El presente documento fue aprobado en el Congreso mundial de la Corriente Marxista Internacional (CMI) de 2023. En el, ofrecemos nuestras perspectivas y nuestro análisis de las tendencias fundamentales que dan forma a la política mundial y la lucha de clases en este periodo dramático de agonía del capitalismo.
Estamos viviendo un período dramático en la historia mundial. En muchos sentidos es realmente único. Los estrategas del Capital lo saben muy bien. Como de costumbre, los más astutos llegan a conclusiones similares a las de los marxistas, aunque con cierto retraso y sin una comprensión real de la naturaleza de los problemas que describen, y mucho menos de las soluciones.
Un buen ejemplo de esto es Larry Summers, un economista estadounidense que se desempeñó como el 71 Secretario del Tesoro de los Estados Unidos de 1999 a 2000 que describió el estado de la economía mundial de la siguiente manera:
“Puedo recordar momentos anteriores de igual o incluso mayor gravedad para la economía mundial, pero no recuerdo momentos en los que hubiera tantos aspectos separados y tantas contracorrientes como las que hay ahora.
“Mire lo que está pasando en el mundo: un problema de inflación muy importante en gran parte del mundo, y ciertamente en gran parte del mundo desarrollado; un importante ajuste monetario en marcha; un enorme shock energético, especialmente en la economía europea, que es tanto un shock real, obviamente, como un shock inflacionario; creciente preocupación por la formulación de políticas chinas y el desempeño económico de China y, de hecho, también preocupación por sus intenciones hacia Taiwán; y luego, por supuesto, la guerra en curso en Ucrania”. (Financial Times, 6 de octubre de 2022).
Estas líneas describen adecuadamente la situación actual, que no ha cambiado sustancialmente desde que fueron escritas. Los ejemplos pueden repetirse a voluntad. Reflejan fielmente el sentimiento general de pesimismo y desesperación que se ha apoderado de los estrategas del Capital, quienes pueden ver el desastre que se avecina pero no tienen una idea clara de cómo evitarlo.
De hecho, sería un ejercicio inútil buscar en los economistas burgueses algún tipo de explicación para esto. No pudieron predecir ni una recesión ni un auge. Nunca entendieron el pasado, entonces, ¿por qué deberían entender el presente y menos aún el futuro?
En la situación actual, sólo se puede llegar a una intuición racional mediante el método del pensamiento dialéctico: el método del marxismo. Eso nos da una ventaja colosal, diferenciándonos de cualquier otra tendencia en la sociedad. Es lo que nos hace únicos. De hecho, es lo único que nos da derecho a existir como una tendencia separada y distinta en el movimiento obrero.
Sobre los puntos de inflexión
La actual crisis mundial representa claramente un punto de inflexión en toda la situación. Pero se podría decir que 2008 también fue un punto de inflexión. Eso es bastante correcto, tal como lo fue 1973: la primera recesión mundial desde la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, hay muchas situaciones que pueden caracterizarse como puntos de inflexión, y podemos correr el peligro de convertir esta frase en algo sin sentido por la repetición irreflexiva.
Y, sin embargo, el concepto está muy lejos de carecer de sentido. Al contrario, contiene una idea muy profunda. Es realmente una forma de expresar la noción de Hegel de la línea nodal de desarrollo, en la que una serie de pequeños cambios (cuantitativos) llega a un punto crítico, donde se produce un cambio cualitativo.
Cada punto de inflexión tiene características comunes con el pasado, pero también tiene sus propias peculiaridades. Lo que es necesario es resaltar las particularidades de la situación y explicar los cambios concretos que surgen de ella.
La crisis de 2008 tomó por sorpresa a los inútiles economistas burgueses. Para evitar un colapso en las líneas de 1929, la burguesía gastó enormes sumas de dinero público para rescatar a los bancos. Inyectaron enormes cantidades de dinero en la economía. Las medidas de pánico que tomaron en ese momento fueron necesarias para salvar el sistema. Pero tuvieron consecuencias imprevistas y desastrosas.
La política de la llamada flexibilización cuantitativa aseguró que las tasas de interés se mantuvieran extremadamente bajas. Pero esta inyección masiva de capital ficticio en el sistema creó inevitablemente toda una serie de presiones inflacionistas.
Esto, sin embargo, no se hizo evidente de inmediato como resultado del colapso generalizado de la demanda, incluyendo el consumo familiar, la inversión empresarial y el gasto gubernamental. La caída de los salarios y el aumento del desempleo estrangularon la demanda, que ya no podía contrarrestarse con crédito, ya que la gente ya estaba enormemente endeudada.
Sin embargo, las presiones inflacionistas se expresaron en el auge del mercado inmobiliario y particularmente en un estallido de especulación descontrolada en las bolsas de valores, junto con fenómenos como las criptomonedas, los NFT y otros timos especulativos.
Los límites de la globalización
Para comprender la situación actual es necesario partir de las cuestiones fundamentales. Siempre debemos tener presentes los dos principales obstáculos que impiden el pleno desarrollo de las fuerzas productivas: por un lado, la propiedad privada de los medios de producción y, por otro, los límites asfixiantes del estado nacional.
Sin embargo, el sistema capitalista es un organismo vivo, que puede desarrollar ciertos mecanismos de defensa para perpetuar su existencia. Marx explica en el tercer volumen de El Capital las formas en que la burguesía puede combatir la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Una de las principales formas es profundizando y ampliando el mercado a través del aumento del comercio mundial.
Hace más de 150 años, el Manifiesto Comunista apuntaba al aplastante dominio del mercado mundial. Esta es ahora la característica más importante de la época moderna.
El advenimiento de la globalización fue una expresión del hecho de que el crecimiento de las fuerzas productivas ha sobrepasado los estrechos límites del estado nación. Ayudó a los capitalistas a superar, al menos parcialmente, los límites del mercado nacional durante un tiempo.
Esta tendencia recibió un poderoso impulso con el colapso de la URSS y la entrada de China en la arena del mercado mundial capitalista. Otros países, no solo los antiguos satélites soviéticos en Europa del Este, sino también India, que había estado equilibrándose entre la Unión Soviética y los EE. UU., también se alinearon.
Así, de golpe, cientos de millones de personas se enredaron en la economía mundial capitalista, abriendo nuevos mercados y campos de inversión.
Esto (junto con una expansión del crédito sin precedentes) ha sido una de las fuerzas motrices más poderosas que han impulsado la economía mundial en las últimas décadas. El espectacular aumento del comercio mundial tuvo como corolario un aumento del PIB mundial.
Sin embargo, la globalización no eliminó las contradicciones del capitalismo. Solo las reprodujo en una escala mucho mayor. Y ahora esto claramente ha llegado a sus límites.
El rápido crecimiento de la producción se basó en la expansión aún más rápida del comercio mundial. Ahora, la globalización claramente se está estancando y vemos el proceso contrario. Y a lo que nos enfrentamos son las consecuencias de esta marcha atrás. El comercio mundial solo crecerá un 1 por ciento en 2023, según la Organización Mundial del Comercio.
En lugar de la libre circulación de bienes y servicios, estamos asistiendo a un rápido descenso hacia el nacionalismo económico. Y ese es un paralelo muy alarmante con la década de 1930. Fue precisamente el aumento de las tendencias proteccionistas, el aumento de los aranceles, las devaluaciones competitivas y políticas similares de empobrecimiento del vecino la verdadera causa de la Gran Depresión. No se excluye en absoluto que una situación similar pueda volver a ocurrir.
Distorsiones del mercado
En una economía capitalista de mercado, en último análisis, las fuerzas del mercado deciden. Las acciones de los gobiernos pueden distorsionar y retrasar las fuerzas del mercado, pero nunca podrán eliminarse. La verdad es que las economías capitalistas avanzadas nunca se recuperaron de la crisis capitalista global de 2007-09.
La inversión privada siguió siendo débil y el crecimiento económico fue raquítico. Por otro lado, la inflación era baja y los bancos centrales mantuvieron las tasas de interés en niveles bajos sin precedentes, extendiendo el control del capital financiero sobre la vida económica. Esto proporciona la clave para entender la crisis actual.
En vísperas de la pandemia, la Reserva Federal, el BCE y el Banco de Japón tenían la asombrosa cantidad de $15 billones en activos financieros, frente a los $3,5 billones de 2008. A esto agregaron otros $6 billones durante la pandemia en un intento por mantener la economía a flote.
Gran parte de esto era deuda del gobierno que los bancos centrales habían comprado para mantener bajos los costes de endeudamiento del gobierno. El nivel de endeudamiento, que ya era bastante insostenible, aumentó enormemente a medida que los gobiernos tomaban prestadas grandes sumas para pagar las medidas para enfrentar la crisis.
Este estímulo gubernamental sin precedentes (rescates) y las cuarentenas, segaron temporalmente los patrones de demanda de los consumidores provocando caos en las cadenas de suministro, al mismo tiempo que avivaba el fuego de la inflación. Las implicaciones inflacionistas de todo esto deberían haber sido visibles para el más ciego de los ciegos. Pero lo ignoraron, sobre la base del principio de que:
“Donde la ignorancia es felicidad, es una locura ser sabio”.
Así como un adicto a las drogas se vuelve cada vez más dependiente de las sustancias que ofrecen una sensación inmediata de euforia, los gobiernos, las empresas y las familias se engancharon a la perspectiva de interminables tasas de interés cercanas a cero.
Las distorsiones creadas por la intervención estatal sólo sirven para agudizar las contradicciones, que finalmente se desencadenarán con fuerza y violencia redoblada.
Eso es justo lo que estamos presenciando en este momento. En un acto de desesperación, los gobiernos intentaron resolver, primero la crisis de 2008, luego la pandemia de Covid y ahora la crisis energética gastando grandes cantidades de dinero que no poseían, contribuyendo a la actual situación caótica de la economía mundial.
El regreso de la inflación
Esto significa la desaparición de un sistema financiero que se ha habituado a bajas tasas de inflación y tasas de interés. Y los efectos son dramáticos y dolorosos. Al igual que el drogadicto, privado de las drogas de las que dependía, ahora los gobiernos se encuentran repentinamente conmocionados al enfrentarse al elevado coste de los préstamos.
Dado que no tienen absolutamente ninguna comprensión de la auténtica teoría económica, los burgueses buscan desesperadamente a alguien a quien culpar por su difícil situación, y encuentran un chivo expiatorio adecuado en Vladimir Putin. Pero la guerra en Ucrania no fue la causa de la catástrofe inflacionaria. Solo agregó aún más leña al fuego.
Dialécticamente, la causa se convierte en efecto y el efecto, a su vez, se convierte en causa. Aunque la guerra no provocó la crisis, es cierto que ha exacerbado enormemente el problema de la inflación y perturbado el comercio mundial.
Clausewitz hizo la famosa afirmación de que la guerra es sólo la continuación de la política por otros medios. Pero el imperialismo estadounidense ha introducido una ligera modificación a esa definición profundamente correcta. Ha convertido el comercio en un arma, castigando deliberadamente a cualquier país que no se doblegue a su voluntad
En los lejanos días en que Britania gobernaba las olas, el imperialismo británico resolvía sus problemas enviando una cañonera. Actualmente, Washington envía una carta del Departamento de Comercio. De modo que, en las condiciones modernas, el comercio se convierte simplemente en la continuación de la guerra por otros medios.
Rusia, uno de los mayores exportadores de combustibles fósiles, fue deliberadamente excluida de sus mercados occidentales por las sanciones impuestas por el imperialismo estadounidense y aprobadas por la UE. Esto provocó instantáneamente una crisis energética, lo que dio un nuevo impulso al aumento de los precios.
Como veremos, las sanciones impuestas por el imperialismo estadounidense fracasaron notablemente en su objetivo, que era paralizar la economía rusa y socavar sus operaciones militares en Ucrania. Pero dieron un nuevo y poderoso giro a la espiral inflacionaria en todo el mundo. E, irónicamente, como un boomerang incontrolable, esto también golpeó duramente a Estados Unidos, trastocando así todos los cálculos de Biden, mientras Putin se embolsaba silenciosamente las ganancias derivadas de los altos y crecientes precios del petróleo y el gas.
Todos los caminos conducen a la ruina
Los bancos centrales se enfrentan a un agudo dilema. Subieron los tipos de interés para frenar la demanda y por lo tanto (eso esperan) reducir la inflación. Esa fue la teoría que indujo a la Reserva Federal de EE. UU. a subir los tipos, lo que obligó a la mayoría de las autoridades monetarias a hacer lo mismo.
Tales medidas, en sí mismas, no pueden proporcionar una cura segura para la sífilis de la inflación, pero seguramente harán que la recesión sea inevitable. Eso significa empresas en bancarrota, cierres de fábricas, pérdidas de empleos y recortes salvajes en los niveles de vida.
Esa es una receta acabada para una intensificación de la lucha de clases y una feroz reacción política. Significa saltar de la sartén a un fuego muy caliente.
Además, una vez que la economía entre en la pendiente resbaladiza de la recesión, será difícil detener la espiral descendente de causa y efecto que termina en una profunda depresión, de la cual les resultará muy difícil salir.
El mundo entero se enfrentará así a un período prolongado de estancamiento económico y de caída del nivel de vida, con consecuencias sociales y políticas explosivas. En otras palabras, bajo el sistema capitalista todos los caminos conducen a la ruina.
Leña al fuego
Es imposible precisar el ritmo de los acontecimientos. Hay demasiados elementos accidentales en esta ecuación. Pero hay una serie de cosas que podemos decir con certeza. En particular, todo esto inevitablemente tendrá un impacto en la conciencia.
Ese es sobre todo el caso de la crisis del coste de la vida. Para muchas personas, esta es una cuestión de vida o muerte. Ese es particularmente el caso en África, Asia y América Latina. Pero estos efectos no se limitan de ninguna manera a los países atrasados. Se sienten cada vez más en los países capitalistas avanzados de Europa y América del Norte.
De repente, las masas en Europa en particular se encuentran frente a una verdadera pesadilla de colapso de los niveles de vida: los salarios, que estaban contenidos en niveles muy bajos, han sido llevados a nuevos mínimos sin precedentes por la inflación rugiente. Las pensiones y los ahorros se han devaluado rápidamente. Las familias se enfrentan al doloroso dilema de elegir entre calentar sus hogares o alimentar a sus hijos.
Los ancianos, los enfermos y las personas más vulnerables de la sociedad están ahora en peligro mortal en la medida que los gobiernos recortan los gastos en servicios sociales. Y por primera vez en muchas décadas, la clase media se enfrenta a la ruina.
Las pequeñas empresas están siendo llevadas a la bancarrota por una combinación venenosa de inflación, aumento de las tasas de interés, alquileres y pagos de hipotecas. Y a medida que se afiance la recesión, el cierre de fábricas significará un fuerte aumento del desempleo y una caída de la demanda, lo que provocará más quiebras.
La crisis que enfrentan los capitalistas es demasiado profunda, las contradicciones demasiado grandes para ser resueltas sobre una base capitalista. No pueden repetir las políticas monetarias del período anterior.
Han gastado todas sus municiones intentando resolver la última crisis. Además, esas tácticas son las responsables de crear la enorme montaña de deuda que se cierne sobre el mundo como una avalancha amenazante.
Ahora se verán obligados a dar bandazos de una crisis a otra, sin las armas necesarias para hacerles frente. De una forma u otra, tarde o temprano, las deudas tienen que ser pagadas. Y la factura se presentará a los que menos pueden pagar.
Pero esto, a su vez, está echando gasolina al fuego de la lucha de clases. Tras un largo período de caída de los niveles de vida, la paciencia con la austeridad se ha agotado y los intentos de imponer nuevas medidas de austeridad provocarán una resistencia feroz.
Todo esto presenta un panorama alarmante para la clase dominante. Ya se ha iniciado un fermento generalizado y un cuestionamiento general del orden establecido. Existe el potencial no solo de una reacción violenta de los trabajadores en todas partes, sino también de una reacción masiva contra el mercado, el sistema capitalista y todas sus obras entre amplias capas de la sociedad.
Economía mundial
Durante muchos meses las páginas de la prensa financiera se han llenado de los pronósticos más pesimistas. Crece la sensación de que el orden mundial se está poniendo patas arriba a medida que la globalización se convierte en su opuesto y la vieja estabilidad se fractura por la guerra en Ucrania y el caos resultante en el mercado energético.
Los temores de los estrategas del capital quedaron reflejados en un discurso en la Universidad de Georgetown pronunciado por Kristalina Georgieva, actualmente directora gerente del FMI. Advirtió que:
“El viejo orden, caracterizado por la adherencia a las reglas globales, bajas tasas de interés y baja inflación, está dando paso a uno en el que ‘cualquier país puede ser desviado de su curso más fácilmente y con mayor frecuencia’.
“Estamos experimentando un cambio fundamental en la economía global, de un mundo de relativa previsibilidad … a un mundo con más fragilidad: mayor incertidumbre, mayor volatilidad económica, confrontaciones geopolíticas y desastres naturales más frecuentes y devastadores”.
Los mercados financieros del mundo ofrecen una indicación clara de la profundidad de la crisis. Según The Economist:
“Los alborotos en los mercados son de una magnitud que no se ha visto en una generación. La inflación mundial es de dos dígitos por primera vez en casi 40 años. Habiendo tardado en responder, la Reserva Federal ahora está aumentando las tasas de interés al ritmo más rápido desde la década de 1980, mientras que el dólar está en su punto más fuerte durante dos décadas, causando caos fuera de Estados Unidos. Si tienes una cartera de inversiones o una pensión, este año ha sido espantoso. Las acciones globales han caído un 25 por ciento en dólares, el peor año desde al menos la década de 1980, y los bonos del gobierno están en camino de su peor año desde 1949. Junto con unos 40 billones de dólares de pérdidas, existe la sensación de malestar de que el orden mundial se está desmoronando a medida que la globalización da marcha atrás y el sistema energético se fractura después de la invasión de Ucrania por parte de Rusia”.
Este nerviosismo en los mercados es un barómetro certero del hundimiento de la confianza de los inversores, que ven cómo los nubarrones se ciernen sobre la economía mundial.
Imparable subida del dólar
Gran parte del problema es la imparable subida del dólar. Más que una expresión de confianza en la solidez de la economía estadounidense, esto es una indicación del grado de pánico que se apodera de los mercados.
El dólar ha subido considerablemente, en parte porque la Fed está subiendo las tasas, pero también porque los inversores se están alejando del riesgo. Los inversionistas nerviosos buscan un refugio seguro para su dinero e imaginan que lo han encontrado en el todopoderoso dólar.
Pero el dólar en alza es en sí mismo un factor en la crisis de los mercados monetarios del mundo, aplastando a todos los demás en su abrazo de hierro. Es fuera de Estados Unidos donde los efectos financieros del endurecimiento monetario de la Fed tienen sus efectos más severos y dañinos. Como el Financial Times señaló
“Lo llamemos como lo llamemos, las víctimas del dólar fuerte tienen un culpable en mente: la Reserva Federal”.
De hecho, la Reserva Federal de EE. UU., hasta el último momento, tuvo una indiferencia relajada, más bien se podría decir supina, hacia la inflación, que, de acuerdo con la norma aceptada, supuestamente había sido vencida.
Pero cuando la luz roja comenzó a parpadear violentamente, la Reserva Federal se vio repentinamente presa del pánico, impulsando un aumento de tipo de interés tras otro, a pesar de que esto equivalía a pisar bruscamente los frenos del automóvil.
Las subidas de tipos de la Fed estaban empujando a la propia economía estadounidense a una recesión. Esa era precisamente la intención. Todos los indicadores son negativos. Los precios de la vivienda están cayendo, los bancos están despidiendo personal y FedEx y Ford, dos referentes económicos, han emitido advertencias sobre ganancias. Es solo cuestión de tiempo antes de que la tasa de desempleo comience a aumentar.
La subida irresistible del dólar estadounidense se convierte inmediatamente en un importante factor desestabilizador. Los inversionistas internacionales están alarmados ante la perspectiva de que la Reserva Federal de los Estados Unidos aumente las tasas de interés de manera tan agresiva que la economía más grande del mundo caiga en recesión Esto agravará la recesión a la que otras economías importantes ya se enfrentan y arrastrará también al resto del mundo.
Sus temores están bien fundados. En todo el mundo, la subida del dólar está elevando el coste de las importaciones, así como el de los pagos de la deuda de los gobiernos, las empresas y los hogares que han tomado préstamos denominados en dólares. Todos los demás países se ven obligados a marchar al paso de la Reserva Federal de EE. UU., aumentando las tasas de interés a los niveles dictados por ella.
En toda Asia, los gobiernos se vieron obligados a aumentar los intereses y gastar sus reservas para resistir la depreciación de sus monedas. India, Tailandia y Singapur han intervenido en los mercados financieros para respaldar sus monedas. Excluyendo a China, las reservas de divisas de los mercados emergentes han caído más de 200.000 millones de dólares en el último año, según el banco JPMorgan Chase, la caída más rápida en dos décadas.
Esto tiene serias repercusiones, no solo económicas sino también políticas. China respondió proyectando su propia moneda como un medio alternativo de comercio, especialmente en el petróleo.
Enormes deudas gubernamentales
Las economías endeudadas de la eurozona han sido empujadas implacablemente al borde de la bancarrota. Ahora se encuentran en una posición aún peor que la que existía en la crisis de la deuda soberana hace una década.
Josep Borrell, jefe de política exterior de la UE, advirtió que la Fed estaba exportando la recesión de la misma manera que los dictados de Alemania posteriores a 2008 impusieron la crisis del euro.
“Gran parte del mundo está ahora en peligro de convertirse en Grecia”, se lamentó.
En Europa, la situación empeoró mucho cuando Gran Bretaña echó gasolina al fuego con una política fiscal temeraria, que provocó inmediatamente el pánico en los mercados financieros.
La necesidad se reveló a través de un accidente. La crisis en Gran Bretaña y las medidas de reducción de impuestos de la efímera administración Truss en octubre de 2022 actuaron como un catalizador, provocando el pánico en los mercados financieros, que fácilmente podría haberse extendido a todo el sistema monetario mundial.
Esto fue recibido con una mezcla de ira, incredulidad y alarma por parte de los mercados monetarios internacionales. En efecto, Liz Truss arrojó una granada de mano sobre un barril de TNT que estaba a punto de explotar a la menor sacudida.
El FMI lanzó un ataque mordaz contra el plan del Reino Unido de aplicar recortes de 45.000 millones de libras esterlinas en impuestos financiados con deuda pública. Funcionó. El gobierno de Truss se vio obligado a una humillante retirada. El ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, fue despedido y todo su presupuesto fue desechado. Poco después, la propia Truss fue expulsada de su cargo y los mercados se estabilizaron temporalmente. Pero el daño ya estaba hecho.
Una vez perdida, la credibilidad financiera es bastante difícil de restaurar, y la reputación de Gran Bretaña como potencia mundial ahora está en la alcantarilla. El Reino Unido, que anteriormente disfrutó de una calificación crediticia ejemplar, ahora ha sido degradado y se considera en el mismo nivel que Italia, agobiada por la deuda y propensa a las crisis.
Pero ese fue el resultado menos importante de este asunto. Las implicaciones se extendieron mucho más allá de las costas británicas.
El alarmante paralelo con de la década de 1930
Brexit fue la indicación más clara de las consecuencias del nacionalismo económico. Y la conducta del gobierno británico en este asunto sirvió como advertencia de sus peligrosas consecuencias.
El breve y ruinoso mandato de Liz Truss en Gran Bretaña demostró que pedir prestado mucho dinero en un momento de inflación y aumento de las tasas no es una opción. Pero, ¿Cuál es la alternativa?
Larry Summers, cuya alarma ante la situación actual ya mencionamos, fue citado en el Financial Times diciendo:
“La desestabilización provocada por los errores británicos no se limitará a Gran Bretaña”.
Y ese es el punto. Los precios de los bonos en países tan diferentes como EE. UU. e Italia se desviaron violentamente en respuesta a cada vuelta de tuerca de la intrincada historia que salía de Londres.
Eso no fue un accidente. Un colapso financiero en Londres, que, a
pesar del declive de Gran Bretaña, sigue siendo uno de los centros financieros más importantes del mundo, podría haber tenido el mismo efecto que la crisis de 1931, solo que en una escala mucho mayor.
Aunque generalmente se olvida ahora, la Gran Depresión en Europa fue provocada por el colapso del banco Creditanstalt de Viena en mayo de 1931, que inició un efecto dominó que se extendió rápidamente por los mercados financieros de Europa y más allá.
Este fue el detonante de la gran espiral deflacionaria en Europa entre 1931 y 1933. Y la historia puede repetirse fácilmente, sobre todo porque la economía mundial está mucho más integrada e interdependiente que entonces.
El factor ucraniano
La guerra en Ucrania se ha convertido ahora en un factor importante en las perspectivas mundiales. Sin embargo, para tener una idea clara de los problemas involucrados y cómo podrían desarrollarse, es necesario concentrar nuestra atención en los procesos fundamentales y no distraernos con la ruidosa guerra informativa o las inevitables vicisitudes en el campo de batalla.
Los principales medios de comunicación han repetido constantemente afirmaciones sobre la derrota de Rusia. Pero eso no encaja bien con los hechos conocidos.
El punto más importante es que esta es una guerra indirecta entre Rusia y el imperialismo estadounidense. Rusia no lucha contra un ejército ucraniano sino contra un ejército de la OTAN, es decir, el ejército de un Estado que no es formalmente miembro de esa alianza, pero que está financiado, armado, entrenado y equipado por la OTAN, que también le proporciona apoyo logístico e información vital.
“Política por otros medios”
Como se ha señalado, la guerra es sólo la continuación de la política por otros medios. La guerra actual terminará cuando se satisfagan los fines políticos de los actores clave o cuando uno o ambos bandos estén agotados y pierdan la voluntad de seguir luchando.
¿Cuáles son estos objetivos? Los objetivos bélicos de Zelensky no son ningún secreto. Dice que se no conformará con nada menos que la expulsión completa del ejército ruso de todas las tierras ucranianas, incluida Crimea.
Este punto de vista ha sido apoyado con entusiasmo por los halcones de la coalición occidental: los polacos, los suecos y los líderes de los Estados bálticos -que tienen sus propios intereses en mente- y, por supuesto, los chovinistas y belicistas de cabeza dura de Londres, que imaginan que Gran Bretaña, incluso en su actual estado de bancarrota económica, política y moral, sigue siendo una potencia importante a escala mundial.
Estas damas y caballeros trastornados han estado presionando a los ucranianos para que vayan aún más lejos, mucho más allá de lo que les gustaría a los estadounidenses. Su deseo más ardiente es ver al ejército ucraniano expulsar a los rusos, no solo del Donbás sino también de Crimea, provocando el derrocamiento de Putin y la derrota total y el desmembramiento total de la Federación Rusa (aunque no suelen hablar de esto en público).
Aunque hacen mucho ruido, ninguna persona seria presta la menor atención a las payasadas de los políticos de Londres, Varsovia y Vilnius. Como líderes de estados de segunda categoría que carecen de peso real en la balanza de la política internacional, siguen siendo actores de segunda categoría que nunca pueden desempeñar más que un papel menor en este gran drama.
Los Estados Unidos son los que pagan las cuentas y dictan todo lo que sucede. Y al menos los estrategas más sobrios del imperialismo yanqui saben que todo este delirio no es más que palabrería. Bajo ciertas condiciones, estados imperialistas menores pueden jugar un cierto papel en el desarrollo de los acontecimientos, pero en última instancia Washington es quien decide.
A pesar de todas las demostraciones públicas de bravuconería, los estrategas militares serios han entendido que es imposible que Ucrania derrote a Rusia. El general Mark A. Milley es el vigésimo presidente del Estado Mayor Conjunto, el oficial militar de más alto rango de los EE. UU. Por lo tanto, sus opiniones deben tomarse muy en serio cuando dice:
“Entonces, en términos de probabilidad, la probabilidad de una victoria militar ucraniana definida como expulsar a los rusos de toda Ucrania para incluir lo que definen o lo que el reclamo es Crimea, para – la probabilidad de que eso suceda pronto no es alta, militarmente”.
El punto más importante a comprender es que los objetivos de guerra de Washington no coinciden con los de los hombres en Kiev, que hace mucho tiempo entregaron su llamada soberanía nacional a su Jefe al otro lado del Atlántico, y que ya no decide nada por sí mismo.
El objetivo del imperialismo estadounidense no es, y nunca ha sido, defender una sola pulgada del territorio ucraniano o ayudar a los ucranianos a ganar una guerra, ni de ninguna otra manera.
Su objetivo real es muy simple: debilitar militar y económicamente a Rusia; para desangrarla y dañarla; matar a sus soldados y arruinar su economía, para que Rusia ya no ofrezca ninguna resistencia a la dominación estadounidense de Europa y el mundo.
Fue este objetivo el que los indujo a empujar a los ucranianos a un conflicto completamente innecesario con Rusia sobre la pertenencia a la OTAN. Habiendo empujado este conflicto, se sentaron y observaron el espectáculo de los dos bandos luchando, a una distancia segura de varios miles de millas.
Independientemente de todas sus protestas públicas, los hipócritas imperialistas son totalmente indiferentes a los sufrimientos del pueblo de Ucrania, a quienes consideran meros peones en el tablero de ajedrez local de su lucha por el poder con Rusia.
Y debe tenerse en cuenta que, hasta el día de hoy, Ucrania no ha sido admitida como miembro de la UE ni de la OTAN, que se suponía que era la cuestión central de todo el asunto. Esto no es un accidente.
El conflicto actual conviene a los intereses de Estados Unidos de muchas maneras. Ayuda a su objetivo de abrir una brecha entre Europa y Rusia, lo que pone a la primera aún más bajo su dominio. En este sentido, la guerra ya ha logrado algunos resultados. Los vínculos económicos de la UE y Rusia, en particular en relación a la energía se han roto de manera muy importante, lo que golpea significativamente la mayor economía de la UE, Alemania. El tráfico de gas natural a través del Báltico es ahora físicamente imposible por la voladura del gaseoducto Nord Stream por parte de agencias estatales. El alza de los costes energéticos permite a los EEUU presionar todavía más la industria de la UE, sobre todo la alemana. Los EEUU tienen el lujo de involucrar a su enemigo en una guerra en la que no participan soldados estadounidenses (al menos, en teoría), y todos los combates y las muertes corren a cargo de otros.
Si Ucrania fuera miembro de la OTAN, esto significaría que las tropas de combate estadounidenses terminarían en una guerra europea, luchando contra el ejército ruso. Por otra parte, importantes países europeos no tienen ni el interés ni la posibilidad de admitir a Ucrania en la UE. Esto significaría el equilibrio económico y político de la Unión, ya de por sí extremadamente frágil. No, mucho mejor dejar las cosas como están.
Cuando Zelensky se queja de que sus aliados occidentales no le envían todas las armas que necesita para ganar la guerra, no se equivoca. Los estadounidenses le envían las armas suficientes para que la guerra continúe, pero no las suficientes para lograr algo que se asemeje a una victoria decisiva. Esto está completamente en línea con los verdaderos objetivos de guerra de Estados Unidos.
Las sanciones han fracasado
Las sanciones impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania han sido un fracaso espectacular. De hecho, el valor de las exportaciones rusas creció desde el comienzo de la guerra.
Aunque el volumen de las importaciones de Rusia se desplomó como resultado de las sanciones, varios países (China, India, Turquía, pero también algunos que forman parte de la UE, como Bélgica, España y los Países Bajos) han aumentado su comercio con Rusia. Además, los altos precios del petróleo y el gas han compensado los ingresos que Rusia perdió debido a las sanciones. India y China han estado comprando mucho más de su crudo, aunque a un precio de descuento.
Así, la pérdida de ingresos resultante de las sanciones se ha visto compensada por el aumento del precio del petróleo y el gas en los mercados mundiales. Vladimir Putin continúa financiando sus ejércitos con las ganancias, mientras que Occidente se enfrenta a la perspectiva de inestabilidad energética en los próximos años, con facturas de energía altísimas y una creciente ira pública.
Debilitamiento del apoyo
La pregunta es: ¿qué bando se cansará primero de la guerra? Está claro que el tiempo no está del lado de Ucrania, ni desde el punto de vista militar ni político. Y en última instancia, este último pesará más en la balanza.
El invierno, en el que Europa sufrió una grave escasez de gas y electricidad, ha debilitado el apoyo público a la guerra en Ucrania. El clima más cáldio no será un alivio, ya que la atención se centra ahora en el problema imposible de volver a llenar las reservas de gas a tiempo para el próximo invierno, sin poder contar con el suministro ruso. Cada mes que continúan las sanciones, la preocupación por el siguiente invierno crece. El apoyo estadounidense tampoco puede darse por sentado. En público, los estadounidenses mantienen la idea de su apoyo inquebrantable a Ucrania, pero en privado no están nada convencidos del resultado. Entre bastidores, Washington ha estado presionando a Zelensky para que negocie con Putin.
En la práctica, sin embargo, el éxito de la ofensiva ucraniana de septiembre de 2022 y la retirada rusa de Kherson complicaron la situación en el tablero diplomático.
Por un lado, Zelensky y las fuerzas rabiosamente nacionalistas y abiertamente fascistas en el aparato del estado estaban hinchados con sus inesperados logros y deseaban llegar mucho más lejos. Por otro lado, los reveses militares representaron un golpe humillante para Putin, que llegó a la conclusión de que tenía que intensificar su “operación militar especial”. Así pues, ninguna de las partes está dispuesta a negociar nada significativo por el momento. Pero eso cambiará.
La demagogia de Zelensky, repitiendo constantemente que nunca cederá ni una pulgada de tierra, está claramente diseñada para presionar a la OTAN y al imperialismo estadounidense; insistiendo en que los ucranianos lucharán hasta el final, siempre a condición de que Occidente siga enviando enormes cantidades de dinero y armas.
A Biden le gustaría prolongar el conflicto actual para debilitar y socavar a Rusia. Pero no a cualquier precio, y menos si ello implica un enfrentamiento militar directo con Rusia. Mientras tanto, encuesta tras encuesta muestran que el apoyo de la guerra en Ucrania en la opinión pública occidental, está declinando lentamente.
¿Guerra nuclear?
La insinuación de Putin de que podría considerar el uso de armas nucleares fue casi con toda seguridad un farol, pero causó alarma en la Casa Blanca. En un discurso en un acto de recaudación de fondos en Nueva York, Biden afirmó que el presidente ruso “no bromeaba” sobre el “posible uso de armas nucleares tácticas o armas biológicas o químicas porque su ejército está, podría decirse, significativamente por debajo de sus posibilidades”.
A raíz de la amenaza nuclear, empezaron a celebrarse negociaciones secretas entre Washington y Moscú. Esto fue el beso de la muerte para el bando ucraniano, que cada vez estaba más desesperado y buscaba cualquier excusa para llevar a cabo una provocación con la que esperaban arrastrar finalmente a la OTAN a participar directamente en la guerra.
Esto subraya los peligros implícitos si se permite que la guerra continúe. Hay demasiados elementos incontrolables en juego, que podrían dar lugar al tipo de espiral descendente que podría desembocar en una guerra real entre la OTAN y Rusia.
El peligro de este tipo de acontecimientos se puso de manifiesto en noviembre de 2022, cuando el mundo quedó conmocionado al escuchar la declaración del presidente de Polonia de que su país había sido alcanzado por misiles de fabricación rusa, y los medios de comunicación occidentales afirmaron que Rusia estaba detrás de ello.
Esa mentira quedó pronto al descubierto cuando el propio Pentágono reveló que el misil que alcanzó una instalación de grano polaca en una granja cercana al pueblo de Przewodow, cerca de la frontera con Ucrania, fue disparado por el ejército ucraniano.
La OTAN y los polacos se apresuraron a explicar que todo había sido “un lamentable accidente”. Pero a pesar de que el proyectil era un misil anti aéreo S-300 con un alcance muy limitado que difícilmente podía haber sido disparado por Rusia, Zelensky mintió descaradamente e insistió que había sido un ataque deliberado desde Rusia. Esperaba que le diera dado una poderosa palanca para exigir más armas y dinero. Y en el mejor de los casos (desde su punto de vista) podría empujar a la OTAN a tomar medidas de represalia contra Rusia, con interesantes consecuencias.
Si ese incidente hubiera servido para empujar a la OTAN a actuar contra Rusia, podría haber desencadenado una imparable cadena de acontecimientos que podría haber desembocado en una guerra total. No cabe la menor duda de que a Zelensky le vendría muy bien que la OTAN entrara en guerra y sacara así sus castañas calientes del fuego.
Una conflagración general europea habría sido una pesadilla para millones de personas. Pero para Zelensky y su camarilla habría sido la respuesta a todas sus plegarias. Naturalmente, sería imposible que los americanos se mantuvieran al margen, calentándose las manos en las llamas.
Tendría que haber tropas americanas sobre el terreno. Excelente noticia desde el punto de vista del régimen de Kiev, pero en absoluto desde el de la Casa Blanca y el Pentágono. ¡Se suponía que eso no formaba parte del guión!
Los estadounidenses no tienen ninguna intención de llevar las cosas tan lejos. Una confrontación directa entre la OTAN y Rusia, con todas sus implicaciones nucleares, será evitada a toda costa por ambos bandos. Precisamente por eso, los estadounidenses tienen abiertos varios canales, para evitar cualquier posibilidad de que se produzcan acontecimientos tan incontrolados. De hecho, se esfuerzan por poner límites definitivos a la guerra actual y abrir el camino hacia las negociaciones.
Estados Unidos pide conversaciones
A los estrategas militares serios de Washington no se les escapa la realidad de la situación. El general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, llamó a Zelensky a que iniciara conversaciones con Rusia.
Milley dijo que puede haber una oportunidad de negociar el fin del conflicto siempre y cuando las líneas del frente se estabilicen durante el invierno:
“Cuando haya una oportunidad de negociar, cuando se pueda alcanzar la paz, aprovéchenla”, dijo Milley. “Aprovechen el momento”.
Pero si las negociaciones nunca llegan a materializarse o fracasan, Milley afirma que Estados Unidos seguiría armando a Ucrania, aunque la victoria militar absoluta de cualquiera de los dos bandos parece cada vez más improbable.
“Tiene que haber un reconocimiento mutuo de que la victoria militar es probablemente, en el verdadero sentido de la palabra, tal vez no alcanzable por medios militares, y por lo tanto hay que recurrir a otros medios”, dijo.
Esta es la auténtica voz del imperialismo estadounidense. Y esto, y no las declaraciones retóricas de Zelensky, es lo que determina en última instancia el destino de Ucrania.
Washington siempre se ha mostrado reacio a suministrar a Kiev el tipo de armamento avanzado que ha estado solicitando. Su intención es enviar una señal a Moscú de que Estados Unidos no está dispuesto a suministrar armas que podrían intensificar el conflicto, creando la posibilidad de un enfrentamiento militar directo entre Rusia y la OTAN.
También es una advertencia a Zelensky de que había límites definitivos a la voluntad de EE.UU. de seguir pagando la factura de una guerra cara sin un final claro a la vista.
Cansancio ucraniano
Durante el primer mes de guerra, los ucranianos se mostraron dispuestos a negociar con Rusia. Desde entonces, Zelensky ha rechazado por completo la idea de negociar. Ha dicho en repetidas ocasiones que Ucrania solo está dispuesta a entablar negociaciones con Rusia si sus tropas abandonan todas las partes de Ucrania, incluidas Crimea y las zonas orientales del Donbás, controladas de facto por Rusia desde 2014, y si los rusos que han cometido crímenes en Ucrania se enfrentan a juicio.
Zelensky también dejó claro que no mantendría negociaciones con los actuales dirigentes rusos. Incluso firmó un decreto en el que especificaba que Ucrania solo negociaría con un presidente ruso que haya sucedido a Vladimir Putin.
Estas desafiantes declaraciones causaron gran irritación en Washington. El Washington Post reveló que funcionarios estadounidenses han advertido en privado al gobierno ucraniano de que la “fatiga ucraniana” entre los aliados podría empeorar si Kiev sigue sin negociar con Putin.
Los funcionarios declararon al periódico que la postura de Ucrania en las negociaciones con Rusia está cansando a los aliados, preocupados por los efectos económicos de una guerra prolongada.
En el momento de redactar este artículo, Estados Unidos había concedido a Ucrania 65.000 millones de dólares en ayudas y estaba dispuesto a dar más, afirmando que apoyaría a Ucrania “todo el tiempo que fuera necesario”. Sin embargo, los aliados en algunas partes de Europa, por no hablar de África y América Latina, están preocupados por la tensión que la guerra está ejerciendo sobre los precios de la energía y los alimentos, así como sobre las cadenas de suministro. “La fatiga por Ucrania es algo real para algunos de nuestros socios”, afirmó un funcionario estadounidense.
Naturalmente, los estadounidenses no pueden admitir públicamente que estén presionando a Zelensky. Al contrario, mantienen una apariencia de firme solidaridad con Kiev. Pero en realidad, están apareciendo serias grietas en la fachada.
Para los dirigentes ucranianos, la aceptación de la petición estadounidense significaría una humillante retirada tras tantos meses de retórica beligerante sobre la necesidad de una derrota militar decisiva contra Rusia para garantizar la seguridad de Ucrania a largo plazo.
La sucesión de éxitos en el campo de batalla, primero en la región nororiental de Kharkiv y después con la toma de Kherson, animó a Zelensky a creer en la posibilidad de una “victoria final”. Pero los estadounidenses conocen mejor la realidad y saben muy bien que el tiempo no está necesariamente del lado de Ucrania.
¿Corre Putin peligro de ser derrocado?
La maquinaria propagandística occidental repite constantemente que Putin será derrocado pronto por el pueblo ruso, cansado de la guerra. Pero eso no son más que ilusiones. Se basan en un error fundamental. De hecho, Putin ha utilizado con éxito la guerra para atajar la creciente lucha de clases y el descontento de las masas. Junto con el aumento de la represión, esto ha proporcionado al régimen un respiro temporal. En la actualidad, Putin sigue contando con una amplia base de apoyo, que ha alcanzado nuevos niveles en los últimos meses. No corre peligro inmediato de ser derrocado.
No existe un movimiento antibelicista significativo en Rusia y el que hay está liderado y dirigido por los elementos burgueses-liberales. Esa es precisamente su principal debilidad. Los trabajadores echan un vistazo a las credenciales pro occidentales de estos elementos y se apartan, maldiciendo.
La guerra cuenta con el apoyo de la mayoría, aunque algunos tengan dudas. La imposición de sanciones y el flujo constante de propaganda antirrusa en Occidente, y el hecho de que la OTAN y los estadounidenses estén suministrando armas modernas a Ucrania, confirma la sospecha de que Rusia está siendo asediada por sus enemigos. Algo que el régimen utiliza para unir a la población en torno a sí.
En su propaganda de guerra, Vladimir Putin intenta invocar el recuerdo de la lucha soviética contra la Alemania nazi y el odio que el pueblo ruso siente desde hace mucho tiempo por el imperialismo occidental, que mezcla con el reaccionario chovinismo gran ruso. Enmarca la guerra de Ucrania como una guerra contra el imperialismo occidental, por la desnazificación del régimen de Kiev y por la defensa de la minoría rusoparlante de Ucrania. Todo esto es, por supuesto, pura demagogia.
No hay absolutamente nada progresista en el régimen de Putin. No es ni antiimperialista, ni antifascista, ni amigo de los trabajadores. No es ningún secreto, por ejemplo, que unidades con claras simpatías neonazis y de extrema derecha operan abiertamente como parte del ejército ruso, en particular en la PMC Wagner.
Con el partido comunista ruso adoptando una postura traicionera, nacionalista y patriótica y proporcionando una cobertura de izquierdas al nacionalismo gran ruso de Putin, los trabajadores rusos no encuentran ninguna alternativa política que represente sus intereses en oposición al régimen y su guerra.
La única presión sobre Putin no procede de ningún movimiento antibélico, sino, por el contrario, de los nacionalistas rusos y otros que quieren que la guerra prosiga con mayor fuerza y determinación. Sin embargo, si la guerra se prolonga durante algún tiempo sin pruebas significativas de un éxito militar ruso, eso puede cambiar.
A principios de noviembre, más de 100 reclutas de la república rusa de Chuvash organizaron una protesta en Ulyanov Oblast porque no habían recibido los pagos prometidos por Putin.
Un pequeño síntoma, sin duda. Pero si el conflicto actual se prolonga, podría multiplicarse a una escala mucho mayor, lo que supondría una amenaza, no sólo para la guerra, sino para el propio régimen.
Un síntoma aún más significativo son las protestas de las madres de los soldados muertos en Ucrania. Éstas son todavía de pequeño tamaño y se concentran principalmente en repúblicas orientales como Daguestán, donde los altos niveles de desempleo hicieron que un gran número de jóvenes se presentaran voluntarios para el ejército.
Si la guerra continúa y aumenta el número de muertos, es posible que veamos protestas de madres en Moscú y Petersburgo, que Putin no podrá ignorar y será incapaz de reprimir. Esto marcaría sin duda un cambio en toda la situación. Pero aún no se ha materializado.
Las reservas de Rusia
Al oponerse a la guerra desde su inicio, los marxistas rusos han adoptado una postura de principios en condiciones extremadamente difíciles de represión y bajo un aluvión de propaganda estatal. Su tarea es, ante todo, desenmascarar la demagogia de Putin, que no es más que una tapadera de los intereses reaccionarios de los oligarcas capitalistas, el principal enemigo de los trabajadores y los pobres rusos.
Al mismo tiempo, deben oponerse al imperialismo occidental, así como a los liberales expatriados pro-Kiev y a los llamados medios de comunicación independientes que actúan como sus portavoces en Rusia. Ir contra la corriente y mantener una posición de clase independiente hoy preparará a los marxistas rusos para dar enormes pasos adelante una vez que la marea empiece a cambiar.
Aunque la revolución está inmediatamente en el orden del día, la guerra está sin duda agitando las cosas en lo más profundo del proletariado y preparando enormes convulsiones sociales en el futuro.
El objetivo declarado de Rusia era “impedir el ingreso en la OTAN y desmilitarizar y desnazificar Ucrania”, también Putin quería un gobierno neutral o prorruso en Kiev. En efecto, eso significaría eliminar a Ucrania como Estado nacional independiente.
Pero Putin claramente calculó mal y los rusos no tenían fuerzas suficientes para lograr estos objetivos. Incluso la tarea de mantener sus avances en Donbás resultó difícil, como demostró claramente la ofensiva ucraniana de principios de septiembre.
Pero los fracasos en el frente actuaron como el estímulo necesario para reajustar. Se tomaron medidas para movilizar las fuerzas necesarias.
Rusia llevó a cabo una movilización masiva. El envío de 300.000 soldados rusos frescos al frente cambiará drásticamente el equilibrio de fuerzas.
El argumento frecuentemente repetido de que a los rusos les faltan municiones es totalmente falso. Rusia tiene una industria armamentística grande y poderosa. Dispone de considerables reservas de armas y municiones.
Es cierto que sus reservas de los misiles más modernos de precisión milimétrica son limitadas y se agotarán. Pero no hay escasez de otros misiles, que son perfectamente adecuados para actividades normales en el campo de batalla.
Mientras tanto, los rusos siguen pulverizando con artillería, cohetes, drones y misiles objetivos en toda Ucrania, destruyendo centros de mando militar, nudos de transporte e infraestructuras, lo que dificultará seriamente el movimiento de tropas y armas hacia el.
¿Ahora que?
El dicho de Napoleón de que la guerra es la más compleja de todas las ecuaciones conserva toda su fuerza. La guerra es un cuadro en movimiento con muchas variantes imprevisibles y escenarios posibles.
El éxito de la ofensiva ucraniana en septiembre de 2022 y, posteriormente, la retirada rusa de la parte occidental de Kherson parecieron confirmar la variante que la maquinaria propagandística occidental ha presentado con confianza desde el comienzo de las hostilidades.
Sin embargo, debemos cuidarnos de las conclusiones impresionistas extraídas de un número limitado de acontecimientos. El resultado de las guerras rara vez se decide en una sola batalla, o incluso en varias.
La pregunta es: ¿esta victoria, o ese avance, alteraron materialmente el equilibrio subyacente de fuerzas, que es lo único que puede determinar el resultado final? Estas cuestiones fundamentales aún están por determinar. Son posibles diferentes resultados, dependiendo de cómo se desarrollen las condiciones tanto en Rusia como en Ucrania y entre sus amos occidentales.
Rusia ha estado acumulando fuerzas en el Este, reforzando su presencia militar en Bielorrusia e intensificando sus bombardeos aéreos tanto sobre objetivos militares como sobre la ya debilitada infraestructura ucraniana.
Esta degradación de las infraestructuras ha llegado al punto de que incluso se habla de evacuar las principales ciudades -incluida Kiev-, que se están volviendo inhabitables como consecuencia de la interrupción del suministro de energía y agua.
Es difícil determinar en qué momento esta destrucción empezará a minar la voluntad de resistencia. La experiencia histórica indica que los bombardeos aéreos por sí solos nunca pueden ganar guerras.
De hecho, a corto plazo, tendrá el efecto contrario, acentuando el odio al enemigo y aumentando el espíritu de resistencia. Pero todo tiene un límite. A partir de cierto punto, se instala un sentimiento general de cansancio de la guerra y se debilita la voluntad de seguir luchando.
Hasta ahora, los ucranianos han demostrado un notable nivel de resistencia. Pero no está claro cuánto tiempo podrá mantenerse la moral tanto de la población civil como de los soldados en el frente.
Pero tan pronto como comience un clamor por la paz, estallarán serias divisiones en la capa dirigente de Kiev entre los nacionalistas de derechas, que desean luchar hasta el amargo final, y los elementos más pragmáticos, que ven que una mayor resistencia sólo conducirá a la destrucción total de Ucrania y que algún tipo de acuerdo negociado es la única salida.
Cualquiera que sea el resultado, no se puede hablar de una vuelta al statu quo en Europa. Ha nacido un nuevo período de extrema inestabilidad, guerras, guerras civiles, revoluciones y contrarrevoluciones.
Relaciones mundiales
El mundo está experimentando cambios que se asemejan a los dramáticos desplazamientos de las placas tectónicas en geología. Estos desplazamientos siempre van acompañados de terremotos.
Estos cambios políticos y diplomáticos tienen el mismo efecto. Ya antes de la guerra, el retroceso de la globalización y el consiguiente auge del nacionalismo económico habían provocado la agudización de los conflictos entre las distintas potencias.
Pero el conflicto ucraniano exacerbó enormemente todas las tensiones y profundizó todas las contradicciones. Como consecuencia de todo ello, estamos asistiendo a un profundo cambio en las relaciones mundiales.
El signo más evidente de ello es el hecho de que China se ha acercado mucho más a Rusia, ya que ambas compiten con el imperialismo estadounidense. El papel de China en la guerra de Ucrania se ha enmascarado bajo el pretexto de abogar por una “paz negociada”. Para la clase dominante china, esta guerra es una perturbación inoportuna de las beneficiosas relaciones comerciales que ha construido durante los últimos 30 años, ya que no se siente preparada todavía para enfrentarse frontalmente a su rival estadounidense.
Sin embargo, detrás de este supuesto pacifismo hay una clara línea roja: la inadmisibilidad de una desestabilización de la Federación Rusa como resultado de una derrota militar. Tal derrota ampliaría la influencia del imperialismo estadounidense y haría perder a China un valioso socio en su conflicto estratégico con Estados Unidos y sus aliados. Está claro que sin la ayuda china para eludir las sanciones occidentales, Rusia se encontraría en una situación mucho peor en lo que respecta a la conducción de la guerra.
Rusia
Rusia es una potencia imperialista regional. Pero su posesión de enormes reservas de petróleo, gas y otras materias primas, su sólida base industrial y su avanzado complejo militar-industrial, junto con su poderoso ejército y su arsenal de armas nucleares, se combinan para darle un alcance mundial que la pone en colisión con el imperialismo estadounidense.
Históricamente, Ucrania estaba plenamente integrada en la economía de la Unión Soviética. Tras la restauración capitalista, estos vínculos económicos se mantuvieron, convirtiendo a Ucrania en un activo económico clave para el capitalismo ruso. También existen vínculos culturales y geográficos que forman parte integrante de la ideología reaccionaria del chovinismo gran ruso. Los oligarcas rusos ven en el control occidental del régimen de Kiev una amenaza económica, política y militar directa. Detrás de la propaganda estatal rusa, la camarilla del Kremlin esconde su estrecho interés en retomar el control sobre Ucrania y subyugarla para sus propios fines.
Washington ve a Rusia como una amenaza para sus intereses globales, especialmente en Europa. El antiguo odio y recelo hacia la Unión Soviética no desapareció con el colapso de la URSS. Joe Biden es un excelente ejemplo de la generación de rusófobos que quedó de los años de la Guerra Fría.
Tras el colapso de la URSS, los estadounidenses aprovecharon el caos de los años de Yeltsin para afirmar su dominio a escala mundial. Intervinieron en zonas antes dominadas por Rusia, algo que nunca se habrían atrevido a hacer en la época soviética.
Primero intervinieron en los Balcanes, acelerando la desintegración de la antigua Yugoslavia. Las criminales invasiones de Irak y Afganistán fueron seguidas de una intervención infructuosa en la guerra civil siria, que les hizo chocar con Rusia.
Todo el tiempo, continuaron expandiendo su control sobre Europa del Este, ampliando la OTAN mediante la inclusión de antiguos satélites soviéticos como Polonia y los Estados bálticos. Esto supuso un incumplimiento directo de las promesas hechas en repetidas ocasiones por Occidente de que la OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el este.
Esto llevó a una alianza militar hostil hasta las mismas fronteras de la Federación Rusa. Pero al intentar atraer a Georgia a la órbita de la OTAN, cruzaron una línea roja. La clase dominante en Rusia se sintió humillada y amenazada y utilizó la fuerza militar para disciplinar a los georgianos.
La invasión de Ucrania pretendía mostrar a los estadounidenses que Rusia estaba mostrando sus músculos y respondía al imperialismo estadounidense y a la OTAN.
Estados Unidos y Europa
Estados Unidos está utilizando el conflicto de Ucrania para perseguir su objetivo de obligar a los europeos a cortar sus lazos con Rusia y reforzar así el control del imperialismo estadounidense sobre toda Europa.
Antes de esto, la clase dominante alemana estaba, de hecho, utilizando sus vínculos con Rusia como palanca para asegurar al menos una independencia parcial frente a los EE.UU..
Su otra palanca principal era su dominio de facto de la Unión Europea, que esperaba construir como un bloque de poder alternativo, capaz de perseguir sus propios objetivos e intereses en un escenario global.
Las tensiones entre Estados Unidos y Europa son cada vez mayores, y de hecho se han visto exacerbadas por la guerra de Ucrania, aunque ésta solo podía tapar las grietas temporalmente. Estas tensiones han vuelto a salir a la superficie en la reciente ley proteccionista de infraestructura de los EEUU, que aumenta la presión sobre la producción industrial en la UE.
Las tensiones de Estados Unidos con Europa no son nuevas. Surgieron durante la guerra de Irak y, más recientemente, en torno a las relaciones con Irán. Los líderes de Francia y Alemania siempre desconfiaron de las estrechas relaciones de Estados Unidos con Gran Bretaña, a la que consideraban, con razón, un caballo de Troya estadounidense dentro del campo europeo.
Los franceses, que nunca ocultaron sus propias ambiciones de dominar Europa, fueron tradicionalmente más elocuentes en su retórica antiestadounidense. Los alemanes, que en realidad eran los verdaderos amos de Europa, se mostraban más circunspectos, prefiriendo la realidad del poder a la fanfarronería vacía.
Los estadounidenses no se dejaron engañar. Consideraban a Alemania, y no a Francia, como su principal rival, y Trump en particular no ocultaba su extrema desconfianza y aversión hacia Berlín.
Para asegurarse su independencia de Washington, los capitalistas alemanes entablaron una estrecha relación con Moscú. Esto enfureció a sus “aliados” al otro lado del Atlántico, pero les proporcionó considerables beneficios en forma de suministros baratos y abundantes de petróleo y gas.
Privarse de estos suministros es un precio muy alto a pagar por mantener contentos a los estadounidenses. Con Angela Merkel, Alemania preservó celosamente su papel independiente. Hizo falta una guerra en Ucrania para que Alemania se alineara, al menos por el momento.
Los burgueses Verdes se han desenmascarado como los más fervientes defensores del imperialismo estadounidense.
Pero tras la fachada de “unidad frente a la agresión rusa”, las diferencias persisten. Eso quedó claro en una caricatura que circula sobre dos mujeres, una estadounidense y otra europea. La segunda anuncia orgullosa a la primera: “Estaré encantada de morir congelada para ayudar a Ucrania”, a lo que la estadounidense responde con una sonrisa: “¡Y yo también estaré encantada de que te congeles!”.
En realidad, Estados Unidos está utilizando el pretexto de la guerra para reforzar su control sobre Europa. De momento, lo ha conseguido. Pero no está nada claro cuánto durará la paciencia de los alemanes y otros europeos. Las contradicciones que esto genera sólo se pondrán de manifiesto cuando se resuelva el asunto ucraniano.
Los EE.UU. y China
En la década de 1920, en una brillante predicción, Trotsky afirmó que el centro de la historia mundial había pasado del Mediterráneo al Atlántico, y estaba destinado a pasar del Atlántico al Pacífico. Esta predicción se está convirtiendo en un hecho ante nuestros propios ojos.
El conflicto entre Estados Unidos y Rusia se desarrolla principalmente (aunque no del todo) en Europa. Pero el conflicto entre China y Estados Unidos se desarrolla principalmente en el Pacífico. A largo plazo, esta última región desempeñará un papel mucho más decisivo en la historia mundial que los Estados de segunda fila de Europa, que han entrado en un largo periodo de declive histórico.
Los acontecimientos en el campo de batalla del Pacífico tendrán sin duda importantes repercusiones mundiales en el futuro. Las tensiones entre ambos países son cada día mayores. Tanto Demócratas como Republicanos no ocultan que consideran a China su principal y más peligroso adversario.
Estados Unidos está en un camino que conduce a una guerra comercial con China. Ha endurecido aún más sus restricciones a la exportación de tecnología a China.
Los estrategas burgueses especulan con que China se separará de Rusia. Pero eso no son más que ilusiones. En las condiciones actuales, no hay manera de que China se aleje de Rusia, o viceversa, porque se necesitan mutuamente para hacer frente al poder del imperialismo estadounidense.
En la actualidad, el conflicto entre EE.UU. y China se centra en la cuestión de Taiwán. La guerra en Ucrania tuvo inmediatamente el efecto de colocar la cuestión de Taiwán en la agenda de la política internacional. Hace tiempo que Pekín dejó claro en términos inequívocos que considera a Taiwán parte inalienable de China.
Pero al apoyar a las fuerzas nacionalistas taiwanesas, reforzar la ayuda militar y obstaculizar el acceso de China al mercado taiwanés, los estadounidenses están aumentando las tensiones en torno a la isla. Al mismo tiempo, sin embargo, Estados Unidos mantiene una política de “ambigüedad estratégica”, es decir, preserva el apoyo al status quo en Taiwán porque sabe que alejarse del mismo podría desembocar en una desastrosa confrontación militar.
La visita no oficial de Nancy Pelosi a la isla fue un acto extremadamente insensato, una provocación sin sentido que fue vista con consternación por los representantes más serios del imperialismo estadounidense y por aliados de los EEUU en Asia, que no quieren verse obligados a elegir bandos en una guerra comercial, y mucho menos en una guerra real.
Incluso Joe Biden, que no es famoso por su perspicacia intelectual, podía ver que provocaría una respuesta inmediata de China. Y así fue. Pekín intensificó la presión con maniobras navales y aéreas alrededor de la isla. La guerra verbal entre los dos países fue subiendo de tono.
Pero, en realidad, ninguna de las partes está ansiosa por llegar a un enfrentamiento militar. Una intervención armada de EE.UU. se enfrentaría a enormes problemas logísticos, y Xi Jinping está más preocupado por mantener la estabilidad interna que por involucrarse en aventuras militares. Después de haberse asegurado la ‘reelección’ en el 20 congreso del PCCh, Xi ha adoptado un tono más conciliatorio en relación a Taiwán y los EEUU.
Sólo una crisis muy grave dentro de China, que amenazara con derribar el régimen, o una declaración de independencia taiwanesa respaldada por EE.UU., podrían inclinar la balanza a favor de una aventura de este tipo. Pero eso no es algo que esté inmediatamente en el orden del día.
Así pues, el difícil equilibrio actual entre China, Estados Unidos y Taiwán se mantendrá durante algún tiempo, con sus inevitables altibajos. Pero la lucha titánica por la supremacía entre EE.UU. y China crecerá hasta abarcar toda Asia, con las consecuencias más trascendentales para todo el planeta.
Estados Unidos, Arabia Saudí y Rusia
La guerra de Ucrania también abrió conflictos entre EE.UU. y países que antes se consideraban aliados cercanos. Estados Unidos está enfadado porque muchas naciones siguen comerciando con Rusia, socavando así las sanciones impuestas por Estados Unidos. China está desobedeciendo abiertamente los deseos de Estados Unidos, y no se puede hacer mucho para impedirlo.
Pero India, que se supone que es amiga de Estados Unidos, también está comprando enormes cantidades de petróleo ruso a precios de saldo y vendiéndolo a Europa con un lucrativo margen de beneficio. Joe Biden echa humo y Modi se limita a encogerse de hombros. Después de todo, el petróleo ruso es tan barato…
Puede que sea barato para India y China, pero la escasez mundial de petróleo ha hecho subir los precios del mercado, lo que beneficia a Rusia, como ya hemos explicado.
Por eso han aumentado las tensiones entre Arabia Saudí, el mayor exportador de crudo del mundo, y Estados Unidos, el mayor consumidor mundial. Haciendo caso omiso de la petición de Biden de aumentar la producción de petróleo para hacer bajar los precios mundiales del crudo, Riad llegó a un acuerdo con Moscú para introducir recortes en la producción destinados a frenar la caída de los precios.
La cooperación de Arabia Saudí con Moscú es fuente de tremenda exasperación e indignación en la Casa Blanca. La portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, declaró a los periodistas que estaba “claro” que la OPEP+ se estaba “alineando con Rusia”.
La disputa entre los saudíes y Estados Unidos es sintomática del creciente deseo de los gobiernos de Asia, África y América Latina de aprovechar el conflicto mundial entre Rusia, China y Estados Unidos para hacer valer sus propios intereses, haciendo equilibrios entre ambos bandos. La conducta de Erdogan en Turquía es otro ejemplo de ello.
¿Un mundo multipolar?
Los reajustes a los que nos hemos referido han dado lugar a muchas especulaciones sobre un mundo “multipolar”. Se supone que el ascenso de China como potencia económica y militar desafiará la posición de liderazgo del imperialismo estadounidense.
Durante décadas se ha comentado el declive de EE.UU. en relación con China. Sin embargo, hay que subrayar que se trata de un declive relativo. En términos absolutos, EE.UU. sigue siendo el Estado militar más rico y poderoso del planeta.
En la década de 1970, se especuló de forma similar sobre el ascenso de Japón, que algunos predijeron que superaría a la economía estadounidense en unas décadas. Pero eso nunca se materializó.
El crecimiento explosivo de la economía japonesa alcanzó sus límites y Japón entró en un prolongado periodo de estancamiento económico. Ahora hay indicios de que China puede estar acercándose a un punto similar.
Los límites del llamado modelo chino se manifiestan en una brusca ralentización del crecimiento económico. En un futuro previsible, EE.UU. mantendrá su posición como principal potencia imperialista. Pero eso traerá sus propios problemas.
En el siglo XIX, el imperialismo británico dominaba una parte enorme del globo terrestre. Su flota dominaba los mares, aunque se veía cada vez más desafiada por el creciente poder de Alemania, y el imperialismo estadounidense estaba aún en sus primeras fases de desarrollo.
En aquella época, Gran Bretaña consiguió enriquecerse a costa de sus colonias y de su papel dominante en el comercio mundial. Su poder se vio socavado por dos guerras mundiales, y Estados Unidos heredó el papel de Gran Bretaña como policía mundial. Pero ganó esa posición en un periodo de declive imperialista. Y el papel de policía mundial está resultando muy oneroso.
A pesar de su colosal riqueza y poder militar, EE.UU. sufrió su primera derrota militar en las selvas de Vietnam. Anteriormente, la guerra de Corea terminó en empate y sigue sin resolverse. Las aventuras militares en Afganistán, Irak y Siria acabaron todas en humillación y en la pérdida de miles de millones de dólares.
Ahora, la guerra de Ucrania -en la que se supone que no participa activamente, aunque, en la práctica, sí lo hace- se ha convertido en una nueva sangría colosal de sus recursos. Como resultado, existe una poderosa reacción por parte de la opinión pública estadounidense contra las aventuras militares extranjeras. Esto actúa como un fuerte factor que limita su potencial para hacer la guerra.
Las humillantes derrotas sufridas en Irak y Afganistán están grabadas a fuego en la conciencia del pueblo de Estados Unidos. Están hartos de las intervenciones y guerras extranjeras, y este es un poderoso factor que limita el margen de maniobra tanto de Biden como del Pentágono.
Por otra parte, el ala Trump del Partido Republicano muestra una fuerte tendencia en la dirección del aislacionismo, que tradicionalmente ha sido un poderoso factor en la política estadounidense.
La inestabilidad general en el mundo amenaza constantemente con inflamar la inestabilidad política dentro de la sociedad estadounidense. Eso es lo que quería decir Trotsky cuando predijo que EE.UU. emergería como la potencia mundial dominante después de la Segunda Guerra Mundial, pero tendría dinamita incorporada en sus cimientos.
Guerra y paz
El periodo en el que hemos entrado se caracterizará por una creciente inestabilidad y fricciones entre las diferentes potencias y bloques. Los reformistas de derechas han adoptado plenamente el programa y la retórica (“defender la democracia”) de la agenda imperialista de la burguesía. La “izquierda” no cesa de entonar conmovedores himnos a la Paz y a la Fraternidad Humana, que imaginan salvaguardadas por la Carta de las Naciones Unidas.
Sin embargo, en los cerca de 80 años transcurridos desde su fundación, las llamadas Naciones Unidas nunca han evitado ninguna guerra. Entre 1946 y 2020, ha habido aproximadamente 570 guerras, que han causado al menos 10.477.718 muertes civiles y militares. La ONU no es más que una tertulia que da la impresión de poder resolver problemas.
En realidad, en el mejor de los casos, a veces puede resolver pequeñas cuestiones, que no afectan a los intereses fundamentales de las grandes potencias. En el peor de los casos, como en la guerra de Corea en los años cincuenta, la del Congo en los sesenta y la primera guerra de Irak en 1991, sirve de cómoda hoja de parra para disfrazar los designios imperialistas.
En el pasado, las tensiones existentes ya habrían desembocado en una gran guerra entre las Grandes Potencias. Pero las condiciones cambiantes han eliminado esto de la agenda, al menos por el momento. Durante las últimas siete décadas no ha habido ninguna guerra mundial, aunque, como hemos señalado, hubo muchas pequeñas.
Los capitalistas no hacen la guerra por patriotismo, democracia o cualquier otro principio altisonante. Hacen la guerra para obtener beneficios, para capturar mercados extranjeros, fuentes de materias primas (como el petróleo) y para ampliar sus esferas de influencia.
Una guerra nuclear no significaría nada de esto, sino sólo la destrucción mutua de ambas partes. Incluso han acuñado una frase para describir esto: MAD (Destrucción Mutua Asegurada). Una guerra de ese tipo no beneficiaría a los banqueros y capitalistas.
Otro factor decisivo -ya mencionado- es la oposición masiva a la guerra, particularmente (pero no exclusivamente) en los Estados Unidos de América. Según una encuesta de opinión, sólo el 25% de la población estadounidense estaría a favor de una intervención militar directa en Ucrania, lo que significa que la inmensa mayoría se opondría.
Es esto, y no ningún amor por la paz, y desde luego ningún respeto por las Naciones (Des)Unidas, lo que ha impedido a Estados Unidos enviar tropas a un enfrentamiento directo con el ejército ruso en Ucrania.
Por supuesto, no faltan generales estadounidenses estúpidos o incluso desequilibrados que piensan que la guerra con Rusia o China, o mejor aún con ambas, sería una buena idea, y que si eso significara la aniquilación nuclear del planeta, sería un precio necesario a pagar.
Pero a esta gente la mantienen a raya, de la misma manera que un hombre que tiene un perro guardián feroz para defender su propiedad y se asegura de que está atado con una cadena. Y a menos que tengamos la perspectiva de la llegada al poder de un Hitler estadounidense, nadie se sentirá inclinado a firmar una nota de suicidio colectivo en nombre del pueblo estadounidense.
Aunque una guerra mundial en las condiciones actuales está descartada, habrá muchas guerras “pequeñas” y guerras a distancia como la de Ucrania. Esto se sumará a la volatilidad general y echará leña al fuego del desorden mundial.
EE.UU.
En EE.UU., la estabilidad del statu quo se basaba en la división del poder entre dos partidos burgueses, los Republicanos y los Demócratas. Durante más de 100 años, estos dos gigantes políticos se alternaron en el gobierno con la regularidad del péndulo de un viejo reloj.
Todo parecía funcionar a la perfección. Pero ahora, la regularidad anterior ha dado paso a las turbulencias más violentas.
Los años de Trump se caracterizaron por una imprevisibilidad extrema. Su negativa a aceptar el traspaso de poderes, o incluso a admitir que pudiera llegar a perder unas elecciones, creó las condiciones para el asalto del 6 de enero de 2021 al Congreso por una turba de sus partidarios furiosos. Estos acontecimientos fueron el heraldo de un nuevo periodo de violentas convulsiones en la sociedad estadounidense.
Todos los comentaristas económicos serios predicen que Estados Unidos entrará en recesión en 2023. La tasa de inflación anual de Estados Unidos supera ya el 8%, la más alta de los últimos 40 años. Como se ha dicho, la Reserva Federal ha estado aumentando gradualmente los tipos de interés, llevando los tipos hipotecarios a su nivel más alto en 15 años, acercándose al 7 por ciento, frente a poco más del 3 por ciento en 2021.
Al mismo tiempo, la deuda nacional estadounidense ha superado la marca de los 31 billones de dólares. Con la fuerte subida de los tipos de interés, esto ejercerá una gran presión sobre las finanzas públicas estadounidenses. La creación de empleo también se ha ralentizado, y el desempleo empieza a aumentar.
Esto se suma a un declive relativo a largo plazo, que ha provocado el estancamiento o la caída del nivel de vida de millones de estadounidenses. Los salarios reales llevan estancados desde los años setenta. Durante décadas se han destruido millones de puestos de trabajo bien remunerados en el sector manufacturero.
Esto explica el declive de la popularidad de los demócratas, antes considerados “amigos de los trabajadores”, y también por qué una figura como Trump podría aprovechar el resentimiento contra el establishment de una capa de la clase trabajadora.
Sin embargo, las elecciones de mitad de mandato de 2022 no produjeron la victoria del trumpismo que muchos esperaban, a pesar de los bajos índices de aprobación de Biden. Muchos de los candidatos de Trump fueron derrotados. Una de las principales razones fue la reacción contra la anulación de Roe vs Wade por el Tribunal Supremo, que anteriormente protegía el derecho al aborto.
Queda por ver si Trump gana la nominación presidencial del Partido Republicano, o si puede ser empujado por alguien como Ron DeSantis, el gobernador de Florida, que se ha posicionado como el candidato del “trumpismo sin Trump”. El escenario puede estar preparado para una escisión en el Partido Republicano, si Trump no se sale con la suya.
Descontento profundo
Existe un descontento generalizado y profundamente arraigado, que se expresa encuesta tras encuesta.
Más de la mitad de los estadounidenses cree que “en los próximos años habrá una guerra civil en Estados Unidos”, según una encuesta de la Universidad de California en 2022.
Según otra encuesta, el 85 por ciento de los estadounidenses cree que el país va por “mal camino”. El 58 por ciento de los votantes estadounidenses “cree que su sistema de gobierno no funciona…” y así sucesivamente.
Este arraigado estado de ánimo de descontento encontró su expresión más llamativa en el movimiento Black Lives Matter [Las Vidas Negras Importan] en 2020, que contó con el apoyo del 75 por ciento de la población. Pero esta radicalización se ha visto parcialmente desorientada por las llamadas políticas de la identidad.
Lo que se conoce como “guerras culturales” son utilizadas habitualmente tanto por políticos de extrema derecha como por liberales para incitar a sus partidarios. Se trata de un veneno que sólo puede combatirse con la política de clases.
La cuestión de clase
El resurgimiento de la cuestión de clase se expresa en la oleada de campañas de sindicalización en empresas como Amazon y Starbucks, pero también en las oleadas de huelgas que han afectado a Estados Unidos, como el “striketober” [octubre de huelgas] de 2021. Y la actividad huelguística sigue creciendo.
Las últimas cifras revelan que el 71% de los estadounidenses apoyan a los sindicatos, su nivel más alto desde los años sesenta. Y entre los jóvenes esta cifra es aún mayor. Incluso entre el grupo de 18 a 34 años que apoya a Trump, el 71 por ciento simpatiza con las campañas sindicales en Amazon.
El movimiento hacia la sindicalización de los trabajadores precarios, principalmente jóvenes, es el primer indicio real de un renacimiento de la lucha de clases. Estas campañas de sindicalización están impulsadas por trabajadores de base jóvenes y radicales con poca conexión con el movimiento sindical tradicional. Forman parte de una nueva generación de combatientes de clase que se está formando en Estados Unidos y que se mueve rápidamente hacia la izquierda.
Sin embargo, existe una profunda y creciente desconfianza hacia todos los partidos existentes, especialmente los Demócratas. Es esta situación la que explica la crisis de la presidencia de Biden. Se le considera incapaz de resolver ninguno de los acuciantes problemas a los que se enfrentan la clase trabajadora y la juventud, desde la inflación a la guerra de Ucrania, desde el creciente y devastador impacto del cambio climático a la escasez de viviendas asequibles.
Es este sentimiento general de malestar el que explica la desconfianza generalizada hacia Biden y los demócratas entre una amplia capa de la población. La evolución ulterior de la lucha de clases abrirá el camino, en un momento dado, a la aparición de un tercer partido, basado en la clase obrera. Eso representará un cambio fundamental en toda la situación.
China
China era antes una de las principales fuerzas motrices que impulsaban la economía mundial. Pero ahora ha alcanzado sus límites y se está convirtiendo en su contrario. Los economistas burgueses observan la evolución de China con creciente alarma.
En los mercados libres de Occidente, las crisis financieras pueden estallar de repente, cogiendo por sorpresa a gobiernos e inversores. Pero en China, donde el Estado sigue desempeñando un papel importante en la economía, el gobierno puede desplegar capital político y financiero en un grado mucho mayor, con el fin de mitigar o posponer una crisis.
Esto da una apariencia de estabilidad, pero es una ilusión. Puesto que China ha optado por seguir el camino capitalista y ahora está completamente integrada en el mercado mundial capitalista, está sujeta a las mismas leyes de la economía de mercado capitalista.
Uno de los factores clave que han salvado a la economía china y mundial de una grave crisis después del crack del 2008 han sido las enormes cantidades de dinero inyectadas en la economía por el Estado chino.
Esto ascendió a cientos de miles de millones de dólares, la mayor parte de los cuales se canalizó hacia proyectos de infraestructura y desarrollo. Lo que estamos presenciando ahora es el fin de ese modelo. La economía china se está ralentizando. El escaso 2,8% de crecimiento de 2022 fue el nivel más bajo desde 1990. En 2021 la tasa se situó en el 8,1 por ciento.
Gran parte de esa inversión se dedicó a los LGFV (instrumentos de financiación de los gobiernos locales), que han acumulado una enorme montaña de deudas de 7,8 billones de dólares que amenaza la estabilidad de toda la economía china. Una gran parte de estas deudas están escondidas, como parte del semi-legal sector bancario en la sombra, en el que las empresas estatales y bancos están fuertemente implicados.
Esa deuda equivale a casi la mitad del PIB total de China en 2021, o aproximadamente dos veces el tamaño de la economía de Alemania. Con la disminución de los ingresos de los gobiernos locales, parece cada vez más probable un devastador dominó de impagos.
La intervención estatal sólo sirve para distorsionar el mecanismo del mercado, pero no puede eliminar sus contradicciones fundamentales. Puede retrasar una crisis, pero cuando ésta finalmente surja – que, tarde o temprano, deberá hacerlo – tendrá un carácter aún más explosivo, destructivo e incontrolable.
Una crisis financiera en China tendría un impacto devastador en el conjunto de la economía mundial. También crearía una situación muy explosiva dentro de China.
Siempre se ha supuesto que China necesita una tasa de crecimiento anual de al menos el 8% para mantener la estabilidad social. Una tasa de crecimiento del 3% es, por tanto, totalmente insuficiente. Y una gran crisis económica, desencadenada por un colapso del mercado inmobiliario, prepararía el terreno para grandes convulsiones sociales.
En este contexto hay que situar el congreso del Partido “Comunista” Chino de 2022, en el que Xi Jinping se afianzó en el poder. Según las antiguas reglas del Partido, Xi debería haber dimitido como líder en ese congreso, pero en su lugar aspira a ser líder vitalicio.
No es casualidad que Xi haya concentrado todo el poder en sus manos. China es un Estado totalitario que combina la economía de mercado capitalista con elementos de control estatal, heredados del antiguo Estado obrero deformado.
En un Estado totalitario, donde todas las fuentes de información están estrictamente controladas y todas las formas de oposición son despiadadamente reprimidas, es extremadamente difícil saber lo que ocurre bajo la superficie, hasta que de repente todo estalla.
Pudimos verlo en la lucha de los trabajadores de la mega fábrica de Foxconn en Zhengzhou y en las protestas nacionales contra los confinamientos de noviembre de 2022. Estallando aparentemente de la nada, estos movimientos adoptaron una forma explosiva y, en el caso de las protestas contra los confinamientos, se extendieron a cientos de localidades de todo el país en cuestión de horas. Estos acontecimientos señalan el comienzo de la ruptura del equilibrio social en China.
Sin embargo, la élite gobernante es muy consciente de ello. Cuenta con un poderoso aparato represivo y una enorme red de espías e informadores que están presentes en cada fábrica, oficina, bloque de apartamentos, escuela y universidad.
China gasta ahora más cada año en seguridad interna que en defensa nacional, y está aumentando ambos gastos. Xi y su camarilla son muy conscientes de los enormes peligros de la agitación popular y están tomando medidas para anticiparse a ella. Sin embargo, su régimen altamente sofisticado de censura online fue incapaz de impedir que se extendiera la información sobre las protestas recientes, aunque estas implicaron apenas unos cientos de personas en cada ciudad. Un movimiento de masas de la clase obrera paralizaría totalmente este sistema.
En gran medida, eso explica el aplastamiento del movimiento masivo de protesta en Hong Kong en 2019. De lo contrario, pronto se habría extendido al continente.
El magnífico alcance de ese movimiento -antes de que fuera secuestrado y conducido a un callejón sin salida por la élite liberal pro-occidental- da una ligera idea de cómo será una revolución proletaria en China, sólo que será a una escala mucho mayor.
Se dice que Napoleón Bonaparte dijo: “China es un dragón dormido. Dejemos que China duerma, porque cuando despierte sacudirá al mundo”. Hay mucho de cierto en ese dicho. Pero deberíamos introducir un pequeño cambio.
El proletariado chino es el más grande y potencialmente el más fuerte del mundo. Es como un dragón dormido que está a punto de despertar. Y cuando eso ocurra, ciertamente sacudirá al mundo.
En China se está preparando una enorme explosión social, aunque es imposible decir cuándo ocurrirá. Pero una cosa sí se puede predecir con absoluta certeza. Ocurrirá cuando menos se espere.
Y una vez que comience, no habrá quien la pare. Ninguna represión o intimidación será suficiente. Al igual que cuando el río Yangtsé se desborda, arrasará con todo.
Europa: tendencias centrífugas
La unidad de la UE podía darse por sentada mientras duraran las condiciones de boom. Pero esas condiciones favorables han desaparecido y punto. Y el inicio de las turbulencias económicas y financieras provocará más proteccionismo y nacionalismo económico.
El frágil tejido de la unidad europea será puesto a prueba hasta su destrucción en condiciones de profunda recesión económica. Las tendencias centrífugas resultantes acelerarán el alejamiento de la globalización y la mayor fragmentación de Europa y de la economía mundial en general.
El sur de Europa es el eslabón más débil de la cadena y está maduro para sufrir graves trastornos políticos e inestabilidad. La continua debilidad financiera de Grecia e Italia puede desencadenar el colapso de la unión monetaria europea. Pero incluso las naciones más fuertes están siendo socavadas. Estas tendencias se fortalecerán inevitablemente, ejerciendo una inmensa presión sobre el frágil tejido de la unidad europea.
Divisiones en Europa
La crisis ha puesto de manifiesto las profundas fisuras que existen entre los distintos Estados miembros de la UE. Incluso antes de la guerra en Ucrania y la pandemia, la economía europea se estaba desacelerando y las tensiones entre los países de la UE crecían. El indicio más evidente de ello ha sido la salida de Gran Bretaña, que ha dejado muchos problemas sin resolver. Pero las relaciones con Gran Bretaña no son la única fuente de fricciones en la UE.
Como resultado de la guerra en Ucrania y la amenaza al suministro de gas ruso a Europa, la UE se ve amenazada por una catástrofe económica. Los capitalistas de cada Estado europeo luchan por tomar medidas en su propio interés.
La solidaridad europea no entra en esta ecuación. Es un caso muy simple de “sálvese quien pueda y que sea lo que Dios quiera”.
La guerra de Ucrania ha abierto serias divisiones en la UE. Como ya se ha dicho, Polonia y los países bálticos son los más vociferantes entre los halcones. Pero el húngaro Victor Orban ha criticado abiertamente las sanciones de Occidente contra Rusia, y Hungría mantiene excelentes relaciones con el hombre del Kremlin. En consecuencia, Hungría tiene ahora los precios del gas más bajos de Europa.
Orban comentó con una fuerte dosis de ironía: “En la cuestión de la energía, somos enanos y los rusos son gigantes. Un enano sanciona a un gigante y todos nos asombramos cuando el enano muere”. Sus comentarios escandalizaron a los jefes de la UE. Pero no iban muy desencaminados.
El paquete alemán de ayudas a las empresas energéticas provocó de inmediato una dura reacción de varios países de la UE, que exigen una respuesta conjunta de la UE a la crisis energética. El Primer Ministro húngaro advirtió de que el paquete de ayudas previsto por Alemania equivale a “canibalismo” y amenaza la unidad de la UE en un momento en que los Estados miembros sufren graves tensiones económicas a causa de la guerra en Ucrania.
Un alto asesor de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, declaró: “Es un acto, preciso, deliberado, no acordado, no compartido, no comunicado, que socava las razones de la Unión”. Emanuel Macron fue más diplomático, pero fue al fondo de la cuestión al decir: “No podemos ceñirnos a las políticas nacionales, porque eso crea distorsiones dentro del continente europeo”.
Sin embargo, el ministro alemán de la economia, Robert Habeck, defendiendo el paquete de medidas de alivio energético del país, contraatacó con una severa advertencia: “Si Alemania sufriera una recesión realmente profunda, arrastraría consigo a toda Europa”.
Alemania y los países capitalistas más ricos del norte de Europa no están dispuestos a pagar la factura de las economías capitalistas más pobres del sur y el este.
Sin embargo, hay indicios de un creciente descontento con esta postura. El Financial Times publicó un artículo con el siguiente titular: “Los alemanes de a pie pagan: las protestas contra la guerra se extienden por Europa central”. En él se informaba de un alarmante crecimiento de las manifestaciones antibelicistas y prorrusas en Alemania y otros países de Europa del Este.
Por el momento los participantes se contaban por centenares. Pero a medida que sigan bajando las temperaturas, aumentará la ira de mucha más gente. Las tensiones sociales resultantes amenazarán el delicado tejido político de Alemania.
También en la República Checa, el 3 de septiembre de 2022, entre 70.000 y 100.000 personas se manifestaron en la Plaza de Wenceslao de Praga, pidiendo la dimisión del gobierno de coalición de derechas pro-OTAN del Primer Ministro Petr Fiala. Entre otras reivindicaciones, los manifestantes corearon eslóganes contra la crisis del coste de la vida y la participación checa en la guerra a distancia de la OTAN contra Rusia.
El apoyo italiano a la guerra tampoco puede darse por sentado. Mientras que Meloni adoptó inmediatamente la postura “responsable” pro-occidental respecto a la guerra, sus socios de coalición Salvini y Berlusconi han tocado una melodía diferente, con Salvini pidiendo el fin de las sanciones a Rusia y Berlusconi alardeando abiertamente de su amistad con Vladimir Putin.
Alemania
La crisis mundial del capitalismo está alcanzando a Alemania. La guerra de Ucrania ha supuesto para la clase dominante alemana un duro despertar a la fragilidad real del imperialismo alemán.
Alemania fue durante décadas la potencia industrial de Europa. Bajo el timón de Angela Merkel, canciller durante 16 años, el capitalismo alemán logró exportar su salida de la crisis de 2008.
Su competitividad se había visto impulsada a costa de la clase trabajadora por las contrarreformas laborales Hartz IV y la precarización de las relaciones laborales, aplicadas en 2004 por el Gobierno socialdemócrata de Gerhard Schroeder.
La clase dominante alemana también aprovechó la restauración capitalista en Europa del Este para expandir su influencia hacia el este, lo que le proporcionó una reserva de mano de obra cualificada barata.
Esto, combinado con el acceso fácil e ilimitado a los suministros de petróleo y gas baratos de Rusia, dio a los capitalistas alemanes una ventaja competitiva adicional sobre sus rivales. El resultado fue un auge de las exportaciones al resto de la UE, Estados Unidos y China durante la década siguiente, con lo que Alemania reforzó su posición como superpotencia comercial mundial.
Un nivel relativamente bajo de deuda estatal, el control del euro y su posición destacada en las instituciones de la UE dieron a la clase dirigente alemana márgenes de maniobra para preservar la estabilidad social interna, a expensas del resto de Europa.
Sin embargo, todos los puntos fuertes del “modelo alemán” se están transformando en su contrario. El deterioro del comercio mundial en 2019, exacerbado por el impacto de la pandemia y la consiguiente dislocación de la cadena de suministro de materias primas, componentes, chips y el aumento de los costes de envío, socavó la producción y las exportaciones alemanas de automóviles, maquinaria y productos químicos.
El impacto de la guerra de Ucrania puso de relieve el hecho de que Alemania no tiene el suficiente músculo económico o militar para perseguir sus propios intereses estratégicos cuando se enfrenta a potencias económicas y militares mayores.
El paquete de 100.000 millones de euros de gasto militar adicional anunciado por el canciller alemán Olaf Sholz fue un reconocimiento de esta realidad, pero sólo aumentará los beneficios del complejo industrial-militar.
La implacable presión del imperialismo estadounidense obligó a los capitalistas alemanes a desprenderse de la red cuidadosamente elaborada de lazos comerciales, empresas mixtas e inversiones directas ruso-alemanas, con un coste catastrófico.
A pesar de los intentos alemanes de dar largas al asunto y eludir medidas que habrían implicado una confrontación directa con Rusia, la dinámica de la guerra expuso inevitablemente la vulnerable y dependiente economía alemana a las severas represalias rusas mediante la estrangulación y posterior corte total del suministro energético.
Esta situación, unida a la explosión de la inflación, está llamada a tener profundas consecuencias sobre la estabilidad política y social del capitalismo alemán. El próximo período pondrá inevitablemente de manifiesto agudas contradicciones de clase, que socavarán la política de colaboración de clases de la socialdemocracia y de los dirigentes sindicales.
Ante el rápido deterioro del nivel de vida, bajo el martillo de la inflación galopante y el aumento de los costes energéticos, la clase obrera se verá obligada a contraatacar. Todo intento de la burocracia sindical de aferrarse a los viejos métodos de concertación social socavará aún más su autoridad.
Los intentos de movilizar a la clase obrera en apoyo de la clase capitalista, como las palabras del ex presidente federal Joachim Gauck llamando a los alemanes a “congelarse por la libertad” ya suenan huecas. En este contexto, las manifestaciones contra la guerra que hemos mencionado son una seria advertencia. En este contexto está implícita la inevitable tendencia a la ruptura de la colaboración social y a la explosión de la lucha de clases, ya que la clase dominante se está quedando sin opciones.
Italia
La llegada al poder del gobierno archiconservador de Meloni fue un acontecimiento profundamente preocupante para la burguesía italiana y el imperialismo.
Italia, ya en recesión, con la inflación en su nivel más alto en casi 40 años, tiene una enorme carga de deuda de 2,75 billones de euros, el 152 por ciento del PIB, que corre el riesgo de convertirse en una carga aún mayor con el aumento de los tipos de interés.
El éxito electoral de Meloni se debió a que se situó al margen del Gobierno de Mario Draghi. Draghi era el hombre de la burguesía, pero el problema fue que todos los partidos de su coalición sufrieron fuertes pérdidas en las elecciones.
Meloni es una racista, una fanática y una reaccionaria extrema, pero no hay un “retorno al fascismo” en Italia. Más bien hay una creciente desconfianza hacia todos los partidos, como confirma el 40% de abstención.
Los votos totales a la coalición de derechas no subieron, pero un gran número de votos se desplazó de Berlusconi y la Lega a Fratelli d’Italia. Sólo uno de cada seis electores votó realmente a Fratelli d’Italia.
Inmediatamente después de las elecciones, Meloni hizo todo lo posible para asegurar a los mercados financieros europeos que se podía confiar en ella y que continuaría más o menos con las mismas políticas que Draghi. La financiación de la UE para estabilizar la economía italiana está condicionada a que el Gobierno imponga medidas de austeridad.
La crisis actual, con una inflación galopante, bajos salarios, alto desempleo, junto con políticas reaccionarias en cuestiones como el derecho al aborto, la inmigración, etc., es una receta acabada para una explosión de la lucha de clases y las protestas de los trabajadores y la juventud.
Francia
Como en todos los grandes países capitalistas, el gobierno francés gastó enormes sumas para evitar una crisis mayor durante la pandemia, pero ahora alguien tiene que pagar, y claramente va a ser la clase obrera francesa.
Pero los burgueses franceses se han enfrentado a una respuesta combativa de los trabajadores cada vez que se ha hecho un intento serio de eliminar las conquistas del pasado. Cuando Macron fue elegido por primera vez, se enfrentó al movimiento de los Chalecos Amarillos al año de asumir el cargo. Pero ahora es aún más débil.
Su apoyo activo real en la primera vuelta fue de apenas el 20% del electorado total de Francia. En lugar de un fortalecimiento del centro, se está produciendo una fuerte polarización hacia la izquierda (Mélenchon), y hacia la derecha (Le Pen).
La creciente inestabilidad se puso de manifiesto en las elecciones parlamentarias celebradas pocos meses después, en las que Macron no consiguió la mayoría absoluta en el Parlamento. El resultado es un gobierno débil, basado en un parlamento fracturado, bajo una enorme presión para cumplir el programa exigido por la clase capitalista.
Esto se produce en un momento de profundización de la crisis económica, con una inflación que sigue aumentando, con subidas de los tipos de interés que elevan los costes hipotecarios para millones de familias, y la amenaza de un aumento del desempleo a medida que la crisis mundial del capitalismo impacta en Francia.
Un indicio del cambio de estado de ánimo se pudo observar en la huelga de los trabajadores de las refinerías de octubre de 2022, que duró semanas y estuvo dirigida por la FNIC, la más izquierdista de las federaciones que componen la CGT. El gobierno intentó introducir medidas para derrotar la huelga, pero los trabajadores del petróleo contaban con el apoyo de la inmensa mayoría de la población, a pesar de la escasez de combustible provocada por la huelga.
Los dirigentes sindicales convocaron jornadas de acción para soltar presión y evitar así lanzar una lucha sin cuartel contra el gobierno. La misma táctica se ha utilizado en la lucha contra la reforma de las pensiones. Esto permitió al gobierno impulsar su reforma, a pesar de la movilización de millones de trabajadores y jóvenes, en varias ocasiones.
La dirección sindical no podrá frenar indefinidamente el movimiento. La huelga de los trabajadores del petróleo, el movimiento masivo contra la reforma de las pensiones y el desarrollo de una oposición de izquierda en la CGT: estas son anticipaciones de lo que podemos esperar en el próximo periodo a una escala mucho mayor. Una capa cada vez mayor de la clase trabajadora comprende el punto muerto de los “días de acción”. En las manifestaciones, la consigna de “huelga general” fue más visible que nunca. La repetición de mayo de 1968 está implícita en toda la situación.
Gran Bretaña
El inversor multimillonario Warren Buffet dijo en una ocasión que “sólo cuando baja la marea descubres quién ha estado nadando desnudo”. Esta descripción se ajusta admirablemente a la situación actual de Gran Bretaña.
No hace tanto tiempo. Gran Bretaña era vista como el país más estable política y socialmente, y probablemente el más conservador de Europa. Ahora se está convirtiendo en su opuesto.
Rishi Sunak fue “elegido” líder cuando Liz Truss fue expulsada, tras la debacle financiera. Entró en el número 10 de Downing Street prometiendo “arreglar” los “errores” de su predecesora.
Pero la urgente necesidad de equilibrar las cuentas y eliminar el enorme agujero de las finanzas públicas significa inevitablemente que el pueblo británico se enfrenta a un nuevo periodo de austeridad, recortes y ataques al nivel de vida.
Millones de hogares británicos se ven obligados a elegir entre mantener las luces encendidas o poner comida en la mesa. La flagrante diferencia entre ricos y pobres nunca ha sido tan evidente como ahora. Y esto aviva el fuego del resentimiento y la ira.
Hay muchos indicios de un cambio de conciencia en Gran Bretaña, como el hecho de que el 47% de los votantes tories estén a favor de nacionalizar el agua, la electricidad y el gas, lo que contradice directamente las políticas de libre mercado del gobierno Tory.
Tras muchos años de ataques sin precedentes contra los salarios y el nivel de vida, los trabajadores no están de humor para aceptar más imposiciones. Las contradicciones entre las clases se agudizan cada día.
La indignación se refleja en un número cada vez mayor de huelgas: ferroviarios, estibadores, carteros, basureros e incluso abogados penalistas ya se han declarado en huelga. Y les siguen otros como los profesores y las enfermeras.
Cada vez se habla más de la coordinación de la acción sindical. ¿Habrá una huelga general en Gran Bretaña? Es imposible predecirlo. Lo único que se puede decir con cierto grado de certeza es que ni el gobierno ni los dirigentes sindicales la desean, pero como se dan todas las condiciones objetivas para que se produzca, podrían caer en ella.
La reactivación de la lucha económica es un acontecimiento importante. Pero tiene sus limitaciones. Trotsky señaló que incluso la huelga más tormentosa no puede resolver los problemas más fundamentales de la sociedad, por no hablar de las que son derrotadas.
Incluso cuando los trabajadores consiguen un aumento salarial, éste queda rápidamente anulado por nuevas subidas de precios. Por lo tanto, en algún momento, el movimiento tendrá que adquirir una expresión política. Pero, ¿cómo conseguirlo?
Los laboristas y los conservadores
Durante un tiempo, el Partido Laborista había virado bruscamente a la izquierda bajo Jeremy Corbyn. En realidad, la clase dominante había perdido el control de los dos grandes partidos: de los laboristas a los reformistas de izquierda y de los tories a los chovinistas de derechas partidarios del Brexit.
Como resultado de la vergonzosa capitulación de la izquierda, la derecha ha logrado recuperar el control del Partido Laborista, algo que incluso los observadores burgueses más optimistas consideraban casi imposible.
Ahora los Tories están desacreditados y en crisis. Están divididos en diferentes líneas y cada vez más desmoralizados, atacándose unos a otros a medida que las presiones de la crisis se acumulan, precisamente cuando la clase dominante necesita un gobierno unificado para llevar adelante sus ataques a la clase obrera.
Las políticas del nuevo gobierno representan una combinación de recortes y subidas de impuestos que afectará no sólo a los trabajadores sino a amplias capas de la clase media. Es una receta acabada para la lucha de clases. Y cualquier cosa que hagan ahora los Tories será un error.
La nueva administración tory está intentando evitar convocar elecciones porque saben que serían aniquilados. Los laboristas llegarían al poder, no gracias a Starmer, sino a pesar de él.
Por su parte, Starmer no está muy entusiasmado con la idea de encabezar un gobierno laborista mayoritario, ya que eso le privaría de cualquier excusa para no llevar a cabo políticas en interés de la clase trabajadora. Su política consiste en amortiguar las expectativas y prometer lo menos posible.
Ni siquiera se excluye que pueda haber una escisión abierta en el Partido Tory, con la facción de derechas separándose para formar un nuevo partido Brexiteer, posiblemente junto con Nigel Farage. Eso podría llevar a la formación de un “gobierno de unidad nacional”, con una alianza de los laboristas con los liberales y los tories moderados.
De una forma u otra, la clase obrera tendrá que volver a aprender algunas lecciones dolorosas en la escuela de Sir Keir y la camarilla derechista que ahora controla el Partido Laborista, que son políticos burgueses en todo menos en el nombre.
La derecha ha llevado a cabo una purga a fondo del Partido, con el fin de evitar cualquier posibilidad de que se repita el asunto Corbyn. Pero una vez que los laboristas estén en el gobierno, estarán bajo la presión tanto de las grandes empresas como de la clase obrera.
Como fiel servidor de los banqueros y capitalistas, Starmer no dudará en llevar a cabo políticas en su interés. Pero cualquier intento de aplicar una política de recortes y austeridad provocará una explosión de ira, que acabará por encontrar una expresión dentro del Partido Laborista, empezando por los sindicatos, que, a pesar de todo, siguen manteniendo su vínculo con el partido. Serán necesarios grandes acontecimientos para obligar a la gente a aceptar el hecho de que ya no es posible volver a lo que había antes.
En Escocia, el laborismo perdió su bastión hace mucho tiempo. El Partido Nacional Escocés – el partido más grande de Escocia – se encuentra en un estado de turbulencia, habiendo perdido 30.000 miembros desde 2021 debido al estancamiento estratégico sobre la cuestión nacional. Sin embargo, la clase trabajadora y, en particular, los jóvenes, la mayoría de los cuales apoyan la independencia, no están volviendo al laborismo en números significativos, sino que están buscando un camino a seguir. En estas condiciones se abrirán grandes oportunidades para la tendencia marxista.
Crisis de la clase dominante
La clase dominante tiene los dirigentes que se merece. No es casualidad que en todas partes haya una crisis de liderazgo de la clase dominante, demostrada por las escisiones abiertas en la cúpula, en EEUU, en Gran Bretaña, en Brasil, en Pakistán.
Pero las razones de esta crisis de liderazgo están enraizadas en la propia situación. La crisis actual es tan profunda que prácticamente excluye cualquier margen de maniobra en la cúpula. Como observó Lenin, un hombre al borde de un precipicio no razona. Incluso a los dirigentes más inteligentes y capaces les resultaría imposible salir airosos de este marasmo.
Aun así, la calidad de la dirección sigue desempeñando un papel importante. En una guerra, a veces un ejército se ve obligado a retirarse. Pero con buenos generales, un ejército puede retirarse en buen orden, conservando la mayoría de sus tropas para combatir otro día, mientras que los malos generales convertirán una retirada en una desbandada.
Basta señalar a Gran Bretaña en la actualidad para demostrar lo acertado de esta afirmación.
Crisis de la democracia burguesa
Nuestra época -la época del imperialismo- se caracteriza sobre todo por la dominación del capital financiero. Todos los gobiernos, nada más entrar en funciones, son informados de que el ministro de finanzas debe ser “aceptable para los mercados”.
La experiencia del efímero gobierno de Truss en Gran Bretaña sirvió para ilustrar la naturaleza totalmente ficticia de la democracia burguesa formal en la época actual. En el caso de Gran Bretaña, los mercados eligieron tanto al ministro de finanzas como al primer ministro, evitando así al pueblo británico la dolorosa necesidad de elegir a nadie.
Tras la sonriente máscara del liberalismo se esconde el puño de hierro del capitalismo monopolista y la dictadura de los banqueros. Este puede ser usado en cualquier momento para destruir cualquier gobierno que no obedezca los dictados del Capital.
Eso se aplica obviamente a los gobiernos de izquierda, como en el caso de Grecia. Pero también puede aplicarse a los de derechas, como pronto descubrió la Sra. Truss a su costa. Un gobierno que aplicaba políticas que no gustaban a los burgueses fue destituido sin contemplaciones.
Aquí tenemos una prueba muy clara de quién manda realmente. El mercado manda. El resto es puro engaño y tomadura de pelo. Esto es perfectamente natural. Incluso en las condiciones más favorables, la democracia burguesa siempre fue una planta muy frágil.
Sólo podía existir allí donde la clase dominante era capaz de otorgar ciertas concesiones a la clase obrera que, hasta cierto punto y durante un periodo limitado, servían para mejorar las condiciones de las masas y, por tanto, para embotar el filo de la lucha de clases e impedir que sobrepasara ciertos límites.
Las “reglas del juego” debían ser aceptadas por todos, y las instituciones existentes (el parlamento, los políticos, los partidos, el Estado, la policía, el poder judicial, la “prensa libre”, etc.) gozaban de cierta autoridad y respeto.
Durante mucho tiempo, en los países capitalistas avanzados de Europa y Norteamérica, este modelo tuvo éxito en lo esencial. Pero ahora las condiciones han cambiado y todo el edificio de la democracia burguesa formal está siendo puesto a prueba hasta su destrucción.
Dondequiera que se mire, se ven pruebas claras de la agudización de las contradicciones de clase que están desgarrando el tejido de la sociedad. Las tendencias centrífugas se manifiestan en la esfera política en el hundimiento del centro político, que es la expresión más clara de la polarización social.
América Latina
Toda América Latina parece un volcán a punto de estallar. Sus economías están siendo castigadas por la revalorización del dólar estadounidense, que encarece el coste de la deuda existente y hace más onerosa la financiación adicional.
Esto puede desembocar en una crisis generalizada de la deuda como la de los años ochenta. Quizás la más vulnerable de las economías latinoamericanas sea ahora Argentina. Pero varios países están ya al borde del impago.
América Latina fue la región del mundo más afectada por el impacto social y económico de la pandemia de Covid-19, que golpeó tras un periodo de estancamiento económico. Antes de la pandemia asistimos a movimientos de masas en varios países que adquirieron proporciones insurreccionales en varios de ellos, especialmente en Ecuador y Chile en octubre y noviembre de 2019.
El confinamiento por la pandemia cortó parcialmente ese proceso, pero ahora las cuestiones fundamentales se están reafirmando de nuevo. Vimos el movimiento histórico del paro nacional en Colombia en 2021 y luego otro paro nacional en Ecuador en 2022.
Las masas volvieron a las calles en gran número en Haití y otros países. Si la clase obrera no tomó el poder en Chile, Ecuador y Colombia fue sólo por la ausencia de una dirección revolucionaria.
En el período anterior, durante el auge de las materias primas, Evo Morales, Correa, Néstor Kirchner e incluso Chávez, fueron capaces hasta cierto punto de aplicar políticas sociales. Pero eso se acabó en 2014 con la desaceleración de China.
Ahora, gobiernos políticamente afines se enfrentarán en cambio a una profunda crisis económica del capitalismo. Su margen de maniobra será mucho menor. Este será también el caso del Gobierno de Lula en Brasil.
Brasil
El desempleo en Brasil se sitúa oficialmente en torno a los 11 millones de personas, pero el número real de desocupados es mucho mayor. Las últimas cifras muestran que alrededor del 30% de la población vive en la pobreza, un fenómeno que aumentó significativamente durante la pandemia. Y con una inflación creciente – que ronda ahora el 8% – esta situación está destinada a empeorar.
La población está extremadamente polarizada, con una pobreza creciente en un extremo y la concentración de la riqueza en manos de una pequeña minoría de superricos en el otro. Esta polarización se refleja en la situación política. En las elecciones de 2022, las comunidades más pobres del norte y el noreste votaron masivamente a Lula, mientras que en el centro y el sur, más ricos, se impuso Bolsonaro.
Sin embargo, debido a la posición abiertamente colaboracionista de clase de Lula, y a su giro a la derecha durante la campaña electoral, Bolsonaro pudo captar una capa significativa del electorado de clase trabajadora.
Ya en 2018, fue la austeridad de Dilma la que preparó la victoria de Bolsonaro, que pudo presentarse demagógicamente como el candidato del “pueblo”. Este elemento estuvo presente en las elecciones de 2022, y también explica por qué Bolsonaro sacó resultados mucho mayores de lo que los encuestadores predijeron en un principio.
La campaña de Lula carecía de cualquier contenido que pudiera atraer seriamente a los trabajadores y a los pobres sobre una base de clase.
Los trabajadores aprovecharon las elecciones para librarse del odiado Bolsonaro. Pero estas esperanzas se verán frustradas por la dura realidad de la crisis del capitalismo en Brasil. Una vez que tengan la experiencia de Lula en el poder en un período de grave crisis capitalista, empezarán a sacar la conclusión de que tienen que empezar a tomar las cosas en sus propias manos, con huelgas, protestas callejeras y movimientos juveniles, como hemos visto en muchos otros países.
Fracaso de los gobiernos “progresistas
Los gobiernos de “izquierda” y “progresistas” en el poder han revelado crudamente sus limitaciones en un periodo de grave crisis económica del capitalismo. Es el caso del gobierno de Fernández y Kirchner en Argentina, que ha firmado un acuerdo con el FMI que implica severas políticas de austeridad.
En Chile, Boric ha continuado con la política de militarización de las zonas mapuche y ha llevado a cabo una política fiscal de recortes para reducir el déficit. En México, López Obrador ha hecho todo tipo de acuerdos con EE.UU. sobre migración, ha sacado al Ejército a la calle para ocuparse de la seguridad, etc.
En Perú, Castillo hizo una concesión tras otra a la clase dominante y a las multinacionales. Esto sólo sirvió para minar su propio apoyo, sin apaciguar a la clase dominante, le destituyó de una vez por todas.
Todos estos gobiernos tenían una idea común, la del “anti-neoliberalismo”. Esta es la noción utópica de que se puede gobernar en interés de los trabajadores y los campesinos dentro de los límites del capitalismo. Pero el “neoliberalismo” no es una opción política, sino simplemente la expresión del callejón sin salida del capitalismo actual a escala mundial.
No es posible aplicar un conjunto diferente de políticas sin desafiar la dominación de la clase dominante y del imperialismo. Esa es la debilidad fatal de todos estos gobiernos supuestamente progresistas. Es esta contradicción central la que prepara el terreno para nuevas explosiones sociales de masas en América Latina. Los levantamientos revolucionarios están a la orden del día.
Cuba en la encrucijada
Cuba se enfrenta a la situación más difícil desde la revolución de 1959. Desde el punto de vista económico, vemos los golpes combinados del endurecimiento de las sanciones estadounidenses por parte de Trump, el impacto de Covid en el turismo, los altos precios de la energía, todo lo cual se suma al bloqueo estadounidense de décadas, y la mala gestión e ineficiencia del gobierno burocrático.
La situación se agrava aún más por las políticas pro capitalistas de la burocracia cubana, que, desesperada por encontrar una salida al estancamiento, mira hacia China y Vietnam.
Este es el telón de fondo en el que pueden desarrollarse las protestas antigubernamentales. Después de 10 años de discutir las reformas económicas, la situación no ha mejorado, sino que ha empeorado.
Una parte de la población ha perdido toda esperanza, decenas de miles emigran y otros han perdido toda confianza en el gobierno y la burocracia. En este contexto se han producido protestas, las mayores desde 1994. Sin embargo, es necesario analizar el contenido de estas manifestaciones.
En ausencia de una dirección revolucionaria consciente, el comprensible descontento de las masas puede presentar un caldo de cultivo favorable para un apoyo popular a la contrarrevolución capitalista.
Por otro lado, hay un sector importante de la población que apoya la revolución, tiene un fuerte sentimiento antiimperialista y rechaza la contrarrevolución. Entre esta capa también crece la crítica contra la burocracia.
Nuestra tarea es explicar pacientemente, a los elementos más avanzados entre ellos, que el único camino para la defensa de la revolución es la lucha por la democracia obrera y el internacionalismo proletario.
África
Amplias zonas de África viven actualmente un periodo de extrema turbulencia e inestabilidad. De los 60 países que el FMI considera “sobreendeudados o en peligro de sobreendeudados”, 50 es en África. Alrededor de 278 millones de personas -aproximadamente una quinta parte de la población total- pasaron hambre en 2021, un aumento de 50 millones de personas desde 2019, según cifras de la ONU. Sobre la base de las tendencias actuales, se prevé que esta cifra aumente a 310 millones en 2030.
Este es el telón de fondo de la inestabilidad social y política general y de las turbulencias que se han extendido por todo el continente. Se han producido movimientos de masas, golpes de Estado, guerras y guerras civiles en Mali, Níger, Burkina Faso, Chad, Sudán, Etiopía, Guinea-Bissau, Guinea y toda la zona del Sahel.
Estos conflictos han impulsado en parte la cifra récord de 100 millones de personas obligadas a abandonar sus hogares hasta el 2022. Los conflictos en Ucrania, Myanmar, Yemen y Siria también han contribuido a esta cifra. Sin embargo, el problema de la migración forzosa es especialmente grave en el África subsahariana debido a la crisis medioambiental. Según un informe reciente, dos tercios de los 27 países que se enfrentan a “amenazas ecológicas catastróficas” se encuentran en esta parte del mundo, y todos menos uno de los 52 países del África subsahariana sufren “estrés hídrico extremo”. Las presiones combinadas de la crisis medioambiental, los conflictos y las migraciones forzosas tendrán un efecto cada vez más desestabilizador, en todo el continente y más allá.
Nigeria
Nigeria, la mayor economía del continente, no está en absoluto al abrigo de esta inestabilidad. A pesar de sus inmensos recursos petrolíferos y minerales, 70 millones de personas siguen viviendo en la extrema pobreza.
La corrupta y degenerada élite gobernante es completamente incapaz de resolver ninguno de los problemas del capitalismo nigeriano. Los dos principales partidos del país, el gobernante All Progressives Congress Party y el principal partido de la oposición, el PDP, están totalmente desacreditados entre amplias capas de la sociedad.
En 2020, el país se vio sacudido por el movimiento juvenil de masas “EndSARS”. Este maravilloso movimiento, liderado en gran medida por los jóvenes, comenzó como reacción al asesinato de un joven en eñ Ughelli Delta a manos de la Brigada Especial Antirrobo (SARS) de la policía nigeriana.
El movimiento se extendió como la pólvora a casi todos los estados del sur del país. Este movimiento expresaba la ira, la frustración y el descontento acumulados de la juventud nigeriana, que ha sido la más afectada por la crisis del capitalismo.
Pero aunque el movimiento acabó por extinguirse, ninguno de los problemas subyacentes que lo originaron se ha resuelto. La crisis económica mundial, el aumento de la inflación y el hecho de que millones de personas más vayan a engrosar las filas de los pobres, preparan el escenario para nuevas oleadas de lucha de clases a un nivel aún más alto.
Sudáfrica
Sudáfrica es el país clave del continente africano. Tiene una economía relativamente bien desarrollada y una infraestructura avanzada. Es uno de los mayores exportadores de minerales del mundo. También cuenta con sectores manufactureros, financieros, energéticos y de comunicaciones bien establecidos. Sobre todo, desde un punto de vista marxista, tiene un proletariado numeroso y poderoso con una maravillosa tradición de lucha.
Todos los elementos necesarios para la creación de un país próspero están presentes. Sin embargo, la mayoría de la población vive en la precariedad. El desempleo real asciende a la escalofriante cifra de 10,2 millones de personas y la mitad de la población vive en la pobreza.
Durante décadas, el ANC fue un pilar de estabilidad para el capitalismo sudafricano. Pero años de escándalos de corrupción y ataques a la clase trabajadora han corroído su autoridad y lo han sumido en la crisis más profunda de su historia.
Mientras su apoyo ha ido disminuyendo, internamente ha descendido a interminables guerras de desgaste entre diversas facciones burguesas que están dividiendo al partido, al tiempo que lo separan cada vez más de las masas que solían verlo como suyo.
El desarrollo particular de la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas políticas en Sudáfrica históricamente, significa que la clase dominante no tiene un segundo partido en el que apoyarse.
A medida que las condiciones económicas preparen un nuevo auge de la lucha de clases, a la clase dominante le resultará más difícil utilizar el peso de los dirigentes del ANC para frenar el movimiento.
Pakistán
Pakistán se enfrenta a una aguda crisis financiera y corre el riesgo de impago de su deuda externa de 130.000 millones de dólares. Las reservas de divisas han caído a uno de los niveles más bajos de la historia. La inflación está en su nivel más alto desde la independencia. La inflación de los alimentos y el combustible supera el 45%.
Y encima tenemos el impacto de las inundaciones más catastróficas de la historia de la nación. Millones de personas viven una situación dramática de hambre, falta de agua potable, falta de vivienda y pobreza abyecta.
El primer ministro Sharif ha recurrido al FMI para obtener paquetes de rescate, pero los graves daños infligidos por las inundaciones generalizadas hacen que ni siquiera los préstamos del FMI sean suficientes para tapar el agujero de las finanzas pakistaníes.
Mientras tanto, el régimen está dividido y en crisis, con facciones rivales que luchan entre sí como gatos en un saco, mientras el poder real sigue firmemente en manos de los generales.
El gobierno actual, dirigido por Shahbaz Sharif, está preocupado principalmente por eliminar al partido de Imran Khan de las asambleas provinciales y reforzar su propio control del poder.
El desesperado intento de Khan de restablecer su posición fue bloqueado por los militares, que intentaron eliminarlo de la escena por el simple expediente de un asesinato (fallido).
Esto ha provocado la desconfianza generalizada del grueso de la población hacia todos los partidos, a los que ven correctamente como otros tantos gángsters. Teniendo en cuenta todos estos factores, no se puede descartar en absoluto un estallido de protestas masivas como las de Sri Lanka en 2022.
Comentando la catastrófica situación actual, el propio Khan dijo: “Durante seis meses he sido testigo de cómo una revolución se apoderaba del país… [La] única pregunta es si será una revolución suave a través de las urnas o una revolución destructiva a través del derramamiento de sangre”.
Sus palabras pueden resultar más proféticas de lo que él mismo cree.
La razón se convierte en sinrazón
Cuando la mayoría de la gente contempla la situación actual, llega a la conclusión de que el mundo se ha vuelto loco. Las masas sienten en su corazón y en su alma que algo va mal, que algo no funciona, que “el tiempo está fuera de quicio”, por citar a Hamlet de Shakespeare. Pero no saben de qué se trata.
Lo que quieren decir con esto es que no pueden encontrar ninguna explicación racional a lo que está ocurriendo. En cierto sentido, cuando atribuyen todo a una especie de locura colectiva, no se equivocan. Pero es la locura la que está incorporada en el ADN del sistema capitalista. En palabras de Hegel, la Razón se convierte en Sinrazón.
Pero en otro sentido, más profundo, están equivocados. Creen que lo que está ocurriendo no se puede entender y se desesperan.
Pero, como el universo en general, todos los procesos que observamos tienen una explicación racional y pueden ser comprendidos. Para adquirir tal comprensión, es necesario poseer un método adecuado. Y ése sólo puede ser el método del pensamiento dialéctico: el método del marxismo.
Conclusiones
Lo descrito aquí no son más que las manifestaciones externas de una crisis existencial del capitalismo.
El sistema capitalista ya no es capaz de utilizar todas las fuerzas productivas -incluida la fuerza de trabajo de la clase obrera- que ha creado. Esto es un indicio de los límites a los que ha llegado el sistema capitalista.
Esto no significa que el sistema capitalista esté a punto de derrumbarse. Lenin explicó que los capitalistas siempre encontrarán una salida incluso a la crisis más profunda. La cuestión es: ¿a qué precio para la humanidad, y para la clase obrera en particular?
Una profunda recesión haría que el desempleo alcanzara proporciones históricas. Esto tendría las más profundas implicaciones revolucionarias. Esto ya lo entienden los estrategas del Capital.
A finales de septiembre pasado, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, advirtió a los líderes internacionales de un inminente “invierno de descontento global” en un mundo acosado por múltiples crisis, desde la guerra de Ucrania hasta el calentamiento del clima.
“La confianza se desmorona, las desigualdades estallan, nuestro planeta arde”, dijo Guterres al inaugurar la Asamblea General anual. Era una valoración justa de la situación mundial. Pero no fue el único que llegó a una perspectiva sombría. La consultora de riesgos Verisk Maplecroft escribió en un informe el 2 de septiembre de 2022:
“El mundo se enfrenta a un aumento sin precedentes de los disturbios civiles a medida que los gobiernos de todo tipo lidian con los impactos de la inflación en los precios de los alimentos básicos y la energía”.
“Para los gobiernos incapaces de gastar para salir de la crisis, es probable que la represión sea la principal respuesta a las protestas antigubernamentales”, se lee en el informe de Verisk Maplecroft.
“Pero la represión conlleva sus propios riesgos, pues deja a las poblaciones descontentas con menos mecanismos para canalizar su disidencia en un momento de creciente frustración con el statu quo. En los países donde hay pocos mecanismos eficaces para canalizar el descontento popular, como medios de comunicación libres, sindicatos que funcionen y tribunales independientes, es probable que baje el umbral para que la población salga a la calle”.
¿Son imposibles las reformas?
Objetivamente hablando, el sistema capitalista ya no puede permitirse garantizar las reformas que conquistó la clase obrera en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
La burguesía se enfrenta ahora a un problema insuperable: ¿cómo conseguir que la clase obrera acepte la liquidación de esas conquistas? Eso está resultando tan difícil que la clase dominante se ve obligada a seguir sosteniendo un sistema que es insostenible.
Pero, ¿es correcto decir, como hacen algunos, que las reformas son ahora imposibles? No. Eso es incorrecto. Si se ve amenazada con perderlo todo, la clase dominante no dudará en conceder reformas, incluso reformas que “no puede permitirse”.
Durante el período de posguerra la burguesía de los países capitalistas avanzados pudo permitirse hacer concesiones porque había acumulado una capa de grasa. Se podría recurrir a esas reservas en tiempos de crisis, cuando la supervivencia del sistema esté en peligro.
E incluso si eso resulta insuficiente, pueden recurrir al endeudamiento, creando deudas masivas, que pueden hacer recaer sobre los hombros de las generaciones futuras para que las paguen. Y eso es justo lo que hicieron durante la pandemia, porque estaban aterrorizados por las posibles consecuencias sociales y políticas de un colapso económico general.
Así que recurrieron a los métodos keynesianos, que los economistas habían relegado previamente al basurero de la historia. Durante la pandemia gastaron sumas exorbitantes. Pero se quedaron con deudas enormes que tarde o temprano tendrán que pagar. Y así sigue siendo.
Lo que sí se puede decir es que la burguesía no puede permitirse hacer ninguna reforma significativa y duradera. Lo que dan con una mano, lo recuperan con la otra. La inflación anula rápidamente cualquier aumento salarial. Y la acumulación de deuda no hace más que acumular contradicciones aún mayores para el futuro.
La inflación provocará una oleada de huelgas y una intensificación de la lucha económica.
Por el contrario, una profunda recesión llevaría a una reducción de la actividad huelguística, pero la amenaza de cierres de fábricas puede llevar a ocupaciones, y habría un giro hacia el frente político.
No se puede descartar que al final, ante la oposición de las masas a la austeridad, los burgueses se vean obligados a retroceder, optando en su lugar por un ataque indirecto.
Tanto la inflación como la deflación son ataques contra la clase obrera. La diferencia es que la inflación es un ataque indirecto, mientras que la deflación (desempleo) es un ataque directo. Desde el punto de vista de los trabajadores, se trata de elegir entre una muerte lenta en la hoguera o una muerte rápida en la horca. Ninguna de las dos es aceptable. Y ambas conducirán a una explosión de la lucha de clases.
Desigualdad
En un informe reciente, el Banco Mundial predijo que, a menos que se produjera un fuerte repunte de la economía mundial, se calcula que 574 millones de personas, o alrededor del 7% de la población mundial, seguirían viviendo con sólo 2,15 dólares al día en 2030, la mayoría en África.
En cambio, los ricos son cada vez más obscenamente ricos. En un reciente artículo de Bloomberg se hablaba de las perspectivas de un nuevo fenómeno llamado “bebés del fondo fiduciario del billón de dólares”, que seguramente aparecerá en la próxima década. Se trata de hijos de superricos que serán más ricos que algunos países pequeños desde su nacimiento.
“¿Cómo se puede hablar de igualdad de oportunidades”, señalaba el artículo, “cuando algunas personas heredan fortunas que superan las dotaciones de universidades enteras? ¿Y cómo se puede alabar la ética del trabajo cuando tenemos una clase ociosa permanente en constante expansión?”.
La realidad es la que Marx describió en El Capital: “La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital.”
Los obscenos superbeneficios anunciados por Shell y otras grandes empresas energéticas, precisamente en un momento en que millones de personas luchan por sobrevivir, provocan sentimientos de profunda y duradera injusticia y amargura.
Las masas toman nota de estas flagrantes contradicciones, avivando el fuego ardiente del resentimiento y el odio hacia los ricos parásitos que, a su vez, alimentará la lucha de clases. Toda la situación está preñada de implicaciones revolucionarias. Ya podemos ver claras pruebas de ello.
Sri Lanka
Si quieres ver cómo es una revolución, sólo tienes que mirar la insurrección popular espontánea en Sri Lanka. Aquí vimos el colosal poder potencial de las masas. Y golpeó sin previo aviso, como un rayo caído de un cielo azul despejado.
Si alguien dudaba de la capacidad de las masas para hacer una revolución, ésta fue una respuesta rotunda. Los acontecimientos de Sri Lanka demostraron que, cuando las masas pierden el miedo, no hay represión que pueda detenerlas.
Sin dirección, sin organización y sin un programa claro, las masas tomaron las calles y derrocaron al gobierno con la facilidad con la que un hombre aplasta a un mosquito. Pero Sri Lanka también nos muestra algo más.
El poder estaba en las calles, esperando a que alguien lo recogiera. Hubiera bastado con que los líderes de las protestas dijeran: “Ahora tenemos el poder. Somos el gobierno”.
Pero esas palabras nunca se pronunciaron. Las masas abandonaron en silencio el palacio presidencial y se permitió el regreso del antiguo poder. Los frutos de la victoria se devolvieron a los viejos opresores y a los charlatanes parlamentarios.
El poder estaba en manos de las masas, pero se permitió que se les escapara de las manos. Es una verdad desagradable. Pero es la verdad.
La conclusión es ineludible. Sin una dirección correcta, la revolución sólo puede triunfar con gran dificultad y, la mayoría de las veces, no puede triunfar en absoluto.
Irán
La inspiradora revuelta revolucionaria de Irán ha sido otra sorprendente confirmación de lo anterior. Se produjo tras la muerte bajo custodia policial de Masha Amini, una mujer kurda de 22 años, detenida por la odiada policía de la moralidad supuestamente por “no llevar correctamente el hiyab”.
Pero no fue un hecho aislado. Ha habido muchas muertes de este tipo en Irán. En esta ocasión, sin embargo, se alcanzó un punto crítico en el que la cantidad se transformó en calidad.
La explosión que siguió se extendió inmediatamente a todas las grandes ciudades, llegando incluso a pequeños pueblos y aldeas que nunca antes habían sido testigos de ninguna manifestación. Los manifestantes eran en su inmensa mayoría jóvenes, y una gran parte eran chicas, no sólo de las universidades sino también de las secundarias.
Las fuerzas de seguridad respondieron con una represión brutal, cada vez más dura a medida que crecía el movimiento. En los numerosos y violentos enfrentamientos entre la juventud y las fuerzas de represión, murieron cientos de personas y miles más fueron detenidas.
En respuesta, las huelgas estudiantiles se extendieron a más de cien universidades y muchas escuelas. El aspecto más sorprendente de estas protestas fue la total falta de miedo por parte de la gente muy joven, especialmente de las chicas muy jóvenes.
Las alumnas de Irán empezaron a agitar sus pañuelos en el aire y a cantar contra las autoridades clericales. ¡Qué inspiración! Sus cánticos tenían a menudo un contenido abiertamente revolucionario, pidiendo el derrocamiento del régimen y “¡Muerte al Líder Supremo!”.
La brutal reacción del régimen no sólo ha radicalizado a la juventud, sino también a las organizaciones de trabajadores, y muchas se han declarado en huelga. Esta lista incluye a los camioneros, el Consejo para la Organización de Protestas de los Trabajadores de Contratas Petroleras, los trabajadores de Haft Tappeh, los trabajadores de la Compañía de Autobuses de Teherán, el Comité Coordinador de Profesores, entre otros.
Se crearon comités juveniles revolucionarios en todo el país, junto con llamamientos a la huelga general, que han sido apoyados por las organizaciones citadas anteriormente, así como por la mayoría de los sindicatos independientes. Hubo una serie de oleadas huelguísticas de los pequeños comerciantes, los bazaríes, que en el pasado fueron uno de los pilares más sólidos del régimen. Pero los obreros industriales aún no se han movido de forma decisiva, y éste es el talón de Aquiles del movimiento.
Todo esto es muy similar a los movimientos que se produjeron antes de la convulsión revolucionaria de 1979. Pero no está claro si el movimiento actual pasará a una fase superior.
Los trabajadores muestran gran simpatía y apoyo por la rebelión de la juventud, Pero si el levantamiento permanece aislado en la juventud, no puede tener éxito.
Un movimiento como éste no puede permanecer como está durante mucho más tiempo sin alcanzar el punto crítico en el que, o bien logrará derrocar al régimen, o bien sufrirá una derrota. Como en Sri Lanka, la cuestión más decisiva es el factor subjetivo: la dirección revolucionaria.
El factor subjetivo
La intensificación de la lucha de clases se deriva de este análisis con la misma inevitabilidad que la noche sigue al día. Pero el resultado de la lucha de clases nunca puede predecirse de antemano, porque se trata de una lucha de fuerzas vivas.
Como hemos explicado anteriormente, existen muchas analogías entre la guerra entre las clases y la guerra entre las naciones. En ambos casos intervienen factores objetivos y subjetivos. Y el factor subjetivo suele desempeñar un papel decisivo.
Nos referimos a cosas como la moral y el espíritu de lucha de las tropas y, sobre todo, la calidad de la dirección. El período actual se caracterizará por la intensificación de las luchas de clases y los levantamientos de masas. Pero lo que falta es una dirección revolucionaria.
El factor subjetivo es tan importante en las revoluciones como en cualquier guerra. ¿Cuántas veces en la historia de las guerras una gran fuerza de soldados decididos y valientes ha sido llevada a la derrota por oficiales cobardes e incompetentes cuando se ha enfrentado a una fuerza mucho menor de soldados profesionales disciplinados y entrenados dirigidos por oficiales audaces y eficaces?
Es este factor el que falta, o es extremadamente débil en la actualidad. Las fuerzas del marxismo genuino han retrocedido durante décadas por factores históricos que no necesitamos explicar aquí. Y la degeneración de los dirigentes reformistas y ex estalinistas ha alcanzado un punto bajo que habría parecido impensable en el pasado.
Por lo tanto, aunque podemos predecir con absoluta confianza que los trabajadores se levantarán en revuelta en un país tras otro, no podemos expresar el mismo grado de confianza con respecto al resultado de estas luchas.
El fracaso de la izquierda
Tomemos algunos ejemplos, empezando por Sanders en EEUU y Corbyn en Gran Bretaña. Estaban muy confundidos y obviamente tenían muchas limitaciones. Eso estaba muy claro para los marxistas desde el principio. Pero lo que está claro para nosotros no está necesariamente claro para las masas.
Sin embargo, desde nuestro punto de vista, ambos tuvieron un gran significado sintomático. Revelaron algo muy importante. Ambos actuaron como un catalizador que sacó a la superficie un profundo estado de ánimo de descontento con el establishment político y la sociedad existente que existía en las masas, pero que permanecía sólo latente porque carecía de un punto de referencia.
Los discursos de Sanders y Corbyn, que sonaban radicales, actuaron como un poderoso imán que permitió que los incoherentes y embrionarios instintos revolucionarios se expresaran de forma organizada. Este es un hecho muy importante, que tiene importantes implicaciones para el futuro.
El cuestionamiento general del sistema capitalista salió a la superficie y la palabra socialismo volvió al orden del día, algo muy positivo. Sin embargo, a fin de cuentas, se trató sólo de figuras accidentales que se toparon con sus propias limitaciones y fueron destruidas por ellas. Como resultado, los movimientos de masas que surgieron a su alrededor están ahora muertos.
Se podría decir lo mismo de Hugo Chávez, aunque fue más lejos que ellos y consiguió mucho más. Si hubiera podido evolucionar más de no haber muerto prematuramente es una pregunta que nunca podrá responderse. Pero también en su caso, la falta de claridad política jugó un papel fatal, como han revelado claramente los acontecimientos posteriores en Venezuela.
Los casos de Podemos en España y Syriza en Grecia proporcionan ejemplos aún más claros del desastroso papel de la llamada izquierda en la política. Cuanto más se acercan estos líderes al poder, más tímidos, cobardes y traicioneros se vuelven.
Su retórica radical sólo sirve para encubrir el hecho de que en realidad nunca cuestionan la existencia del sistema capitalista y, por lo tanto, cuando se encuentran en el gobierno, se ven obligados a operar sobre la base de sus leyes.
El resultado inevitable es la traición y la desmoralización de sus bases. La conclusión es evidente. Con los actuales dirigentes, habrá una derrota tras otra.
Pero eso es sólo una cara del proceso. Poco a poco, empezando por las capas más avanzadas, en particular la juventud, los trabajadores aprenderán de sus derrotas. Empezarán a comprender el verdadero papel del reformismo de izquierdas y se esforzarán por superarlo.
En muchos países hemos visto el surgimiento espontáneo de grupos de jóvenes que se autodenominan comunistas. Se trata de una evolución muy significativa, a la que debemos prestar mucha atención.
Similitudes y diferencias
Las condiciones económicas del próximo periodo se parecerán mucho más a las de los años 30 que a las que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero hay diferencias importantes, principalmente porque la ecuación social ha cambiado.
Las reservas sociales de la reacción son mucho más débiles que entonces, y el peso específico de la clase obrera es mucho mayor. El campesinado ha desaparecido en gran medida en los países capitalistas avanzados, mientras que amplias capas de la antigua clase media (profesionales, trabajadores de cuello blanco, maestros, profesores universitarios, funcionarios, médicos y enfermeras) se han acercado al proletariado y se han sindicado.
Los estudiantes, que en el pasado proporcionaron las tropas de choque al fascismo, han virado bruscamente a la izquierda y están abiertos a las ideas revolucionarias. Sobre todo, la clase obrera, en la mayoría de los países, no ha sufrido derrotas graves desde hace décadas. Sus fuerzas están prácticamente intactas.
Además, la clase dominante se quemó los dedos con el fascismo en el pasado y no es probable que siga ese camino fácilmente. Lo que vemos es una creciente polarización política, hacia la derecha, pero también hacia la izquierda. Hay muchos demagogos de derechas e incluso algunos llegan al poder. Sin embargo, eso no es lo mismo que un régimen fascista, que se basa en la movilización de masas de la pequeña burguesía enfurecida, utilizada como ariete para destruir las organizaciones obreras.
Esto significa que la clase dominante se enfrentará a serias dificultades cuando intente hacer retroceder las condiciones de vida y eliminar las conquistas del pasado. La profundidad de la crisis significa que tendrán que intentar recortar y cortar hasta el hueso. Pero eso provocará explosiones en un país tras otro.
Mujeres y jóvenes
De este caos está surgiendo un nuevo nivel de conciencia. Hay un sentimiento instintivo entre la gente corriente, especialmente entre los jóvenes y las mujeres, de que “algo va mal en esta sociedad”, de que “vivimos en un mundo injusto”.
Hasta cierto punto, es el caso entre los trabajadores en general. Se ha ejercido una presión despiadada sobre los trabajadores para que aumenten la cantidad producida y reduzcan el tiempo necesario para producirla. Los salarios han ido siempre a la zaga de los aumentos de productividad. En Estados Unidos, los salarios reales no habían aumentado hasta hace poco durante un periodo de unos 40 años. Y con el retorno de la inflación, los salarios reales en los EEUU están de nuevo en declive.
Pero esta conciencia es más evidente, y más avanzada, en el caso de los jóvenes y las mujeres, que son quienes deben soportar la peor parte del peso de la crisis del capitalismo. Son las capas más explotadas y oprimidas de la clase.
En un país tras otro, se han producido grandes movilizaciones de mujeres contra la prohibición del aborto, desde EEUU hasta las católicas Polonia e Irlanda. Argentina y Chile también han visto movimientos de masas por el derecho al aborto. En México, donde el trato inhumano y bárbaro a las mujeres ha alcanzado proporciones epidémicas, también ha habido movimientos masivos para protestar contra la violencia contra las mujeres. Este ha sido también un factor de radicalización política en el Estado español.
En este contexto, las consignas democráticas más elementales pueden adquirir rápidamente un contenido abiertamente revolucionario.
La expresión más clara de la revuelta de las mujeres se produjo en Irán, donde el movimiento de un enorme número de chicas jóvenes pasó rápidamente de las protestas contra el uso obligatorio del hiyab a la exigencia del derrocamiento revolucionario de un régimen monstruosamente opresivo.
Eso indica que se está produciendo el inicio de un nivel de conciencia totalmente nuevo. En estas circunstancias, existe una profunda sensibilidad entre estas capas ante cualquier manifestación de injusticia. Esto incluye la cuestión del racismo y la brutalidad policial, como vimos con el levantamiento de Black Lives Matter.
En todos los países, la juventud está al frente de la lucha. No es casualidad. Los acontecimientos han demostrado que un número cada vez mayor de jóvenes está dispuesto a salir a la calle para luchar contra el capitalismo.
De nuevo sobre la conciencia
Sería un error fundamental suponer que la mayoría de los trabajadores ven las cosas de la misma manera que nosotros. Ver todo el proceso histórico es una cosa, pero cómo las masas entienden ese proceso es otra, totalmente diferente.
La conciencia de la clase obrera está poderosamente influida por los cambios en la situación objetiva. Trotsky lo explicó brillantemente en un importante artículo titulado “El tercer período de los errores de la Comintern”.
Para algunos sectarios esta cuestión simplemente no se plantea. Para ellos, la clase obrera siempre está dispuesta a rebelarse. Eso es para ellos una constante que nada tiene que ver con los cambios en las condiciones objetivas. Pero no es así en absoluto.
Trotsky criticó duramente la idea planteada por los estalinistas en el tristemente célebre “Tercer Periodo”, y que todavía hoy repiten algunos insensatos ultraizquierdistas, de que las masas siempre están dispuestas a rebelarse, y que son sólo los aparatos burocráticos conservadores del movimiento obrero los que se lo impiden.
Trotsky desprecia esta idea y vale la pena citar extensamente sus palabras:
“La radicalización de las masas aparece descrita como un proceso continuo: las masas son hoy más revolucionarias que ayer, mañana serán más revolucionarias que hoy. Semejante mecanicismo no corresponde al verdadero proceso de desenvolvimiento del proletariado ni de la sociedad capitalista en su conjunto…
“Los partidos socialdemócratas, sobre todo en la preguerra, vislumbraban un futuro con un continuo incremento de votos socialdemócratas, que aumentarían sistemáticamente hasta el umbral de la toma del poder. Para un pensador vulgar o un seudorrevolucionario, esta perspectiva mantiene toda su vigencia; sólo que en vez de hablar de un continuo incremento de los votos, habla de la continua radicalización de las masas. Esta concepción mecanicista se apoya también en el programa Stalin-Bujarin de la Internacional Comunista.
“Demás está decir que, desde la perspectiva de nuestra época de conjunto, el proletariado sigue un proceso que avanza hacia la revolución. Pero no se trata de una progresión ininterrumpida, como no lo es el proceso objetivo de agudización de las contradicciones capitalistas. Los reformistas sólo ven el ascenso del capitalismo. Los “revolucionarios” formales sólo ven sus bajas. Pero el marxista contempla el proceso en su conjunto, con todas sus alzas y bajas coyunturales, sin perder jamás de vista su dinámica principal: las catástrofes bélicas, las explosiones revolucionarias.
“El estado de ánimo político del proletariado no cambia automáticamente en una misma dirección. La lucha de clases muestra alzas seguidas de bajas, marejadas y reflujos, según las complejas combinaciones de las circunstancias ideológicas y materiales, tanto nacionales como internacionales. Un alza de las masas que no es aprovechada o es mal aprovechada se revierte y culmina en un período de reflujo, del que las masas se recuperan tarde o temprano bajo la influencia de nuevos estímulos objetivos.
“La nuestra es una época que se caracteriza por fluctuaciones periódicas extremadamente bruscas, por situaciones que cambian de manera muy abrupta, todo lo cual configura, para la dirección, responsabilidades muy arduas en lo que hace a la elaboración de una orientación correcta.
“La actividad de las masas propiamente dicha se manifiesta de distintas maneras, según las circunstancias. En algunas épocas se puede observar a las masas empeñadas por entero en la lucha económica, demostrando muy poco interés por las cuestiones políticas. O bien, luego de una serie de derrotas en la lucha económica, las masas pueden dirigir abruptamente su atención a la política. En ese caso -tal como lo determinen la situación concreta y la experiencia anterior de las masas-, su actividad política puede manifestarse en la lucha exclusivamente parlamentaria o en la extra-parlamentaria.” (León Trotsky, Escritos, 1930)
Estas líneas son extremadamente importantes porque muestran que a partir de afirmaciones generales sobre la época es imposible deducir la etapa en que se encuentra la conciencia del proletariado o el movimiento concreto de la clase. Vemos aquí muy claramente el método de Trotsky, que no parte de fórmulas abstractas (“la nueva época”) sino de hechos concretos.
Todo tipo de cosas se combinan para dar forma a la conciencia de las masas en los países capitalistas avanzados, no sólo la situación actual o incluso la situación en la última década, sino el tipo de condiciones que se crearon durante un período de décadas después de la Segunda Guerra Mundial. Esto es particularmente cierto en el caso de la generación de edad más avanzada. La mentalidad de los jóvenes es otra cuestión. Ese es un debate aparte.
La conciencia de los trabajadores en Europa y EE.UU. ha sido moldeada durante décadas por lo que fue al menos un periodo de relativa prosperidad. El 15 de noviembre de 1857, Engels se quejaba en una carta a Marx:
“Las masas deben haberse vuelto condenadamente letárgicas después de una prosperidad tan larga”. Y añadía: “Es necesaria una presión crónica durante un tiempo para calentar a las poblaciones. El proletariado golpeará entonces mejor, con mejor conciencia de su causa y más unido…”
La clase obrera en general posee una colosal capacidad de aguante. Tolera incluso malas condiciones durante bastante tiempo antes de que se vuelvan absolutamente intolerables. Se necesita tiempo para que la cantidad se convierta en calidad. Y la conciencia, que es inherentemente conservadora, tarda un tiempo en ponerse al día con la realidad cambiante.
Durante todo un periodo, la inflación fue baja, lo que significaba que, aunque la tasa de explotación aumentaba, los salarios de los trabajadores podían comprar más que antes. Los trabajadores pudieron comprar coches, grandes televisores y otras mercancías, cuyo precio estaba bajando gracias a los avances tecnológicos y al aumento de la productividad del trabajo.
Los bajos tipos de interés también produjeron una expansión sin precedentes del crédito. Millones de personas pudieron comprar cosas que en realidad no podían permitirse, pero sólo endeudándose cada vez más.
Viendo lo mal que están las cosas ahora, y echando la vista atrás, es demasiado fácil tener una falsa percepción de lo bien que estaban las cosas en los viejos tiempos. Pero todo eso está amenazado ahora. Y eso es lo que está empezando a provocar un cambio fundamental en la conciencia.
El proceso molecular de la revolución
La cuestión de la inflación es un elemento clave para cambiar la actitud de la generación de más edad. Si bien es cierto que la juventud es la capa más radicalizada y más abierta a las ideas revolucionarias, se está desarrollando un estado de ánimo cada vez más airado entre todo tipo de personas. La gente que hasta hace poco pensaba que las cosas estaban bien y que la vida era estable y predecible, ahora se está llevando un buen susto.
Todo se está convirtiendo en lo contrario. Las condiciones de vida han empeorado repentinamente, y eso está cambiando la perspectiva de la gente. De repente, todo el mundo se queja. No consiguen llegar a fin de mes.
Antes, en Occidente, la patronal y los líderes sindicales llegaban a acuerdos de aumentos salariales anuales del uno o el dos por ciento, apenas a la par de la inflación, y los imponían a los trabajadores. Hoy en día, esos acuerdos supondrían importantes reducciones de los salarios reales. Cada vez más trabajadores tienen claro que, para mantener su nivel de vida, tendrán que organizarse y luchar. En todas partes se observa un notable aumento de las huelgas, que a menudo terminan con la victoria de los trabajadores.
En Gran Bretaña, cientos de miles de trabajadores de muchos sectores se han declarado en huelga; en Grecia, Bélgica y Francia hemos asistido a huelgas generales; en Estados Unidos, nuevos estratos, como los trabajadores de Starbucks, Apple y Amazon, están luchando por sindicarse y han emprendido acciones de huelga, y también tuvimos el conflicto de los ferroviarios. Por último, también vimos en Canadá cómo los ataques de Doug Ford contra los trabajadores de la educación de Ontario llevaron a una huelga ilegal y a los líderes sindicales a amenazar con una huelga general que derrotó la legislación de vuelta al trabajo, algo inédito en la historia canadiense. En todas partes, la clase trabajadora está empezando a despertar bajo el impacto de la crisis del coste de la vida.
La inflación también está teniendo un enorme impacto en los pequeños negocios, muchos de los cuales se ven abocados a la quiebra, y a los ancianos, que ven cómo el valor de sus pensiones se erosiona día a día. Ya ha habido manifestaciones masivas de pensionistas en España. Y gran parte de la volatilidad social que vemos en países como Italia es un fenómeno estrechamente relacionado.
Hay un sentimiento general de inseguridad y miedo al futuro que exacerba enormemente la inestabilidad política y social. Esto plantea grandes peligros a la clase capitalista, lo que explica por qué se ve obligada a tomar medidas muy arriesgadas en un intento de impedir desarrollos revolucionarios.
Cuando personas que antes no mostraban ningún interés por la política de repente empiezan a hablar de política en la parada del autobús o en el supermercado, es el comienzo de lo que Trotsky llamó el proceso molecular de la revolución.
Es cierto que carecen del análisis elaborado y científico que poseen los marxistas. Su comprensión de la política es algo elemental, tosco y subdesarrollado. Pero está guiada por un sentido elemental de injusticia, un sentimiento de que algo no funciona en la sociedad y de que algo tendrá que cambiar.
Es una conciencia de clase elemental que es el primer embrión de una conciencia revolucionaria. El elemento más importante de este cambio es el económico. Pero no es el único factor.
El desastre medioambiental
El sistema capitalista está conduciendo al mundo hacia una catástrofe medioambiental que se cierne sobre la mente de muchas personas. Para algunos, se trata de un problema existencial. Para naciones enteras, su futuro está en peligro.
En un extremo, está el problema de la sequía y la desecación de los ríos, que está teniendo un efecto devastador en las cosechas y en la producción de alimentos y, por tanto, en el aumento de la inflación.
En el otro, hay tormentas devastadoras, huracanes y terribles inundaciones, como hemos visto en países como Bangladesh y Pakistán, donde 33 millones de personas se vieron directamente afectadas.
En países como Somalia, han muerto más de tres millones de animales, lo que ha destruido los medios de subsistencia de millones de personas. En Brasil, la destrucción criminal de la Amazonia ha alcanzado niveles récord. Entre enero y junio de 2022 se talaron en la región unos 3.988 kilómetros cuadrados (1.540 millas cuadradas) de tierra. En el mismo periodo se destruyeron 3.088 kilómetros cuadrados de selva tropical.
También en los países capitalistas avanzados hay pruebas evidentes de condiciones meteorológicas más extremas. Muchas personas viven con el temor constante de que su casa se inunde o sea barrida.
En las grandes ciudades, el aire está envenenado con gases tóxicos, los ríos se ahogan con residuos químicos de fábricas, granjas y efluentes humanos, y los océanos se contaminan con toneladas interminables de plástico y otras basuras.
La explotación minera de los fondos marinos, antaño algo confinado a la ciencia ficción, se está convirtiendo en una realidad, con previsibles consecuencias catastróficas para el equilibrio ecológico del planeta y la biodiversidad. Y en todos los países el ritmo de extinción de especies vegetales y animales ha alcanzado niveles alarmantes.
Todas estas cosas remueven la conciencia de millones de personas, especialmente de los jóvenes. Pero la indignación moral y las manifestaciones airadas son totalmente insuficientes porque sin un diagnóstico correcto es imposible ofrecer ninguna solución.
Los burgueses han llegado, tarde, a la conclusión de que hay que hacer algo. Pero en el capitalismo todo está subordinado al afán de lucro y a los intereses de los monopolios. Por ejemplo, disfrazan con retórica ecologista políticas destinadas a proteger la industria estadounidense o europea frente a las mercancías procedentes de países con una legislación medioambiental “menos estricta” (China en primer lugar).
Fundamentalmente, todas sus políticas intentan descargar los costes de la crisis medioambiental sobre la clase trabajadora y los sectores más pobres de la sociedad. Mientras las multinacionales de la energía sigan obteniendo beneficios récord, las familias obreras se verán obligadas a pagar precios más altos por el combustible y también a prescindir de sus coches y sistemas de calefacción. Al mismo tiempo, tendrán que pagar las cuantiosas subvenciones a las grandes empresas a través de impuestos más elevados.
Como resultado, a los ojos de una parte de la clase obrera, la “lucha contra el cambio climático” podría asociarse cada vez más con la austeridad capitalista y la crisis del coste de la vida. Esto podría hacer el juego a las fuerzas reaccionarias que niegan la existencia del calentamiento global antropogénico y promueven los combustibles fósiles. Para luchar contra esto, se necesita una política revolucionaria.
La catástrofe medioambiental es un claro resultado de la locura de la economía de mercado. Hay que subrayar que la existencia del capitalismo representa hoy una amenaza clara y actual para el futuro de la civilización humana.
Si el movimiento ecologista se limita a una política de gestos vacíos, se condenará a la impotencia. La única manera de alcanzar sus objetivos es adoptar una posición revolucionaria clara e inequívocamente anticapitalista. Debemos esforzarnos por llegar a los mejores elementos y convencerles de ello.
El papel de los marxistas
Principalmente como resultado de la debilidad del factor subjetivo, la crisis actual no tendrá una resolución rápida. Este retraso es ventajoso para los marxistas, porque nos dará el tiempo que necesitamos para reforzar nuestras fuerzas y construir una base sólida en la clase obrera y el movimiento obrero.
La crisis se prolongará en el tiempo, y habrá muchos flujos y reflujos de la lucha de clases. A momentos de euforia seguirán otros de cansancio, apatía e incluso desesperación. Pero en todos los casos, la clase siempre se levantará, dispuesta a renovar la lucha, no por razones mágicas, sino simplemente porque no tiene otra alternativa que luchar.
La clase obrera en su conjunto no aprende de los libros, sino de la experiencia. Pero aprende, tanto de las derrotas y los reveses como de las victorias. Ahora mismo está aprendiendo sobre las limitaciones del reformismo de izquierdas. Engels dijo una vez que los ejércitos derrotados aprenden bien sus lecciones. A lo que Lenin comentó: “Estas espléndidas palabras se aplican en mucha mayor medida a los ejércitos revolucionarios”.
Pero se trata de un aprendizaje muy largo y serán necesarias muchas experiencias futuras antes de que la clase deseche finalmente sus ilusiones en el reformismo (especialmente en su disfraz de “izquierda”) y llegue a comprender la necesidad de una revolución social total.
Nuestro papel no es dar lecciones a la clase obrera desde la barrera, sino participar activamente en la lucha de clases. Es tarea de los marxistas acompañar este proceso junto con la clase obrera, luchar hombro con hombro con los trabajadores y ganarse así su respeto y confianza.
Sin embargo, si éste fuera el único contenido de nuestra actividad, seríamos meros activistas y no tendríamos razón de existir como tendencia separada en el movimiento obrero.
Nuestro papel más importante es ayudar a los trabajadores y a la juventud, empezando por la capa más avanzada, a sacar las conclusiones necesarias de su experiencia y a demostrar en la práctica la superioridad de las ideas marxistas.
Esto llevará algún tiempo, y debemos aprender las virtudes de la paciencia revolucionaria. No hay camino fácil. La búsqueda de atajos acaba invariablemente en graves desviaciones, ya sean de tipo oportunista o ultraizquierdista.
Recordemos que en 1917, en plena revolución, Lenin lanzó la consigna: ¡Explicar pacientemente! Tenemos las ideas correctas, que son las únicas que pueden señalar el camino de la victoria en la lucha de clases.
No se puede predecir el ritmo real de los acontecimientos. Pero el potencial para una intensificación explosiva de la lucha de clases existe en muchos países. No podemos decir dónde empezará. Puede ser Francia o Italia, o Irán, o Brasil. Indonesia, Pakistán, Argentina o incluso China.
Ya veremos. Pero lo principal es que abrirá nuevas posibilidades para la tendencia marxista, siempre que seamos capaces de aprovecharlas. Y eso depende de una sola cosa: de nuestra capacidad para hacer crecer nuestras fuerzas hasta el punto crítico en que seamos físicamente capaces de intervenir.
Eso, a su vez, depende del trabajo que hagamos ahora. Eso es lo que tenemos que hacer comprender a cada camarada. Nuestra consigna debe ser: todas las fuerzas en el punto de ataque. Y eso significa, precisamente, construir nuestras fuerzas.
Debemos trabajar incansablemente para construir las fuerzas que serán necesarias para llevar estas ideas a cada fábrica, a cada agrupación sindical, a cada escuela y universidad. Sólo así podrá construirse la futura dirección revolucionaria del proletariado.
Durante mucho tiempo hemos luchado contra la corriente. Nuestros cuadros se han endurecido y fortalecido en esa lucha. Estamos empezando a ganar el respeto de los obreros y jóvenes más avanzados. La autoridad política y moral de nuestra Internacional nunca ha sido tan alta.
¡Son conquistas colosales! Pero aún nos queda un largo camino por recorrer. Es un camino largo y difícil, y no todo será fácil. A momentos de euforia seguirán otros de decepción e incluso de desesperación. Debemos aprender a convivir con las dificultades y aceptar con la misma ecuanimidad alegre tanto las derrotas como los éxitos.
Pero la marea de la historia ha cambiado y ahora empezamos a nadar con la corriente, no contra ella. Los trabajadores y la juventud están mucho más abiertos a nuestras ideas que en cualquier otro momento. Todo el proceso se acelerará.
Nuestra Internacional se enfrentará a inmensas oportunidades mucho antes de lo que cabría esperar. Se abrirán muchas puertas. De nosotros depende aprovechar al máximo todas las posibilidades y demostrar que estamos a la altura de las grandes tareas que nos impone la historia.
Aprobado por unanimidad – Congreso mundial de la CMI (Bardonecchia 7-12 de agosto 2023)