Se inicia 2022 y los gritos de «Feliz año nuevo» suenan vacíos para la mayoría de las personas, porque la mayoría de las personas no son felices en absoluto. En el pasado, en tiempos difíciles, se buscaba consuelo en la religión. Pero hoy en día, las iglesias están vacías.
En esta época del año, los grupos de medios de comunicación de todo el mundo obsequian a sus espectadores con un regalo especial: la repetición interminable de los antiguos éxitos de taquilla de Hollywood.
Muchas de estas películas antiguas tienen un carácter abiertamente religioso. Como si de dar respuesta a la alarmante disminución de la asistencia a la iglesia se tratara, desde las esferas mediáticas se intenta inculcar algún elemento espiritual en las celebraciones de fin de año, trayendo a Dios a nuestros hogares a través del milagro moderno de la pantalla.
Este milagro es mucho más notable que cualquier cosa que se pueda leer en la Biblia, que nos informa que Dios es una presencia misteriosa y completamente invisible. Ocasionalmente, muy ocasionalmente, se pone a disposición de ciertos privilegiados, aunque de forma indirecta (generalmente hablada).
Gracias a los magos de Hollywood, millones de personas han contemplado la presencia del Todopoderoso, quien evidentemente tiene un extraño parecido con Charlton Heston, el conocido actor de roles religiosos, republicano de derecha y ex presidente de la Asociación Nacional del Rifle de EE.UU. (NRA).
Fuera quien fuera el Dios en el que creía el Sr. Heston, ciertamente no era el Dios de la Paz. El 20 de mayo de 2000, en la 129 convención de la NRA, el actor blandió un ‘Winchester’ (fusil de chispa de la época de la Guerra Revolucionaria) y repitió su famosa frase: “solo me lo quitarán de mis manos frías y muertas».
Y cuando finalmente fue a encontrarse con su Hacedor el 5 de abril de 2008, a la avanzada edad de 84 años, sus manos estaban lo suficientemente calientes como para sostener no solo un viejo mosquete, sino también una respetable fortuna valorada en 40 millones de dólares.
«Paz en la tierra, para los hombres de buena voluntad»
– Pero no demasiada, ya que es mala para el negocio…
La amenaza del Robot Loco
Para animarnos después de este macabro e interminable torrente de religiosidad, los magnates de la televisión se apresuran a invitarnos a una serie igualmente infinita de películas de desastres, en las que el mundo se ve amenazado con la destrucción horrible de una forma u otra. Un tema recurrente en estas películas es que el mundo pronto será dominado por robots.
La idea de que la inteligencia artificial representa una amenaza para los humanos y que las máquinas ‘inteligentes’ desplazarán a hombres y mujeres, ha reemplazado a los más ingenuos espíritus malignos, vampiros y monstruos de Frankenstein como tema de las películas de terror. Pero esto no es solo fantasía, un producto de los oscuros recovecos de la psique humana, tiene una base material muy real.
Los espectaculares avances de la ciencia y la tecnología, lejos de ser una bendición, se ven como una maldición. Estos desarrollos deberían lógicamente significar una reducción de la jornada laboral y, por lo tanto, un futuro en el que la esclavitud podría reemplazarse por una mayor libertad, permitiendo el máximo desarrollo del potencial de las personas.
Pero la realidad es muy diferente.
Karl Marx explicó hace mucho tiempo que, bajo el capitalismo, la introducción de nueva maquinaria conduce inevitablemente a un aumento del desempleo y a más horas de trabajo para quienes todavía lo tienen. Millones de trabajadores se enfrentan a la pérdida de su empleo como resultado de la automatización y la nueva tecnología.
El problema es que fuerzas invisibles e incontrolables ya han tomado el control de nuestras vidas y destinos, que ahora se enfrentan a una amenaza existencial, en comparación con la cual todos los Terminators, Tiburones y Frankensteins palidecen hasta convertirse en insignificantes. Estas fuerzas invisibles son la mano oculta del mercado.
En el mundo de pesadilla de Terminator, ‘cosas’ (máquinas, robots) se han apoderado del mundo y están esclavizando a las personas. Pero, de hecho, esta pesadilla de la ficción ya es una realidad. En nuestro tiempo, las personas se reducen al nivel de las cosas, y las cosas (especialmente el dinero) se elevan por encima del nivel de las personas, convirtiéndose en fuerzas todopoderosas que dominan nuestras vidas y determinan nuestros destinos. En el mundo del declive capitalista, la alienación ha aumentado a un grado nunca antes visto en la historia.
La mayoría de la gente ya es consciente de que nuestro mundo se enfrenta de hecho a la destrucción, pero no a los Terminators (I, II o III) ni a las siniestras naves espaciales enviadas por las fuerzas malignas del planeta Zog, sino a un peligro mucho más cercano a nosotros.
Nubes oscuras se ciernen sobre la humanidad. Lejos de mirar al futuro con optimismo, la gente siente un temor creciente por el futuro del mundo.
El miedo irracional a un mundo dominado por entidades deshumanizadas que esclavizan a la raza humana está fuera de lugar, porque estas imágenes alarmantes son en realidad un fiel reflejo del mundo en el que realmente vivimos.
De hecho, ya vivimos en el mundo de Terminator. Esa criatura aterradora es solo un reflejo distorsionado en nuestras mentes de la realidad que nos rodea: un mundo alienado e irracional, que la gente no puede entender.
En un mundo así, el pensamiento racional no está de moda. La razón se convierte en sinrazón. Como dijo Lenin una vez, un hombre al borde de un acantilado no razona. En un mundo así, es mejor no pensar en absoluto. El vacío de la filosofía burguesa moderna refleja perfectamente esta idea, como en los vacíos tópicos del posmodernismo.
En lugar de enfrentarnos a los problemas reales, se nos invita a ir al cine y preocuparnos por ser devorados vivos por algún pobre tiburón que accidentalmente se ha extraviado demasiado cerca de una playa donde los humanos están nadando. O sobre robots locos que toman el poder, o fuerzas invisibles que controlan nuestras vidas.
Tiburón, o el peligro de los tiburones de tierra
Una variante común de las películas de catástrofes es la de animales monstruosos que obtienen un gran placer (y una fuente de proteínas muy útil) al devorar humanos indefensos.
Un ejemplo es la conocida serie de películas Tiburón, cuya estrella es un tiburón de proporciones monstruosas y un nivel extraordinario de inteligencia (o de baja astucia animal, si se prefiere) que aterroriza a los seres humanos pacíficos cuyo único deseo es pasar unas agradables vacaciones de verano en la playa de Amity Island, frente a la costa de Nueva Inglaterra.
Al final, después de muchas aventuras aterradoras, acompañadas por el ritmo insistente y siniestro de la conocida música, la feroz bestia finalmente es derrotada. Los surfistas están encantados, y las agencias de viajes, los hoteleros y el alcalde local aún más. Bien está lo que bien acaba…
Excepto para el desafortunado tiburón, por supuesto. Como villano de la obra, obtuvo su merecido, ¿es así? ¿o no? Creo que fue el poeta Coleridge quien dijo que la literatura era “la suspensión voluntaria de la incredulidad”. Y eso es completamente cierto en las películas de Hollywood. Se nos invita a dejar nuestras facultades críticas en la taquilla y, con demasiada frecuencia, nuestro sentido lógico es puesto patas arriba.
Tomemos el caso de Tiburón. ¿Cuántos humanos son atacados por tiburones cada año? Según las fuentes oficiales, ha habido unos 441 ataques fatales de tiburones entre 1958 y 2019, lo que parece mucho, pero solo causa alrededor de siete muertes por año de media.
Sin embargo, ¿cuántos tiburones matan los humanos? Resulta que los humanos llegan a matar 100 millones de tiburones cada año. Es decir, 11.416 tiburones mueren en todo el mundo cada hora. Eso es aproximadamente de dos a tres tiburones por segundo. Todos los principales países pesqueros utilizan prácticas de pesca destructivas que han sido, en gran parte, responsables de la disminución del 70 por ciento de las poblaciones mundiales de tiburones durante los últimos 50 años.
El sistema capitalista está destruyendo sistemáticamente nuestro planeta, envenenando el aire que respiramos, los alimentos que comemos y el agua que bebemos. Es la loca persecución de ganancias de las corporaciones gigantes lo que está diezmando las selvas tropicales del Amazonas, contaminando los océanos con plásticos y otros químicos dañinos. Está amenazando a especies enteras con la extinción, no solo a los tiburones, sino a la propia raza humana.
Pandemia
Unas semanas antes de Navidad, la clase dominante se mostraba triunfante. La prensa se llenaba de buenas noticias. La ciencia había triunfado sobre el perverso virus COVID-19. ¡Volvíamos a la normalidad! ¡Viva la vacuna!
Pero como en Tiburón II:
«Justo cuando pensabas que era seguro volver al agua …»
Dijo una vez Berthold Brecht: “El que ríe aún no ha escuchado las malas noticias”. Enseguida hubo que cambiar los titulares de las noticias. Ahora, los analistas predicen que más millones de personas morirán a causa de la COVID-19 en 2022.
El problema surgió con la aparición de Ómicron, la última variante preocupante, detectada por primera vez en Sudáfrica. En solo un par de semanas, se extendió a casi todos los países del mundo, convirtiéndose rápidamente en la variante dominante en varios países, incluidos Gran Bretaña, Dinamarca, Noruega y partes del sur de África.
No cabe duda de que Ómicron pronto reemplazará a Delta, la variante que actualmente causa la mayoría de los casos a nivel mundial. Un primer estudio basado en datos sobre la propagación de Ómicron en Gran Bretaña encontró que cada infección tiende a producir al menos tres más.
Eso es similar a la velocidad a la que el virus se extendió en Europa en la primera ola de la pandemia a principios de 2020, antes de que las vacunas estuvieran disponibles o se impusieran contramedidas. La respuesta oficial de muchos gobiernos es alegar que, aunque la nueva cepa se propaga con una rapidez alarmante, es menos virulenta que la Delta y es menos probable que cause una enfermedad grave o la muerte, especialmente si las personas están vacunadas.
Sea como fuere, este nuevo escenario tiene graves consecuencias para el mundo entero en 2022. La noticia del nuevo brote provocó inmediatamente fuertes caídas en las bolsas de valores. Ha trastornado todos los cálculos optimistas anteriores e introducido un nuevo nivel de incertidumbre que tendrá repercusiones negativas, obstaculizando la inversión y el crecimiento.
Incluso sin este nuevo desarrollo, las perspectivas para 2022 eran sombrías, con previsiones de caída del nivel de vida y un aumento de las dificultades para millones de personas. Ahora la perspectiva será mucho peor para la mayoría de la población, al tiempo que “los peces gordos” engordan aún más y el abismo entre ricos y pobres se hace infranqueable. Ese es un escenario para una explosión de lucha de clases en todas partes.
La pandemia mundial ha servido para exponer profundas fallas en la sociedad. Ha resaltado cruelmente todos los defectos del capitalismo, que es orgánicamente incapaz de librar una batalla seria contra un virus que está destruyendo la vida de millones de personas pobres.
Los científicos repiten constantemente que la única forma de vencer la pandemia es asegurarse de que todos los hombres, mujeres y niños del planeta estén vacunados. Pero ¿por qué no se hace eso?
Mientras se permita que el virus exista en los barrios marginales de la India o en las aldeas de África, continuará desarrollando mutaciones nuevas y cada vez más peligrosas que se extenderán rápidamente a todos los países, como demuestra el caso de Ómicron.
Los grandes logros de la ciencia y la tecnología modernas han creado la base material para un mundo nuevo, un mundo en el que la pobreza, el hambre y el desempleo podrían ser pesadillas del pasado. Ofrece una visión de progreso infinito para la humanidad.
Los marxistas han sostenido durante mucho tiempo que las dos barreras fundamentales para el progreso humano son, por un lado, la propiedad privada de los medios de producción (es decir, la producción con fines de lucro privado, no para satisfacer las necesidades de la humanidad); y, por otro lado, esa monstruosa reliquia de la barbarie, que es el Estado nación.
Un plan socialista de producción y planificación internacional es incontestable, por la sencilla razón de que los virus no reconocen las fronteras nacionales. A menos que y hasta que estos obstáculos no sean eliminados por medios revolucionarios, no se podrá encontrar ninguna solución a los problemas más urgentes del planeta.
La solución está en nuestras manos.
Espacio: la nueva frontera
El colosal potencial de la ciencia y la tecnología se reveló el día de Navidad, cuando el telescopio James Webb dejó la Tierra para llevar a cabo su misión de explorar las áreas más remotas del universo.
Webb es el sucesor del telescopio Hubble. Pero será mucho más potente que su predecesor, 100 veces más potente, para ser exactos. Esto es importante por muchas razones, pero quizás la más importante de todas es el hecho de que el nuevo observatorio podrá penetrar los confines más lejanos del universo conocido y, por lo tanto, también, mirar hacia un pasado muy remoto.
Esto significa que podrá transmitir imágenes de un período en el que se dice que las primeras estrellas terminaron con la oscuridad que, según las teorías imperantes, envolvió el cosmos poco después del Big Bang, ocurrido supuestamente hace 13,8 mil millones de años.
El modelo cosmológico más ampliamente aceptado, llamado modelo inflacionario, se introdujo por primera vez a finales de la década de 1970 para explicar las contradicciones en las versiones anteriores de la teoría. Afirma que el universo nació de una gigantesca explosión de materia y energía que llenó todo el universo en una micro-fracción de segundo.
«La idea de la inflación ha sido tremendamente influyente», señalaba Robert P. Kirshner, astrofísico de la Universidad de Harvard. «No se ha encontrado ninguna observación que demuestre que está equivocada». Pero, agregó, «eso no significa, por supuesto, que sea correcta». (National Geographic News, 25 de abril de 2002)
De hecho, esta teoría todavía presenta muchos problemas serios, entre ellos el hecho de que contradice una de las leyes más fundamentales de la física: a saber, que la materia no se puede crear ni destruir.
La vieja ley: ex nihilo nihil fit (nada surge de la nada) representa un serio obstáculo para quienes sostienen que antes del Big Bang no había materia, ni energía, ni espacio, ni tiempo. Para que algo así sucediera, se necesitarían cantidades de energía verdaderamente inimaginables. ¿De dónde vino toda esta energía?
Solo puede haber una explicación, que nos aleja del ámbito de la ciencia y nos lleva al nebuloso mundo de la religión. Sería ni más ni menos que una versión moderna del mito de la Creación, como se expresa en las primeras palabras del Génesis:
«En el principio, Dios creó el cielo y la tierra».
No es casualidad que el Big Bang haya sido aceptado como dogma de la Iglesia, ni que la versión original fuera inventada por un sacerdote católico romano, Georges Lemaître. Ahora, por fin, tendremos una prueba clara e irrefutable de la teoría existente, la única prueba que realmente cuenta: la prueba de la observación real. Sin duda, los hombres del Vaticano estarán observando los resultados con interés, al igual que los marxistas, pero desde el punto de vista opuesto.
Es imposible saber qué revelarán estas observaciones. Es muy posible que haya habido algún tipo de explosión o, de hecho, muchas explosiones. Pero lo que no verán es el comienzo del tiempo, el espacio y la materia, que no tienen principio ni fin. En cambio, verán el tenue contorno de cada vez más estrellas y galaxias, extendiéndose hasta el infinito.
Eso es lo que creo firmemente, como materialista. ¿Pero quién sabe? Puedo estar equivocado. Quizás se vea el acto de la Creación, como lo describe el Libro del Génesis. Con un poco de suerte, incluso se podría vislumbrar al mismísimo Creador Divino, trabajando duramente para crear todo de la nada en un instante.
En ese caso, me veré obligado a hacer otra predicción. El Ser Supremo tendrá una larga barba blanca y tendrá un parecido sorprendente con Charlton Heston. Y no tendremos ningún problema en comunicarnos con Él, ya que habla un inglés perfecto con acento norteamericano.
¿Cómo sé esto?
¡Muy fácil!
Lo vi en las películas.
Londres, 2 de enero de 2022.
Posdata
Y finalmente: aquí está la reflexión para el nuevo año:
Si los tiburones fueran hombres, de Berthold Brecht
«-Si los tiburones fueran hombres -preguntó al Sr. K. la hija pequeña de su patrona-, ¿se portarían mejor con los pececitos?
-Claro que sí -respondió el señor K.-. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes. También habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Estos necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando. Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente la guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos, proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás logran entenderse. A cada pececillo que matase en una guerra a un par de pececillos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se les concedería una medalla al coraje y se le otorgaría además el titulo de héroe.
Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel, precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría asimismo una religión, si los tiburones fueran hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececillos en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc.
En una palabra: habría por fin en el mar una cultura si los tiburones fueran hombres.”
(Extractos de Historias del señor Keuner)