Exactamente hace doce meses, en un artículo titulado 2011: ¿Optimismo o pesimismo? escribí lo siguiente: “El primer efecto de la crisis fue el de un shock, no solo para la burguesía, sino también para los trabajadores. Había una tendencia a aferrarse a los empleos y a aceptar recortes en el corto plazo, especialmente al no ofrecer los dirigentes sindicales alternativa alguna. Sin embargo, esto se tornará en una actitud general de furia y amargura, que tarde o temprano comenzará a afectar a las organizaciones de la clase obrera”.
Exactamente hace doce meses, en un artículo titulado 2011: ¿Optimismo o pesimismo? escribí lo siguiente: “El primer efecto de la crisis fue el de un shock, no solo para la burguesía, sino también para los trabajadores. Había una tendencia a aferrarse a los empleos y a aceptar recortes en el corto plazo, especialmente al no ofrecer los dirigentes sindicales alternativa alguna. Sin embargo, esto se tornará en una actitud general de furia y amargura, que tarde o temprano comenzará a afectar a las organizaciones de la clase obrera”.
Estas predicciones se hicieron realidad muchísimo más rápido de lo que yo podía esperarme de ninguna manera. El mundo está cambiando rápidamente delante de nuestros ojos. Durante los últimos doce meses, los acontecimientos se han ido desarrollando con velocidad sobrecogedora.
Cuesta trabajo imaginar que hace un año Ben Ali, Mubarak y Gaddafi estuvieran aparentemente firmes en el poder. Berlusconi, Papandreu y Zapatero también estaban a las cabezas de sus respectivos países. Nadie había oído hablar de los indignados o del movimiento Occupy Wall Street. Nadie hablaba de la inminente quiebra del euro.
¡Cómo han cambiado las cosas! Al comenzar un nuevo año, la clase dominante es presa de una creciente sensación de pesimismo, lindando con el pánico. Todos los intentos de insuflar nueva vida una economía mundial que languidece han fallado. La inyección de billones de dólares a los bancos solo ha servido para transformar un agujero negro en el corazón del sistema financiero mundial en un agujero negro en las finanzas públicas de Europa y EEUU.
Sin salida
Los capitalistas no ven salida para la presente crisis. Su única solución es recortar, recortar y recortar, buscando destruir todas las conquistas hechas por la clase trabajadora durante los últimos 50 años. Si lo lograran, significaría hacer retroceder a la sociedad a las condiciones que experimentaban los trabajadores en los días de Marx y Charles Dickens, la clase de condiciones que los trabajadores chinos están sufriendo a día de hoy.
Tal política no solucionará la crisis sino que, por el contrario, solo la hará incluso más profunda. Atacando los salarios y las pensiones reducirán la demanda todavía más, agravando así la crisis de sobreproducción, que se manifiesta en la forma de exceso de capacidad a escala global.
De una forma confusa, esto es comprendido por los keynesianos quienes abogan por medidas para reactivar la economía potenciando la demanda. La misma melodía es tocada por los reformistas de todos los colores, desde los socialdemócratas a los exestalinistas, que han abandonado toda pretensión de comprometerse con el comunismo y buscan soluciones en los confines del capitalismo. A estas personas no les gusta el capitalismo actual. Quieren remplazarlo, no con el socialismo (incluso ya ni mencionan la palabra), sino con un capitalismo diferente, un capitalismo más amable, más habitable, más humano, capitalismo con rostro humano. Es lo que ellos llaman “realismo”. Parece un intento desesperado de cuadrar el círculo, o de enseñar a un tigre come-hombres a comer ensaladas.
Creen que es simplemente una cuestión de estimular la demanda. Sin embargo, ¿Cómo es posible estimular la demanda? ¿Tal vez reduciendo los tipos de interés? Pero los tipos de interés están cercanos a cero ya ¿O estimulando el gasto estatal? Pero el principal problema que enfrentan Europa y EEUU es precisamente cómo eliminar la enorme montaña de deuda pública dejada por la crisis financiera de 2008 ¿Cómo pueden los gobiernos que están en quiebra incentivar el gasto estatal? Pese a todos sus mejores esfuerzos, los alquimistas nunca tuvieron éxito en transformar el metal común en oro. Y, como los antiguos solían decir, “ex nihilo, nihil fit”, nada sale de la nada.
La única solución posible a este acertijo es lo que ellos llaman “quantitative easing”, es decir, que el Estado debería imprimir grandes cantidades de dinero para rellenar el enorme abismo de las finanzas públicas. Esta es una medida desesperada que inevitablemente conduciría a una explosión de la inflación y a un nuevo e incluso más profundo colapso más adelante. Comparado con los hechizos económicos de los keynesianos, el hocus-pocus de los viejos alquimistas era un brillante ejercicio de lógica.
El cuadro difícilmente podría ser más desolador. El 31 de diciembre el Financial Times, el más prestigioso órgano de la clase capitalista británica, tuvo el coraje de publicar un editorial con el reconfortante título de Encontrando razones para la alegría. Después de todo ¿Quién quiere ser miserable en la noche de Año Nuevo? Lo que es significativo es que, en primer lugar, hay que hallar las razones para estar contento. En todo caso, los lectores del Financial Times encontrarán muy poca alegría en un artículo que comienza con estas palabras:
“¿Llorará alguien por el año 2011 que se acaba? Ha sido un año de crisis imparable y depresión económica profunda. Desde el tsunami que desató la catástrofe nuclear de Fukushima, a la parálisis de los dirigentes europeos cuando la fe de los inversores en el euro comienza a hundirse, hay poca razón para despedir el año con algún sentido lamento.
“El año que empieza no promete ser mucho mejor, con la perspectiva de la recesión extendiéndose por grandes partes de Europa, mientras incluso las potencias económicas en Asia están empezando a sentir la presión. Lejos de dar la bienvenida al 2012, muchos de nosotros seremos reacios a celebrar un nuevo año que promete incluso más austeridad e inseguridad”.
Cualquier trazo de confort que presenta el Financial Times en esta editorial son inmediatamente contradichas por el titular de la página principal de la misma edición, que nos informa de que 6,3 billones de dólares desaparecieron de los mercados en 2011. Agudas caídas en los mercados de acciones indican que los capitalistas, que no tenían motivos para celebra el año 2011, tendrán incluso menos para celebrar la llegada de 2012.
Los patrones se quejan porque sus beneficios descienden y sus acciones caen. Pero, en medio de la crisis, los super ricos siguen siendo super ricos. Los mismos banqueros que presidieron la ruina del sistema financiero mundial se están recompensando a sí mismos con cientos de millones en bonus. Nadie es llamado a dar cuentas. Nadia va a prisión. El dinero sigue fluyendo. El champán todavía corre.
Para los pobres y desempleados, por el contrario, la crisis del capitalismo significa una pesadilla de pobreza y humillación, falta de vivienda y desesperación. Para millones de familias en EEUU no existe motivo para celebrar el Año Nuevo.
Las masas pasan a la acción
Sin embargo, toda acción tiene una reacción igual y en sentido contrario. En todas partes, las masas están comenzando a pasar a la acción. La manifestación más clara de la cambiante situación es la emergencia de un movimiento de protesta mundial que está rechazando el capitalismo. Un creciente número de gente está reaccionando contra el orden existente: el desempleo que condena a millones a la inactividad forzosa; las guerras interminables, el racismo y la injusticia: y sobre todo, la grosera desigualdad, que concentra una obscena riqueza en las manos del 1% que preside la sociedad, mientras condena a la vasta mayoría de la población mundial a una vida de pobreza creciente, miseria y degradación.
La representación más significativa de este movimiento mundial son las similitudes de los motivos y las intenciones. Esto ha sido notado por los representantes más perceptivos de la burguesía. Así pues, Gideon Rachman escribe:
“Pese a todas las diferencias en cuanto a niveles de riqueza y libertad entre Europa y el mundo árabe, ha sido difícil no ver algunos paralelos entre Europa y el mundo árabe, ha sido difícil no ver algunos paralelos entre las multitudes de desempleados furiosos, jóvenes, del Norte de África y el sur de Europa. Los indignados que ocuparon el centro de Madrid en Mayo para protestar contra un nivel de desempleo juvenil del 40% en España, hicieron explícita esta conexión reclamando su solidaridad con la Plaza Tahrir.
“Después de los altercados en Londres y las protestas populares contra la desigualad y la corrupción en países tan diversos como Chile, China, Israel e India, escribí una columna a finales de Agosto, titulada 2011, el año de la indignación global. Al mismo tiempo, especulaba con que EEUU podría resultar inmune a la ola de protesta social que se extendía por el mundo. Pero esa idea rápidamente se mostró como falsa. En septiembre, el movimiento Occupy Wall Street se inició” (Financial Times, 30/12/11).
Los movimientos que se están desarrollando demuestran muchas características de una situación revolucionaria o prerrevolucionaria. Esto es cierto no solo para Egipto y Grecia, sino para EEUU. “Frente a la furia popular, la invectiva política y los movimientos de protesta en sus comienzos, los ricos están respondiendo en el nuevo periodo de la lucha de clases en EEUU”, nos informa el Financial Times (22/12/11).
Por supuesto, estamos hablando aquí solo de las etapas meramente iniciales de la revolución, esa etapa en la que las masas de gente que hasta ahora tuvieron poco ningún interés en política, ahora se encuentran en las calles protestando y manifestándose contra un orden social y político que se ha vuelto intolerable.
Es fácil señalar las deficiencias del movimiento: su carácter desorganizado, espontáneo y caótico, la carencia de objetivos claros y programas. Sin embargo tales deficiencias son manifestaciones características de las etapas iniciales de toda revolución en la historia.
La escuela de la revolución
Las masas en todas partes y en todo momento no aprenden de los libros, sino sólo de su experiencia directa. Los grandes acontecimientos son necesarios para sacar a las masas de su apatía habitual y de la indiferencia política. La revolución es su escuela, donde aprenden algunas lecciones muy dolorosas. Pero, en una situación revolucionaria, aprenden más en un solo día de acción que en veinte años de existencia "normal" ¿Quién puede dudar de que los trabajadores y la juventud de Egipto aprendieron más en unas pocas semanas de lucha que en todas las décadas anteriores de sus vidas?
Por supuesto, uno puede argüir que ninguno de los objetivos básicos de la revolución egipcia ha sido alcanzado aún. Los cínicos dirán: "¡Ves! El viejo orden simplemente ha cambiado su forma de dominio, mientras que todos los viejos elementos corruptos permanecen en el poder. El ejército tiene el poder y está aplastando la revolución bajo su bota". Tal es la "sabiduría" de los fariseos, que no pueden ver más allá de la punta de su nariz, y de los escépticos, que sólo ven el trasero de la historia, nunca su cara.
Todas las revoluciones pasan a través de etapas definidas, siguiendo un patrón que se reproduce en las circunstancias más variadas, con la regularidad más sorprendente. Más allá y por encima de los acontecimientos individuales, el marxismo nos permite ver el proceso en su conjunto, con todas sus inevitables contradicciones, contracorrientes e incesantes flujos y reflujos.
La etapa inicial es siempre la misma: una fase de euforia en la que el movimiento de masas parece llevarse todo por delante. Para aquellos que la viven, esta es una experiencia embriagadora. Es como si, de repente, todo es posible. La victoria parece inevitable, la derrota impensable. Es la etapa de las ilusiones democráticas.
En 1917, en Rusia, esta fase estuvo representada por la Revolución de Febrero, cuando los obreros y soldados derrocaron al Zar y establecieron los Soviets. Pero, a pesar de la euforia de las masas, la Revolución de Febrero no resolvió nada fundamental. Después de la caída de los Romanov, los terratenientes y los capitalistas, los banqueros y los generales, se reagruparon detrás de la fachada protectora del Gobierno Provisional. Dominaron con medios "democráticos", mientras que simultáneamente preparaban la contrarrevolución.
El Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky era una minoría en los Soviets, los cuales estaban dominados por los dirigentes reformistas de los SR’s y los mencheviques, que apoyaron el Gobierno Provisional. Los bolcheviques exigieron la transferencia del poder a los Soviets, pero los reformistas se aferraron a la burguesía.
Como resultado, el péndulo osciló bruscamente a la derecha. Lenin tuvo que huir a Finlandia. Las imprentas del Pravda fueron destruidas por las turbas reaccionarias. Trotsky y otros dirigentes bolcheviques fueron encarcelados. El resultado fue el intento de golpe de Estado del general Kornilov, que fue derrotado por la acción de las masas.
Esto preparó un nuevo giro a la izquierda, en el que los bolcheviques ganaron la mayoría decisiva de los Soviets, preparando el camino para la transferencia de poder a los Soviets en octubre (7 de noviembre en el calendario moderno). Vemos un patrón similar en la Revolución Española de 1931-37, y también en la Revolución Francesa de 1789-1793.
El derrocamiento de Mubarak fue un gran paso adelante. Puso de manifiesto el inmenso poder de las masas. Pero, al igual que la Revolución de Febrero en Rusia, no resolvió ninguno de los problemas fundamentales de las masas. Y no es posible resolver problemas como el desempleo, la falta de vivienda o la pobreza, siempre y cuando la tierra, los bancos y las grandes industrias sigan en manos de una minoría privilegiada.
Incluso la promesa de democracia seguirá siendo una frase vacía bajo el capitalismo. Las clases propietarias se están reagrupando tras los oficiales del ejército, los cuales poseen una gran parte de la economía egipcia y tienen grandes intereses creados en oponerse al cambio. Las masas han entendido esto y actúan en consecuencia. Los jóvenes, naturalmente, están en la primera línea de la lucha revolucionaria. Borzou Daraghi escribe:
"Preguntados una y otra vez qué harían si alguien tratara de secuestrar su revolución, los jóvenes egipcios, tunecinos y libios han dado la misma respuesta: realizar una nueva revolución. Pocos han sugerido formar o unirse a un partido político que represente sus intereses.
"‘Nosotros somos los que hicimos la revolución’, dijo Siraj Moasser, un libio de 26 años de edad. ‘Si la revolución fracasa, haremos otra. No tenemos nada más que perder’".
Y de nuevo:
"‘Esperamos que vengan la libertad y la justicia, y que la Shabab [la juventud de clase obrera] finalmente encuentre puestos de trabajo’, dice Mohammad Medhad, un joven desempleado de 21 años de edad de El Cairo, que se encontraba entre los manifestantes de la plaza Tahrir en enero y, nuevamente, el mes pasado. ‘Los jóvenes son los que deberían de mandar, porque ellos son los que hicieron la revolución’". (Financial Times, 30/12/11).
Esta es la auténtica voz de la juventud y de las masas revolucionarias.
El eslabón más débil
En enero pasado, escribí:
"Esos escépticos que se lamentan del supuesto ‘bajo nivel de conciencia’ de las masas simplemente muestran que su conocimiento del marxismo consiste solo en fragmentos sin digerir. Su pedante actitud ante la lucha de clases es una mezcla tóxica de ignorancia y esnobismo intelectual. Todas las impotentes jeremiadas de los escépticos serán echadas por tierra frente a los titánicos acontecimientos que están por venir. A diferencia de esos eunucos, las masas sólo pueden aprender a través de la lucha. Habrá, por supuesto, muchas derrotas, errores y contratiempos, pero a través de todas esas experiencias, el movimiento aprenderá y crecerá. No hay otro camino.
"Paso a paso, la desintegración del capitalismo está preparando el camino para el desarrollo de procesos revolucionarios. El camino para grandes transformaciones sociales está preparado por una serie de luchas parciales. Esa es la etapa preparatoria necesaria en la que nos encontramos".
Doce meses después, no tengo ninguna necesidad de cambiar una sola coma de lo que escribí entonces. La fase preparatoria de la lucha revolucionaria por el socialismo en todo el mundo será inevitablemente larga debido a la debilidad del factor subjetivo: el partido revolucionario y la dirección. Éste tendrá que ser construido en el fuego de los acontecimientos.
El verdadero significado de la revolución árabe es el siguiente: que el capitalismo ha comenzado a romperse en su eslabón más débil. La crisis en el mundo árabe es mucho más profunda y explosiva que la crisis en Europa o los Estados Unidos. Pero, en el fondo, es la misma crisis. Esto es reconocido al menos por algunos de los estrategas del capital, como Andreas Whittam Smith, periodista financiero y fundador de The Independent.
El 20 de octubre 2011, Whittam Smith escribió un artículo con el título Las naciones occidentales están ahora maduras para la revolución. En este artículo señala que a principios de 1848 nadie creía que la revolución era inminente ¡Naturalmente! Hipnotizados por los fenómenos superficiales, los llamados expertos de la burguesía están ciegos a los procesos en curso en lo más profundo de la sociedad. Por encima de todo, son orgánicamente incapaces de comprender el estado de ánimo real de ira y frustración que está desarrollándose entre las masas. Por lo tanto, siempre son tomados por sorpresa por las revoluciones.
La incapacidad de la burguesía para comprender la revolución fue puesta de manifiesto crudamente por la revolución árabe. Tan tarde como el 6 de enero 2011, The Economist escribió: "Es poco probable que los problemas de Túnez terminen en la deposición del presidente de 74 años de edad, o incluso que sacudan su modelo de autarquía". Unas semanas más tarde, Ben Ali había sido derrocado y su régimen se encontraba en ruinas.
El 25 de enero 2011, Hilary Clinton, declaró: "Nuestra evaluación es que el gobierno egipcio es estable y está buscando maneras de responder a las necesidades e intereses legítimos del pueblo egipcio". Esto lo dijo cuando las masas ya habían salido a las calles de El Cairo.
La misma falta de conocimiento fue demostrada por otros comentaristas burgueses, como el corresponsal de la BBC en El Cairo, que escribió el 17 de enero que no iba a haber ninguna revuelta en Egipto porque la gente allí es apática: "A diferencia de Túnez, la población tiene un nivel de educación mucho más bajo. El analfabetismo es alto, la penetración de Internet es baja".
El artículo, firmado por Jon Leyne en El Cairo, fue titulado: "No hay ningún indicio de que Egipto tome el camino tunecino". Para empeorar las cosas, estas líneas también se incluyeron en su informe de los hechos del 25 de enero, el día de la manifestación masiva que marcó el inicio de la revolución. Ese era el verdadero alcance de la sabiduría de los expertos burgueses que incluso hace menos de doce meses negaban la posibilidad de la revolución árabe.
Por supuesto, está claro que la revolución no ha terminado y todavía debe pasar por toda una serie de etapas, pero el curso exacto de la misma es imposible de predecir. Hay demasiados factores variables a nivel nacional e internacional para llevar a cabo esa tarea. Sólo es posible predecir la línea general de desarrollo e indicar las diferentes posibilidades inherentes a la situación. Sin embargo, lo más importante es ver que la revolución ha comenzado y continuará desarrollándose a través de una serie de etapas antes de que llegue a su desenlace final.
La lucha por un mundo nuevo
Los acontecimientos que están sacudiendo al mundo árabe hasta sus cimientos son solo una manifestación de la crisis general del capitalismo mundial. Ninguno de los problemas a los que se enfrentan los pueblos se pueden resolver en los estrechos límites del sistema capitalista. Ese es el origen de las explosiones revolucionarias en el norte de África y Oriente Medio. Esta es la razón por la que la revolución árabe no puede parar hasta que se haya abordado el problema de raíz, que es la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional, los cuales son demasiado estrechos para contener el colosal potencial de las fuerzas productivas.
Los nuevos movimientos son una expresión de la profunda crisis del sistema capitalista. Por otra parte, estos movimientos mismos no han comprendido la gravedad de la situación. A pesar de toda su energía y brío, estos movimientos tienen sus limitaciones, que rápidamente quedarán al descubierto. La ocupación de plazas y parques, a pesar de que puede ser una afirmación potente, en última instancia no lleva a ninguna parte. Son necesarias medidas más radicales para lograr una transformación de raíz de la sociedad.
A menos que el movimiento se lleve a un nivel superior, en un momento determinado se desplomará, dejando al pueblo decepcionado y desmoralizado. Reflexionando sobre su experiencia, un número creciente de activistas llegarán a ver la necesidad de un programa revolucionario coherente. La posición del autor de este artículo es que este programa sólo puede ser proporcionado por el marxismo.
El camino en el que hemos entrado no será fácil. Habrá muchas alzas y bajas. Habrá derrotas y victorias. Pero una cosa está clara. El sistema capitalista ha entrado en una fase de declive terminal e irreversible. No tiene nada que ofrecer a la humanidad, excepto un futuro de convulsiones, caos, crisis y guerras. Su continuación amenaza los fundamentos mismos de la civilización y la cultura y, a largo plazo, incluso plantea un interrogante sobre el futuro de la vida en la Tierra.
Es fácil desanimarse por los horrores que nos rodean por todas partes: los millones de hambrientos, el desempleo masivo, las constantes guerras y levantamientos, los inevitables retrocesos y derrotas… Los moralistas sentimentales y los pacifistas llorosos puede que sacudan la cabeza ante este espectáculo monstruoso. Sólo ven la superficie de las cosas, pero no entienden las causas más profundas. Pero lo que se necesita no son gemidos lastimeros y suspiros acerca de "la inhumanidad del hombre hacia el hombre", sino un diagnóstico científico y propuestas para un remedio.
La historia no es sólo un catálogo sin sentido de desastres y crímenes. La observación cuidadosa revela patrones definidos que se repiten constantemente. El periodo que vivimos tiene muchas similitudes con el periodo de decadencia del Imperio Romano, que reflejaba el callejón sin salida de un sistema de producción anticuado: la esclavitud. Este largo declive se prolongó durante varios siglos. Hubo periodos de aparente recuperación, que sólo fueron el preludio de nuevas e, incluso, más pronunciadas caídas.
El estancamiento de las fuerzas productivas llevó a una crisis general de confianza, empezando por la propia clase dominante. En el periodo de su decadencia había un sentimiento general de pesimismo en la sociedad romana, reflejado en las tendencias irracionales en la filosofía y la religión. Casi nadie creía en los dioses antiguos. En su lugar, había una epidemia de sectas místicas del Oriente. El mismo olor penetrante de la decadencia –económica, social, moral e intelectual– se aferra por todas partes en la sociedad capitalista de hoy.
Los reaccionarios culpan a la juventud por su falta de creencias. Pero, ¿En qué pueden creer los jóvenes? Hubo un momento en que los partidos socialistas y comunistas mantuvieron la perspectiva de un cambio fundamental en la sociedad. Es una de las contradicciones centrales de esta época que los líderes de los partidos y organizaciones creados por la clase obrera para cambiar la sociedad se hayan convertido en obstáculos monstruosos en el camino del cambio.
Sin embargo, la clase obrera es mil veces más potente que los aparatos burocráticos más poderosos. Los acontecimientos de los últimos doce meses son una respuesta devastadora a todos los cínicos y los escépticos. Proporcionan una prueba irrefutable de que nada puede destruir la voluntad de las masas para cambiar la sociedad.
Los gobernantes de la sociedad –como la élite del Imperio Romano– están luchando para estrangular a este nuevo mundo según nace. No están dispuestos a ceder el poder, o ceder una sola partícula de su riqueza y privilegios. No se rendirán sin una lucha feroz. Deben ser derrocados por el movimiento consciente de la clase obrera –esos esclavos modernos que producen toda la riqueza de la sociedad y los únicos que son capaces de reconstruir un nuevo orden social de las ruinas del antiguo–. Lo que es evidente a partir de los eventos inspiradores en Túnez y Egipto es que una vez que las masas se movilizan para cambiar la sociedad, no hay fuerza en la Tierra que las frene.
El movimiento revolucionario ha comenzado a nivel mundial. Experimentará muchas vicisitudes, derrotas y retrocesos. Pero, a través de todas estas experiencias, los trabajadores y jóvenes avanzados aprenderán y sacarán conclusiones. Los marxistas ponemos toda nuestra fe en los jóvenes y trabajadores de Egipto, Túnez, Grecia, España, Estados Unidos… Nuestro papel no consiste en predicar desde la barrera, sino en comprometernos con la lucha. Nuestro lugar está a su lado, participando en cada una de las luchas, al tiempo que explicamos que la única solución real es el derrocamiento del capitalismo y su sustitución por una sociedad apta para vivir los seres humanos: el socialismo.
Entendemos que todos los horrores que vemos a nuestro alrededor son las tribulaciones dolorosas de un nuevo mundo que está luchando por nacer. Derrotas temporales no nos disuadirán de cambiar nuestra trayectoria. La sociedad capitalista está podrida hasta la médula. Está enferma de muerte. No puede ser salvada, y todos los intentos de prolongar su existencia simplemente prolongarán su agonía, provocando nuevos horrores para la humanidad: nuevos brotes de violencia, guerras, terrorismo y la muerte de millones de personas. El sistema capitalista debe morir para que la humanidad pueda vivir.
Alguien dijo una vez a Durruti –el valiente anarquista español que a través de su propia experiencia se acercó al bolchevismo– “te sentarás en un montón de ruinas si tú resultas victorioso”. A esto, Durruti dio una respuesta característicamente revolucionaria:
“Siempre hemos vivido en barrios bajos y agujeros. Sabremos cómo apañarnos por algún tiempo. Pero, no debes olvidar, podemos construir también. Somos nosotros los que construimos esos palacios y ciudades aquí en España, en América y en todas partes. Nosotros los trabajadores podemos construir otros en su lugar. Y mejores. No le tenemos miedo a las ruinas, vamos a heredar la tierra. No hay la menor duda sobre eso. La burguesía puede destruir y arruinar su propio mundo antes de que deje la escena de la historia. Nosotros llevamos un mundo nuevo, aquí, en nuestros corazones. Ese mundo crece a cada minuto” (Entrevista de Durruti con Pierre Van Paasen. Toronto Star, septiembre 1936).
Londres, 03 de enero 2012