La guerra, la hambruna y las epidemias mortales (SIDA, ébola, etc.) nunca han dejado de azotar la humanidad. Sin embargo la pandemia del coronavirus ha desenfrenado la crisis económica, política y social que era latente, asignándole un carácter absolutamente inédito en nuestra historia. La propia burguesía a escala mundial se expresa en tonos catastróficos, calificando esta situación como “la peor crisis” desde las Guerras Mundiales, como aseguran en el FMI o incluso afirmando sin tapujos que esta “pandemia llevará a revoluciones sociales”, como lo ha hecho la revista de negocio americana Bloomberg, de propiedad del gigante de la finanza mundial.
La pandemia de la COVID 19 parece ser el clásico “accidente” del que se sirve la historia para realizar lo que estaba inscrito en su devenir. Esto significa que no hay azar en lo que estamos viviendo. El nuevo coronavirus ha saltado de especies animales a la humana por efecto de los cambios ecológicos inducidos por la deforestación – que reduce los espacios de vida silvestre – y la ganadería y aviculturas industriales, donde han surgidos los brotes epidémicos de las últimas influenzas. La letalidad del nuevo coronavirus es directamente proporcional a las capacidades del sistema de salud de los diferentes países, su disponibilidad de camas hospitalarias, de terapia intensiva, de médicos generales e intensivistas y de personal en general. El nuevo coronavirus, de suyo, pone la velocidad de la difusión y el contagio; el resto es obra del capitalismo y de las decisiones políticas que priorizan la subsistencia de este sistema por encima de la vida humana.
En los ojos y la memoria de millones de trabajadores en el mundo quedan grabados los cadáveres pudriéndose al borde de las calles en Guayaquil (Ecuador); los jóvenes fallecidos por no tener acceso al sistema de salud en la más grande potencia militar y económica de la historia, como los EEUU; las ruletas rusas sobre la base de cuales pacientes tendrán derecho a un respirador artificial en países capitalistas avanzados. Una barbarie digna de las épocas más oscuras de nuestra historia. Asimismo quedan los intentos de minimizar el asunto, los centenares de salubristas fallecidos porque se realizan pruebas a políticos, futbolistas y gente del espectáculo pero no a médicos ni a enfermeras, las obreras y los obreros forzados a aglomerarse en los respectivos lugares de trabajo exponiéndose al contagio. Todo en el torpe intento de reducir el impacto económico de la pandemia.
Pero la recesión mundial (otros economistas hablan de manera probablemente más correcta de “depresión”, es decir un colapso más orgánico y duradero) estaba ampliamente anunciada por todas las estadísticas de las principales economías del mundo, las avanzadas y las emergentes. Las razones estructurales de la crisis de 2009 no habían sido resueltas. Sin embargo, es un hecho que el freno impuesto por esta pandemia al comercio mundial, al consumo y, en cierta medida, también a la producción, ha acelerado de manera catastrófica el estallido de la crisis.
Así como para enfrentar la pandemia es necesario un nivel centralizado de organización del sistema de salud, de la misma manera la crisis económica que sigue requiere intervención pública del Estado. La burguesía en todo el mundo va sepultando todo su recetario neoliberalista, demostrando que su única ideología son los negocios y el lucro que los motiva. Claman por más inyecciones de dinero en la economía, es decir por financiar las empresas mediante la impresión de dinero, un mayor endeudamiento público y activan medidas proteccionistas sobre alimentos y productos industriales. Pretenden hacer todo lo que antes satanizaban, pero, bajo el signo de la burguesía estas medidas tendrán un costo muy elevado para el pueblo pobre y trabajador.
Por ejemplo, la burguesía boliviana mediante sus gremios, pide que se pongan los aportes a la jubilación que los trabajadores hacemos a la AFP a disposición de la reactivación económica. Por otro lado, una de las fuentes principales de financiación de los bonos y las medidas para sustentar los ingresos familiares es el endeudamiento público, en Bolivia como en el resto del mundo (el mismo Maduro en Venezuela pidió un crédito de cinco mil millones de dólares al FMI); estas deudas luego tendrán que ser pagadas y se emiten sin garantía alguna que el dinero no termine engordando a especuladores financieros y banqueros, como ocurrido después de 2008. Por último, imprimir dinero desde los bancos centrales para financiar tan dudosos planes de reactivación económica provoca devaluación de la moneda, algo inmediatamente desastroso en economías dependientes como la nuestra, e inflación, que erosiona los ingresos de la clase trabajadora.
El mundo está cambiando a una velocidad impresionante, y con él las formas de la lucha de clases. El enemigo de ayer, los privatizadores que propugnaban la liberalización de los servicios públicos y del comercio internacional, hoy están inermes. Todas las voces de la burguesía mundial hablan de intervención estatal en la economía y de defensa proteccionista de las producciones nacionales. Esto inevitablemente concentra la sociedad alrededor de sus polos de clase: la burguesía y el proletariado.
Ahora de hecho ya no está en discusión si el Estado debe o no inmiscuirse en la economía, sino cuál Estado debe hacerlo y en razón de cuáles intereses de clases. Si la intervención en la economía viene de la mano del Estado burgués – fundado en la explotación del trabajo – la corrupción, el desvío de recursos, el autoritarismo y la barbarie serán inevitables. Solo la democracia obrera puede hacer que las necesidades humanas, y no así el lucro, guíen la producción y la economía social.
El artículo que mencionamos anteriormente de la revista de Bloomberg, tiene al respecto algunos pasos significativos, que adelantan las estrategias posibles de la burguesía en el próximo periodo. El redactor de esta nota escribe:
“El malestar social ya había aumentado en todo el mundo antes de que el SARS-CoV-2 comenzara su viaje. Según un recuento, ha habido alrededor de 100 grandes protestas antigubernamentales desde 2017, desde los disturbios de los ‘chalecos amarillos’ en un país rico como Francia hasta manifestaciones contra hombres fuertes en países pobres como Sudán y Bolivia. Alrededor de 20 de estos levantamientos derrocaron a los líderes, mientras que varios fueron reprimidos por represiones brutales y muchos otros volvieron a hervir a fuego lento hasta el próximo brote… Con el tiempo, estas pasiones podrían convertirse en nuevos movimientos populistas o radicales, con la intención de dejar de lado cualquier régimen antiguo que definan como el enemigo. La gran pandemia de 2020 es, por lo tanto, un ultimátum para aquellos de nosotros que rechazamos el populismo. Exige que pensemos más y con más audacia, pero de manera pragmática, sobre los problemas subyacentes que enfrentamos, incluida la desigualdad. Es una llamada de atención para todos los que esperan no solo sobrevivir al coronavirus, sino sobrevivir en un mundo en el que vale la pena vivir.” (aquí el artículo completo en inglés)
Aquí se toca un punto clave. La crisis no es solo sanitaria y económica, sino, y en cierto sentido incluso de manera determinante, política. No hay gobiernos ni líderes políticos que gocen de buena salud, en ningún lado del mundo. Aunque algunos puedan verse fortalecido por haber reaccionado rápidamente a la pandemia, la crisis que le sigue los pondrá en apuros. En nuestro país el gobierno de Añez, minoría en el parlamento y en la población, no pudo hacer cumplir la cuarentena sin el apoyo militar, utilizando míseros bonos para justificar la acción represiva. Esto ejemplariza de la manera más fiel el tipo de populismo al cual la burguesía mundial está dispuesta a conceder un crédito.
Las líneas citadas aluden también a la posibilidad que sean supuestos “radicales” los que conduzcan la lucha al “viejo régimen”. En los años ‘30 del siglo pasado, ante la crisis que llevó a la Segunda Guerra Mundial, la burguesía usó el fascismo e incluso a la socialdemocracia para combatir a la clase trabajadora y garantizarse el mundo en el que valga, para ellos, la pena vivir. En los EEUU fue un partido de industriales y ex esclavistas, los Demócratas, el que se disfrazó de socialdemocracia en ausencia de un partido propio de la clase trabajadora. El único antídoto que conocemos frente a estas degeneraciones es la defensa incondicional del programa de la democracia obrera y la total independencia organizativa respecto al reformismo, cuyas concesiones al programa burgués, que analizamos en otro artículo con referencia a las propuestas del MAS sobre la pandemia, lo postulan a jugar el papel de rescate del sistema capitalista en crisis.
Bolivia no está al resguardo de la tempestad que vivimos. A la emergencia sanitaria, sumamos una emergencia democrática que, como dicho, nos pone de ejemplo al mundo entero. Dentro de los 195 millones de empleos que, según estima la Organización Internacional del Trabajo, están en riesgo de perderse, hay miles y miles bolivianos. Ya ahora, pese a las formales prohibiciones del Ministerio de Trabajo, hay despidos en empresas de servicios, industriales y mineras. Pero el gobierno golpista de la candidata Añez, cuya gestión transitoria fue posible sólo por sus vergonzosos acuerdos de pacificación con la COB de Huarachi y con el MAS, tiene la mirada puesta exclusivamente en desmentir críticas y ganar algún tipo de legitimidad popular.
En poco más de una semana desde el primer caso de coronavirus encontrado en nuestro país, Añez declaró la cuarentena total y lanzó sus primeros bonos. Una semana después 48 mil efectivos militares han sido desplegados por el país a cumplir acciones de policía. Mientras tanto pero ningún otro dato para esclarecer el manejo sanitario del contagio ha sido proporcionado a la población, excepto el que da cuenta de los nuevos positivos que resultan a diario. En Bolivia empezamos a vivir la pandemia con un solo laboratorio público habilitado (el CENETROP de Santa Cruz) al cual, más allá de los anuncios, se ha sumado solo el INLASA de La Paz. En un reportaje del Correo del Sur del 13 de abril de 2020, se leía:
“hasta el viernes 10 de abril se realizaron 2.251 pruebas o test de coronavirus con la finalidad de probar si esa misma cantidad de personas portaban o no el mal, es decir que por cada millón de habitantes se hicieron 205 tests. Esta cifra pone al país entre las naciones que menos esfuerzos (relacionados con las pruebas) están haciendo por lograr un diagnóstico oportuno de la enfermedad… el Instituto Nacional de Laboratorios de Salud (Inlasa) informó que dispone de 200 pruebas PCR para detectar el coronavirus y que, ante esa carencia, solo serán utilizados en los casos más graves. En términos generales se conoce que una prueba de PRC en los laboratorios públicos tiene un costo promedio de 50 dólares en el mundo, aunque en México está cerca de los $us 100… En los nueve laboratorios privados autorizados, el costo de la prueba es de 880 bolivianos” ($us 128).
Antes del inicio de la pandemia, Bolivia mantenía una crónica insuficiencia en salud. Las gestiones de Evo han simplemente maquillado la situación. Por ejemplo hay más camas hospitalarias, pero el incremento se atribuye principalmente a los Centros de Salud de primer nivel, que requieren menor inversión en equipamiento y personal. Según los datos de un estudio del Colegio Médico de Bolivia de 2019 nuestro país tiene 0,8 médicos por cada mil habitantes, frente a los 2,3 recomendados por la OMS. A este mismo nivel estaba la salud en 1984. Datos filtrados durante esta pandemia dan cuenta que en Bolivia tenemos 430 camas de terapia intensiva y 190 especialistas en esta rama médica, es decir menos de la mitad de los que servirían en proporción a la población, según recomendaciones de la OMS. Es más: de las 430 camas “el 10% no está en funcionamiento… Muchas de las UTI, sobre todo las del sector público, no están bien equipadas” y el 60% son del “sector privado” (Página 7, 4/4/2020).
Sin necesidad de ahondar en el tema del protocolo de tratamientos utilizados para con los pacientes de COVID19, estos datos explican porque el nuestro resulta ser el país con la más alta tasa de mortalidad por la nueva pandemia y la menor tasa de recuperación en América Latina y entre el que exhibe los peores índices mundiales. Casos como los de Patacamaya o Montero, donde las primera víctimas son salubristas, médicos y enfermeras, en la mayoría de los casos precarios sin ítems, es otra prueba más del estado de abandono en el que se ha mantenido este sector.
Añez sigue atribuyendo la responsabilidad de todo esto al MAS y a su actual candidato Luis Arce, ex ministro de economía de Evo. La salud ha sido realmente uno de los más grandes fracasos de Evo; sin embargo lo escandaloso es que ni siquiera frente a datos que demuestran la necesidad de nacionalizar la salud privada, ni el MAS ni la COB lo propongan. Así Añez gestiona la crisis sanitaria prácticamente sin oposición. Su gobierno ha complementado cada una de sus medidas con algún anuncio de bonos, de hasta 500 Bs, o créditos para pequeñas y medianas empresas. El total de estas medidas económicas asciende a aproximadamente 5 mil millones de bolivianos, unos 900 millones de dólares, que, según el ministro de hacienda, son deudas.
Con estas premisas, como ha ocurrido en todo el mundo, los medios han concentrado su atención sobre los ciudadanos que no acatan la cuarentena, obviamente sin mencionar el hecho que hay empresas que aglutinan a centenares de trabajadores y trabajadoras, donde se han hecho excepciones para garantizar la actividad productiva. Es el caso, por ejemplo, de las beneficiadoras donde se descascara y envasa la castaña, que emplean a turnos de 500 trabajadoras para las cuales no valen medidas de seguridad. O de los trabajadores de la planta de Sofía en Cotoca, donde ni la presencia de un contagio confirmado ha detenido la producción.
La clase obrera boliviana ha sido precipitada a esta crisis cuando no había ni siquiera digerido todavía la caída de Evo y todo lo que significó y siguió. El desprestigio total que rodea la burocracia de Huarachi, Gutierrez y demás, un dia leales a Evo, al otro instigadores de su renuncia, un día negociadores con los golpistas, al otro reclamando candidatos a Arce, empeora la situación. La actitud del MAS que con Arce critica el autoritarismo del gobierno en la gestión de la cuarentena, mientras los gobernadores y hasta alcaldes de este partido exigen militarización en los territorios que administran, deja a los trabajadores sin alternativas. Así tenemos a un extremo a sectores sindicales que no desprenden su destino del de sus empleadores, como los fabriles que propusieron usar los fondos de la AFP para hacer frente a la emergencia, y al otro organizaciones como la COD de Chuquisaca que hace una serie de planteamientos correctos sin pero organizar ninguna medida concreta para ponerlos en práctica.
La crisis, sin embargo, golpeará, duro, y en todo el mundo. En los países más golpeados por la pandemia, en Italia, España y hasta en los EEUU ya durante una cuarentena que la clase trabajadora no pudo acatar por los mezquinos intereses patronales, hemos asistido a la más importante oleada de huelgas, principalmente espontáneas, de las últimas décadas. Es solo un adelanto de lo que se prepara y esta vez nada podrá impedir que la clase trabajadora boliviana aprenda del ejemplo que le viene de sus hermanos en el resto del mundo. Sólo la intervención de la clase trabajadora salvará al mundo de la barbarie capitalista y a nuestro país del autoritarismo golpista.
La gran diferencia entre la actual crisis y todos los males que el capitalismo siembra y ha sembrado en el planeta, es que esta es realmente mundial y al, mismo tiempo, es crisis económica, política, social y una terrible emergencia sanitaria que convoca a las mejores energías de la sociedad a la acción. Es necesario organizar estas energías, por esto te renovamos el llamado a sumarte a la Corriente Marxista Internacional y a su esfuerzo por levantar una organización revolucionaria de masas en nuestro país y el mundo.