Introducción
En este texto queremos demostrar que el movimiento cristiano primitivo fue un movimiento revolucionario enfrentado al imperio romano, un movimiento lleno de mártires, hombres y mujeres valientes que dieron su vida por instaurar el cielo en esta tierra antes de que el movimiento fuera corrompido instituyendo la corrupta y reaccionaria Iglesia Cristiana. Antes de la existencia del proletariado moderno, antes de que las condiciones para la superación de la sociedad de clases fueran germinando en el modo de producción capitalista los deseos de la masas oprimidas por un mundo sin explotación tenían que manifestarse de forma fantástica y religiosa o, por medio de teorías utópicas basadas en la moral y la buena voluntad de la clase dominante.
Ya muchos siglos antes de los socialistas utópicos los primeros cristianos lucharon contra el imperialismo romano y manifestaron en algunas de sus corrientes algunas tendencias comunistas apoyados en la idea de un «Mesías» (ungido) o elegido por Jehová que libraría a las tierras judías de la opresión romana, e incluso de toda opresión. La larga decadencia del modo de producción esclavista generó una «expectativa mesiánica». Cuando el «status quo» se encuentra en una situación de crisis, cuando la sociedad se encuentra en un callejón sin salida y las masas, ante la imposibilidad de explicar y entender su situación, dirigen su mirada de la «tierra» al «cielo» en busca de un Mesías o un «enviado de Dios» que resolverá las contradicciones insolubles. Si bien el proletariado moderno tienen el marxismo una arma ideológica de carácter científico que le permite comprender objetivamente las contradicciones y tendencias que hacen a la sociedad sin clases (comunismo) una etapa necesaria si la humanidad se quiere sustraer a su propia aniquilación las condiciones precapitalistas de producción hacían imposible, en tiempos de Cristo, la comprensión racional y científica de la opresión y hacían del mesianismo revolucionario un fenómeno inevitable.
Aun cuando los sectores más conscientes del proletariado ven en la religión el «Opio del pueblo» al mismo tiempo no podemos más que rendir un homenaje a quienes se ven obligados objetiva y subjetivamente a apropiarse de las ideas religiosas imperantes para convertirlas en un catalizador de la lucha revolucionaria. Tal fue el caso de los primeros cristianos y tal es el caso de la «Teología de la liberación» (aun así mantendremos con ellos una polémica constructiva desde la óptica del materialismo dialéctico). Aun cuando la religión surge históricamente (con el surgimiento de la civilización -antes de ello tenemos pensamiento mágico pero no religión-) como un medio de opresión espiritual que santifique la explotación, en ocasiones funciona como un catalizador de la acción revolucionaria de sectores explotados de la población, como aglutinante del deseo de lucha y transformación. El cristianismo primitivo (más o menos hasta el siglo III) es un ejemplo clásico del mesianismo en su variante revolucionaria; a partir del «Concilio de Nicea» y a partir de que Constantino declarara al cristianismo religión oficial del Imperio Romano, corrompiéndolo, institucionalizándolo y burocratizándolo, el cristianismo se transformó, de una expresión de lucha de los esclavos y el lumpen proletariado romano frente a la opresión romana, en un instrumento de dominación y control ideológico; este hecho se refleja en una tendencia hacia el misticismo, la introspección y la resignación tan característico de las expresiones ideológicas de «los padres de la Iglesia» especialmente «seudo-Dioniso Aeropagita». En este texto analizaremos el contexto en el que germina el fenómeno del mesianismo, su expresión en mesianismo activo y pasivo como expresión de las luchas sociales y la increíble transformación del mesianismo activo y revolucionario, bajo ciertas condiciones sociales, en su contrario expresado en la mística de pseudo-Dionio Aeropagita; todo lo anterior tomando como punto de partida la sociedad romana en descomposición en cuyo seno nace el movimiento cristiano.
La decadencia del imperio
No podemos entender el surgimiento del mesianismo cristiano primitivo sin comprender la decadencia del imperio romano. La época imperial romana (27 a.C-476 d.C.) marcaba una etapa en donde el modo de producción esclavista estaba llegando a sus límites. La antigüedad griega y romana se basaba en el trabajo esclavo. La existencia de 3 esclavos por cada hombre libre fue la condición necesaria para la democracia y la filosofía griegas. Roma llevó la esclavización mucho más allá, pero tuvo que prescindir, en un punto determinado, de la amplia democracia que habían logrado los ciudadanos griegos por la sencilla razón de que la administración del imperio (con su enorme burocracia y ejército) no era compatible con el sistema democrático. La utilización de esclavos en los latifundios y las minas romanas (por ejemplo las productivas minas de España) requería de la existencia de mano de obra esclava abundante y barata, esta condición sólo podía cumplirse extendiendo cada vez más las fronteras del imperio esclavizando masivamente a su habitantes «esta tendencia» nos dice Karl Kautsky, en su obra clásica «El cristianismo, sus orígenes y fundamentos» «llego a ser una de las más poderosas fuerzas motrices de la política romana de conquista, que en el trascurso de dos siglos subyugó a todos los países que rodean el mar mediterráneo, y en tiempo de Cristo, después de someter a su yugo a las Galias, hoy Francia, se preparaba a subyugar a Germania, cuya población robusta suministraba excelentes esclavos» 1 [10], en otra parte nos dice que «Así, en la tercera guerra de los romanos contra macedonia, en el año 169 A. C. setenta ciudades fueron saqueadas en Epiro, y en un solo día 150,00 de sus habitantes fueron vendidos como esclavos2 [11]».
La existencia de mano de obra esclava abundante y barata posibilitó el auge en la construcción de caminos y obras públicas que aún hoy perduran como testigos de la opulencia; opulencia reflejada en orgías, fiestas y banquetes donde la clase dominante se hacía servir lenguas de ruiseñor y perlas disueltas en vinagre y donde buscadores de placeres prostitutas y eunucos vagaban de banquete en banquete. La baratura y el empleo masivo de esclavos volvió la relación con estos, antes más o menos patriarcal (griegos), en una relación cruel, despiadada e impersonal, «El acto cruel de Vedio Polio es bien conocido: el esclavo había roto una vasija de cristal, por cuya ofensa le ordenó lanzarse como alimento a las morenas que tenía en una alberca, pues estos peces eran muy estimados como plato exquisito»3 [12] (…) «el mundo antiguo parecía transpirar riqueza por todos sus poros, y, sin embargo, esta sociedad estaba ya condenada a la destrucción»
La extensión del imperio implicaba el mantenimiento de un enorme aparato burocrático-militar que sólo podía ser sostenido mediante mayores impuestos y la expropiación del campesinado que representaba la base del ejército romano; la ruina del campesinado engrosaba las filas del lumpen proletariado que vivía de la limosna oficial, el imperio tuvo que recurrir cada vez más al servicio de mercenarios procedentes de tribus bárbaras enemigas del imperio (ya con Cesar encontramos teutones en el ejército romano) ante la presión de la tribus bárbaras acosando a un imperio en decadencia, la administración del imperio y la disminución de la mano de obra esclava (en virtud del límite imperial ya alcanzado) obligaron a dividir la administración de las provincias en feudos y contratar colonos para que trabajaran las tierras a cambio de un tributo; el feudalismo se había bosquejado ya aún antes de que las tribus bárbaras (muchas de ellas antes mercenarios del imperio que habían visitado «las entrañas del monstruo» y conocían sus secretos y debilidades) le dieran el golpe de gracia marcando el final de la antigüedad y el inicio de la Edad Media.
Tendencias ideológicas ante la crisis
Pero este proceso de decadencia tuvo inmensas repercusiones políticas sociales y económicas y constituyen el caldo de cultivo en el que nacería el movimiento cristiano -en las entrañas del judaísmo- entre otras expresiones ideológicas como el estoicismo, epicureísmo, cinismo, además de la creencia en un redentor y en el Mesías; el estoicismo, como la escuela cínica en roma, se correspondía con un «mesianismo» pasivo e incluso conservador; el mesianismo cristiano y judío (expresado en la secta judía de los Celotes y los Esenios), por el contrario, encontró en la idea del Mesías un aglutínate y un catalizador de la revuelta social.
Con el debilitamiento del poder económico del imperio los gobernantes prefirieron mantener el gasto bélico antes que mantener el gasto en construcciones, las majestuosas construcciones romanas se convirtieron en majestuosas ruinas cuyas piedras eran utilizadas para nuevas construcciones, la población disminuía, las ciudades eclipsaban, el peso del estado sobre el individuo se hacía insoportable, el orgullo ciudadano y el amor a la polis que caracterizaban a los griegos y romanos en tiempos de bonanza fueron sustituidos por la introyección y las prédicas de carácter moral. El hastío provocado por una vida vana orientada a los placeres afectó a ciertas capas de la sociedad dando origen al estoicismo, como señala Kautsky: «(…) una vez que el individuo ha alcanzado el punto más allá del cual le es imposible aumentar sus placeres, bien por falta de recursos, o de fuerzas, o como consecuencia de la ruina física o económica, se siente invadido por la mayor repugnancia, por una aversión a la simple idea de placer, siente hasta cansancio de la vida; todas las ideas e imágenes terrestres le parecen vanas -vanitas, vanintatum vanitas.- La desesperación, el deseo de la muerte, es el resultado, pero también el deseo de una vida nueva y más elevada. Sin embargo, la aversión al trabajo se hallaba en muchas gentes tan arraigada, que aún esta nueva vida ideal no se concebía como una vida de trabajo agradable, sino como un estado absolutamente inactivo de bienaventuranza, que sacaba todo su placer de la completa separación de todas las penas y desilusiones de las necesidades y goces físicos (…) Esto condujo finalmente a muchas personas a volver completamente la espalda al mundo, a despreciar la vida, y hasta desear la muerte. El suicidio llegó a ser un hábito en la Roma imperial; por algún tiempo llegó a ser una verdadera moda4 [13]». Si bien los estoicos predicaban el rechazo a las pasiones y valores materiales de este mundo ello no impidió que Séneca, tutor de Nerón, y destacado representante de esta escuela, fuera uno de los hombres más acaudalados de la antigüedad; la hipocresía, ayer como hoy, era el reverso de la moneda de aquellos que predicaban el rechazo a el mundo y los bienes materiales.
Por otro lado algunas capas de la clase dominante trataba de racionalizar los placeres orientándolos por la vía de la el intelecto rechazando los burdos y exagerados placeres carnales y mundanos; Epicuro dio expresión brillante a esta tendencia, no obstante sólo podía satisfacer las aspiraciones y necesidades de algunos sectores de las capas altas de la sociedad. Finalmente los vagabundos y mendigos, lumpen proletarios, que formaban un enorme ejército, engrosado constantemente por los campesinos arruinados, que vivía de la beneficencia pública y la limosna oficial (que adquirió dimensiones gigantescas), proletarios del mundo antiguo que, a diferencia de los proletarios modernos, no jugaban ningún papel central en la producción y en lugar de ser el sostén material del mundo antiguo -sostenido por el trabajo de los esclavos- eran sostenidos por la sociedad, como parásitos, por los granos y alimentos que eran repartidos por el estado romano, incluso ellos, encontraron sus expresión ideológica en los continuadores de la filosofía Cínica de Diógenes, se trataba de predicadores que vivían en las calles, en la mendicidad en donde encontraban su felicidad, despreciaban el trabajo pues vivían «cómodamente» en su pobreza y a expensas de las limosnas del estado.
El mesianismo conservador
La tendencia irresistible a fugarse de este mundo en ruinas encontró en el mesianismo una de sus expresiones más acusadas, el callejón social y la incapacidad de la población por explicar las calamidades que acechaban obligaron a estos hombres y mujeres a voltear su mirada al cielo y esperar un milagro: «Cada vez eran más fuertes los golpes de los bárbaros a las puertas de Imperio, cuyas carnes a menudo se desgarraban por las sangrientas disputas de sus propios generales: la pobreza de las masas aumentaba; la despoblación era progresiva. La sociedad romana fue levada cara a cara con su fin; pero esta generación estaba demasiado corrompida, demasiado débil en cuerpo y espíritu, demasiado cobarde, estaba demasiado en desacuerdo consigo misma y con su ambiente, para ser capaz de hacer un intento enérgico por libertarse de estas condiciones intolerables. Había perdido la fe en sí misma, y el único soporte que la preservaba de la completa desesperación era la esperanza de auxilio de algún superior, de algún poder redentor5 [14]». No obstante, en una paradoja de la historia, el primitivo movimiento cristiano y la insurgencia interna dentro del judaísmo (Esenios y Celotes) fueron capaces de encontrar, en el pensamiento mesiánico, un punto de apoyo para la insurrección. Pero el mesianismo imperante era un fenómeno pasivo e impotente, los Cesares fueron los primeros en ser considerados como redentores por una masa desesperada por milagros ( de hecho en la parte oriental del imperio al Cesar se le llamaba Soter o redentor), esta idea fue -no podía ser de otro modo- promovida impúdicamente por los cesares mismos empezando por Julio Cesar, quien se hizo levantar un sin número de templos donde se le adoraba como a un dios, hasta llegar a el grotesco espectáculo de Adriano volviendo Dios a su amante muerto Antino, construyéndole una ciudad (Antinópolis); Calígula no se conformó que lo declararan Dios hasta su muerte e hizo que lo adoraran como Dios en vida. Al mismo tiempo los Mesías, fundadores de sectas religiosas, se reproducían como la yerba mala por el imperio (por ejemplo el neopitagórico Apolonio de Tiana), cada uno de los cuales tenía la producción de milagros como carta de presentación ante una población crédula en extremo, una población que ante la crisis social se replegaba en la ética perdiendo toda noción de causalidad y objetividad; milagros como la clarividencia, la desaparición milagrosa, el don de la profecía eran comunes en tiempos de Cristo; en una febril competencia milagrosa los milagros se tornaban cada vez más osados e impresionantes, la masas no se conformaban ya con los trillados milagros del pasado, (de la misma manera que las masas hoy en día exigen de los medios masivos chismes y sucesos más estimulantes) hasta que en el siglo IV y V los milagros atribuidos Jesús eran un «juego de niños» comparados con los milagros de los santos: «Ellos se acercaban familiarmente o mandaban imperiosamente a los leones y serpientes del desierto; hacían retoñar a un tronco completamente seco; hacían flotar el hierro sobre la superficie del agua; pasaban el Nilo sobre el lomo de un cocodrilo; y se refrescaban en un horno incandescente6 [15]»
El mesianismo revolucionario
Pero algunos mesías (del hebreo meshiaj, «el ungido») eran más que charlatanes versados en las artes del embuste (un ejemplo en el arte del embuste fue Alejandro de Abonuteicos, un mesías que practicaba milagros ahuecando imágenes de dioses donde se ocultaban seres humanos); pocos años después de la gran rebelión de Espartaco (asesinado en el añ0 71 a.C.) aparecieron mesías que eran también agitadores que arengaban a las masas en contra de la opresión romana, especialmente en Galilea; algunos de ellos encabezaron revueltas épicas que aún hoy resuenan por su heroísmo. Fue el pueblo judío el que tuvo el privilegio de ser el centro de la insurrección contra Roma.
Palestina fue durante mucho tiempo una colonia romana, antes había sido una colonia Siria, donde confluían rutas comerciales; el pueblo Judío era brutalmente explotado por la metrópoli con la complicidad de los altos sacerdotes judíos, terratenientes y los comerciantes judíos (Saduceos) que vivían en medio de un «lujo asiático»; las capas medias de la comunidad judía (Fariseos)soñaban con la independencia de Jerusalén y el día en que «el pueblo elegido» gobernaría al mundo entero, «el reino de David», liberándose de la opresión romana, sin embargo los Fariseos -al igual que los Girondinos en la revolución Francesa- estaban más aterrorizados del movimiento independiente de las masas que del dominio romano y en los momentos decisivos acordaban con los Saduceos; en la base de la pirámide estaban los Celotes que luchaban por la independencia de su pueblo por medio de métodos guerrilleros, ellos eran los Jacobinos de la revolución social en Galilea, «los guerrilleros-bandidos zelotes creían que con la ayuda lograrían finalmente el derrocamiento del imperio romano. Su fe no era un estado mental; era una praxis revolucionaria que implicaba hostigamiento, provocación, robos, asesinato, terrorismo y actos de valentía que acababan en la muerte. Algunos se especializaban en la táctica de la guerrilla urbana y se llamaban «hombres del puñal» (en latín: sicarii); el resto vivía en al campo en cuevas y escondrijos en la montaña, dependiendo de los campesinos para obtener alimento y seguridad7 [16]». Flavio Josefo, antiguo gobernador de Galilea y renegado del bando revolucionario, cooptado por los romanos afirmando que el verdadero Mesías era nada menos que Vespasiano (69 D.c.), señala que Galilea estaba llena de hombres santos errantes, oráculos vestidos de manera extravagante que hablaban de la batalla venidera contra Roma y por el dominio del mundo. «Un flujo incesante de líderes carismáticos irrumpió en el resplandor de la historia para reivindicar la condición mesiánica; y al menos dos de ellos desencadenaron insurrecciones que lograron sacudir los cimientos del imperio romano»8 [17].
Herodes, marioneta del imperio, persiguió a los celotes por Galilea, en cuevas y montañas, ejecutó cobardemente a Ezequías, líder guerrillero que controlaba un distrito entero en Galilea; muchos de los guerrilleros atrapados en las cuevas, junto con su familia, preferían asesinar a sus familias y suicidarse antes de entregarse al enemigo; un viejo guerrillero prefirió matar a sus siete hijos, su esposa y suicidarse no sin antes burlarse de Herodes. Varo, gobernador romano de Siria, en el año en que se dice nació Jesús, capturo a 2000 mesías y los crucificó a todos. Uno de los hijos (varios de ellos fueron mesías) de otro mesías: Judas de Galilea, encabezó la gran revolución de los años 68-73; en el año 52 se desarrolló una rebelión dirigida por el mesías Eleazar ben Deinaios el gobernador Félix aplastó la insurrección y Flavio Josefo señala que muchos fueron decapitados y que los crucificados fueron tantos «que no se podían contar». Después de un sin número de mesías, y de una infinidad de decapitados y crucificados por el imperio sucedió la gran revolución del año 68 encabezada por uno de los hijos de Judas de Galilea: Manahem que expulsó a las tropas romanas de Galilea; Nerón tuvo que llamar a su mejor general Vespasiano, para aplastar la insurrección que sólo pudo ser sofocada con el empleo de 65.000 hombres peleando palmo a palmo la ciudad; Manahem fue asesinado mediante terribles torturas prolongadas y Tito, el hijo de Vespasiano, finalmente sofocó la rebelión destruyendo Jerusalén en el año 70, todavía en el año 73 un bandido llamado Eleazar descendiente de Judas de Galilea llamó a las fuerzas supervivientes, 960 hombres mujeres y niños, a suicidarse antes que caer presas del enemigo.
La última gran rebelión contra el imperio romano fue encabezada en el año 132 por Bar Kochva quien organizo a 200,000 hombres y estableció un estado Judío independiente que asombrosamente duró 3 años, Marvin Harris nos dice que «Los romanos no habían encontrado desde Anibal a un oponente militar de tal osadía; luchaban en primera línea y en los lugares más peligrosos. Roma perdió una legión entera antes de acabar con él. Los romanos arrasaron mil aldeas, mataron 500,000 personas y deportaron a millares como esclavos9 [18].»
«En síntesis: entre los años 40 a.C. 73 d.C; Josefo menciona por lo menos cinco mesías militares Judíos, sin incluir a Jesús o Juan el bautista. Estos son: Antrongeo, Teudas, el anónimo «canalla» ejecutado por Felix, el «falso profeta» egipcio judío y Manahem. Pero Josefo alude repetidas veces a otros mesías o profetas de mesías que no se molesta en nombrar o describir. Por añadidura parece muy probable que el linaje entero de guerrilleros-bandidos-zelotes descendientes de Ezequías a través de Judas de Galilea, Manahem y Eleazar fueran considerados mesías o profetas de Mesías10 [19]». Como es evidente en tiempos de Jesús el mesías revolucionario eran tan abundantes como los hongos después de la lluvia.
Así como en la revolución francesa el radicalismo democrático burgués decantaba en el socialismo utópico de la «conspiración de los iguales» encabezada por babeuf; el movimiento comunista dentro de la insurrección judía fue representada por la secta de los Esenios primero y el movimiento cristiano después: los Esenios no solo peleaban por la independencia del pueblo judío sino que además formaron comunas agrícolas en el desierto en donde la tierra y hasta la ropa era propiedad común, los Esenios abolieron en sus comunas la propiedad privada, comían en una mesa común; según nos informa Kautsky algunas comunidades esenias practicaban la abstinencia sexual y en otras había una comunidad recíproca de hombres y mujeres.
El primitivo movimiento cristiano
Es muy posible que los fundadores del movimiento cristiano hayan estado en contacto o hayan pertenecido a la comunidad esenia, es posible incluso que Jesús haya sido integrante de esta secta judía. Lo cierto es que los primeros cristianos no sólo luchaban por la liberación «nacional» del pueblo judío sino que vinculaban la liberación nacional con la lucha por la liberación social y la abolición de los privilegios de clase; en el cristianismo había una diferencia fundamental que representa el posible secreto de porqué fue el mesías cristiano el que pasó a la posteridad por encima de otros mesías judíos que en la época tuvieron mayor resonancia y que representaron un peligro mucho mayor para el imperio romano. El cristianismo no era exclusivamente un movimiento judío como lo eran los zelotes y Esenios, sino que, fundamentalmente se trataba de un movimiento del proletariado romano que agrupaba también a diversos sectores de la población que eran explotados por los romanos: prostitutas, esclavos, campesinos que no pertenecían al pueblo judío fueron gradualmente integrados al movimiento, quizá este sea el secreto del éxito del movimiento revolucionario de los primeros cristianos, así por ejemplo María Magdalena, una prostituta, es una de las más fieles seguidoras de Jesús. Si bien hay dudas sobre la existencia histórica de Jesús de Nazaret lo que no se puede dudar es que el movimiento cristiano existió (Cristo no se refiere a un sujeto en particular sino que es el nombre griego del mesías) y que fue un movimiento de masas.
En todo caso el movimiento cristiano no representaba la religión de la sumisión, de «ofrecer la otra mejilla» cuando nos golpean, no luchaba por una vida en el más allá, sino que el paraíso debía ser instaurado, con la ayuda del retorno del hijo de Dios o Cristo (mesías en griego), en esta tierra; Dios era el significado de la venganza contra Roma (la gran Puta como se dice en el Apocalipsis de san Juan), era la religión del odio hacia los ricos. Vestigios claros de esto los podemos encontrar aún en el nuevo testamento. Alan Woods señala en su trabajo «Marxismo y religión» lo siguiente: «Los primeros cristianos eran comunistas y esto se puede ver con claridad al leer los Hechos de los Apóstoles. El propio Jesucristo andaba entre los pobres y desposeídos y con frecuencia atacaba a los ricos. No es casualidad que su primer acto al entrar en Jerusalén fuera atacar a los cambistas del templo. También dijo que sería más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja a que un rico entrara en el reino de dios. (Lucas, 18-24). Los primeros cristianos tomaron partido por los pobres contra los ricos y poderosos». En la primera epístola a los Corintios, por ejemplo, San Pablo se dirige a «todos los hombres llamados a ser santos «, es decir, a todos aquellos que «invocan el nombre de nuestro señor Jesucristo en todo lugar, suyo y nuestro» (San Juan, Cap. I; 2-19); a todo hombre que, por tanto, sea cristiano. En especial a todos aquellos que «Hasta el presente pasamos hambre, sed y desnudes; somos abofeteados y andamos vagabundos. Y penamos trabajando con nuestras manos: afrentados, bendecimos, y perseguidos los soportamos; difamados, consolamos; hemos venido a ser ahora como desecho del mundo como estropajo de todos» (San Juan Cap. IV; 11-13)
Es sabido que la primera acción de Jesús al entrar a Jerusalén fue atacar a los comerciantes del templo y que el evangelio de San Lucas hace decir a Jesús que «Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas porque es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios «. En la epístola de Santiago se señala lo siguiente: «Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque les han venido encima desgracias. Los gusanos se han metido en sus reservas y la polilla se come sus vestidos; su oro y su plata se han oxidado. El óxido se levanta como acusador contra ustedes y como un fuego les devora las carnes. ¿Cómo han atesorado, si ya eran los últimos tiempos?
El salario de los trabajadores que cosecharon sus campos se ha puesto a gritar, pues ustedes no les pagaron; las quejas de los segadores ya habían llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han conocido sólo lujo y placeres en este mundo, y lo pasaron muy bien, mientras otros eran asesinados. Condenaron y mataron al inocente, pues ¿cómo podía defenderse?» (Santiago, 5-1).
Todo aquel que quisiera pertenecer a la comunidad cristiana tenía que desprenderse, como en los esenios, de su propiedad privada: En los Hechos de los Apóstoles podemos leer: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones… Todos los que habían creído vivían unidos; compartían todo cuanto tenían, vendían sus bienes y propiedades y repartían después el dinero entre todos según las necesidades de cada uno». (Hechos de los Apóstoles, 2-42).
Más adelante señala que: «La multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba como propios sus bienes, sino que todo lo tenían en común… Entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que lo repartían según las necesidades de cada uno». (Hechos de los Apóstoles, 4-32).
Vestigios en el Nuevo testamento nos señalan el hecho de que Jesús no predicaba la paz sino la guerra contra la opresión; en el evangelio de Lucas, por ejemplo, Jesús dice lo siguiente: «Fuego vine a meter en la tierra: ¿y qué quiero si ya está encendido? (…) ¿pensáis que he venido a la tierra a traer paz? No, os digo; más disensión. Porque estarán de aquí en adelante cinco en una casa divididos; tres contra dos, y dos contra tres» (Lucas XII, 49-52). Es verdad que en los evangelios más recientes, como el de San Mateo, se comienzan a suavizar las contradicciones sociales y se comienza a aceptar al rico. No obstante los testimonios de Flavio Josefo, testigo de primera importancia, el contexto revolucionario, los vestigios de lucha en el nuevo testamento, además del descubrimiento de «Los rollos del Mar Muerto» (encontrados en 1947) confirman el contenido revolucionario del primitivo movimiento cristiano «El estudio del contenido y significado de los Manuscritos del Mar Muerto, ratifica con profundidad la relación entre el cristianismo [20] primitivo y los israelitas que esperaban el Reino de Dios [21], enfrentados a los sacerdotes y escribas fariseos y saduceos, las castas dominantes judías, que los persiguieron (como atestiguan repetidamente los mismos manuscritos)11 [22]». Sobre todo está el hecho incontrovertible de que la corriente revolucionaria era irresistible entre las masas de proletarios y esclavos en Galilea, hubiera resultado contra natura que el cristianismo primitivo, que se componía precisamente de las capas más bajas de la sociedad, hubiera pregonado la paz y la sumisión en un mar de insurrección. El «Apocalipsis de San Juan es especialmente claro en cuanto a el Dios vengativo de los primeros cristianos en él se clama venganza a los mártires cristianos, «hasta cuando señor, santo y verdadero no juzgas y vengas nuestra sangre a los que moran la tierra»(San Juan Cap. 6; 10), se pide venganza de la opresión romana («la gran puta»), se clama venganza contra «babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra…ebria de la sangre de los santos»(Cap. XVII; 5), tenían la convicción de que Dios vengará a los mártires cristianos «porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus ciervos de la mano de ella» (Cap. XIX; 2).
No se trata aquí de la «religión del amor», de «la amistad a los que os odian», «bendecid a aquellos que os maldigan», etc, etc; se predica aquí abiertamente la venganza, el odio, la justa venganza contra los enemigos de los cristianos. Esta es la constante en todas las páginas del libro. Cuando más cerca se halla el momento decisivo (el supuesto regreso de Nerón, que es el verdadero significado el 666 codificado numéricamente), más frecuentes son los azotes y juicios que llueven del cielo y más alegría experimenta San Juan anunciando que la mayor parte de los hombres no se arrepienten y que lloverá sobre ellos nuevos azotes, que Cristo (el cordero) ha de gobernarles con cetro de hierro, ha de aplastarles con la cólera de Dios; tal es el sentimiento natural, desprovisto de toda hipocresía de las masas sometidas, es el sentimiento de los que se hallan en lucha.
El texto termina relatando la gran batalla decisiva. Los santos y los mártires son vengados con la destrucción de Babilonia (la gran puta) y de todos sus partidarios, es decir, de la gran mayoría de los hombre. El demonio se ve precipitado al abismo, el demonio es encadenado y en una posterior batalla es definitivamente vencido. Acontece una segunda «resurrección de Satán», resucitan el resto de los muertos y comparecen ante el trono de dios, y los fieles penetran en un nuevo cielo, en una nueva tierra, en la vida eterna. Los cristianos esperaban la salvación providencial de Cristo.
«Lo que el Apocalipsis transmite es la lucha sin tregua contra el enemigo de dentro y de fuera, la confesión altiva de sus convicciones revolucionarias ante los jueces paganos, el martirio sufrido con valor ante la certidumbre de la victoria12 [23]»; la confianza de que «el cordero que está en frente del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y dios enjuagará toda lágrima de los ojos de ellos» (San Juan, Cap VII; 17), la convicción de que el tiempo decisivo está cerca «bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escrita; porque el tiempo está cerca» (cap. I; 3)
Esta fue la razón y ninguna otra por la cual Jesús fue crucificado, si éste hubiera defendido la sumisión ante el orden existente los Romanos no sólo no lo hubieran martirizado sino que, por el contrario, lo hubieran promovido como sucedió como Flavio Josefo cuando traicionó la revolución judía. Sólo este heroísmo y la creencia en un mesías vengativo que en esta tierra instauraría el paraíso y aboliría los privilegios de clase explica la notable abnegación del movimiento cristiano cuyos miembros eran comidos vivos por las fieras en el circo romano mostrando una entereza heroica. La idea de que Dios instauraría su reinado, no en el más allá, sino en esta tierra vengando la opresión romana lo podemos encontrar aún en el Apocalipsis de San Juan; los mismo encontramos en el evangelio de Marcos, Lucas y Mateo, a pesar de la revisión y selección que se hizo de los evangelios tratando de borrar toda traza de revolución, en el evangelio de Lucas, por ejemplo, se dice que «De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo sea hecho (Lucas XXI, 32)»; Marcos hace decir a Jesús que «De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios que viene con potencia (XIII, 30)». Este espíritu revolucionario y emancipador del mesianismo cristiano era el espíritu que Walter Benjamin quería para el revolucionario de la actualidad que sueña con una sociedad sin clases: «Al concepto de sociedad sin clases» nos decía Benjamin «hay que devolverle su verdadero rostro mesiánico y eso en interés de la propia política revolucionaria del proletariado 13 [24]»
La Iglesia corrompida y el misticismo de Pseudodionisio
Con la caída de Jerusalén el movimiento revolucionario sufrió un duro golpe y progresivamente el estado romano fue corrompiendo, lenta pero indefendiblemente, al movimiento cristiano ante sus incapacidad de aplastarlo de manera definitiva, además fue avanzando un escepticismo con respecto a la inminencia de la revolución y la idea de que el cielo sería implantado en la tierra fue perdiendo terreno frente a la idea de que el paraíso estaba en realidad en el cielo o en la otra vida; Alan Woods nos explica este proceso : «(..) la iglesia, empezando por los obispos -los tesoreros-, presionados por la clase dominante y el estado poco a poco fueron apartándose de las creencias comunistas originales del movimiento. Ante la imposibilidad de derrotar a los cristianos con represión, la clase dominante cambió de táctica. Cómo el emperador Constantino consiguió corromper a las capas superiores de la iglesia se puede ver en el siguiente pasaje sobre la historia de la primera iglesia. Eusebio describe el concilio de Nicea celebrado en el año 325 d. C y que estuvo presidido por el propio emperador «como mensajero de Dios», en estos términos: «Las circunstancias del banquete fueron tan espléndidas que son indescriptibles. Los destacamentos de guardias y otras tropas rodearon la entrada del palacio con sus espadas y entre éstos, los hombres de Dios entraron sin temor hasta los aposentos imperiales más íntimos. Algunos fueron los propios compañeros de mesa del emperador, otros se reclinaron en los sofás que estaban colocados a cada lado. Se podría llegar a pensar que esta era una imagen del reino de Cristo, que era un sueño y no una realidad». (T. Ware. Whe Orthodox Church. P. 27. En la edición inglesa) (…). Las cabezas del movimiento son invitados a cenas y fiestas ostentosas donde se codean con los ricos (…). Desde el concilio de Nicea la iglesia ha sido la más firme colaboradora de la riqueza, el privilegio y la opresión. Los primeros cristianos se negaban a reconocer el estado o servir en el ejército. Después de este concilio todo cambió. La iglesia se convertiría en uno de los principales pilares del estado y perseguiría ferozmente a todos los que cuestionaban sus nuevas doctrinas. Cuando Ario de Alejandría rechazó el credo niceno sus seguidores (los arianos) fueron pasados por la espada. Más de 3.000 cristianos fueron asesinados por sus colegas cristianos – más muertos que en tres siglos de persecución romana -. Con estos medios la Iglesia de los pobres y los oprimidos se transformó en el vehículo principal de su esclavización[25]».
El mesianismo revolucionario fue, gradualmente, perdiendo terreno; la instauración del cristianismo como religión oficial del imperio romano hecha por Constantino no fue sino el reconocimiento de que la burocracia de un movimiento en expansión sería una gran aliada del «status Quo»; ya hacía mucho tiempo que los cargos de la comunidad cristiana habían dejado de ser revocables y elegibles por la comunidad, mientras el movimiento crecía por todas partes del imperio, mientras más miembros acomodados encontraban en el cristianismo consuelo ante la decadencia social más crecían los privilegios de los obispos (tesoreros) y más se separaban de las bases del movimiento. El proceso de burocratización y cooptación por parte del estado que sufrió el movimiento se complementaba con el colapso de las ciudades, el surgimiento gradual, catalizado por el colapso del imperio y la invasión bárbara, de relaciones sociales feudales que desplazaban el centro de la sociedad desde las ciudades hacia el campo en una estructura jerárquica rígida y aparentemente inmutable. Una vida social móvil, efervescente, cambiante, dejó su lugar a una vida rural, rígida, cíclica absorbida por la estreches de las labores campesinas, sólo mitigadas por innumerables fiestas religiosas y por los pasatiempos reales como el ajedrez, la caballería y la caza inaccesibles para las masas (la realeza por supuesto no realizaba ningún trabajo productivo). En toda Europa occidental surgieron relaciones sociales feudales, que como vimos se habían gestado en las entrañas del Imperio Romano, caracterizadas por la vasallaje y la servidumbre en cuya base encontramos a campesinos atados a la tierra obligados a pagar tributo al señor feudal, en cuya cúspide encontramos al rey y al poder celestial.
En tales condiciones la actividad intelectual se recluye en los monasterios y su forma sólo puede ser el de la escolástica medieval que sin duda expresa un contexto que aleja al pensamiento de la realidad material -que de por sí había perdido todo interés al colapsar el comercio, las ciudades, la industria- una realidad material que se concebía inmutable y eterna no podía ser el centro de la actividad intelectual; el espíritu humano se alejó de la tierra para abocarse al cielo, la introyección y el misticismo. El pensamiento racional cede su puesto al misticismo y a la Fe ya sin ningún interés por transformar su realidad (cosa que sí encontramos entre los primeros cristianos) sino de ganar el reino de los cielos; si con el cristianismo primitivo la Fe se basaba en la idea de crear el cielo en la tierra ahora el cielo se separa irreductiblemente de la tierra y se envía al más allá. «Creo porque es absurdo» de Tertualiano expresa adecuadamente las tendencias de los padres de la Iglesia.
En este contexto se inserta la obra de Pseudo-Dionisio que, parece ser, escribió en el siglo V o VI. Los textos de este misterioso autor pudieron haber sido escritos en Siria o Egipto. En occidente no fueron conocidos sino hasta principios del siglo VII y son relevante porque expresaron de una manera notable el espíritu místico de la época inspirando a todos los teólogos escolásticos. El pensamiento místico tiene en pseudo-Dionisio uno de sus más grandes exponentes porque no sólo afirma la supremacía de la Fe sobre la razón sino que incluso niega la posibilidad de que la mente humana pueda afirmar ningún atributo positivo de la divinidad (vía catafática) para sostener la vía apofática o la vía intuitiva, irracional, propiamente mística, conocida también como «Teología negativa»: «La manera más digna de conocer a Dios se alcanza no sabiendo, por la unión que sobrepasa todo entender» (Dionisio Areopagita, Los Nombres de Dios) nos dice pseudo-Dionisio.
La relación entre el pensamiento de los primeros cristianos y el pensamiento medieval expresado en pseudo-Dionisio no podría ser más contrastante: el cristianismo primitivo es un pensamiento que cataliza la acción y llama a la transformación el pensamiento místico llama a la introspección y a la inactividad extática; los primeros cristianos eran combatientes y guerrilleros que creían que el advenimiento de Dios era la venganza contra roma, en pseudo-Dionisio el encuentro con Dios no se da en la transformación externa sino en la transformación interna mediante la sublime y mística adoración. El cristianismo primitivo tenía la idea subyacente de transformar la realidad, pseudo-Dinisio llama a la separación y renuncia de esa misma realidad: «Despójate de todas las cosas que son y aún de las que no son y serás elevado espiritualmente hasta el Divino Rayo de las tinieblas de la Divina Supraesencia» (pseudo Dionisio Areopagita, Teología Mística). El pensamiento místico más radical no sólo llama a renunciar al pecador mundo material sino inclusive al pensamiento mismo para integrarse a la totalidad o a Dios: Gregorio de Nisa, en su libro Vida de Moisés, dice que «debemos tomar ejemplo del gran hebreo que nos proporcionó las leyes, que subió a la montaña y penetró en una nube de oscuridad. Moisés lo dejó todo, incluso el pensamiento, para adentrarse en lo desconocido y encontrar a Dios. No existe otra forma de que el hombre pueda conocer lo divino».
El mesianismo cristiano de los primeros tiempos es un fenómeno revolucionario mientras que el misticismo de psedo-Dionisio es un fenómeno conservador. Pero ambos comparten el desdén por el pensamiento racional-empírico que estaba más o menos ausente ya desde tiempos de la decadencia del imperio Romano; como ya hemos señalado los fenómenos ideológicos dominantes en este época de decadencia eran, entre otros, el estoicismo, el neoplatonismo y otras expresiones subjetivistas. El hecho de que los mesías de todos los matices -desde los revolucionarios hasta los conservadores- pulularan en la etapa de declive del imperio romano demuestra, tal como señala Kautsky, que la credulidad y el desdén por lo racional eran formas de pensamiento que imprimieron su impronta en esta etapa. Así para pseudo-Dionisio los juicios entrelazados por medio de la razón son un obstáculo para la contemplación de Dios: «Conviene alabar la negación de modo muy diferente a la afirmación. Afirmar es ir poniendo cosas a partir de los principios, bajando por los medios y llegar hasta los últimos extremos. Por la negación, en cambio, es ir quitándolas desde los últimos extremos y subir a los principios. Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo envuelven.» (Pseudo Dionisio Areopagita, Teología Mística.). La verdad así revelada está más allá de toda comprensión, más allá de toda conceptualización; ni siquiera se puede pensar sino sólo se puede contemplar, de manera paradójica Gregorio de Nissa nos señala que la teología negativa permite revelar «los misterios que están más allá de todo conocimiento, aún más allá de la incognoscencia, en las tinieblas más que luminosas del silencio.» (Greogorio de Nisa, Vida de Moisés). Aquí estamos frente a lo inaprensible, lo incognoscible, lo que escapa a toda comprensión, a lo que está más allá de todo lo material, todo lo mundano incluida la vulgar práctica objetiva; no se trata de transformar el mundo sino de trascenderlo absolutamente, trascender todo lo conocido incluida la propia subjetividad, el propio Yo; estamos incluso más allá del misticismo estoico que pretendía sumergirse en el yo, aquí incluso se trasciende lo subjetivo y estamos frente a lo irrepresentable: «Cuando libre el espíritu, y despojado de todo cuanto ve y es visto, penetra en las misteriosas Tinieblas del no-saber. Allí, renunciando a todo lo que pueda la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser. Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido por lo más noble de su ser con Aquel que es totalmente incognoscible.» (Pseudo Dionisio, Teología Mística).
En la mística de Pseudo Dionisio incluso el mesianismo es diluido; el «mesías» (si entendemos a éste como un enviado de Dios, quien está en contacto directo con él, para salvar a las masas) ya no se comunica con Dios para salvar a la humanidad, se comunica con Dios para entrar en comunidad con él de manera individual; la oración y la meditación ocupa el lugar de la acción; aunque sigue habiendo comunicación con Dios, por línea directa, el «iluminado» ya no pretende ser caudillo de las oprimidos sino que la comunicación con Dios es el fin en sí mismo. El mesianismo se ha convertido, aquí en su contrario y ha dejado de ser lo que era. El espíritu revolucionario deja su lugar a un ascetismo y desprecio al mundo material.
Conclusión
El mesianismo cristiano es un ejemplo claro y paradigmático del papel potencialmente revolucionario que la religión puede tomar en determinadas circunstancias; el mesianismo es un fenómeno que puede surgir cuando las contradicciones sociales llegan a un punto crítico y las masas no encuentran una explicación de sus males en esta tierra, en tiempos de Cristo los mesías de todos los tintes políticos, desde los Cesares hasta Bar koschva, muestran que las masas buscaban un salvador; el fenómeno religioso ocupa el vacío generado por la falta de alternativas y es reinterpretado por las masas a su manera catalizando, en algunos casos, la acción revolucionaria. No obstante el mesianismo cristiano, a pesar de su heroísmo, no fue capaz de transformar la realidad pues le faltaban las condiciones históricas para darle base a su ingenuo comunismo. No sólo el imperio romano se encontraba en un callejón sin salida sino, incluso, las aspiraciones revolucionarias (incluso comunistas) de los primeros cristianos, en tales condiciones el movimiento fue corrompido. Gradualmente el mesianismo se convierte en su contrario dejando su lugar al misticismo conservador de pseudo-Dionisio y la teología medieval. ¡Pocas veces la historia ha presenciado transformaciones tan asombrosas!
El mundo burgués a nivel planetario se encuentra en una crisis con muchas similitudes al periodo de decadencia del Imperio Romano, nos encontramos frente a la mayor crisis económica y política del capitalismo desde 1929. Al igual que el modo de producción esclavista el modo de producción burgués se encuentra en un callejón sin salida que amenaza llevar al mundo entero a la barbarie (de hecho la ocupación imperialista de Irak es una muestra de que amplias regiones del globo terráqueo han caído ya en una situación de cruel barbarie). Sin embargo los explotados del mundo entero tienen una opción a los fenómenos «mesiánicos» o místicos que desvían la vista del ser humano de la tierra al cielo. Aun cuando las masa (sobre todo los sectores campesinos marginados y analfabetas) pueden encontrar en la religión un catalizador para la lucha las masas oprimidas por el capitalismo tienen frente a sus ojos las condiciones materiales para la comprensión científica de sus propias condiciones de emancipación. Las grandes fábricas, los grandes medios de transporte, comunicación y producción hacen posible, por primera vez en la historia humana, la instauración del cielo en la tierra mediante la expropiación de los parásitos burgueses y el control democrático de los medios de producción y de cambio; estas condiciones no las tuvo el movimiento cristiano primitivo y por eso su ingenuo comunismo tuvo razón de ser. La creación de una clase obrera concentrada en grandes centros industriales, cohesionada por la misma explotación industrial hace posible formas de lucha colectiva y formas de conciencia de clase que resultaban impensables en tiempos de Cristo. Si bien la bancarrota política del reformismo de derechas e izquierdas (la cabeza de la inmensa mayoría de las organizaciones obreras a nivel mundial) hace inevitable que ante la falta aparente de alternativas organizativas se den toda clase de deformaciones incluidas la «Teología de la liberación» la organización de la vanguardia al interno de las organizaciones de masas de la clase obrera es más necesaria que nunca. La revolución bolivariana, las tomas de fábricas bajo control obrero; las huelgas generales en Europa, el giro a la izquierda de la masas en toda América Latina muestran que las masas explotadas se orientan instintivamente hacia la construcción de una sociedad diferente al capitalismo. El mejor homenaje a los mártires revolucionarios cristianos es luchar por el cielo en la tierra, la construcción de ese paraíso tiene una sólida teoría y un nombre sin mácula: el marxismo y el comunismo.
Bibliografía:
Dionisio, Areopagita, «Obras Completas», Madrid, BAC, 1995
Karl Kautsky, «El Cristianismo, sus orígenes y fundamentos», Ediciones Frente Cultural, México, 1930
Alan Woods, «Marxismo y religión», Fundación Federico Engels, España, 2003
Engels Federico, «El cristianismo primitivo», En Obras escogidas en 3 tomos, Progreso Moscú, 1969
Marvin Harris, «Vacas, cerdos Guerras y Brujas», Alianza editorial, España, 1987
Burrows, Millar; Los Rollos del Mar Muerto, Fondo de Cultura Económica, México, 1959
1. Karl Kautsky «El Cristianismo sus Orígenes y Fundamentos» p. 69
2. Ibid. p.59
3. Ibid. p.71
4. Ibid. p.123
5. Ibid. p. 131
6. Ibid. p.143
7. Vacas,Cerdos, Guerras y Brujas, pp. 151-152
8. Ibid. p. 153
9. Ibid. p. 160
10. Ibid. p.159-160
11. Burrows, Millar; Los Rollos del Mar Muerto, p. 12
12. F. Engels. «El Cristianismo Primitivo», p. 45
13. Reyes Mate. «Media noche en la historia», p. 25
14. Marxismo y religión, p. 9