Escrito por: Miguel Jiménez
El desarrollo del capitalismo y de la producción fabril comenzó a romper con el papel tradicional de kirche, küche, kinder (iglesia, cocina, niños), al que el Antiguo Régimen campesino reservaba a las mujeres en las aldeas y pueblos predominantes de la declinante y vieja sociedad feudal.
Coincidiendo con el advenimiento del movimiento obrero organizado, el siglo XIX presenció cómo en ambas orillas del Atlántico mujeres obreras jugaron un papel muy relevante en luchas emblemáticas que crearon toda una tradición.
Marx y Engels, en 1871, promovieron una norma en la I Internacional en la que se recomendaba la creación de secciones de mujeres, sin excluir la posibilidad de que en ellas participasen ambos sexos. En esa época prevalecían en mucha mayor medida que hoy en Europa unas condiciones de atraso donde el machismo imperante hacía que se mirase con casi absoluto desprecio a las mujeres que participaban activamente en política. Auguste Bebel, compañero y discípulo de Marx y Engels, fundador del movimiento socialista en Alemania, en su obra La mujer y el socialismo, llamó a combatir estas tendencias dentro del movimiento obrero.
De este ambiente, con todas sus contradicciones, surge como una figura gigante Rosa Luxemburgo, que tratará de tú a tú a los máximos dirigentes socialistas de fines del siglo XIX y principios del XX, la que batallará y derrotará a la emergente tendencia conciliadora que se iba fraguando en el seno del movimiento socialista.
Clara Zetkin
Por tanto, el trabajo por las reivindicaciones sociales que más afectaban al sexo femenino entre las mujeres de las organizaciones socialistas europeas (y anarquistas), específico y metódico, arrancó de muy antiguo, desde la segunda mitad del siglo XIX y cobró fuerza en los años finales del mismo. Tan sólo en Alemania, antes de la I Guerra Mundial, las suscriptoras a las publicaciones femeninas de la socialdemocracia alemana llegaron a superar la cifra de cien mil. La figura más conocida de este trabajo fue la alemana Clara Zetkin.
El primer hito en la consecución del 8 de marzo lo encontramos en la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Stuttgart en 1907. Clara Zetkin, fundadora de la revista de mujeres socialistas Igualdad, defendió una resolución, redactada al unísono con Alejandra Kollontai y Rosa Luxemburgo, en la cual instaba a todos los partidos socialistas a realizar una campaña en favor del derecho al voto para la mujer, además de luchar por sus plenos derechos sociales. La Internacional Socialista respaldó estos acuerdos, lo que era la culminación de todo un trabajo de décadas previas. Aun cuando ya había comenzado la lucha por el derecho al voto de las sufragistas (dirigida por mujeres de extracción social de clase alta y media) en Norteamérica, Inglaterra y otros países, la lucha por la plena emancipación (social y política) de la mujer nace como parte integral del movimiento socialista internacional.
El 3 de mayo de 1908, la Federación de los Clubes de Mujeres Socialistas de Chicago toma la iniciativa de convocar un Día de la Mujer, en un teatro de la ciudad. El primer día de la Mujer, nacional, asumido por el Partido Socialista norteamericano, fue al año siguiente, celebrándose en diferentes ciudades, en diferentes fechas. El objetivo básico “era obtener el derecho de voto y abolir la esclavitud sexual”.
La celebración del siguiente año, 1910, estuvo marcada por una gran participación. Las modistas de la ciudad habían terminado una larga huelga por el derecho a tener su sindicato reconocido. La huelga duró desde el 22 de noviembre de 1909 hasta 15 de febrero de 1910, casi en la víspera del Día de la Mujer. Fue una huelga larga, dura, con fuertes piquetes reprimidos con violencia por la policía, que detuvo a más de 600 personas. Concluida la huelga, las modistas participaron activamente de la preparación y realización del Día de la Mujer convocado por el Partido Socialista norteamericano. Éste decide insistir ante la Internacional Socialista para la institucionalización en los medios obreros de este día de lucha como uno de acción global planetaria.
En 1910, la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, con representantes de 17 países, decidió la declaración de un día internacional de lucha en ese sentido. Aunque en el acuerdo no se fijó un día específico, a partir de entonces el Día Internacional de la Mujer Trabajadora comenzó a celebrarse en varios países de Europa. La primera celebración internacional se produjo en 1911 y tuvo particular fuerza en países como Austria, Dinamarca, Alemania y Suecia. Más de un millón de obreras y obreros participaron en actos públicos exigiendo igualdad de derechos en el código civil, el derecho al trabajo y el fin de la discriminación en el empleo. Unas semanas después, el 25 de marzo, 146 trabajadoras del textil, la inmensa mayoría mujeres inmigrantes de Italia y Europa del Este, morían en el Incendio de la fábrica Triangle Shirwaist en Nueva York, al estar encerradas y no poder escapar de su lugar de trabajo cuando se declaró un voraz fuego. El respeto a la memoria de estas trabajadoras, las más explotadas de la clase obrera, se incorporó al Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
La igualdad en los derechos civiles
El primer 8 de marzo europeo fue el de 1914, seguido unitariamente en varios países del continente.
La declaración de la I Guerra Mundial, junto con el llamamiento a filas de millones de obreros, favoreció el proceso de proletarización de millones de mujeres. En un sentido, la situación de las mujeres empeoró, pues muchas mujeres tenían que hacer frente solas al mantenimiento de sus familias, a las escaseces y al encarecimiento del coste de la vida. Pero las mujeres obreras participaron en muchas huelgas y manifestaciones para protestar contra las penurias, lo que elevó su visión, su toma de conciencia, llevando al incremento de la confianza en sí mismas. Este proceso social, junto con el de las luchas y protestas previas, llevó a conseguir la legislación del derecho al voto femenino en los países nórdicos y de las antípodas (Australia y Nueva Zelanda), países donde, no por casualidad, se daban los mayores porcentajes a nivel mundial del voto en las elecciones a sus respectivos partidos socialistas (o laboristas).
Sin embargo, el 8 de marzo que con más trascendencia se recuerda fue el de 1917 en Petrogrado (hoy San Petersburgo). Trotsky explicó muy bien cómo, partiendo de las explotadas mujeres del textil, prendió la llama de la revuelta:
«El 23 de febrero [8 de marzo en el actual calendario occidental] era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. Las masas -como atestigua Kajurov, uno de los militantes obreros de la barriada- estaban excitadísimas: cada movimiento de huelga amenazaba convertirse en choque abierto. Y como el Comité entendiese que no había llegado todavía el momento de la acción, toda vez que el partido no era aún suficientemente fuerte ni estaba asegurado tampoco en las proporciones debidas el contacto de los obreros con los soldados, decidió no aconsejar la huelga, sino prepararse para la acción revolucionaria en un vago futuro. Tal era la posición del Comité, al parecer unánimemente aceptada, en vísperas del 23 de febrero. Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento. Los bolcheviques -dice Kajurov- fueron a la huelga a regañadientes, secundados por los obreros mencheviques y socialrevolucionarios. Ante una huelga de masas no había más remedio que echar a la gente a la calle y ponerse al frente del movimiento. Tal fue la decisión de Kajurov, que el Comité de Viborg hubo de aceptar. «La idea de la acción había madurado ya en las mentes obreras desde hacía tiempo, aunque en aquel momento nadie suponía el giro que había de tomar.»
90.000 obreras y obreros se declararon en huelga, inaugurando las Jornadas de Febrero, revolución que tumbó a la autocracia más antigua de Europa. Dicha gesta histórica selló para el futuro la estabilización de dicha fecha, 8 de marzo, como el aniversario anual de reivindicación y de lucha de los derechos de la mujer trabajadora, año a año, y década a década, hasta hoy.
Las conquistas de la Revolución
Los plenos derechos políticos para la mujer fueron garantizados por la Revolución Rusa. No sólo el derecho al voto, como en otros países antes, sino la potestad de ser elegida diputada o ministra. Fue el país de los Sóviets el primero en legislarlo a nivel mundial. Lo que fue el caso de Alejandra Kollontai, primera comisaria (ministra) de la historia mundial. No era un papel de mujer-florero, tan al uso en otros momentos posteriores. Cualquiera que conozca mínimamente la historia del Partido bolchevique sabe del papel capital que en los años previos jugaron incuestionablemente otras mujeres como Inessa Armand o Nadejda Krúpskaia.
La Revolución Rusa, en mitad de la escasez, dio todo lo que pudo de sí para sentar las bases para la emancipación social de las mujeres. Las mujeres ya no tenían la obligación de vivir con sus maridos o acompañarles si se cambiaban de trabajo. Tenían los mismos derechos para ser cabeza de familia y disfrutaban de igualdad salarial. Se prestaba mucha atención a la maternidad y se aprobaron leyes que prohibían a las mujeres embarazadas trabajar largas jornadas, existía la baja maternal con salario y las familias disponían de guarderías. El aborto se legalizó en 1920, el divorcio se simplificó y bastaba con inscribir el matrimonio en el registro civil. El concepto de hijo ilegítimo también fue eliminado.
En palabras de Lenin: “En el sentido literal, no hemos dejado un solo ladrillo de las despreciables leyes que colocaban a la mujer en una situación de inferioridad comparada con los hombres”.
Los avances materiales posteriores facilitaron la plena incorporación de las mujeres a todas las esferas de la vida social, económica y política —comida gratuita en las escuelas, leche gratis para los niños, comida, ropa, centros de maternidad, guarderías y otras facilidades—.
En La revolución traicionada Trotsky escribe:
“La revolución trató heroicamente de destruir el antiguo “hogar familiar” corrompido, institución arcaica, rutinaria, asfixiante, que condena a la mujer de la clase trabajadora a los trabajos forzados desde la infancia hasta su muerte. La familia, considerada como una pequeña empresa cerrada, debía ser sustituida, según la intención de los revolucionarios, por un sistema acabado de servicios sociales: maternidades, casas cuna, jardines de infancia, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sanatorios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc. La absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista, al unir a toda una generación por la solidaridad y la asistencia mutua, debía proporcionar a la mujer y, en consecuencia, a la pareja, una verdadera emancipación del yugo secular”.
El movimiento obrero mundial más militante, comunista, socialista y anarquista, jugó en el periodo revolucionario de entreguerras un papel militante, abnegado y heroico. Y, dentro de él, el movimiento de las militantes obreras, evidenciado claramente por procesos impresionantes como el de la Revolución Española de los años 30.
El papel del estalinismo
En 1943, Stalin inicia las negociaciones con los dirigentes occidentales para repartirse el mundo en esferas de influencia, buscando un consenso estable con los imperialismos británico y estadounidense y liquida la Internacional Comunista.
La URSS de entonces revelaba lo certera de la vieja afirmación del «socialista utópico» Fourier, que parafraseó Trotsky al escribir:
“La posición de la mujer es el indicador más gráfico y elocuente para evaluar un régimen social y una política estatal (…) Guiada por su instinto conservador, la burocracia se ha alarmado ante la ‘desintegración de la familia’. Comenzó cantando panegíricos a la cena y la lavandería familiares, es decir a la esclavitud doméstica de la mujer. Para rematar, la burocracia ha restaurado el castigo criminal por los abortos, regresando oficialmente a las mujeres al estado de animales de carga. En completa contradicción con el abecé del comunismo, la casta gobernante ha restaurado así el núcleo más reaccionario e ignorante del régimen de clase, es decir, la familia pequeñoburguesa”.
Después de la muerte de Stalin en 1953, se implantaron de nuevo algunas reformas como por ejemplo el aborto legal, pero la situación de las mujeres en la Unión Soviética nunca recuperó los niveles alcanzados con Lenin y Trotsky. Después de años de desarrollo económico que la convirtieron en el segundo país más poderoso del planeta ¿qué otras Armand, Krúpskaia, Kollontai o Zetkin se elevaron al primer nivel en el régimen estalinista? La carcoma machista, en el plano cultural e ideológico, se desarrolló.
Aún así, las mujeres soviéticas tenían muchas ventajas con respecto a las mujeres de Occidente. El crecimiento económico de la posguerra —conseguido gracias a la economía planificada y nacionalizada—, permitió una mejora general: jubilación a los 55 años, derecho de las mujeres embarazadas a reducir la jornada laboral con todo el salario, 56 días libres antes y otros 56 días después del nacimiento del niño. En 1927, el 28% de las mujeres cursaban estudios superiores; en 1960, el 43%, y en 1970 el 49%. Los únicos países del mundo en ese año donde las mujeres constituían más del 40% del total de estudiantes en la educación superior, eran Finlandia, Francia y EEUU.
El 8 de marzo hasta nuestros días
La burocratización estalinista llevó consigo a la caricaturización de la celebración del 8 de marzo en los países vinculados a la URSS, mientras el avance del capitalismo occidental y la estabilización del mismo por la socialdemocracia, cada vez menos socialista, no tenían interés en conmemorar el 8 de Marzo.
Sin embargo, la revolución existía, más allá de los despachos de los burócratas soviéticos. Una nueva generación se conmovió durante los años 60 y 70 con la revolución colonial, con decenas de países logrando la independencia de sus respectivas metrópolis. Algunas de esas luchas, como la del pueblo vietnamita, capturaron la imaginación de la juventud y la clase trabajadora. Qué decir de Cuba y del Ché… La versión estalinista china, el maoísmo, intentaba aparecer en ese contexto como un ideal más puro que el ya apolillado estalinismo soviético. El cascarón de estabilidad comenzó a quebrarse en Occidente antes de la crisis económica de 1973. Para entonces, ya existía un fermento que llevó al cuestionamiento de las relaciones sociales a todos los niveles, como en otras épocas. Las mujeres en los países más ricos descubrieron la píldora, mientras en el tercer mundo conquistaban las metralletas y el AK-47 de la mano de sus compañeros, en luchas que llegaron hasta principios de la década de los 80. Ante el relativo estancamiento de la lucha de clases en los países más avanzados, se vuelve la mirada a otros «ismos»: ecologismo, pacifismo, feminismo.
El propio 8 de marzo es reinterpretado y descafeinado. La agencia democrática de los poderosos, que es la ONU, puso su grano de arena institucionalizando para el orden dominante (es decir, el burgués), la celebración del Día de la Mujer, quitándole el calificativo de «trabajadora»; es decir, ocultando el nombre de la clase social cuyo sector más consciente se movió al unísono para defender a aquellas de sus componentes más explotadas. Durante años y décadas cobró fuerza, incluso en medios supuestamente comunistas, la idea de que el 8 de marzo tuvo su origen en una huelga que nunca se dio, el 8 de marzo de 1857, donde hubo «146 mujeres quemadas», mezclando fechas y circunstancias. El objetivo es obviar lo esencial: que el 8 de marzo nace del movimiento de lucha contra el capitalismo que durante décadas previas a 1917, que es la fecha clave que lo solemniza, impulsaron millones de militantes, hombres y mujeres unidos por el ideal revolucionario de desterrar cualquier clase de explotación y alienación del hombre por el hombre, y de la mujer por el hombre; convencidos de que los que tenían más derechos tenían el deber de defender a lo que menos tenían, que unidos logramos más, que divididos nos quiere la clase que detenta el poder de hoy, que es la misma que reinaba en el planeta en 1908 y 1917.
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