El nacionalismo y la propiedad privada como lastres de la humanidad
La propiedad privada sobre los medios de producción y las fronteras nacionales son dos de los más grandes obstáculos que enfrenta la humanidad. En un principio, la propiedad privada capitalista y el marco nacional para el desarrollo del mercado fueron dos grandes conquistas que liberaron a la humanidad del corset feudal. Pero el surgimiento de la fase imperialista del capitalismo –la fusión del capital industrial con el bancario y la lucha feroz por la repartición del mundo en esferas de influencia- manifestó que la industria moderna ya superaba el marco de los mercados nacionales, y que la inmensa concentración y socialización de la producción capitalista se vuelven incompatibles con la propiedad privada de las fuerzas productivas. La crisis actual del capitalismo, los crecimientos raquíticos, los ataques a las conquistas sociales del pasado, el ataque a los salarios, etc., demuestran que el capitalismo es ya incapaz de desarrollar las fuerzas productivas de acuerdo con las inmensas posibilidades de la técnica y el conocimiento actuales. El socialismo se presenta como una necesidad histórica y no simplemente como una buena idea.
El nacionalismo y la propiedad privada como lastres de la humanidad
La propiedad privada sobre los medios de producción y las fronteras nacionales son dos de los más grandes obstáculos que enfrenta la humanidad. En un principio, la propiedad privada capitalista y el marco nacional para el desarrollo del mercado fueron dos grandes conquistas que liberaron a la humanidad del corset feudal. Pero el surgimiento de la fase imperialista del capitalismo –la fusión del capital industrial con el bancario y la lucha feroz por la repartición del mundo en esferas de influencia- manifestó que la industria moderna ya superaba el marco de los mercados nacionales, y que la inmensa concentración y socialización de la producción capitalista se vuelven incompatibles con la propiedad privada de las fuerzas productivas. La crisis actual del capitalismo, los crecimientos raquíticos, los ataques a las conquistas sociales del pasado, el ataque a los salarios, etc., demuestran que el capitalismo es ya incapaz de desarrollar las fuerzas productivas de acuerdo con las inmensas posibilidades de la técnica y el conocimiento actuales. El socialismo se presenta como una necesidad histórica y no simplemente como una buena idea.
Del carácter mundial del capitalismo y de la división internacional del trabajo se desprende el internacionalismo inherente al marxismo. El socialismo sólo puede organizar armónicamente las fuerzas productivas, resolviendo los problemas más acuciantes de la humanidad, sobre bases internacionales.
El carácter caduco de las fronteras nacionales no implica la desaparición del problema nacional, es decir, no significa la desaparición de asuntos como la necesidad de independencia y soberanías nacionales, el problema agrario y la separación de la iglesia y el Estado –entre otros-. De hecho es al contrario: el surgimiento del imperialismo implica la agudización de la opresión nacional, sobre todo, en el llamado tercer mundo. La gran revolucionaria Rosa Luxemburgo, junto con otros marxistas como Bujarin, sostenía que el asunto de la “autodeterminación nacional” era una consigna reaccionaria que la socialdemocracia no debía enarbolar en ningún caso pues significaba apoyar al nacionalismo burgués. Para Rosa Luxemburgo la única manera de impulsar el internacionalismo era de forma directa y abierta. Lenin, en contra de esta idea, argumentó que los marxistas no podíamos ignorar el problema nacional, era imperativo que se analizara concretamente cuándo la consigna de la “autodeterminación” jugaba un papel progresista, apoyar la lucha por la autodeterminación –incluido el derecho de una nación a separarse de otro Estado cuando esa unión fuera forzosa- en aquellos lugares donde dicha consigna surgiera de las masas oprimidas y se orientara contra el imperialismo.
Así el nacionalismo de las masas oprimidas podía convertirse de forma dialéctica en internacionalismo.
Lenin nunca estuvo a favor de apoyar esta consigna cuando fuera utilizada por las potencias imperialistas para dividir y utilizar a las pequeñas naciones como simples piezas de ajedrez. Lenin argumentó que estar a favor del derecho democrático del aborto no implica que se esté a favor de realizar abortos en todos los casos de embarazo, lo mismo aplica en el derecho al divorcio. De la misma forma, el derecho de una nación a la secesión sólo se debía apoyar cuando implicara un desarrollo progresista, lo cual requiere un estudio concreto en cada caso. Pero la consigna de la autodeterminación estaba siempre subordinada a un criterio de clase que trazara una clara línea frente al nacionalismo de la burguesía: debía servir para unir a los trabajadores de los países opresores y oprimidos, demostrar al pueblo de los países coloniales que sus hermanos de las metrópolis no tenían interés alguno en perpetuar la opresión que imponía su burguesía nacional. La idea es utilizar esta lucha antiimperialista para forjar el internacionalismo proletario y orientar el movimiento contra la burguesía nacional y extranjera. La consigna leninista de la autodeterminación era una cara de la moneda, la otra era la máxima unidad de la organización revolucionaria. Lenin y Trotsky siempre se opusieron a dividir a los trabajadores por criterios nacionales, raciales, de género o de cualquier otro tipo.
De hecho es fundamental subrayar que el internacionalismo siempre fue la marca registrada del marxismo: El Manifiesto Comunista fue escrito al calor de una revolución europea internacional (la oleada de 1848), la Primera Internacional se creó a partir de la solidaridad internacional de los trabajadores generada al calor de la lucha polaca por su independencia nacional frente a la Rusia zarista. Marx saludó calurosamente la lucha por la liberación de los esclavos en Norteamérica encabezada por Lincoln, etc. La Segunda Internacional se rompió por la traición nacionalista de los dirigentes reformistas quienes apoyaron a sus burguesías nacionales al inicio de la Primera Guerra Mundial. En la batalla contra el nacionalismo burgués se forjaron los cuadros en el espíritu internacionalista que animó la Revolución rusa. Las perspectivas y el mensaje eran internacionalistas hasta la médula.
La Revolución de octubre y el problema nacional
En realidad si el partido bolchevique, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, no hubiera aplicado una aproximación correcta al problema nacional la Revolución rusa de Octubre nunca hubiera triunfado. Lenin desarrolló la consigna del derecho a la autodeterminación ante el hecho de que la Rusia zarista era una verdadera “cárcel de naciones”: “Setenta de rusos dominaban a noventa millones de no rusos, y a su vez todos eran dominados y oprimidos por el Estado zarista” [Alan Woods, “El marxismo y la cuestión nacional”, en “Euskal Erria y el socialismo”, p. 42]. Nacionalidades como Polonia y los Estados bálticos eran tratados como ciudadanos de segunda clase. Aunado a esto estaba el antisemitismo y pogromos patrocinados por el Estado. Antes de la revolución existían unas 650 leyes que restringían los derechos de los judíos. No es casualidad que los judíos aportarán una cantidad muy significativa de revolucionarios -incluidos Marx, Rosa Luxemburgo y Trotsky- muy superior a su peso relativo en la población.
Lenin ofreció el derecho a la autodeterminación de estas naciones y grupos oprimidos para ganarlos a la revolución, y así fue. Gracias a esta política internacionalista fueron muy pocas las nacionalidades que decidieron separarse de la federación conformada tras la Revolución de Octubre. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, conformada en 1922, incluía a las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Azerbaiyán y Armenia. [Ted Grant, “Rusia de la revolución a la contrarrevolución”, p. 353.]. Incluso se formaron nuevas naciones donde no las había a partir de etnias y tribus, y se inventaron alfabetos para la mayoría de lenguas habladas en la URSS. “Cuarenta y ocho lenguas aparecieron en forma escrita por vez primera, incluidas las de los uzbecos, turkmenos, kirguizes y karakalpakes de Asia Central”. [Ibíd. p. 355] Si antes de la revolución no existían escuelas que enseñaran en las lenguas de las naciones oprimidas como Ucrania y Bielorusia, en 1927 el 90% de la enseñanza en estos lugares se hacía en su propia lengua. A los judíos se les ofreció formar su propia nación, Birobiyan, dentro de la fronteras de la URSS pero gracias a la política leninista muy pocos estuvieron interesados y a pesar de las penurias de la guerra y las dificultades económicas de la joven revolución la mayoría de judíos permaneció dentro de las fronteras soviéticas.
La expropiación de los terratenientes y capitalistas, y la implementación de un plan económico común -con las posibilidades de la economía planificada- significó un paso de gigante para el desarrollo económico y cultural de naciones que habían sido mantenidas de forma imperialista en el atraso. Si “entre 1917 y 1956, la producción industrial en la URSS aumentó en más de 30 veces en Kazajstán creció 37 veces, Kirquizistán 42 veces y Armenia 45 veces” [Alan Woods, “El marxismo y la cuestión nacional”, en “Euskal Erria y el socialismo”, p. 76]. La expropiación de los capitalistas fue la base sobre la que el problema nacional en los Balcanes pudo resolverse, bajo el gobierno de Tito –a pesar de que también era un régimen burocrático- Yugoslavia avanzó a pasos de gigante. Sólo hay que comparar esos avances con el infierno de la balcanización que ha significado el retorno del capitalismo.
Claro que la consigna de la autodeterminación estaba estrictamente subordinada a un criterio de clase e internacionalista y los bolcheviques no dudaron en oponerse a movimientos nacionalistas reaccionarios que eran la punta de lanza para la intervención imperialista en la URSS, tal fue el caso del “Dashnaks” armenio y la “Rada” ucraniana. Lenin estuvo a favor de invadir Polonia encabezada por la dictadura reaccionaria de Pilsudki. Lamentablemente -tal como advirtió Trotsky quien se opuso a esta acción militar- las masas polacas no estaban suficientemente convencidas de esta intervención y el intento fue derrotado. En Finlandia los bolcheviques no pudieron evitar que la burguesía se separara de la URSS -con un discurso reaccionario y chovinista- pues no tenían fuerza suficiente para intervenir.
Pero el ascenso del estalinismo significó el abandono de la política leninista sobre las nacionalidades. De hecho Lenin rompió con Stalin y exigió su remoción como Secretario General del Partido a partir de la cuestión nacional-fue la última acción de Lenin contra la burocracia antes de su muerte-. Stalin, por su origen georgiano (nacionalidad oprimida), fue designado como Secretario de las Nacionalidades en 1921. Pero con su visón burocrática y limitada Stalin impulsó la invasión a Georgia en 1921 que estaba encabezada por mencheviques y purgó a la célula local de Partido bolchevique -incluso por medio de la violencia física- que se opuso a esta política. Lenin exigía paciencia para con las masas georgianas -mayormente campesinas y analfabetas- quienes aún confiaban en su dirección menchevique. Fue en torno a este asunto -y a la defensa del monopolio estatal del comercio exterior- que Lenin forma un bloque con Trotsky. El envío de correspondencia contra Stalin por parte de Lenin en su lecho de muerte – parcialmente aislado por la camarilla de Stalin- ocasionó una llamada de Stalin a la esposa de Lenin -Krupskaya- en donde aquél la insulta de manera soez. Lenin rompe toda relación política y personal con Stalin. Es un hecho que entre las primeras víctimas de Stalin no sólo estuvieron los bolcheviques georgianos sino Lenin mismo. Éste hizo todo lo que estuvo en sus manos para frenar a Stalin y a la burocracia en ascenso.
Con la muerte de Lenin y la consolidación de la contrarrevolución burocrática, el chovinismo gran ruso renació. Stalin disuelve en 1943, sin siquiera simular un congreso, el instrumento más importante creado por la Revolución rusa para impulsar la revolución internacional, lo que Lenin consideraba como la obra de su vida: La III Internacional. Stalin utilizó a las pequeñas nacionalidades como “chivos expiatorios” de la brutalidad de sus políticas y los errores burocráticos –tal como los gobiernos reaccionarios suelen usar el racismo para desviar la atención y dividir a los trabajadores-. Nacionalidades enteras fueron deportadas -literalmente- acusadas de colaborar con los nazis, esto les sucedió a los chechenios, ingushes, Tártaros de Crimea; toda la población de la República Autónoma de Kalmyk fue deportada. Si los ucranianos no experimentaron el mismo destino fue sólo porque eran demasiados.
Si bien es cierto que los progresos materiales obtenidos con la economía planificada -la única conquista de Octubre que sobrevivió a la contrarrevolución estalinista- permitieron la sobrevivencia de la unidad de la URSS, la opresión nacional y cultural a que fueron sometidas diversas nacionalidades bajo el régimen burocrático sembró la semilla de la desintegración final. Con el freno a la economía que la gestión burocrática supuso para los años 70s y 80s -que era la confesión más palpable de que una economía sofisticada como la soviética ya no podía ser gestionada sin democracia obrera- cada burocracia nacional utilizó el chovinismo sembrado con el estalinismo para separarse de la URSS y promoverse como nueva burguesía. Si tras 1917 los judíos habían decidido permanecer en la URSS, en 1970 – después de décadas de políticas antisemitas apenas ocultas- más de 200 mil judíos abandonan la URSS. Así pues, la política nacionalista, contrarrevolucionaria y burocrática de Stalin precipitó el colapso final. La balcanización de la URSS y el retorno del capitalismo son otros de los legados del estalinismo.
La verdadera unidad se da en la lucha contra el capitalismo
La burguesía hace mucho tiempo que dejó de jugar un papel progresista. Como vimos, en México esto es incluso más cierto que en cualquier otra parte. En nuestro país la burguesía nació como una sucursal del imperialismo y fue amamantada por gobiernos corruptos, por el propio Estado. No puede jugar ningún papel independiente ni frente al régimen ni frente al gobierno norteamericano. La burguesía nacional es parte integrante del problema de dependencia y subordinación. En su nombre y beneficio la nación ha sido sacrificada, las privatizaciones masivas han sido impulsadas por la burguesía nacional, sus organizaciones, partidos, instituciones, medios de comunicación y el propio Estado.
Más de mil empresas estatales han sido vendidas como chatarra en los últimos 35 años (tan sólo Miguel de la Madrid presumió haber privatizado 118 en su último informe de gobierno); se han privatizado: carreteras, puertos, aeropuertos, minas, ferrocarriles, la “Fábrica de carros de ferrocarril”, bancos, ejidos, ingenios, televisoras, astilleros, Telmex, Dina, Calmex, Fertimex, Construcciones Telefónicas, Construcciones y Canalizaciones, Canalizaciones Mexicanas, Anuncios en Directorios Telefónicos, Compañía de Teléfonos Bienes Raíces, Editorial Argos, Imprenta Nuevo Mundo, Fuerza y Clima, Impulsora Mexicana de Telecomunicaciones, Operadora Mercantil, Tele constructora, Teléfonos del Noreste, Servicios y Supervisión, Alquiladora de Casas … hasta Bimex (fábrica de bicicletas del Estado). La privatización de Pemex ha sido la cereza del pastel.
De estas privatizaciones han surgido zánganos como Carlos Slim y se ha acelerado como nunca antes la concentración de riqueza. Según Oxfam “apenas ocho multimillonarios –entre ellos el mexicano Carlos Slim Helú– poseen más riquezas que la mitad de la humanidad, es una economía al servicio de 99% de la población”. Esta misma organización ha aportado elementos contundentes de que México es la mayor fábrica de multimillonarios del mundo: “el 10 por ciento de la población más rica del País concentra el 64.4 por ciento de la riqueza nacional […] El 10 por ciento más rico de la población es más rico de lo que pensábamos. Comparado con todos los otros países de los que tenemos datos, es el país con mayor nivel de concentración (de riqueza e ingreso) en el uno por ciento […] hay 16 multimillonarios en México, y entre los principales están Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Bailleres y Ricardo Salinas Pliego, y sus ingresos son proporcionales a los recibidos por el 20 por ciento más pobre […] sus emporios en telefonía, industria minera, televisión y bancos fueron privatizados, concesionados o regulados por el Estado; entregados en condiciones benévolas y gozan de regulaciones laxas. […] aunque ha habido un crecimiento económico del 25 por ciento acumulado, las tasas de pobreza son iguales que hace 20 años, con una política social que ha sido un rotundo fracaso. Además, el salario mínimo es la cuarta parte que el de hace 30 años”. [ver informe completo: https://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/bp210econ my-one-percent-tax-havens-180116es_0.pdf+&cd=2&hl=es&ct=clnk&gl=mx&client=ubuntu]
Los organismos de presión como “Mexicanos Primero” -creada por Claudio X Gonzáles Jr.- han impulsado las “reformas estructurales” que han desmantelado cualquier posibilidad de maniobra frente al imperialismo. Son las televisoras -en cuyos consejos de administración están esos grandes empresarios- las que han lanzado una feroz ofensiva contra los electricistas, contra los maestros y las que impusieron al actual personaje ridículo que funge como presidente. Ahora estos elementos podridos y apátridas piden Unidad Nacional en torno a ellos, convirtiendo esta consigna en una vulgar campaña publicitaria y de marketing, su nacionalismo se reduce a “comprar mexicano”. Pretender sumarse a la Unidad Nacional en torno a los que han sacrificado la nación es una contradicción lógica, no menor que haberle sugerido a Espartaco que se uniera al emperador de Roma para obtener la liberación de los esclavos. Es la unidad de las ovejas con el lobo.
A esta música del flautista de Hamelín se ha unido la dirigencia de Morena, intentando de forma humillante que los grandes empresarios permitan a AMLO poner sus posaderas en la silla presidencial. Pero la base de Morena -que ha estado presente en las movilizaciones que exigen la caída de Peña- tira en sentido contrario y es la única esperanza para esta organización. Hay “dos Morenas”, la de la unidad con la burguesía –una burocracia conservadora- y la que aspira a la unidad del pueblo en lucha. Es verdad que la política oportunista de AMLO y la propia bancarrota del gobierno actual le ha atraído el apoyo de algunos sectores de la burguesía que ven en al dirigente de Morena como una opción viable para imponer una estabilidad que no ha logrado el gobierno de Peña Nieto. Salinas Pliego, el agroindustrial Alfonso Romo y gente cercana a Slim -entre otros- han respondido favorablemente ese coqueteo impúdico. Pero haríamos mal en festejar el que el lobo esté dentro del corral. Incluso si la estrategia funciona -en términos de evitar el fraude previsible- lo único que se lograría es que AMLO llegue a la presidencia atado de pies y manos, y con su programa reformista diluido hasta hacerlo irreconocible. No es por esto que Morena cuenta con las esperanzas de millones de personas, AMLO no puede abusar de la confianza del pueblo de manera indefinida. Un gobierno reformista que incumpla las expectativas de las masas puede encontrarse con la furia popular de forma rápida, esto es lo que hemos visto, con sus peculiaridades, en Grecia, Francia, Brasil y Argentina. Es verdad que en un escenario de arribo de Morena al gobierno las masas se movilizarán para exigir que el supuesto gobierno de izquierda cumpla lo que las masas esperan de él -en este sentido el posible arribo de Morena no sería del todo inútil-, pero el juego oportunista amenaza con desmoralizar y desmovilizar a las bases de Morena que ven cómo su organización se parece cada día más al podrido PRD.
Nosotros pugnamos por una unidad diferente, la que se gesta en las coordinaciones contra el gasolinazo, en las reuniones de unidad sindical y en las protestas internacionalistas contra Trump. Al mismo tiempo que luchamos contra las agresiones imperialistas, debemos reconocer que el enemigo principal está en casa y que nuestro aliado es el pueblo norteamericano que se moviliza masivamente contra Trump y ha dado ejemplos de internacionalismo apoyando a sus hermanos musulmanes. La única unidad posible está con nuestra propia clase y se forja en la lucha.
En última instancia, no hay soberanía posible sin el control soberano del pueblo sobre las palancas fundamentales de la economía, sobre los medios materiales que generan la riqueza. Mientras la burguesía controle estas palancas la soberanía nacional es una ilusión, una farsa. La Revolución rusa demostró que es posible un gran salto desde la barbarie capitalista, siempre y cuando se expropie a los expropiadores y se pongan todos los recursos económicos de la nación bajo el control democrático de los trabajadores y el pueblo. Diversas nacionalidades -antaño rivales- se unieron en la URSS dando enormes pasos en la senda del desarrollo económico y cultural. Sólo hace falta tener una pizca de imaginación para prever lo que significaría una Federación Socialista en América. Este camino es el único realista, el camino de la revolución socialista y el internacionalismo proletario.
Leer Primera Parte: http://bloquepopularjuvenil.org/node/1389
Leer Segunda Parte: http://bloquepopularjuvenil.org/node/1393