Autor: Juan José Rodriguez
Debo de aclarar, que en el país, tuvimos una guerra, contra el imperio y la oligarquía criolla y su brazo armado; una revolución nunca ha sido generada, pero valga lo que si tiene que hacer…
El partido FMLN y el gobierno de los amigos de Mauricio Funes, no son inmunes al fango cultural heredado
Estamos inmersos en una pesada cultura heredada. Como hemos afirmado en otras ocasiones se requiere un largo proceso de transformación cultural para salir de ese fango. Según Marx, esta transformación se logra sólo a través de décadas de guerras civiles y luchas populares. Y la historia le ha dado la razón. No sólo es difícil que la gente común cambie, esto también ocurre entre quienes militan en la propia instancia política.
Aún los partidos más fogueados en la lucha revolucionaria, aquellos que estuvieron a la cabeza de guerras de liberación nacional durante muchos años, como el Partido Comunista Chino y el Partido Comunista Vietnamita han sufrido el flagelo del burocratismo y la corrupción. A pesar de los enormes sacrificios que vivieron durante los años de lucha por liberar a sus pueblos, varios de sus dirigentes han dejado de ser servidores del pueblo, se han alejado de él, se han acomodado, se han vuelto arrogantes, tratan prepotente y autoritariamente a la gente, gozan de privilegios, y han caído en actos de corrupción inflando datos para complacer a sus superiores o para obtener premios económicos, o usando recursos públicos para objetivos personales.
Por qué ocurren estas situaciones
Pero ¿por qué ocurren estas situaciones? Hay que recordar que las revoluciones cargan sobre sus hombros una cultura política heredada, donde siempre quienes ocuparon cargos públicos gozaron de consideraciones especiales y privilegios. Por otra parte, si su futuro político no depende de la gente a la que deben servir, sino de sus superiores, es natural que los funcionarios estén más inclinados a satisfacer las demandas de éstos que a responder a las necesidades y aspiraciones de la gente. Suele ocurrir que deseosos de complacer a sus superiores o de conseguir más estímulos monetarios, falsifican los resultados o logran los resultados pedidos a costa de la calidad de las obras. Ha sido algo común en los países socialistas la tendencia a inflar los datos sobre la producción. Pero, este no sólo es un problema de deshonestidad moral, sino que, al desinformar sobre la situación realmente existente, ello impide que se adopten a tiempo las medidas correctoras necesarias.
Por otra parte, suele ocurrir que quienes adulan a sus superiores son promovidos a cargos de mayor responsabilidad, mientras que los que critican, adoptando una postura independiente, son marginados a pesar de su competencia.
Cómo combatir estos errores y desviaciones
¿Cómo combatir estos errores y desviaciones? ¿Podrá confiarse en que el propio partido resuelve internamente sus problemas creando, por ejemplo, una comisión de ética destinada a hacer frente a estas situaciones? Parece que esta no es la solución.
La historia ha demostrado —especialmente en los regímenes de partido único o de un partido claramente hegemónico que sustenta al gobierno y que muchas veces se confunde con él— que es necesario que ese partido sea controlado desde abajo, sea sometido a la crítica pública. Ése parece ser el único camino para evitar que sus cuadros se burocraticen, se corrompan y empiezan a sentirse dueños del destino de la gente y a poner freno al protagonismo popular.
Según Mao TseTung, “la única forma eficaz de evitar que el polvo y los microbios políticos infecten la mente de [los] camaradas del partido y el cuerpo [del] partido” es entre otras cosas “no temer a la crítica y autocrítica”, decir todo lo que se sepa y decirlo “sin reservas”, no culpar al que hable, más bien “tomar sus palabras como una advertencia”, corregir “tus errores si los has cometido y [guardarte] de ellos si no has cometido ninguno”.
Criticar a funcionarios para salvar el partido
Hay autores que ante los errores y desviaciones cometidas por cuadros del partido tratan de convencernos de que todo partido o, como yo prefiero llamar, todo instrumento político es malo. Creo haber argumentado anteriormente suficientemente que, en la construcción del socialismo, no podemos prescindir de un instrumento político. Por lo tanto, de lo que se trata no es de pretender prescindir de un instrumento político sino de buscar correctivos a estos posibles desvíos.
Por eso, de la misma forma en que Lenin pensó que para salvar el Estado soviético había que aceptar la existencia de movimiento huelguístico destinados a luchar contra sus desviaciones burocráticas, nosotros podemos pensar hoy que para salvar al instrumento político —que es mucho más que la suma de sus dirigentes— debemos permitir al pueblo organizado cuestionar públicamente los errores y desviaciones que puedan cometer algunos de sus cuadros.
Y hay un argumento de fondo para esto. Debemos recordar que la instancia política es el instrumento creado para lograr alcanzar la meta socialista del pleno desarrollo de todas las personas y que, por lo tanto, es la gente, el pueblo, y no el partido, lo fundamental. Ellas tienen derecho a vigilar que el instrumento que las ayudará a desarrollarse cumpla su papel, que sus cuadros sean realmente facilitadores del protagonismo popular, que no pretendan ahogar la iniciativa de la gente, irrespetarla, y, mucho menos, usar sus cargos para obtener privilegios o recursos injustificados.
Si somos realistas no podemos pensar que los propios dirigentes del partido se hagan el harakiri. . La tendencia es a que estos busquen autoprotegerse de las críticas de sus subordinados y del pueblo en general. Por eso, es fundamental que sea la gente la que supervise la gestión de los dirigentes del gobierno y del partido. Y para ello hay que permitirle que critique públicamente los errores de esos dirigentes sin ser catalogada de “actitud antipartido”. El instrumento político tiene que entender que deshacerse de esos funcionarios prepotentes y corruptos que lo desprestigia no hace sino fortalecer al partido.
Es importante que el descontento de la gente ante los errores o desviaciones que cometen los dirigentes no sea sufrido en forma pasiva, porque va acumulándose en su interior y en un momento determinado podrían explotar. Por otra parte, si se establecen canales de expresión de ese malestar, podrían corregirse a tiempo los defectos detectados.
La crítica pública no debilita a la revolución, la fortalece
Un argumento que suele usarse para condenar la crítica pública es que ésta es usada por los enemigos para debilitar al partido y al proceso de cambio, de ahí que algunos acusen de actitudes antipartido o contrarrevolucionarias a quienes la practican.
En este sentido, son importantes las reflexiones que Fidel Castro hiciera sobre la crítica y autocrítica a fines del 2005, luego de medio siglo de revolución, en una entrevista que diera a Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique. Días antes, 17 de noviembre, el máximo líder de la revolución cubana había dicho que había que dar “una guerra sin cuartel” contra algunos males que existían en el país como la pequeña corrupción, el robo al Estado y el enriquecimiento ilícito y le informa a Ramonet que “están invitando a todo el pueblo a que coopere en esta batalla, la batalla contra toda las deficiencias, entre ellas los pequeños robos y los grandes despilfarros de cualquier tipo, en cualquier lugar […]. Y cuando el periodista francés le pregunta por qué no funcionó “el método habitual del recurso a la crítica ya la autocrítica”, Fidel respondió:
Nosotros confiábamos en la crítica y en la autocrítica, sí. Pero eso casi se ha fosilizado. Ese método, tal como se estaba utilizando, ya prácticamente no servía. Porque las críticas suelen ser en el seno de un grupito; nunca se acude a la crítica más amplia, la crítica en un teatro por ejemplo, con cientos o miles de personas. […]
Hay que ir a la crítica y a la autocrítica en el aula, en el núcleo y después fuera del núcleo, en el municipio, y en el país. […] Debemos utilizar esa vergüenza que sin duda tienen los hombres. […].
Más delante, luego de haber reconocido varios errores cometidos por la revolución, estimulado por otra pregunta de su entrevistador sostuvo: “No tengo miedo de asumir las responsabilidades que haya que asumir. No podemos andar con blandenguería. Que me ataquen, que me critiquen. Sí, muchos deben estar un poco doliditos… Debemos atrevernos, debemos tener el valor de decir las verdades.”
Pero, lo que a mí me pareció más sorprendente e interesante fue que agregó:
No importa lo que digan los bandidos de afuera y los cables que vengan mañana o pasado comentando con ironía. Los que ríen último, ríen mejor. Y esto no es hablar mal de la Revolución. Esto es hablar muy bien de la Revolución, porque estamos hablando de una revolución que puede abordar estos problemas y puede agarrar al torito por los cuernos, mejor que un torero de Madrid. Nosotros debemos tener el valor de reconocer nuestros propios errores precisamente por eso, porque únicamente así se alcanza el objetivo que se pretende alcanzar.
Resumiendo, la crítica pública puede servir al enemigo para atacar al partido y a la revolución, pero más sirve a los revolucionarios para corregir a tiempo los errores y fortalecer así al partido y la revolución.
¿Cuándo no sería necesaria la crítica pública?
Si el instrumento político tuviese un excelente sistema de información que le permitiese detectar rápidamente cuáles de sus cuadros han caído en errores o desviaciones; y si, además, tomase de inmediato medidas contra esos cuadros, no habría ninguna necesidad de realizar una crítica pública. Tampoco habría necesidad de hacerlo si esta información le fuese suministrada desde fuera del partido o desde su propia base y tuviese tiempo para procesarla y adoptar las sanciones correspondientes.
Pero si estas condiciones no existe, y los errores y desviaciones que se cometen a diario están a la vista de todos, entre ellos de la oposición, mi criterio es que no queda otro camino que denunciarlos públicamente para apelar, como dice Fidel, al menos a la vergüenza de esas personas que con su actitud están destruyendo al instrumento político.
¿Acaso no es más conveniente pedir al pueblo, a la gente que vive muy de cerca éstos defectos de los cuadros, que vigile su comportamiento y denuncie los errores y desviaciones en los que caen, desde su dolor y con espíritu constructivo, a que lo hagan nuestros enemigos desde la rabia y el deseo de aniquilamiento de nuestro proyecto revolucionario?
¿Cómo evitar una crítica anárquica?
Insistir en la necesidad de la crítica pública, no significa avalar toda crítica pública. Hay que evitar la crítica anárquica, destructiva, poco fundamentada. La crítica debe estar impregnada del deseo de resolver problemas, no de aumentarlos.
Para ello es necesario: a) que las críticas y denuncias que se hagan estén bien fundamentada; b) que existan fuertes sanciones para quienes hagan críticas o denuncias infundadas; c) que toda crítica vaya acompañada de propuestas de solución; d) que en una primera instancia se procure hacerlas llegar primero al partido y si en un plazo corto no hay respuesta, entonces se las haría públicas.
El ideal es que el partido se adelante creando espacio abierto para que todas las personas interesadas puedan pronunciarse sobre cómo están funcionando los cuadros del partido y del Estado en una determinada localidad.