionales, la popularidad del partido de Hitler aumentó de manera espectacular a finales de los 20 y comienzos de los 30, granjeándose el apoyo de loa pequeña burguesía arruinada y enloquecida.

Las fuerzas de la clase obrera se encontraban trágicamente divididas ante esta amenaza. Los socialdemócratas no querían que los trabajadores tomaran el poder, pudiendo así frenar a los nazis, así que la pelota quedaba en el tejado de los comunistas. Pero en este momento, la Comintern, ya plenamente estalinista, había adoptado la tesis del “tercer periodo”, que auguraba una “crisis final del capitalismo”. Esta idea falsa justificaba la postura equivocada de tachar a organizaciones reformistas como los socialdemócratas alemanes como “socialfascistas”. Los comunistas alemanes, siguiendo órdenes de Moscú, empezaron a presentar a los socialdemócratas como el principal enemigo a batir por el Partido Comunista.

Era cierto que los líderes reformistas siempre jugaron un papel contrarrevolucionario y traicionero y representaban uno de los principales pilares de la estabilidad capitalista, la política de los estalinistas sólo contribuyó a hacer de cuña entre los obreros comunistas y socialistas. La única forma de evitar la debacle era la revolución proletaria, pero ésta sólo era posible si los comunistas se ganaban la confianza de un sector determinante de las masas en lucha.

Un frente único de comunistas y socialistas era necesario para derrotar a Hitler. Los dos partidos no sólo contaban con un apoyo sólido por parte de los obreros, sino que también tenían milicias dispuestas a llevar la lucha contra Hitler hasta sus últimas consecuencias. Conforme aumentaba la amenaza de los nazis, Trotski y la Oposición de Izquierdas Internacional exhortaron a los comunistas a cambiar de rumbo y a combatir el fascismo codo con codo junto a los obreros socialistas. La lucha contra el nazismo podría haber sido una oportunidad para que los comunistas convencieran a los obreros socialdemócratas de la necesidad de una política revolucionaria.

Los estalinistas siguieron el camino opuesto, formando un bloque de facto con los nazis tras haber pintado a los socialistas como el “enemigo principal”. En 1931, los comunistas respaldaron la iniciativa nazi de promover un referéndum para derribar al gobierno socialdemócrata de la región de Prusia, escandalizando a los trabajadores socialdemócratas. Empleando consignas como “¡expulsemos a los socialfascistas de las fábricas y los sindicatos!” y “’echémosles de las fábricas, los centros de empleo y de formación!”, militantes comunistas colaboraron con los matones nazis en sus ataques a los mítines sindicales y de partido de los socialdemócratas.

Esta política contraproducente condenó al proletariado alemán mientras Hitler ascendía inexorablemente al poder. Las rencillas entre los partidos obreros además contribuyeron a convencer a las clases medias arruinadas y a los campesinos de que la única esperanza era Hitler y su “salvación” nacional. Cuando Hitler se convirtió en canciller, asestó sus primeros golpes contra los comunistas, los socialistas y los sindicatos, decapitando y atomizando al otrora poderoso proletariado alemán. Los nazis usaron el incendio del Reichstag como excusa para ilegalizar al Partido Comunista, y para marzo de 1933 Hitler se había convertido en el dictador de Alemania. Debido a la parálisis de los partidos obreros, Hitler pudo regodearse de haber tomado el poder sin romper un cristal.

La política exterior de Stalin

El auge de Hitler hizo que la guerra entre la Unión Soviética y la Alemania nazi fuera inevitable. El anticomunismo era uno de los fundamentos del nazismo y Hitler prometía colonizar amplios territorios de Europa del Este, convirtiéndolos en Lebensraum (espacio vital) para los alemanes.

La política estalinista del “socialismo en un solo país” condujo a una derrota tras otra al movimiento comunista internacional. El fracaso estrepitoso del “tercer periodo” dio lugar a la estrategia de los Frentes Populares, que implicaba la subordinación de la clase obrera a los liberales burgueses. La Internacional Comunista jugó un papel totalmente reaccionario cuando los trabajadores españoles se alzaron contra el golpe de Estado de Francisco Franco en 1936.

En vez de movilizar a la clase obrera para derrocar el capitalismo en España, y así socavar las bases de apoyo del fascismo, los estalinistas hicieron todo lo que estuvo en sus manos para evitar que la lucha desbordara los cauces del republicanismo burgués. Stalin veía una alianza con las democracias capitalistas de Francia y Gran Bretaña –y no en la revolución socialista internacional– la mejor manera de frenar el avance del fascismo. Por lo tanto, los comunistas tenían que esforzarse por no asustar a los potenciales aliados de la URSS. No obstante, mientras Hitler y Mussolini se volcaron en la guerra en España, los imperialistas franceses y británicos se mantuvieron “neutrales”.

Los estalinistas asumieron el papel de policías de la clase obrera, aplastando a los anarcosindicalistas y al POUM en nombre de la república burguesa en las Jornadas de Mayo de 1937. Con la clase obrera sometida, la iniciativa revolucionaria necesaria para derrotar a Franco se disipó, y otra dictadura fascista pudo establecerse en Europa.

Desperdiciando numerosas oportunidades, la dirección estalinista privó a la Unión Soviética de gobiernos obreros amistosos en otros lugares del mundo. Mientras Hitler hacía acopio de fuerzas, Stalin cifró sus esperanzas en el pacifismo burgués, la Sociedad de Naciones y los “amigos de la paz” que él creía ver en los imperialismos británico, francés y estadounidense. Cuando la Alemania nazi amenazó con anexionarse Checoslovaquia en 1938, Stalin intentó de nuevo de aliarse con el imperialismo anglo-francés, movilizando al Ejército Rojo para exhibir su fuerza. El absurdo de esta actitud quedó de manifiesto cuando los “demócratas” imperialistas, tras haber escuchado educadamente a Stalin, acabaron aceptando todas las exigencias de Hitler.

Para el año 1939, estaba claro el porvenir que deparaba a Europa. Stalin cometió otro grave crimen con el infame pacto Molotov-Ribbentrop con Hitler, a finales de agosto de ese año. Privado de cualquier apoyo en el ámbito internacional, Stalin decidió que era mejor conseguir una paz temporal –y el flanco oriental de Hitler– repartiéndose Europa del Este. Pero esta maniobra tan sólo despejó el camino a los planes de Hitler, preparando su conquista de Europa, en particular de Francia, entre 1939 y 1941.

Marx entendió que la conquista prusiana de Francia en 1871 abriría las puertas a una “guerra racial” entre alemanes y eslavos. Esta idea elemental era un secreto para Stalin, el empírico, en el que ya no quedaba ni un átomo de marxismo genuino. Comentando el pacto en la prensa, Trotsky, exasperado, explicó: “Stalin, por sobre todas las cosas, teme la guerra… Stalin no puede hacer la guerra con obreros y campesinos descontentos y con el Ejército Rojo decapitado… El pacto germano-soviético es una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de resguardar a la oligarquía soviética.”

El pacto generó un profundo desconcierto en las filas comunistas a lo largo y ancho del mundo, teniendo sus militantes que efectuar un giro de 180 grados del anti-hitlerismo a considerar a la Alemania nazi como un “aliado” de la Unión Soviética.

En los años previos a la Operación Barbarroja, Stalin firmó diferentes tratados comerciales con Hitler en otro esfuerzo ingenuo por comprar la “paz”, pero así sólo consiguió abastecer y armar a los verdugos fascistas en su aplastamiento de la clase obrera desde Polonia hasta Bretaña. Para 1941, la madera, la goma, el fosfato, el amianto, el cromo, manganeso, níquel y petróleo soviéticos eran exportados a Alemania y se habían convertido en componentes importantes de su industria de guerra.6 Los últimos envíos de estos recursos llegaron a territorio alemán pocas horas antes de que las bombas y obuses nazis empezaran a caer sobre las ciudades soviéticas y sobre el Ejército Rojo el 22 de junio.

El desarrollo del Ejército Rojo

Para finales de los años 30, el Ejército Rojo se había convertido en uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Los planes quinquenales soviéticos priorizaban la industria pesada y militar, con el objetivo de proteger al país del hostigamiento de los imperialistas –y también de defender a la burocracia privilegiada de las propias masas. Sobre la base de la economía planificada, la aviación soviética se convirtió en la envidia de todo el mundo. Los nuevos centros industriales producían un sinfín de tanques, aviones y piezas de artillería. Para el año 1941, más de 14 millones de ciudadanos soviéticos habían recibido entrenamiento militar y estaban preparados para ser movilizados en caso de guerra.7

Años de duros combates en el periodo de la revolución foguearon a un cuerpo de oficiales rojo que contaba con algunos de los más destacados teóricos militares de la época. El más importante era Mijaíl Tujachevski, el general rojo más exitoso de la Guerra Civil, que durante los años 20 y 30 desarrolló y teorizó junto a sus colaboradores el concepto de la Batalla Profunda, más tarde reformulado como el sistema de Operaciones Profundas. Este concepto enfatizaba la concentración de fuerzas, la movilidad, el combate con diferentes armamentos y ataques escalonados que buscaban abrumar al enemigo en puntos clave, penetrar en su retaguardia, interrumpir sus líneas de comunicación y suministro, y rodear sus fuerzas. Este método se basaba en la experiencia de la última etapa de la Primera Guerra Mundial y en la Guerra Civil rusa, y había sido puesta al día para una época de guerra industrializada y mecanizada. La nueva doctrina mostró su efectividad en las fases posteriores de la guerra con los nazis y fue la base de todas las grandes ofensivas soviéticas durante el conflicto.

Sin duda, este cuerpo de oficiales jugó un papel en la degeneración burocrática de la Revolución Rusa. Durante la propia Guerra Civil, surgió una supuesta “oposición militar” que se opuso a las políticas de Lenin y Trotsky, y a veces incluso las obstaculizó. Aunque incluía un abanico de posturas y personajes diferentes, la oposición militar generalmente abogaba por métodos guerrilleros y por la priorización de las “ofensivas” y las “maniobras” contra el mando militar centralizado basado en oficiales profesionales exzaristas. Esta era una corriente intelectual en los altos mandos del ejército, aunque también incluía a algunos comisarios y comandantes cercanos a Stalin que operaban en la zona de Tsaritsin (más tarde Stalingrado) durante la Guerra Civil.

Tras la guerra, este cuerpo de oficiales se arrogó cada vez más privilegios dentro del ejército y en el propio Estado soviético, siguiendo la tendencia de la burocracia en su conjunto. La mayoría se habían convertido en “expertos militares”. En 1935, el Ejército Rojo reformó su sistema de mando, creando nuevas jerarquías y elevando a personajes como Tujachevski, Voroshílov, Budionni, y otros, al rango de mariscal de la Unión Soviética.

Stalin decapita al Ejército Rojo

Aunque ahora estaba completamente al mando, Stalin seguía sospechando de los expertos militares. Tras haber aplastado brutalmente a las corrientes de oposición en el Partido Comunista, Stalin percibía al cuerpo de oficiales del Ejército Rojo, que mantenía cierta independencia del gobierno civil y tenía acceso directo a las fuerzas armadas, como la amenaza más inmediata a su gobierno. Pisoteando el espíritu de libre debate y crítica que existía en el Ejército Rojo durante la Revolución, Stalin buscó someter al aparato militar y ponerlo firmemente bajo su control.

A principios de 1937, la NKVD –la policía secreta– comenzó a arrestar a oficiales subalternos del Ejército Rojo, alegando que defendían «posturas trotskistas contrarrevolucionarias». En junio, las purgas alcanzaron a las altas esferas del Ejército Rojo, cobrándose al propio Tujachevski, a quien se consideraba muy cercano a Trotsky debido a su papel durante la Guerra Civil, junto a muchos otros altos oficiales. Voroshílov, mariscal soviético que había sido un estrecho colaborador de Stalin desde sus días en Tsaritsin, alegó que existía una «organización fascista militar contrarrevolucionaria y traidora» en el Ejército Rojo que operaba de una manera «estrictamente conspirativa», llevando a cabo una «obra de sabotaje y espionaje subversivos…»89

Entre 1937 y 1941, las purgas causaron estragos en todo el Ejército Rojo. De hecho, la aniquilación continuó durante los primeros meses de la invasión nazi. Si bien una minoría relativa de los oficiales purgados fueron realmente ejecutados, decenas de miles fueron a prisión o fueron condenados a realizar trabajos forzados, mientras que otros fueron censurados u obligados a retirarse. Algunos se suicidaron. La Fuerza Aérea Soviética, los servicios de inteligencia, las oficinas de planificación industrial y la propia NKVD también sufrieron extensas purgas durante este periodo. La Corte Suprema de la URSS calculó posteriormente que la cifra de víctimas totales de las purgas del Ejército Rojo ascendía a 54.714, pero se desconoce el número real.10

Los aduladores próximos a Stalin desde sus días juntos en Tsaritsin, como Budionni y Voroshílov, evitaron la purga y asumieron altos cargos. Esta fue una guerra civil unilateral contra las fuerzas armadas soviéticas, librada por razones políticas totalmente cínicas. Durante los meses desesperados que siguieron a la invasión nazi, el Ejército Rojo presionó rápidamente a muchos oficiales purgados para que volvieran a sus filas, entre ellos KK Rokossovski, que pasó a desempeñar un papel importante en la guerra. Esto ilustra cómo las acusaciones de deslealtad y traición no tenían ningún fundamento real, y que los ataques de Stalin a los comandantes del Ejército Rojo fueron de un carácter enloquecido y arbitrario.

Al final, tres de cada cinco mariscales de la Unión Soviética, el 80 por ciento de los comandantes de división y de cuerpo, todos los 16 comandantes de distrito militar y muchos otros miembros clave del personal de las fuerzas armadas cayeron víctimas de las purgas en vísperas de la invasión.11 Los oficiales se arriesgaban a ser arrestados por cualquier tipo de asociación con un militar purgado. Muchas unidades acabaron adoptando una puerta giratoria continua de nuevos oficiales en los años previos a la guerra, con sustituciones constantes cada vez que un comandante «desleal» era purgado. Esto condujo a una ruptura predecible de la disciplina y de la coordinación. El Ejército Rojo se resintió enormemente del caos que esto provocó. La moral y la preparación para el combate se desplomaron, y las tasas de suicidio, embriaguez y accidentes aumentaron considerablemente.12

Nada de esto pasó desapercibido para las potencias imperialistas. El Jefe de Estado Mayor alemán, von Beck, escribió en 1938 que el ejército soviético «no podía considerarse una fuerza armada como tal» porque las purgas «minaron la moral y la convirtieron en una máquina militar inerte».13 Durante las preparaciones de la Operación Barbarroja, Hitler calmó las preocupaciones de sus generales sobre las dimensiones del Ejército Rojo simplemente diciendo que «es un ejército sin cabeza».14 Las purgas hicieron de la Unión Soviética un objetivo vulnerable para los agresores nazis.

La práctica militar soviética también se vio desorganizada por las purgas. Si bien seguía siendo la doctrina oficial de las fuerzas armadas, la estrategia de Operaciones de Profundidad estuvo estrechamente ligada a la figura de Tujachevski y al sector de oficiales a su alrededor que ayudó a desarrollarla. Después de su caída en desgracia, Tujachevski fue interrogado, torturado, sentenciado por un tribunal ad hoc y, de forma sumaria, le dispararon en la nuca. Las purgas destruyeron en gran medida el cuerpo de oficiales responsable de entrenar al ejército en el método de las Operaciones de Profundidad. Así las cosas, los estrategas soviéticos comenzaron a desmantelar las formaciones mecanizadas dedicadas y requeridas para que las Operaciones de Profundidad tuvieran el éxito, eligiendo distribuir las fuerzas blindadas soviéticas de manera más uniforme entre las unidades de infantería de a pie. Esto, combinado con la falta de oficiales entrenados en este método, obstaculizó la aplicación efectiva de Operaciones de Profundidad en 1941.15

Como explica David Glantz, un destacado historiador de la guerra nazi-soviética, «nada tuvo un efecto más debilitante para el Ejército Rojo antes de la guerra que las purgas militares que comenzaron en 1937 y continuaron sin cesar hasta 1941».16

El Ejército Rojo intentó llenar el vacío promoviendo rápidamente a oficiales subalternos no cualificados y graduando a los cadetes militares antes de tiempo. El promedio de edad de los altos oficiales se redujo considerablemente en los años previos a la invasión nazi.17 En contraste con el curtido cuerpo de oficiales de la era de la Guerra Civil que había construido el ejército desde cero, relativamente pocos de los comandantes que hicieron frente al ataque nazi tenían experiencia de combate. En junio y julio de 1941, entablaron batalla contra generales nazis que se habían pasado los dos años anteriores venciendo a los mejores ejércitos de Europa Occidental.

El trotskismo y la defensa de la Unión Soviética

Hasta el día de hoy, algunos en la izquierda estalinista continúan repitiendo la mentira de que Trotsky estaba involucrado en una conspiración con la Alemania nazi y el Japón imperial contra la Unión Soviética. Este fue también el argumento que se blandió contra muchos de los oficiales del Ejército Rojo que cayeron en las purgas de Stalin. Nada podría ser más falso. El hecho de que no se haya encontrado ningún tipo de evidencia en los archivos de Japón o Alemania que corrobore esta afirmación muestra cuán absurda es. Después de la guerra, el Partido Comunista Revolucionario británico organizó una enérgica campaña internacional para utilizar los juicios de Nuremberg como una oportunidad para interrogar públicamente a figuras nazis de alto nivel sobre la cuestión de la supuesta «conspiración» de Trotsky con ellos.18 Sin embargo, las potencias imperialistas hicieron caso omiso.

De hecho, Trotsky pasó gran parte del período final de su vida trabajando diligentemente para convencer a algunos de sus propios partidarios de la necesidad de defender a la Unión Soviética en caso de guerra con las potencias imperialistas.

Escribiendo en septiembre de 1939, Trotsky dijo:

Pero supongamos que Hitler dirige sus armas hacia el Este y ocupa los territorios en que se encuentra ahora el Ejército Rojo. Los trabajadores dirán: «No podemos ceder a Hitler la destrucción de Stalin: esa es misión nuestra». En esas condiciones, los partidarios de la IV, sin cambiar para nada su actitud hacia la oligarquía del Kremlin, serán los primeros en el frente porque considerarán que la tarea más urgente del momento es la resistencia frente a Hitler. Los trabajadores dirán: «No podemos ceder a Hitler el derrocamiento de Stalin: esa es misión nuestra».

El análisis de Trotsky, que confirmó el proceso histórico, fue que el papel subjetivo de Stalin y de la burocracia soviética hizo a la Unión Soviética menos, no más segura, frente a la agresión nazi. Los trotskistas plantearon el derrocamiento revolucionario de la burocracia bonapartista por parte de la clase obrera soviética y la regeneración del movimiento comunista internacional como una condición necesaria para la defensa exitosa de la Unión Soviética. Pero en caso de un ataque, los trotskistas se pusieron incondicionalmente a favor de la defensa de la URSS y de su economía nacionalizada y planificada contra la barbarie nazi.

Durante la guerra, los trotskistas lucharon en la resistencia contra la ocupación nazi. Aquellos que se vieron reclutados en las filas de los ejércitos imperialistas llevaron a cabo propaganda revolucionaria y agitación contra sus gobiernos, luchando para transformar el conflicto en una guerra obrera revolucionaria contra el fascismo y el capitalismo. Los trotskistas argumentaron que se necesitaba un gobierno obrero para derrotar a los nazis y que los partidos y sindicatos de la clase trabajadora rompieran sus «alianzas» con «su» clase dominante para luchar por tal gobierno. Un enfoque internacionalista podría haber ganado a algunas partes del ejército alemán y fomentar la revolución en la propia Alemania.

Cuando los nazis atacaron el Este en junio de 1941, el Ejército Rojo decapitado luchó valientemente pese a los enormes obstáculos, a menudo aguantando sus posiciones hasta el último hombre en pie. Pero millones de soldados del Ejército Rojo se vieron en situaciones verdaderamente desesperadas por la incompetencia e inexperiencia de sus oficiales al mando.

Según David Glantz:

“Muchas de las derrotas iniciales soviéticas fueron el resultado directo de la inexperiencia del cuerpo de oficiales soviéticos superviviente [a las purgas]. Los comandantes de campo carecían de la experiencia práctica y de la confianza para adaptarse a la situación táctica y tendían a aplicar soluciones estereotipadas, como desplegar sus unidades siguiendo diagramas de libros de texto sin tener en cuenta el terreno real. El resultado fueron fuerzas que no estaban concentradas en los puntos más vulnerables al avance alemán y atacaron y defendieron de una manera tan predecible que a los experimentados alemanes les resultó fácil contrarrestar y evitar los golpes soviéticos [énfasis nuestro]».19

Más tarde, en 1941, el Estado Mayor soviético sintió la necesidad de dar órdenes a los comandantes subordinados de no simplemente distribuir sus piezas de artillería de manera uniforme en los sectores en los que estaban a cargo. El Jefe de Estado Mayor soviético, Georgui Yukov, incluso tuvo que prohibir explícitamente las cargas frontales hacia las fauces del enemigo.20 La escasez de cuadros militares competentes a consecuencia de las purgas hizo necesario que se dieran este tipo de instrucciones básicas desde el alto mando. Además de la ausencia física de comandantes cualificados, las purgas también dieron lugar a una atmósfera de miedo y resignación entre los oficiales supervivientes. Con las purgas, que continuaron durante la invasión nazi, los oficiales soviéticos se mostraban comprensiblemente reacios a desacatar las órdenes rígidas que venían desde arriba o los esquemas de los libros de texto, por temor a ser denunciados a la NKVD, cuyos agentes buscaban cualquier excusa para complacer a sus jefes en Moscú. Millones de combatientes del Ejército Rojo dieron su vida luchando en estas lamentables circunstancias.

En nombre de eliminar una «conspiración trotskista contrarrevolucionaria» inexistente, la propia mano de Stalin asestó los primeros golpes devastadores al Ejército Rojo a partir de 1937. Ninguna conspiración concebible podría haber dañado el esfuerzo de guerra soviético contra el nazismo más que las purgas de Stalin.

El camino a la guerra

Aunque la dirección soviética era muy consciente de que las purgas habían paralizado las fuerzas armadas, Stalin presionó al Ejército Rojo para que se abalanzara contra países como Finlandia, Polonia y Rumanía en el período anterior a la guerra. Bajo las cláusulas del Pacto Molotov-Ribbentrop, la Unión Soviética también ocupó, y luego se anexionó, los países bálticos de Estonia, Letonia y Lituania. Stalin vio estos movimientos como necesarios para formar un anillo defensivo entre la Unión Soviética y el creciente imperio nazi. En realidad, estas acciones simplemente crearon una frontera común con el Estado nazi por primera vez, y una vez estallada la guerra este «colchón» fue fulminado en poco tiempo.

La Guerra de Invierno de 1939-1940 contra Finlandia fue un episodio vergonzoso que reveló las muchas deficiencias del Ejército Rojo. A pesar del tamaño comparativamente pequeño del ejército finlandés, éste rechazó fácilmente el primer avance soviético, causando muchas bajas. Unidades de la templada Ucrania se desplegaron en la Finlandia subártica sin provisiones para el invierno, lo que resultó en su aniquilación a manos de las escasas fuerzas finlandesas. Los reconocimientos soviéticos no detectaron las defensas finlandesas al norte de Leningrado, lo que condujo a una masacre. Escribiendo en enero de 1940, Trotski reconoció con desdén la debacle como un ejemplo que mostraba «[…] hasta qué punto reina la estupidez y la desmoralización en el Kremlin y en la cúspide del ejército decapitado por el Kremlin». Una segunda ofensiva soviética fue mejor, lo que obligó a los finlandeses a aceptar los términos de paz del Kremlin, pero el daño a la moral y el prestigio del Ejército Rojo fue severo.

Los estrategas soviéticos presenciaron los desastres en Finlandia mientras tomaban nota con preocupación de las impresionantes victorias alemanas en los Países Bajos y Francia sólo unos meses después. Entre la Guerra de Invierno y la invasión nazi, el Ejército Rojo se sometió a varias reorganizaciones que lo sacudieron de arriba hacia abajo, intentando frenéticamente enderezar la situación antes de la embestida alemana. Cuando finalmente llegó el ataque, golpeó al Ejército Rojo en medio de otra de estas caóticas reformas. En junio de 1941, más del 75% de los comandantes del Ejército Rojo habían estado con sus unidades durante menos de un año.21

A pesar de los claros indicios de una acumulación militar alemana en Europa del Este, e incluso los informes de inteligencia que señalaban el día del ataque, las fuerzas soviéticas en las regiones fronterizas tenían una posición pasiva en junio de 1941. Stalin, temeroso del conflicto, se afanó sobre todo por evitar provocar a las fuerzas de Hitler a lo largo de la frontera. Esta preocupación lo llevó a ignorar el hecho de que los alemanes habían evacuado su embajada y que todos los barcos con bandera alemana habían salido de los puertos soviéticos. Más de 300 vuelos de reconocimiento nazis entraron en el espacio aéreo soviético en las semanas previas al ataque, pero no encontraron resistencia.22

Los trabajadores ferroviarios comunistas de Suecia también enviaron advertencias al gobierno soviético de una concentración de efectivos en el este, pero fueron ignorados. Un puñado de comandantes soviéticos tomó nota de la creciente actividad militar en el territorio ocupado por los nazis al otro lado de la frontera, lo que les puso a ellos y a sus unidades en un estado de alerta. Sin embargo, la gran mayoría de las unidades soviéticas se vieron totalmente sorprendidas por el ataque del 22 de junio, y esto llevó a su rápida derrota.

Los planes de guerra nazi tenían como objetivo destruir al Ejército Rojo en una serie rápida de maniobras envolventes cerca de la frontera. Hitler esperaba que una derrota rápida y sorpresiva provocaría una crisis política en la Unión Soviética que conduciría a la desintegración del régimen estalinista, análogo al proceso que condujo a la caída del zarismo y a la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.23 Sin embargo, la inteligencia nazi subestimó por completo el tamaño del Ejército Rojo, la tenacidad del pueblo soviético y la gran capacidad de movilización de la URSS. Esto hizo que los planes nazis para una rápida victoria fueran irrealizables, lo que los obligó a adentrarse más y más en el corazón de la Unión Soviética.

La catástrofe

A las 3 de la madrugada del 22 de junio de 1941, escuadrones de bombarderos alemanes de largo alcance cruzaron la frontera soviética para bombardear ciudades tan distantes como Leningrado y Sebastopol. El bombardeo de artillería comenzó a las 3:15. Al amanecer, enjambres de aviones alemanes aparecieron sobre los aeródromos soviéticos en la frontera, destruyendo más de 1.200 aviones de la Fuerza Aérea Roja, la mayoría mientras aún estaban en tierra. Los nazis controlaron los cielos sobre el campo de batalla durante las primeras semanas decisivas de su ofensiva, lo que les permitió golpear los refuerzos soviéticos, la logística y las posiciones del Ejército Rojo sin que se les opusiera resistencia.24

Más de tres millones de soldados de combate alemanes, apoyados por medio millón de soldados de los aliados finlandeses y rumanos de los nazis, marcharon hacia el territorio controlado por los soviéticos. Las fuerzas nazis avanzaron rápida y persistentemente. Encabezados por sus fuerzas blindadas, los generales alemanes aplicaron su estrategia del Blitzkrieg (“Guerra Relámpago”) en su máxima expresión. Sus audaces maniobras de cerco destrozaron a las desprevenidas fuerzas del Ejército Rojo. Ejércitos enteros simplemente se desvanecieron ante el fuego fulminante del ataque nazi.

En los primeros días de la guerra, las comunicaciones soviéticas se interrumpieron y era imposible obtener información precisa sobre las condiciones en el frente de Moscú. Stalin emitió órdenes inviables para una contraofensiva general en la noche de la invasión, de acuerdo con los planes soviéticos anteriores a la guerra. La falta de preparación del ejército y la ferocidad del avance nazi condenaron al fracaso a las unidades que intentaron cumplir esta orden.

Después de unos días, Stalin, abatido, desapareció durante dos semanas. Retirándose a su dacha personal a finales de junio, Stalin les dijo a sus subordinados “Todo está perdido. Me rindo. Lenin fundó nuestro Estado y lo hemos jodido».25 El pueblo soviético se enteró por primera vez de la guerra a través de una breve transmisión de radio de Mólotov en la noche del 22 de junio, pero no tuvo noticias del propio Stalin hasta el 3 de julio.

Los generales soviéticos pasaron las primeras semanas de la guerra tratando apresuradamente de armar una defensa y organizar los contraataques planeados contra las avanzadillas alemanas, pero fueron superados y abrumados en casi todo momento. La ofensiva nazi tuvo más éxito en los sectores norte y central del ataque. Minsk, la capital bielorrusa, cayó el 26 de junio después de que los bombarderos alemanes redujeran gran parte de la ciudad a escombros. En tres semanas, las fuerzas nazis arrasaron las repúblicas bálticas, posicionándose para un avance sobre Leningrado. Las fuerzas soviéticas resistieron algo mejor en el sector sur, en parte porque sus primeras líneas de defensa correspondían al río Bug, y en parte porque los estrategas soviéticos habían desplegado más tropas allí antes de la guerra.

Los generales nazis estaban jubilosos. Uno de ellos, Halder, escribió el 3 de julio que la destrucción del Ejército Rojo a lo largo de la frontera significaba que toda la guerra se había ganado en el lapso de dos semanas.26 Los ejércitos nazis habían avanzado más de 600 kilómetros en territorio soviético e infligido más de 750.000 bajas al Ejército Rojo, destruyendo más de 10.000 tanques y casi 4.000 aviones sobre la marcha.27 Las pérdidas alemanas fueron comparativamente leves.

Sin embargo, a mediados de julio, los ejércitos de Hitler, que esperaban encontrar poca resistencia en territorio soviético, comenzaron a toparse con enormes formaciones enemigas cuya existencia había pasado desapercibida para la inteligencia alemana. Estas unidades no fueron dirigidas con mayor eficacia que las fuerzas soviéticas cerca de la frontera, pero al menos fueron movilizadas y pudieron entrar en combate. También preocupaba cada vez más a los alemanes la cuestión de la logística y el suministro.

El concepto del «kilómetro ruso» se popularizó entre los comandantes nazis debido a la gran disparidad en la infraestructura entre el teatro de operaciones de Europa Occidental y la Unión Soviética, que tenía pocas carreteras modernas. Los vehículos alemanes se averiaban con mayor frecuencia en estas condiciones, lo que dificultaba el avance. Las líneas ferroviarias soviéticas también usaban un ancho de vía diferente al del resto de Europa, lo que hacía imposible que los nazis usaran sus propios vagones de carga en territorio ocupado sin modificaciones importantes. Trotski había escrito en 1936 que las principales ventajas de la URSS en la guerra serían su vasto territorio y su enorme población, y estos dos factores comenzaban a hacerse sentir.

La ocupación

La ocupación nazi fue cruel y brutal. Trotsky había planteado que, en caso de invasión, la principal amenaza para el sistema soviético no serían los propios ejércitos imperialistas, sino el volumen de mercancías baratas que traerían consigo. Esto serviría para socavar la frágil base de la economía planificada, que era disfuncional debido a su mala gestión por parte de la burocracia. Sin embargo, a los nazis no les interesaba convertir la Unión Soviética en un nuevo mercado, sino despoblarla y colonizarla. Heinrich Himmler estableció el objetivo de reducir la población eslava a 30 millones de personas, y Herman Göring se jactó ante el ministro de Relaciones Exteriores de Mussolini de que entre 20 y 30 millones de personas en Rusia morirían de hambre en 1941. Las estimaciones modernas del costo real de esta política indican que 4,4 millones de ciudadanos soviéticos murieron por causas relacionadas con el hambre durante la guerra.28

La propia Operación Barbarroja tenía este objetivo genocida. Los ejércitos nazis esperaban sostenerse parcialmente mediante el saqueo sistemático de alimentos, ganado, madera y otros materiales soviéticos.29 Al final de la guerra, casi tres millones de ciudadanos soviéticos se vieron obligados a realizar trabajos forzados para la industria alemana.30 Las fuerzas nazis, al ocupar una ciudad, realizaban ejecuciones sistemáticas para aterrorizar a la población hasta someterla. Las directivas nazis hacían opcional que los comandantes castigaran a los soldados alemanes que abusaran de la población ocupada.31

Las órdenes emitidas el 19 de mayo de 1941 pedían «una acción despiadada y enérgica contra los agitadores bolcheviques, combatientes irregulares, saboteadores, judíos y la eliminación total de toda resistencia activa y pasiva».32 Esta orden dio a las tropas nazis un cheque en blanco para asesinar judíos dondequiera que los encontraran. La inclusión de judíos en esta orden también muestra hasta qué punto el antisemitismo y el anticomunismo estaban entrelazados en aquellos días, como sigue siendo el caso hoy.

Después de la guerra, algunos apologistas revisionistas intentaron «restaurar el honor» de la Wehrmacht alemana como soldados profesionales, ajenos a la ideología nazi. Sin embargo, algunos análisis han demostrado que hasta el 29 por ciento de los oficiales alemanes en el ejército invasor eran personalmente miembros del Partido Nazi y, además, que fueron estos oficiales quienes llevaban la batuta en las fuerzas armadas.33

El anticomunismo fue una piedra angular de la política nazi en los territorios ocupados. Hitler exigió la «aniquilación del bolchevismo». La infame «Orden del Comisario» estipulaba que los comisarios del Ejército Rojo capturados no recibirían los derechos normales de los prisioneros de guerra y serían ejecutados de inmediato. Sin embargo, las fuerzas nazis interpretaron esta orden de forma indiscriminada para incluir a todos y cada uno de los miembros del Partido Comunista. Las fuerzas especiales de las SS enviadas a la Unión Soviética fueron seleccionadas a dedo en función de sus convicciones anticomunistas personales. Se trataba de voluntarios, procedentes de estratos sociales que incluían exsoldados de los Friekorps, expolicías rompehuelgas y represores de la izquierda durante el período de Weimar y camisas pardas nazis.34

Todo esto muestra la insensatez de la expectativa nazi de que una crisis política acabaría por tumbar al gobierno estalinista. Sus políticas parecen intencionadamente pensadas para que la población hiciese piña en torno a Stalin. Si bien ciertamente hubo colaboradores de derecha y nacionalistas que dieron la bienvenida a la invasión, particularmente en las repúblicas bálticas y Ucrania, estos fueron una minoría. Ante la elección entre el exterminio a manos de los nazis o el indudable progreso logrado por la revolución desde 1917 —a pesar de los crímenes de la burocracia— la abrumadora mayoría de trabajadores y campesinos se unió a la causa soviética en poco tiempo.

Las maniobras masivas de cerco nazi de la primera fase de la guerra produjeron un gran número de prisioneros soviéticos. El futuro que deparaba a estos hombres era atroz. Los nazis no tenían ningún plan para gestionar este volumen de soldados capturados. A los prisioneros soviéticos se les negó la comida y se enfrentaron a marchas de la muerte hacia el oeste. Los soldados nazis tenían órdenes de disparar a los prisioneros soviéticos que colapsaran. Muchos prisioneros de guerra soviéticos fueron conducidos en vagones de ferrocarril abiertos y enviados a campos de concentración. Los informes oficiales nazis de 1941 estimaron que entre el 25 y el 70 por ciento de los prisioneros soviéticos murieron de camino hacia el oeste.35 Los nazis también usaban prisioneros para tareas como marchar a través de campos minados para despejar el camino para sus propias unidades.36

A finales de 1941, habían muerto más de 300.000 prisioneros soviéticos. Al final de la guerra, este número ascendió a 3,3 millones, cerca del 56% del número total de prisioneros de guerra soviéticos. En comparación, el 18% de los prisioneros nazis retenidos por los soviéticos murieron en cautiverio. Más de 1,5 millones de prisioneros soviéticos regresaron a la URSS al final de la guerra. Sin embargo, debido a las órdenes de Stalin en las fases iniciales de la guerra, todo el personal soviético que se rindió fue considerado traidor. Estos soldados del Ejército Rojo se enfrentaron a una discriminación generalizada en la URSS, y muchos acabaron en el gulag tras su liberación del internamiento nazi. Los prisioneros de guerra soviéticos no fueron rehabilitados legalmente hasta 1994.37

El papel desastroso de Stalin

A finales de julio, feroces batallas alrededor de Smolensk, a lo largo del eje Minsk-Moscú, provocaron una interrupción temporal del avance nazi. Si bien los alemanes aún lograron éxitos tácticos, nuevas cantidades de fuerzas soviéticas opusieron una resistencia más tenaz y las líneas de suministro alemanas se estaban sobreextendiendo.

Los generales de Hitler abogaban por una ofensiva contra Moscú con el fin de quebrar la inesperada resistencia del Ejército Rojo. Sin embargo, en agosto, Hitler decidió detener el avance para desplegar sus fuerzas blindadas para atacar al norte hacia Leningrado, y al sur para destruir las fuerzas soviéticas en Ucrania y apoderarse de la riqueza agrícola de la república.

Como se señaló, las fuerzas del Ejército Rojo se habían mantenido mejor en el sector sur en comparación con el resto del frente, y representaban una amenaza para el flanco sur alemán si los nazis intentaban avanzar sobre Moscú. Pero esto también entrañaba un riesgo para las tropas soviéticas en Ucrania, que podían quedar atrapadas entre las fuerzas del Eje venidas de Rumanía y la posible ofensiva alemana desde el sector central. Los comandantes del Ejército Rojo eran conscientes del peligro que se cernía sobre sus tropas en Ucrania; sin embargo, Stalin esperaba que los nazis mantuvieran su ataque hacia Moscú.

El 29 de julio, Yúkov propuso retirar las fuerzas soviéticas de la región de Kiev para reforzar el sector central y acortar el frente defensivo del Ejército Rojo, permitiéndole concentrar mejor sus fuerzas, que estaban agotándose. Por esta sensata sugerencia, Stalin destituyó a Yúkov, su comandante más capaz, como Jefe de Estado Mayor. Stalin temía que el abandono de Kiev, la capital de Ucrania, enviara una mala señal a sus «aliados» británicos.38 Por lo tanto, Stalin estaba más preocupado por su posición ante los ojos del imperialismo «democrático», que no haría nada para detener a Hitler en esta etapa, que por la seguridad de Moscú y del gran número de soldados del Ejército Rojo que estaban a punto de ser víctimas del plan de Hitler.

El avance nazi sobre Kiev, encabezado por unidades blindadas de élite, comenzó a principios de agosto. Otros oficiales rojos comenzaron a clamar por una retirada, pero Stalin insistió en que Kiev se mantuviera a cualquier precio. La batalla por Ucrania se prolongó hasta septiembre y la situación se agravó. Incluso oficiales estalinistas dedicados como Budionni, que estaba al mando en Ucrania, comenzaron a exigir una retirada táctica. El 13 de septiembre, los comandantes locales enviaron telegramas al alto mando soviético advirtiendo de una catástrofe inminente. Stalin tachó estas advertencias como «ataques de pánico» y ordenó a las fuerzas en Ucrania que detuvieran sus retiradas parciales.39

El 16 de septiembre, las fuerzas nazis completaron su cerco de las tropas del Ejército Rojo cerca de Kiev. Las órdenes del mando soviético de retirarse finalmente llegaron, pero demasiado tarde. Las fuerzas rodeadas intentaron luchar para salir de la trampa. De las más de 750.000 tropas del Ejército Rojo que combatieron cerca de Kiev el 1 de septiembre, solo 15.000, entre ellas Budionni y el futuro primer ministro soviético Nikita Jruschev, entonces comisario, pudieron escapar.40

La destrucción del Ejército Rojo en Ucrania fue una calamidad absoluta, que abrió un eje sur para el incipiente avance sobre Moscú y privó a los asediados defensores del Ejército Rojo en el sector central de los refuerzos que tanto necesitaban. Las pérdidas incurridas excedieron las de las batallas de junio en la frontera. Todo el personal de mando del Ejército Rojo había previsto este desastre. Sólo un hombre, Iósif Stalin, les impidió tomar cartas en el asunto.

Industria, proletariado y guerra

La economía nacionalizada y planificada de la URSS fue una ventaja inestimable en la lucha contra el nazismo. Sin embargo, con el Ejército Rojo decapitado y desanimado, y los líderes soviéticos torciendo la situación militar, los impresionantes logros industriales de los planes quinquenales quedaron en entredicho. Aquí, sin embargo, la economía planificada ofreció una solución.

A finales de junio, el Comité Estatal de Defensa estableció el Consejo de Evacuación para trasladar plantas industriales desde el oeste de la Unión Soviética, donde se encontraba la mayor parte de la industria soviética, a los Urales y Siberia. Este fue un proyecto colosal y complejo, y la agencia estatal de planificación GOSPLAN lo coordinó. A medida que aumentaba la producción de guerra, el suministro eléctrico debía mantenerse hasta el último minuto antes de que las plantas fueran empaquetadas y enviadas. La evacuación requirió 1,5 millones de vagones de tren.41

Al final, en noviembre de 1941 se trasladaron al este más de 1.500 fábricas. Comenzaron a producir casi de inmediato, a menudo en cabañas de madera improvisadas, o incluso al aire libre a la luz de enormes hogueras. Esto es más impresionante dadas las temperaturas bajo cero en las que ocurrió gran parte de esto.42

Los recursos que no eran móviles, como las represas hidroeléctricas y las minas de la región de Donbas, fueron destruidos para privar a los nazis de su uso. Las autoridades soviéticas llevaron a cabo una destrucción masiva de cultivos en el campo. Las agencias económicas alemanas se llevaron una desagradable sorpresa por la falta de recursos que quedaban para saquear a medida que sus ejércitos se adentraban en la URSS. Este fue un duro golpe para los planes de los nazis. La experiencia de la Francia capitalista, que permitió que toda su industria de armamentos cayera intacta en manos nazis, mostró que tales medidas eran imposibles en una economía de mercado de propiedad privada.43

Pese a ser una camarilla gobernante bonapartista, la burocracia soviética pudo apoyarse en la clase trabajadora soviética de varias maneras. Como en otros países enfrentados a la dominación fascista, los trabajadores emprendieron voluntariamente turnos más largos en las fábricas para producir material de guerra. Las evacuaciones industriales trasladaron a cientos de miles de trabajadores soviéticos de las ciudades a regiones remotas de la URSS. Las ciudades y pueblos remotos del interior soviético duplicaron o triplicaron sus poblaciones casi de la noche a la mañana. Las autoridades soviéticas también reclutaron a la población urbana para construir trincheras, búnkeres, campos de minas y otras defensas para ayudar en las batallas defensivas del Ejército Rojo.

Millones de trabajadores eran reservistas del Ejército Rojo, y la rápida movilización los sacó directamente de las fábricas y los vistió de uniforme. A medida que la situación se volvía más desesperada, surgieron decenas de divisiones de la Milicia Popular, principalmente de trabajadores industriales con conciencia política. Recibieron un entrenamiento de tan sólo unas pocas semanas, se les proporcionó un armamento escaso y, con frecuencia, carecían de las condiciones físicas necesarias para el combate.44 Las milicias populares entraron en acción principalmente en la defensa de ciudades industriales como Moscú y Leningrado, y sufrieron numerosas bajas.

La batalla por Moscú

Los ejércitos nazis completaron el sitio de Leningrado a finales de septiembre, cercando el lugar de nacimiento de la Revolución Rusa. Las desesperadas fuerzas soviéticas bajo el mando de Yúkov detuvieron el último empujón alemán hacia las afueras de la ciudad con tanques pesados que acababan de salir de las líneas de montaje de la ciudad.45 Ante esta resistencia, y ansioso por reanudar el avance sobre Moscú, Hitler ordenó a sus ejércitos que se prepararan para un asedio y bombardeo continuo de la ciudad, mientras retiraba las unidades blindadas desplegadas allí de regreso al sector central.46 El asedio de Leningrado duró 872 días y se cobró las vidas de casi dos millones de civiles y militares soviéticos.

Tras neutralizar las fuerzas del Ejército Rojo en Ucrania y sitiar Leningrado, Hitler volvió a centrarse en el frente de Moscú. Los nazis reunieron una fuerza de casi dos millones de hombres, 1.000 tanques, 14.000 piezas de artillería y 1.390 aviones de combate. Estos contingentes se estrellaron contra las exhaustas y mermadas fuerzas del Ejército Rojo cerca de Smolensk, Via’zma y Briansk, una fuerza de 1,2 millones que tan sólo contaba con 990 tanques, en su mayoría obsoletos, y 667 aviones. A medida que las fuerzas nazis avanzaban, Stalin volvió a dar órdenes inflexibles para que el ejército se mantuviera firme, y se produjo otro cerco masivo. Más de un millón de soldados del Ejército Rojo se perdieron en esta operación, denominada Tifón, siendo 688.000 capturados como prisioneros.47

Tras este desastre, el Ejército Rojo tenía pocos efectivos para defender Moscú. Las autoridades soviéticas declararon la ley marcial en la ciudad y el gobierno se preparó para ser evacuado hacia el este. Sin embargo, a mediados de octubre, las lluvias torrenciales convirtieron las carreteras rusas en ríos de barro, haciéndolas casi intransitables para las fuerzas mecanizadas alemanas. Esto ralentizó considerablemente el avance fascista y le dio al Ejército Rojo más tiempo para congregar refuerzos alrededor de la ciudad. Estos refuerzos vinieron de toda la Unión Soviética, incluida la caballería mongola y las fuerzas experimentadas del Lejano Oriente, que llegaron al frente en el último momento. Yúkov asumió el mando de la defensa de Moscú.

Las fuerzas nazis tuvieron que esperar hasta que el suelo se congelara a mediados de noviembre para reanudar su ataque. Intentaron rodear Moscú desde dos direcciones, pero se toparon con una gran resistencia de los ejércitos soviéticos, ahora reforzados. Las líneas de suministro nazis se habían alargado demasiado y también se veían obstaculizadas por el barro y el hostigamiento guerrillero, cada vez más intenso. Los escuadrones de la Luftwaffe volaban desde aeródromos improvisados, que carecían de los hangares necesarios para mantener sus aviones operativos en condiciones climáticas adversas. Por el contrario, los soviéticos luchaban en las afueras de un importante centro industrial y de transporte, y los aviones soviéticos volaban desde aeropuertos militares permanentes.

A finales de noviembre empezó a nevar. Los soldados nazis tenían que excavar rutinariamente más de un metro de nieve simplemente para moverse en cualquier dirección, lo que dificultaba enormemente las operaciones blindadas. A principios de diciembre, las temperaturas bajaron a -34 grados centígrados. Este fue uno de los inviernos rusos más fríos de la historia desde que hay registro. Los motores de los tanques debían dejarse encendidos en todo momento para que no se congelaran, y los suministros de combustible nazi se agotaban rápidamente. Los soldados alemanes, que esperaban pasar el invierno en el Moscú ocupado, se encontraron acampados al aire libre. La congelación y las infecciones se extendieron por los ejércitos invasores, que no estaban preparados para un clima tan adverso.48

Las tropas nazis lograron cruzar el canal Volga-Moscú, y algunas unidades de reconocimiento avanzaron hasta estar a la vista de las agujas del Kremlin. Este fue el mayor alcance del intento nazi de apoderarse de Moscú.

El primero de diciembre, sintiendo el agotamiento de sus contrincantes, el Ejército Rojo inició una contraofensiva a gran escala contra las fuerzas nazis fuera de Moscú. A estas alturas, el desgaste de los últimos estertores de la ofensiva de Hitler había diezmado a las tropas alemanas: la batalla la libraban ahora 388.000 soviéticos contra 240.000 nazis.

El Ejército Rojo había recuperado la iniciativa. En estas condiciones extraordinarias, la arcaica caballería soviética se convirtió en una ventaja sobre los alemanes que habían quedado paralizados, ya que los caballos tenían más facilidad para moverse en la ventisca que los tanques nazis. Algunas tropas del Ejército Rojo también tenían esquís, lo que les permitía maniobrar con mayor facilidad que sus oponentes. Los paracaidistas soviéticos, considerados la élite del Ejército Rojo y a menudo reclutados de las organizaciones juveniles comunistas del Komsomol, se lanzaron a las zonas de retaguardia nazi como parte de este contraataque.49 Las fuerzas de Yúkov cortaron y destruyeron las puntas de lanza nazis al norte y al sur de Moscú, y a mediados de diciembre había comenzado una ofensiva a lo largo de todo el frente de Moscú.50

La contraofensiva provocó una crisis en el Estado Mayor nazi. Hitler, que durante mucho tiempo desconfió de su cuerpo de oficiales superiores, replicó los errores de Stalin de manera fidedigna: prohibiendo rotundamente las retiradas, despidiendo a comandantes competentes como Heinz Guderian y, finalmente, asumiendo el mando directo de sus ejércitos. Entre noviembre de 1941 y enero de 1942, cuatro altos comandantes alemanes —Reichenau, Rundstedt, von Brauchitsch y Bock— sufrieron ataques cardíacos, colapsando por el estrés provocado por la ofensiva soviética y las descabelladas exigencias de Hitler.51 Después de varias semanas de lucha sin suministros en la nieve y las temperaturas bajo cero, la moral entre las fuerzas nazis se derrumbó. Las unidades del Ejército Rojo informaron que incluso las fuerzas de las SS huían ante el avance soviético en desbandada.52

Después de Moscú

Entusiasmado por el éxito inicial del contraataque en la región de Moscú, Stalin ordenó una ofensiva general en todo el frente a principios de enero de 1942. Desafortunadamente, en lugar de permitir que el Ejército Rojo concentrara sus fuerzas contra la mayor parte del ejército del Eje varado en la nieve en las afueras de Moscú, esta estrategia obligó a los soviéticos a extender sus exhaustas fuerzas a lo largo de todo el frente. Este error concedió a los nazis un tiempo valioso para pasar de su fallida ofensiva contra Moscú a una posición defensiva, lo que finalmente permitió que la mayor parte del ejército invasor sobreviviera al contraatque soviético.53

A medida que avanzaba la guerra, el cuerpo de oficiales del Ejército Rojo superviviente asimiló a base de golpes las lecciones de sus primeras derrotas. Los comandantes que habían demostrado su valía bajo el fuego enemigo fueron ascendidos, y el Ejército Rojo se reorganizó una vez más en el fragor de la lucha, obteniendo mejores resultados a medida que la guerra continuaba. Stalin continuó inmiscuyéndose en todos los asuntos del ejército durante la decisiva Batalla de Stalingrado, después de la cual la competencia y el éxito de Yúkov y otros comandantes finalmente lo convencieron de que era mejor que los propios militares dirigieran la guerra.54 Yúkov pasó a dirigir las tropas del Ejército Rojo hasta Berlín en 1945, y más tarde aplastó la revolución política de los trabajadores húngaros contra el estalinismo en 1956.

Las fábricas soviéticas reubicadas en los Urales y Siberia produjeron más de 4.500 tanques, 3.000 aviones y 14.000 piezas de artillería en la primavera de 1942. Por el contrario, Hitler solo reconoció la necesidad de subordinar toda la economía alemana a la producción militar en marzo de 1942.55 Pero para entonces, la situación se había estabilizado; la URSS se movilizó para la guerra y las tornas estaban cambiando. El pueblo y la economía soviéticos llegaron a abrumar a los nazis durante tres años más de guerra total e industrializada.

El fracaso del estalinismo en derrocar al capitalismo en un país tras otro durante los períodos revolucionarios de los años veinte y treinta condenó a la Unión Soviética —y al mundo— al horrible sufrimiento que más tarde desencadenó Hitler. Stalin paralizó al Ejército Rojo en vísperas de este titánico conflicto, y luego lo condujo torpemente a un desastre tras otro en los primeros meses de la guerra. Sólo los logros de la Revolución Rusa que habían sobrevivido a la degeneración estalinista de la URSS —el proletariado militante, el Ejército Rojo y, sobre todo, la economía planificada y nacionalizada— pudieron detener el avance inexorable del fascismo.

A 80 años de la Operación Barbarroja, los marxistas siguen luchando por acabar con el sistema que dio origen a este horror. La mejor manera de honrar a quienes cayeron en la lucha contra Hitler es completar la lucha de los bolcheviques por la revolución socialista internacional para que podamos poner fin al fascismo, el imperialismo, el genocidio, la explotación y la opresión en todas sus formas para siempre.


 

NOTAS:

1 David M. Glantz. Operation Barbarossa, p. 200.
2 Ted Grant. “Defend the Soviet Union—Fascism Can Only be Defeated by International Socialism”. July 1941.
3 David M. Glantz. and House, Jonathan M. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped HitlerPage 284.
4 León Trotsky, “Informe acerca del Partido Comunista de la Unión Soviética y del Ejército Rojo”, Los primeros cinco años de la Internacional Comunista, pp. 69-73.
5 Rob Sewell. “The German Revolution of 1923.” en Socialist Appeal. https://www.socialist.net/the-german-revolution-of-1923.htm
6Richard J. Evans. The Third Reich at War. Page 165.
7 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 68.
8 David M. Glantz. Stumbling Colossus: El Ejército Rojo en vísperas de la Guerra MundialPáginas 28-29.
9 David M. Glantz. Stumbling Colossus: The Red Army on the Eve of World WarPages 28-29.
10 Ibid., p. 31.
11 Ibid., p. 30.
12 Ibid., p. 32.
13 Ibid., p. 32.
14 Richard J. Evans. The Third Reich at War, p. 161.
15 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 13.
16 David M. Glantz. Stumbling Colossus: The Red Army on the Eve of World War, p. 26.
17 Ibid., p. 29.
18 Ted Grant. Historia del trotskismo británico.
19 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 64.
20 Ibid., pp. 66-67.
21 Ibid., p. 24.
22 Ibid., p. 41.
23David M. Glantz. Operation Barbarossa, p. 13.
24 Ibid., p. 30.
25 Richard J. Evans. The Third Reich at War, p. 187.
26 David M. Glantz. Operation Barbarossa, p. 68.
27 Ibid., p. 48.
28 Timothy Snyder: Bloodlands: Europe Between Hitler and Stalin, p. 411.
29 Richard J. Evans. The Third Reich at War, pp. 172-173.
30 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 57.
31 Ibid., p. 56.
32 Richard J. Evans. The Third Reich at War, p. 174.
33 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 56.
34 Richard J. Evans. The Third Reich at War, p. 177.
35 Ibid., pp. 182-183.
36 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 57.
37 Richard J. Evans. The Third Reich at War, pp. 185-186.
38 David M. Glantz. Operation Barbarossa, p. 119.
39 Ibid., pp. 121-127.
40 Ibid., p. 129.
41 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, pp. 71-72.
42 Ibid., p. 72.
43 William Shirer. The Collapse of the Third Republic: An Inquiry into the Fall of France in 1940, p. 776.
44 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 68.
45 David M. Glantz. Operation Barbarossa, p. 108.
46 Ibid., p. 110.
47 Ibid., pp. 136-146.
48 Richard J. Evans. The Third Reich at War, pp. 206-207.
49 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 95.
50 David M. Glantz. Operation Barbarossa, pp. 179-181.
51 Richard J. Evans. The Third Reich at War, p. 210.
52 David M. Glantz. Operation Barbarossa, p. 182.
53 Glantz & House. When Titans Clashed: How the Red Army Stopped Hitler, p. 91.
54 Ibid., p. 129.
55 Ibid., pp. 101-104.

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