Escrito por: Daniel García.
En el contexto actual de una pandemia global, todos los países siguen sufriendo estragos, causados por las crisis sanitarias, políticas y económicas que siguen manteniéndonos en un estado de excepción perpetuo. No es coincidencia que en algunos países éstas crisis afectarán y perdurarán más que en otros y por eso el estudio de la historia es más importante que nunca.
Aun así persiste un malestar en general: un sentimiento de sequía ideológica. Lo que enfrentamos ahora es el sentimiento generalizado de profundo agotamiento y esterilidad política, significa que vivimos en un presente perpetuo, cada vez es más difícil imaginar un mundo mejor, pero sobre todo fuera del capitalismo y por lo mismo ignoramos el pasado, como si siempre hubiera sido así y siempre fuera a ser así. Desde la caída del Muro de Berlín estamos en el “fin de la historia”, dijo el politólogo Francis Fukuyama, y así el eslogan de Thatcher “no hay alternativa”, se volvió una profecía autocumplida.
Mark Fisher, en su libro “Capitalismo Realista”, nos dice que la sociedad ha entrado a una etapa de indefensión aprendida: Estar conscientes de que las cosas andan mal, pero estar aún más conscientes de que no se puede hacer algo al respecto. Incluso los mismos partidarios del capitalismo nunca lo describen como perfecto e ideal, sin embargo, lo presentan como el “menos peor”. La ideología capitalista es tan dominante y totalitaria que ya no la percibimos como ideología, para nosotros es la realidad.
Pero Marx nos dice que el capitalismo tiene sus contradicciones que lo superarán eventualmente. Si observamos a los países que se encuentran en fases superiores del desarrollo, los mal llamados “países de primer mundo”, nos daremos cuenta de que no han podido resolver aún problemas que nacieron a la par con el capitalismo. Por lo que ni en sus fases más desarrolladas la solución se encuentra dentro de sí mismo, no hay reforma que solucione sus contradicciones. Por ejemplo, la crisis medio ambiental es un problema fundamental, ya que se aspira a un crecimiento basado en el máximo beneficio de los capitalistas, siendo que la tierra cuenta con recursos finitos y de ahí la necesidad de recurrir al imperialismo y colonialismo para concretar el mayor saqueo. Nos dicen Marx y Engels:
“En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de climas más diversos” (K. Marx, F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista, 1848).
Su actuar resulta hasta cínico. La crisis ecológica es algo de lo que se suele hablar mucho. El marketing empresarial está dirigido a vendernos soluciones de compra para hacernos creer que nuestro consumo es ético y nuestra acción individual salva al mundo con pequeños “granitos de arena”. Incluso se cree que los millonarios son filántropos y ecologistas, pero se ignora el hecho de que para que exista un Tesla que dé el placebo mental de sustentabilidad, debe existir explotación tanto de la naturaleza como de obreros en otra parte del mundo, en donde los universales derechos humanos parecen haber sido olvidados y esto pasa porque:
“El capital ha convertido el valor personal en valor de cambio y ha sustituido un sinfín de libertades inalienables y particulares por una sola libertad espeluznante: la libertad de comercio” (Ibid.) Marx ya en su época veía a la creciente globalización como una promesa vacía y hoy nos queda claro que no hay mundo que soporte tal sueño.
Esto da origen a una de las contradicciones más importantes a tener en cuenta, la cual es muy bien explicada tanto en el Manifiesto como en otras obras teóricas: “Un sistema entra en decadencia cuando las fuerzas productivas frenan la producción en lugar de impulsarla” (Ibid.). Es decir, se extiende sobre la sociedad la epidemia de superproducción. Siendo que el capitalismo es el sistema más productivo de la historia, no hay que tener miedo de afirmar ese hecho, el problema es que toda esa producción y “progreso”, ¿para dónde nos lleva?
Mientras los millonarios buscan escapar a Marte, la crisis económica (causada por los mismos factores que llevaron a la crisis en 2008 sumado a una pandemia mundial) se estima que va a dejar en pobreza extrema alrededor de 150 millones de personas e, incluso para los que se salvan de tal condición, el índice de movilidad social es cada vez más bajo y el índice de Gini cada vez más alto, por lo que hay que reconsiderar las métricas con las que se evalúa el supuesto éxito del capitalismo. Precisamente por eso, es el momento de detener a lo que llamamos la realidad y pensar que todo lo que está pasando podría ser de otra manera.
Este mismo ejercicio se lo han planteado muchos filósofos de diversas corrientes de pensamiento a lo largo de la historia, la diferencia es que, como mencionó Marx en sus Tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”. Lo que nos dice esta famosa frase es que cuando la filosofía no sirve para transformar al mundo, sirve para reproducir lo existente, sostener y legitimar el status quo.
Aquí es donde Marx y Engels deciden soltar a su fantasma, dentro del contexto de una de esas revoluciones que vienen a cambiarlo todo, la Revolución Industrial, mientras moldeaba a su nueva clase dominante, la burguesía. También iba a crear a sus propios sepultureros, los obreros modernos, el proletariado. Pero específicamente hay que comprender que: “La burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación política y general, es decir, armas contra ella misma”. (Op. cit.). Por lo que la educación representa una de esas primeras armas que el proletario tendrá que empuñar para conquistar el poder político, sin embargo no se refiere a educación como una varita mágica que soluciona todos los problemas con la virtud de ser amigable dentro del marco legal, como muchos reformistas nos han hecho creer.
Ante la evidente esterilidad política de la educación burguesa, el Manifiesto del Partido Comunista, vino a cambiar al mundo e independientemente de ideologías políticas su lectura debe ser elemental. El Manifiesto no es un libro teórico, es un llamamiento para la acción. Representa una herramienta de politización y por lo tanto de cambio, al mero estilo dialéctico, el Manifiesto es la antítesis constituida del capitalismo. Y sus mayores rivales son la apatía y la alienación.
La alienación o enajenación, viene del latín, “alien” que significa otro, “actúo conforme otro me define” y es descrita como un proceso en el que el trabajador pierde sus virtudes humanas transformándose en simple mercancía, este fenómeno fue identificado desde la tradición hegeliana, ya que Hegel decía que encontramos la dignificación o realización en el ámbito vocacional, viéndonos representados con nuestro fruto del trabajo. Sin embargo, esta gratificación ocurría solo en contextos preindustriales, cuando el artesano impregnaba parte de sí mismo en su arte. Pero a la llegada de la automatización del trabajo y la evolución de la relación entre empleado y jefe (el cambio en la producción eventualmente representa un cambio directo en las relaciones de producción y por ende en las sociales), el empleado es mecanizado, concebido como un engrane más de una máquina productora.
Esta separación entre empleado y el fruto de su trabajo provoca una sensación de impotencia que adormece a las masas, quienes se ven reducidas a insignificantes cifras y dejan de percibirse como agentes de cambio. Y esto se perpetúa desde el condicionamiento material, siendo que las condiciones materiales del obrero muchas veces lo limitan en la teoría y praxis de su emancipación, ya que por definición, el propietario no tiene más que su fuerza laboral para sobrevivir. Engels nos dice que hay una realidad inmutable: “La humanidad debe comer y beber, tener refugio y ropa, antes de que pueda dedicarse a la política, la ciencia, la religión, el arte, etc.”.
En la escuela nos enseñan una visión que oscurece esta realidad material: En la edad antigua hubo pirámides, arte, filosofía y descubrimientos científicos. Pero la educación burguesa no se hace el suficiente énfasis que el modo de producción era esclavista, nos esconden que siempre ha existido una clase oprimida para que los opresores tuvieran tiempo de pensar y crear.
La alienación se refleja de manera ideológica: cuando se nos niega la realidad de por qué el proletario no se educa, el capitalismo pasa desapercibido como culpable y tendemos a echarle la culpa al individuo, siendo que las soluciones que proponen a problemas estructurales casualmente siempre tienen que ver con sustituir a un mal gobernante, banquero, empresario, etc. A fin de cuentas, la solución que nos venden es un placebo mental; en realidad ni los problemas, ni las soluciones son individuales. De la misma manera, se nos imponen valores como la desigualdad, justificándolos con que así funciona la naturaleza humana, naturalizando la explotación. Llega un punto en donde el pensamiento deja de ser autónomo, adquirimos el pensamiento acrítico que se nos repite constantemente y no hay reforma posible contra este fenómeno, ya que el capitalismo depende de su existencia como autorregulador de pensamiento, el individuo alienado se encargará de ridiculizar a todo aquel que sea consciente de sus cadenas.
La reproducción del discurso burgués a su vez depende definitivamente del miedo, ya que según las métricas del capital somos lo que poseemos, si nos quitan eso desaparecemos, también en el caso de familia y patria. Y así la labor de politización del proletariado se ve impedida por cuestiones de malentendidos, ya que se piensa que el comunismo busca sólo destruir el orden “natural” de las cosas y eso aleja al alienado siquiera a acercarse a la lectura marxista. Incluso en época de Marx existían mitos que eran precisos de aclarar, empezando con la palabra “abolición” que ha sido entendida como destrucción, pero más bien implica superación.
También hay que analizar que uno de los grandes éxitos del capitalismo es habernos hecho creer que propiedad es igual a propiedad privada. Desde luego que este mito no es cierto; hay otras formas de propiedad. Por ejemplo, la que tenemos sobre el cuerpo podría decirse que fue el primer tipo de propiedad que conocimos, pero no mucho tiempo después llegó la propiedad colectiva y perduró durante muchos años, no necesariamente porque sea cualidad de la naturaleza humana, sino porque en términos de supervivencia, siempre ha resultado más útil cooperar que competir. Pero luego vino la propiedad privada y con ella nace simultáneamente la guerra. De forma dialéctica, también la concepción de propiedad privada ha ido evolucionando: “La abolición de las relaciones de propiedad existentes no es una característica exclusiva del comunismo” (K. Marx, F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista. 1848). La revolución francesa abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa. Naturalmente, lo que busca el comunismo es la abolición de la propiedad burguesa, defendiendo siempre la propiedad que es fruto del trabajo y que implica ningún tipo de robo, ya sea directo o en forma de plusvalía, a esta se le llama propiedad personal.
En cuanto a la familia burguesa, se explica que es una unidad productiva y sólo hace sentido dentro de este sistema, por lo que no es natural, siendo que evolucionó para que el patriarca impusiera las leyes del orden actual y que la relación que se tiene con la autoridad fuera sumisa e incuestionable desde la cuna. Además se menciona que “El obrero no tiene familia” porque está todo el día trabajando, así que se le priva esa oportunidad de cultivar tiempo de calidad con los hijos, lo cual a la larga también repercute psicológicamente en los hijos de obreros quienes sufren traumas de abandono.
Por otro lado, cuando se habla de la patria, se dice que “los obreros no tienen patria”. Hace mucho que la economía dejó de ser local, por lo que soluciones nacionales tampoco ayudan por más que pensemos que existen países soberanos. Y aunque si se prioriza la conquista del poder político primero de forma nacional, si se quiere acabar con la explotación de un individuo sobre otro, se deberá acabar también la explotación de una nación sobre otra.
El cambio radical se conseguirá por medio de la revolución y para hacer la revolución hay que comenzar por empoderar a las masas, esa es la labor del comunista. Este se encargará de que la orientación política le llegue a todo proletario y para esto hay que comenzar leyendo. Así como el Manifiesto Comunista existen libros que cambian al mundo, pero estos libros tienen la virtud de decirnos cosas que en el fondo ya sabíamos, por lo que nunca debe quedarse solo en la lectura, la acción es más urgente que nunca.
Ningún libro, perteneciente a ninguna ideología tiene una receta mágica para una utopía, por lo que siempre hay que tomar en cuenta que no existen soluciones fáciles, porque los problemas tampoco lo son, de esta manera el pensamiento crítico y la lectura funcionan como arma contra el populismo. El verdadero cambio no tiene una cara mesiánica, sino que reside en el actuar colectivo, coordinado y sobre todo persistente. Marx lo sabía: “A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros”. (K. Marx, F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista. 1848)
Y de aquí hay dos caminos: les damos la razón a Thatcher y Fukuyama, caemos en un nihilismo político con el único placebo idealista de tener buenas intenciones y querer cambiar al mundo, tomando la postura neutral centrista y apolítica que a final de cuentas es complicidad con el sistema de explotación. O comenzamos a estudiar y repensar la historia, entendemos que “todo lo sagrado se profana”, es decir que no existe orden permanente y la lucha de clases ha sido el motor de la historia que siempre termina por romper lo que percibimos como inamovible, dándonos oportunidad para la creación de un nuevo orden.