Junto a los banqueros y capitalistas, la clase terrateniente es especialmente despreciada. Se los considera en gran medida especuladores codiciosos, propietarios que cobran una renta excesiva, que las suben a la primera oportunidad y se llevan una parte de la plusvalía creada por la clase trabajadora. Está claro por qué aumenta el desprecio por ellos. Solo en Gran Bretaña, los alquileres y los gastos de la vivienda representan hasta la mitad, a veces más, de los ingresos disponibles de los trabajadores, lo que se ha convertido en una carga intolerable, especialmente para quienes viven en la capital. Además, los cuatro millones de viviendas privadas en alquiler en Inglaterra tienen que hacer frente a la espiral del coste de los alquileres del suelo. «Las casas en alquiler son un escándalo absoluto», explica Sebastian O’Kelly de Leasehold Knowledge Partnership, «un medio por el cual los promotores inmobiliarios han logrado convertir las casas de la gente común en vehículos de inversión a largo plazo para inversores oscuros, a menudo con sede en el extranjero». A medida que el número de personas sin hogar se dispara,, la cantidad de propiedades desocupadas se encuentra en un nivel récord, en su mayoría con fines de inversión. Incluso sectores de capitalistas se quejan del excesivo coste de los arrendamientos que se ven obligados a pagar por los inmuebles comerciales.
Señores feudales
El latifundio y la propiedad de la tierra se remontan a mucho tiempo atrás, antes del surgimiento del capitalismo. De hecho, dicha propiedad tiene su origen en el feudalismo, cuando la tierra era la base de todo el poder económico y político. La medida de la riqueza de una persona estaba determinada por una cosa y solo una cosa: la cantidad de tierra que poseía. La tierra era la fuente de plusvalía para la clase dominante terrateniente a través de la explotación del trabajo de siervos, que era inseparable de la tierra. En ese momento, la renta en especie y la plusvalía eran idénticas, y era la forma en que se expresaba el plustrabajo no remunerado. Estos orígenes feudales incluso pueden percibirse en la actualidad, donde, según fuentes oficiales, «la Corona es lal propietaria suprema de todas las tierras en Inglaterra y Gales (incluidas las Islas Sorlingas): todos los demás propietarios poseen un patrimonio de tierras». Estas tierras son «propiedad» de la Corona en régimen de propiedad absoluta o arrendamiento, que según la Ley de Registro de la Propiedad de 2002, «deriva de formas de tenencia medievales».
Los grandes terratenientes de hoy provienen de las antiguas familias aristocráticas del pasado; entre ellos se encuentran el décimo duque de Buccleuch, el duodécimo duque de Queensbury, el duque de Northumberland, el duque de Westminster y el príncipe de Gales. Con cuatro propiedades importantes, el duque de Buccleuch es el mayor terrateniente privado de Europa y vive en el castillo familiar de Drumlanrig en Escocia. El duque de Westminster posee una cartera de tierras por valor de 9.520 millones de libras esterlinas, y solo en Londres, su finca Grosvenor, que data de 1677, incluye los distritos acomodados de Belgravia y Mayfair. Es una de las seis «grandes propiedades» que posee grandes extensiones de la capital. Otros magnates de la propiedad incluyen a David y Simon Reuben (con un valor de £14 mil millones), que «ganaron» casi mil millones de libras el año pasado, el Señor David y el Señor Frederick Barclay (con un valor de £7,2 mil millones), Christo Wiese (con un valor de £4,62 mil millones), Nathan Kirsh (con un valor de £3,97 mil millones), la baronesa Howard de Walden y su familia (con un valor de £3,73 mil millones), Ian y Richard Livingstone (con un valor de £3,7 mil millones), el Señor Henry Keswick y familia (con un valor de £3,26 mil millones), Edward y Sol Zakay (con un valor de £3,25 mil millones), Mark Pears y familia (con un valor de £3,14 mil millones), Samuel Tak Lee y familia (con un valor de £2,73 mil millones). La lista de multimillonarios continúa.
Estos parásitos terratenientes también reciben enormes subvenciones. De hecho, Greenpeace confirma que dieciséis miembros de la aristocracia británica están incluidos en la lista de los principales 100 que actualmente reciben subvenciones de la UE, y que el año pasado se repartieron £7,1 millones entre ellos.
Esta clase terrateniente privilegiada surgió de una fusión de la vieja aristocracia y la burguesía recién enriquecida. La propiedad de la tierra tiene sus raíces en la conquista normanda, pero luego se vio reforzada por los cercamientos y la destrucción de las tierras comunes, y con ella la destrucción del campesinado. En otras palabras, el monopolio actual de la propiedad de la tierra fue originalmente producto de la conquista, la violencia y el saqueo, a través de los cuales la gente común fue despojada de sus lazos con la tierra. Los pequeños ocupantes de la tierra quedaron reducidos a jornaleros y asalariados, requisito indispensable para el desarrollo del capitalismo.
Según una rima popular de la época:
“La ley encierra al hombre o la mujer
que los gansos del común han de sustraer
pero deja en libertad al ladrón
que roba las tierras comunes del ganso, sin perdón.”
La propiedad de la tierra jugó un papel muy importante en el surgimiento del capitalismo. Aunque de origen feudal, fue transformada por la acción del capital, donde la renta en especie se transformó en renta monetaria, génesis de la renta del suelo capitalista.
«La transformación de la renta en productos en renta en dinero, que se opera primero de un modo esporádico y luego en un plano más o menos nacional presupone un desarrollo ya bastante considerable del comercio, de la industria urbana y de la producción de mercancías en general y, por tanto, de la circulación monetaria». (El Capital, Tomo III Cap. XLVII, 4. La renta en dinero, p.738 Ed. Fondo de Cultura Económica, México 1990, Traductor Wenceslao Roces)
Esto es parte del proceso general que Marx describe como «acumulación primitiva», que destruyó las viejas relaciones, creando un proletariado sin propiedad por un lado y, una concentración de grandes latifundios por el otro. Estas tierras fueron arrendadas a agricultores arrendatarios y proporcionaron la base para la agricultura capitalista y la revolución agraria del siglo XVIII, que a su vez proporcionó el alimento para la creciente población urbana. Con el desarrollo de la industria y el crecimiento de la sociedad urbana, la agricultura capitalista tuvo que producir un mayor rendimiento con una mano de obra agrícola cada vez menor. Logró hacer esto mediante la introducción de nuevas técnicas para aumentar la productividad del trabajo, produciendo más con cada vez menos “manos”. Sin este creciente excedente agrícola, no podría haber división del trabajo, crecimiento de la industria o riqueza social. Sin él, no podría haberse producido la Revolución Industrial.
Como explica Marx, […] en ninguna parte del mundo, desde Enrique VII, la producción capitalista trató en forma tan implacable las relaciones tradicionales de la agricultura, ni adaptó y subordinó las condiciones a sus propias necesidades.» Teoría sobre la plusvalía, Tomo II, Cap. XII, pág. 204 Ed. Cartago, Buenos Aires, 1975. Traductor Floreal Mazia
Pero esto tuvo un precio. Como señaló Marx, «Si el dinero,…, «nace con manchas naturales de sangre en un carrillo», el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza». El Capital Tomo I, Cap. XXIV, pág. 646
Tierra = dinero
Hoy en día, la propiedad de la tierra se mantiene como un secreto muy bien guardado, donde los Registros de la Propiedad se crearon y diseñaron para ocultar la propiedad, no para revelarla. “Lo que sí sabemos, sin embargo, es que la aristocracia y la Familia Real siguen desempeñando un papel importante en la propiedad de nuestro país. Más de un tercio de la tierra sigue estando en manos de los aristócratas y de la nobleza terrateniente tradicional”, explica una reciente publicación de la revista Country Life. Revela que unas 36.000 personas, el 0,6% de la población, poseen más de la mitad de las tierras rurales de Inglaterra y Gales. En Escocia, la propiedad de la tierra es aún más extrema. De hecho, Escocia tiene la propiedad de la tierra más desigual de Europa occidental, con sólo 432 poderosos terratenientes que poseen el 50% de la tierra, reservada principalmente para actividades mundanas como la caza del urogallo y del ciervo.
El latifundismo es un gran negocio, como muestran las cifras anteriores. La clase terrateniente es parte de la clase dominante, que vive de la riqueza de la tierra a expensas del trabajo de otros. La propiedad de la tierra capitalista es una fuente de riqueza masiva, sobre todo a través de su monopolio, sus valores inflados y sus medios de especulación. Por ejemplo, Emperor Group intercambió contratos para adquirir una propiedad en Wardour Street, Londres, por £260 millones, lo que refleja un valor de capital de £2.896 por pie cuadrado. Estos ejemplos de precios astronómicos de las propiedades podrían repetirse muchas veces.
Históricamente, antes del surgimiento del capitalismo, los ingresos provenientes de la propiedad de la tierra se consideraban ingresos respetables, mientras que el capital con intereses estaba asociado con la usura y era muy mal visto, especialmente por la Iglesia. Sin embargo, con el surgimiento del modo de producción capitalista y la lucha entre la aristocracia y la burguesía en ascenso, la renta se consideraba un ingreso no ganado que correspondía a una clase parásita y ociosa de terratenientes. El grito de guerra de la burguesía ascendente contra la vieja aristocracia fue retomado por David Ricardo y Adam Smith, los líderes de los economistas clásicos, en su teoría de la renta. Exigían la abolición de las Leyes del Maíz (introducidas en 1815), que socavaría a los terratenientes, mejoraría el libre comercio y beneficiaría a los industriales. La derogación de las Leyes del Maìz significaría un abaratamiento de los alimentos, lo que les permitiría reducir los salarios y así competir de manera más eficaz en el mercado mundial. “El interés del arrendador siempre se opone al del consumidor y del fabricante”, afirmaba su defensor Ricardo. Los economistas burgueses predicaban los principios del laissez faire, según los cuales cada uno debería ser libre de seguir su propio interés. Sin embargo, los terratenientes libraron una batalla defensiva para proteger sus fuentes de ingresos. En ese momento, dominaban tanto la Cámara de los Comunes como los Lores. En esta amarga lucha entre estos dos sectores de la clase dominante, el Parlamento dominado por los terratenientes, en venganza, contraatacó vinculándose a las reivindicaciones de las clases trabajadoras para reducir las horas de trabajo y mejorar las condiciones de vida y aprobar las Leyes de Fábrica que imponían restricciones a las horas de trabajo. Esto golpeó a los industriales donde más les dolía, en sus bolsillos. Los industriales libraron una guerra de guerrillas sistemática contra estas leyes, que finalmente se vieron obligados a aceptar de mala gana. Al final, sin embargo, la burguesía industrial más rica se impuso. Las Leyes del Maíz fueron derogadas por el gobierno conservador de Peel con el apoyo de los whig (liberales). Esto dividió al Partido Conservador, que fue recreado bajo Benjamín Disraeli y se transformó en un partido de terratenientes en un partido principalmente del capital financiero.
Con la fusión de los intereses terratenientes, comerciales e industriales, a través de matrimonios y negocios, las relaciones capitalistas comenzaron a dominar la agricultura. Como resultado, la renta era cobrada con tanta frecuencia por el capitalista o financiero rico como por un miembro de la aristocracia o sus agentes. Ahora la renta como un ingreso no derivado del trabajo se volvió «respetable». Tanto el terrateniente como el capitalista, cuyos intereses ahora se fusionaban, se enfrentaban a un enemigo común en la creciente oposición de la clase trabajadora, que se veía exprimida en ambos extremos, por los bajos salarios y las altas rentas.
¿Qué es la renta?
Marx, en su análisis del modo de producción capitalista, se vio obligado a volver sobre los errores de los economistas clásicos, incluida su confusa exposición de la renta y su incapacidad para reconocer la forma de la renta absoluta. Marx dedicó mucho tiempo a analizar el tema, principalmente porque era muy importante para los economistas burgueses de la época. Así, dedicó 200 páginas al tema en el tercer volumen de El Capital y una sección considerable del volumen dos de las Teorías sobre la plusvalía. En estas obras, proporciona cientos de ejemplos para ilustrar sus numerosos puntos y desafiar a sus oponentes. Su contribución revela un enfoque minucioso del tema.
Sin embargo, Marx, lo consideró como una cuestión secundaria, es decir, cómo la plusvalía producida por la clase trabajadora era extraída y distribuida entre las diferentes alas de la clase dominante, en lugar de la cuestión clave de cómo se originó la plusvalía en primer lugar. “Las circunstancias en que el capitalista debe compartir a su vez una porción del sobretrabajo o plusvalía de la cual se ha apropiado, con una tercera persona que no trabaja, son apenas de importancia secundaria”, explicó Marx. “Y también un hecho de la producción que, después de deducir la parte del valor igual al capital constante, toda la plusvalía pasa en forma directa de manos del trabajador a los del capitalista, con excepción de la fracción del valor del producto que se paga como salario. El capitalista se enfrenta al trabajador como dueño directo de toda la plusvalía, sea cual fuere la manera en que después la comparta con el capitalista prestamista, el terrateniente, etc». (Teorías sobre la plusvalía, vol. 2, p.129, énfasis en el original).
Marx también lo señala en otra parte de El Capital: “El análisis de la propiedad de la tierra en sus diversas formas históricas queda fuera del alcance de la presente obra. Sólo nos ocupamos de ella en la medida en que una parte de la plusvalía producida por el capital va a parar a manos del terrateniente». (Capital, vol. 3, p. 751) Añade: «Sin esto, nuestro análisis del capital sería incompleto». (ibíd., p. 752)
Entonces, para completar su análisis de la producción capitalista, Marx aborda su teoría de la renta. Para empezar, Marx tuvo que explicar el concepto de renta del suelo y su procedencia. Mientras que en la industria, todos los factores de producción -máquinas, materias primas, fuerza de trabajo- pueden ser producidos y reproducidos, en la agricultura, el material básico, la tierra, es limitado en cantidad. Por tanto, es un monopolio natural. En poder de una clase de terratenientes, bajo el capitalismo esta clase recibe una renta de quienes desean arrendar la tierra, por una cantidad determinada y un período definido. El acceso a la tierra está prohibido hasta que se pague una renta y el propietario ejerza su derecho de propiedad. Por tanto, la tierra también es un monopolio de la propiedad. El tributo por su uso se denomina renta del suelo.
Una excrecencia sibarita, un parásito de la producción capitalista
Está claro que dicha renta es un ingresos no ganado, ya que el terrateniente no realiza ningún trabajo para obtenerlo. Recibe la renta simplemente porque es el propietario monopolista de la tierra y concede su permiso para que otra persona la utilice. Marx concluye que el pago que recibe el terrateniente no puede provenir de ningún otro lugar que no sea del producto del trabajo no remunerado, es decir, la plusvalía. Por supuesto, ¿de dónde más obtendrían estos parásitos su parte si no fuera de las espaldas de la clase trabajadora? Si bien no necesariamente se ensucian las manos explotando directamente a los trabajadores, como hacen los industriales, no aportan nada a la sociedad y viven a costa nuestra. Este beneficio no derivado del trabajo no es directo, sino indirecto, a través de un tercero. El terrateniente arrienda su tierra a un capitalista que trabaja la tierra empleando mano de obra asalariada. Los asalariados empleados producen plusvalía a través de su trabajo no remunerado, que a su vez va a parar a los bolsillos del inversor capitalista. Pero el capitalista se ve obligado a compartir esta plusvalía con el terrateniente en forma de renta del suelo. Está claro que la renta sólo puede provenir de la plusvalía creada por la clase obrera. Como explica Marx:
“El capitalista, que produce la plusvalía, es decir, que arranca directamente a los obreros trabajo no retribuido, materializado en mercancías, es el primero que se apropia esta plusvalía, pero no es ni mucho menos, el último propietario de ella. […] … tiene que repartirla con otros capitalistas que desempeñan diversas funciones en el conjunto de la producción social, con el terrateniente, etc. Por tanto, la plusvalía se divide en varias partes. Estas partes corresponden a diferentes categorías de personas y revisten diversas formas, independientes las unas de las otras, tales como las de ganancia, interés, beneficio comercial, renta del suelo, etc.” (El Capital, Tomo I, Sección VII p.474)
Nuevamente, “El capitalista es el explotador directo de los trabajadores, no sólo el apropiador directo, sino el creador directo de sobretrabajo. Pero como (para el capitalista industrial) ello sólo puede ocurrir gracias al proceso de producción, y en éste mismo, él es a su vez un funcionario de esta producción, su director. Por otro lado, el terrateniente posee un derecho -gracias a la propiedad del suelo (a la renta absoluta), y debido a las diferencias físicas de los distintos tipos de terreno (renta diferencial)- que permite embolsarse una parte de este sobretrabajo o plusvalía, en cuya dirección y creación para nada contribuye. Por lo tanto, cuando existe un conflicto, el capitalista lo considera una redundancia, una excrecencia sibarítica, un parásito de la producción capitalista, el piojo que se adhiere a él.” (Teorías sobre la plusvalía, Tomo II, p.279-280)
Así, para Marx, la plusvalía, producida por la clase trabajadora, se divide entre los diferentes sectores de la clase dominante en forma de «Renta, Interés y Beneficio», la Santísima Trinidad capitalista, donde la renta se paga al terrateniente, el interés al prestamista y el beneficio al capitalista industrial. En consecuencia, la lucha por el excedente no es simplemente una lucha entre el capitalista y el trabajador, ya que el capitalista también tiene que luchar contra el terrateniente y el prestamista, todos los cuales están tratando de maximizar su parte a expensas de todos los demás.
Al analizar la renta, Marx hizo la distinción entre renta diferencial y renta absoluta.
Renta Absoluta y Diferencial
En la industria, los súper-beneficios los obtienen aquellas empresas que tienen una productividad superior a la media. Producen bienes por encima de la media del tiempo de trabajo socialmente necesario. En la agricultura, esto también puede ser el caso, cuando la productividad de unas tierra es más fértil y productiva que otras, y algunas más accesibles que otras, lo que le permite producir superbeneficios y, por lo tanto, obtener una renta más alta que la tierra menos favorable o productiva. El pago de estas ventajas se denomina renta diferencial. Ricardo consideró erróneamente que era la única forma de renta. Sin embargo, Marx explica que el propietario también recibe una renta mínima básica que debe pagar por todas las tierras, incluso la peor. A esto se le llama renta absoluta.
En este caso, los productos cultivados en estas condiciones desfavorables seguirán recibiendo la tasa de beneficio promedio. Pero, ¿cómo se llega a esa situación? Claramente, la tierra, si se va a utilizar, debe poder producir un excedente del cual el propietario pueda cobrar una renta. Por lo tanto, incluso el capital invertido en la peor tierra debe producir la tasa promedio de ganancia, de lo contrario, bajo el capitalismo, no habría razón económica para cultivarla. La renta que obtendrá el propietario dependerá en última instancia de la demanda y la oferta de la tierra. Incluso en las peores tierras recibirá una renta absoluta, pero nada más. Estas rentas surgen del monopolio de la propiedad de la tierra y seguirán existiendo mientras exista la propiedad privada.
Por supuesto, la renta del suelo no es «producida» por la tierra. Un terreno baldío no “produce” nada, ni un átomo de renta. Esta renta sólo puede surgir de la producción de la fuerza de trabajo dedicada a la agricultura, es decir, los trabajadores de la tierra. Se paga con la plusvalía que ellos crean. Pero es de un tipo especial, no está sujeta a la igualación de la ganancia, como explicaremos más adelante.
Como se ha explicado, la renta diferencial es la que se paga por las ventajas que se derivan de la mayor productividad de la tierra. Algunas tierras están mejor ubicadas que otras, que pueden estar más aisladas o ser más inaccesibles. Otras zonas tienen una fertilidad diferente, por lo que a partir de suelos más ricos, la misma inversión puede producir mejores resultados. Algunas tierras poseen mayores recursos naturales, como acceso al agua, bosques, canteras o minas de carbón. Nuevamente, las tierras ubicadas cerca de un mercado ahorra costos, como el transporte, lo que reduce los costos generales de producción. Por tanto, los productos agrícolas de estas zonas se venden a precios superiores al precio de producción. Pero este mayor precio acaba en el bolsillo del terrateniente en forma de renta diferencial, que surge del monopolio en el uso de la tierra. El inversor capitalista, por supuesto, continuará recibiendo la tasa media de ganancia, pero la diferencia irá a parar al terrateniente. Dondequiera que exista un monopolio privado de la tierra, también existirán oportunidades para que los terratenientes parásitos ganen dinero rápido.
Sin embargo, si los precios agrícolas caen por debajo de cierto nivel, la tierra dejará de ser rentable. En ese momento, la renta desaparece de ciertas parcelas de tierra. Dejan de cultivarse, hasta que los precios vuelven a subir.
En su análisis, Marx se pregunta qué hay detrás de la división de la plusvalía que se reparte entre las distintas ramas de la industria y entre las distintas clases de capital.
Antes de que Marx pueda responder a esta pregunta en el tercer volumen de El Capital, primero tiene que explicar la formación de una tasa general de ganancia. Ésta está estrechamente relacionada con la tasa de plusvalía, es decir, con el grado de explotación. Por supuesto, los capitalistas y sus apologistas no reconocen la “plusvalía” y evitan este término desagradable, ya que solo sirve para revelar la realidad subyacente de la explotación capitalista. En cambio, hablan del término más aceptable de «beneficio», que es muy querido por ellos. Después de todo, es la razón de su existencia y la fuerza impulsora de su sistema. No les interesa la relación entre el excedente que producen y los salarios que pagan, es decir, la tasa de plusvalía, sino que están profundamente preocupados por la relación entre el excedente que obtienen y el capital total que emplean. Esta es la tasa de ganancia.
La tasa de ganancia y la tasa de plusvalía
La tasa de ganancia puede definirse como la relación entre la plusvalía (p) y el capital total, que se compone de capital constante (c) y capital variable (v). En resumen, la tasa de ganancia = p/c+v.
Para nuestros magnates, los capitalistas, lo que gastan en salarios (capital variable) y lo que gastan en materias primas y máquinas (capital constante) son todos simplemente costos de producción, y el excedente que obtienen por encima de estos costos es su ganancia. En lo que a ellos respecta, es tan simple como eso.
Pero hay diferentes factores que determinan la tasa de ganancia, entre ellos la tasa de plusvalía. Por ejemplo, un capitalista invierte £100.000, de las cuales £90.000 se gastan en materias primas, etc., y £ 10,000 en salarios. Si la tasa de plusvalía (explotación) es del 100%, la ganancia será igual a la cantidad gastada en salarios, es decir, 10.000 libras esterlinas. Sin embargo, si la tasa de plusvalía aumenta al 150%, la ganancia aumenta en consecuencia a £15.000. La tasa de ganancia será del 10% cuando la tasa de plusvalía sea del 100% y del 15% cuando sea del 150%.
Esto se basa en un solo ciclo de producción. Pero si la rotación de capital aumenta de modo que dos ciclos se completen al mismo tiempo que antes, entonces (suponiendo una tasa de plusvalía del 100%) el capitalista obtendrá una ganancia de £ 10,000 dos veces y, por lo tanto, una ganancia de £ 20,000. sobre su capital de 100.000 libras esterlinas, que es una tasa de beneficio del 20%. Este aumento del volumen del negocio ha duplicado su tasa de ganancia.
Otro factor que puede tener un efecto importante en la tasa de ganancia, es la relación entre capital variable y constante. Manteniendo una tasa de plusvalía del 100%, con un solo volumen de negocios, el capitalista en cambio invierte solo £ 70,000 en materias primas, etc., y £30.000 en salarios. Con una tasa de plusvalía del 100%, el excedente será igual al salario de £30.000, y el capitalista ganará £30.000 con una inversión de £100.000, que es una tasa de ganancia del 30%. Esta relación entre capital variable y constante se denomina composición orgánica del capital.
A través de la competencia, el capitalista intenta socavar a sus rivales y aumentar su participación en el mercado. Por lo tanto, introduce nuevas técnicas y maquinaria que ahorra trabajo, lo que reduce sus costos y le permite producir a un tiempo de trabajo por producto menor en relación al tiempo de trabajo socialmente necesario que determina el precio de mercado. Por lo tanto, obtiene una superganancia. Pero esto dura solo hasta que sus competidores sigan su ejemplo y también inviertan en las nuevas técnicas, anulando la antigua ventaja. A medida que se introduce una tecnología más avanzada, se invierte más en capital constante (maquinaria, etc.) que en capital variable (salarios), lo que se traduce en una mayor composición orgánica del capital. Esto produce una tendencia a la baja de la tasa de ganancia, aunque existen factores compensatorios que también atraviesan este proceso. Si bien la tasa de ganancia tiende a caer, la cantidad total de ganancia no disminuye necesariamente a medida que el capital total probablemente aumenta.
Claramente, en diferentes industrias, la composición orgánica promedio difiere ampliamente por razones técnicas, y algunas industrias son más intensivas en mano de obra que otras. Los salarios pueden constituir una gran parte de los costos totales, como por ejemplo en la extracción de materias primas de la tierra. ¿Significa esto que la tasa de ganancia en las industrias intensivas en mano de obra es excepcionalmente alta en comparación con el resto? En la práctica, este no es el caso. ¿Por qué?
La razón de este estado de cosas son las poderosas tendencias que provocan la igualación de la tasa de ganancia. Si bien diferentes industrias pueden crear temporalmente una alta tasa de ganancia en comparación con el resto, esto no puede ser duradero. Los capitalistas que invierten su dinero buscan maximizar sus rendimientos. Si la industria «A» ganara menos que la industria «B», entonces los capitalistas de «A» sacarían su dinero y lo invertirían en «B». Pero, ¿qué pasaría entonces? Se producirían más bienes en “B” y menos en “A”, creando sobreproducción en un área y subproducción en otra. Habría exceso aquí y escasez allá, lo que provocaría una caída en el precio de los productos donde hay exceso y un aumento de precios donde hay escasez. Con el capital moviéndose de una a otra en busca de mayores ganancias, esto cambiaría la tasa de ganancia entre las dos industrias, lo que finalmente conduciría a una equiparación de la tasa de ganancia. Esta tendencia opera en la producción capitalista y en todas las industrias.
Esta tendencia a distribuir el capital entre diferentes ramas de la industria da como resultado que todos los capitales obtengan una tasa de ganancia igual o una tasa de ganancia media. Esto se debe a la competencia entre capitales y los efectos de la oferta y la demanda sobre los precios. Por tanto, Marx explica que en una economía capitalista desarrollada, cada capital no se apropia de la plusvalía producida por su «propia» fuerza de trabajo, sino que se apropia de una parte de la plusvalía social total según la proporción del capital total que representa. Así, las mercancías no se venden necesariamente a su valor, sino a un precio que es igual al costo más la tasa promedio de ganancia. A esto Marx lo llama precio de producción. Por lo tanto, el precio de venta de las mercancías s se puede representar como c + v + p, donde p es la tasa promedio de ganancia.
Por tanto, como las mercancías tienden a intercambiarse a su precio de producción, cada capital recibiría una proporción de la plusvalía total igual al capital utilizado (constante y variable) independientemente de sus proporciones (la composición orgánica del capital). La suma total de los precios de producción es siempre igual a la suma total de los valores. No se crea ni se destruye ninguna plusvalía adicional.
“Pero éste es un proceso que se desarrolla a espaldas de él [el capitalista] que él no ve, que no comprende y que en realidad no le interesa.”(El Capital, Tomo III, p.173)
Esta conclusión de que las mercancías tienden a intercambiarse a su precio de producción puede parecer contradictoria con la teoría del valor, donde se nos dice que el valor de una mercancía está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Esta es la base de la ley del valor. Pero no hay ninguna contradicción. La teoría marxista nunca ha dicho que las mercancías se intercambien siempre a su valor. Explica que solo a través de las fluctuaciones del precio por encima y por debajo del valor de una mercancía, tienden a intercambiarse por su valor. En general, esto es cierto en el caso de la producción simple de mercancías, pero esta ley debe modificarse para adecuarla a las realidades de la producción capitalista plenamente desarrollada. Tal desarrollo no niega la ley del valor, sino que se basa en ella, revelando que en el capitalismo plenamente desarrollado, las mercancías tienden a intercambiarse a sus precios de producción.
Todo El Capital de Marx es un intento de despojar al capitalismo de sus fundamentos para dejar al descubierto las principales leyes que gobiernan el sistema .”Pero, teóricamente, se parte del supuesto de que las leyes de la producción capitalista se desarrollan en estado de pureza. En la realidad, las cosas ocurren siempre aproximadamente […]” El Capital, Tomo III, p.180 El modo de producción capitalista esbozado en El Capital no existe en el mundo real, ya que es una abstracción que nos permite ver con mayor claridad los procesos reales. Todas las características secundarias se eliminan o se ignoran. No son importantes. Sin embargo, cuando aplicamos las leyes generales al mundo real, tenemos que modificar estas leyes de acuerdo con las otras tendencias en funcionamiento. Sólo así es posible desarrollar una comprensión científica.
El surgimiento del capitalismo monopolista, por ejemplo, modifica y desvirtúa las leyes del capitalismo con el desvío de los beneficios del monopolio, es decir, los beneficios por encima de la tasa media de ganancia, a expensas de la sociedad, del conjunto general de la plusvalía. Si bien los monopolios se apropian del exceso de ganancias, esto es solo una cuestión de distribución. No añaden nada extra. La cuota de ganancia está limitada por la cantidad total de plusvalía producida en la sociedad, que en última instancia es producida por el número de horas trabajadas por los trabajadores productivos, es decir, la cantidad total de trabajo invertido. Tan pronto como se tenga la masa total de plusvalía o la masa total de ganancia, la única forma de obtener beneficios monopólicos es simplemente mediante la transferencia de plusvalía de las otras ramas de producción, es decir, la redistribución en el proceso de circulación. Un aumento en los beneficios del monopolio significa una caída correspondiente en la tasa de beneficio de otros sectores de la economía. Por tanto, la suma de los precios de producción debe ser igual a la suma de los valores.)
“[…] la suma de las ganancias obtenidas en todas las esferas de la producción deberá ser igual a la suma de las plusvalías, y la suma de los precios de producción del producto total de la sociedad, igual a la suma de sus valores.” (El Capital, Tomo III, p.178)
Crisis de la vivienda
En El Capital, Marx se ocupa de la renta del suelo, que es parte de la plusvalía creada en la agricultura capitalista. Este no es exactamente lo mismo que el alquiler que se usa comúnmente para pagar la vivienda. En general, se trata del pago de una parte del valor de uso de una mercancía, a saber, una casa. Pero con la escasez crónica de viviendas, los propietarios pueden cobrar un alquiler exorbitante por sus viviendas privadas. Además, los alquileres de las viviendas sociales han cubierto muchas veces,a lo largo de los años, los costos de la casa original y simplemente se pagan para cubrir los continuos y desorbitantes intereses de los préstamos de los bancos y constructoras utilizados para construir las casas en primer lugar. Aquí es donde los prestamistas obtienen su “libra de carne” del alquiler de un trabajador. Mi propia vivienda social fue construida en 1929, probablemente por unos cientos de libras en mano de obra y materiales. A lo largo de los años, esta cantidad se ha devuelto con creces en forma alquiler. En mi antigua tarjeta de alquiler, que luego se abolió, solía figurar un desglose detallado de cada libra pagada en concepto de alquiler. Recuerdo que decía que casi el 90% de mi alquiler se destinaba a «intereses», es decir, a los prestamistas.
El aumento constante de la renta del suelo conduce a un aumento continuo en el precio de la tierra. Ante la escasez de viviendas en pueblos y ciudades, los especuladores inmobiliarios compran los inmuebles tan pronto como quedan vacíos. Estos especuladores no son solo individuos súper ricos, sino gigantescas corporaciones inmobiliarias que pueden mover miles de millones de libras en activos disponibles. Estas propiedades suelen quedar vacías, ya que la escasez crónica y la creciente demanda simplemente aumentan el valor de las casas y apartamentos. Esto da como resultado que la gente común se vea privada de este tipo de viviendas en nuestra llamada “democracia inmobiliaria».
Los terrenos para la construcción tienen un precio considerablemente más alto que los terrenos agrícolas debido a la “renta diferencial” derivada de su ubicación. Los terrenos situados en las ciudades o cerca de ellas que son adecuadas para construir urbanizaciones, pisos de gran altura, edificios de oficinas y comerciales, fábricas, etc., son limitados y tienen una gran demanda. No es de extrañar que las cadenas de supermercados y las empresas hayan abandonado las calles principales y se hayan trasladado a centros comerciales fuera de la ciudad, mientras que un número creciente de centros urbanos están en ruinas.
Entonces, ¿cuál es, podríamos preguntarnos, el valor del suelo? Si el valor de una mercancía se define por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, la tierra debe tener un valor cero, ya que no es un producto del trabajo humano. No tiene más valor que el aire, la luz o el viento. Marx da el ejemplo de la selva virgen, donde no se ha invertido ningún trabajo. Es un regalo de la naturaleza. Sin embargo, la tierra, como sabemos, puede tener un precio muy alto. Por tanto, las cosas pueden tener un precio sin tener ningún valor. “[…] el precio de las cosas que no tienen de por sí un valor, es decir, que no son producto del trabajo, como acontece con la tierra, o que, por lo menos, no pueden reproducirse mediante el trabajo, como ocurre con las antigüedades, las obras de arte de determinados maestros, etc., pueden obedecer a combinaciones muy fortuitas. Para poder vender una cosa, basta con que esta cosa sea monopolizable y enajenable.” (El Capital, Tomo III, Sección VI, p.590)
En otras palabras, cuando no se ha establecido un monopolio de la propiedad privada de la tierra, ésta no tiene ni «valor» ni precio. Es la propiedad monopólica la que conlleva un precio, es decir, un derecho a una renta. De lo que se trata es de los precios del monopolio. “La propiedad territorial presupone el monopolio de ciertas personas que les da derecho a disponer sobre determinadas porciones del planeta como esferas privativas de su voluntad privada, con exclusión de todos los demás. Partiendo de esto, se trata de explotar el valor económico, es decir, de valorizar este monopolio a base de la producción capitalista.” (El Capital, Tomo III, p. 574-575)
Sin embargo, en la medida en que el tiempo de trabajo “socialmente necesario” se haya invertido en la mejora de una tierra, por ejemplo con drenaje, fertilizantes, alambrado, etc., entonces contiene un valor en el verdadero sentido de la palabra. Esta es la única excepción.
El precio de la tierra
Entonces, ¿qué determina el precio de la tierra? Si bien tiene valor cero porque no es un producto del trabajo, ciertamente tiene un precio, que está determinado por la renta que puede aportar anualmente. “El precio de la tierra no es otra cosa que la renta capitalizada, y por ende anticipada”, explica Marx (El Capital, Tomo III, Sección VI, Génesis de la renta capitalista de la tierra). El precio refleja el hecho de que la tierra tiene una oferta limitada y ciertos lugares privilegiados pueden ser muy ventajosos para un capitalista, lo que le permite reducir costos y socavar a sus competidores.
Tomemos un ejemplo de cómo se llega al precio de la tierra. El capitalista que compra un título de propiedad de la tierra, compra los medios para apropiarse de una determinada cantidad de plusvalía. Supongamos que esta cantidad es de £ 500 al año.
Por supuesto, el lugar en el que invierte su dinero depende del rendimiento que obtendrá. Así es como se forma una tasa de interés general ya que los inversores se apresuran a competir entre sí por los mercados más rentables para su dinero, lo que hace que los precios bajen a un nivel general. Supongamos, por ejemplo, que el tipo de interés vigente es del 5%. Entonces, un inversor puede obtener £500 adicionales al año por prestar una suma de £10.000.
Sin duda, puede invertir su dinero en la tierra y, tomar una parte de la renta en su lugar. Pero claramente no invertirá £10.000 si solo va a recuperar £250, cuando puede obtener un rendimiento de £500 prestándola directamente o dejándola en un banco. De manera similar, nadie prestará dinero para obtener £250 si puede obtener £500 arrendando un terreno.
Por tanto, si la tasa de interés es del 5%, el precio del terreno con una renta de £500 anuales será de £10.000. Eso significa que un inversor con £10.000 podría prestar su dinero y obtener £500 al año o comprar un terreno y también obtener £ 500 al año. En este caso, el precio es simplemente el alquiler capitalizado. De ello se deduce que si la tasa de interés cae, el precio de la tierra sube. En nuestro ejemplo, si la tasa de interés cae al 2,5%, el precio de la tierra se duplicará a £20.000, ya que no habría diferencia entre invertir en la tierra o dejar el dinero en el banco, si ambos pagan una renta del 2,5%. Por lo tanto, el precio se fija en la cantidad que generaría un ingreso equivalente si se prestara o se depositara en un banco a una tasa de interés establecida.
Por tanto, la tierra tiene un precio, que es a menudo exorbitante. Pero no tiene valor ya que el precio no representa ningún gasto de tiempo de trabajo. Por eso los marxistas consideran el precio de la tierra como un capital ficticio. Simplemente permite al inversor capitalista desviar una parte de la plusvalía del resto de la sociedad.
La arraigada naturaleza monopólica de la propiedad de la tierra introduce todo tipo de peculiaridades. Por ejemplo, el monopolio impide la libre circulación de capitales de la industria a la agricultura. Si bien los capitalistas individuales pueden arrendar tierras, se enfrentan a una clase terrateniente cuyos intereses económicos están ligados al alquiler, lo que les garantiza un ingreso estable. Son una clase rentista. Es su propósito en la vida. Por esta razón, no renunciarán a la propiedad monopólica de la tierra. Esto se convierte entonces en una barrera para el capital. Mientras que el capital puede entrar y salir libremente de todas las esferas de la industria, no puede entrar libremente en la agricultura. Técnicamente, la agricultura se encuentra en un nivel más bajo que la industria, donde la composición orgánica del capital es menor. Cuando se invierte la misma cantidad de capital, se produce más plusvalía en la agricultura que en la industria. Si el capital pudiera circular libremente entre la agricultura y la industria, la tasa de ganancia se igualaría mediante la competencia. Pero esto está bloqueado por la propiedad monopólica de la tierra. Por tanto, los productos agrícolas se venden a precios superiores al precio de producción. Como se explicó, el exceso obtenido va a parar a los bolsillos del propietario en forma de renta.
Una de las funciones de los monopolios bajo el capitalismo es evitar la igualación de la tasa de ganancia restringiendo el flujo de capital entre los diferentes sectores de la economía. Esta es, en esencia, la función de la propiedad de la tierra monopolizada.
El mismo Marx explica esta diferencia cualitativa entre industria y agricultura. “[…]por qué, a diferencia de otras mercancías, cuyo valor es también superior al precio de costo, el valor de los productos agrícolas no se reduce al precio de costo por la competencia entre los capitales. La respuesta va ya implícita en la pregunta misma. Porque, según la misma premisa de que se parte, esto sólo ocurre allí donde la competencia entre los capitales puede operar esta compensación, lo que, a su vez, sólo puede suceder siempre y cuando que todas las condiciones de producción hayan sido creadas por el capital mismo o se hallen, por lo menos, por igual -elementalmente- a su disposición. Cosa que no ocurre con la tierra, ya que existe la propiedad territorial, y la producción capitalista inicia su carrera partiendo de la premisa de [un régimen de] propiedad sobre la tierra, que no nace de aquella, sino que se da como un supuesto previo. El mero hecho de la existencia de la propiedad territorial da ya, por tanto, una respuesta a la pregunta. Todo lo único que puede hacer el capital es someter la agricultura a las condiciones de producción capitalista. […] Partiendo del supuesto de ésta, no hay más remedio que dejar al terrateniente el excedente del valor sobre el precio de costo.” (Teorías sobre la plusvalía, Tomo II, p. 219, Fondo de Cultura Económico, México 1980.)
Claramente, Marx no tenía ningún sentimiento por el industrial ricachón, pero menos aún por el terrateniente parasitario. “Esta renta se caracteriza […] por el carácter tangible que presenta en este caso la total pasividad del propietario, cuya actividad se reduce (sobre todo, tratándose de minas) a explotar los progresos del desarrollo social, a los que, a diferencia del capitalista, no contribuye en lo más mínimo y en los que no arriesga nada, y, finalmente, por el predominio del precio de monopolio en muchos casos y, especialmente, por la explotación más desvergonzada de la miseria (pues la miseria es para los alquileres una fuente más copiosa que las minas de Potosí para España) y por el poder inmenso que esta forma de la propiedad territorial supone cuando se combina en las mismas manos con el capital industrial y permite a éste, en la lucha en torno al salario, desahuciar prácticamente al obrero de la tierra como su morada. Por medio de esta renta, una parte de la sociedad impone a la otra un tributo por el derecho a poder habitar la tierra, ya que la propiedad territorial lleva implícito en términos generales el derecho del propietario a explotar el planeta, las entrañas de la tierra, el aire, y por tanto, la conservación y el desenvolvimiento de la vida misma.” (El Capital, Tomo III,Capítulo XLVI, p.717)
La plusvalía no se crea en la circulación o en las transacciones financieras, sino en la producción. La ganancia no es más que el trabajo no remunerado de la clase trabajadora que es expropiada por los capitalistas, pero el capitalista se ve obligado a ceder una parte a los otros chupasangres: los terratenientes, los financieros y los prestamistas. Los terratenientes simplemente explotan su posición de monopolio para extraer una parte de la plusvalía producida por la clase trabajadora. Ellos no crean el pastel, pero sin embargo toman una rebanada. Sin duda, están muy ocupados moviendo papeles y haciendo llamadas telefónicas, pero no aportan nada a la riqueza de la sociedad.
¡Nacionalizar la tierra!
Con el tiempo, la distinción entre terrateniente, prestamista y capitalista se ha difuminado. Sus actividades se han fusionado. En comparación con el pasado, el capitalista ya no supervisa personalmente la producción, sino que delega este papel en gerentes profesionales. Se han convertido en simples cortadores de cupones, limitados a comprar acciones y participaciones sin intervenir directamente en la gestión de la empresa. Buscan constantemente atajos para ganar dinero, que es su principal ambición. En su afán por ganar dinero, están dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad que se les presente.. En cuanto les conviene, abandonan su papel en la producción y se convierten en meros rentistas. Se alejan cada vez más de la inversión en la industria y la producción real y prefieren obtener ganancias a través de la especulación en un “capitalismo de casino”. Ahora se invierten billones en “derivados”, que son capitales ficticios, no basados en la producción de riqueza real. Los bancos se han convertido en monopolios internacionales, «demasiado grandes para quebrar». El capital financiero se ha vuelto dominante y es un claro ejemplo del parasitismo del capitalismo moderno.
Los gigantescos monopolios se extienden por todo el mundo y utilizan su poder económico para extraer beneficios monopólicos, reducir sus impuestos y coludirse con gobiernos dóciles. Tienen una multitud de inversiones en todos los ámbitos, pero especialmente en tierras, propiedades y finanzas. En el ocaso del sistema capitalista, la inversión en la producción industrial casi se ha agotado, ya que la clase dominante se dedica a nuevas formas de hacer dinero, principalmente a través de la especulación y el negocio de propiedades. En las capitales del mundo, las propiedades no se adquieren para su uso, sino puramente para obtener ganancias especulativas. Asimismo, saquean y expolian al Estado mediante privatizaciones, uno de los mayores robos de la historia. Estas sanguijuelas se han convertido en un lastre colosal para el desarrollo de las fuerzas productivas. Estos hechos son una confirmación más de la naturaleza parasitaria y senil del capitalismo del siglo XXI.
La teoría de la renta de Marx aún conserva su relevancia, especialmente en esta época de crisis. No nos enfrentamos a la subproducción sobre una base capitalista, sino a la sobreproducción de productos agrícolas y mercancías en general. A los agricultores capitalistas se les paga para mantener deliberadamente la tierra improductiva para mantener los precios altos. No hay necesidad de hambre en el mundo si la producción de alimentos se puede organizar de manera racional. La solución de la “cuestión de la tierra” es su nacionalización, junto con los bancos y las empresas constructoras. Una agricultura socialista sería parte de un plan nacional de producción, donde los gigantescos monopolios serían arrebatados de las manos de la clase multimillonaria y administrados democráticamente en interés de la mayoría. Por lo tanto, la producción por necesidad reemplazaría a la producción por lucro. La renta en todas sus formas desaparecería, al igual que los terratenientes y los capitalistas.
La última palabra, sin embargo, la tendrá el comunista Gerrard Winstanley:
“En el principio de los tiempos, Dios hizo la tierra… No se dijo ni una palabra al principio de que una rama de la humanidad debería gobernar sobre otra, pero la imaginación egoísta hizo que un hombre enseñara y gobernara a otro… Los terratenientes obtuvieron sus tierras por asesinato o robo… Y de ese modo el hombre fue puesto en servidumbre, y llegó a ser un esclavo mayor que las bestias del campo para él.
“La tierra debe ser sembrada y los frutos cosechados y llevados a graneros y almacenes con la ayuda de cada familia. Y si algún hombre o familia quiere maíz u otra provisión, puede ir a los almacenes y tomarlos sin dinero. Si quieren montar un caballo, pueden ir al campo en verano, o a los establos comunes en invierno, y recibir uno de los cuidadores, y cuando terminen su jornada, traerlo a donde estaba, sin dinero. Si necesitan algún alimento vegetal o víveres, pueden ir a las carnicerías y recibir lo que quieran sin dinero, o ir a los rebaños de ovejas o de ganado y tomar y matar cuanta carne necesiten sus familias, sin comprar ni vender.
“Lo que aún se espera que hagas de tu parte es esto, ver al poder del opresor ser expulsado con su persona; y velar por que la posesión libre de la tierra y las libertades se pongan en manos de los comunes oprimidos de Inglaterra».