I.
Mi nombre es Carolina. Toda mi vida he vivido en Nueva York y soy enfermera. Las personas que viven aquí pueden dar fe que es una ciudad difícil, no sola para migrantes si no para la mayoría, el coste de la vida es muy alto. A pesar de lo anterior, mis padres ya mayores de edad, mi esposo y yo nunca paramos de trabajar, hasta que hace no menos de un año pudimos comprarnos una casa y respirar un poco de la pesadez de vivir hacinados en un apartamento. Ahora, además de la preocupación económica del día a día por pagar la renta, la comida y otros pagos, nos hiere una crisis aún incomprensible para lo que llevo ejerciendo mi profesión.
Al principio se planteó una cuarentena voluntaria, pero el virus avanzó. Luego comenzaron con medidas más drásticas y cierre de una parte representativa de la economía, para no disparar los casos de coronavirus, y se nos dieron charlas para estar preparadas. Pero a la empresa, respaldada en parte por el gobierno, no le importó cooperar con las medidas que internacionalmente se estaban tomando, es más, no les estaban dejando guardar cuarentena a los empleados. Si los trabajadores no se presentaban era seguro despido sin garantías de nada, a pesar de que la gente quisiera permanecer en casa. Y así se tomó por un tiempo hasta que comenzaron a elevarse las muertes. Yo trabajo en una clínica privada y para lo que cuesta monetariamente ser atendido aquí, muchas personas al no tener otro lugar más cercano venían para recibir ayuda aunque eso afectara su economía. En los medios habían dicho que aquellas personas que dieran positivo a la prueba del COVID-19 no se les cobraría los gastos médicos, sin embargo pasa que vienen personas con síntomas del virus y no se les aplica la prueba, ni siquiera a mí que comencé con fiebre y dolores de cabeza horribles más una tos desgastante que me llevó a faltar a un turno de trabajo. Sabiendo mi condición, recibí un llamado de atención por mi falta, ya que el personal se había reducido por el agotamiento del trabajo que se nos había venido encima, y por otro lado al miedo de contagiarse del virus. Yo y las pocas personas que quedábamos teníamos que hacer el triple de esfuerzo por atender a toda la gente. No sé sinceramente qué sucede, cómo siendo profesionales de la salud se atreverían a no suministrarles pruebas a las personas que vienen con claros síntomas del virus porque no quieren atenderlos de gratis como el presidente “ordenó” hacer, o de verdad nuestro sistema de salud no sirve para atender una pandemia.
II.
Me están pagando el doble, debido a las personas que prefirieron mantenerse en cuarentena, hago dos turnos, en parte siento que mi lugar está en situaciones como estas, donde pongo en práctica el juramento que como profesionales de salud aceptamos al escoger una carrera como esta, pero no sé hasta qué punto ganar el doble ayudaría a mi familia si las condiciones a las que me expongo terminen por contagiarme y posiblemente matarme, porque no nos dan los implementos de seguridad necesarios. A mi esposo también lo han llamado a atender la parte del bar del restaurante donde trabaja, ninguno de nosotros quiere perder el empleo, sabiendo que luego la situación económica puede empeorar. El restaurante es un lugar lujoso, a nadie se le ocurriría ir por un platillo o una bebida a menos que no tuviera ninguna preocupación, y precisamente por ser un negocio para gente rica, es que los clientes van como si nada estuviera pasando. El presidente ordenó cerrar los negocios, pero al parecer quien tiene la última palabra son los dueños de dichos establecimientos, quienes no están entendiendo la situación y exponen a sus trabajadores de manera cruda y bajo una cruel indiferencia de “pueden dejar el trabajo cuando quieran no los estamos obligando”. Pero esa frase ya se sabe que no tiene ninguna inmunidad para esperarlos cuando pase la cuarentena, sino un claro despido.
Quisiera que el gobierno no fuera tan indiferente ante esta situación, ya no hay camillas para los pacientes, equipo o personal para hacerle frente a la cantidad de personas que debemos atender. Quisiera poder quejarme ante alguien por la negligencia con que se está tratando esta situación, sin embargo, no puedo o más bien no debo.
Al salir del trabajo veo una cantidad de policías y soldados en las calles, y me parece más que innecesaria su presencia cuando la prioridad ahora es que todos los hospitales o clínicas puedan funcionar de la mejor manera para detener la pandemia, de alguna forma su presencia siempre me ha dado mala espina, sobre todo ahora que la emergencia es sanitaria y no bélica pero uno nunca puede confiar en el gobierno…
III.
Moverme estos días de un lado a otro ha hecho que mi percepción del mundo sea muy difusa, a pesar de que duermo 3-4 horas me parece que nunca despierto y que todo lo que veo es un sueño. No sé cuándo realmente me quedo dormida y en qué momento despierto. Estoy cansada y me encuentro con una realidad que me destroza el alma, llegan más pacientes, ya no tenemos dónde ubicarlos, cómo limpiar de manera rápida y constantemente. Somos tan pocas personas para la cantidad de pacientes que hay, muchos de ellos llevan ya días o semanas y aún no se les suministra la prueba a pesar de que su tos, fiebre y respiración cortada se mantenga.
Lidiar con las muertes a esta escala también es un duro golpe para mí, jamás en lo que llevo de mi carrera me había tocado salir de la morgue con tantas bajas para reprogramarme y atender un parto, o a una adulta mayor con problemas de diabetes, o llevarle los alimentos correctos según su dieta a un hombre recién salido de una cirugía.
Todo esto no parece tener fin, incluso, hace poco recibimos un llamado a prestar nuestros servicios en los hospitales que ahora se conocen como “sedes de la pandemia”, es decir, aquellos hospitales que han llenado cada centímetro de sus instalaciones para recibir a todas las personas infectadas y posiblemente infectadas, además de atender otras emergencias. Si antes había cuartos específicos para ingresar pacientes ahora lo único que los divide es una cortina o un plástico con tal de atenderlos a todos.
Al tratar de usar lo poco que nos queda de razón en estas circunstancias, pienso que ningún dinero del mundo valdría el exponerme a semejante situación, podríamos perder la casa pero qué importa con tal de mantener a la familia unida, nunca hemos sido ricos y podríamos comer lo que fuera en el futuro. Pero, he llegado a un punto en que no estoy aquí por el dinero, nadie en sus cinco sentidos aceptaría el doble o el triple para soportar todo lo que yo veo, lo haré por vocación porque he visto suficiente desesperación y sufrimiento como para abandonar todo lo que he hecho hasta este momento, quiero seguir, quiero estar para ver el fruto de mi trabajo…