El FMI declaró a principios de abril que hemos entrado en la “peor crisis económica desde la Gran Depresión”. Ayer, su perspectiva fue confirmada tras la publicación de cifras por parte de los EEUU que mostraban una caída del 4,8%. Hoy, las cifras revelan una contracción del 3,8% en el primer trimestre en la Eurozona. La desastrosa gestión de la pandemia del coronavirus ha agudizado una crisis que ya se estaba gestando.
Un desplome sin precedentes
Las cifras publicadas hoy son peores de lo esperado. El 3,8% de caída en la Eurozona en el primer trimestre del año es significativamente peor que el 4,8% en términos anualizados de los EEUU (la cifra equivalente para los EEUU se ubicaría alrededor del 1,5%). La economía francesa se ha contraído un 5,8% y la española un 5,2% en este último trimestre. Las cifras trimestrales de las economías europeas son las peores registradas hasta el momento y la caída es mucho más pronunciada que la de 2009. Se espera que el segundo trimestre sea todavía peor en todas partes.
La epidemia no podía haber golpeado en el momento menos oportuno. La economía mundial nunca se recuperó de la crisis de 2008-2009, como explicamos en el pasado. La exigua recuperación de los últimos años había empezado a estancarse, con economías como Alemania, Japón y el Reino Unido que ya estaban empezando a contraerse en el mejor de los casos.
El capitalismo se enfrenta a una crisis de decadencia senil. Este sistema corroído debería haber sido derrocado hace un siglo, pero la combinación de la Segunda Guerra Mundial y del papel jugado por los dirigentes reformistas y estalinistas en ayudarlo a sobrevivir le dio otra oportunidad de vida. Los primeros síntomas del fin del boom de la posguerra pudieron apreciarse por primera vez en la crisis de los años 70, pero mediante la austeridad y los ataques contra la clase trabajadora, combinado con una expansión sin precedentes del crédito, la clase capitalista pospuso el día del juicio final. Ahora el diablo viene a saldar su deuda.
El Pronóstico Económico Mundial del FMI de principios de este mes vaticinaba una situación alarmante. El FMI previó una contracción anual de la economía mundial del 4,2%. Esto es significativamente peor que la mayor caída producida después de la Segunda Guerra Mundial, de -1,6% en 2009. La amplia mayoría de los países sufriría una recesión este año, siendo los países capitalistas avanzados los que caerían más fuerte. La Eurozona se enfrentaría a una contracción del 7%. Japón –por ahora relativamente poco afectado por la epidemia– un 5% de contracción, y los EEUU un 6% de contracción. Todas estas predicciones asumen que la epidemia terminaría en algún momento de este verano y que no habría una segunda ola del virus este año o el siguiente. Un optimismo que no es compartido por los epidemiólogos.
El FMI nos facilita escenarios alternativos sobre lo que ocurriría si su predicción de partida no se mantuviera. Si se produce otra ola de la epidemia en la segunda mitad de este año, la caída sería todavía más pronunciada, cercana al -7%. Aún y así, los pronósticos del FMI son más bien optimistas.
Diversas instituciones privadas prevén escenarios todavía más inquietantes: IHS Markit predecía una caída del PIB de los Estados Unidos del 3% en el primer trimestre de este año, en términos anualizados. Esta estimación resultó ser demasiado optimista y las cifras presentadas el 29 de abril muestran el equivalente a un 4,8% de contracción (anualizada). IHS Markit predijo además una caída extrema del 27% en el segundo trimestre cuando se produzca el impacto del confinamiento (otra vez, en términos anualizados). Esto no significa literalmente una caída de 27 puntos porcentuales para este trimestre, sino que la tasa de caída es tan acuciada debido a que los efectos del confinamiento no se acumularán a lo largo de los próximos trimestres. A pesar de esto, la caída se prevé significativamente mayor que la de 2009. En otros lugares del mundo, Morgan Stanley vaticina una caída del 11% en los resultados de la Eurozona de este año, quedando el Reino Unido en una posición no muy lejana con un 10%. Christine Lagarde incluso amenazó a los gobiernos de la Eurozona con un descenso de 15 puntos si no se tomaban medidas.
Otra curiosa hipótesis del FMI es que la infección no se expandirá extensamente fuera de los países capitalistas avanzados. Por qué los países más pobres del mundo están mejor equipados para lidiar con la pandemia nadie lo sabe. En esos países, privados de recursos y desangrados por el imperialismo, el hacinamiento, la infravivienda y la falta de asistencia médica crearán las condiciones para una catástrofe humana. La única gracia salvadora hasta el momento ha sido la relativa ausencia de viajeros internacionales, lo que ha limitado el número de casos importados, pero una vez se disparen los contagios locales, no habrá nada que lo pare.
A medida que los contagios se extienden rápidamente en la India, África y América Latina, se plantea también la posibilidad de un desastre económico: mientras que el FMI preveía un crecimiento del 2% anual en la India, Fitch Ratings y Barclays Banks predicen un estancamiento de la economía, con solo un 0,8% y 0,0% de crecimiento respectivamente.
Pero todos estos pronósticos son meras conjeturas. La verdad es que nadie sabe realmente lo que va a suceder. El FMI también asume que la economía repuntará rápidamente, en cuanto se levanten las medidas, pero esto es también una libre suposición.
La gestación del desastre
Muchas industrias se están tambaleando debido a la crisis:
• Los comercios minoristas ya tenían dificultades ante la presión del comercio electrónico. Muchas de las tiendas que ahora han cerrado debido a las medidas de distanciamiento social no volverán a abrir y, si lo hacen, puede que se encuentren con que sus clientes ya no estén ahí.
• Lo mismo sucede a los restaurantes que, si sobreviven al confinamiento, no recuperarán a sus clientes.
• La industria turística se recuperará probablemente, pero ni de lejos al mismo nivel que antes de la crisis en un largo plazo. En estos momentos, la capacidad de tráfico aéreo mundial se ha reducido un 73%. El sector aéreo tardó de seis a ocho años en recuperarse de los atentados del 11-S, y eso fue en medio de un boom económico. Está ocasión será probablemente peor. Tanto Airbus como Boeing están pidiendo rescates.
• La educación superior también se verá gravemente afectada. Este es el caso de los dos principales mercados educativos: el Reino Unido y los EEUU.
• La industria petrolera se encuentra en estado de pánico. La demanda de crudo ha caído en 20 millones de barriles diarios, aproximadamente un 20%, en la medida que la gente se queda en su casa. Incluso el acuerdo sin precedentes entre los EEUU, Arabia Saudí y Rusia ha fracasado en su objetivo de elevar los precios por encima de su mínimo en 18 años.
• La industria automovilística, crucial para el sector industrial, prevé una caída de las ventas de un 21% global y un 26% en Europa. Si no fuera por el apoyo masivo estatal, ya se habrían producido despidos masivos y cierres de fábricas.
• Incluso los hospitales estadounidenses, en sus macabras valoraciones, están pidiendo rescates tras cancelar cirugías más rentables para tratar a pacientes con coronavirus.
A pesar de que los gobiernos de todo el mundo han realizado pagos históricos para sostener las empresas, el desempleo está creciendo a un ritmo sin precedentes. En los EEUU 32 millones de personas han solicitado prestación por desempleo (lo que no implica necesariamente que hayan sido despedidos permanentemente).
Economistas encuestados por el Wall Street Journal estiman una pérdida de 14 millones de puestos de trabajo en los próximos meses y que la tasa de desempleo subirá hasta el 13% en junio: el crecimiento más exponencial de la historia. Uno de los asesores económicos de Trump, Kevin Hasset, ha aparecido en los titulares (texto en inglés) al predecir una tasa de desempleo del 16-17%. Comparando esto con la crisis de 2008-2009, cuando los EEUU perdieron 8,7 millones de puestos de trabajo: “En estos momentos, estamos perdiendo los mismos puestos de trabajo cada 10 días aproximadamente”.
Nadie sabe, por descontado, cuando terminará todo esto, pero ya se está planteando la perspectiva de que el desempleo suba hasta el 20% en los EEUU y el norte de Europa, quienes consiguieron esquivar el desempleo masivo en 2009. La OIT advierte de que 1.600 millones de personas –la mitad de la fuerza laboral– se halla “en riesgo inmediato de perder su sustento”. También estima que 1.600 millones de trabajadores en el sector informal ya han perdido el 60% de sus ingresos en el primer mes de la crisis.
En los años 30 del siglo pasado, el PIB de los EEUU cayó un 25% en un periodo de tres años, alcanzando la tasa de desempleo el 25%. Aunque la burguesía consiguió atajar una depresión en 2008-2009, ahora esta perspectiva es muy real:
“Una demanda gravemente deprimida, perturbaciones de la oferta y una incertidumbre extremadamente elevada mantendrán el sector productivo en una trayectoria extremadamente débil en el futuro cercano”, dijo Oren Klachkin economista de Oxford Economics. “Creemos que la economía empezará a volver gradualmente a la normalidad en el tercer trimestre. Hay que mencionar, que el riesgo de una extensión del confinamiento podría suponer una recuperación muy lenta y desigual”.
La esperanza de los economistas es que la economía podrá recuperarse rápidamente una vez que las restricciones artificiales sean suprimidas. Sin embargo, cuanto más se prolonguen las medidas, más daño causarán. La economía capitalista de mercado es de lejos la menos indicada para asumir este tipo de medidas. La famosa mano invisible es altamente dependiente del crédito y de la confianza, siendo la última un prerrequisito del anterior. En estos momentos, no hay confianza en el futuro.
Los consumidores y los negocios ven el futuro con temor, puesto que nadie sabe qué se encuentra a la vuelta de la esquina. Nadie sabe cómo será el mundo una vez termine el confinamiento (sin mencionar cuándo terminará), y por ende nadie realizará las inversiones necesarias para volver a arrancar la economía. ¿Por qué invertir en capacidad productiva cuando esta ya es excesivamente abundante y desconoces si el consumidor querrá o podrá costear tus productos?
Un prestamista de último recurso
Esta es la razón por la que el Estado está jugando un papel sin precedentes. El Estado es ahora el prestamista de último recurso, el consumidor de último recurso y la gallina de los huevos de oro. Ya comentamos esto en un artículo el mes pasado, pero ahora los desarrollos han ido todavía más lejos.
Las deudas de los Estados ya eran elevadas, si no tan elevadas como en la Segunda Guerra Mundial. Ahora se prevé que superen su punto más álgido durante la guerra, con pocas perspectivas reales de que puedan devolverse. El Estado ha prometido sumas de dinero sin precedente en préstamos y subsidios en un intento de mantener los negocios a flote durante el confinamiento.
Mercado tras mercado cae. La incertidumbre y la falta de crédito (a pesar de sus mejores intenciones) significa que compañías hace tres meses relativamente saneadas ahora se enfrentan a la quiebra. En el mundo de las finanzas, siempre aficionado a acuñar nuevas expresiones de moda, esto se conoce ahora como un “ángel caído”. En estos momentos se prevé que los gobiernos y los bancos centrales mantengan dichas compañías con vida hasta que la situación se estabilice.
En los EEUU, la Reserva Federal está expandiendo su balance de forma masiva, inyectando liquidez en los mercados de forma inédita desde la Gran Depresión. Esto está cristalizando en un programa por valor de 600.000 millones de dólares, ofreciendo préstamos a cuatro años a través de los bancos a pequeñas y medianas empresas. A su vez, está intentando aislarse de las pérdidas, exigiendo a los bancos emisores que asuman un 5% de los préstamos y al gobierno federal que cubra los primeros 75.000 millones de cualquier potencial pérdida de este plan.
Sin embargo, los préstamos a pequeñas y medianas empresas se ven eclipsados por el total de crédito inyectado en el sistema. A finales del año pasado, la Reserva Federal contaba con 4 billones de dólares en su balance de cuentas. Pero ahora mismo se ve implicada en un acelerado programa de adquisición de activos (la forma en que los bancos centrales prestan dinero). A fecha de 22 de abril, ya había alcanzado los 6,6 billones de dólares, y se espera que llegue a los 8-11 billones. En el punto culminante de la depresión de los años 30 del siglo pasado, el balance de la Reserva Federal superó ligeramente el 20% del PIB estadounidense. Este nivel fue superado en 2011. Ahora, se espera que alcance el 40-50% – y en tiempo récord.
Está previsto que el BCE empiece a respaldar bonos basura de “ángeles caídos” esta semana para evitar quiebras masivas en la Eurozona. También se espera que amplíe su programa de “expansión cuantitativa” por valor de 2,8 billones de euros. A pesar de que el BCE no se ha comprometido oficialmente a ello, los mercados y las agencias de calificación tienen la esperanza de que sirva para evitar la bancarrota de empresas e incluso de Estados europeos. En realidad, están dando pocas opciones al BCE en el asunto.
…y un gastador de último recurso
Se estima que las deudas estatales subirán 16 puntos sobre el PIB, desde el 69% hasta el 85% del PIB este año. Se prevé que el déficit presupuestario de los EEUU llegue al 19% (el máximo desde 1945) tras el cuarto paquete de ayudas por la pandemia, y seguirá creciendo. La media para los países capitalistas avanzados se sitúa ligeramente por arriba del 10% y Brasil, China y la India están en un nivel similar. De este modo, el Estado no solo está avalando una gran parte de la deuda del mercado sino que una gran parte del gasto en la economía está compuesto por el presupuesto estatal.
Al mismo tiempo que intenta bajar el coste de la deuda de las empresas, los gobiernos también están ofreciendo subsidios a gran escala para que las empresas mantengan a sus trabajadores en plantilla. El Estado está pagando el salario de más de 30 millones de trabajadores en Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia y España, aunque a un porcentaje reducido. Esto supone aproximadamente una quinta parte de la fuerza laboral de estos países.
Uno de los problemas de estos planes de rescate, que buscan ofrecer un apoyo a corto plazo a empresas que de lo contrario serían inviables, es que es prácticamente imposible determinar qué negocios serán viables en 5 meses, ya que el pasado no es buen consejero del futuro. Existe un riesgo evidente de que los bancos centrales y los gobiernos entren en una espiral de subsidios sin un fin a la vista.
Esto es precisamente lo que los gobiernos y los bancos centrales no deberían estar haciendo, pero no tienen otra alternativa:
“Un capitalismo sin quiebras es como un catolicismo sin infierno’, dijo Howard Marks, director de fondos de inversión de Capital Management LP en una carta a los accionistas este mes, señalando que ‘los mercados funcionan mejor cuando sus participantes tienen un miedo sano a perder’. En una entrevista posterior, Marks dijo no querer insinuar que las acciones de Powell fueran erróneas: ‘el hecho de que algo pueda tener consecuencias negativas inintencionadas, no significa que sea un error”.
Piensen lo que piensen de las medidas, muy pocos piensan que sean erróneas, y todavía menos ofrecen otra alternativa. Los Republicanos, que en 2008 objetaban los rescates, ahora apoyan las medidas con la excusa de que las circunstancias son únicas: “‘Esto debe considerarse un suceso extraordinariamente peculiar de cisne negro, no es algo que reproduciríamos bajo circunstancias ordinarias”, según el senador Pat Toomey. Steve Bannon, otrora asesor político de Trump, es uno de los tantos en reconocer la nueva situación:
“‘¿La época de Robert Taft de conservadurismo no intervencionista?’ dijo Steve Bannon, otrora gurú político del Presidente Trump, refiriéndose al senador por Ohio que se opuso a los programas del gobierno y a los préstamos federales. ‘No corresponde, sencillamente no corresponde’”.
Incluso el ministro de Economía brasileño, el Chicago Boy Guedes, se ha visto forzado a ceder ante la presión de la clase dominante. A la clase dominante no le interesa los tópicos vacíos y está discutiendo abiertamente si está a la altura del cargo o si debe ser destituido. Ha presentado un plan de apoyo de emergencia por valor de 223.000 millones de dólares y ahora trata de desmarcarse de la imagen de “economista keynesiano”. En apariencia ha trazado una “distinción conceptual” entre medidas de emergencia y reformas estructurales. Pero Keynes nunca fue un proponente por principios de la intervención estatal, simplemente veía ésta como una necesidad bajo ciertas circunstancias para asegurar el funcionamiento del capitalismo y evitar la revolución.
Para ser justos con Guedes y Toomey, es cierto que las crisis de esta magnitud solo ocurren en raras ocasiones, como un cisne negro. De hecho es solo la segunda en la historia del capitalismo. Sin embargo, esta salvedad es irrelevante, en tanto que ahora mismo nos encontramos en una crisis y no existe una salida a corto plazo. Solo reafirma el hecho de que ante esta crisis solo son capaces de insuflar enormes cantidades de dinero público al problema. Poco importa si son seguidores de Friedman o Keynes. Ambos terminan haciendo lo mismo al final, porque no tienen otra alternativa.
El papel del Estado
El papel ampliado del Estado representa por sí mismo un síntoma de la rebelión de las fuerzas productivas contra los límites de la propiedad privada, como señalaron Engels, Lenin y Trotsky. Ted Grant explicaba esto en 1960:
“Marx y Engels ya trataron el incremento de la intervención estatal en la economía con el final del laissez faire. La tendencia de las fuerzas productivas a sobrepasar los límites de la propiedad privada obliga al Estado a intervenir más y más en la ‘regulación’ de la economía”.
Y en otra ocasión explicaba cómo la tendencia monetarista de las últimas décadas se volvería inevitablemente en su contra:
“‘Toda acción tiene una reacción idénticamente antagónica’. Esta ley no solo se aplica a la física, sino también a la sociedad. La marcha hacia la privatización llegará a sus límites. Esto ya puede verse en Gran Bretaña. En un determinado momento, la tendencia se invertirá hacía la estatalización”.
Esto es lo que acaba de suceder, y de un golpe. Sin embargo, el intervencionismo no solucionará de ningún modo la crisis y representa un simple apósito al transferir la carga sobre los balances públicos. En la década de 1950 hubo muchas ilusiones en que la intervención estatal solucionaría los problemas del capitalismo. Ted Grant advirtió de que ésta no sería capaz de parar otra crisis, lo que se demostró correcto cuando el boom de la década de 1950 cedió el paso a la crisis de los 1970.
Este virus ha azotado una economía en agonía. Esta crisis se ha estado gestando desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los capitalistas consiguieron posponerla mediante el incremento masivo de deuda, pero esto ha llegado a sus límites. La crisis de sobreproducción ha llegado a su apogeo.
Algunas grandes corporaciones saldrán reforzadas de esto. No obstante, no lo harán sobre la base del desarrollo de las fuerzas productivas, invirtiendo en nueva tecnología y en industria, sino por ser la última en quedar en pie, a medida que las demás, menos competitivas, quebrarán. El proceso de consolidación vendrá inevitablemente acompañado de destrucción de empleo, lo que a su vez socavará todavía más el mercado, minando la rentabilidad de nuevas inversiones. El Estado intervendrá para rescatar las compañías demasiado grandes para caer, pero no puede salvar el conjunto de la economía.
El capitalismo monopolista de Estado, como Lenin lo llamaba, es incapaz de detener las crisis del capitalismo porque en realidad no acaba con la anarquía del mercado. El ánimo de lucro sigue siendo la fuerza motriz de la economía, solo recibe una mano por parte del Estado. Con todo, no importa cuántas líneas de crédito se concedan a las grandes multinacionales, cuántos subsidios, no habrá inversión hasta que no haya mercado, y éste se está contrayendo, a medida que los trabajadores son despedidos y sus salarios recortados.
Se necesita una economía planificada
El desastre que se avecina no era inevitable. Si no viviéramos en esta sociedad bárbara, que pone los beneficios de una minoría por encima de todo, seríamos capaces de gestionar la crisis sin necesidad de transformarla en una catástrofe. Si se produjeran demasiados bienes, esto simplemente daría a los trabajadores más tiempo libre. Solo bajo la lógica retrógrada del capitalismo el exceso de capacidad productiva se transforma en una crisis.
Una economía nacionalizada planificada podría, en estas circunstancias, ralentizarse con pocas repercusiones económicas a largo plazo. Por supuesto que habría ciertas perturbaciones, pero la economía sería capaz de reanudarse a un nivel similar de producción. Podría darse cierta escasez de bienes menos esenciales durante un periodo, pero no habría desempleo, hambre, mendicidad y la economía se recuperaría rápidamente.
Los recursos podrían destinarse rápidamente de un sector de la economía a otro, valiéndonos del ingenio de la clase trabajadora, plenamente implicada en la gestión de la economía. No habría que pagar cifras exorbitantes a los capitalistas para satisfacer las necesidades básicas de la humanidad, bien sea alimentos o equipamiento protector. El nivel de solidaridad entre trabajadores puede verse en los sitios donde ha golpeado el virus. Si los trabajadores estuviéramos a cargo y no excluidos de todas las decisiones importantes, la avalancha de solidaridad en las redes sociales y los aplausos en las calles se hubieran transformada en acciones concretas.
El capitalismo aguarda miseria para miles de millones de trabajadores. Nuestra tarea es conducir este sistema en bancarrota al basurero de la historia, a donde pertenece. El futuro de la humanidad depende de ello.