Marxismo y filosofía
Marx y Engels decían que la ideología dominante en una sociedad dada (es decir, las concepciones e ideas comúnmente aceptadas sobre economía, política, justicia, moral, filosofía y ciencia) representa siempre la ideología de la clase dominante en esa sociedad.
Bajo el capitalismo, toda la ideología transmitida por la burguesía a través de la escuela y los medios de comunicación tiene como único fin justificar su dominación y sus privilegios de clase. Ideas tales como: «Siempre hubo ricos y pobres», «vive y deja vivir», o que el egoísmo y la envidia forman parte de la naturaleza humana, son transmitidas cotidianamente y golpean una y otra vez sobre la conciencia de la gente.
Los marxistas rechazamos estos puntos de vista, basados en la explotación, el sufrimiento y la humillación de millones de hombres y mujeres que formamos la clase obrera.
Todo obrero y joven consciente estará interesado en conocer las fuerzas ciegas que parecen determinar sus vidas, y comprender los procesos complejos que se dan en la economía, la política y la sociedad; en definitiva, conocer e interpretar la realidad que los rodea para ser dueños de su propio destino.
La tarea fundamental del marxismo es hacer conscientes a los trabajadores de esos procesos inconscientes y subterráneos que se dan en la economía, la política y la sociedad. Desde este punto de vista, el marxismo es la ideología y la ciencia de la clase obrera.
Materialismo e Idealismo
Todas las corrientes del pensamiento humano siempre estuvieron divididas en dos campos opuestos: el idealismo y el materialismo. El marxismo, por su propia esencia, es materialista.
Desde el punto de vista filosófico, Idealismo y Materialismo poseen un significado completamente diferente al que tienen en el lenguaje corriente. Así, se considera en general que una persona idealista es alguien desprendido, movido por grandes ideales y la felicidad común. Por el contrario, alguien materialista es considerado un egoísta, que sólo piensa en el dinero y al que sólo le mueven placeres banales para sí mismo. Hecha esta observación, nosotros vamos a emplear y describir estos términos en su sentido filosófico, no en el del lenguaje corriente.
Para los pensadores idealistas la sociedad, el pensamiento o la cultura son independientes del desarrollo concreto en que se desenvuelve la historia humana. La Justicia, la Moral, la Nación y la Religión son categorías, «verdades eternas», que tienen un contenido y un significado fijos y absolutos para cualquier época. La corriente de pensamiento idealista más extrema es la Religión, para la cual todo el mundo material existente, incluidos los seres humanos, fue creado por un ente ideal, por un Dios o por un conjunto de Dioses.
Para los idealistas, la realidad material que percibimos a través de nuestros sentidos surgió de «la nada» en una época remota. Los seres humanos sólo podemos conocer la “apariencia” de esta realidad, pero no su “esencia”, porque estamos orgánicamente limitados para ello. O porque sus “secretos” pertenecen a Dios.
Según el Idealismo, los seres humanos somos inteligentes, a diferencia de las demás especies animales, porque poseemos un «alma» inmaterial, diferenciada del cuerpo, que nos fue suministrada por un ente sobrenatural.
El pensamiento idealista debe su existencia a dos factores:
- Al nivel de desarrollo extremadamente bajo de las sociedades humanas primitivas. El concepto del «alma» tiene su origen en el sueño del hombre primitivo, quien creía que mientras dormía, su «alma» o «espíritu» abandonaba temporalmente su cuerpo para volver al despertar. Las fuerzas de la naturaleza incontrolables que condicionaban cada momento de su existencia, como el trueno, el rayo o la lluvia, eran personificadas, adquiriendo el perfil de seres con apariencia humana, pero superiores a ellos. Así nacieron los dioses y las religiones de carácter ANIMISTA (cada objeto de la naturaleza poseía un «alma»).
- A la separación extrema entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Los pensamientos, las ideas parecen tener una existencia independiente de la realidad material en que están basados. Como «todo pasa por la cabeza», los descubrimientos, los avances de la ciencia o el arte, parecen salir de la cabeza del “que sabe” (jefe, sacerdote, maestro artesano, genio) para, posteriormente, ser aplicados a la realidad material por medio del trabajo manual.
Para el materialismo, en cambio, el mundo material es lo único real. Además, lo podemos conocer por medio de la observación y la experimentación. El desenvolvimiento de la naturaleza se debe a sus propias leyes, explicables, comprobables y reproducibles científicamente.
La materia se extiende infinitamente en el espacio, y existió siempre. Podemos ampliar infinitamente agregados de materia y, viceversa, cortar y dividir cada cuerpo material de manera infinita, si nuestros medios tecnológicos nos lo permitieran. No existe tal cosa como el “último ladrillo” de la materia.
La idea más importante del Materialismo es la unidad de la materia. Toda manifestación de la naturaleza es reducible a un cuerpo u objeto compuesto por átomos, protones, electrones, etc. y, por lo tanto, las mismas leyes generales que se deducen de la naturaleza se aplican a la sociedad humana y al pensamiento, puesto que el ser humano forma parte del mundo material. Nuestra conciencia, el pensamiento y la reflexión, por muy ideales o espirituales que nos parezcan, son el producto de un órgano material físico: el cerebro, el producto más elaborado y evolucionado de la materia. Como explica Lenin: «la materia actuando sobre nuestros órganos sensitivos produce sensaciones. Las sensaciones dependen del cerebro, de los nervios, de la retina… es decir, son el producto supremo de la materia.»
Hasta los pensamientos más abstractos, como las matemáticas, se derivan de la observación del mundo material. La geometría tiene su origen en la división de la tierra para el cultivo y en el surgimiento de la propiedad privada, y la astronomía nació de la observación de las estrellas para prever los cambios de estaciones y el advenimiento de fenómenos naturales regulares, como era el caso de las inundaciones del río Nilo en el antiguo Egipto.
Para el marxismo, el desarrollo de las sociedades humanas descansa en el desarrollo de las fuerzas productivas. Es el modo concreto en que una sociedad determinada produce y reproduce las condiciones materiales de su existencia lo que determina el surgimiento de las clases sociales, la filosofía, la política, la moral, las concepciones jurídicas, la religión o el arte, que sufren una completa transformación, al cabo de un tiempo, después de que las condiciones de producción cambian radicalmente.
En palabras de Marx: «La vida no está determinada por la conciencia, sino la conciencia por la vida».
Toda moral es un producto histórico del desarrollo material de la sociedad humana. Cada época tiene su código moral.
La esclavitud nos puede parecer aberrante. Pero en las antiguas Grecia y Roma eran moralmente aceptadas porque permitía liberar del trabajo manual a la clase dominante para que pudiera hacer avanzar la sociedad mediante la ciencia, la filosofía o el arte.
No existe una moralidad suprahistórica, independiente de toda condición y lugar. El ser humano fue capaz de superar, como especie y en su comportamiento general, el incesto y el canibalismo, practicados sin reparos morales durante miles de años en una etapa remota. De este último queda incluso un rastro, una reminiscencia, en la liturgia cristiana en las palabras atribuidas a Jesús en la última cena: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (San Juan. 6, 55-56).
La idea moderna de la igualdad humana es un producto del sistema capitalista, que se basa en la producción y el intercambio de mercancías. Para intercambiar dos mercancías deben tener el mismo valor, lo que implica una igualdad de los trabajos realizados y, por lo tanto, de las capacidades físicas e intelectuales de las personas. De la misma manera, la idea de la igualdad de la mujer respecto del hombre sólo pudo avanzar bajo el capitalismo después de la incorporación de la mujer al trabajo productivo.
El movimiento constante
Para el Materialismo Dialéctico todo, sin excepción, está en un proceso constante e ininterrumpido de cambio y movimiento: la naturaleza, el pensamiento, la sociedad humana. Esto se ve corroborado por toda la experiencia: la evolución de las especies, del Universo, el movimiento molecular y atómico, el movimiento de los continentes, todo el devenir histórico de diferentes sociedades humanas: barbarie, esclavismo, feudalismo, capitalismo.
Una casa parece algo fijo y rígido. Pero si la abandonamos veremos cómo, al cabo de los años, se derrumba sola debido al movimiento interno de las moléculas y átomos de ladrillos, vigas, pintura, etc. imperceptible a nuestros ojos, que «desgastan» los materiales.
El mérito del Materialismo Dialéctico es haber descubierto las leyes que gobiernan este proceso ininterrumpido de cambio y movimiento.
La palabra “dialéctica» proviene del griego y significa «debate», «disputa». Desde el punto de vista filosófico, Engels definió la dialéctica como «la ciencia de las leyes generales del movimiento y la evolución de la naturaleza, del pensamiento y de la sociedad humana».
Aunque la dialéctica fue anticipada genialmente por los filósofos griegos de la antigüedad, fue el gran filósofo alemán Hegel quien sintetizó y estableció las leyes fundamentales de la dialéctica, si bien revestidas de un carácter completamente idealista.
Correspondió, finalmente, a Marx y Engels establecer la dialéctica sobre bases firmemente materialistas.
La característica fundamental del movimiento de la materia es que se produce o desarrolla a través de «contradicciones», es decir, por la existencia de contrastes, de diferencias, de tensiones opuestas. Sin estas contradicciones, contrastes y tensiones opuestas, que son parte componente de la estructura de la materia, no habría movimiento ni vida, todo sería inerte.
Así, si juntamos dos cuerpos, uno caliente y otro frío, veremos una transferencia de calor del cuerpo caliente al frío.
La corriente eléctrica se produce cuando se establece una «diferencia de potencial» (de energía) en los extremos de un circuito.
Podemos leer porque se escribe, literalmente, negro sobre blanco, y así podemos apreciar el contraste de las letras sobre el fondo del papel.
Podemos caminar porque el pie pisa sobre la tierra ejerciendo presión hacia atrás, y aquélla ejerce una reacción en sentido contrario, impulsándonos hacia adelante.
La contradicción de fondo del capitalismo, de la que se deriva la crisis del sistema, se basa en que mientras la producción ha adquirido un carácter social (participa toda la sociedad en la producción material) la apropiación se realiza de forma individual (el fruto de ese trabajo colectivo se lo apropia un puñado de capitalistas). La propiedad privada de los medios de producción permite a la burguesía apropiarse de la mayor parte del producto generado por el trabajo de los obreros: la plusvalía. La anarquía y el caos de la producción capitalista, donde el fin último es la máxima ganancia y no la satisfacción de las necesidades sociales, tiende a provocar sobreproducción de mercancías y las crisis económicas, y con ellas su estela de desempleo masivo, delincuencia, devastación del medio ambiente, guerras.
La esencia de la lucha de clases entre capitalistas y obreros es la lucha por la plusvalía. Sólo en un sistema socialista, basado en la propiedad social de los medios de producción y la planificación democrática de las fuerzas productivas a través de la participación consciente del conjunto de la sociedad, podrá ser resuelta esta contradicción, preparando un desarrollo pleno del género humano.
La desaparición del «movimiento particular» de la lucha de clases no será el fin de la historia del progreso humano. Al contrario, el movimiento de la sociedad pasará a un nivel cualitativamente superior, y tendrá como base la cooperación, y no la competencia, entre los seres humanos. La contradicción se dará entre las ilimitadas posibilidades del desarrollo humano, científico y cultural, y lo limitado de nuestro conocimiento en cada momento. Esta contradicción se resolverá de generación en generación, indefinidamente.
Las leyes de la dialéctica
El pensamiento dialéctico comporta un método de análisis superior a la «lógica formal» (el «sentido común», lo que vemos superficialmente). La lógica formal no ve las contradicciones y el movimiento permanente de la naturaleza y la sociedad. Registra solamente hechos aislados. En cambio, la dialéctica estudia los hechos en su conexión y movimiento, tomando en cuenta todos los factores contradictorios, internos y externos, que actúan sobre ellos. Veremos la superioridad del método dialéctico estudiando sus leyes fundamentales. Las leyes fundamentales de la dialéctica son tres:
- Transformación de la cantidad en calidad, y viceversa.
- La unidad y lucha de los contrarios
- La negación de la negación.
Además, existen otras leyes que se derivan de éstas, como: el todo es mayor que la suma de las partes: la lucha conjunta de los obreros de una empresa es más fuerte que la lucha individual y aislada de cada uno de ellos; o la necesidad se expresa a través del accidente, de la casualidad: las guerras, las revoluciones o la caída de un gobierno pueden desatarse por un hecho concreto, casual, pero que expresa una necesidad interior preparada por las condiciones sociales y políticas de tal país e internacionalmente.
La ley de la transformación de la cantidad en calidad
La ley de la transformación de la cantidad en calidad explica que la acumulación de cambios cuantitativos provoca, en determinadas condiciones, cambios cualitativos. Es decir, la evolución y el cambio de la materia no se produce de manera gradual, poco a poco (como afirma la lógica formal), sino por medio de saltos, explosiones y revoluciones; cuando los cambios acumulados ya no pueden permanecer contenidos en las antiguas formas.
Cuando calentamos agua observamos que al alcanzar los 100ºC comienza a hervir repentinamente, transformándose en vapor. La acumulación de calor provoca, a una determinada temperatura, el cambio cualitativo de líquido a gas. Lo mismo pasa con el congelamiento del agua, al bajar la temperatura a 0ºC, el agua líquida se convierte en sólido, en hielo.
Lo mismo ocurre con la conciencia de los trabajadores. La sucesión de ataques a sus condiciones de vida y trabajo acumula rabia y frustración, un día y otro, hasta que bruscamente, ante el ataque más insignificante, se produce un cambio cualitativo y todo el malestar acumulado sale virulentamente a la superficie con huelgas, manifestaciones y, a un nivel superior, mediante una revolución. Tal es el proceso molecular de toma de conciencia del que habló Trotsky, tomando como ejemplo el proceso de ebullición del agua.
Los cambios cuantitativos transforman un tipo de energía en otra. La fricción produce calor. La energía solar puede transformarse en corriente eléctrica, igual que la energía nuclear.
Engels ya planteó que la energía es sólo materia de una clase diferente, transformándose una en otra según los cambios cuantitativos acumulados en los objetos. El genial científico Albert Einstein estableció la equivalencia de la materia y la energía en su famosa fórmula E=mc2 (donde E es la energía, m la masa -materia- y c la velocidad de la luz).
Marx y Engels ya anticiparon que la vida (materia orgánica) procedía de la materia sin vida (materia inorgánica), a través de un cambio cualitativo que se dio hace varios miles de millones de años en la composición de la materia. Lo que ya está aceptado científicamente.
La evolución desde las especies inferiores de animales y plantas hasta las actuales se ha producido mediante «saltos» y mutaciones genéticas, conforme se transformaba el medio ambiente del planeta.
Unidad y lucha de los contrarios
La verdad es concreta, decía Hegel. Una cosa es verdad bajo determinadas condiciones de tiempo y lugar, pero cuando esas condiciones cambian, lo que era verdad se transforma en falsedad, y al revés. Así, el propio sistema capitalista jugó un papel enormemente progresista en el desarrollo de las fuerzas productivas y de la sociedad, pero bajo el peso de sus contradicciones se ha transformado en algo reaccionario. La lucha del movimiento obrero refleja la necesidad histórica de transformar la sociedad para llegar al socialismo, que es el sistema «verdadero» que corresponde al desarrollo actual de las fuerzas productivas y de la sociedad.
No existe nada fijo e inmutable. Todo nace, se desarrolla y muere para volver a nacer a un nivel superior, más completo, y así indefinidamente.
La Ley de la unidad y lucha de los contrarios establece que los contrarios no pueden existir separadamente y que, en determinadas condiciones, se transforman el uno en otro.
Así, un imán consta de un «polo positivo» y otro «negativo». El polo positivo atrae los metales y el negativo los repele. Pero ambos son inseparables. Cuando lo partimos por la mitad, vuelven a aparecer ambos polos en los extremos del imán.
Dentro del átomo distinguimos protones (“partículas con carga positiva») y “electrones“ (“partículas con carga negativa”), que no se anulan entre sí, sino que se atraen y repelen al mismo tiempo y, en determinadas condiciones, se transforman los unos en los otros. De este tipo de combinaciones dentro del átomo y por interacción con otros átomos se forman los diversos elementos químicos que forman los ladrillos básicos de la materia: hidrógeno, oxígeno, cloro, nitrógeno, oro, hierro, etc., sin necesidad de un Dios creador.
La reproducción sexual se basa en la existencia de dos sexos opuestos, cuya unión da lugar a un nuevo ser que representa la unidad creadora de ambos sexos.
Para la dialéctica, una cosa es ella misma y otra diferente al mismo tiempo. Esto no es algo absurdo como podría interpretar la lógica formal. Es esencial a la materia. Una persona renueva completamente las células de su cuerpo cada 10 años. Al cabo de ese tiempo continúa siendo la misma persona, pero físicamente dejó de ser quien era diez años atrás.
Según la lógica formal, los opuestos sólo pueden ser percibidos de manera separada, y una cosa no puede ser al mismo tiempo ella y su contrario. Pero la naturaleza no se comporta así. Aparentemente, un disolvente y un pegamento son cosas totalmente opuestas y no pueden estar unidas en un mismo elemento. Veremos que no es así con un ejemplño sencillo. Se conoce de antiguo que el agua es el mejor disolvente natural que existe. Cuando limpiamos una superficie con un trapo empapado en agua, veremos cómo al frotar el agua elimina la suciedad de esa superficie, la ha disuelto; pero cuando exprimimos el trapo, veremos que el agua se escurre oscura, porque su acción disolvente es resultado de haber actuado al mismo tiempo como pegamento de la suciedad incrustada en la superficie limpiada. Esa suciedad ha quedado adherida a sus moléculas. Así, el mejor disolvente es el que actúa, al mismo tiempo, como el mejor pegamento.
Otro ejemplo cotidiano. Se supone que una persona despistada es lo opuesto a una persona concentrada en su tarea. Pero ¿qué es el despiste sino la máxima concentración ejercida sobre un pensamiento o cosa, que hace que no se preste atención alguna a lo que pasa alrededor? Y al contrario, una persona concentrada muestra una completa indiferencia por lo que tiene alrededor; es decir, una persona sólo puede concentrarse mostrándose despistada hacia todo lo demás.
Bajo el capitalismo, sin obreros asalariados no habría capitalistas, y al revés. Al mismo tiempo mantienen una lucha de clases permanente. La riqueza de los ricos se fundamenta en la miseria de los pobres. Sólo bajo el socialismo desaparecerán unos y otros.
Este mismo análisis dialéctico tenemos que hacer con respecto a las organizaciones políticas y sindicales de clase. Ocurre a veces que, por muy alejadas que puedan estar sus actuales direcciones de las auténticas ideas del socialismo y del marxismo, la dinámica de la lucha de clases empujará una y otra vez a los trabajadores a intentar transformarlas de arriba hacia abajo, como ya sucedió otras veces en la historia, hasta convertirlas en herramientas de lucha por la transformación socialista de la sociedad. Es decir, convertirlas en lo contrario de lo que son hoy. Sólo después de repetidos intentos fallidos, buscará la clase crear nuevas organizaciones que se adapten a sus intereses, normalmente a través de desprendimientos de las viejas organizaciones de masas.
La idea de la unidad y oposición de los contrarios no son paradojas inteligentes ni juegos mentales que los marxistas queremos imponer con fórceps al pensamiento humano. Es, simplemente, la forma de manifestarse la naturaleza, el pensamiento y la historia humana. Lo que sucede es que el afán del ser humano por conocer y clasificar aisladamente cada fenómeno, para poder comprenderlo, en una práctica desarrollada durante siglos, ha hecho que hayamos perdido el hábito de percibir los fenómenos en su conjunto, en su interrelación dialéctica, hábito que sí tenían los antiguos griegos, de ahí la audacia en el pensamiento que mostraron, incluso a nivel de las ciencias, y que aún nos sorprende y maravilla.
La ley de la negación de la negación
La ley de la negación de la negación explica el desarrollo y el progreso, desde lo inferior a lo superior, de la naturaleza y de la sociedad humana.
Para la dialéctica, negar no significa sólo rechazar, sino también preservar lo válido y útil de un cuerpo, una idea o una sociedad, en unas condiciones nuevas donde ya no podrían existir bajo su antigua forma.
Según la Ley de la negación de la negación, cada avance dado en el desarrollo de la naturaleza, en la evolución de las especies, en el conocimiento humano, y en el desarrollo de la ciencia, es un producto de desarrollos y avances anteriores, que actúan de eslabones en el camino que impulsan nuevos desarrollos hacia adelante. Sin especies inferiores ahora extinguidas, pero que fueron eslabones necesarios en el desarrollo evolutivo, no existiríamos actualmente como especie; sin las bases establecidas en el pensamiento y en la ciencia por los antiguos griegos, y preservadas, transmitidas y enriquecidas durante la edad media por la civilización musulmana, hoy no tendríamos filosofía ni ciencia moderna.
Si sembramos una semilla, ésta «desaparecerá» y surgirá un tallo que, finalmente, dará origen a la flor. Pero ésta, a su vez, es «negada», sustituida por el fruto. Finalmente, el fruto también es «negado» (comido) dejando libres las semillas que lleva dentro y que darán origen a nuevas plantas o árboles. Parece, entonces, que volvemos al principio, pero a un nivel de desarrollo más alto, porque donde se siembra una semilla luego se obtienen 10, 15, ó 20. De igual manera, todo el movimiento dialéctico de la materia parece volver a etapas ya superadas, pero no como en un círculo, para volver al mismo punto de partida, sino como en una espiral, a un nivel superior.
Lo mismo se aplica a la historia humana. Así, el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por la humanidad la empuja a la sociedad sin clases, al comunismo, una etapa similar al comunismo primitivo natural de las primeras sociedades humanas. Así, volveríamos al «estado de equilibrio» primitivo, desparecidas las contradicciones de la sociedad dividida en clases, pero bajo condiciones nuevas, enriquecidos con los avances científico-técnicos y sociales de 10.000 años de lucha de clases y de desarrollo de la raza humana, donde las contradicciones y el «movimiento» de la sociedad comunista adquirirán una nueva forma como explicamos anteriormente.
Crisis capitalista y oscurantismo filosófico
El Materialismo Dialéctico no es una construcción artificial encajonada sobre la realidad, sino que es la generalización de las leyes bajo las que se desenvuelve la materia en todos sus aspectos: desde los átomos hasta la propia humanidad.
El método idealista de pensamiento ha llevado a la ciencia a un callejón sin salida, incapaz de arrojar luz sobre fenómenos que no puede interpretar. Hasta observamos retrocesos, como explicar el origen del universo y la materia por una gran explosión (Big Bang) que recuerda la teoría creacionista de la Religión. Lo mismo vemos en las demás ramas del conocimiento científico (psicología, genética, etc.).
Pero lo fundamental es comprender el carácter revolucionario del Materialismo Dialéctico que también explica la inevitabilidad de la decadencia del capitalismo y la necesidad del socialismo. Por esta razón, ninguna de las doctrinas del marxismo ha sido tan atacada y calumniada por los teóricos burgueses y socialdemócratas.
La dominación de los capitalistas no se basa solamente en la esclavitud asalariada, sino también en la esclavitud intelectual y espiritual de los trabajadores.
La teoría es una guía para la acción. Librar una lucha ideológica contra las concepciones burguesas en todas las esferas del conocimiento humano es tan importante como la lucha política y económica contra el sistema capitalista.
Como explicó Marx: «Hasta ahora los filósofos sólo se han ocupado de interpretar el mundo, de los que se trata es de transformarlo».
Es a la clase obrera mundial a quien le corresponde esta tarea.