A la historia se le combate a puñetazos. Trotsky contra la posmodernidad

Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: Cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón«. [Celine]

La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”. [Testamento de Trotsky]

El capitalismo expresa dos tendencias contradictorias: la racionalización y tecnificación de la producción por medio de la ciencia y, al mismo tiempo, la irracionalidad del afán de lucro, la imposibilidad de controlar a un sistema que se convulsiona en sus crisis periódicas. En estas crisis el capitalismo arrastra a millones de personas hacia la barbarie y enriquece grotescamente a una minoría. La tendencia a la irracionalidad se vuelva más visible conforme el sistema capitalista se globaliza en su fase imperialista. De estas manifestaciones contradictorias se han extraído conclusiones unilaterales. Es sabido que los sofistas tomaban un aspecto de la realidad y lo contraponían a todo lo demás como la verdad absoluta. De la misma forma uno puede tomar la cara “cruz” de una moneda como la única verdad y ver la cara “sol” como lo absolutamente falso. Un observador superficial que manifiesta, en el fondo, diversas ópticas de una misma clase –en este caso la burguesía- puede enfocar su atención en algún polo de la contradicción razón-sinrazón presente en la dinámica del capitalismo. La burguesía de la época de la Ilustración y el libre cambio tendía a ver la racionalización del sistema como el triunfo de la razón sobre la historia; en contraparte, la burguesía en su senilidad –en la época de los monopolios trasnacionales y el mercado mundial- tiende a ver la decadencia e irracionalidad de su sistema como la prueba última del dominio de la sinrazón en la historia. No es difícil ver en estas dos concepciones complementarias –funcionales para el sistema capitalista- la lucha entre “modernidad” y “posmodernidad”. Aunque el observador que adopta una u otra sombra no sepa realmente los intereses que está expresando, ambas sombras son proyectadas por la burguesía. Por eso ambas son ideología en el sentido que el marxismo da a este término.

Las sombras ideológicas parecen cobrar vida propia, en su descontento con el status quo la intelectualidad puede tomar esas sombras como “caballo de batalla” contra el sistema que, en realidad, las proyecta. Cuando se afirma, como lo hace la posmodernidad, que no existe progreso alguno en la historia y que ésta está más allá de toda comprensión, cuando se afirma que el “proyecto ilustrado” ha fracasado y en su lugar se intenta situar la subjetividad y arbitrariedad, existe una protesta ahogada y estéril contra la realidad. Pero protesta al fin. En la ambigüedad entre rebeldía y aceptación, en la que se debate la posmodernidad (inclinándose, la mayoría de la veces, por la misántropa aceptación) es posible encontrar los polos derecho e izquierdo del pensamiento posmoderno, como se pueden encontrar los “chichones” derecho e izquierdo en la cabeza de una burguesía maltrecha: así tenemos a la derecha posmoderna del nazi Heidegger y el aristócrata Nietzsche y, por otra parte, a la izquierda posmoderna del militante comunista Sartre o el anarquista Foucault.[1]

Pero al final contraponer metafísicamente razón y sinrazón en los marcos del capitalismo es como querer enfrentar a Satán contra el Diablo.

El pensamiento posmoderno se motiva en la repugnancia y el hastío de una vida sin sentido, en una serie de acontecimientos irracionales, en la barbarie de la existencia humana, la angustia ante la muerte y el absurdo. Más que una filosofía es un estado de ánimo. La posmodernidad es el arte de deprimirse con estilo y distinción. Como Pirrón de Elis, el escéptico griego que ante el inminente naufragio del barco recomendaba a los histéricos tripulantes la actitud impasible del puerco que comía despreocupado, observa esos acontecimientos de manera pasiva –a lo más con una mueca de pedante desaprobación- su hastío es improductivo y estéril. Trotsky rechaza la impotencia del pesimista en un pensamiento de unas cuantas líneas –se trata de una carta a una comunista desmoralizada- que nos parece un manifiesto completo en contra del pensamiento posmoderno:

¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños.[2]

El posmoderno “está descontento de los hombres y de sus actos” –dice Trotsky refiriéndose al sombrío dibujo de la humanidad que pinta Luis Ferdinand Celine en su novela Viaje al fin de la noche-, el pensamiento posmoderno no deja lugar para ninguna clase de optimismo, en su crítica sombría del devenir irracional de la humanidad se puede entrever una cruel condena al mundo burgués, en esa descripción decadente nadie sale bien parado; por ello el posmoderno aparece tan radical. Trotsky destaca la despiadada manera en que Celine enjuicia al mundo de la primera guerra mundial. La descripción horrible de un mundo cínico y demente no deja ser uno de los morbosos legados de la posmodernidad, acaso la posmodernidad –expuesta en sus más dotados exponentes- no deja de tener mérito por ello, sobre todo en la forma artística de los escritos de Nietzsche o Celine.

Mediante procedimientos artísticos profana paso a paso todo lo que habitualmente goza de la más alta consideración: los valores sociales bien establecidos, desde el patriotismo hasta las relaciones personales y el amor […] La guerra de Dantón no es más noble que la de Poncaire: en ambos casos la “deuda del patriotismo” ha sido pagada con sangre. El amor está envenenado por el interés y la vanidad. Todos los aspectos del idealismo no son más que “instintos mezquinos revestidos de grandes palabras”. Ni la imagen de la madre queda a salvo: Cuando se entrevista con el hijo herido “lloraba como una perra a quien le han devuelto sus cachorros, pero ella era menos que una perra, pues había creído en las palabras que le dijeran para arrancarle al hijo”.[3]

Pero el radicalismo se torna falso y estéril cuando es incapaz de levantarse contra la demencia que denuncia. El posmodernismo eterniza esa demencia cuando ésta se declara la esencia misma de la condición humana. Dice Trotsky que “Una rebelión activa va unida a la esperanza. En el libro de Celine [y en el posmodernismo, agregamos nosotros] no hay esperanza […] Una visión pasiva del mundo, con una sensibilidad a flor de piel, sin aspiración hacia el futuro. Tal es el fundamento sicológico de la desesperación, una desesperación sincera que se debate en su propio cinismo”.[4] El desgarre entre pesimismo y cinismo le permite prever a Trotsky el paso de Celine al campo conservador: “Revolucionario de la novela […], Celine estremece de arriba abajo el vocabulario de la literatura francesa […] Al rechazar no sólo lo real, sino también lo que podría sustituirlo, el artista sostiene el orden existente”. Trotsky descubre en el Viaje… una disonancia que “debe resolverse: o el artista se adapta a las tinieblas, o verá la aurora”. El biógrafo de Trotsky, Jaques Marie, agrega, con respecto a las proféticas palabras de Trotsky, la siguiente frase mordaz: Celine “se adaptará a las tinieblas y a Pétain”.[5]

El 4 de abril de 1935 –en medio de una desesperante situación de aislamiento en su asilo en Francia (Domene), en medio de la agonizante incertidumbre por la desaparición en Rusia de su hijo “Seriosha” Sedov de quien sólo sabe que ha sido arrestado por órdenes de Stalin- Trotsky escribe en su diario: “La vida no es fácil…Uno no puede vivirla sin caer en la postración o el cinismo; si no la domina una gran idea, que se eleve por encima de la miseria personal, por encima de la debilidad y de todas las deslealtades y las imbecilidades…”.[6]

Se requiere una gran idea para elevarse sobre el fango y enfrentarse a él pero el posmodernismo no tiene ninguna gran idea –rechaza esta posibilidad- y por eso se arrastra en la postración y el cinismo. Sin una convicción profunda el pensamiento se deshace en fragmentos, en la casuística, en episodios desconectados, en pequeños pedazos sobre los que se “teoriza” o, mejor dicho, se llora. El rechazo a los llamados “metarelatos” (a toda teoría explicativa) es resultado de una perspectiva pedestre; se queja porque el águila vuela y contempla desde lo alto: ¡No deberías volar, renuncia a las alturas y arrástrate conmigo! ¡Esta es la única opción en los tiempos posmodernos! Es la actitud de la zorra ante las uvas en la fábula de Esopo.

Los horrores del mundo capitalista son para el revolucionario el anuncio de un nuevo amanecer que deber ser parido a puñetazos. Trotsky admiraba de Lenin, entre otras cosas, el que el interés de su vida “no era lamentarse sobre la complejidad de la existencia, sino reconstruirla de otra manera”.[7]

Para el posmoderno “la complejidad de la existencia” es el motivo para regodearse con la decadencia y retorcerse en ella. La ironía es que pocos como Trotsky, y su fiel compañera Natalia, sufrieron tantos “ultrajes” por parte de la historia. Sus colaboradores, amigos, camaradas y familiares fueron asesinados. Y sin embargo, no sucumbió en el abismo morboso del pensamiento decadente. Su actitud se parecería al estoicismo si no fuera porque no tenía el cariz de sufrimiento resignado de éste y porque fue el mismo Trotsky quien escogió su destino libremente y con satisfacción; al estoico el destino es el que lo “escoge por el cuello”. Normalmente los posmodernos llevan una vida apacible escribiendo maldiciones contra derecha e izquierda sin la necesidad de quitarse la pijama o sin tener que traspasar las puertas de un café parisino.[8]

En su diario Trotsky describió una actitud opuesta ante la adversidad:

Reflexionando sobre los golpes que nos ha tocado recibir, le recordé a Natalia el otro día la vida del arcipreste Avakuum [éste fue un rebelde contra la Ortodoxia griega del siglo XVII, que fue deportado dos veces antes de morir en la hoguera]. El rebelde sacerdote y su fiel esposa, juntos en Siberia, caminaban dando tumbos. Sus pies se hundían en la nieve y la pobre mujer exhausta caía una y otra vez. Avakuum relata: «Y yo me le acerqué y ella, la pobre, empezó a reprocharme, diciendo: ¿Hasta cuándo, arcipreste, habrá de durar este sufrimiento? Y yo dije: `Hasta nuestra muerte, Markovna.’ Y ella, con un suspiro, contestó: Así sea, pues, Petrovich; prosigamos nuestro camino’.[9]

Hasta Sísifo rodaría gustosamente cuesta arriba su pesada roca si estuviera convencido de que su penosa tarea no es vana, esta convicción transformaría su martirio. Si el pensamiento posmoderno hubiera sido dominante en la historia aún viviríamos en el paleolítico. Un joven Trotsky, que apenas superaba los veinte años, dispuesto a enfrentar a la historia a puñetazos- ¡Y vaya que lo hará durante el resto de su vida!- escribió desde su prisión siberiana las siguientes palabras henchidas de optimismo.

Dum spiro spero! [¡Mientras haya vida hay esperanza!]… Parece como si el nuevo siglo, este gigantesco recién llegado, estuviera destinado desde el mismo momento de su surgimiento a llevar al optimista al pesimismo absoluto y al nirvana cívico…

-¡Muera la utopía! ¡Muera la fe! ¡Muera el amor! ¡Muera la esperanza! Truena el siglo veinte con salvas incendiarias y con el golpeteo de las ametralladoras.

-Ríndete, patético soñador. Aquí estoy, yo, tu largamente esperado siglo veinte, tu “futuro”.

-No, responde el optimista invencible: Tú, tú eres sólo el presente.[10]

 

 


[1] Foucault parece afirmar – pues los posmodernos son seres escurridizos y uno nunca puede estar seguro de lo que realmente quieren decir- que la historia no tiene sentido, el investigador sólo puede aspirar a comprender los sucesos de la historia en términos de las estrategias y tácticas de poder de los combatientes, es decir, en términos de la subjetividad de los campos en lucha, por ello, Foucault no puede sustraerse al pensamiento posmoderno. “[…] La historia no tiene sentido, lo que no quiere decir que sea absurda o incoherente. Al contrario es inteligible y debe ser analizada hasta su más mínimo detalle: pero a partir de la inteligibilidad de las luchas, de las tácticas y las estrategias. Ni la dialéctica (como lógica de la contradicción), ni la semiótica (como estructura de la comunicación) sabrían dar cuenta de la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos” (Foulcault, M. Microfísica del poder, España, Ediciones de la piqueta, 1992. pp. 179-180)

[2] Carta de Trotsky a Angélica Balabanof, 3 de febrero de 1937, en: Trotsky Escritos, Tomo VIII, Vol.2 (compilación digital).

[3] Trotsky, “Celine y Poincaré”, en Literatura y revolución, otros escritos sobre la literatura y el arte, Tomo II, España, Ruedo Ibérico, 1969. p. 165. (el subrayado es mío)

[4] Ibid., pp. 164, 165.

[5] Jean Jacques Marie, Trotsky, revolucionario sin fronteras, México, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 421.

[6] Trotsky, A dónde va Francia, Juan Pablos.

[7] Trotsky “Verdades y mentiras sobre Lenin”.

[8] Por supuesto, existen notables excepciones como la del activista Sartre.

[9] Citado en: Deutscher, Isaac, El profeta desterrado, México, Era, 1976, p. 267.

[10] Citado en: Trotsky, La era de la revolución permanente, (compilación), México, Juan Pablos, 1998, pp. 43-44.

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