Por: Vit Reznicek
¿Qué tienen en común la Tierra y la juventud? A primera vista no mucho. Pero cuando los miramos más detenidamente descubrimos una cosa que los une. En cuanto a la juventud, Karl Liebknecht (1871-1919), el gran revolucionario alemán, afirmaba que la juventud es la llama de la revolución proletaria. Por otro lado, con la expansión de la gran industria y el desarrollo tecnológico basado en los combustibles fósiles, la Tierra también está en llamas. No gracias a la actividad revolucionaria de la juventud, al menos por ahora, sino debido a los efectos del cambio climático que desde hace años se han vuelto una realidad incuestionable a pesar de algunos intentos por reinterpretar los datos científicos y nuestras experiencias cotidianas. En el plano nacional, por ejemplo, los vientos de octubre tardan en llegar. Las lluvias ya no terminan en octubre y son mucho más torrenciales. Los temporales ya no duran como antes. Los zompopos de mayo ya no aparecen en ese mes.
En los años 60 la sociedad occidental había experimentado un rápido crecimiento el cual ha hecho surgir dudas sobre la sostenibilidad de ese estilo de vida económico y social basado en el crecimiento interminable. ¿Sería éste compatible con la cuestión ambiental? Conscientes de los límites de la naturaleza, el 22 de abril 1970 se organizó la primera manifestación por la Tierra – ahora conocida como el Día de la Tierra. Manifestación de los ambientalistas y las demás personas preocupadas por el futuro del planeta. Dicho sea de paso que algunos afirman que la fecha 22 de abril fue escogida porque es el cumpleaños de V. I. Lenin (1870-1924), uno de los líderes bolcheviques y principales teóricos marxistas de inicios de siglo XX., quien había impulsado la creación de zonas protegidas en la recién surgida Unión Soviética.
Hace un par de años fue precisamente la juventud que había levantado la bandera de la lucha contra el cambio climático. El movimiento #FridaysForFuture liderado por Greta Thunberg logró por un momento apelar a una capa amplia y progresista de los trabajadores, estudiantes, profesores y científicos hasta el punto en el que pudo haber sido un punto de inflexión en la lucha por la conservación de la Tierra y por una revolución socialista. Pero no lo fue, ya sea por el inicio de la pandemia del COVID-19 que frenó las capacidades organizativas del movimiento o por las acusaciones en contra de Thunberg. El movimiento perdió su fuerza inicial y se quedó estancado. Tal vez sean las movilizaciones de la clase obrera que se ha estado gestando en los últimos meses en países como Francia, Inglaterra y Alemania las que retomen la lucha por el medio ambiente y la protección de la Tierra.
¿Cómo estamos?
El estado de la situación climática se puede resumir en pocas palabras: estamos mal y necesitamos actuar. Casi todos están de acuerdo sobre el problema e incluso sobre las soluciones existentes o por desarrollarse. El último reporte del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) ha apuntados cinco puntos urgentes a tratar:
- Los impactos del cambio climáticos ya son más severos y ocurren a escala más global. Eso significa olas de calor extremas, inundaciones más frecuentes, menor rendimiento de la producción agrícola, estrés hídrico, incendios forestales, daños irreparables a ecosistemas enteros.
- Tenemos que prepararnos para afectaciones peores en el futuro más próximo. Aún si abandonáramos los combustibles fósiles ahora mismo, los gases del efecto invernadero ya presentes en la atmósfera ocasionará afectaciones fuertes de acá para el 2040. Se estima que en la próxima década entre 32 y 132 millones de personas caerán en la pobreza.
- Los riesgos se incrementarán rápidamente con el crecimiento de la temperatura y los impactos serán irreversibles. Con tan solo 1.5 grados Celsius del calentamiento global muchos de los glaciares del mundo desaparecerán por completo o perderán la mayor parte de su masa. Además, 350 millones de personas se enfrentarán a falta de agua potable y hasta 14% de las especies terrestres tendrán un alto riesgo de extinción.
- Desigualdad, guerras y poco desarrollo incrementan la vulnerabilidad climática. Pobreza, mala administración, falta de acceso a los servicios básicos de salud hacen a la población más vulnerable y con menor adaptabilidad al cambio climático. Eso se resiente particularmente en países subdesarrollados y dependientes en África, Asia y América Latina. También el (mal)desarrollo urbano o de las comunidades rurales representa un factor adicional que agrava la situación ambiental.
- Adaptación es posible ya que algunas soluciones ya existen. Pero algunos efectos del cambio climático ya son demasiado graves e irreversibles y hay que reparar los daños ahora.
Más allá de nuevas tecnologías y formas de adaptación según las necesidades de las comunidades locales y sus ecosistemas, estamos hablando de la necesidad de un cambio sistémico que se necesita en el propio modo de producción, distribución y de cambio. Ciertamente los desafíos citados dejan mucho que desear en cuanto al desempeño del capitalismo para el beneficio de la humanidad. Karl Marx (1818-1883) podía percibir con mucha agudeza que el capitalismo llevaba en su seno aquella contradicción entre el desarrollo y el uso de los recursos naturales y humanos: “La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.” (El Capital I, final del capítulo 13).
En otro lugar Friedrich Engels (1820-1895) subraya nuestra dependencia de la naturaleza y nuestro lugar dentro de ella:
“Los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.” (El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre)
Al contrario de la caricaturización popular, la economía planificada sí tiene el potencial de frenar el gasto innecesario de recursos naturales y financieros como también la sobreproducción. Ese conocimiento de leyes y su aplicación adecuada de la que habla Engels no se está realizando bajo el modo de producción capitalista que está sujeto a una competencia desorganizada y desbordada de todos contra todas y que cada cierto tiempo se da cuenta de sus “crisis comerciales que desencadena.” (El Manifiesto Comunista) que nos cuestan cada vez más caro. Engels apuntaba en su libro Dialéctica de la naturaleza que “cada cosa repercute en la otra, y a la inversa”. También se dio cuenta del papel que el cambio del clima tuvo en la caída de las civilizaciones antiguas y el daño ambiental causado por el colonialismo en las culturas autóctonas y en sus métodos de producción.
La crisis ambiental, financiera y social que estamos viviendo tienen al mismo culpable detrás, es decir, la propiedad privada de los modos de producción: el sistema capitalista.
¿Qué hace falta entonces?
Para el día de la Tierra no nos hacen falta más acciones personales. Existen incontables formas de reducir un poco nuestro impacto sobre el planeta. Muchos de nosotros somos ciclistas comprometidos, tenemos huertos caseros, usamos transporte público aunque sea de mala calidad. Aún otros no comemos o tratamos de reducir nuestro consumo de carne, de plásticos de un solo uso y reciclamos o compostamos todos los materiales que podamos. Pero nuestras acciones individuales por sí solas no solucionarán el problema.
Porque los grandes contaminadores están en otro lado. Son aquellos que someten a sus empresas al lavado verde y vendiendo sus productos como ambientalmente amigables cuando están contribuyendo a agravar gravemente el deterioro de la situación ambiental. A inicios de abril el gobierno de Biden aprobó el proyecto Willow gracias al cual el gigante petrolero ConocoPhilips espera producir 180.000 barriles diarios. La empresa presume sus políticas sustentables pero las ganancias millonarias de la empresa terminarán en los bolsillos de los magnates petroleros destruyendo otro de los santuarios de la vida salvaje en Alaska. Grupo Holcim, productor de cemento y concreto, puede ponerle bolsas verdes a sus productos, pero eso no cambiará el hecho de que su cemento en el Valle el Ángel, en el Aeropuerto del Pacífico, o en el viaducto Los Chorros afectará severamente al manto acuífero de mayor calidad que hay en nuestro país, los manglares que ayudan a mitigar las inundaciones, uno de los efectos del cambio climático que mencionamos anteriormente o el hábitat de una variedad de especies en peligro de extinción.
A nivel global como local hace falta la voluntad política por cambiar las cosas. A pesar de las conclusiones científicas inequívocas, la clase gobernante se niega a actuar para detener la creciente degradación del medio ambiente. Esa falta de acciones específicas se ha evidenciado a través de las distintas conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La última COP27 tuvo lugar en Sharm el Sheikh (Egipto) entre el 6 y el 18 de noviembre de 2022. A pesar de ciertos acuerdos como el establecimiento de un fondo de ayuda para los países que ya se enfrentan con severos daños por el cambio climático, el avance en la implementación de las medidas es claramente insuficiente. Los compromisos de financiamiento o de reducción de emisiones de conferencias pasadas no se han logrado y las nuevas promesas de los países desarrollados son mucho más reservadas. Fernando López, el ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) también participó y mintió sobre las actividades de su gobierno:
“Estamos implementando nuestra nueva Ley de Recursos Hídricos, nuestro Reglamento Integral de Residuos y Fomento al Reciclaje, y nuestra Política Nacional Energética 2020-2050. El Salvador cumple con todo lo que está dentro de sus fronteras.”
La Ley de Gestión Integral de Residuos y Fomento al Reciclaje entró en vigencia en 2020 pero el gobierno no ha oficializado el reglamento. La nueva Ley de Recursos Hídricos tampoco tiene la aplicación que se esperaba de ella inicialmente y el presupuesto que se le ha otorgado es insuficiente.
Recordemos que durante la administración de López se han otorgado ya miles de permisos ambientales a empresas constructoras o al propio gobierno. Las obras del afamado pero innecesario Aeropuerto del Pacífico empezaron incluso antes de tener los permisos medioambientales.(1)
El problema real está en que la clase dominante, la burguesía, es la menos indicada para hacer algo con la cuestión ambiental porque está estrechamente ligada a la instauración de la gran industria, al mercado mundial y a la constante acumulación de riqueza en las manos particulares, y de ahí según señalan Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, surge el Estado representativo:
“El poder en el Estado moderno, es tan sólo un consejo de administración de los negocios de la clase burguesa.”
Una vez establecida en el poder, la burguesía ha ido perdiendo poco a poco el papel revolucionario, su modo de producción y de vida se han hecho incompatibles con la Tierra y con el trabajo humano que en manos de la clase trabajadora produce enormes riquezas que quedan en manos de una minoría responsable de la mayor parte de la contaminación e incapaz de cubrir las necesidades básicas de millones de personas en cuanto a la vivienda, alimentación o educación. Para la democracia burguesa los intereses colectivos siguen siendo las ganancias de los proyectos extractivistas.
Revolución internacional
El llamado a la transformación revolucionaria de la sociedad está hecho. Activistas y científicos por igual alertan que el tiempo corre demasiado rápido y la situación empeora cada día como para dejar la necesidad de organizarnos hasta mañana. La alternativa del socialismo representa la única salida. Los sueños de un capitalismo verde, del “Green New Deal” o del decrecimiento se muestran cada vez más efímeros y sujetos a las mismas limitaciones irracionales del capitalismo. La lucha ambiental tiene que derrocar a nivel local e internacional los cimientos de ese sistema económico en descomposición. Para ello necesitamos convocar las fuerzas de la clase trabajadora y ser parte de sus esfuerzos por construir un nuevo tipo de sociedad. León Trotsky decía que la revolución ocurre cuando las personas que normalmente no están interesadas en los acontecimientos políticos y sociales empiezan a tomar conciencia y a participar activamente. La juventud se está dando cuenta de que los capitalistas no solo se están enriqueciendo por medio de la sobreexplotación del trabajo de la clase trabajadora, sino también que están destruyendo el futuro nuestro y de la humanidad entera. Por lo tanto, no tenemos nada que perder y un mundo entero por ganar. Un mundo con economía razonable y planificada para la satisfacción de las necesidades humanas de todos y todas.
¡Únete al Bloque Popular Juvenil! ¡Por la Tierra y por el futuro socialista de la Humanidad!
Notas:
- Sobre el tema del Aeropuerto pueden leer más en nuestro artículo “Promesas y horrores del Aeropuerto del Pacífico” en el Militante #98 de septiembre 2022.