Oriente Medio se desliza, inexorablemente al parecer, hacia una guerra regional. ¿A los intereses de quién beneficiaría una guerra así? En un debate que tuvimos en el Secretariado Internacional de la Internacional Comunista Revolucionaria, nos hicimos esta pregunta.
Considerada «racionalmente» habría que concluir que sería un desastre para el capitalismo. El imperialismo estadounidense no saldría ileso. Y, sin embargo, la nación imperialista más poderosa de la Tierra parece incapaz o poco dispuesta a detener la marcha de los acontecimientos.
Podría parecer que han perdido la capacidad de razonar. Pero eso no es del todo cierto.
Cuando se observa el comportamiento de los imperialistas, vemos que lo que parecería racional para el sistema en su conjunto no lo es necesariamente para las partes individuales del sistema que saldrían perdiendo. Esto se puede ver tanto en Ucrania como en Israel.
Antes de que estallara la guerra de Ucrania, lo lógico, desde el punto de vista de los intereses del capitalismo global y para Occidente, habría sido llegar a un acuerdo con Putin, aceptar que Ucrania no entraría en la OTAN y aplicar los acuerdos de Minsk. Eso habría significado conceder a Putin influencia dentro de la política ucraniana, y se habría evitado la guerra.
El problema con esto es que habría significado una admisión de debilidad por parte de Estados Unidos. Y si hacen tales admisiones repetidamente en todo el mundo, en las esferas de influencia que han mantenido durante un período histórico muy largo, enviaría un mensaje claro: «ya no somos tan fuertes como antes». Sería admitir abiertamente que son un imperio debilitado. Pero no pueden admitirlo y, por lo tanto, sus acciones son totalmente opuestas a lo que parecería «lo racional».
El motivo es que admitir repetidamente su debilidad a escala mundial significa renunciar a esferas de influencia y permitir que otras potencias emergentes, como Rusia y China, intervengan. Por lo tanto, han intensificado la guerra en Ucrania, hasta el punto de que ahora podrían enfrentarse a una derrota mucho mayor, mucho peor de lo que se habrían enfrentado si hubieran llegado a un acuerdo de compromiso con Putin en 2022.
En Israel, vemos cómo han declarado sistemáticamente que la escalada no les interesa. Y, sin embargo, se deslizan precisamente hacia una guerra regional. Una vez más, lo «racional» y lógico habría sido presionar seriamente a Netanyahu de la siguiente manera: podrían haber dejado de suministrarle las armas y la tecnología que necesitaba para su ejército; podrían haberse abstenido de enviar fuerzas adicionales a la región.
Esta habría sido la única forma real de presionar seriamente al gobierno israelí para que acatara los consejos de Estados Unidos. Pero eso también habría significado retroceder ante Irán, debilitando aún más la influencia de Estados Unidos en la región. Por tanto, la lógica de la situación les empuja, a pesar de todo, a apoyar lo que a la larga debe resultar perjudicial.
Pero hay una lógica en esta aparente locura. Como señaló Alan Woods en este debate del Secretariado Internacional de la ICR:
«Es un grave error imaginar que los imperialistas, los dirigentes de estos gobiernos burgueses, enfocan la política desde el punto de vista de lo que es “racional” para el sistema en su conjunto. No es así. Y, por lo tanto, se puede cometer el error de suponer, de manera mecánica, que todo lo que hacen fluye de sus intereses objetivos, racionales.
¿Alguien se imagina que los gobernantes de Alemania en el período reciente han aplicado políticas racionales en interés del capitalismo alemán? En absoluto. Se han comportado de la manera más estúpida, casi demente, suicida. Al seguir obedientemente los dictados de los imperialistas norteamericanos han arruinado a Alemania. Poco a poco empiezan a darse cuenta de esto, pero ya es demasiado tarde. El daño ya está hecho. En Gran Bretaña, ¿está Starmer actuando seriamente en interés del capitalismo británico al alinearse constantemente con Estados Unidos, hasta el punto de apoyar todas sus locuras?
El calibre de los políticos burgueses actuales es un indicio de la decadencia de todo el sistema. En el pasado hubo líderes inteligentes, capaces de mirar con sobriedad los intereses generales de la clase dominante de su país. Uno de esos líderes fue Harold Macmillan -el último dirigente conservador inteligente de Gran Bretaña-, que comprendió que Gran Bretaña había perdido su imperio y se comportó en consecuencia.»
Debemos recordar que Anthony Eden, primer ministro conservador en 1955-57, había arrastrado a Gran Bretaña junto con Francia al fiasco del Canal de Suez en 1956. En colaboración con Israel, invadieron Egipto para recuperar el control del Canal de Suez después de que Nasser lo había nacionalizado.
Eden no había comprendido que Gran Bretaña ya no era la potencia que había sido. Después de que se vieran obligados a retirarse de forma humillante y dejárselo a los estadounidenses, el reducido estatus de Gran Bretaña de potencia mundial de segunda clase se hizo evidente para todos. En el debate, Alan Woods explicó:
«Cuando Macmillan se convirtió en Primer Ministro en enero de 1957, Gran Bretaña aún poseía quince territorios en África. Posteriormente fue a África y pronunció un famoso discurso. “Hay un viento de independencia nacional soplando a través de África”, dijo. Durante el gobierno de Macmillan se concedió la independencia a más de dos tercios de las posesiones británicas en África. En 1964, sólo quedaban cuatro.
Fue un paso atrás, pero fue algo inteligente, porque iba en interés del imperialismo británico. La razón es que comprendió que no podían mantenerlos, y su política fue dar la independencia formal e intentar continuar así la dominación económica de estos territorios. Desde entonces, la clase dominante británica no ha tenido a nadie ni remotamente tan inteligente como Macmillan.
Los franceses se comportaron de forma diferente. Los imperialistas franceses siguieron ocupando Indochina hasta el amargo final. Libraron la batalla de Dien Bien Phu a pesar de que estaban en decadencia, y lo perdieron todo. Los estadounidenses intervinieron entonces y cometieron el mismo error. En Corea del Norte también cometieron el mismo error, continuaron luchando y luego tuvieron que retirarse con el rabo entre las patas.
Kissinger llegó finalmente a la conclusión correcta en relación con Vietnam, cuando dijo algo inteligente: “están ganando porque no están perdiendo”. Y añadió: “estamos perdiendo porque no estamos ganando”, una afirmación muy profunda. En otras palabras, para derrotar a los vietnamitas necesitaban una victoria decisiva, que no fueron capaces de conseguir. Fue una derrota colosal y demoledora para Estados Unidos, producto de una estupidez absoluta y de la negativa a aceptar los hechos. Los franceses hicieron lo mismo en Argelia, muy bien retratado en la película La batalla de Argel.
Las potencias imperialistas no pueden ganar todas las guerras en las que entran. Y hacen falta líderes capaces de entenderlo. Vale la pena recordar a Gengis Kan, un monstruo sanguinario que utilizaba el terror como instrumento de guerra, pero que también era muy astuto. Aplicaba dos reglas de la guerra: en primer lugar, nunca entres en una batalla que no puedas ganar y, en segundo lugar, busca aliados.
Para ganar una guerra hay que definir qué se entiende por ganar. Kissinger hablaba en serio cuando dijo: “ellos ganan por no perder, y nosotros perdemos por no ganar”».
Este principio puede aplicarse plenamente a Israel en la actualidad. Al final de todo esto, no van a destruir a Hezbolá, del mismo modo que no han destruido a Hamás. Va a acabar mal.
Debido a la terrible brutalidad, a la crueldad que sufre la población de Gaza, por cada uno que pierden, consiguen 10 o 20 nuevos reclutas, llenos de odio y deseos de venganza y dispuestos a luchar y dar su vida. Y eso continuará durante mucho tiempo, incluso después de que termine la guerra de Gaza. Israel no está ganando porque Hamás no ha perdido.
Hezbolá es otra cosa. Sí, ha recibido duros golpes. No posee las ventajas tecnológicas de Israel. Pero es una fuerza de combate mucho más poderosa que Hamás, y los israelíes han sido incapaces de doblegarla con unos pocos golpes cortos y afilados. Ahora que Israel se ha adentrado en el sur del Líbano y Hezbolá se enfrenta al enemigo en su propio territorio, podrá infligir grandes pérdidas a las IDF.
Debemos recordar que Israel es un país muy pequeño y, por tanto, muy vulnerable. Y esto se hará más evidente en una guerra más amplia y seria en la que potencialmente participe Irán, a la que Netanyahu está arrastrando ahora a todo el país.
¿Resulta esto beneficioso para Israel a largo plazo? Está claro que no. Ya está teniendo un terrible impacto económico dentro de Israel, está creando una creciente inseguridad para las masas y ha empañado la imagen de «invulnerabilidad» israelí que la clase dirigente sionista ha fomentado.
Pero las guerras funcionan según su propia lógica, y sería un error imaginar que no estallará porque no responden a los intereses «racionales» de los beligerantes.
Las consecuencias catastróficas de esta guerra desencadenarán además otros acontecimientos, que también se desarrollarán según su propia lógica. Creará una situación preñada de posibilidades revolucionarias, no sólo en Oriente Medio -sobre todo en los regímenes árabes reaccionarios que han secundado a Israel- sino mucho más allá de la región.