Estados Unidos está siendo sacudido desde arriba hasta abajo por un movimiento de masas de proporciones sin precedentes. El movimiento ha sido elemental y orgánico, surgiendo con fuerza frente a la brutal represión y a los incontables asesinatos policiales. Más de 200 ciudades han declarado toques de queda y más de 20,000 guardias nacionales han sido desplegado en 28 Estados.
Durante los últimos dos años, más estadounidenses fueron asesinados por policías que estadounidenses muertos en combate en Afganistán en los últimos 18 años. La policía mató a más estadounidenses en los últimos tres años que personas murieron en los ataques del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas. Aunando a esto una devastadora crisis económica y una pandemia, y es fácil entender por qué se ha alcanzado un punto de inflexión, mientras la ira y la humillación acumuladas de siglos se extienden por las calles.
A principios de este año, en el borrador de “Perspectivas 2020 para la próxima revolución estadounidense”, escribimos lo siguiente:
“El 2008 transformó profundamente la conciencia de miles de millones de personas. Los estrategas más serios del capital entienden y temen esto. El Barómetro de Confianza Edelman encuestó a personas en 28 países principales y descubrió que el 56% de la población cree que ‘el capitalismo hoy hace más daño que bien al mundo’, incluido el 47% de los estadounidenses.
«Y la Perspectiva Global de Riesgo Político de Maplecroft concluyó que a lo largo de 2019, 47 países ‘han presenciado un aumento significativo de las protestas, que se intensificaron durante el último trimestre’. Esto representa el 25% de todos los países del mundo. ‘[La] interrupción resultante en los negocios, en las economías nacionales y en la inversión en todo el mundo ha sumado miles de millones de dólares’. Con una nueva crisis económica mundial en el horizonte o que ya se está desarrollando, podemos esperar un descontento aún más generalizado en 2020 y más allá. Y las olas de revolución que arrasan América Latina, África, Medio Oriente, Asia y Europa tendrán un impacto inevitable en los Estados Unidos».
Esta predicción ahora se ha cumplido al pie de la letra. En los 10 días transcurridos desde el asesinato policial de George Floyd en Minneapolis, Estados Unidos ha sido sacudido desde arriba hasta abajo por un movimiento masivo de proporciones sin precedentes. El movimiento ha sido elemental y orgánico, surgiendo con fuerza frente a la brutal represión y a los incontables asesinatos policiales. Más de 200 ciudades han declarado toques de queda y más de 20,000 guardias nacionales se han desplegado en 28 Estados.
La clase dominante a la defensiva
El movimiento tiene un carácter nacional. Ha llegado a todos los rincones del país, desde los principales centros urbanos hasta las pequeñas y durmientes ciudades conservadoras, y ha puesto a la clase dominante a la defensiva. Ahora se ha visto obligada a hacer algunas concesiones, acusando a los otros tres oficiales de policía involucrados en el asesinato y aumentando los cargos contra Chauvin, el policía asesino. Incluso el expresidente Barack Obama ha tenido que salir a escena para tratar de calmar la situación.
Pero el presidente actual solo ha arrojado más gasolina al fuego, declarando con una Biblia en la mano: «Si una ciudad o Estado se niega a tomar las medidas necesarias para defender la vida y la propiedad de sus residentes, entonces desplegaré a los militares y resolver rápidamente el problema por ellos». Esto, después de que los manifestantes pacíficos fueran dispersados con gases lacrimógenos y porras para crear un espacio para su sesión fotográfica.
Sin embargo, la represión policial no ha sido capaz de acobardar al movimiento. En Louisville, Kentucky, la policía mató a tiros a otro hombre negro desarmado, David McAtee. Los policías alegaron que estaban «respondiendo a los disparos» de la multitud, pero luego se reveló que los oficiales involucrados habían apagado sus cámaras corporales y que su historia no coincidía con la de los testigos. Fue un asesinato. De nuevo.
Más de 9,000 personas han sido arrestadas, la mayoría de ellas simplemente por manifestarse. En una ciudad tras otra, los manifestantes han desafiado los toques de queda. En Los Ángeles y Seattle, la multitud está cantando: «No veo disturbios aquí, ¿por qué traen equipo antidisturbios?»
Todo lo que hace Trump se refracta a través del prisma de las elecciones presidenciales de noviembre. Amenazar con usar el ejército fue un intento de jugar la «carta de la ley y el orden», para enorgullecerse de ser «fuerte», mientras pintaba a los Demócratas como «blandos» ante los «rufianes rebeldes».
Pero el juego que está empleando es muy peligroso. Desplegar al ejército sería una apuesta de alto riesgo que podría marcar un punto de no retorno. ¿Qué pasaría si los manifestantes no retrocedieran? ¿Qué pasaría si las tropas se negaran a disparar contra multitudes de hombres, mujeres y niños? Si abrieran fuego, ¿a cuántas personas podrían matar antes de que millones más se unieran al movimiento, de que los militares se fracturaran en líneas de clase y de que cada embajada de los Estados Unidos en el mundo fuera incendiada?
Ya ha habido incidentes (reales o escenificados) de confraternización entre los agentes de policía y las multitudes. En un video ampliamente difundido, un joven negro se dirige a policías negros diciéndoles que, sin sus uniformes, los ricos y sus propios jefes les despreciarían. En otro video, se ve a un oficial rompiendo en llanto y siendo reemplazado en la línea después de ser reprochado por una chica negra que le suplicaba: «¡arrodillate!»
El primer signo de una revolución inminente son las divisiones en la clase dominante, que ya no puede gobernar a la antigua usanza. Las zanahorias económicas del auge de la posguerra se han podrido y las porras represivas habituales están perdiendo su eficacia, dejando a los capitalistas y sus representantes políticos desconcertados y enfrentándose mutuamente.
Hemos visto muchos ejemplos de esto, especialmente desde 2016. Pero actualmente, la convergencia de factores particularmente explosiva ha ampliado esas divisiones.
El despliegue de las fuerzas armadas, no la Guardia Nacional, sino el ejército real, bajo la Ley de Insurrección de 1807 podría ser contraproducente. Trump, un hombre de negocios insignificante y estafador, sin experiencia militar, parece pensar que las fuerzas armadas son como un interruptor que puedes encender y apagar a voluntad, una amenaza que será obedecida y temida sin ninguna duda. Pero los estrategas serios del Pentágono saben que una vez que juegan la carta de «enviar tropas», literalmente se quedarán sin más cartas.
El ejército de los Estados Unidos es esencialmente la única institución de gobierno capitalista que todavía tiene un alto índice de aprobación. Se compone principalmente de los hermanos, hermanas, padres, madres, primos, hijos, etc. de los ciudadanos, y es visto como un heroico defensor de la «libertad estadounidense». Pero si se usa contra la población civil, una población que se toma su «libertad de la tiranía» especialmente en serio, entonces ya no se admitirán más apuestas. Sería similar a declarar la guerra a la población de los EE. UU., una guerra cuya victoria no se podría garantizar sin socavar permanentemente su capacidad para mantener su dominio.
Un editorial del Wall Street Journal lo expresó de esta manera:
«Creemos que esto sería un error, aunque el Sr. Trump tiene la autoridad… En el momento actual, es más probable que la presencia de las tropas en las calles de Estados Unidos tenga más un efecto inflamatorio que tranquilizante… Los soldados estadounidenses están entrenados para el combate contra un enemigo extranjero, no para el control de disturbios contra los estadounidenses. El riesgo de errores sería alto, y el Sr. Trump sería culpado por cualquier derramamiento de sangre de los enfrentamientos civiles con las tropas… «
Temen, no solo los «errores», sino también el impacto que los asesinatos de civiles por parte de militares en servicio activo tendrían en la opinión pública. También temen las consecuencias de enviar soldados, la mayoría de los cuales son reclutados de las zonas pobres con una gran proporción de negros y latinos, para luchar contra los manifestantes desarmados que marchan contra los asesinatos racistas de la policía.
Las organizaciones de veteranos han informado que algunos soldados en servicio activo y miembros de la Guardia Nacional se oponen a ser desplegados en estas circunstancias. Se cita a un miembro de la Guardia que se desempeña como médico en una compañía de línea de infantería diciendo: «No puedo hacerlo. Incluso mirar mi uniforme me hace sentir mal por ser asociado a esto, especialmente después de que [la unidad de la Guardia Nacional] le disparó al hombre que era dueño de esa barbacoa [en Louisville, Kentucky]. Yo vivo en Pensilvania. Vivo con la historia de la Universidad Estatal de Kent [cuando el 4 de mayo de 1970 cuatro estudiantes desarmados fueron asesinados por la Guardia Nacional, NdT]. No seré parte de eso». El Military Times también ha informado sobre el estado de ánimo de descontento entre las tropas que pueden ser utilizadas contra los manifestantes.
Divisiones por arriba
El despliegue de los militares también podría provocar una profunda crisis constitucional, con una división abierta en el aparato estatal sobre la legalidad de invocar la Ley de Insurrección. Es por eso que, desde el momento en que Trump amenazó con llevar al Ejército a las calles, ha habido un poderoso desmarque con esta idea de sectores del Estado capitalista. No porque sean menos crueles o más democráticos que Trump, sino porque temen que tal acción, en lugar de aplastar el movimiento y de poner la situación «bajo control», podría tener el efecto contrario. Temen socavar la Constitución de los Estados Unidos aún más de lo que ya ha sido, ya que es el baluarte legal para el gobierno capitalista en el país.
Un artículo de CNN informó que había oposición en el Pentágono al despliegue de tropas: «Los funcionarios de defensa le dijeron a CNN que había una incomodidad profunda y creciente entre algunos en el Pentágono incluso antes de que el presidente Donald Trump anunciara el lunes que estaba dispuesto a desplegar al ejército para hacer cumplir el orden dentro de los Estados Unidos».
El exsecretario de Defensa de Trump, «Perro Loco» Mattis, también intervino, con un artículo en The Atlantic en el que describió a Trump como una «amenaza para la Constitución» e incluso, pidió que fuera removido: «Podemos unirnos sin él, aprovechando las fortalezas inherentes a nuestra sociedad civil. Esto no será fácil, como lo han demostrado los últimos días, pero se lo debemos a nuestros conciudadanos”. Nuevamente, este es un movimiento sin precedentes. ¡Un general retirado de la Marina y exsecretario de Defensa pidiendo que se destituya al presidente!
El expresidente del Estado Mayor Conjunto, el almirante retirado Mike Mullen, agregó su voz a quienes rechazaban el uso del Ejército. Lo hizo con un llamamiento más o menos enmascarado a los soldados para que desobedecieran las órdenes: “Sigo confiando en la profesionalidad de nuestros hombres y mujeres de uniforme. Servirán con habilidad y con compasión. Obedecerán órdenes legales. Pero tengo menos confianza en la sensatez de las órdenes que les dará este comandante en jefe.
John Allen, un general retirado de la Marina de cuatro estrellas, excomandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán y exenviado presidencial especial en la Coalición Global para Contrarrestar al ISIS durante el periodo de Obama, escribió que las recientes acciones y amenazas de Trump «bien pueden ser indicador del comienzo del fin del experimento estadounidense». No olvidemos que una de las razones por las que se libró la Revolución Americana de independencia en fue, primer lugar, para protestar contra la tiranía de tener tropas regulares inglesas estacionadas en las ciudades estadounidenses.
Y aunque Trump y sus rabiosos aduladores culpan a los «extremistas de izquierda» por el caos y se han movido para clasificar a «Antifa» como una organización terrorista doméstica, el FBI ha concluido que no hay evidencia de un movimiento organizado «Antifa», aunque han arrestado personas de extrema derecha por complots con bombas.
Toda esta presión condujo a otro movimiento sin precedentes, revelando nuevamente la profundidad de las divisiones en la clase dominante. El actual Secretario de Defensa, Mark T. Esper, hizo público el miércoles su oposición a la invocación de la Ley de Insurrección, contradiciendo abiertamente al presidente. Este es un incidente muy significativo, que muestra que el Estado capitalista tiene ciertos mecanismos para controlar incluso al presidente más rebelde. Pero antes de que terminara el día, hubo otro giro en la historia.
El Washington Post informó que, mientras el Ejército estaba haciendo planes para enviar a casa a los soldados en servicio activo que habían sido desplegados en Washington DC, «el plan fue revertido el miércoles después de una reunión en la Casa Blanca, en la que participó Secretario de Defensa Mark T. Esper».
Hay una tremenda lucha que desgarra el pináculo del poder de la clase dominante y de su aparato estatal, que ocurre cada vez que surge un movimiento de masas de tales proporciones. Hay quienes piensan que se deben hacer concesiones para apaciguar al movimiento, mientras que otros exigen que se use mano dura. Los primeros argumentan que la represión solo conducirá a una escalada del movimiento. Los últimos dicen que mostrar suavidad es lo que intensificará el movimiento. En este punto del desarrollo de las protestas, ambos están equivocados y ambos están en lo correcto.
No debemos subestimar el alcance, la amplitud y la profundidad del movimiento de masas que se ha desarrollado en las últimas dos semanas. Este no es un país cualquiera. Este es el país imperialista más poderoso que jamás se haya visto en la tierra, un país cuya clase dominante ha aterrorizado a gran parte del mundo y a gran parte de su población durante siglos.
Las contradicciones salen a la luz
El movimiento es el resultado de la acumulación de varios factores. Por un lado, se basa en la experiencia de la ola original del movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) y la comprensión de que nada fundamental ha cambiado. A eso debemos agregar la experiencia del movimiento Occupy (Ocupa) del 2011, inspirado en la Primavera Árabe y el levantamiento de Wisconsin. También está la experiencia de las campañas de Bernie Sanders de 2016 y 2020, que radicalizaron a toda una capa de personas, sobre todo a los jóvenes, poniendo el socialismo firmemente en el orden del día. La conclusión inevitable que muchos han sacado de la traición de Sanders al apoyar finalmente al candidato oficial del Partido Demócrata es que el campo electoral está bloqueado, lo que los empuja a las calles.
Luego está el manejo de la pandemia de COVID-19, que ha revelado la naturaleza real del sistema capitalista, en el que las ganancias son más importantes que las vidas humanas, más de 100.000 vidas hasta ahora, para ser precisos. Y para colmo, existe la recesión más profunda que el capitalismo de EE. UU. haya visto, que está arrojando a decenas de millones al desempleo en el lapso de unas pocas semanas.
La generación joven, que es la fuerza impulsora del movimiento, se hizo políticamente consciente después de la crisis de 2008 y del rescate de los bancos. Toda su experiencia de vida ha estado marcada por la crisis, la incertidumbre y la falta de una perspectiva para un futuro mejor. No tienen nada que perder. En la actualidad no tienen alternativa. Esta ira desenfrenada es lo que le da al movimiento actual su energía ilimitada frente a la represión brutal.
En esto, el levantamiento de los Estados Unidos tiene muchos puntos en común con los levantamientos de octubre de 2019 en Chile, Cataluña, Líbano, etc. La generación de la crisis capitalista de 2008 está a la vanguardia de las revueltas que se están extendiendo como incendios forestales en todo el mundo, que comenzaron incluso antes la pandemia de COVID-19 y que se intensificarán en el próximo período.
Pero no son solo los jóvenes quienes cuestionan el sistema. Pueden contar con la simpatía de la mayoría de la población, incluido un gran porcentaje de votantes Republicanos. Una encuesta de Morning Consult realizada entre el 31 de mayo y el 1 de junio mostró que «el 54% de los adultos estadounidenses, incluido el 69% de los Demócratas, el 49% de los independientes y el 39% de los Republicanos, apoyan las protestas en curso en respuesta a la muerte de George Floyd y otros negros estadounidenses».
Aún más sorprendente, una encuesta publicada por Newsweek descubrió que la mayoría de los estadounidenses, el 54%, «cree que incendiar un edificio policial de Minneapolis después de la muerte de George Floyd estaba justificado».
Actualmente, el carácter en gran medida espontáneo del movimiento y su falta dedirección, programa o estrategia nacional, es su fortaleza, ya que esto hace que sea mucho más difícil para los Demócratas y liberales cooptarlo. Pero en cierto punto, esta falta de claridad y enfoque inevitablemente se transformará en un factor debilitante y potencialmente fatal.
Por supuesto, cualquier movimiento de este tamaño que dure más de unos pocos días, comienza a impulsar su propio liderazgo natural. Hay informes de la creación de comités vecinales en zonas pobres, negras y latinas, comenzando en Minneapolis, el epicentro del movimiento. Ante la amenaza de la policía, de los saqueadores y de las milicias de extrema derecha, la gente ha comenzado a organizarse para defenderse, y en algunos casos, con las armas en la mano.
Un informe dramático de Minneapolis describe la situación: «Necesito que todos sepan que mis vecinos y yo estuvimos fuera hasta que ya no dábamos más de sí. Algunos toda la noche para que otros pudiéramos descansar un poco. Realmente necesito dejar en claro que la policía y la guardia nacional NO mantuvieron seguro nuestro vecindario, lo hicimos nosotros. La policía no respondió a dos autos chocando contra una barricada, lo hicimos nosotros. La policía no impidió que varias personas entraran al banco, al centro comercial de automóviles, al taller mecánico, lo hicimos nosotros. La policía no persiguió a los nacionalistas blancos y a la gente que no era de nuestra ciudad fuera de nuestra manzana, lo hicimos nosotros. La policía no cuidó a los vecinos vulnerables ni ayudó a mantenerlos a salvo en casa, lo hicimos nosotros. La guardia nacional no limpió nuestra calle, ni trajo comida a donde se necesitaba, ni trasladó a personas vulnerables a hoteles, lo hicimos nosotros. Por lo tanto, no atribuyan la seguridad de nadie al aumento de la presencia militarizada en Minneapolis. Ni al [gobernador] Walz, al [Alcalde] Fey, a los puercos ni a la guardia. El mérito debe ir a los vecinos y miembros de la comunidad que se cuidan unos a otros. Es incómodo y tenso, pero es mejor que lo que teníamos antes».
Este es el camino a seguir. La generalización de los comités democráticos de barrio no solo garantizaría la autodefensa de las personas en las áreas obreras, sino que también proporcionaría al movimiento una estructura democrática y donde rendir cuentas. Los comités que ya existen en forma embrionaria en diferentes partes de Minneapolis deben vincularse a través de una red de delegados elegidos y revocables. La Federación Sindical del Trabajo de Minneapolis debería movilizar a sus miembros y comprometer hasta la última gota de sus recursos para facilitar la vinculación de estos comités en el área metropolitana de las Ciudades Gemelas (Minneapolis y St. Paul) y más allá.
¡Ni Trump ni Biden, sino el poder de los trabajadores!
La violencia organizada y el poder del Estado deben enfrentarse con el poder del movimiento obrero organizado. Las declaraciones y acciones de los trabajadores de transportes en varias ciudades, que han declarado que no brindarán apoyo material a la policía en sus esfuerzos por transportar a los manifestantes detenidos, es solo una ejemplo de ese poder.
Los manifestantes en el exterior de la Casa Blanca obligaron al presidente a meterse en un búnker y a apagar las luces de ese símbolo del poder capitalista por temor a llamar la atención de los manifestantes. La clase trabajadora movilizada y organizada puede paralizar todo el país y apagar todo el sistema.
En los últimos meses, se produjeron más de 220 huelgas sin la autorización de los lideres sindicales para protestar por el salario, la seguridad y las condiciones de trabajo durante la pandemia. En la mayoría de los casos, estos han sido liderados por sectores no organizados de la clase. Este es el poder que necesita ser aprovechado para que este movimiento avance. Los jóvenes deben dirigirse hacia los trabajadores, que ya simpatizan con el movimiento, y los trabajadores organizados deben romper su alianza impía con los Demócratas, que rompen huelgas y protestas, y lanzarse de todo corazón a la lucha. ¡Imaginemos lo que sucedería si decenas de millones de trabajadores organizados y no organizados abandonaran su trabajo en una huelga general, comenzando en Minneapolis y extendiéndose a nivel nacional!
Pero la dura verdad es la siguiente: si el movimiento no se organiza y canaliza su energía para lograr un cambio fundamental, en un momento dado el río furioso se apaciguará, incluso si el curso del río ha cambiado para siempre. Esta es la trágica lección de los últimos más de 100 años, repetida una y otra vez a medida que las masas se elevan espontáneamente sin una dirección preparada de antemano y dispuesta a llegar al final en la lucha para derrocar al capitalismo.
Se requirió quemar el Tercer Recinto Policial en Minneapolis para forzar la presentación de cargos contra Chauvin. Se requirieron 10 días de acción masiva sostenida en todo el país para obligar al Estado a presentar cargos contra los otros tres policías responsables del asesinato de George Floyd. Estas concesiones simbólicas deben celebrarse, pero están lejos de ser suficientes. En el momento en que las masas abandonen las calles, el Estado revertirá lo logrado y se preparará para la absolución de los policía, o en el mejor de los casos, les darán penas más leves.
El movimiento ya ha ido mucho más allá del asesinato de George Floyd. Todo el sistema es culpable. El movimiento está cuestionando todo el sistema capitalista racista que mató a otro hombre negro más simplemente por el color de su piel. Su cruel asesinato terminó siendo el accidente histórico que desencadenó la necesidad acumulada. Como dijo su hija de seis años, Gianna: «Papá cambió el mundo».
Debemos plantear la consigna de derribar a Trump. Sin embargo, esto necesariamente significa discutir quién lo va a reemplazar. Nuestro objetivo no es reemplazarlo con Mike Pence o Joe Biden. Los alcaldes y gobernadores de las ciudades y Estados donde la policía y la Guardia Nacional han utilizado la represión brutal contra los manifestantes son, en general, Demócratas. Biden sugirió que si llegaba al poder podría traer cambios a la policía, por ejemplo, entrenando a la policía «para que dispare en la pierna en lugar de en el corazón». ¿Qué más se necesita para demostrar que no hay una diferencia fundamental entre los dos partidos del poder establecido capitalista? ¿que no hay tal cosa como un «mal menor»?
Lo que se necesita es un partido socialista de masas, obrero, conectado orgánicamente con el movimiento obrero organizado y las masas de la clase trabajadora. Dicha herramienta es necesaria para aprovechar la energía y la ira de los jóvenes, para centrarla en derribar todo el sistema capitalista racista y en crisis. También necesitamos cuadros revolucionarios profesionales, inmersos en la teoría marxista y atemperados en las luchas de nuestra clase, para infundir en el futuro partido de masas la independencia de clase intransigente y una visión de la historia a largo plazo.
Este movimiento heroico es una inspiración para todo el mundo. Después de todo, si estos acontecimientos pueden ocurrir en las «entrañas de la bestia», ¡pueden ocurrir en cualquier lugar!
Lo que estamos presenciando todavía no es la Tercera Revolución Estadounidense. Pero estos son sin duda los primeros disparos de una época revolucionaria, que terminará «ya sea en una reconstitución revolucionaria de la sociedad en general, o en la ruina común de las clases contendientes». En resumen, el destino de la humanidad está en juego si queremos sobrevivir a las catástrofes combinadas del cambio climático, el coronavirus y el capitalismo. La sentencia está escrita para este sistema y sus defensores. La única forma de «aplanar la curva» de la enfermedad capitalista es organizarse para erradicarla por completo en el próximo período histórico.
• Para luchar contra policías asesinos, ¡lucha contra el capitalismo!
• Por la unidad de la clase trabajadora: ¡un ataque contra uno es un ataque contra todos!
• ¡Construir en todas partes comités vecinales de autodefensa elegidos democráticamente y que rindan cuentas!
• ¡El movimiento obrero organizado debe unirse a la lucha, facilitar su vinculación con los comités vecinales, convocar una huelga general y parar el país!
• ¡Abajo Trump, los Republicanos y los Demócratas! ¡Por un partido socialista de masas de la clase trabajadora y por un gobierno de los trabajadores!