El capitalismo es un sistema enfermo que hace tiempo que dejó de ser útil. En la época de su decadencia senil engendra la guerra, el racismo, la pobreza y el hambre. El imperialismo, fase superior del capitalismo, se caracteriza por la lucha entre diferentes pandillas de ladrones capitalistas por la división del botín. Hoy en día, a medida que el botín se reduce bajo el impacto de la crisis del capitalismo, su lucha se intensifica y vemos un renovado impulso hacia el militarismo y la guerra.
La guerra contra Gaza nos ha dado la demostración más gráfica del salvajismo del capitalismo. Los imperialistas occidentales han prestado su apoyo incondicional y entusiasta y su ayuda material a la matanza genocida de 40.000 hombres, mujeres y niños indefensos por parte de la maquinaria de guerra israelí. Al hacerlo, han hecho estallar toda su hipócrita palabrería sobre los «valores occidentales», el «orden internacional basado en reglas» y la inviolabilidad de los derechos humanos.
Todos sus sermones y lágrimas de cocodrilo sobre los crímenes de guerra rusos en Ucrania han quedado desenmascarados como hipocresía. El pueblo ucraniano ha sido utilizado como carne de cañón para otra matanza imperialista, no por la libertad ni por la soberanía ucraniana, sino para debilitar a Rusia como potencia rival..
Estas guerras, en Gaza y Ucrania, son sólo dos ejemplos de la barbarie que el capitalismo está azuzando en todo el mundo. Gaza, Ucrania, Congo, Sudán, tensiones crecientes en el estrecho de Taiwán, guerras y guerras civiles en más de 30 países de todo el mundo: éste es el panorama del futuro que el capitalismo tiene reservado para la humanidad.
En la época de la agonía del capitalismo, se extienden las guerras reaccionarias e imperialistas. El precio lo pagan millones de personas pobres y de la clase obrera: en muertos, heridos y enfermedad; con el desplazamiento forzado masivo de 117 millones de personas y esta cifra no hace más que aumentar; en la destrucción de los medios de subsistencia y el aumento de los precios. Todo esto para garantizar ganancias de un puñado de parásitos multimillonarios a quien nadie eligió y que no rinden cuentas a nadie.
Pero este proceso tiene otra cara. Millones, incluso cientos de millones, se están radicalizando. Buscan una dirección combativa contra el militarismo, contra la guerra y contra el imperialismo. Lo demostraron los millones de personas que protestaron contra la guerra de Gaza y el movimiento masivo de las acampadas de solidaridad con Palestina.
Ha llegado el momento de una campaña internacional amplia en torno a un programa claro de lucha contra el militarismo y el imperialismo. Con este fin, la Internacional Comunista Revolucionaria propone el siguiente programa como punto de partida para dicha campaña, y hacemos un llamamiento a todos aquellos, individuos u organizaciones, que se opongan seriamente a la guerra imperialista a que se pongan en contacto con nosotros, a unirse en esta campaña y a que se una a nosotros en esta tarea.
Nuestro objetivo es llegar a cada campus, escuela secundaria, organización de trabajadores, sindicato y lugar de trabajo, para dar una expresión clara a la creciente rabia de la sociedad, y dirigirla contra los culpables responsables de la barbarie que ahora se levanta a nuestro alrededor: nuestras clases dominantes imperialistas.
¡Sanidad y no guerra! ¡Libros, no bombas!
A medida que el sistema capitalista entra en crisis, que los mercados se contraen y las oportunidades de inversión se evaporan, la lucha de las potencias imperialistas alcanza un tono cada vez más alto. En todo el mundo están afilando sus cuchillos para defender y ampliar sus mercados, esferas de influencia y campos de inversión.
La clase dominante ha lanzado el grito en todas partes: ¡las armas antes que el pan! Sólo en 2023, el gasto mundial en defensa aumentó un 9% hasta alcanzar la cifra récord de 2,2 billones de dólares anuales. Eso son una media de 306 dólares anuales gastados en medios de destrucción por cada hombre, mujer y niño en el planeta.
Hay fondos para el sector militar. Pueden encontrar miles de millones en ayuda militar para la máquina de guerra israelí y la sangrienta picadora de carne en Ucrania. Y, sin embargo, durante décadas nos han dicho que la despensa está vacía, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que, por tanto, debemos aceptar los recortes a la educación, la sanidad y otros servicios públicos. Al mismo tiempo que preparan aún más recortes en los servicios públicos, prometen sumas exorbitantes para el ejército.
Las mismas damas y caballeros que afirman que no pueden encontrar financiación para la educación, encontraron enormes sumas para reducir a escombros los hogares de los 2 millones de habitantes de Gaza. Afirman que no pueden permitirse construir nuevas escuelas y universidades en casa, y sin embargo encontraron el dinero para reducir a polvo las 12 universidades de Gaza en los primeros 100 días de guerra.
En Europa, el gasto militar aumentó un 16% interanual en 2023. Poco después del estallido de la guerra de Ucrania en 2022, el canciller alemán Olaf Scholz anunció una nueva partida de 100.000 millones de euros para el rearme alemán. Esto se suma a un aumento del 55% en el gasto de defensa desde 2014.
Ese dinero tiene que salir de algún sitio, y este año se recortarán 30.600 millones de euros del gasto público en general, afectando a la sanidad, las guarderías y el transporte público. Y esto es sólo el principio.
En Gran Bretaña, sólo en el último año, el gasto en defensa aumentó un 7,9%. Comparemos esto con el recorte del 1,2% en sanidad previsto para 2024, el mayor recorte en términos reales del gasto sanitario en Gran Bretaña desde la década de 1970. El nuevo primer ministro «laborista» británico, Keir Starmer, insistió en que no podía prometer dinero para el sistema sanitario en ruinas ni para los niños hambrientos, pero prometió inmediatamente miles de millones en armas para Ucrania.
La situación es la misma en otros países imperialistas. En Japón, el gasto en defensa ha aumentado un 11% en un año; en Suecia, un 12%. El panorama es el mismo en casi todas partes.
En la cumbre del 75 aniversario de la OTAN de este año, se anunció que un número récord de miembros de la alianza están gastando más del 2% del PIB en defensa: 23 de los 31 miembros del bloque, frente a sólo tres hace 10 años. Sin embargo, ni siquiera esto se consideró suficiente.
Los imperialistas han dejado claro que sus planes de militarización apenas han comenzado. Se están preparando para una época de guerra y destrucción, en la que su sistema nos arrastrará cada vez más profundamente. Una parte cada vez mayor del esfuerzo humano se desperdiciará en la fabricación totalmente improductiva de armas.
Lejos de añadir algo a la economía, la fabricación de armas está dirigida precisamente a destruir la producción. Cientos de miles de millones gastados de esta manera sin que se cree nada productivo o útil avivarán inevitablemente una mayor inflación, afectando directamente a millones de personas. Así, nos veremos obligados a pagar el rearme por segunda vez: no sólo en menores presupuestos para educación, sanidad, etc., sino en precios más altos.
Imaginemos lo que podría hacerse con esta cifra de 2,2 billones de dólares anuales y subiendo. Sólo con este dinero se cubrirían dos tercios de la inversión de 3,5 billones de dólares anuales que se calcula necesaria para luchar contra el cambio climático. O podríamos dar a todo el mundo una educación gratuita y de calidad. ¿Cuántos médicos y enfermeras podrían formarse para dotar de personal a unos sistemas sanitarios renovados que en la actualidad se están desmoronando? Con sólo 40.000 millones de dólares anuales (menos del 2% del gasto militar mundial) se podría alimentar a los 850 millones de personas que actualmente pasan hambre.
De un solo golpe, podríamos resolver cualquiera de los numerosos problemas a los que se enfrenta la humanidad. ¿Y por qué no lo hacemos? Sólo porque los buitres imperialistas deben proteger sus beneficios y sus dominios con muros erizados de cañones, tanques y artillería.
Nosotros decimos:
¡Destruyamos la OTAN y otros tratados y organizaciones imperialistas!
¡Sanidad, no guerra!
¡Libros, no bombas!
¡Expropiar los bancos y los fabricantes de armas!
Donde hay abrevaderos de billones de dólares, hay quienes tienen el hocico metido en ellos. Los mercaderes de la muerte, como Lockheed Martin, Raytheon, General Dynamics, BAE Systems y otros, se están relamiendo ante la perspectiva de una época de mayor guerra imperialista.
«Saben, la situación de Israel es obviamente terrible, francamente», se lamentó el Director Financiero del fabricante de armas General Dynamics en una reunión con inversores dos semanas después del comienzo de la matanza a gran escala de Israel en Gaza. Pero su semblante cambió al instante siguiente, cuando expuso las fabulosas perspectivas que la guerra abría para los pedidos de proyectiles de artillería.
Como dijo Lenin hace más de un siglo: «la guerra es terrible. Sí, terriblemente rentable»
Desde febrero de 2022, el fabricante británico de armamento BAE Systems ha visto duplicarse el precio de sus acciones, y espera que sus ventas aumenten otro 12% en 2024. Mientras el resto de la economía mundial se revuelca en el marasmo, Lockheed Martin, General Dynamics y Northrop Grumman esperan que el precio de sus acciones aumente entre un 5% y un 7% este año.
Estas corporaciones obtienen regularmente entre un 10 y un 12 por ciento de beneficios anuales alimentando las máquinas de guerra de los imperialistas. ¿En qué otro lugar de la Tierra se obtienen tan inmensos beneficios?
Los supermercados, los gigantes de la energía y otros también se aprovechan regularmente de la interrupción de las cadenas de suministro y otras consecuencias de la guerra para aumentar los precios, por no hablar de los que llegan una vez que la guerra ha terminado para beneficiarse de la reconstrucción. Nosotros decimos: ¡confiscar los beneficios derivados del militarismo y expropiar las industrias bélicas!
Muchos pacifistas defensores del desarme, con la mejor de las intenciones, piden el cierre de las fábricas de armas. Pero al hacerlo, sirven inadvertidamente para alienar a este poderoso sector de trabajadores, que de este modo serían despedidos. Cientos de miles de trabajadores altamente cualificados están empleados en las industrias armamentísticas. Por no hablar de los numerosos académicos cuyas investigaciones son empujadas por los inversores del sector de la defensa hacia el avance del arte del asesinato en masa. En lugar de tirar a los trabajadores, junto con las fábricas, al montón de chatarra, hay que dar un mejor uso a estas habilidades.
En lugar de cerrar esas fábricas, la nacionalización de la industria armamentística y de los grandes bancos bajo control obrero permitiría reutilizarlas para crear bienes socialmente útiles. Bajo control obrero, con la plena financiación del sector bancario expropiado y los beneficios incautados a los traficantes de armas, los trabajadores podrían desarrollar fácilmente planes de reconversión de las fábricas.
En lugar de crear medios de destrucción, en muy poco tiempo, podrían producir bienes socialmente útiles, relacionados, por ejemplo, con las incipientes industrias ecológicas. Esta posibilidad se ha demostrado en la práctica: señalamos el ejemplo del plan Lucas en Gran Bretaña en la década de 1970, cuando los trabajadores de una fábrica de armas desarrollaron precisamente un plan detallado y presupuestado para la reconversión de su fábrica.
Por lo tanto, decimos:
¡Expropiar a los especuladores de la guerra!
¡Expropiar a los mercaderes de la muerte!
¡Expropiar los bancos que están atados por un millón de hilos a las industrias de guerra!
¡Sin indemnización!
¡Todas las empresas nacionalizadas deben ser puestas bajo control obrero para reequipar las fábricas con fines socialmente útiles!
¡Defender los derechos democráticos!
En todo Occidente, esta carrera hacia el militarismo se desarrolla bajo los mismos eslóganes: se necesitan acorazados y bombas para «garantizar nuestra seguridad» y «salvaguardar nuestra democracia».
¿Y qué pasa con esa «democracia» que supuestamente están «salvaguardando»? En todas partes, la militarización va acompañada de lo mismo: censura, una campaña histérica contra toda oposición a las aventuras militares, represión descarada y erosión de los derechos democráticos que tanto ha costado conseguir.
La guerra contra Gaza está recibiendo todo el apoyo de los regímenes occidentales, a pesar de que la gran mayoría de la población se opone a ella. ¿Dónde está la «democracia» aquí?
En Alemania, la clase dirigente ha desatado la histeria contra la solidaridad con Palestina. Ahora combina su pleno apoyo a la matanza de Gaza con una campaña antiinmigración e islamófoba, con la introducción de nuevas leyes que exigirían escandalosamente a los nuevos ciudadanos alemanes reconocer “el derecho a existir del Estado de Israel”.
Hemos visto protestas pacíficas contra el genocidio prohibidas, organizaciones estudiantiles clausuradas y acampadas brutalmente reprimidas por la policía desde la UCLA en EE.UU. hasta la Universidad de Ámsterdam. La misma policía se queda de brazos cruzados mientras turbas sionistas atacan a estudiantes indefensos. En Alemania y Francia hemos visto intentos de prohibir las protestas a favor de Palestina. Incluso se prohibió al ex ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis entrar en Alemania para asistir a una conferencia de solidaridad con Palestina. ¿Dónde está el sagrado derecho de «libertad de reunión»?
Mientras tanto, los que se oponen a las guerras en curso en Ucrania y Gaza son calumniados por la prensa «libre» como «agentes de Putin», «antisemitas», «simpatizantes de Hamás», etcétera. En Francia hemos visto una campaña despiadada por parte de la prensa y de todos los partidos, de derecha y de «izquierda», atacando a Mélenchon y a La France Insoumise como «antisemitas» por oponerse a la guerra de Gaza. He aquí la tan cacareada «prensa libre» en acción.
Por lo menos, se nos dice que bajo el capitalismo todos tenemos un derecho democrático inviolable: el derecho a gastar nuestro dinero como queramos. Y, sin embargo, muchos gobiernos están debatiendo abiertamente leyes contra las campañas de boicot, desinversión y sanciones (BDS), que harían ilegal instar a la gente a boicotear a Israel. Muchos estados de EE.UU. y universidades y organismos públicos estadounidenses y británicos ya cuentan con este tipo de prohibiciones contra el BDS.
Se nos dice que capitalismo y democracia van inevitablemente de la mano. Esta ilusión se evapora al contacto con la realidad. En tiempos de bonanza, al menos en los países ricos, la clase dominante podía permitirse ciertas libertades democráticas. Pero cuanto más se agudizan los antagonismos de clase y nacionales, más se ve obligada la clase dominante a prescindir de las formalidades de la democracia. Para la clase capitalista en bancarrota, éste es un lujo que cada vez se puede permitir menos.
Nosotros decimos:
¡Defendamos el derecho a la libertad de expresión! No al silenciamiento de los antiimperialistas.
¡Defender el derecho a la protesta! ¡Contra la represión del movimiento antiguerra!
¡Fin a la criminalización del movimiento contra la matanza en Gaza!
¡Para acabar con la guerra hay que acabar con el capitalismo!
El capitalismo significa guerra. Desde el estallido de la crisis en 2008, los mercados y las oportunidades de inversión se han ido reduciendo. Las fuerzas productivas se ahoga en la camisa de fuerza de los mercados nacionales y la propiedad privada. El auge del militarismo y la guerra, en la medida que cada potencia imperialista intenta hacerse con mercados y recursos a expensas de sus competidores, es la conclusión final lógica de la crisis del capitalismo.
El declive relativo del imperialismo estadounidense acentúa este proceso. Ya no puede impedir que sus rivales se impongan a escala regional. Sus aliados también comprenden que deben apoyarse en su propio poderío militar para defender sus intereses, de ahí la concentración militar en Europa y en la región del Pacífico.
Las diversas bandas de ladrones del mundo, enemigos y amigos de Estados Unidos por igual, han estudiado cuidadosamente el sangriento horror que se desarrolla en Ucrania, que ha puesto de manifiesto la debilidad de Estados Unidos. Los escenarios de las guerras imperialistas y de las guerras por delegación que se avecinan prometen ser mortíferas picadoras de carne de desgaste. Para ello se necesitarán soldados, armas convencionales y enormes cantidades de artillería.
Se exigirá a los trabajadores y los jóvenes que paguen la factura: con ataques a su nivel de vida y con sus propias vidas. Además de los cientos de miles de millones que se están invirtiendo en las industrias bélicas, tenemos el debate abierto de reintroducir el servicio militar obligatorio en muchos países por primera vez desde la Guerra Fría.
Lamentablemente, la llamada izquierda, o bien se ha alineado con una u otra potencia imperialista, o se ha limitado a los llamamientos pacifistas más patéticos a favor de la «paz» y, lo que es peor, a que intervengan organizaciones como las Naciones Unidas. Pero la «paz» imperialista siempre es sólo el preludio y el período de preparación de nuevas guerras imperialistas.
En cuanto a las Naciones Unidas, la descripción que hizo Lenin de su predecesora, la Sociedad de Naciones, es bastante acertada: no es más que una «cocina de ladrones». No es más que un foro donde los derechos y el destino de pueblos enteros se negocian como calderilla en las relaciones entre potencias imperialistas. Cuando los ladrones no pueden ponerse de acuerdo entre ellos, es inútil. Cuando el imperialismo estadounidense puede obtener la aprobación de la ONU para sus objetivos imperialistas en el extranjero, como en la guerra de Corea en 1950-53, el asesinato de Lumumba en el Congo en 1961, la Guerra del Golfo de 1991 y la intervención militar en Haití a partir de 2004, está encantado de utilizar el organismo como una hoja de parra para cubrir sus intereses explicitos. Cuando la ONU vota resoluciones que no le gustan (como en el caso de Cuba y Palestina), las ignora con seguridad sabiendo que no habrá consecuencias.
Lo que los pacifistas no entienden es que el militarismo y la guerra no son el producto de políticas malvadas por parte de tal o cual partido o ministerio burgués. Ningún organismo internacional puede «elevarse por encima» de los beligerantes e imponer la paz en el mundo. La guerra y el militarismo son un resultado orgánico y inevitable del capitalismo en su época de decadencia imperialista.
Como Clausewitz explicó brillantemente, «la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios». Y la política de los comunistas revolucionarios en tiempos de guerra imperialista no es más que la continuación de nuestra política en tiempos de paz imperialista.
En el corazón de los países imperialistas, en palabras de ese gran revolucionario y luchador contra el militarismo que fue Karl Liebknecht, «¡nuestro principal enemigo está en casa!».
Debemos luchar para derrocar a los belicistas en casa, para detener los designios imperialistas de nuestra propia clase dominante. Sólo la guerra de clases puede detener la maquinaria bélica imperialista. Sólo la revolución socialista puede derrocar al capitalismo y abrir el camino a una verdadera era de paz.
Por ello, reiteramos nuestro llamamiento. A los trabajadores, a los jóvenes, a las organizaciones de izquierdas y comunistas, a las organizaciones sindicales, a los grupos estudiantiles y a cualquiera que se tome en serio el fin de la guerra, el militarismo y el imperialismo: trabajemos juntos.
Queremos trabajar con todos aquellos que estén de acuerdo en estos puntos fundamentales para construir una campaña internacional, revolucionaria y antiimperialista seria contra el militarismo y la guerra. Hay ambiente propicio para ello, nuestro trabajo es organizarlo y darle un programa político de acción claro. Nosotros decimos:
¡Contra el imperialismo y el militarismo! ¡Alto a las guerras interminables!
¡Abajo los belicistas!
¡Paz entre los pueblos, guerra contra los multimillonarios!
¡Proletarios del mundo, uníos!