Alma Chávez y Antonio Pierantozzi
Argentina 1985, el más reciente film de Santiago Mitre, está batiendo récords y dando de qué hablar en los espacios de creación, debate y premiación cinematográficos. Desde hace un par de meses se ha convertido en un éxito de taquilla, y hoy se perfila como pre candidata a los Oscar en la categoría no habla inglesa (cuya selección se definirá a finales del presente mes).
En esta categoría el cine argentino ha logrado triunfar en 3 ocasiones: La historia oficial (1986), El secreto de sus ojos (2009) y Relatos salvajes (2014); sin mencionar tantas obras del 7mo arte argentino que quedaron en el camino, pero obtuvieron importantes reconocimientos y apreciación por parte de los amantes del cine.
La película fue estrenada el 29 de septiembre en las salas de cine argentinas y luego a nivel mundial a través de la plataforma de streaming Amazon Prime, uno de financiadores de la misma y el puente fundamental para su masificación en tan poco tiempo. Ha conseguido ya varios reconocimientos, siendo el más reciente el de mejor película de habla no inglesa en los Globos de Oro. Si bien la producción cinematográfica argentina siempre ha sido reconocida por la calidad en su ejecución, lo que le otorga una importante distinción dentro de la región, no es dato menor la gran financiación con la que contó su realización, permitiendo recrear hermosamente, con destreza y estética, un hecho histórico de tal envergadura: El juicio a las juntas. Un juicio que sentó un importante precedente en lo que a luchas, reivindicaciones y demandas de justicia se refieren, logrando ser el proceso de enjuiciamiento contra violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad de mayor envergadura en el mundo entero, desde los Juicios de Núremberg.
Además, se trata de una realidad que no marcó sólo la historia de la Argentina, sino la de toda la América latina entre el período de los años 60-90.
Una América donde no sólo hubo dictaduras. También estallidos sociales, profundización de las desigualdades, hambrunas y violación de derechos humanos. Todos estos hechos directamente vinculados a los planes injerencistas del imperialismo norteamericano en la región, ejecutados con la colaboración de las atrasadas burguesías locales. Estas burguesías, echando mano de esas grandes maquinarias de represión violenta que son sus Estados nacionales, masacraron, violaron y desaparecieron a miles de compañeros y compañeras a lo largo y ancho de este continente. Y es aquí donde comienza nuestro recorrido más allá de lo cinematográfico, lo anecdótico y conmovedor de los juicios a las juntas militares argentinas, responsables de la última dictadura en nuestro país entre los años 1976-1983.
El film incluyó una acertada ambientación (grabada en los escenarios reales donde sucedieron los hechos), un reparto de actores argentinos y el uso de modismos, imprimiéndole a la cinta de Mitre una peculiar simpatía. Aunque no deja de ser una producción realizada y pensada para públicos muy diversos, mantiene los elementos narrativos característicos a los que nos tiene acostumbrados Hollywood: un crimen, una víctima y un salvador (héroe), momentos de comedia que distienden lo atroz de la historia y un desenlace que permite a la víctima una cierta victoria, en este caso el enjuiciamiento de los responsables. Acto seguido, el público se seca las lágrimas, abraza y aplaude la obra maestra que acaba de disfrutar y la vida sigue, con este sabor, con este “entendimiento” de una parte de la historia, conforme de saber que “menos mal estamos en democracia”, que viva el “nunca más”, “que impresión la Argentina” y ese pasado tan doloroso, aparentemente lejano al mismo tiempo, más aún para las nuevas generaciones a las que “dictadura” les resulta impensado, histórico e imposible. Sin embargo, las heridas que dejó el genocidio siguen allí, recordándonos la vigencia del pasado en la lucha de clases hoy.
El negacionismo y la lucha de la clase obrera por su memoria histórica
Hay una memorable frase del escritor norteamericano William Faulkner que reza: “el pasado nunca está muerto, ni siquiera es pasado”.
Aunque los tiempos y la geografía son otros, esa aseveración, de espíritu historicista, es totalmente válida para la Argentina actual, pero también para el resto de nuestro continente.
Marx lo señaló en su momento de forma distinta en el 18 brumario de Luis Bonaparte, pero el alma de la idea es la misma: Los fantasmas del pasado, un pasado que se supone ya muerto, siguen atormentando a los vivos; todavía martirizan la piel de los que aún viven y luchan. Si se quiere, es esto algo esencial del desarrollo histórico, en tanto devenir de continuidades y saltos en la lucha de clases. El pasado de la lucha política, todavía deja ver sus huellas en el hoy.
Faulkner se refería particularmente a cómo la esclavitud y la guerra civil norteamericana, se expresaban en su aquí, el sur de los EEUU, y su ahora, la primera mitad del siglo veinte. ¿Qué más vigente hoy en los EEUU, que las expresiones contemporáneas del racismo secular, utilizado históricamente por la clase dominante norteamericana para dividir al proletariado y dominarlo, ahora expresadas en los abusos policiales, pero también en el reavivamiento de las organizaciones de extrema derecha?
Lo mismo podemos decir de la Argentina.
Por más de que sectores intelectuales y políticos de la clase dominante quieran negar el genocidio de la dictadura, las heridas están allí, aún frescas. Todavía duelen, y algunas aún sangran, y es ahí donde Argentina 1985 juega un papel importante.
Pero el negacionismo no es algo nuevo. Existió desde la época misma de la dictadura, aunque ha cobrado un cierto auge en el último período. Es el negacionismo es la última etapa de la perpetración.
Por ejemplo, en abril del año pasado el próximo candidato presidencial de derecha Javier Milei, negó que hubiera 30.000 desaparecidos. Considera que la cifra es simplemente una mentira.
Pero también hemos visto expresiones similares en diputados macristas como Hebe Cazado. Cuando hace dos años los contagios por coronavirus provocaron las primeras 30.000 muertes de ciudadanos argentinos, ésta diputada señaló que ahora sí había 30.000 fallecidos, no “como los otros 30.000”. Un señalamiento igual –igual de patético, igual de deleznable-, haría por esos días el periodista Eduardo Feinmann, un periodista reaccionario y de derecha, que se reivindica -bromas aparte- “no ser de derecha”.
Lógicamente, desde que inició la ofensiva de la clase dominante contra los trabajadores y sus conquistas, que caracterizó al gobierno Macri, los sectores que sostienen estas posiciones infames, se han envalentonado progresivamente. En efecto, las propias declaraciones de Macri en 2016 durante una entrevista, en las que puso en duda la cifra de 30.000 desparecidos -muy al estilo Milei-, porque bien podrían haber sido 9.000, han dado fuerza en los últimos años a estos sectores de la clase dominante, sus políticos e intelectuales.
Por ello, decimos en primer lugar que tiene importancia política la película Argentina 1985; porque es un filme que, llegando a amplios sectores de las masas y sobre todo de las nuevas generaciones de trabajadores, abre el debate sobre la barbarie de aquel pasado, que aún no muere del todo, y que aunque cambió cualitativamente –porque hoy los capitalistas utilizan la democracia formal para explotar al proletariado-, pervive aún su esencia en el aparato represivo del Estado, intacto y reciclado, y que continúa estando al servicio de la defensa de la propiedad privada de los medios de producción de la clase dominante. Incluso, vemos a veces cómo todavía hoy las viejas lacras de la represión feroz se expresan, en la forma de torturas a mujeres detenidas por haber sufrido emergencias obstétricas, en la judicialización de compañeros y compañeras de izquierda o dirigentes de la clase trabajadora como Milagros Sala mediante írritos juicios montados.
La lucha por nuestra memoria como clase, memoria sobre la que debemos construir nuestro porvenir, sigue siendo una de las tareas de nuestra batalla política contra la clase dominante. No es esta una tarea política secundaria o de menos importancia. Nuestras clases dominantes han procurado siempre que la clase obrera no tenga ni historia, ni memoria.
La teoría de los dos demonios, la hipocresía de la UCR y el papel del peronismo
Uno de los elementos que se pueden apreciar a lo largo del relato, es la posición de la defensa de los militares durante el juicio, e individualidades de la pequeña o mediana burguesía que apoyaron a las juntas, como es el caso de la madre del vice fiscal Moreno Ocampo. Estos sectores señalaban que durante la dictadura fue una guerra sucia, una guerra entre las fuerzas militares del Estado y las organizaciones armadas de la izquierda, el ERP y Montoneros.
Durante la realización del juicio en la película, el abogado que encabeza la defensa de Videla, Massera y compañía, esgrimirá esta posición, mejor conocida como la teoría de los dos demonios, como argumento.
Según la teoría de los dos demonios, había un enfrentamiento abierto entre las organizaciones beligerantes de la izquierda y las Fuerzas Armadas, o mejor dicho, una guerra, y, como en toda guerra, siempre habrá caídos en combate, siempre habrá víctimas y siempre, lamentablemente, para desgracia de los acongojados y nobles corazones de los militares de buen corazón, que lo único que siempre han querido es defender la patria -la patria de los ricos, no la de los obreros, claro está- siempre, habrá excesos. Así fueron las palabras de Videla en 1977:
“en toda guerra hay personas que sobreviven, otras que quedan incapacitadas, otras que mueren y otras que desaparecen. Argentina está finalizando esta guerra y, consiguientemente, debe estar preparada para afrontar sus consecuencias. La desaparición de algunas personas es una consecuencia no deseada de esta guerra”
De esta forma, se pretendió, desde el principio, justificar el genocidio y lavarles la cara a los genocidas.
Pero, por otra parte, había sectores que coincidían con la teoría de los dos demonios, aunque condenaban los “excesos” de la Fuerzas Armadas. En realidad, esta fue una posición presente en la burguesía “democrática” y en el gobierno Alfonsín, que, aunque se oponía a los métodos de la dictadura, lógicamente sostenía posiciones, en última instancia, anticomunistas en defensa de sus intereses de clase capitalista.
Este es un elemento de mucha importancia si se quiere comprender a fondo el proceso de transición a la democracia capitalista en Argentina. Al final, los radicales querían –y no podía haber sido de otra forma, dada su posición de clase- salvaguardar el régimen de propiedad capitalista y su Estado. Por ello, necesitaban “limpiar” a las FFAA de sus aspectos más feos y deleznables, pero manteniendo intacta su estructura y naturaleza. En otras palabras, había que lavarle la cara al aparato represivo del Estado burgués, para poder mantenerlo en pie. Había que proteger al Estado de sí mismo, a fin de que continuase siendo una herramienta útil para la defensa de la propiedad privada burguesa. Esta, es una de las lecciones fundamentales que los revolucionarios debemos sacar de la derrota de la dictadura, y sobre la que el filme sirve de interesante estímulo para debatir, analizar y comprender.
Al principio de la película, hay una escena en la que el fiscal Strassera y su familia están reunidos en la sala de su departamento, viendo por televisión la presentación del informe de la CONADEP, a cargo del ministro del interior Antonio Troccoli, y Ernesto Sábato. En su discurso, Troccoli esgrimió esta misma posición, justificando la matanza sobre la base de la violencia terrorista de la izquierda -que además ocurrió primero, es decir, fue causa y antecedente, según esta posición-, para sólo luego condenar los excesos de los milicos -consecuencias lamentables que había que “corregir”-. Ante ello, el filme muestra a un Strassera bastante progresista, crítico con esta posición, que claramente se indigna ante las palabras del viceministro, dice que para eso hubiera declarado Massera, y apaga el televisor. Luego, su esposa califica la alocución de Troccoli como un comunicado de la dictadura, y añade: “se suponía que iba a hablar de los desaparecidos, hijos de puta”.
La alocución completa de Troccoli, que puede encontrarse en la web aún hoy, muestra claramente cuál era en última instancia la posición real de los radicales ante la dictadura, la represión, la justicia y las reparaciones para con las víctimas, más allá del papel que quisieron mostrar ante el país durante el juicio. En el fondo es la misma posición de Macri cuando habla de guerra sucia, es decir, que las acciones violentas de las guerrillas de izquierda, provocaron aquella violencia feroz y sangrienta por parte del Estado.
Al final, si sometemos estas posiciones a un análisis político serio, se verá que en la práctica es la misma posición de la Junta y los sectores pro dictadura, pero barnizada con un matiz democrático burgués, y, por supuesto, la disposición a corregir los “excesos” para poder salvaguardar a la institución encargada de la represión.
Ahora bien, entre los radicales de ayer y los de hoy hay una diferencia bastante relevante. Mientras los radicales de entonces estaban obligados a ajustar cuentas con las juntas para dar respuesta a lo que era una rabiosa y acuciante demanda popular, los radicales de hoy se muestran mucho más reaccionarios al justificar aquella represión asesina, casi volviendo a las posiciones de los sectores pro junta de los ochenta.
Esta escena de la película, causó mucha controversia durante su estreno, sobre todo entre intelectuales y políticos radicales, pero también en la familia Troccoli. Mediante un comunicado público decidieron responder, ensalzándolo como, palabras más palabras menos, un paladín de la democracia.
Mientras que la derecha pro Junta utilizaba la teoría de los dos demonios para justificar la inocencia, y, más aún, el correcto, ejemplar y honorable accionar de los militares, la derecha “democrática”, señalaba que, ante el ataque de la subversión terrorista de la izquierda, era necesario que el Estado argentino jugara su papel como institución que mantiene “el orden y seguridad” de la república, pero, lamentablemente, cometió acciones indebidas en el proceso. Por lo tanto, lo necesario es echar abajo toda esa institución creada, fundada, adiestrada y educada para la represión, sino limpiarla de sus tendencias extremas.
Para los marxistas, limpiar al Estado de sus excesos, o reformarlo para hacerlo más democrático, en ultima instancia no sirve de nada. El Estado nace precisamente para defender los intereses de clase de los capitalistas, y, si se quiere abolir estos intereses en beneficio de toda la sociedad, entonces también se necesita destruir tal institución. Mantener el Estado capitalista vivo, significa dejar las armas de la represión en manos de la clase dominante, y preparar el terreno para futuras acciones represivas contra la clase obrera, aunque estas sean de menor grado que las llevadas a cabo por la junta militar entre 1976 y 1983. Desde la vuelta de la democracia hasta 2021 hubo 8.172 personas asesinadas en manos de las fuerzas de seguridad como detalla el informe de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI).
Ahora bien, daríamos una imagen incompleta de los hechos históricos y cometeríamos un error de gravedad, si sólo nos limitásemos a condenar la hipocresía de los radicales, de la burguesía democrática. La dirigencia del peronismo también tuvo una postura ante las juntas y el genocidio que no puede quedarse fuera del balance político.
En la escena de inicio del juicio en la película, el primero de los testigos que son llamados a dar declaración, es Italo Argentino Luder, candidato presidencial peronista en las elecciones de 1983.
Durante su comparecencia, el abogado defensor de los militares interroga a Luder sobre los llamados decretos de aniquilamiento. Luder responde que dichos decretos fueron dictados para extender la intervención de las FFAA en todo el territorio argentino, con el fin de enfrentar la subversión, es decir, las guerrillas de izquierda. Aunque el abogado intenta hacer que Luder admita que había una guerra civil o había un enemigo que el Estado debía enfrentar –la teoría de los demonios-, Luder señala no haber usado esas palabras. Sin embargo, su respuesta nos recuerda la política represiva del sector institucional del peronismo para contener al movimiento obrero entre los años 74 y 76, que preparó el terreno para la carnicería que vendría después.
En efecto, los decretos de aniquilamiento fueron el primer paso legal para la intervención abierta de las fuerzas armadas en la represión sangrienta contra los trabajadores. Aunque Luder en su testimonio señala que tales leyes no justificaban la represión violenta fuera de los cánones de la ley, la verdad es que durante el gobierno de Isabel Perón la represión dio un salto en comparación con los años anteriores: según el informe de la CONADEP, hubo 458 asesinatos de activistas o militantes de izquierda y obreros entre 1973 y 1975, de los cuales 359 fueron cometidos en 1975. Estos crímenes fueron cometidos principalmente por la Triple A, una organización anticomunista dirigida por José López Rega, ministro de los gobiernos peronistas de los 70 y secretario privado de Perón e Isabel Perón.
Más aún, fue durante la propia presidencia interina de Luder cuando se promulgaron los decretos de aniquilación. Por eso le llaman a comparecer durante el juicio. Los decretos fueron firmados por también por Carlos Ruckauf, Antonio Cafiero, Ángel Federico Robledo, entre otros.
Luder debió asumir en septiembre de 1975 en reemplazo de Isabel Perón, mientras esta se encontraba de reposo por motivos de salud. Al caer la dictadura, Luder fue presentado como candidato presidencial por el peronismo. Durante la campaña, declaró públicamente que respetaría la ley de autoamnistía promulgada por los militares para evitar ser enjuiciados por sus crímenes. Luego, bajo el gobierno de Alfonsín, la dirigencia peronista no apoyó la creación de la CONADEP ni se involucraron en su labor.
Vemos entonces, que también los dirigentes del peronismo tuvieron una responsabilidad política e histórica en los hechos que antecedieron al genocidio, y jugó un papel claramente oportunista y contrario a los intereses de la clase obrera, cuando había que dar la lucha -aún y cuando fuese dentro del marco democrático burgués abierto a partir de 1983- por la memoria y la justicia.
Los políticos de los principales partidos burgueses aportaron una cantidad indispensable de funcionarios a la dictadura, ya que ocuparon 794 intendencias en todo el país. Un paneo rápido a los números nos deja en claro la actitud colaboracionista de los partidos del régimen político: La UCR con 310; el PJ con169; los demoprogresistas con 109; el MID 94; Fuerza Federalista Popular, 78; el MPN (de Neuquén) aporto 23; los demócratas cristianos, 16 y el Partido Intransigente, 4.
El protagonista colectivo que faltó: las madres y el pueblo que derrocó a los milicos
Uno de los elementos negativos del filme, que sin duda hay que debatir, es que se centra sobre todo en los actores que, desde el aparato de Estado, hicieron un esfuerzo –no menospreciable, por supuesto- para “corregir” los excesos de ese Estado. Pero, ¿qué hay de los que pusieron su pellejo, aquellos y aquellas que arriesgaron sus vidas en la lucha por encontrar a sus familiares desaparecidos?
Cierto es que la película les da un papel bastante destacado a los familiares de los desaparecidos y a las víctimas de la represión, que sufrieron en carne propia el horror de la barbarie genocida. Sus testimonios fueron el elemento central que desenmascaró ante todo el país, incluyendo ante sectores de la pequeña burguesía que respaldaba a las juntas, la magnitud de aquel horror, la gravedad de aquel crimen masivo contra la humanidad. Entre los testimonios, destaca el de Adriana Calvo, que además fue el primero de todas las comparecencias de las víctimas, y sin duda uno de los más desgarradores, por todo lo que implicó su caso. Calvo estaba embarazada cuando la detuvieron y dio a luz en la parte de atrás de un auto donde la trasladaban, vendada y con las manos atadas a la espalda. Luego, recién después de haber dado a luz, sin poder tomar a su niña en brazos, con sangre aún sobre su cuerpo, la obligaron a trapear el piso en un centro de detención.
Pero, a pesar de estos momentos valiosos en el relato, hay personajes clave que estuvieron al margen de la historia que nos narra el filme, aún y cuando gracias a ellas y ellos es que fue posible el retorno a la democracia formal, el fin del genocidio y el propio juicio. Nos referimos a la lucha de las Madres de la Plaza de Mayo y las organizaciones de DDHH.
Tanto las Madres como las organizaciones de DDHH mantuvieron una lucha abierta en pleno período represivo, a pesar del terror y el peligro que ello significaba, abriendo poco a poco las puertas a las luchas de masas que luego echarían abajo a las juntas. Las grandes, incansables, temerarias y férreas luchas que dieron nuestros compañeros y compañeras, en muchos casos estuvieron lideradas, motivadas e inspiradas por las Madres. Ellas y el conjunto de organizaciones de DDHH hicieron posible un 1985.
Ese notable grupo de mujeres, madres, hermanas, esposas y familiares quienes sin descanso salieron a las calles a pedir justicia encontrando iglesias, plazas, la ronda en esta icónica plaza y el colocarse en sus cabezas los pañales de sus hijos e hijas como símbolo de identificación. Arriesgaban sus vidas, ingeniándoselas para dar con el paradero de sus familiares. Fueron infiltradas, violentadas, amedrentadas, estafadas y robadas por los cuerpos de seguridad cómplices de la misma dictadura y de las fuerzas armadas argentinas. Similar fue el trabajo militante de resistencia de los numerosos movimientos sociales y obreros que hoy día continúan organizándose, asistiendo cada 24 de marzo, movilizándose cada vez que el poder dominante quiere hacer borrón y cuenta nueva como con el intento de que los crímenes de lesa humanidad debían incluirse en el beneficio de la ley del 2×1, que en año 2017 modificaba el artículo 7 de la Ley 24.390 –hoy derogada- para especificar que el 2×1 “no es aplicable a los crímenes de lesa humanidad, genocidio o crímenes de guerra, según el derecho interno o internacional”. Esto también debemos entenderlo al ejercer la Memoria Histórica cada 24 de marzo, cuando cientos de miles de militantes nos encontramos siempre atentos y atentas, dispuestos y en permanente lucha.
Son miles de trabajadores y trabajadoras los que han sostenido las luchas fundamentales de las que Argentina 1985 se olvidó de relatar, documentar y nombrar. No vale ese escueto guiño –que resulta hasta insultante- a las Madres de Plaza de Mayo, representadas en personajes irrelevantes, sin nombres, sin organización. Como hemos señalado, la caída de la dictadura y la muy enfatizada “vuelta a la democracia”, fue consecuencia de su lucha valiente junto al movimiento obrero. Lamentablemente, Mitre no consideró sus luchas como suficientemente relevantes para ser incluidas el guión. Todo pareciera ser obra y gracia del Estado y sus marcos regulatorios. Guiño gigante sí, el que pareciera hacer el film a la justicia argentina, como aparato, como institución e incluso como grupo social y cultural, que a pesar de sus variopintos pero en el que siempre reinan “los justos”. Al final, ello termina siendo una hermosa lavada de cara a una de las instituciones más cuestionadas en los últimos tiempos en el país.
La verdadera justicia, la genuina reivindicación de los 30.000 compañeros y compañeras, que tan valientemente llevaron adelante las Madres de Plaza de Mayo, los organismos de DD.HH. y el conjunto de la clase trabajadora, será de la mano de la clase obrera y los explotados, organizados en su propio partido para derribar definitivamente al Estado capitalista y a sus instituciones, tirándolo al basurero de la historia en el camino de construir una nueva legalidad, un nuevo gobierno de trabajadores.