El 28 de septiembre de 1864, delegados de distintos países se reunieron en St Martin’s Hall de Londres. Era el intento más serio hasta la fecha de unir las capas más avanzadas de la clase obrera a escala internacional. La reunión fue convocada como un acto de solidaridad internacional en respuesta al alzamiento polaco de 1863. Lee también el Manifiesto inaugural de la AIT
La reunión decidió unánimemente la creación una Asociación Internacional de Trabajadores, más tarde conocida como la I Internacional. Su sede estaría en Londres, dirigida por un comité de 21, al que se le encargaría un borrador de programa y de estatutos. Esta tarea le fue dada a Karl Marx, que desde este momento jugaría un papel decisivo en la Internacional.
En retrospectiva, podemos decir que la tarea histórica de la I Internacional fue la de establecer los principios fundamentales, el programa, la estrategia y las tácticas del marxismo revolucionario a escala global. Sin embargo, la nueva Internacional no surgió completamente formada y armada, como Atenea de la cabeza de Zeus. En sus orígenes, no era una Internacional marxista, sino una organización extremadamente heterogénea compuesta de diversas tendencias.
Ahora bien, los fundadores del socialismo científico eran ajenos a esa clase de sectarismo que trata de encontrar la fórmula química para una organización pura de la clase obrera, algo que nunca ha existido y nunca existirá. Marx y Engels comprendían la importancia de trabajar en una arena amplia con raíces en las masas de la clase trabajadora. En este sentido, la participación de los sindicatos británicos era particularmente importante.
Desde un primer momento, Marx y Engels libraron una ardua lucha por la claridad ideológica dentro de la Internacional. Pero entendieron que para ganarse a las masas para las ideas del socialismo científico, era necesario llevar a cabo una paciente labor en el seno de las organizaciones proletarias históricamente determinadas y con profundas raíces en la clase. Por primera vez, la AIT les ofreció un marco común en el cual poner a prueba y someter a debate sus ideas fuera del ámbito de los pequeños círculos revolucionarios que existían previamente.
Al principio, Marx y Engels se enfrentaron a dificultades formidables. En la mayoría de los países, el movimiento obrero estaba dando sus primeros pasos. Estaba en su etapa formativa y frecuentemente influenciado por ideas liberales y democráticas burguesas. En casi todos los países, el movimiento obrero no había roto aún con los partidos burgueses.
En los días de Marx y Engels, la abrumadora mayoría de la población europea estaba compuesta por campesinos o pequeños artesanos, no por trabajadores asalariados. Sólo en Gran Bretaña la clase obrera representaba la mayoría de la población, pero los dirigentes sindicales británicos estaban bajo la influencia de los liberales. En Francia los proudhonistas se oponían a las huelgas, contraponiendo sus ideas utópicas de “mutualismo”. También se oponían a la participación obrera en las luchas políticas.
Al final, combinando la firmeza en los principios con una gran flexibilidad táctica, Marx y Engels fueron ganando a la mayoría. Bajo la batuta del Consejo General liderado por Marx y Engels, la Internacional sentó las bases para el desarrollo movimiento obrero en Europa, Gran Bretaña y América. Y echó hondas raíces en los principales países europeos.
Socialismo e Internacionalismo
El socialismo es internacionalista, o no es nada. Ya en los albores de nuestro movimiento, en las páginas del Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron la famosa frase: “Los trabajadores no tienen patria”. El internacionalismo de Marx y Engels no era un capricho, o fruto de consideraciones sentimentales. Emanaba del hecho de que el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial – de las diferentes economías y mercados nacionales surge un conjunto único, indivisible e interdependiente – el mercado mundial.
Hoy, esta predicción de los fundadores del marxismo se ha visto brillantemente corroborada casi matemáticamente. La dominación aplastante del mercado mundial es uno de los hechos más decisivos de nuestro tiempo. Ni un solo país, sin importar su tamaño o poder, ni los EEUU, ni China, ni Rusia, puede evitar ser arrastrado por el mercado global.
No hay libro más moderno que el Manifiesto de Marx y Engels. Explica la división de la sociedad en clases, explica el fenómeno de la globalización, de las crisis mundiales de sobreproducción, la naturaleza del Estado y las fuerzas motrices del desarrollo histórico.
Sin embargo, incluso las ideas más correctas son estériles si no encuentran una expresión organizativa y práctica. Es por ello que los fundadores del socialismo científico lucharon toda su vida por la creación de una organización internacional de la clase trabajadora. Marx y Engels ya se habían involucrado en la Liga Comunista, que era, desde un principio, una organización internacional, si bien la creación de la AIT representaba un salto cualitativo.
La Internacional se desarrolló y creció en el período previo a la Comuna de París. No se mantuvo al margen de los problemas cotidianos del proletariado. Al contrario, estaba constantemente involucrada en las labores prácticas del movimiento obrero. La Internacional reivindicó la igualdad entre hombres y mujeres y luchó por la mejora de las condiciones de la mujer y de los jóvenes, que eran los que más sufrían la opresión del capitalismo. Al principio, la militancia de la AIT se componía fundamentalmente de hombres, pero en abril de 1865 se abrió la membresía a las mujeres y la Internacional desarrolló una serie de consignas para la mujer trabajadora.
La sede del Consejo General estaba en Londres y había varios sindicatos afiliados a él. Participó en numerosas huelgas y conflictos laborales. La Internacional luchó por acabar con la importación de esquiroles del extranjero y recolectar dinero para apoyar a los huelguistas y sus familias, que empezaron a darse cuenta de que la Internacional era la defensora del proletariado, y que combatía por sus intereses.
A pesar de estos éxitos, o más bien gracias a ellos, los dirigentes reformistas de los sindicatos se empezaron a alarmar por la creciente influencia de la Internacional en Gran Bretaña. Aceptaban su ayuda pero no sentían simpatía hacia sus ideas socialistas y revolucionarias. Aun así, la Internacional era popular en el movimiento obrero británico. La conferencia sindical de Sheffield aprobó una resolución agradeciendo a la Asociación Internacional de Trabajadores sus intentos de unificar a los proletarios de todos los países en una liga fraternal, y recomendó que los sindicatos presentes en la conferencia se afiliasen.
La lucha contra el sectarismo
Marx y Engels tuvieron que luchar en dos frentes: por una parte, tenían que combatir las ideas reformistas de los dirigentes oportunistas de los sindicatos que estaban a favor de la colaboración de clases y de la conciliación con los liberales burgueses. Por otra parte, tuvieron que librar una batalla constante contra el ultraizquierdismo y las tendencias sectarias. Esta situación no ha cambiado mucho hoy. La corriente marxista se enfrenta exactamente a los mismos problemas y ha de luchar contra los mismos enemigos. Los nombres han cambiado pero el contenido es el mismo.
La historia de la I Internacional se caracterizó por encima de todo por la lucha entre dos tendencias incompatibles: por un lado el de sistemas utópicos y sectarios que inicialmente dominaron el movimiento obrero, y, por otro lado, el socialismo científico cuyo principal referente era Karl Marx.
En la I Internacional, aparte de los Owenistas británicos y los sindicalistas reformistas, estaban los proudhonistas y los blanquistas franceses, los seguidores italianos del nacionalista moderado Mazzini, los anarquistas rusos y otras tendencias. En una carta a Engels, Marx escribió: “Era muy difícil orientar la cuestión para que nuestro punto de vista apareciese de manera aceptable para la posición actual del movimiento obrero (…). Pasará tiempo hasta que un movimiento renacido nos permita mostrar la vieja audacia de nuestros discursos. Será necesario ser fortiter in re, suaviter in modo [suave en las formas y duros en el contenido].”
Los anarquistas, tanto de la corriente proudhonista como de la bakuninista, se oponían a la participación de la clase obrera en la contienda política, aunque partiendo de premisas diferentes. Los proudhonistas aconsejaban a los trabajadores que alcanzasen su emancipación a través de medidas económicas a pequeña escala, especialmente organizando el crédito libre y el intercambio equitativo entre productores.
En el otro extremo estaban los bakuninistas que defendían “la propaganda por el hecho”, que en el fondo se reducía al terrorismo individual y a lanzar pequeñas insurrecciones, que, se suponían, debían sentar las bases para un alzamiento generalizado que lograría la revolución social de golpe. Mientras que Proudhon idealizaba el carácter pequeñoburgués de los pequeños propietarios y de los artesanos independientes, Bakunin dio expresión a la perspectiva del lumpenproletario y del campesino insurrecto.
Estas ideas falsas representaron un serio problema en un momento en el que las masas trabajadoras estaban empezando a despertarse. Recuperándose de esa derrota terrible que sufrieron tras la revolución de 1848, los obreros franceses instintivamente expresaron su revuelta contra la esclavitud económica en huelgas, mientras que políticamente estaban preparando la lucha para tumbar al régimen bonapartista. Pero los proudhonistas se oponían a las huelgas y ofrecían pequeños paliativos utópicos.
En vez de partir del movimiento real de la clase obrera y de elevar a las masas a un nivel superior, los sectarios buscaban imponer sobre éstas sus propias doctrinas particulares. Una batalla ideológica aguda y empedernida era necesaria para purgar a la Internacional del sectarismo y proveerla de una base ideológica firme. Marx tuvo que dedicar una enorme cantidad de tiempo y esfuerzos a la lucha contra el sectarismo en sus diversas formas.
La Comuna de París
En su día, la burguesía temblaba ante la amenaza del comunismo liderado por la Internacional. Pero en el mundo se estaban preparando grandes acontecimientos que cortarían este desarrollo. Mientras se libraba una batalla ideológica en el seno de la Internacional, una situación dramática se desenvolvía en el continente europeo.
En julio de 1870 estalló la guerra entre la Francia bonapartista y la Alemania de Bismarck. La AIT adoptó una posición internacionalista sobre la guerra. El Consejo General publicó un manifiesto protestando contra la guerra y culpando de ésta tanto a Napoleón como al gobierno prusiano. Si bien señalaba que para Alemania la guerra tenía un carácter defensivo, el manifiesto advertía a los trabajadores alemanes que si permitían que se convirtiese en una guerra de conquista, los resultados serían desastrosos para el proletariado, tanto si acabase en victoria como en derrota.
La catastrófica derrota del ejército francés el 4 de septiembre de 1870 desató una cadena de acontecimientos que desembocaron en una insurrección por parte del proletariado y el establecimiento del primer Estado obrero de la historia: la Comuna de París. En palabras de Marx, los trabajadores de París “tomaron el cielo por asalto”. La Comuna no era un parlamento clásico, sino una corporación de trabajo con funciones tanto ejecutivas como legislativas. Los funcionarios, que hasta ese momento eran un instrumento en manos del gobierno y una herramienta práctica de la clase dominante, fueron reemplazados por un cuerpo representativo compuesto por personas elegidas por sufragio universal y sujetas a la revocación en todo momento.
Este no es el lugar para hacer un análisis detallado de la Comuna de París. Baste con decir que la debilidad de la Comuna era la debilidad de su dirección. La Comuna no tenía ni un programa definido ni una táctica clara de defensa y ataque. En la propia Comuna, los Internacionalistas estaban en minoría. Sólo 17 de los 92 miembros pertenecían a ella. En ausencia de una dirección consciente, la Comuna fue incapaz de ofrecer perspectivas amplias a los trabajadores y campesinos que podían haber terminado con el aislamiento de los trabajadores parisinos.
A pesar de sus grandes logros, la Comuna cometió errores. En concreto, Marx señaló la equivocación de no nacionalizar el Banco de Francia y de no avanzar sobre el centro de la contrarrevolución en Versalles. La clase obrera pagó un alto precio por estos errores. El gobierno de Versalles tuvo tiempo para organizar un ejército contrarrevolucionario que marchó sobre París y aplastó la Comuna con brutalidad extrema.
Habiendo ahogado en sangre la Comuna, la prensa burguesa organizó una campaña de calumnias contra ésta. Marx defendió la Comuna vehementemente. En nombre del Consejo General escribió un manifiesto que pasaría a conocerse como La guerra civil en Francia, en el que explicaba el significado histórico real de esta gran revolución proletaria. La Comuna era una forma de gobierno político de la clase trabajadora, una dictadura ejercida por la clase oprimida sobre la clase opresora. Era un régimen de transición que defendía la completa transformación económica de la sociedad. A esto se refería Marx cuando hablaba de la dictadura del proletariado.
El colapso de la Internacional
La derrota de la Comuna de París representó un golpe mortal para la AIT. La orgía de reacción que vino después le hizo imposible operar en Francia, y en todas partes la Internacional fue perseguida. Pero la verdadera razón de sus dificultades tenía que ver con el auge económico del capitalismo a escala global que sucedió tras la derrota de la Comuna. Esto tuvo a su vez un efecto negativo sobre la Internacional.
En estas condiciones, las presiones del capitalismo sobre el movimiento obrero dieron lugar a peleas y faccionalismos. Alimentándose de la atmósfera general de desilusión y desesperanza, las maquinaciones de Bakunin y sus seguidores se intensificaron. Por estas razones, Marx y Engels propusieron primero mover la sede de la Internacional a Nueva York, y al final decidieron que sería mejor disolver la Internacional, al menos por el momento. La vida de la AIT terminó oficialmente en 1876.
La AIT tuvo éxito sentando las bases teóricas de una Internacional revolucionaria genuina. Pero nunca fue una verdadera Internacional obrera de masas. En realidad, fue una anticipación del futuro. La Internacional Socialista (II Internacional), creada en 1889, retomó el trabajo donde la I Internacional lo había dejado. A diferencia de la anterior, la II Internacional comenzó como una Internacional de masas que organizaba a millones de obreros. Tenía partidos y sindicatos de masas en Alemania, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, etc. Es más, defendía, al menos sobre el papel, el marxismo revolucionario. El futuro del socialismo parecía garantizado.
Sin embargo, la desdicha de la II Internacional fue la de haber sido creada durante un prolongado período de bonanza capitalista. Esto marcó la mentalidad de la capa dirigente de los partidos socialdemócratas y sus sindicatos. Los años 1871-1914 fueron el período clásico de la socialdemocracia. Sobre la base de un crecimiento económico prolongado, le resultó posible al capitalismo dar concesiones a la clase obrera, o, para ser más exactos, a sus capas superiores. Esta fue la base material para la degeneración nacional-reformista de la II Internacional (Socialista), lo cual salió a la luz cruelmente en 1914, cuando los dirigentes de la Internacional votaron a favor de la guerra y apoyaron a “sus” burguesías en la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial.
La Tercera Internacional
La terrible catástrofe de la Primera Guerra Mundial ayudó a desencadenar la Revolución Rusa, que en 1917 llevó a los trabajadores al poder de la mano de la dirección del Partido Bolchevique, de Lenin y Trotsky. Pero los bolcheviques nunca vieron la Revolución Rusa como un acontecimiento puramente nacional, sino como el primer paso hacia la revolución socialista mundial. Eso es por lo que en 1919 establecieron una nueva Internacional revolucionaria.
La Tercera Internacional (Comunista), generalmente conocida como la Comintern, estaba en un nivel cualitativamente superior al de sus dos predecesoras. Como la AIT, la III Internacional, en su punto álgido de desarrollo, defendía un programa revolucionario e internacionalista. Como la II Internacional, tenía millones de seguidores. De nuevo, parecía que el futuro de la revolución mundial estaba en buenas manos.
Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, la Internacional Comunista mantuvo una línea revolucionaria correcta. Sin embargo, el aislamiento de la Revolución Rusa en condiciones de un atraso material y cultural aterrador provocó la degeneración burocrática de la revolución. La facción burocrática dirigida por Stalin se puso al frente, sobre todo tras la muerte de Lenin en 1924.
León Trotsky y la Oposición de Izquierda intentaron defender las brillantes tradiciones de Octubre frente a la reacción estalinista – las tradiciones leninistas de democracia obrera e internacionalismo proletario. Pero iban a contracorriente. Los trabajadores rusos estaban exhaustos tras años de guerra, revolución y contienda civil. Por otra parte, la burocracia se sentía cada vez más segura de sí misma, empujando a un lado a los obreros y tomando el control del Partido.
El auge del estalinismo en Rusia ahogó el tremendo potencial de la III Internacional. La degeneración estalinista de la Unión Soviética sembró el caos entre las todavía inmaduras direcciones de los partidos comunistas extranjeros. Mientras Lenin y Trotsky consideraban la revolución proletaria mundial como la única salvaguarda del futuro de la Revolución Rusa y del Estado soviético, a Stalin y sus seguidores no les importaba la revolución mundial. La “teoría” del socialismo en un solo país expresaba la estrechez de miras de la burocracia, que veía la Internacional Comunista como un mero instrumento de la política exterior de Moscú. Habiendo usado la Comintern al servicio de sus propios intereses cínicos, Stalin la disolvió en 1943 sin hacer amago siquiera de convocar un congreso para refrendar la decisión.
La Cuarta Internacional
Expulsado y exiliado, Trotsky intentó reagrupar las exiguas fuerzas que se mantenían fieles a las tradiciones del bolchevismo y de la revolución de octubre. Bajo las condiciones más difíciles, calumniado por los estalinistas y perseguido por la GPU, él solo alzó las banderas de octubre, del leninismo y de la democracia obrera y del internacionalismo proletario.
Desafortunadamente, debido al tamaño reducido de sus fuerzas, muchos de los seguidores de la Oposición estaban confusos y desorientados, y se cometieron muchos errores, en particular de carácter sectario. Esto reflejaba en parte el aislamiento de los trotskistas del movimiento de masas. Este sectarismo está presente hoy en día en muchos grupos que se consideran a sí mismos trotskistas, y que han sido incapaces de entender las ideas más básicas de Trotsky.
Trotsky creó la Cuarta Internacional en 1938 en base a una perspectiva concreta. Sin embargo, esta perspectiva fue falsificada por la historia. El asesinato de Trotsky por uno de los mercenarios de Stalin en 1940 representó un golpe mortal contra el movimiento. Los otros dirigentes de la IV Internacional demostraron de manera fulminante no estar a la altura de las tareas históricas. Repetían las palabras de Trotsky sin entender su método. Como resultado, cometieron serios errores que desembocaron en el naufragio de la IV Internacional. Su dirección fue totalmente incapaz de entender la nueva situación que surgió tras 1945. La ruptura y fragmentación del movimiento trotskista se desata en este período.
No es posible entrar en detalle aquí en los errores de la dirección de aquel entonces de la IV Internacional, pero basta con decir que Mandel, Cannon y compañía quedaron desorientados tras la Segunda Guerra Mundial, y esto dio lugar al abandono total de las ideas del marxismo genuino. La llamada IV Internacional degeneró tras la muerte de Trotsky hasta convertirse en una secta orgánicamente pequeñoburguesa. No tiene nada en común con las ideas de su fundador ni con la corriente genuina del bolchevismo-leninismo.
El movimiento retrocede
La Segunda y Tercera Internacionales degeneraron en organizaciones reformistas, pero al menos les quedaban las masas. Trotsky, en el exilio, carecía de organizaciones de masas, pero sí tenía el programa y políticas correctas y unas consignas claras. Era respetado por trabajadores de todo el mundo y sus ideas eran escuchadas. Hoy, la llamada IV Internacional no existe como organización. Los que hablan en su nombre (y hay unos cuantos) no tienen ni las masas, ni las ideas correctas, ni siquiera consignas claras. Han degenerado hacia el tipo de sectarismo estéril que Marx combatió en la I Internacional. Toda la cháchara de revivir la IV Internacional sobre estas bases está descartada.
Debemos enfrentarnos a los hechos. Hoy, 150 años tras la fundación de la I Internacional, por una combinación de circunstancias, objetivas y subjetivas, el movimiento revolucionario ha dado un paso atrás y las fuerzas del marxismo revolucionario son una pequeña minoría. Eso es la verdad, y quien lo niegue se defrauda a sí mismo y a los demás. Las razones de esto están en parte en los errores del pasado. Pero el factor decisivo que explica el aislamiento y la debilidad de las fuerzas del marxismo revolucionario yace en la situación objetiva.
Décadas de crecimiento económico en los países capitalistas avanzados ha dado pie a una degeneración sin precedentes de las organizaciones de masas de la clase obrera. Ha aislado a la corriente revolucionaria, que en todas partes se ha visto reducida a una pequeña minoría. El colapso de la Unión Soviética ha ayudado a sembrar la confusión y la desorientación en el movimiento, y ha sellado definitivamente la degeneración de los dirigentes estalinistas, muchos de los cuales se pasaron al bando de la reacción capitalista.
Muchos han sacado conclusiones pesimistas de esto. A esta gente le decimos: no es la primera vez que nos enfrentamos a dificultades, y no les tenemos ningún miedo. Mantenemos una confianza inquebrantable en la certeza del marxismo, en el potencial revolucionario de la clase trabajadora y en la victoria final del socialismo. La crisis actual expone el papel reaccionario del capitalismo, y pone sobre la mesa la reconstrucción del socialismo internacional. Hay conatos de reagrupar fuerzas a escala internacional. Lo que se necesita es darle a esa reagrupación una expresión organizada y un programa, perspectivas y una línea clara.
La única salida
Las tareas a las que nos enfrentamos son a grosso modo análogas a las de Marx y Engels en los días de la fundación de la I Internacional. Como hemos explicado antes, aquella organización no era homogénea, sino que se componía de diversas tendencias. Sin embargo, Marx y Engels no se amedrentaron por ello. Se unieron al movimiento general de la Internacional obrera y trabajaron pacientemente para proveerla de una ideología y un programa científicos. Se enfrentaron a muchas dificultades. Al final de su vida Engels escribió: “Marx y yo estuvimos en minoría toda nuestra vida, y estábamos orgullosos de estar en minoría”.
Como Marx y Engels, durante décadas nos vimos forzados a nadar a contracorriente. Pero ahora los vientos de la historia han empezado a cambiar. La crisis económica global de 2008-2009 marcó un punto de inflexión en la situación mundial y los estrategas del capital no ven ninguna salida. Predicen entre 10 y 20 años de recortes y austeridad. Esta ha sido la “recuperación” más lenta de la historia del capitalismo, y sea cual sea la recuperación que dicen que hay no está alcanzando en absoluto a la mayoría de la población.
La mecánica elemental nos dice que cada acción tiene una reacción igual y opuesta. La crisis del capitalismo está provocando una reacción de los trabajadores y de la juventud. En todas partes, bajo la superficie de calma y tranquilidad, hay una corriente efervescente de rabia, indignación, descontento y, por encima de todo, de frustración contra el estado de las cosas en la sociedad y la política. En un país tras otro, las masas han entrado en escena con una fuerza sobrecogedora: Túnez, Egipto, Turquía, Brasil, Grecia, España y Portugal. Incluso en los EEUU hay un descontento generalizado y un cuestionamiento del orden actual que no existía antes.
Hoy, las ideas de Marx son más válidas y necesarias que nunca. Tras seis años de profunda crisis económica, hay desempleo masivo, condiciones de vida que se desploman, ataques constantes contra el Estado del bienestar y los derechos democráticos. Está el escándalo de los banqueros, que han destruido el sistema financiero mundial con su avaricia, especulación y timos, yéndose a casa con bonificaciones estratosféricas. Oxfam publicó una estadística que mostraba que las 66 personas más ricas del mundo poseen más riqueza que los 3.500 millones más pobres, la mitad de la población del planeta. Marx predijo esto en las páginas de ElCapital y del Manifiesto Comunista.
Los economistas y políticos no tienen solución a la crisis, cuyas causas no pueden llegar a entender. Hablan de la crisis de sobrecapacidad global, y usan tales términos porque tienen miedo de llamar a las cosas por su nombre. A lo que se refieren es a la sobreproducción, que Marx explicó en 1848. Esta es la contradicción fundamental del capitalismo, que nunca antes ha existido en ninguna otra sociedad. Y la única forma de eliminar esta contradicción es liberando las fuerzas productivas de la camisa de fuerza de la propiedad privada y del Estado-nación.
La clase obrera y la juventud no necesitan que se les recuerde que hay crisis económica, sólo tienen que encender la televisión para ello. Mientras la inseguridad se acumula en un extremo, en el otro se apila la riqueza. La productividad, la cantidad de riqueza producida por hora de trabajo, ha aumentado más de un 50% desde los años 1970 en casi todos los países occidentales, mientras que los salarios reales se han estancado en ese mismo período. Las colosales plusvalías producidas por la clase obrera son tomadas por los más ricos de la sociedad, a los que el movimiento Occupy llamó el 1%.
La única manera de acabar con la anarquía del capitalismo es que la clase obrera tome el poder en sus propias manos, que expropie los bancos y las grandes corporaciones y que empiece a planificar la economía en líneas socialistas democráticas. Cuando la mayoría social – los que realmente son fuente de toda riqueza – sea capaz de decidir cuáles son las prioridades, serán capaces de asegurar que los recursos de la sociedad se usan para satisfacer las verdaderas necesidades de la humanidad y no en aras del lucro privado. Será posible garantizar viviendas y sanidad decentes, educación gratuita en todos los niveles, y al mismo tiempo incrementar tremendamente la productividad del trabajo.
Esta nueva sociedad socialista sentará las bases para la desaparición de las clases. En palabras de Marx: “En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, la sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno sea la condición para el libre desarrollo de todos.”
La Corriente Marxista Internacional
Por las razones que hemos expuesto, actualmente no existe ninguna Internacional de masas genuina. Lo que fue la IV Internacional fue destruida por los errores de sus dirigentes tras el asesinato de Trotsky, y a todos los efectos sólo pervive en las ideas, métodos y programa defendidos por la Corriente Marxista Internacional.
En todas partes la gente está harta de la situación actual. Hay un deseo ferviente de cambio. Movimientos de protesta masivos como Occupy son una expresión de ello, pero al mismo tiempo han expuesto las limitaciones de movimientos puramente espontáneos. Los banqueros y capitalistas han mantenido un control firme sobre el Estado, las protestas perdieron fuelle y todo siguió como antes.
El problema fundamental se puede expresar de manera sencilla. Es un problema de dirección. En 1938, León Trotsky dijo que la crisis de la humanidad se podía reducir a la crisis de la dirección del proletariado. Eso resume completamente la situación actual. Es irónico que los dirigentes de los partidos obreros de masas se aferren al capitalismo y al mercado cuanto éstos están cayéndose a pedazos enfrente de sus narices. Los trabajadores y la juventud han hecho todo lo que han podido para cambiar la sociedad. Pero no han podido encontrar ninguna expresión organizada que responda a sus esfuerzos. A cada paso que dan se ven bloqueados por las viejas organizaciones y direcciones burocráticas que hace mucho que abandonaron cualquier pretensión de defender el socialismo.
Lo que separa a la Corriente Marxista Internacional (CMI) de todas las otras corrientes autodenominadas trotskistas, es, por un lado nuestro actitud minuciosa hacia la teoría y, por el otro, nuestra aproximación hacia las organizaciones de masas. Al contrario que el resto de grupos, nuestra premisa inicial es que cuando los trabajadores entran en acción no lo harán moviéndose hacia algún pequeño grupo en los márgenes del movimiento obrero. En el documento fundacional de nuestro movimiento, Marx y Engels explicaron que “Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.”. Explicaron que:
“Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, destacan y reivindican siempre los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.” (El Manifiesto Comunista,Proletarios y Comunistas).
Estas palabras son tan ciertas hoy como cuando fueron escritas. La tarea de los marxistas no es proclamar el partido revolucionario y la Internacional a viva voz sino construirlos en la práctica. Para esto, dos cosas son necesarias: la lucha por la teoría revolucionaria y la educación de cuadros marxistas, y una firme orientación hacia la clase obrera y sus organizaciones.
La Internacional no será construida meramente con proclamarla. Se construirá sobre la base de los acontecimientos, al igual que la Internacional Comunista se constituyó sobre la base de la experiencia de las masas en el periodo tormentoso de 1914-1920. Son necesarios grandes acontecimientos para enseñar a las masas la necesidad de una transformación revolucionaria de la sociedad. Pero además de los acontecimientos, necesitamos crear una organización con ideas claras y raíces sólidas en las masas a escala mundial.
Nuestra tarea es participar en la lucha de clases codo con codo con el resto de nuestra clase, pasar por todas las experiencias y por cada disyuntiva para explicar la necesidad de la transformación socialista de la sociedad. Sólo ganándonos, en primer lugar, a los elementos más conscientes y activos de la vanguardia proletaria y de la juventud podremos alcanzar a las masas que siguen bajo la influencia de la dirección reformista del movimiento obrero. En 1917, cuando eran minoría en los soviets, Lenin dio el siguiente consejo a los bolcheviques: “¡explicad pacientemente!”, y ese es un buen consejo.
Se necesita algo más que campañas de solidaridad, manifestaciones y ocupaciones. Lo que se requiere es una Internacional revolucionaria que sea capaz de dar una expresión organizada y dirección política a la lucha contra el imperialismo y el capitalismo por el socialismo. Esa es nuestra tarea.
Partiendo de pequeños comienzos, la CMI hoy trabaja en más de 30 países. Nuestra web, www.marxist.com (In Defence of Marxism), es la web marxista más exitosa y leída del mundo con millones de visitas cada año. De Brasil a EEUU y Canadá, de Grecia a Venezuela, de México a Gran Bretaña y Francia, la CMI está construyendo las fuerzas del marxismo. En Pakistán, en las condiciones más difíciles que se puedan imaginar, hemos construido una organización con miles de militantes que aúna a lo mejor de los trabajadores y de la juventud. Este es un gran logro pero es sólo el comienzo.
Hacemos un llamamiento a cada obrero y joven que esté de acuerdo con esto para que nos ayude a alcanzar nuestro objetivo final: la victoria del socialismo internacional.
¡Contra el capitalismo y el imperialismo!
¡Por la transformación socialista de la sociedad!
¡Únete a la CMI en la lucha por el socialismo internacional!
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Londres, 28/09/2014