Crisis en Oriente Medio: sonambulismo hacia el abismo

«Cuando los de arriba hablan de paz, el pueblo llano sabe que habrá guerra». (Berthold Brecht)

Fue un fragmento de conversación que uno podría escuchar por pura casualidad, y luego no haber pensado más en ello. Ocurrió una mañana en que paseábamos por una pintoresca playa de un balneario en Santander. El sol brillaba. El mar, que antes había estado algo agitado, estaba tan quieto como un lago, y todo era un cuadro de perfecta paz y tranquilidad.

«¿Ves esas nubes negras en el horizonte?».

«No, no las veo, ¿dónde están?».

«¿Oyes el sonido de los truenos a lo lejos?».

«No, sólo oigo el batir de las olas en la orilla».

La conversación se desvaneció, tan repentinamente como había comenzado, y todo volvió a estar tranquilo y apacible. Pero esta conversación aparentemente insignificante me hizo retroceder en el tiempo. En mi mente podía ver otras playas en otro tiempo, playas de mi propio país. Lugares de ocio y tranquilidad, llenos de familias con niños pequeños construyendo castillos de arena que pronto serían barridos por la marea entrante.

Los niños ríen, comen helado, juegan, y todo parece tan natural, tan obvio, tan inevitable, que la escena parece congelada en el tiempo para toda la eternidad, como si aquellos momentos de satisfacción y felicidad estuvieran destinados a durar para siempre. Pero no era así. En pocos meses, aquella paz eterna sería barrida y destruida tan completamente como aquellos castillos de arena cuidadosamente construidos.

La fecha de aquella escena era el verano de 1939.

Parece haber algo en la psiquis humana que instintivamente se aparta de todo pensamiento de violencia y tristeza. No importa la política. No importa el mañana. Disfrutemos de la vida mientras podamos, porque todos sabemos que no viviremos eternamente.

Sí, estos pensamientos son comprensibles. Y, sin embargo, es una tontería creer en falsos paraísos que pueden desaparecer en un momento, como el castillo de arena de un niño.

Y las nubes de tormenta que se ciernen rápidamente sobre Oriente Medio representan ahora una gravísima amenaza para la vida de millones de personas, incluidas muchas que viven muy lejos de las ruinas humeantes de Gaza, y que creen erróneamente que la tormenta nunca llegará a sus costas.

La tormenta que se avecina

Mientras escribo estas líneas, los tambores de guerra se oyen cada vez más claramente, si uno se toma la molestia de escucharlos. Es un trueno lejano que al principio no se oye, pero que se hace cada vez más fuerte a medida que se acerca la tormenta.

La situación en Oriente Medio es un verdadero campo minado, a la espera de que el impulso inicial estalle en algo vasto y aterrador. Y los actores de este drama parecen interpretar sus papeles con una especie de fatalismo ciego incapaz de predecir sus siguientes pasos. Proceden con la fatal inevitabilidad de los robots programados para comportarse de un modo que no comprenden, y mucho menos controlan.

Como en todo drama, hay héroes y villanos. Como en toda guerra, las fuerzas del Mal luchan contra las fuerzas del Bien. Pero ambas fuerzas, aparentemente mutuamente excluyentes y hostiles, conspiran para producir una catástrofe de alcance mundial.

El drama no es nuevo. Tiene casi un siglo. Pero el último acto, y el más mortífero, comenzó ese fatídico día, el 7 de octubre de 2023, cuando las fuerzas de Hamás rompieron las barreras de seguridad las cuales el pueblo de Israel erróneamente creía estar a salvo de ataques.

En este momento, es totalmente superfluo detenerse en la barbarie de aquel ataque, que horrorizó a la opinión pública mundial. Israel apareció entonces como la víctima, y si hay un papel que su camarilla dirigente es la más experta en representar, es precisamente el papel de víctima.

Todo el mundo conoce las espantosas atrocidades cometidas por los nazis contra los judíos. Esto proporciona al actual Estado de Israel una excusa preparada para cometer todo tipo de terribles atrocidades contra otros pueblos, mientras señala constantemente con el dedo en la dirección del Holocausto, que se supone que proporciona una justificación para cualquier cosa.

Cualquiera que se atreva a criticar las acciones del Estado israelí hoy en día es acusado automáticamente del delito de antisemitismo. Pero esto es una cínica mentira. No es en absoluto lo mismo criticar los crímenes del Estado israelí y de su gobierno actual, que ser culpable del venenoso racismo de los prejuicios contra el pueblo judío en general.

Si hay algo que ha servido para ensuciar el nombre de Israel y aislarlo a los ojos de la opinión pública mundial, han sido precisamente las acciones de Netanyahu y su gobierno tras el 7 de octubre.

La Biblia dice: «ojo por ojo, diente por diente, vida por vida». Pero cuando se examinan las acciones del Estado israelí, éste nunca es el caso. No es un caso de «una vida por una vida». La vida de un solo ciudadano israelí se paga con la sangre de cientos y miles de hombres, mujeres y niños palestinos inocentes.

El 7 de octubre murieron unas 1.200 personas y 251 fueron tomadas como rehenes. Pero desde entonces, más de 40.130 personas han muerto en Gaza, la inmensa mayoría hombres, mujeres y niños inocentes.

Esto no es justicia, ni siquiera venganza, sino una política asesina de un pueblo contra otro pueblo. Los israelíes protestan enérgicamente contra la acusación de genocidio. No vamos a discutir sobre las palabras. Pero si esto no es genocidio, es algo que se le acerca mucho, tanto que prácticamente no se distingue de él.

¿Y qué relación puede haber entre el poderoso Estado moderno de Israel -un Estado monstruoso y agresivo, armado hasta los dientes con las más modernas y diabólicas armas de destrucción y fuertemente subvencionado por el imperialismo estadounidense- y los pobres judíos indefensos de Europa del Este, conducidos por las SS a las cámaras de gas de Auschwitz y Belsen?

¡No! El hecho es que aquí los papeles se han invertido por completo. Los pobres oprimidos aquí no son los israelíes, sino los palestinos, que han sido desposeídos sin piedad, expulsados de sus tierras, obligados a emigrar de un lugar a otro, empujados por un enemigo cruel y agresivo. Ahora se ven obligados a refugiarse en una miserable franja de tierra, carentes de todos los recursos, oprimidos y atormentados sin piedad, igual que los judíos fueron expulsados a guetos y atormentados por sus enemigos «superiores».

Oh, sí, usted protestará porque esta comparación es injusta. Protesten cuanto quieran. Pero los hechos hablan por sí solos. Y los hechos son testarudos.

La tragedia de Gaza

No es necesario enumerar aquí las terribles atrocidades que han cometido, y cometen a diario, las fuerzas de Israel contra la población de Gaza. Los hechos son demasiado conocidos como para requerir mayor elaboración.

Delimitamos a la última y triste cifra. Desde el comienzo del bárbaro ataque contra la  población de Gaza, han muerto más de 40.000 palestinos, según el Ministerio de Sanidad del territorio. Pero la cifra real podría ser muy, muy superior a ésta, ya que innumerables víctimas permanecen sepultadas bajo los escombros de sus hogares.

Por supuesto, el mundo ha visto muchos casos horribles de actos inhumanos de guerra perpetrados por el imperialismo contra la población de los países pobres. El caso de Yemen es sólo el ejemplo más reciente, en el que el régimen saudí, abiertamente respaldado y armado por los gobiernos de los llamados Estados occidentales democráticos y civilizados, persiguió deliberadamente una política de bombardeos y de matar de hambre a la población de ese triste país hasta la sumisión. Y los medios de comunicación occidentales, como siempre, mantuvieron un silencio hipócrita y cómplice sobre esta espantosa barbarie.

Pero hay algo especialmente repugnante en el cruel trato a la población de Gaza. ¿Qué precedente puede haber para que una población de aproximadamente 2,23 millones de personas (antes de la guerra) sea encarcelada a la fuerza en una minúscula franja de tierra, de la misma extensión que Las Vegas, donde se les priva de todas las necesidades vitales: comida, albergue, medicinas, incluso el agua? Lo que me viene a la mente es precisamente el gueto de Varsovia.

Miles de personas indefensas están sometidas a un bombardeo constante y despiadado que no distingue entre objetivos civiles y militares, sino que lleva a cabo su trabajo de carnicería, día y noche, sin descanso, sin perdonar nada ni a nadie. Incluso quienes intentan prestar alguna ayuda a la población traumatizada y hambrienta son considerados objetivos legítimos por las fuerzas israelíes.

Las escenas de devastación, muerte y destrucción en Gaza son una fuente constante de provocación para las masas, no sólo en el mundo árabe, donde salen a la calle a protestar, sino para la población de todos los países del mundo, incluido el propio Estados Unidos.

Se suponía que el objetivo declarado del régimen israelí era la destrucción de Hamás. Sin duda, se le ha infligido un daño considerable, aunque a un coste terrible para la población civil. Y sin embargo, diez meses después de su inicio, la campaña militar de Israel no va tan bien como se esperaba.

Los rehenes no han sido liberados y Hamás sigue existiendo y oponiendo resistencia. Por cada combatiente que muere, puede contar con un suministro constante de nuevos reclutas de la amargada juventud de Gaza, llena de odio hacia los agresores y decidida a vengarse.

Lejos de aumentar la seguridad de Israel, la guerra de Netanyahu contra el pueblo de Gaza lo ha hecho mil veces más inseguro y vulnerable. Dentro de Israel crece el descontento con el gobierno, al que se culpa de prolongar la guerra y de no conseguir la liberación de los rehenes.

Las protestas en Israel van en aumento, con decenas de miles de personas exigiendo elecciones anticipadas en las que Netanyahu sería sin duda desbancado y posiblemente juzgado. Pero lejos de hacer que Netanyahu ceda, tiene precisamente el efecto contrario. Está más decidido que nunca a continuar la guerra, e incluso a ampliarla hasta convertirla en un conflicto aún más destructivo y peligroso, que involucre a toda la región.

La agenda de Netanyahu

Se oye con frecuencia el argumento de que «Netanyahu está en una posición más difícil, porque si hay un acuerdo, hay muchas posibilidades de que pierda su coalición». Es muy cierto que los aliados de extrema derecha de Netanyahu han prometido abandonar el gobierno si, por ejemplo, acepta liberar a un gran número de presos palestinos de las cárceles israelíes a cambio de los rehenes.

Pero ésta es una explicación que no explica nada. En realidad, Netanyahu no necesita señalar con el dedo a sus socios de coalición para excusar sus acciones. No es la llamada «extrema derecha» la que dicta las políticas del gobierno israelí, sino el propio Netanyahu.

Por todos lados, la base de su poder se está erosionando. Su orgulloso alarde de que sólo él podía garantizar la seguridad de Israel quedó expuesto tras los acontecimientos del 7 de octubre. Y la guerra contra Gaza no ha producido los resultados deseados y ha provocado un descontento masivo y creciente dentro de Israel.

Netanyahu es un político cínico y duro, con un historial de maniobras sin principios y también de corrupción. Sabe muy bien que si la guerra en Gaza termina, perderá el poder y se enfrentará a una sentencia a prisión. Naturalmente, la perspectiva de poner fin a su carrera política no le resulta especialmente atractiva. La probabilidad de una larga estancia en una celda de una prisión israelí es una perspectiva aún menos apetecible.

Su única esperanza de salvar algo de su reputación es presentarse como un líder fuerte, un dirigente de guerra. Pero, por definición, un dirigente de guerra debe tener una guerra que dirigir. De esta ecuación no muy complicada se deduce inmediatamente la única deducción posible.

Las manifestaciones masivas de descontento popular en Israel son una irritación constante, pero insuficientes para obligarlo a cambiar de rumbo. Las manifestaciones masivas en las calles de Londres y Nueva York pueden ser motivo de preocupación para los políticos de esos países, pero ese es totalmente su problema, y no interesa al Primer Ministro israelí.

Ninguna cantidad de palabras, súplicas, persuasión o incluso amenazas por parte de los estadounidenses (que él sabe que son absolutamente vacías) marcará la más mínima diferencia. Netanyahu necesita la guerra tanto como el aire para respirar. Y no se desviará del curso fatal que ha elegido.

Pero surge la pregunta: ¿qué guerra? La guerra en Gaza, como hemos visto, está ahora irremediablemente estancada. Tras haber arrasado todo el territorio, el ejército israelí se ha quedado sin objetivos viables. Incluso algunos generales han expresado su descontento con la situación.

Así que Bibi debe pensar en otra cosa. Debe convencer al pueblo de Israel de que se enfrenta a una amenaza existencial de poderosos enemigos exteriores, y a estos enemigos hay que hacerles frente con la fuerza, ya que es el único lenguaje que entienden.

Lo que realmente necesita es la implicación directa del ejército estadounidense en una confrontación más amplia en la región, que obligue a Estados Unidos y a todos sus aliados a ponerse abiertamente del lado de Israel. Para ello, Netanyahu está decidido a provocar un conflicto regional que obligue a Estados Unidos a implicarse directamente del lado de Israel.

El enemigo al que ha elegido enfrentarse no es otro que Irán.

Israel provoca a Irán

Los israelíes pusieron inmediatamente en marcha un programa de provocación sistemática, diseñado para empujar a Irán hacia la guerra. El 1 de abril, un ataque israelí contra la sección consular de la embajada iraní en Damasco mató a siete iraníes, entre ellos dos comandantes veteranos.

Inmediatamente, como un coro bien ensayado, los aliados de Estados Unidos presionaron a Irán para que actuara con «moderación». ¿No es extraño que siempre se pida a Irán que «actúe con moderación», nunca a Israel? Sin embargo, es precisamente a Israel a quien deberían dirigirse estos consejos.

De hecho, Irán ha mostrado una considerable moderación ante una serie de flagrantes provocaciones por parte de Israel. Por eso, en abril, calibraron cuidadosamente su reacción ante lo que fue una descarada provocación de Israel diseñada precisamente para provocar ese resultado.

Cuando, el 13 de abril, Irán lanzó un ataque contra Israel con más de 300 aviones no tripulados y misiles, se aseguraron de que los estadounidenses (y también los israelíes) fueran advertidos con antelación de este ataque, que se limitaba a determinados objetivos.

Esto, desde cualquier punto de vista, es lo que se conoce como «moderación». Pero, ¿cuál fue el resultado? La moderación iraní fue inmediatamente presentada en la prensa occidental como un signo de debilidad. Lejos de disuadir a los israelíes, ellos se envalentonaron para lanzar nuevas provocaciones aún más descaradas.

¿No es extraño que en Teherán no se condenara el asesinato por Israel del dirigente político de Hamás? El asesinato del dirigente de Hamás Ismail Haniyeh en la capital de un país extranjero el 31 de julio fue un acto de guerra. Sin embargo, fue recibido con un silencio ensordecedor en Occidente.

No ha habido resoluciones de la ONU, no se ha hablado de sanciones contra Israel, ¡nada de nada! Sin embargo, son los israelíes, y no los iraníes, los culpables de constantes actos provocadores de agresión, claramente calculados para inflamar la situación y crear las condiciones para una guerra total. Sin embargo, este hecho nunca se menciona en nuestra «prensa libre».

Por el contrario, se presenta a Irán como el agresor y a Israel como la víctima. El carnicero, cuyo cuchillo está humeante con la sangre de su víctima, es retratado como la víctima, mientras que el cordero es retratado como un malvado agresor que claramente ha causado que su propia garganta sea cortada por su persistente y no solicitado balido.

¡No, caballero! Los iraníes no son los agresores en este drama. No desean verse empujados a una guerra con Estados Unidos. Ni una guerra de este tipo podría ser ni remotamente en su interés.

El papel de Estados Unidos

Netanyahu está decidido a arrastrar a Estados Unidos a su guerra contra Irán, y las acciones actuales de los estadounidenses indican claramente que sus cálculos son totalmente racionales. ¿Cuál fue la reacción de Washington ante estos acontecimientos?

La reacción de Joe Biden a los acontecimientos del 7 de octubre era totalmente predecible: inmediatamente se subió a un avión y voló a Israel, donde abrazó públicamente a Netanyahu, prometiéndole apoyo ilimitado contra Hamás. En la práctica, le estaba dando un cheque en blanco, una política muy insensata por la que Washington tuvo que pagar posteriormente la factura.

No satisfecho con cometer un error diplomático, Biden se apresuró a repetirlo inmediatamente después de enterarse del conflicto con Irán. Se apresuró a emitir una declaración diciendo: «Nuestro compromiso con la seguridad de Israel frente a las amenazas de Irán y sus agentes es invulnerable».

Netanyahu recibió otro cheque en blanco que se embolsó discretamente con la intención de cobrarlo en su totalidad, como así ha sido. Y Joe Biden se ha visto ahora obligado a pagar en su totalidad.

La masacre de civiles en Gaza perjudicó gravemente las posibilidades electorales de Biden, erosionando su apoyo entre los principales electores. Su apoyo generalizado a Israel y su obstinada negativa a pedir un alto el fuego permanente en Gaza alienaron a los votantes musulmanes y a los jóvenes.

También existen profundas divisiones dentro del Partido Demócrata. La administración estadounidense está dividida entre quienes desearían «pactar con Irán» y están impacientes por lanzar un ataque, y otros que no han perdido del todo la cordura y temen, con razón, las consecuencias.

La crisis de Oriente Medio amenaza ahora seriamente con poner patas arriba la carroza electoral de Kamala Harris. Esto plantea a la administración un problema insoluble. ¿Cómo cuadrar el círculo?

Por un lado, la administración (incluida Harris) sigue prometiendo un apoyo eterno a Israel. Por otro, intenta desesperadamente evitar que estalle una nueva conflagración con el peligro de que Estados Unidos se vea directamente implicado.

Una guerra general en Oriente Medio tendría efectos catastróficos en la economía mundial (y estadounidense), que ya se ve amenazada por una recesión económica. Además, Estados Unidos tiene bases militares en muchos países de Oriente Medio que son vulnerables a los ataques, al igual que sus numerosos intereses económicos y comerciales.

Por lo tanto, es una apuesta extremadamente arriesgada que Estados Unidos se vea arrastrado a un conflicto regional más amplio en Oriente Medio. Para los demócratas, sería un desastre sin paliativos. Descarrilaría inmediatamente la campaña para impulsar la imagen de Kamala Harris de cara a las elecciones presidenciales de noviembre.

Esto es lo que explica la respuesta de pánico a la crisis actual en Washington.

“Negociaciones”

En un intento desesperado por evitar -o al menos aplazar- una conflagración en Oriente Medio, Washington presionó a Israel, Egipto, Qatar y Hamás para que participaran en negociaciones destinadas a establecer las condiciones de un cese al fuego en Gaza.

Esta fue principalmente la iniciativa de Joe Biden, que en ese momento estaba seriamente agitado por la perspectiva de perder las elecciones presidenciales de noviembre ante Donald Trump. Si conseguía dar un golpe de efecto en estas negociaciones, con suerte silenciaría a sus críticos en el Partido Demócrata y en los campus universitarios estadounidenses, y le ayudaría a ganar.

El 31 de mayo, Biden anunció un proyecto de plan para un cese al fuego en Gaza. Éste fue aceptado por Hamás. Pero Netanyahu ha convertido la manipulación y la destrucción de las negociaciones en todo un arte. Sus tácticas son siempre las mismas. Primero emite declaraciones engañosas, dando a entender que ha llegado a un acuerdo, pero en el último momento mete la pata hasta el fondo, planteando todo tipo de cuestiones nuevas que sabe que garantizarán el fracaso.

Hay muchas razones para creer que esta vez no será diferente. No parece creíble que Israel se tome en serio la resolución de la crisis humanitaria en Gaza, mientras que al mismo tiempo provoca deliberadamente un empeoramiento de la situación humanitaria con su continua actividad militar.

Incluso mientras Netanyahu mantenía una acogedora charla con el Sr. Blinken en su despacho de Tel Aviv, Israel declaró que sus aviones y tropas habían «eliminado a docenas de terroristas» durante el último día y destruido complejos de Hamás y una red de túneles donde se encontraron cohetes y misiles.

Los medios de comunicación palestinos informaron de que seis personas habían muerto el lunes en un ataque aéreo israelí cerca de un punto de acceso a Internet próximo a la ciudad meridional de Jan Yunis, y que otras cuatro habían muerto en un ataque contra un coche en la ciudad de Gaza, en el norte. Y la violencia asesina de los colonos contra los palestinos en Cisjordania no cesa.

Las mentiras de Blinken

Los estadounidenses enviaron a su negociador jefe, el Secretario de Estado Anthony Blinken, para tratar de salvar las llamadas conversaciones de paz, a las que advirtió que eran «tal vez la última oportunidad» de conseguir un acuerdo de alto el fuego.

Ahora bien, si los estadounidenses desearan seriamente obligar a Israel a aceptar un alto el fuego en Gaza, podrían hacerlo con bastante facilidad. Estados Unidos está financiando y suministrando su campaña genocida en la Franja de Gaza. Está subvencionando a Israel con 20.000 millones de dólares.

Sin ese apoyo, Israel no podría continuar la guerra ni un día más. Si Washington quisiera poner fin a la guerra, podría hacerlo lanzando una severa advertencia a Israel de que se le cortaría toda la ayuda inmediatamente, a menos que aceptara el alto el fuego.

Pero no se ha emitido tal advertencia. Ni lo hará. Netanyahu lo sabe muy bien y, por tanto, puede permitirse reírse de la comedia diplomática que se está representando en su beneficio.

Todas las declaraciones de estadounidenses e israelíes están generosamente ungidas con el aceite diplomático más relajante: «las señales son prometedoras», “la diferencia entre ambas partes se ha reducido”, “la posibilidad de un acuerdo nunca ha sido mejor, ni más urgente”. Y así sucesivamente.

Naturalmente, la primera parada de Blinken fue Tel Aviv, donde se reunió con Netanyahu, con quien discutió durante tres horas. ¿De qué hablaron? No lo sabemos con certeza, ya que todo el asunto estuvo envuelto en un espeso manto de secretismo. Pero podemos aventurar una conjetura.

Blinken abogó por un alto el fuego. Netanyahu le informó extensamente de que, aunque por supuesto estaba dispuesto a escuchar cualquier propuesta razonable, tenía algunas sugerencias útiles propias, que esperaba que se discutieran en futuras negociaciones hasta que se hubiera alcanzado un acuerdo total sobre todas las cuestiones en disputa.

El Secretario de Estado era muy consciente de que Hamás había dejado claro que estaba dispuesta a inscribirse en las propuestas originales presentadas por el Presidente Biden a finales de mayo, pero que no se podían poner otras nuevas sobre la mesa. No obstante, escuchó en silencio al Primer Ministro israelí, como un colegial tímido que escucha una severa lección del maestro.

Al final de esta pequeña y agradable conversación, se llegó a un acuerdo total entre el representante de Estados Unidos y el gobierno israelí. Es decir, el primero se tragó todo lo que le propuso el segundo, y el segundo ni siquiera se molestó en escuchar nada de lo que le dijo el primero.

El 19 de agosto, Blinken anunció que Netanyahu había aceptado lo que denominó una «propuesta de puente» estadounidense para un acuerdo de alto el fuego en Gaza. Ahora depende de Hamás aceptarlo, añadió Blinken, esperando que lo acepten sin protestar. Si no lo hacían, la implicación era muy clara: que Hamás, y nadie más, sería responsable del fracaso de las negociaciones.

Por extraño que parezca, el Secretario de Estado no reveló en ningún momento el contenido real de su acuerdo «puente» con Netanyahu. Evidentemente, ¡este puente sólo admite tráfico en una dirección! Al parecer, Netanyahu dijo a Blinken que «planeaba enviar un equipo negociador a El Cairo a finales de esta semana para una nueva ronda de conversaciones» con mediadores egipcios, qataríes y estadounidenses.

Estas palabras suenan extremadamente sospechosas. Para empezar, sólo tenemos la palabra de Blinken sobre el hecho de que Netanyahu aceptara algo. El primer ministro israelí ha guardado un silencio sepulcral sobre el tema.

Las intenciones de Netanyahu están perfectamente claras. Al introducir constantemente nuevos elementos en las negociaciones, pretende alargarlas indefinidamente o, mejor aún, provocar su fracaso y luego culpar a Hamás de su supuesta intransigencia. Pero lo cierto es que el acuerdo no fue bloqueado por Hamás, sino por Israel.

Hamás ha acusado a Israel de plantear nuevas exigencias y ha dicho que se ha acabado el tiempo de la negociación. Ha dicho que está dispuesto a aplicar las condiciones que acordó el mes pasado. Y así es. Benjamin Netanyahu no deja de inventar nuevas «líneas rojas», como la de conceder a Israel el derecho a reanudar la guerra.

Insiste en que las fuerzas israelíes deben permanecer en la frontera de Gaza con Egipto para impedir el contrabando de armas por parte de grupos armados. De hecho, esto equivaldría a una continuación de la ocupación israelí de Gaza, algo claramente inaceptable para Hamás.

Netanyahu se siente sumamente confiado en que obtendrá el apoyo de Estados Unidos, porque ya ha estado aquí antes. Sabe que el poderoso lobby proisraelí de Estados Unidos siempre obligará a cualquiera de los ministerios a respaldar a Israel, sin importar las consecuencias.

Si las consecuencias no fueran tan graves, habría sido cómico. Y esta miserable farsa es lo que pasa hoy en día por diplomacia. Y las consecuencias ahora son muy graves.

La respuesta de Irán

El asesinato de Ismail Haniyeh fue un punto de inflexión. Puso inmediatamente al descubierto las verdaderas intenciones del gobierno israelí. Si realmente creían en las negociaciones, ¿por qué ordenaron el asesinato de Haniyeh? Además, el asesinato se programó deliberadamente para que coincidiera con la toma de posesión del nuevo presidente iraní Masoud Pezeshkian, una acción evidentemente planeada para causar la máxima humillación a Irán.

Haniyeh había sido el principal negociador de Hamás en las conversaciones de alto el fuego. En general, se le consideraba un moderado. Resulta difícilmente creíble que una de las partes de una negociación ordene tranquilamente el asesinato del principal representante de la otra parte y siga negociando como si nada hubiera ocurrido.

Como era de esperar, los iraníes reaccionaron con furia al asesinato de Ismail Haniyeh. Y una vez más, todos los esfuerzos de la diplomacia occidental se dirigieron a presionar a Irán para que «moderara su postura», es decir, para que no hiciera nada ante un acto de agresión de lo más despiadado. No se dirigió ni una sola palabra a Israel, el autor de ese acto de agresión.

Los «aliados» de Estados Unidos (es decir, sus serviles lacayos) saltaron obedientemente a la palestra. Los líderes de Francia, Alemania y Gran Bretaña emitieron una declaración conjunta, dirigida no a Israel, sino a Teherán, ordenándole que se abstuviera de cualquier ataque de represalia «que pudiera aumentar aún más las tensiones regionales». Sobre el acontecimiento que realmente provocó esas tensiones -el asesinato de Haniyeh, y de un dirigente de Hezbolá en Beirut- ¡ni una sola palabra!

Esta declaración fue preparada en términos que estaban destinados a enfurecer aún más a los iraníes. El primer ministro laborista británico, Keir Starmer, y el canciller alemán, Olaf Scholz, llamaron por teléfono al presidente Pezeshkian para pedirle que hiciera todo lo posible por evitar una nueva escalada militar.

Starmer instó al presidente iraní a «renunciar a sus continuas amenazas de un ataque militar». La arrogante insolencia de estos señores es realmente increíble. ¡Imagínense que los iraníes hubieran lanzado un ataque con misiles para asesinar a un dignatario extranjero de visita en Londres el mismo día de la coronación!

El Sr. Pezeshkian dijo a Sir Keir que era el apoyo de los países occidentales a Israel lo que le había animado a continuar con sus atrocidades, y que era esto lo que amenazaba la paz y la seguridad en la región.

«Pezeshkian declaró que, desde el punto de vista de la República Islámica de Irán, la guerra en cualquier parte del mundo no interesa a ningún país, Señaló acertadamente que una respuesta punitiva a un agresor es un derecho legal de los Estados y una forma de detener el crimen y la agresión», y así es en efecto.

El ataque israelí no fue ni más ni menos que un acto de guerra, y merecía una respuesta firme. Recordemos la indecente precipitación con la que Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia se apresuraron inmediatamente a proclamar el «derecho de Israel a defenderse» tras el ataque del 7 de octubre.

Aparentemente, Israel tiene derecho a defenderse por los medios más criminales en todo momento y en toda circunstancia. Pero los Estados que son atacados por Israel no poseen derecho alguno, salvo el de cruzarse de brazos, sonreír y no hacer nada, invitando así a la próxima agresión israelí.

Naturalmente, el Ministerio de Asuntos Exteriores iraní rechazó el llamamiento a la moderación de Londres, París y Berlín con el desprecio que merecía. «Tales exigencias carecen de lógica política, están en total contradicción con los principios y normas del derecho internacional, y son excesivas», declaró el portavoz Nasser Kaanani.

Sin duda, en Teherán hay diferentes opiniones sobre la mejor manera de responder a esta agresión. Contrariamente a las constantes afirmaciones de los medios de comunicación occidentales de que Irán es la principal amenaza para la paz en Oriente Medio, los iraníes no tienen absolutamente ningún interés en una guerra con Israel, y menos aún con Estados Unidos.

En ocasiones anteriores han atendido las peticiones de moderación. Han mostrado moderación, como hemos visto. ¿Y a dónde les lleva esto? No ha hecho más que envalentonar a los israelíes para que lancen nuevos ataques. Por lo tanto, han llegado a la inevitable conclusión de que la moderación y la contención ante una agresión desenfrenada no sólo son inútiles, sino contraproducentes.

Lo único que podría persuadir a los iraníes de no lanzar un ataque contra Israel sería el éxito de la negociación de un alto el fuego en Gaza. Pero como ese resultado es contrario a las intenciones de Netanyahu, es poco probable que tenga éxito.

Repetimos: Netanyahu está empeñado en una guerra con Irán que se ampliará a una guerra más amplia en toda la región, arrastrando a otras potencias, incluido Estados Unidos de América. Ése es su objetivo, y nada ni nadie lo desviará de él.

Los iraníes harán sus propios cálculos, y tarde o temprano recurrirán a la acción. Pero esta vez, no habrá tapujos ni advertencias previas.

Cómo Estados Unidos “desescala”

Mientras Estados Unidos y sus aliados predican moderación y contención a Teherán, no hacen nada para frenar a sus amigos de Jerusalén en sus actos agresivos o en su continua masacre de la población de Gaza.

Y mientras apelan a los iraníes para que no hagan nada que pueda conducir a una nueva escalada que desemboque inevitablemente en un conflicto armado, ellos mismos se están armando hasta los dientes y enviando enormes cantidades de armas a Oriente Medio. Esto equivale a echar gasolina a las llamas, que ya estaban ardiendo bastante bien sin su ayuda.

Estados Unidos ha advertido de que se está preparando para «una serie significativa de ataques» por parte de Irán o sus representantes esta misma semana, y ha reforzado su presencia militar en Oriente Medio para «ayudar a defender a Israel». ¡Sorpresa, sorpresa! A estas alturas, ya conocemos la canción. Y también conocemos la letra.

Estados Unidos anunció inmediatamente que había ordenado el despliegue en Oriente Medio del USS Georgia, un submarino nuclear de misiles guiados.

El ejército estadounidense también ha dado instrucciones al grupo de ataque del portaaviones USS Abraham Lincoln para que se apresure a llegar a la zona, mientras que el grupo de ataque del portaaviones USS Theodore Roosevelt ha estado en el Golfo de Omán. Otros cazas F-22 han volado a la región, mientras que el USS Wasp, un gran buque de asalto anfibio que transporta cazas F-35, se encuentra en el mar Mediterráneo.

Y esto es lo que Washington llama «evitar la escalada». Es imposible pensar en una provocación más descarada contra los iraníes, que, por el contrario, se supone que están de brazos cruzados.

Además, los israelíes anunciaron recientemente que se espera que algunos de los aliados más cercanos de Estados Unidos (léase, «títeres») se unan a la lucha del lado de Israel, una vez que estalle la guerra. Esta declaración fue borrada apresuradamente de la web, pero por lo que recuerdo, incluye a Gran Bretaña y Francia.

Todo esto, por supuesto, será una novedad para los ciudadanos de Gran Bretaña y Francia, a quienes, al igual que al resto del mundo, se les está ocultando por completo los planes de los belicistas.

El riesgo de una guerra más amplia

Líbano tiene muy buenas razones para no ir a la guerra. Su economía ya es frágil. Apenas se ha recuperado de la guerra de 2006 con Israel y un nuevo conflicto a gran escala tendría un impacto devastador en la infraestructura del país y en su población.

Sin embargo, la amenaza inmediata es el estallido de una guerra entre Israel y Líbano. En realidad, los dos Estados ya están en guerra. El intercambio diario de disparos a través de esta frontera, entre las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) y Hezbolá, la milicia chií respaldada por Irán, ya ha causado cientos de muertos, la mayoría en Líbano.

Más de 60.000 israelíes se han visto obligados a abandonar sus hogares y medios de subsistencia en el norte, y un número aún mayor de personas en el lado libanés. Aumenta la presión interna para que el gobierno israelí «negocie» con Hezbolá empujando a sus fuerzas al norte del río Litani libanés, desde donde tendrían menos posibilidades de enviar cohetes a Israel.

Hezbolá, por su parte, respondería probablemente a un gran ataque e invasión israelíes con un bombardeo masivo y sostenido de misiles, drones y cohetes que podría desbordar las defensas aéreas israelíes de la Cúpula de Hierro. Y ningún lugar de Israel está fuera de su alcance.

Llegados a este punto, es casi seguro que la marina estadounidense, situada en alta mar, se una al bando israelí. E Irán se vería inevitablemente arrastrado al conflicto. Será una fuerza formidable a tener en cuenta. Dispone de un importante arsenal de misiles balísticos, así como de una red de milicias en Irak, Yemen y Siria que podrían movilizarse para intensificar sus ataques contra Israel.

¡Abajo los belicistas!

Hay otra dimensión en esta ya complicada ecuación, que rara vez, o nunca, se comenta en los medios de comunicación occidentales. En las últimas semanas, funcionarios rusos han entablado conversaciones con Irán.

Rusia sigue siendo uno de los pocos proveedores internacionales de armamento avanzado dispuestos a hacer negocios con Irán. Y los rusos han utilizado drones de fabricación iraní portadores de bombas en su guerra contra Ucrania.

El secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia, Sergei Shoigu, visitó recientemente Teherán. Sin duda, esta visita estaba planeada desde hace tiempo. Pero dadas las circunstancias, el asesinato de Haniyeh era «imposible de soslayar».

Inevitablemente, en estas conversaciones con el gobierno iraní se habrán abordado muchas más cuestiones, especialmente las relativas a la cooperación militar entre Teherán y Moscú. La cooperación entre ambos Estados ha aumentado notablemente en los últimos tiempos. Esto tiene serias implicaciones para cualquier conflicto que se avecine en la región.

Por su parte, China también ha ido aumentando discretamente su influencia en Oriente Medio. El año pasado, los chinos mediaron en un acuerdo entre Irán y Arabia Saudí por el que ambos países alcanzaron una distensión, lo que echó por tierra los planes de Washington de lograr un acercamiento entre Arabia Saudí e Israel.

En julio, China, también para gran disgusto de Washington, acogió la firma de un acuerdo entre Hamás y Fatah, la principal fuerza de la Autoridad Palestina en Cisjordania ocupada, respaldada por Estados Unidos. China también ha endurecido su postura en relación con Israel, criticándolo abiertamente por su conducción de la guerra, en lugar de seguir su patrón típico de pedir moderación a todas las partes.

Pero el tiempo de la moderación está pasando rápidamente. Y en cualquier conflicto futuro, China también tendrá un papel que desempeñar. Todos estos elementos se están combinando para producir un cóctel extremadamente explosivo. Y una vez que comience, es difícil predecir cómo terminará.

Millones de personas en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos viven en un estado de feliz ignorancia, mientras las oscuras nubes de la guerra se ciernen sobre Oriente Medio. Los efectos de un conflicto más amplio se dejarán sentir en muchos países que están lejos del escenario inmediato de la acción.

Son las políticas criminales del imperialismo -en particular del imperialismo estadounidense, la fuerza más despiadada y contrarrevolucionaria del planeta- las que están arrastrando al mundo entero por un camino que sólo puede conducir a la destrucción masiva, al sufrimiento y a la muerte de millones de personas.

La llamada «prensa libre», que miente sistemáticamente, manipula los hechos y oculta importantes acontecimientos a la opinión pública, desempeña un papel criminal. De este modo, la lucha contra la guerra y el militarismo se ve empañada por una espesa nube de ignorancia y desinformación.

Pero el peor papel de todos lo desempeña la llamada «izquierda», que ha perdido cualquier vestigio de conciencia de clase o espíritu de lucha y ha desempeñado un pésimo papel, siguiendo constantemente a los dirigentes reformistas de derechas como Starmer, que hace tiempo que vendieron su alma al diablo y se subieron a la carroza de los belicistas imperialistas.

¡Ya es hora de hacer sonar la alarma!

¡No más aventuras en el extranjero!

¡Lucha contra los belicistas!

¡Abajo la OTAN y el imperialismo estadounidense!

¡No más armas ni ayuda a Netanyahu o Zelensky!

¡El verdadero enemigo está en casa!

¡Proletarios del mundo, uníos!

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