En el mes de marzo se conmemora el asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, perpetrado por orden de la derecha recalcitrante de El Salvador. Con su muerte la oligarquía pretendía callar no solamente la voz de un hombre sino también el grito de todo un pueblo que estaba representado en la figura de Romero. Fue conocido como “Pastor de los pobres” o “la voz de los sin voz”, por el acercamiento que tuvo hacia los sectores de la población más reprimidos por el régimen de la época.
Romero no siempre tuvo inclinación del lado de las masas trabajadoras, como religioso tuvo una formación enfocada a la defensa del sistema imperante, prometiendo recompensas y felicidad después de la muerte, ideas que debían consolar la difícil situación de los obreros y campesinos quienes componen el grueso de la feligresía católica. Pero el contacto con la realidad hizo cambiar a Monseñor Romero acompañando al pueblo en su lucha y abogando por que se respetaran los derechos humanos en el país.
La lucha de clases es objetiva, se da en la realidad queramos o no y en El Salvador la clase oprimida ha resistido heroicamente los abusos de conquistadores, militares, imperialistas y burgueses. Muchos han sido los periodos revolucionarios de nuestra historia, durante los cuales el proletariado y los campesinos han demostrado que la unidad de las capas oprimidas es la que garantiza las conquistas sociales, sin embargo, siempre han existido personajes que cohesionan la lucha y dirigen a las masas. Durante la década de los años 70 el acompañamiento de Romero y la iglesia católica fue un papel clave para la organización de las masas a través de las comunidades eclesiales de base.
En esta época de represión, tortura y muerte surgieron ciertos sacerdotes que se solidarizaron con la lucha del pueblo y muchos murieron por la misma razón, entre ellos Rutilio Grande, amigo cercano de Romero. Ante este hecho, en calidad de arzobispo escribió una carta al presidente de la república exigiendo que se investigara la muerte de Rutilio y se hiciera justicia; sin tener respuesta Monseñor decidió no participar en ninguna ceremonia gubernamental ni asistir a ninguna junta con el presidente hasta que se resolviera el caso y se encontrara a los asesinos.
Hechos como este, y la convivencia con los pobres del país, fueron cambiando las concepciones políticas de Romero y su forma de ver la realidad, influenciado por la teología de la liberación pasó a defender la causa del pueblo que se desangraba en cada manifestación desarticulada a fuerza de disparos por los cuerpos de “seguridad” y el ejército. Desde su púlpito Monseñor denunció la injusticia, la desigualdad y represión contra el pueblo organizado, pasó de ser un mero espectador de la lucha de clases y se posicionó como defensor de la causa justa, en favor de los más vulnerables.
Romero rompió con la conducta de dominación ideológica que históricamente ha representado la religión en general, dio un giro a su actividad y a su discurso, por lo que es conmemorado dentro de la izquierda salvadoreña e internacionalmente, y fue esto precisamente lo que le costó la vida. En una de sus últimas homilías expresaba: “Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ¡No matar! […] En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un tirador a sueldo mientras oficiaba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia.
La iglesia por su parte ha decidido llevarlo a los altares y convertirlo en un icono inofensivo, quitándole su legado de lucha junto al pueblo y pretende que sea visto como una deidad que escapa a la materialidad de este mundo, donde los obreros siguen siendo explotados y la burguesía todavía mantiene la represión contra cualquiera que pretenda tocar sus privilegios. Monseñor Romero dijo que si lo asesinaban resucitaría en el pueblo salvadoreño, ante esto debemos seguir su ejemplo de denuncia y lucha contra las injusticias sociales y construir una sociedad igualitaria sin represión ni acaparamiento por parte de los ricos capitalistas.