Este verano en todo el planeta ha sido uno de los veranos meteorológicos más inusuales y extraños. Ya no es el cambio climático una cosa del futuro. Desde California hasta el Círculo Polar Ártico, las temperaturas excepcionales están creando potenciales polvorines a punto de estallar. En Grecia, 91 personas murieron en un incendio espantoso. En Japón, al menos 77 personas han muerto y más de 30.000 han ingresado al hospital por golpes de calor, asimismo 54 personas murieron por el calor en Quebec, Canadá.
Lobos acechan en la puerta
En los últimos años, hemos visto batir un registro tras otro. Los acontecimientos climáticos extremos se están convirtiendo en la regla, no en la excepción. De los 10 años más calurosos registrados desde 1880, no menos de ocho han ocurrido desde 2008. La evidencia es irrefutable.
Hasta ahora, los cambios de temperatura han aumentado en proporción a las cantidades acumuladas de gases de efecto invernadero que hemos arrojado a la atmósfera. Sin embargo, esto se puede cambiar.
Actualmente el mundo es 1,1°C más caluroso que en los tiempos preindustriales. El Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC) predijo que si se realizan esfuerzos para reducir las emisiones de carbono, reduciéndolos rápidamente a cero y las emisiones negativas se aplican antes de fin de siglo, los cambios de temperatura podrían limitarse a 1,5°C.
Con las proyecciones actuales, sin embargo, es probable que superemos el modesto objetivo de 2°C establecido por el acuerdo de París. De hecho, podríamos alcanzar entre 3°C y 4°C de calentamiento. Y esto es sólo un promedio global: en ciertas partes del mundo, el impacto del cambio climático será aún más dramático.
Pero antes de que eso suceda, entregaremos el destino a la Madre Tierra.
Algunas de las últimas investigaciones publicadas en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias hacen predicciones nuevas y más aterradoras: si no limitamos los aumentos de temperatura a 2°C, se alcanzará un punto de inflexión. Los permafrost[1] comenzarán a derretirse, vertiéndose grandes cantidades de CO₂ en el proceso. Las temperaturas aumentarán y se producirá un mayor deshielo. A medida que aumentan las temperaturas árticas y antárticas, la desaparición de la nieve y el hielo hará que el albedo de la Tierra (es decir, su capacidad para reflejar la radiación) caiga, alimentándose nuevamente el calentamiento y el deshielo.
Se desarrollará un círculo vicioso que elevará las temperaturas en cualquier lugar hasta 5°C más que los promedios preindustriales. Bajo tal escenario, los niveles del mar podrían aumentar hasta en 197 pies[2]. «Esto no es ‘que viene el lobo’. Los lobos están ahora a la vista», explicó uno de los investigadores.
Algunas de las ciudades más pobladas del mundo quedarían bajo el agua. Las regiones que actualmente son habitables se volverán completamente inhóspitas. El aumento del nivel del mar causará que las reservas de agua subterránea sean infiltradas por el agua de mar, lo que las hará no aptas para el consumo. Las sequías ocasionarán malas cosechas con regularidad. Las olas de calor sofocantes matarán a miles. Los devastadores incendios forestales se convertirán en la norma. El panorama que nos aguarda es: desplazamientos masivos, guerras por los recursos naturales y barbarie.
Vía de escape para los ricos
¿Dónde está la alarma que uno podría esperar de la clase dominante y sus representantes? Su mantra parece ser «mantener la calma y continuar como si nada». El ministro de Medio Ambiente del Reino Unido, Michael Gove, afirma que no llamaría a esto una «catástrofe climática», sino más bien una «oportunidad climática»:
«Uno de los desafíos u oportunidades, me atrevo a decir, de un clima cambiante», explica Gove, «es que el suelo calcáreo de partes de Inglaterra, combinado con el clima que acabamos de tener, hará que el vino espumoso inglés tenga una cosecha excelente este año.»
¡Maravilloso! ¡Y justo a tiempo para celebrar el Brexit!
El mundo podría deslizarse sin freno al infierno, pero esperamos alegrar los corazones de nuestros lectores al saber que los ricos todavía podrán deleitarse con sus caros vinos espumosos (además, sin el incordio de los «eurócratas» de Bruselas, probablemente puedan llamarlo «Champagne»).
Pero, ¿podemos realmente culpar a la clase capitalista por no mostrar un nivel apropiado de preocupación? Ciertamente, no serán ellos los que se sientan más afectados por el impacto.
Comentando sobre la creciente demanda de «bunkers subterráneos» de lujo (es decir, mansiones de lujo ubicadas en lugares bonitos y seguros del mundo a los que los ricos pueden huir en caso de emergencia), el gerente de fondos de cobertura Michael Nock dijo a The Guardian: «Está en la mente de todos en este momento. Si se producen, digamos, cambios, ¿a dónde podemos ir?»
Este capitalista en particular ha cavado su propio bunker en Nueva Zelanda. No es obvio a dónde el resto de nosotros podremos correr.
Robar a los pobres y regalar a los ricos
La desesperación en los círculos de la clase dominante podría explicar su respuesta silenciosa a la cuestión más apremiante de nuestra época. The Economist, un portavoz de confianza y serio de los capitalistas liberales, definitivamente ha levantado las manos y se ha rendido. Al comentar sobre el inhabitual clima cálido de este verano, el diario señaló que «el mundo está perdiendo la guerra contra el cambio climático».
¿Y por qué exactamente el mundo está perdiendo la guerra contra el cambio climático? «Una de las razones es el aumento de la demanda de energía, especialmente en los países en desarrollo de Asia». (The Economist, 2 de agosto de 2018)
Sólo podemos maravillarnos con los poderes de percepción que poseen los editores de The Economist. La demanda está aumentando y es por eso que estamos extrayendo combustibles fósiles de la tierra. Para estos apologistas del capitalismo, las emisiones de CO₂, el calentamiento del planeta, la aniquilación de los arrecifes de coral y las extinciones en masa no son más que “factores externos” al mercado y no hay nada que podamos hacer al respecto.
El artículo continúa:
«Los países occidentales se enriquecieron con una dieta alta en carbono de desarrollo industrial. Deben cumplir su compromiso en el acuerdo de París de ayudar a los lugares más pobres tanto a adaptarse a una Tierra más cálida como a reducir las emisiones futuras sin sacrificar el crecimiento necesario para salir de la pobreza».
Las medidas a las que se hace referencia en el acuerdo de París resolvieron transferir una suma de 100.000 millones de dólares anuales de los países ricos a los países en desarrollo para ayudarlos a cambiar a fuentes de energía verde.
Sin embargo, hay una enorme pega. Es cierto que existe una transferencia anual de riqueza en todo el mundo, pero ciertamente no va de las naciones ricas a las pobres. Cada año fluye riqueza de países ricos a países pobres (inversión de capital, ayuda, préstamos, etc.) y viceversa (intereses sobre préstamos, repatriación de ganancias, etc.). ¡Sin embargo, la dirección neta del flujo es de $2 billones desde los países pobres hacia los ricos!
En otras palabras, los países más pobres del mundo se mantienen en un estado de subdesarrollo –o, más exactamente, en desarrollo desequilibrado– en interés de la extracción de beneficios.
El resultado es que las personas más pobres de los países más pobres del mundo no tendrán la infraestructura necesaria para mitigar el cataclismo en curso. No hay nada que el capitalismo pueda hacer para evitar que ocurra una catástrofe.
Para citar sólo un ejemplo: cada año, millones de las personas más pobres de Bangladesh corren el riesgo de sufrir inundaciones debido a que el deshielo del Himalaya y los potentes monzones inundan cada vez más el delta del Ganges.
Y sin embargo, observamos en los Países Bajos, que se encuentra en el delta de otro río poderoso, cómo estos efectos podrían ser mitigados. Con un sistema de diques y canales, las aguas se dirigen de manera segura hacia el mar, mientras que la planificación urbana permite que las llanuras aluviales se mantengan despejadas. En los barrios marginales no planificados que proliferan en ciudades como Dhaka, millones de vidas se encuentran en peligro. Mientras tanto, más de 1.100 millones de personas en todo el mundo carecen de suficiente acceso al aire acondicionado, en su mayoría en los barrios marginales urbanos de Asia, África y América Latina.
El problema de la energía libre en el capitalismo
Las damas y caballeros cómodos en las oficinas con aire acondicionado de The Economist han demostrado que señalar al problema no es difícil. Pero aunque se devanan sus cerebros al máximo, los portavoces del capitalismo no pueden encontrar una solución por una simple razón:
«La energía [verde] tiene un secreto sucio. Cuanto más se pone en práctica, más baja el precio de la energía de cualquier fuente. Eso dificulta la transición a un futuro libre de carbono, durante el cual muchas tecnologías generadoras, limpias y sucias, deben seguir siendo rentables si se quieren mantener las luces encendidas». (The Economist, 25 de febrero de 2017)
Aquí tenemos la información de primera mano. El problema con el capitalismo es que una vez que las fuentes de energía verde comienzan a producir a bajo costo y en abundancia, los mercados se saturan: nos encontramos cara a cara con una clásica crisis de sobreproducción.
En los últimos años, la energía solar ha visto un renacimiento que ha encendido las esperanzas en algunos sectores de que ésta podría ser el remedio milagroso que el mundo está buscando. Entre 2012 y 2016, la instalación de paneles solares aumentó un mastodóntico 350 por ciento en los Estados Unidos a medida que los costos caían en picada.Pero a pesar de representar sólo el 2 por ciento de la producción mundial de energía, la crisis pronosticada ha sucedido, con los mayores productores de paneles solares de EEUU atrapados en una crisis existencial causada por la sobreproducción:«Juergen Stein, el jefe de SolarWorld en Estados Unidos, apunta a un ‘círculo de muerte’ en la industria, con un exceso de capacidad global que obliga a bajar los precios, lo que obliga a las empresas a producir más para obtener beneficios de escala, lo que reduce aún más los precios». (The Economist, 17 de agosto de 2017)
Irónicamente, estos mismos patrones ahora recurren a Trump, el defensor del «carbón hermoso y limpio», para protegerse. Las medidas proteccionistas, como lo demostraremos, no son una solución. Los subsidios a los proveedores de energía limpia son igualmente incapaces de resolver la crisis. Más bien simplemente conducen a que los mercados se saturen aún más ¡llevando al sector hacia una crisis más profunda!
La bancarrota del mercado
Por ahora, todo fatal. Habiendo tropezado en el primer obstáculo, hay otros obstáculos más grandes que el capitalismo ni siquiera puede soñar con superar. Casi todos los modelos del IPCC que implican una mitigación suficiente del cambio climático para evitar un aumento de temperatura de 2°C requieren emisiones negativas: en otras palabras, que absorbamos el CO₂ de la atmósfera.
Esto no es tan de ciencia ficción como suena. Todos estamos familiarizados con muchas de las soluciones tecnológicas simples de cómo: reorganizar la agricultura en líneas racionales, o la reforestación masiva, por ejemplo. Algunas de las soluciones más tecnológicas (como la «mejora de la erosión») siguen siendo prohibidamente caras y requerirían grandes cantidades de inversión para entrar en funcionamiento como alternativas plausibles.
Pero si bien la creación de un mercado para la tecnología ecológica no es una hazaña, la cuestión de las emisiones negativas seguirá siendo por siempre un sueño imposible bajo el capitalismo. La clase capitalista también lo sabe perfectamente.
«A pesar de que la energía renovable podría generar rentablemente una parte importante de la electricidad mundial, nadie sabe cómo hacerse rico simplemente eliminando los gases de efecto invernadero». (The Economist, 16 de noviembre de 2017)
¿No es todo el problema en pocas palabras? Nadie sabe cómo hacer que sea rentable succionar gases de efecto invernadero del medio ambiente, ¡y como tal no sucederá!
El Estado-nación
Está claro que la propiedad privada y el afán de lucro representan las verdaderas barreras. Pero el capitalismo presenta otro problema fundamental: las restricciones y los límites del Estado nacional.
Una solución obvia para las necesidades energéticas de Europa que ya se ha discutido -y para la cual la tecnología ya existe- sería cubrir regiones inhabitables en el desierto del Sahara (por ejemplo) con paneles solares y redirigir esa energía en todo el mundo en función de las necesidades.
Por razones muy alejadas de la descarbonización, los capitalistas alemanes en realidad comenzaron a tomar medidas para llevar a cabo dicho escenario a principios de la década del 2000.
En 2004, el llamado régimen instalado por la llamada «Revolución Naranja» condujo a Ucrania a enfrentarse a Rusia. En los años siguientes hubo varias ocasiones en que Rusia amenazó con cerrar el suministro de gas a Ucrania, amenazando la seguridad energética del capitalismo europeo.
En respuesta, se estableció la iniciativa Desertec, que despertó el interés de importantes empresas capitalistas como E.ON, Deutsche Bank y otros. Sin embargo, todo se vino abajo. ¿Por qué? El obstáculo no insignificante que plantea un proyecto abarca a múltiples estados nacionales.
Por un lado, todo habría tenido que pasar a través del Estrecho de Gibraltar y en adelante, a través de la decrépita infraestructura energética del Estado español. En el contexto de la austeridad y los recortes, se descartaron los planes para obtener la energía DC (continua) de alta tensión del norte de África. Por el contrario, la austeridad ha causado que la inversión en infraestructuras se paralice por completo. Mientras tanto, con el fin de proteger a las empresas capitalistas de combustibles fósiles nacionales, España ha permitido que su incipiente sector de la energía eólica se derrumbe.
Luego vino la primavera árabe y los regímenes en Oriente Medio y el Norte de África con los cuales el capitalismo europeo había estado negociando, ahora parecían mucho menos estables. El proyecto fue aparcado en el armario con bolas de naftalinas.
En los últimos años, el mundo ha comenzado a precipitarse hacia el proteccionismo, con Donald Trump como el representante de esta tendencia. Mientras el capitalismo atraviesa una crisis sin precedentes, la globalización está siendo socavada, e incluso las promesas vanas y huecas del acuerdo de París se están desvaneciendo a medida que las fuerzas del capital internacional se retraen en sus mercados nacionales y los estados-nación se disponen a proteger «sus» negocios contra todos los intrusos.
Cualquier intento de invertir en energía verde choca con los intereses domésticos de «nuestros» capitalistas. Lejos de ser un mercado libre, los estados-nación en todas partes subsidian a sus propias compañías de combustibles fósiles por la simple razón de obtener una ventaja sobre sus competidores en la búsqueda de mercados. Estos subsidios ascienden a $600 mil millones al año en todo el mundo.
La respuesta socialista
¿Entonces cuál es la respuesta?
Las amenazas planteadas por el cambio climático constituyen una emergencia mundial que requiere una respuesta urgente e inmediata. Todo el ‘humo caliente’ de las cumbres internacionales sólo está diseñado para dar la impresión que algo se está haciendo. Pero los defensores del capitalismo no pueden avanzar en la lucha contra el cambio climático precisamente porque defienden este sistema anárquico que lo causa.
El desarrollo de la ciencia, la técnica y la industria nos ha llevado a la cúspide de una era en la que nosotros, como seres humanos, podemos desarrollarnos plenamente en la más completa armonía con nuestro entorno natural. Y, sin embargo, bajo el capitalismo, las relaciones económicas humanas se alzan como una «mano invisible» anárquica, condenando a miles de millones al sufrimiento y arrastrando a toda nuestra especie hacia un precipicio.
Las medidas que deben tomarse se enumeran fácilmente. Debe haber una coordinación internacional hacia la eliminación planificada de los combustibles fósiles y la puesta en práctica de energías verdes (las tecnologías que ya existen). Los programas de emisiones negativas deben establecerse y coordinarse a escala mundial. La agricultura debe ser racionalizada y planificada, haciendo retroceder al monocultivo y extendiendo la reforestación.
Nada de esto es posible hasta que los gigantescos monopolios que actualmente controlan la economía mundial sean puestos bajo nuestro control y sean transformados para que sirvan a nuestros intereses.
Sin embargo, no puedes controlar lo que no te pertenece. Hallazgos recientes han demostrado que menos de cien empresas son responsables del 70 por ciento de las emisiones industriales. Mientras tanto, sólo 500 empresas son responsables del 70 por ciento de la deforestación; un pequeño número de agronegocios son responsables de la mayor parte de esto. Debemos asumir el control de estos bancos, las compañías de seguros, los gigantes agronegocios y otros monopolios y ponerlos bajo un plan de producción democrático en todo el mundo.
La humanidad debe desprenderse de la doble camisa de fuerza de la propiedad privada y del Estado-nación que impiden su desarrollo. El completo fracaso del sistema capitalista y la naturaleza global de la crisis significan que sólo hay una solución: una revolución socialista mundial.
[1] Capas de suelo permanente congeladas de las áreas glaciares y polares que acumulan una gran cantidad de CO₂, NdT