Alan Woods
Hace exactamente 12 meses, los tanques rusos cruzaron la frontera hacia Ucrania. El aniversario de aquel acontecimiento no ha pasado desapercibido. Efectivamente, ha ocupado muchas horas de tiempo en televisión y otras tantas columnas en las páginas de la prensa.
Tanto el presidente de la Federación Rusa como el de los Estados Unidos de América pronunciaron largos discursos sobre el mismo tema, aunque, a juzgar por el contenido, bien podrían haber estado hablando de hechos muy diferentes que tenían lugar en una galaxia lejana.
En su discurso sobre el Estado de la Unión, Putin afirmó que la guerra en Ucrania fue provocada por la acción deliberada del imperialismo estadounidense. Esta afirmación fue negada con indignación por los medios occidentales, que continuaron repitiendo la idea de que se trataba de la “guerra de Putin”, una guerra causada por las tendencias megalómanas, o la locura real, del hombre del Kremlin.
En respuesta al presidente ruso, Joe Biden aseguró a una multitudinaria audiencia de admiradores en Varsovia que la OTAN no era el agresor, que era una asamblea completamente inocente y amante de la paz de nobles amantes de la democracia que nunca amenazó a nadie.
“No tenemos nada contra el pueblo de Rusia”, aseguró a los polacos. No representamos una amenaza mayor para ellos de lo que lo sería un grupo de boy scouts que llaman a su puerta y se ofrecen a limpiar sus ventanas. Y así sucesivamente, en esta línea.
El hecho de que esta adorable variedad de boy scouts pacifistas estén armados hasta los dientes con todas las armas imaginables de destrucción masiva conocidas por la humanidad; esto es, por supuesto, únicamente con el propósito de defenderse. Porque el mundo, como sabemos, está lleno de tipos malos que siempre amenazan con derrocar nuestra forma de vida democrática.
Un discurso verdaderamente conmovedor que habrá servido para calmar los nervios de los amigos polacos de Biden. Pero antes de dejarnos arrullar por un sueño profundo, sometamos los hechos a un examen sereno y racional.
La guerra de información
En cualquier guerra, la clase dominante debe tomar todas las medidas necesarias para movilizar a la opinión pública en apoyo de sus acciones. Es, por tanto, cuestión de suma importancia inventar toda una batería de argumentos que sirvan para unir a las masas detrás del carro de la guerra, para convencerlas, mediante toda suerte de mentiras y engaños, de que ‘nosotros somos los perjudicados’, y que ‘ la verdad y la justicia están de nuestro lado’ (así como Dios, quien, por algún milagro, está siempre del lado de cada ejército en conflicto).
Para ello, siempre es necesario demostrar que la guerra la inició el otro bando. Esto no es tan difícil de hacer, ya que si no ocurre ningún incidente que justifique tal afirmación, siempre se puede fabricar. Y la clase dominante tiene en sus manos una vasta y poderosa maquinaria de propaganda, que se moviliza inmediatamente para ese fin.
De hecho, la cuestión de quién disparó el primer tiro, quién invadió a quién, etc. es trivial, lo que no nos dice absolutamente nada sobre las verdaderas causas y el contenido del conflicto.
Todos estos puntos se aplican a la presente guerra de la información, que en el conflicto actual difiere de sus predecesoras solo en la amplitud de su alcance y el descaro de sus mentiras. No hace falta decir que nunca se mencionan las razones reales por las que se libra una guerra.
“La guerra de Putin”
Durante los últimos 12 meses, con tediosa monotonía, día tras día, el mismo mensaje ha sido repetido por nuestra “prensa libre”. “Esta es la guerra de Putin”. El hombre del Kremlin es retratado alternativamente como un tirano sediento de sangre con aspiraciones de gobernar el mundo o un hombre de mente desequilibrada, presa de delirios megalómanos con quien un psiquiatra podría pasar media hora feliz en una conversación profunda. Un “lunático” desquiciado, para citar el elegante lenguaje del secretario de Defensa británico, Ben Wallace.
Pero ninguna de estas reconfortantes descripciones puede encajar a la perfección. El mismo hombre fue descrito anteriormente como un astuto maquiavélico que, desde el rango de un humilde agente de la KGB, logró en poco tiempo elevarse a la cabeza de uno de los Estados más poderosos del mundo.
¿Puede uno realmente creer que un hombre así arrojaría toda precaución al viento y apostaría todo en el tiro de un jugador desesperado? Eso no estaría en absoluto en el carácter del personaje. Tampoco existe la más mínima evidencia que apoye la hipótesis de que Vladimir Putin está clínicamente loco. Esa etiqueta se aplicaría mucho más justamente a algunas de las damas y caballeros que actualmente ocupan el cargo más alto en el Reino Unido de Gran Bretaña, incluido el Sr. Ben Wallace. Pero hablaremos de ese tema en otro momento.
¿Quiere Putin restaurar la Unión Soviética?
También se alega que Putin desea restaurar el Imperio Ruso, o incluso la URSS. Podemos descartar inmediatamente la segunda variante por carecer de todo contenido real. La Unión Soviética era lo que llamaríamos un Estado obrero burocráticamente deformado.
A pesar de la degeneración que sufrió bajo Stalin, aún conservaba muchas de las conquistas más importantes de la Revolución de Octubre, a saber, una economía planificada nacionalizada.
La caída de la Unión Soviética, provocada por décadas de corrupción, estafa, mala gestión y la torpeza burocrática de una casta privilegiada de funcionarios, llevó al desmantelamiento completo de la economía planificada y a la liquidación de todo lo que quedaba del antiguo Estado obrero.
En su lugar, lo que ahora tenemos en Rusia es un Estado capitalista en el que los medios de producción son propiedad y están controlados por una oligarquía que es 100 veces más corrupta y podrida que la burocracia estalinista.
Hay viejos estalinistas tontos que viven en sus sueños e imaginan que Putin es de alguna manera el hombre que restaurará la gloria de la Unión Soviética. Eso es una completa tontería. Vladimir Putin es hijo del régimen capitalista contrarrevolucionario que surgió de los escombros de la Unión Soviética y está a favor de la defensa de sus intereses. En el proceso se ha vuelto fabulosamente rico.
Putin es un bonapartista burgués reaccionario, cuyas políticas no pueden desempeñar un papel progresista, ni en la política interior ni en la exterior, ni en la paz ni en la guerra. Cualquier confusión sobre esta cuestión conducirá a los resultados más negativos.
Es cierto que Putin una vez llamó al colapso de la Unión Soviética: “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Pero también dijo: “Cualquiera que no se arrepienta de [su] destrucción no tiene corazón; cualquiera que quiera verla recreada no tiene cerebro”.
No diría que los que asiduamente difunden el cuento de hadas del plan secreto de Putin para restaurar la Unión Soviética no tienen cerebro. Ciertamente tienen suficiente cerebro para vender una historia que no tiene fundamento, pero que puede ofrecer excelentes resultados para la OTAN. Y, después de todo, ¿por qué dejar que los hechos estropeen una buena historia?
La idea de que le gustaría restaurar el viejo y reaccionario imperio zarista es un poco más creíble, pero también se basa en las suposiciones más endebles y estúpidas. Se aduce una referencia pasajera a Pedro el Grande como “prueba” de esta teoría.
Esta extravagante teoría se ha utilizado para provocar un ataque de nervios, no solo en los países bálticos y Polonia, sino también en Finlandia y Suecia. “Ucrania fue solo un primer paso”, insinuó sombríamente un ex ministro sueco a The Guardian, “no me sorprendería si, en unos años, Estonia y Letonia son los siguientes en la fila”.
Los neutrales suecos y finlandeses no tardaron en meterse en la cama con la OTAN. Realmente no fue una sorpresa. El llamado pacifismo de la burguesía nórdica fue siempre una fachada hipócrita, detrás de la cual se escondía el interés propio más cínico.
Es cierto que Suecia se mantuvo neutral en ambas guerras mundiales. Pero es igualmente cierto que Suecia obtuvo grandes beneficios de la venta de material de guerra a ambos bandos, y engordó con las ganancias de ese dinero ensangrentado. Rasca a un pacifista escandinavo y encontrarás a un imperialista frustrado no muy por debajo de la superficie.
La idea de que las acciones de Vladimir Putin están motivadas por algún gran plan para restaurar el Imperio Zarista no se corresponde en lo más mínimo con todo lo que sabemos sobre el hombre. Se busca atribuirle un nivel de delirante romanticismo histórico que difícilmente concuerda con lo que sabemos de su perfil psicológico.
No se trata en absoluto de un soñador con visiones románticas del pasado o del futuro, sino de la mentalidad fría, paciente y calculadora de un burócrata profesional ambicioso; un hombre que había pasado toda su vida adulta subiendo pacientemente la escalera resbaladiza, peldaño a peldaño, que conduce en dirección al poder.
The Guardian sacó la conclusión correcta de esta tontería cuando escribió:
“Dejando de lado el hecho de que el ejército ruso ya está en apuros para lograr incluso éxitos modestos en Ucrania, un ataque a los Estados bálticos o a Polonia los pondría en conflicto directo con la OTAN, que es lo último que Moscú (u Occidente) ) quiere.» (The Guardian, 22 de agosto de 2022)
Los objetivos declarados de Rusia todavía eran bastante moderados: básicamente, evitar que Ucrania se uniera a la OTAN y neutralizar al régimen de Kiev. ¿Podría Occidente haber aceptado esto? ¡Por supuesto que podría haberlo hecho! Ellos mismos habían pospuesto continuamente la pertenencia de Ucrania, no solo a la OTAN sino incluso a la UE.
Durante muchos años, habían aceptado un papel neutral para Finlandia. ¿Por qué Ucrania no podría estar en una posición similar? Desde su propio punto de vista, habría muchas ventajas en mantener relaciones amistosas con Rusia y Occidente. Si no lo aceptaron, debe haber habido razones. Y había razones muy sólidas.
Una alianza imperialista agresiva
La OTAN no es una organización amante de la paz cuyo objetivo sea únicamente la defensa de los valores democráticos occidentales. Es, de hecho, una alianza imperialista agresiva que existe exclusivamente como una tapadera para las ambiciones de su pagador, los Estados Unidos, y su objetivo de dominación mundial total.
En la década de 1980, cuando la crisis de la Unión Soviética la obligó a buscar un acomodo con el imperialismo estadounidense, el entonces líder soviético Mijail Gorbachov solo aceptó la reunificación alemana –sobre la cual la Unión Soviética tenía derecho legal de veto– porque recibió garantías de que la OTAN no se expandiría después de que retirara sus fuerzas de Europa del Este.
Los líderes de EE. UU., Gran Bretaña y Alemania dieron garantías inquebrantables de que se respetarían las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia en este punto. El secretario de Estado de George H. W. Bush, James Baker, aseguró a su homólogo soviético, Eduard Shevardnadze, que en una Europa posterior a la Guerra Fría, la OTAN ya no sería beligerante: “menos una organización militar, mucho más política, [así que] no tendría necesidad de capacidad independiente”. O eso dijeron.
Baker prometió además a Shevardnadze «garantías férreas de que la jurisdicción o las fuerzas de la OTAN no se moverían hacia el este». El mismo día, en Moscú, le dijo al secretario general soviético que la alianza no se movería “ni una pulgada hacia el este”.
Él mintió. Las promesas de no expandir la OTAN solo duraron hasta 1999, cuando Polonia, la República Checa y Hungría fueron invitadas a la alianza. En total, 13 estados de Europa del Este se han convertido en miembros de la OTAN desde entonces.
Y este defensor de la democracia y de los derechos soberanos de los Estados nacionales, amante de la paz, persiguió sus objetivos agresivos con el mayor vigor y brutalidad. El imperialismo estadounidense posee la maquinaria militar más poderosa del mundo. Hizo uso de este poder para invadir y aplastar cualquier Estado que no pudiera controlar.
Después del colapso de la URSS, los estadounidenses aprovecharon el caos de los años de Yeltsin para afirmar su dominio a escala mundial. Intervinieron en áreas anteriormente dominadas por Rusia, lo que nunca se habrían atrevido a hacer en la época soviética.
Primero, intervinieron en los Balcanes, acelerando deliberadamente la desintegración de la antigua Yugoslavia. Bombardearon Serbia e interfirieron en sus asuntos internos para instalar un gobierno pro-occidental. A esto le siguieron las invasiones criminales de Irak y Afganistán, y una intervención fallida en la guerra civil siria, que los llevó a colisionar con Rusia.
Todo el tiempo, continuaron expandiendo su control sobre Europa del Este, expandiendo la OTAN al incluir antiguos satélites soviéticos como Polonia y los Estados bálticos. Esto en cuanto a las promesas hechas repetidamente por Occidente de que la OTAN no se expandiría «ni una pulgada» hacia el este.
Esto trajo una alianza militar hostil hasta las mismas fronteras de la Federación Rusa. El imperialismo estadounidense hace uso de muchos métodos diferentes para perseguir su objetivo de dominación mundial.
El argumento sobre la soberanía nacional, que ahora se usa con tanta frecuencia para calificar a Rusia de agresor en el caso de Ucrania, fue convenientemente ignorado en los casos de Serbia, Afganistán e Irak.
Se suponía que estos eran Estados soberanos e independientes. Pero eso no hizo ninguna diferencia para el imperialismo yanqui, que violó descaradamente su soberanía y los bombardeó y aplastó sin piedad.
Rusia y Estados Unidos
Rusia es más que una potencia imperialista regional. Su posesión de enormes reservas de petróleo, gas y otras materias primas; su fuerte base industrial y su complejo militar-industrial; junto con su poderoso ejército y la posesión de un arsenal nuclear, todo se combina para darle un alcance global que lo pone en colisión con el imperialismo estadounidense.
Washington ve a Rusia como una amenaza a sus intereses globales, especialmente en Europa. El viejo odio y sospecha de la Unión Soviética no desapareció con el colapso de la URSS. Joe Biden es un excelente ejemplo de la generación de rusófobos que quedaron de los años de la Guerra Fría.
Washington tiene una variedad muy grande de armas en su arsenal contrarrevolucionario. Utiliza su vasta riqueza para entrometerse en los asuntos internos de otros países, financiando y apoyando descaradamente a los partidos de oposición, amañando las elecciones y derrocando a cualquier gobierno que no sea de su agrado.
Las llamadas “revoluciones de colores” a partir de 2003 provocaron lo que se conoce como cambios de regímenes en los Estados del antiguo bloque soviético, rodeando así a Rusia con un número creciente de Estados dirigidos por gobiernos dominados por Washington y hostiles a Rusia.
Pero al intentar atraer a Georgia a la órbita de la OTAN, cruzaron una línea roja. Rusia se sintió humillada y amenazada, y usó la fuerza militar para que los georgianos volvieran a estar en línea. La derrota militar de la camarilla reaccionaria de Tbilisi pretendía mostrar a los estadounidenses que Rusia estaba mostrando sus músculos y haciendo retroceder al imperialismo estadounidense y a la OTAN.
Esa fue una advertencia para Estados Unidos, pero éste continuó su política agresiva a pesar de todo. Y las cosas llegaron al punto de inflexión cuando intentaron atraer a Ucrania a la órbita occidental.
“La más brillante de todas las líneas rojas”
Los políticos occidentales descartan las objeciones del ruso como paranoicas. Describen a la OTAN como una alianza puramente «defensiva».
Afirman que la decisión de Rusia de ir a la guerra fue un acto de «agresión no provocada». No fue tal cosa. La colocación de un miembro de la OTAN a las puertas de Rusia fue un acto muy claro de agresión no provocada y una provocación del tipo más flagrante y descarado. Moscú nunca podría aceptarlo. Este hecho era bien conocido por los estadounidenses, a quienes se les había advertido con mucha anticipación de cómo respondería Rusia.
Cuando se planteó la posibilidad en una cumbre de la OTAN en 2008 de que Ucrania debería unirse a la alianza como miembro de pleno derecho, Bill Burns (ahora jefe de la CIA, que entonces era el embajador de EE. UU. en Moscú) escribió en un cable secreto a la Casa Blanca: “La entrada de Ucrania en la OTAN es la más brillante de todas las líneas rojas para la élite rusa (no solo para Putin)”.
Y agregó: “En mis más de dos años y medio de conversaciones con actores rusos clave, desde los que arrastran los nudillos en los oscuros rincones del Kremlin hasta los críticos liberales más agudos de Putin, todavía tengo que encontrar a alguien que vea a Ucrania en la OTAN como algo más que un desafío directo a los intereses de Rusia… La Rusia de hoy responderá”.
Los estadounidenses habían arrinconado a Putin y lo obligaron a reaccionar. Putin respondió. En 2014, se anexó Crimea. Esto ocurrió prácticamente sin resistencia. Eso fue porque contó con el apoyo de la gran mayoría de su población, que se identifica como rusa. Este hecho nunca se menciona en la «prensa libre» occidental.
Las violentas políticas antirrusas seguidas por la camarilla nacionalista reaccionaria de Kiev también provocaron una revuelta separatista en el Donbás. Más tarde, Rusia intervino cuando los rebeldes se enfrentaron a un ataque salvaje de las fuerzas ucranianas. Ese fue el comienzo de una guerra que, en realidad, continúa, con mayor o menor intensidad, desde entonces.
La farsa de Minsk
La guerra en el Donbás, que comenzó en 2014, fue ignorada casi por completo por los medios occidentales. Pero la población de habla rusa de esa región fue objeto de un bombardeo despiadado por parte de la abiertamente fascista división Azov, desde entonces.
El número total de muertes en Donbás al 31 de diciembre de 2021 se estimó en más de 14.000, incluidas las muertes de militares no combatientes. La mayoría de las muertes se produjeron en los dos primeros años de la guerra entre 2014 y 2015, cuando se produjeron importantes combates antes de los acuerdos de Minsk. Todo esto ha sido recibido con un muro de silencio en el oeste.
Se suponía que los acuerdos de Minsk gestionarían la crisis de Ucrania y evitarían una escalada del conflicto. Pero esa era otra mentira más. Como señaló The New York Post, Putin se sintió traicionado por Occidente: “Ha resultado que nadie iba a aplicar los acuerdos”, se quejó. Y este fue de hecho el caso.
Occidente no tenía la menor intención de ejecutar las decisiones. La excanciller alemana, Angela Merkel, admitió que el acuerdo de Minsk fue solo un truco cínico. “El acuerdo de Minsk de 2014 fue un intento de darle tiempo a Ucrania”, dijo al semanario Die Zeit. «También usó este tiempo para volverse más fuerte, como puedes ver hoy».
Y, sin embargo, estas mismas damas y caballeros acusan a Rusia de ser el principal impedimento para la paz y la estabilidad en Ucrania.
El argumento de “defender la democracia”
El presidente Biden dijo que su visita a Kiev “reafirmaría nuestro compromiso inconmovible e inquebrantable con la democracia, la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”. Eso incluye tres mentiras descaradas en una sola oración, lo que no es un mal resultado, incluso para los estándares impresionantes de un presidente estadounidense.
El argumento de que Occidente está “defendiendo la democracia” en Ucrania es igualmente falso e hipócrita. La UE ha rechazado durante mucho tiempo la entrada de Ucrania con el argumento de que sufre lo que ellos llaman un «déficit democrático».
The Guardian informó que: “Los atractivos de Ucrania como modelo son limitadas. Es profundamente corrupta, el Estado de derecho es inexistente y sus oligarcas multimillonarios ejercen un poder desproporcionado”.
Los partidos de oposición son sistemáticamente reprimidos y perseguidos. La prensa está amordazada por una estricta censura. Las organizaciones de extrema derecha y abiertamente fascistas se han incorporado al aparato estatal y las fuerzas armadas.
Al Partido Comunista ya se le había prohibido presentarse a las elecciones, y los símbolos comunistas fueron prohibidos después del golpe de EuroMaidan de 2014. Mientras tanto, ha sido proscrita cualquier crítica a las organizaciones nacionalistas ucranianas que colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y llevaron a cabo una limpieza étnica de judíos y polacos, ya que son consideradas «luchadoras por la libertad».
Con el inicio de la guerra hace un año, también se prohibieron toda una serie de otros partidos. Los periódicos y las emisoras de televisión han sido cerrados. La censura y las medidas antidemocráticas afectan no solo a quienes se oponen al tipo oficial de nacionalismo ucraniano reaccionario, sino también a los opositores nacionalistas burgueses de Zelenski.
En realidad, temas como la democracia, los derechos humanos y la soberanía nacional no tienen el menor interés para los imperialistas estadounidenses, excepto como puntos de propaganda baratos. Siempre han estado dispuestos a respaldar a los regímenes más sangrientos y represivos, desde la dictadura asesina de Pinochet en Chile hasta el régimen empapado de sangre de Arabia Saudita.
La razón por la que están interesados en prolongar la guerra, independientemente de todo el sufrimiento humano, no tiene nada que ver con defender la democracia o cualquier otra causa moral altisonante. Corresponde al objetivo cínico de debilitar a Rusia y, por lo tanto, sirve a sus intereses como potencia mundial dominante.
“Política por otros medios”
Clausewitz dijo que la guerra es sólo la continuación de la política por otros medios. Para tener una idea clara de los problemas involucrados y cómo podrían desarrollarse, es necesario concentrar nuestra atención en los procesos fundamentales y no distraernos con la ruidosa guerra de información o las inevitables vicisitudes en el campo de batalla.
El punto más importante es que esta es una guerra de poder entre Rusia y el imperialismo estadounidense. Rusia no lucha contra un ejército ucraniano sino contra un ejército de la OTAN; es decir, el ejército de un Estado que no es formalmente miembro de esa alianza, pero que está financiado, armado, entrenado y equipado por la OTAN, que también le proporciona apoyo logístico e información vital.
La guerra actual terminará cuando se satisfagan los fines políticos de los actores clave o cuando uno o ambos bandos estén agotados y pierdan la voluntad de seguir luchando. ¿Cuáles son estos objetivos? Los objetivos bélicos de Zelenski no son ningún secreto. Dice que no se conformará con menos que con la expulsión completa del ejército ruso de todas las tierras ucranianas, incluida Crimea.
Este punto de vista ha sido apoyado con entusiasmo por los halcones de la coalición occidental: los polacos, los suecos y los líderes de los Estados bálticos, que tienen sus propios intereses en mente, y, por supuesto, los chovinistas y belicistas de cabeza dura en Londres, que imaginan que Gran Bretaña, incluso en su actual estado de bancarrota económica, política y moral, sigue siendo una gran potencia mundial.
Estas damas y caballeros han estado presionando a los ucranianos para que continúen luchando hasta la «victoria final». Su deseo más ardiente es ver al ejército ucraniano expulsar a los rusos, no sólo del Donbás sino también de Crimea, provocando (esperan) el derrocamiento de Putin y la derrota total y el desmembramiento completo de la Federación Rusa (aunque no hablan frecuentemente de esto en público).
Hacen mucho ruido; sin embargo, ninguna persona seria presta la menor atención a las payasadas de los políticos de Londres, Varsovia y Vilnius. Como líderes de Estados de segunda categoría que carecen de peso real en la balanza de la política internacional, siguen siendo actores de poca monta que nunca pueden desempeñar más que un papel secundario en este gran drama.
Es Estados Unidos el que paga las cuentas y dicta todo lo que sucede. Y al menos los estrategas más sobrios del imperialismo estadounidense saben que todo este delirio es pura palabrería. Bajo ciertas condiciones, los Estados imperialistas más pequeños pueden desempeñar un cierto papel en el desarrollo de los acontecimientos, pero en última instancia, es Washington quien decide. Pero sus políticas se han topado con serios problemas.
Las sanciones han fracasado
Mark Twain dijo una vez: «Las informaciones sobre mi muerte han sido algo exageradas». Lo mismo ocurre con los numerosos informes de la «prensa libre» occidental sobre el supuesto colapso de la economía rusa.
Las sanciones impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania han sido un fracaso espectacular. De hecho, el valor de las exportaciones rusas creció desde el comienzo de la guerra. Aunque el volumen de las importaciones de Rusia se desplomó como resultado de las sanciones, varios países (China, India, Turquía, pero también algunos que forman parte de la UE, como Bélgica, España y los Países Bajos) han aumentado su comercio con Rusia.
Además, los altos precios del petróleo y del gas han compensado los ingresos que Rusia perdió debido a las sanciones. India y China han estado comprando mucho más de su crudo, aunque a un precio reducido. Así, la pérdida de ingresos resultante de las sanciones se ha visto compensada por el aumento del precio del petróleo y del gas en los mercados mundiales.
Vladimir Putin continúa financiando sus ejércitos con las ganancias, mientras que Occidente se enfrenta a la perspectiva de inestabilidad energética en los próximos años, con facturas energéticas vertiginosas y una creciente ira pública.
Debilitamiento del apoyo
La cuestión es: ¿qué lado de la guerra se cansará primero? Está claro que el tiempo no está del lado de Ucrania, ni desde el punto de vista militar ni político. Y en última instancia, esto pesará más en la balanza.
Europa se ha visto afectada por una grave escasez de gas y electricidad, lo que está debilitando el apoyo público a la guerra en Ucrania. El clima más cálido de lo habitual ha traído un respiro parcial y temporal, pero cada mes que continúen las sanciones, los problemas crecerán.
El apoyo estadounidense tampoco puede darse por sentado. En público, la clase dominante estadounidense mantiene la idea de su apoyo inquebrantable a Ucrania, pero en privado, no está nada convencida sobre el resultado.
Ninguna de las partes está de humor para negociar nada significativo en este momento. Pero eso cambiará. La demagogia de Zelenski, que repite constantemente que Ucrania nunca cederá ni un centímetro de tierra, está claramente diseñada para presionar a la OTAN y al imperialismo estadounidense; insistiendo en que los ucranianos lucharán hasta el final, siempre con la condición de que Occidente siga enviando ingentes cantidades de dinero y de armas.
Sí, a Biden le gustaría prolongar el conflicto actual para debilitar y socavar a Rusia. Pero no a cualquier precio, y ciertamente no si eso implica un choque militar directo con Rusia. Mientras tanto, encuesta tras encuesta muestra que el apoyo a la guerra en Ucrania en la opinión pública de Occidente está disminuyendo lentamente.
Fatiga ucraniana
En el primer mes de la guerra, los ucranianos estaban dispuestos a negociar con Rusia. Desde entonces, Zelenski ha rechazado por completo la idea de las negociaciones. Ha dicho en repetidas ocasiones que Ucrania solo está dispuesta a entablar negociaciones con Rusia si sus tropas abandonan todas las partes de Ucrania, incluidas Crimea y las áreas orientales del Donbás, controladas de facto por Rusia desde 2014, y si los rusos que han cometido crímenes en Ucrania se enfrentan a juicio.
Zelenski también dejó en claro que no mantendría negociaciones con el actual gobierno ruso. Incluso firmó un decreto especificando que Ucrania solo negociaría con un presidente ruso que haya sucedido a Vladimir Putin.
Estas declaraciones desafiantes causaron mucha irritación en Washington. The Washington Post reveló que los funcionarios estadounidenses advirtieron al gobierno ucraniano en privado que la «fatiga de Ucrania» entre los aliados podría empeorar si Kiev continúa sin negociar con Putin.
Los funcionarios advirtieron que la posición de Ucrania sobre las negociaciones con Rusia se está debilitando entre los aliados que están preocupados por los efectos económicos de una guerra prolongada.
En sus discursos en Kiev y Varsovia, Biden reiteró el conocido mantra de que Estados Unidos apoyaría a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario”. Sin embargo, los aliados en partes de Europa, por no hablar de África y América Latina, están cada vez más alarmados por la presión que la guerra está ejerciendo sobre los precios de la energía y los alimentos, así como sobre las cadenas de suministro. “La fatiga de Ucrania es algo real para algunos de nuestros socios”, dijo un funcionario estadounidense.
Naturalmente, los estadounidenses no pueden admitir públicamente que presionaron a Zelenski. Por el contrario, mantienen una apariencia de firme solidaridad con Kiev. Pero en realidad, están apareciendo grietas graves debajo de la fachada.
Para los líderes ucranianos, la aceptación de las negociaciones significaría una retirada humillante después de tantos meses de retórica beligerante sobre la necesidad de una victoria militar decisiva sobre Rusia para garantizar la seguridad de Ucrania a largo plazo.
Una serie de éxitos en el campo de batalla en 2022, primero en la región nororiental de Járkov y luego con la toma de Jersón, animó a Zelenski a creer en la posibilidad de una “victoria final”. Pero los estadounidenses tienen una mejor comprensión de la realidad y saben muy bien que el tiempo no está necesariamente del lado de Ucrania.
¿Corre Putin peligro de ser derrocado?
La maquinaria de propaganda occidental repite constantemente la línea de que Putin pronto será derrocado por el pueblo ruso, que está cansado de la guerra. Pero eso es mera ilusión. Se basa en un concepto erróneo fundamental. En el momento actual, Putin todavía tiene una base de apoyo bastante amplia. Él no está bajo ningún peligro inmediato de derrocamiento.
En la actualidad, no existe en Rusia un movimiento significativo contra la guerra y el que existe está conducido y dirigido por elementos liberales burgueses. Esa es precisamente su principal debilidad. Los trabajadores echan un vistazo a las credenciales pro-occidentales de estos elementos y se dan la vuelta, maldiciendo.
La guerra cuenta con el apoyo general de la mayoría de los rusos, especialmente de los trabajadores, aunque no hay mucho entusiasmo por ella. La imposición de sanciones y el flujo constante de propaganda antirrusa en Occidente, y el hecho de que la OTAN y los estadounidenses estén suministrando armas modernas a Ucrania, confirma la sospecha de que Rusia está siendo asediada por sus enemigos.
La única presión sobre Putin proviene, no de ningún movimiento contra la guerra, sino por el contrario, de los nacionalistas rusos y otros que quieren que la guerra prosiga con mayor fuerza y determinación. Sin embargo, si la guerra se prolonga durante un período de tiempo indefinido, sin pruebas significativas de un éxito militar ruso, eso puede cambiar.
Un síntoma significativo son las protestas de las madres de los soldados muertos en Ucrania. Todavía son de tamaño pequeño y se concentran principalmente en las repúblicas del este como Daguestán, donde los altos niveles de desempleo significaron que un gran número de hombres jóvenes se ofrecieron como voluntarios para el ejército. Si el conflicto actual se prolonga, estas protestas podrían multiplicarse a una escala mucho mayor, lo que representaría una amenaza, no solo para la guerra, sino para el propio régimen.
Si aumenta el número de muertes, es posible que veamos protestas de madres en Moscú y Petersburgo, que Putin no puede ignorar y sería incapaz de reprimir. Esto sin duda marcaría un cambio en toda la situación. Pero no se ha materializado, todavía.
Los objetivos de guerra de Rusia
El objetivo declarado de Rusia era evitar que Ucrania se uniera a la OTAN y “desmilitarizar y desnazificar” el país. Además, al principio Putin quería un gobierno neutral o prorruso en Kiev.
Putin claramente calculó mal al principio, y los rusos no tenían fuerzas suficientes para lograr estos objetivos. Incluso la tarea de aferrarse a sus ganancias en el Donbás resultó ser difícil, un hecho que quedó claramente demostrado por la ofensiva ucraniana a principios de septiembre del año pasado.
Pero los fracasos en el frente actuaron como el estímulo necesario para reajustarse. Tomaron medidas para movilizar las fuerzas convenientes para hacer lo necesario. Rusia está llevando a cabo una movilización de masas. El envío de unas 300.000 tropas rusas frescas al frente cambiará drásticamente el equilibrio de fuerzas.
El argumento repetido con frecuencia de que los rusos se están quedando sin municiones es completamente falso. Rusia tiene una industria armamentística grande y poderosa. Tienen reservas muy considerables de armas y municiones.
No es Rusia, sino los ucranianos y sus patrocinadores imperialistas quienes se están quedando sin municiones. Estados Unidos y sus aliados ya han enviado casi $ 50 mil millones en ayuda y equipo al ejército de Ucrania solo en el último año. Pero los ucranianos están agotando sus suministros mucho más rápido de lo que pueden ser reemplazados.
El secretario de la OTAN, Jens Stoltenberg, tuvo que admitir en la reunión más reciente de la OTAN que tanto Ucrania como la OTAN corren el peligro de quedarse sin municiones y repuestos para armas pesadas. Dijo que los aliados occidentales necesitaban abastecerse de sus propios arsenales mientras se aseguraban de que Kiev recibiera las armas que necesitaba «para ganar esta guerra»:
“No vemos señales de que el presidente Putin se esté preparando para la paz”, dijo Stoltenberg. “Lo que vemos es lo contrario, se está preparando para más guerra, para nuevas ofensivas y nuevos ataques.
“Esto se ha convertido en una guerra de desgaste y, por lo tanto, también es una batalla de logística.
“Este es un gran esfuerzo de los aliados para poder obtener las municiones, el combustible, las piezas de repuesto que se necesitan”.
Estas admisiones ponen patas arriba toda la estúpida propaganda que se ha repetido durante muchos meses.
Mientras tanto, los rusos siguen pulverizando objetivos por toda Ucrania con artillería, cohetes, drones y misiles; destruyendo centros de comando militar, centros de transporte e infraestructura, lo que dificultará seriamente el movimiento de tropas y armas hacia el frente.
Relaciones mundiales
La guerra en Ucrania no puede verse aisladamente. El orden mundial (o más exactamente, el desorden mundial) que ha existido durante los últimos 30 años tras el colapso de la URSS, está llegando a su fin.
El imperialismo estadounidense está intentando afirmar su papel como potencia mundial dominante. Pero está encontrando resistencia. Rusia está impugnando el orden de seguridad liderado por Estados Unidos en Europa, mientras que China lo está desafiando en Asia.
China también se ha acercado mucho más a Rusia, ya que ambos compiten con el imperialismo estadounidense. China ha advertido recientemente a los países occidentales que no «echen leña al fuego» en Ucrania y reiteró los llamamientos a las conversaciones de paz antes de la visita prevista a Moscú del diplomático de más alto rango de Beijing, Wang Yi.
Estos comentarios fueron interpretados en Washington como una amenaza de que China podría suministrar armas a Rusia. Estados Unidos emitió una airada advertencia a Beijing de que esto tendría graves consecuencias. Eso a su vez se encontró con una respuesta aún más enojada de Beijing. ¿Por qué Estados Unidos y sus aliados deberían tener rienda suelta para enviar suministros masivos de armas a Ucrania pero prohibir que China envíe armas a Rusia?
Una muy buena pregunta, a la que todavía estamos esperando una muy buena respuesta.
Ha comenzado una transición geopolítica, similar a los cambios en las placas tectónicas en la superficie de la tierra. Y como estas últimas, producirá terremotos.
De las cenizas del viejo orden, finalmente surgirá un nuevo equilibrio de poder. Pero esto tomará tiempo para definirse y no se logrará fácil ni pacíficamente. Ha comenzado un nuevo período de turbulencia y agitación.
Aunque se descarta una guerra mundial en las condiciones actuales, habrá muchas guerras “pequeñas” y guerras interpuestas como la de Ucrania. Esto aumentará la volatilidad general y agregará combustible a las llamas del desorden mundial.
Estados Unidos y Europa
En Europa, EE. UU. está utilizando el conflicto en Ucrania para perseguir su objetivo de obligar a los europeos a cortar sus lazos con Rusia, y así fortalecer el control completo del imperialismo estadounidense sobre todo el continente.
Antes de esto, la clase dominante alemana estaba, en efecto, utilizando sus vínculos con Rusia como palanca para asegurar al menos una independencia parcial frente a los EE. UU.
Su otra palanca principal era su dominio de facto de la Unión Europea, que esperaba construir como un bloque de poder alternativo, capaz de perseguir sus propios objetivos e intereses en un escenario global.
Debajo de la apariencia de «unidad occidental», existen tensiones crecientes entre EE. UU. y Europa, que en realidad se han visto exacerbadas por esta guerra. Estas tensiones han resurgido en el reciente proyecto de ley de infraestructura proteccionista de EE. UU., que ejerce una presión adicional sobre la producción industrial en la UE.
Las tensiones de Estados Unidos con Europa no son nuevas. Surgieron durante la Guerra de Irak y, más recientemente, sobre las relaciones con Irán. Los líderes de Francia y Alemania siempre sospecharon de las estrechas relaciones de Estados Unidos con Gran Bretaña, a la que correctamente consideraron como un caballo de Troya estadounidense dentro del campo europeo.
Los franceses, que nunca ocultaron sus propias ambiciones de dominar Europa, fueron tradicionalmente más expresivos en su retórica antiestadounidense. Los alemanes, que son los verdaderos amos de Europa, fueron más circunspectos, prefiriendo la realidad del poder a la jactancia vacía.
Los estadounidenses no se dejaron engañar. Vieron a Alemania, no a Francia, como su principal rival, y Trump en particular no ocultó su extrema desconfianza y disgusto por Berlín.
Para asegurar su independencia de Washington, los capitalistas alemanes entablaron una estrecha relación con Moscú. Esto enfureció a sus «aliados» al otro lado del Atlántico, pero les proporcionó beneficios considerables en forma de abundantes y baratos suministros de petróleo y gas.
Ser privado de estos suministros es un precio muy alto a pagar por mantener felices a los estadounidenses. Bajo Angela Merkel, Alemania conservó celosamente su papel independiente. Se requirió una guerra en Ucrania para que Alemania se alineara, al menos por el momento.
Por el momento, Estados Unidos ha logrado utilizar la guerra para reforzar su control sobre Europa. Pero no está del todo claro cuánto durará la paciencia de los alemanes y otros europeos. Las contradicciones generadas por esta situación solo quedarán claras cuando el negocio ucraniano esté arreglado.
¿Qué victoria?
En la guerra actual, sobre todo, es un error hablar de una victoria rusa o ucraniana. Primero es necesario definir qué significa victoria.
Por parte de Ucrania, la respuesta es simple: lograr la derrota militar de Rusia y obligar a las fuerzas rusas a retirarse de todos los territorios ocupados, incluida Crimea. Pero aunque pueda parecer simple, la mayoría de los expertos militares están de acuerdo en que es un objetivo cada vez más improbable.
Para Rusia, las cosas son aún más simples. En teoría, Putin podría reclamar la victoria si Rusia logra tomar el control de todo el Donbás y el puente terrestre a Crimea. Pero ciertamente le gustaría más, por ejemplo, tomar Odesa y la costa del Mar Negro.
Eso estrangularía económicamente a Ucrania y la reduciría a un Estado de vasallaje. Sería un golpe demoledor para la OTAN y expondría los límites del poder estadounidense. Naturalmente, los estadounidenses harán todo lo que esté a su alcance para evitarlo. Pero está lejos de ser seguro que puedan tener éxito.
Biden acaba de anunciar más ayuda para Ucrania. Pero no será suficiente para cambiar el rumbo de la guerra, que ahora fluye en dirección a Rusia. Lo que Washington quiere es seguir suministrando armas suficientes para mantener el conflicto en Ucrania y, por lo tanto, socavar a Rusia.
Sin embargo, a pesar de todas las demostraciones públicas de valentía, los estrategas militares serios han entendido que es imposible que Ucrania derrote a Rusia. El general Mark A. Milley es el vigésimo presidente del Estado Mayor Conjunto, el oficial militar de más alto rango de los EE. UU. Por lo tanto, sus opiniones deben tomarse muy en serio cuando dice:
“Entonces, en términos de probabilidad, la probabilidad de una victoria militar ucraniana definida como expulsar a los rusos de toda Ucrania que incluiría lo que definen o que afirman que es Crimea, la probabilidad de que eso suceda en un momento cercano no es alta, militarmente”.
Los imperialistas continúan con su juego macabro. Están avivando los fuegos de la guerra, lo suficiente como para mantenerlos encendidos, pero sin proporcionar a los ucranianos los medios necesarios para ganar.
El hecho de que este escenario signifique inevitablemente la destrucción, la miseria, la muerte y el sufrimiento más espantosos para innumerables personas es un asunto de completa indiferencia para ellos. Pero hay límites para todas las cosas.
A diferencia de los hipócritas imperialistas, la clase obrera de Occidente siente genuina simpatía por el terrible sufrimiento de millones de pobres en Ucrania. Donan dinero, ropa y alimentos, que no pueden pagar, para ayudar a las víctimas de la guerra. Abren sus casas sin esfuerzo y comparten lo que tienen con los refugiados sin hogar. Y esto es dice mucho a su favor.
Pero una cosa es expresar solidaridad con las víctimas de la guerra. Y otra muy distinta es apoyar, directa o indirectamente, la política cínica del imperialismo, que explota la miseria de millones de hombres, mujeres y niños para prolongar deliberadamente el conflicto en beneficio de sus propios intereses egoístas.
¿Guerra nuclear?
El único elemento realmente nuevo en el reciente discurso de Putin fue su anuncio de la suspensión de la participación de Rusia en las conversaciones sobre un tratado de control de armas nucleares. Además, anunció que se habían puesto en servicio de combate nuevos sistemas estratégicos y amenazó con reanudar las pruebas nucleares si Estados Unidos comenzaba primero.
La insinuación de Putin de que podría considerar el uso de armas nucleares fue casi seguro un engaño, pero sus palabras inmediatamente hicieron sonar las alarmas en Washington y Bruselas. El semblante de Stoltenberg, el noruego con cara de piedra al que le gusta llamarse a sí mismo Secretario General de la OTAN, por una vez traicionó algunos leves signos de emoción por las declaraciones de Putin.
Cualesquiera que sean las intenciones de los estadounidenses, una guerra real con Rusia no figura entre ellas. Una confrontación directa entre la OTAN y Rusia, con todas sus implicaciones nucleares, será evitada por ambas partes a toda costa.
Los estadounidenses no tienen intención de dejar que las cosas lleguen tan lejos. Es precisamente por esta razón que los estadounidenses tienen varios canales abiertos con Rusia, para evitar cualquier posibilidad de eventos descontrolados que puedan conducir a desarrollos indeseables.
Todo esto dará mayor peso a los esfuerzos de hombres como el presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, para presionar a Zelenski para que inicie conversaciones con Rusia. Pero este es el beso de la muerte desde el punto de vista ucraniano.
“Cuando haya una oportunidad de negociar, cuando se pueda lograr la paz, aprovéchala”, dijo Milley. «Aprovechar el momento.»
Pero si las negociaciones nunca se materializan o fracasan, Milley dice que Estados Unidos continuará armando a Ucrania, incluso cuando la victoria militar absoluta de cualquiera de las partes parece cada vez más improbable.
“Tiene que haber un reconocimiento mutuo de que la victoria militar probablemente, en el verdadero sentido de la palabra, tal vez no se pueda lograr por medios militares y, por lo tanto, es necesario recurrir a otros medios”, dijo. Esta es una clara advertencia a Zelenski de que el continuo apoyo al imperialismo estadounidense no puede darse por sentado. Y es esto, no las declaraciones retóricas de Joe Biden en Kiev y Varsovia, lo que finalmente determinará el destino de Ucrania.
Hay, de hecho, límites definidos a la voluntad de EE. UU. de continuar pagando la factura de una guerra costosa sin un final claro a la vista. Washington siempre se ha mostrado reacio a suministrar a Kiev el tipo de armamento avanzado que ha estado solicitando.
Esto tiene la intención de enviar una señal a Moscú de que EE. UU. no está dispuesto a proporcionar armas que podrían escalar el conflicto, creando la posibilidad de un enfrentamiento militar directo entre Rusia y la OTAN.
Esto subraya los peligros que están implícitos si se permite que continúe la guerra. Hay demasiados elementos incontrolables en juego, lo que podría dar lugar a una especie de espiral descendente que podría conducir a una guerra real entre la OTAN y Rusia.
El peligro de tales desarrollos se subrayó en noviembre de 2022, cuando el mundo se sorprendió al escuchar la declaración del presidente polaco de que su país había sido alcanzado por misiles de fabricación rusa, y los medios occidentales afirmaron que Rusia estaba detrás.
Esa mentira pronto quedó expuesta cuando el propio Pentágono reveló que el misil que impactó en una instalación de granos polaca en una granja cerca del pueblo de Przewodow, cerca de la frontera con Ucrania, fue disparado por el ejército ucraniano.
La OTAN y los polacos se apresuraron a explicar que todo fue “un lamentable accidente”. Pero a pesar de que el misil es un misil antiaéreo S-300 con un alcance muy limitado, que difícilmente podría haber sido disparado desde Rusia, Zelenski mintió descaradamente e insistió en que fue un ataque deliberado de Rusia.
Esperaba que le hubiera dado una poderosa palanca para exigir más armas y dinero. Y en el mejor de los casos (desde su punto de vista) podría empujar a la OTAN a tomar medidas de represalia contra Rusia, con interesantes consecuencias.
Si ese incidente hubiera servido para empujar a la OTAN a actuar contra Rusia, podría haber desencadenado una cadena imparable de eventos que podría haber llevado a una guerra total. No hay duda alguna de que le vendría muy bien a Zelenski ver a la OTAN entrar en guerra y así sacarle sus castañas calientes del fuego.
Una conflagración europea general habría sido una pesadilla para millones de personas. Pero para Zelenski y su camarilla habría sido la respuesta a todas sus oraciones. Naturalmente, sería imposible para los estadounidenses permanecer al margen, calentándose las manos en las llamas.
Tendría que haber tropas estadounidenses sobre el terreno. Excelentes noticias desde el punto de vista del régimen de Kiev, pero nada desde el punto de vista de la Casa Blanca y el Pentágono. ¡Eso no se suponía que fuera parte del guión!
La perspectiva de una nueva ofensiva rusa llena de alarma a los hombres en Kiev. Esto explica la reciente intensificación de la ofensiva diplomática de Zelenski: los repentinos viajes a Londres y Washington, y las melodramáticas apariciones de Biden en Kiev y Varsovia.
Zelenski es un hombre desesperado. Y los hombres desesperados hacen cosas desesperadas. Claramente, hay elementos en el ejército y los servicios secretos ucranianos que están buscando cualquier excusa para organizar una provocación que esperan finalmente arrastre a la OTAN a una participación directa en la guerra.
El incidente del misil disparado en territorio polaco por una unidad del ejército ucraniano es un buen ejemplo. Hay muchas razones para creer que en este momento se están tramando provocaciones nuevas e incluso más graves en Kiev.
Ayer, Rusia afirmó que Ucrania estaba intensificando sus esfuerzos para invadir Transnistria, la región separatista de Moldavia respaldada por Moscú, y prometió una “respuesta”. Eso es completamente posible. Ya sea que se materialice o no, alguna nueva provocación es completamente predecible.
¿Ahora qué?
El dicho de Napoleón de que la guerra es la más compleja de todas las ecuaciones conserva toda su fuerza. La guerra es una imagen en movimiento con muchas variantes imprevisibles y escenarios posibles.
La variante que la máquina de propaganda occidental ha presentado con confianza desde el comienzo de las hostilidades pareció validarse con el éxito de la ofensiva ucraniana en septiembre de 2022 y, más tarde, con la retirada rusa de la parte occidental de Jersón.
Sin embargo, debemos guardarnos de sacar conclusiones impresionistas de un número limitado de acontecimientos. El resultado de las guerras rara vez se decide en una sola batalla, o incluso en varias batallas.
La pregunta es: ¿esta victoria, o ese avance, alteró materialmente el equilibrio de fuerzas subyacente, que es el único que puede determinar el resultado final? Estas cuestiones fundamentales aún no se han determinado. Son posibles diferentes resultados, dependiendo de cómo se desarrollen las condiciones tanto en Rusia por un lado, como en Ucrania y sus amos occidentales por el otro.
Rusia ha estado acumulando sus fuerzas en el este, fortaleciendo su presencia militar en Bielorrusia e intensificando su bombardeo aéreo tanto de objetivos militares como de la ya debilitada infraestructura ucraniana.
Hasta ahora, los ucranianos han mostrado un notable nivel de resiliencia. Pero no está claro cuánto tiempo se puede mantener la moral tanto de la población civil como de los soldados en el frente.
Sin embargo, una cosa está clara. La próxima ofensiva rusa no será como la anterior que fracasó de manera tan ignominiosa. Los rusos atacarán con todos los números y la potencia de fuego a su disposición. Y parece muy poco probable que los ucranianos, ya severamente debilitados por las grandes pérdidas y la destrucción de su infraestructura, puedan resistir.
Sin embargo, eso no significa el fin de las hostilidades. Para asegurar una victoria total, los rusos tendrán que ir mucho más allá, hasta que hayan socavado por completo la capacidad de combate del ejército ucraniano ¿Es posible? Sí, es posible. Rusia tiene reservas considerables que aún no se han puesto en juego y de las que Ucrania carece. Pero no será fácil ni rápido.
Las noticias de serios reveses en el frente tendrán un efecto en la moral. Con el tiempo, estallarán divisiones en la capa dirigente de Kiev entre los nacionalistas de derecha, que desean luchar hasta el final, y los elementos más pragmáticos, que ven que una mayor resistencia sólo conducirá a la destrucción total de Ucrania y que algún tipo de acuerdo negociado es la única salida.
Sea cual sea el resultado, no se puede hablar de un retorno al statu quo en Europa. Ha nacido un nuevo período de extrema inestabilidad, guerras, guerras civiles, revolución y contrarrevolución.
Londres
24 febrero 2023