El Programa de Transición: El método del marxismo en tiempos de crisis

 

Vivimos el período más turbulento de la historia del capitalismo.

Los niveles de pobreza crecen en todas partes. Al mismo tiempo, una pequeña minoría, el “uno por ciento”, acumula riquezas sin precedentes.

Las condiciones de trabajo empeoran a medida que los patronos recortan los derechos de los trabajadores. Los salarios no se ajustan a la inflación, y los beneficios para los pobres se recortan constantemente. Los precios de la vivienda se disparan, mientras que los alquileres se vuelven inasequibles para muchos trabajadores.

A todo esto se suma el cambio climático, que tiene efectos catastróficos en muchos países, desde inundaciones hasta incendios forestales, mientras la sequía destruye los medios de vida de millones de personas.

En estas condiciones, las potencias imperialistas se enfrentan entre sí por mercados y esferas de influencia, interfiriendo en los asuntos de todas las naciones del planeta. Esto produce inestabilidad y agitación; guerras y guerras civiles.

Esto lleva a millones, si no miles de millones, de personas en todos los países a preguntarse por qué sucede esto, cuáles son las causas y cuáles son las soluciones.

Los comunistas revolucionarios tenemos respuestas claras a estas preguntas y un programa para resolver esta crisis atacándola desde sus raíces.

La Cuarta Internacional

¿Qué es este programa? ¿Y cómo lo conectamos con las luchas cotidianas de la clase trabajadora?

Estas cuestiones son tratadas muy hábilmente por León Trotsky en El Programa de Transición, escrito en 1938 y adoptado por el primer congreso de la recién formada Cuarta Internacional.

Junto con Lenin, Trotsky condujo al Partido Bolchevique y a la clase trabajadora al poder en la Revolución de Octubre de 1917.

Tanto Lenin como Trotsky comprendieron que no era posible construir el socialismo en un solo país, especialmente en las condiciones extremadamente atrasadas de la Rusia de aquel entonces. Por eso trabajaron conscientemente para extender la revolución internacionalmente.

La antigua Segunda Internacional había degenerado en una serie de partidos reformistas, que traicionaron a la clase trabajadora al apoyar a sus propias clases dominantes durante la Primera Guerra Mundial.

Lenin y Trotsky trabajaron arduamente por el establecimiento de la Tercera Internacional. Esta se conoció como la Internacional Comunista, o “Comintern”. Sus secciones nacionales, los diversos partidos comunistas, se crearon para proporcionar a la clase trabajadora el liderazgo revolucionario necesario en cada país.

Desafortunadamente, en una revolución tras otra, comenzando con la Revolución Alemana de 1918, los partidos comunistas demostraron ser demasiado débiles para influir en los acontecimientos, o no estaban preparados teóricamente para las grandes tareas que enfrentaban.

Estas derrotas llevaron al aislamiento de la Unión Soviética. Esto, sumado al rezago económico de Rusia, agravado por la devastación de la Guerra Civil Rusa, condujo a la degeneración gradual de la República Soviética. El poder fue usurpado por una burocracia privilegiada, encabezada por Stalin.

Trás la muerte de Lenin en 1924, este proceso comenzó a acelerarse rápidamente. En estas condiciones, Trotsky formó la Oposición de Izquierda, que abogaba por un retorno a los ideales de la Revolución de Octubre; a la genuina democracia obrera de los primeros años después de 1917.

Se desató una lucha entre la burocracia en ascenso y los partidarios de la Oposición de Izquierda. Trotsky fue finalmente expulsado del Politburó en 1926 y exiliado en 1928.

El Comintern, al no haber logrado dirigir el movimiento revolucionario en un país tras otro, se transformó gradualmente de un instrumento de la revolución mundial a un instrumento de la política exterior de la burocracia gobernante de la Unión Soviética.

Un punto de inflexión clave llegó con la victoria de Hitler en 1933. El Partido Comunista Alemán y el liderazgo del Comintern no comprendieron la naturaleza del fascismo. Erróneamente, vieron en el ascenso de los nazis la preparación de condiciones que habrían permitido a los comunistas tomar el poder, en lugar de la aplastamiento total de la clase obrera alemana, que era su verdadera esencia.

Esto permitió que Hitler llegara al poder y liquidar a uno de los movimientos obreros más fuertes del mundo sin disparar un solo tiro.

Stalin observa la firma del tratado de no agresión entre la Alemania Nazi y la URSS, el 23 de agosto de 1939, seis años después de que Hitler llegara al poder en Alemania. Imagen: Dominio público

En cualquier internacional sana, una derrota tan catastrófica habría provocado un intenso debate y una lucha interna. Sin embargo, en toda la Comintern, la falsa línea de la burocracia fue aceptada casi sin resistencia.

Trotsky proclamó así que la Comintern estaba muerta como organización verdaderamente revolucionaria, y declaró que era necesario construir una Cuarta Internacional.

Crisis de liderazgo

Lo que es notable de este documento es que, al igual que el Manifiesto Comunista, parece aún más relevante hoy que cuando fue escrito.

Su declaración inicial, “la situación política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por una crisis histórica del liderazgo del proletariado”, describe acertadamente el estancamiento al que se enfrenta todo el movimiento obrero internacional en la época actual.

El nivel de degeneración de los líderes obreros y sindicales de hoy en día no tiene precedentes.

Esto ha dejado a la clase obrera sin líderes. Y también explica por qué los demagogos de derecha y populistas son capaces de ganar terreno y aparentar ser portavoces de los trabajadores. La responsabilidad de esto recae sobre los hombros de los llamados “líderes” de la clase obrera.

En todas partes, el liderazgo reformista de la clase obrera ha capitulado por completo ante el orden capitalista. En Gran Bretaña, los líderes laboristas se han convertido en un mero apéndice del establishment burgués liberal, sirviendo lealmente a los intereses de la clase capitalista.

Lo mismo ocurre con los líderes socialdemócratas en Alemania. De igual manera, los ex-estalinistas en Italia disolvieron el Partido Comunista, convirtiéndolo en el Partido Demócrata, cuyo liderazgo es completamente burgués en su pensamiento y programa.

En los Estados Unidos, los líderes sindicales están estrechamente vinculados a su propia clase dominante. La misma situación se observa en un país tras otro.

Socialismo o barbarie

El texto de Trotsky también parece describir la crisis que enfrenta el capitalismo hoy:

“Las fuerzas productivas de la humanidad se estancan. Ya los nuevos inventos y mejoras no logran elevar el nivel de riqueza material. Las crisis coyunturales bajo las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista infligen privaciones y sufrimientos cada vez más graves a las masas. El creciente desempleo, a su vez, profundiza la crisis financiera del estado y socava los inestables sistemas monetarios”.

Y nuevamente:

“La propia burguesía no ve salida. […] ahora se desliza con los ojos cerrados hacia una catástrofe económica y militar”.

En aquel momento advirtió que:

“Sin una revolución socialista, en el siguiente período histórico, una catástrofe amenaza a toda la cultura de la humanidad”.

Esa catástrofe llegó en forma de la Segunda Guerra Mundial, con 55 millones de muertos; con los horrores del Holocausto y la destrucción generalizada que afectó a muchos países.

La catástrofe llegó en forma de la Segunda Guerra Mundial, con 55 millones de muertos y con los horrores del Holocausto. Imagen: Dominio público

Hoy no nos enfrentamos a una guerra mundial en el período inmediato. Sin embargo tenemos muchas guerras locales y regionales, guerras civiles e insurgencias armadas, ataques terroristas, etc., que azotan muchas partes del mundo.

Podemos decir que la crisis actual del capitalismo mundial nos presenta una vez más la perspectiva de socialismo o barbarie. Los elementos de la barbarie ya están presentes en las guerras y las guerras civiles; en las hambrunas que afectan regularmente a diferentes partes del mundo; en la creciente pobreza, y con ella la violencia y el crimen.

También hemos visto el potencial del socialismo en las luchas de clases masivas y revoluciones en muchos países: desde la Primavera Árabe de 2011, hasta los trastornos revolucionarios en Sri Lanka (2023), Bangladesh (2024), y hoy en Nepal e Indonesia.

Necesidad de un programa

La pregunta clave es: ¿cómo pueden estos movimientos de masas encaminarse hacia el derrocamiento exitoso del capitalismo mediante la revolución socialista? ¿Cómo puede el programa de los comunistas revolucionarios convertirse en el programa de las masas? Esto es el corazón del Programa de Transición.

En una discusión que mantuvo con los líderes de los trotskistas estadounidenses en marzo de 1938, Trotsky explicó que el objetivo era:

“…no recurrir a fórmulas abstractas, sino desarrollar un programa concreto de acción y reivindicaciones, en el sentido de que este programa de transición surge de las condiciones de la sociedad capitalista actual, pero trasciende inmediatamente los límites del capitalismo…

“Estas demandas son transitorias porque conducen de la sociedad capitalista a la revolución proletaria, una consecuencia en la medida en que se convierten en las reivindicaciones de las masas como gobierno proletario.

“No podemos quedarnos solo con las demandas cotidianas del proletariado. Debemos dar a los trabajadores más atrasados una consigna concreta que corresponda a sus necesidades y que conduzca dialécticamente a la conquista del poder”.

La idea esencial es que el partido revolucionario debe partir de los problemas inmediatos que enfrenta la clase obrera, cuestiones como la inflación, los bajos salarios, las largas jornadas laborales, el alto costo de la vivienda, los costos de atención médica, la educación, etc.

Sin embargo, no debe detenerse allí. Hacerlo significaría transformar el programa en el clásico “programa mínimo” de la antigua Segunda Internacional, que estaba desconectado del “programa máximo” del socialismo. Esto nos hundiría en el pantano del reformismo.

No, el partido revolucionario tiene el deber de partir de los problemas inmediatos y plantear demandas que ofrezcan una solución, pero siempre vinculándolas a la necesidad de que la clase trabajadora tome el poder como medio para alcanzar esas mismas demandas.

Tenemos que entender que el derrocamiento del capitalismo a través de la revolución socialista no puede ser logrado por una pequeña organización aislada de las masas trabajadoras. Solo puede ser llevado a cabo por las propias masas.

Como explicó Marx: “La emancipación de la clase obrera debe ser conquistada por la propia clase obrera”. También explicó que “la teoría también se convierte en una fuerza material una vez que prende en las masas.” 

Conciencia revolucionaria

La clase obrera es la clase que puede transformar la sociedad. Pero necesita una comprensión clara de las tareas que tiene por delante. La clase obrera tampoco llega a conclusiones revolucionarias de la noche a la mañana. La clase obrera entra en la lucha por sus reivindicaciones inmediatas en el lugar de trabajo, y ahí es donde los comunistas revolucionarios deben comenzar.

Sin embargo, no nos limitamos únicamente a tales demandas. Participamos hombro con hombro con los trabajadores en sus luchas. Pero siempre planteamos la idea de que, a largo plazo, es el capitalismo el que les impide lograr una solución permanente a sus problemas.

La victoria final de la revolución socialista sería inimaginable sin las luchas cotidianas de la clase trabajadora bajo el capitalismo. Es a través de estas luchas que la clase trabajadora comienza a comprender la verdadera naturaleza del sistema al que se enfrentan.

La victoria final de la revolución socialista sería inimaginable sin las luchas cotidianas de la clase trabajadora bajo el capitalismo. Imagen: Dominio público

Con el tiempo, y a través de muchas experiencias, los trabajadores comienzan a comprender que tal o cual reforma, esta o aquella conquista, como salarios más altos o una semana laboral más corta, no puede mantenerse sin eliminar el sistema capitalista en su conjunto.

Los comunistas revolucionarios no adoptamos una postura sectaria ni ultraizquierdista sobre estas cuestiones. Esto significa es que no nos mantenemos alejados de las masas trabajadoras. No menospreciamos su falta de comprensión de la necesidad de la revolución social y el derrocamiento del sistema capitalista.

Los comunistas entendemos que las masas trabajador aprenden de la experiencia. Por lo tanto, participamos en las luchas diarias de los trabajadores, viviendo la experiencia de sus luchas. En cada etapa, nos basamos en las conclusiones que extraen los trabajadores, y las usamos para elevar el nivel general de comprensión.

Al mismo tiempo, no sembramos ninguna ilusión sobre el sistema, sino que lo exponemos a los ojos de las masas.

Demandas

El Programa de Transición tiene demandas aplicables a diferentes situaciones, considerando las condiciones concretas de cada país. Incluye demandas aplicables a las condiciones de los países capitalistas desarrollados y a los países industrializados, donde los trabajadores se concentran en grandes fábricas.

También plantea demandas para aquellos países con una industria menos desarrollada y donde una gran parte de la población aún vive en condiciones rurales y campesinas. Plantea demandas específicas aplicables a los regímenes fascistas, donde las consignas democráticas podrían desempeñar un papel en la movilización de las masas.

También incluye una sección dedicada a la Unión Soviética, donde la burocracia estalinista había usurpado el poder político. Trotsky planteó la necesidad de una “revolución política”: es decir, una revolución que mantuviera las conquistas de Octubre de 1917 – una economía planificada centralizada – y reconquistara el poder para la clase obrera, como el único medio para impulsar la sociedad hacia el comunismo genuino.

La esencia de las demandas transitorias radica en su pertinencia inmediata para los problemas de la clase trabajadora.

Ante la inflación galopante, la demanda de una escala móvil de salarios responde al problema inmediato de la caída del valor de los salarios. El llamado a una escala móvil de horas – o a una semana laboral más corta como lo plantearíamos hoy – sin recortes salariales, responde al problema del desempleo. Si no hay suficientes trabajo, ¡que se reparta el trabajo para que todos tengan trabajo!

Sin embargo, las demandas de transición no se limitan a los problemas inmediatos. Están vinculadas al hecho de que, para que estas demandas se consigan y se mantengan, la clase trabajadora debe plantearse la tarea de derrocar todo el sistema mediante la revolución socialista.

Más allá del reformismo

Durante muchas décadas, la ilusión de que una reforma gradual del sistema capitalista era posible dominó el movimiento obrero. Sin embargo, esta ilusión ha comenzado a romperse.

Después de la crisis financiera de 2008, vimos como se impusieron  medidas de austeridad a la clase trabajadora, mientras la clase capitalista buscaba reducir los niveles de deuda sin precedentes acumulados durante el período anterior.

El impacto de estas políticas se puede resumir en una estadística: desde 2009, las medidas de austeridad aplicadas en toda la Unión Europea han dejado al ciudadano promedio europeo en una situación de 3.000 euros por debajo de su poder adquisitivo real. En todas partes, los ingresos disponibles reales se han reducido drásticamente.

La presión es implacable. Se ha calculado que para que los Estados miembros de la UE logren una relación deuda pública/PIB del 60%, como se establece en un tratado que todos firmaron, se requeriría un recorte anual del 2% del gasto público cada año hasta 2070.

Esto implica medidas de austeridad permanentes durante dos o tres generaciones. Significa no solo caídas significativas en el poder adquisitivo real de los salarios, sino también la destrucción de la atención médica, la educación, la vivienda social, las pensiones, etc., es decir, todo lo que contribuye a una existencia civilizada.

La primera reacción a esto se observó en el período que comenzó alrededor de 2014-15.

Este fue el período de la aparición de nuevas fuerzas políticas como Podemos en España; el aumento de la popularidad de los partidos previamente marginales, como SYRIZA en Grecia; el cambio radical a la izquierda del Partido Laborista en Gran Bretaña, que llevó a Jeremy Corbyn a liderarlo. En los Estados Unidos, una figura como Bernie Sanders, con toda su palabrería sobre “una revolución política” contra “la clase multimillonaria”, se hizo muy popular.

Alexis Tsipras de Syriza y Pablo Iglesias de Podemos. Imagen: Dominio público

Desafortunadamente, de una forma u otra, estas figuras y formaciones decepcionaron enormemente a los millones de trabajadores y jóvenes que las apoyaron. En Grecia, los líderes de SYRIZA formaron un gobierno y procedieron a implantar las mismas políticas de austeridad contra las que las masas habían votado.

En España, Podemos entró en gobiernos de coalición que implantaron las mismas políticas. Corbyn, enfrentado a un ataque sistemático del ala derecha del Partido Laborista, no pudo defenderse. En los Estados Unidos, Sanders capituló por completo ante la cúpula del Partido Demócrata.

Esto provocó una decepción generalizada. Pero también llevó a un sector, particularmente entre los jóvenes, a buscar respuestas de todo esto. Esto explica el aumento de la popularidad de la idea del comunismo.

A pesar de toda la propaganda de los principales medios de comunicación dirigida a promover la idea de que el comunismo ha muerto y que el marxismo es cosa del pasado sin pertinencia para el mundo actual, una gran capa de la juventud ve al capitalismo como el problema. Y buscan comprender por qué la sociedad se encuentra en un impasse.

Comunismo revolucionario

Es en este contexto que muchos trabajadores y jóvenes recurren a la única explicación racional y científica de la crisis actual: las ideas del socialismo científico; del marxismo.

A pesar de todos los intentos por demostrar que el capitalismo es la única forma posible de sociedad posible, es el capitalismo en crisis lo que está empujando a las capas más avanzadas y pensantes de la juventud y la clase trabajadora a buscar una salida revolucionaria.

Karl Marx afirmó: “Los filósofos solo han interpretado el mundo de varias maneras; el objetivo es cambiarlo”.

Marx no descartaba la filosofía, como tal. El marxismo también es una perspectiva filosófica. Lo que quería decir era que no nos limitamos a interpretar y analizar el mundo. Nos involucramos activamente en la lucha por transformarlo.

Esa es la esencia del comunismo revolucionario.

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