Vox, seguido por el resto de la constelación de minúsculos grupos de extrema derecha, está intentando apoyarse en el malestar de una capa importante de la población para lanzarse a la arena de los disturbios callejeros. Mientras, sectores policiales mienten descaradamente en un intento de intoxicación informativa, señalando a “grupos de extrema izquierda” como participantes en los incidentes causados en diferentes barrios de las principales ciudades del Estado.
Mientras en las pacíficas manifestaciones de masas protagonizadas en los barrios del Sur de Madrid, en defensa de los servicios públicos, la policía reprimió salvajemente y busca motivos artificiales para detener a jóvenes, en estos recientes altercados la actitud policial es diametralmente opuesta, a pesar del uso material explosivo, incendios, etc. por parte de los ultraderechistas. De hecho, asociaciones policiales están llamando a una manifestación para el próximo 7 de noviembre, bajo el emblema de “policías por la libertad”, en oposición abierta a las medidas del Gobierno en cuanto a restricciones y en plena sintonía con estos hechos.
No es casual que esta campaña se inicie justo después del batacazo en el terreno parlamentario sufrido por las derechas durante la reciente Moción de Censura. Se estrellaron contra un muro que se veía a mil kilómetros, provocando una crisis grave en sus filas. Esto es un reflejo más o menos distorsionado, pero cuantificado, de la auténtica correlación fuerzas entre izquierda y derecha en la sociedad en estos momentos.
La imagen de Vox como fuerza pretendidamente «antirrégimen» se desmorona entre vivas a la corona (que se percibe como lo corrupta que es más que nunca) y su apoyo «responsable» a sus socios naturales. Abascal no dudó en mostrarse de esta guisa cuando le preguntaron, tras el enfrentamiento con Casado durante la Moción de Censura, por los acuerdos con el PP y Cs en los territorios donde, en la práctica, están cogobernando.
Ahora bien, está claro también que, viendo que el campo parlamentario está bloqueado para su avance, están intentando explotar el descontento por el desastre económico y social que se cierne sobre la población.
Descontento social y polarización
Por otro lado, mientras la lógica capitalista machaca al pueblo trabajador, entre carencias sanitarias, el desastre en cuanto a gestión de la pandemia, el paro y precariedad, los representantes de la izquierda se hacen «corresponsables» de la situación. Lamentablemente, toda crítica ahora mismo ante la grave situación, es presentada de facto como un mensaje sospechoso de venir contra el «Gobierno de progreso” y, por tanto, se trata de equiparar con la (ultra)derecha.
Si Unidas Podemos no hubiera entrado en el Gobierno, como defendimos desde nuestras páginas, la situación en cuanto a medidas no hubiera sido muy distinta. No nos engañemos. Todas las medidas de inyección de dinero en los ERTES las lleva practicando, desde hace meses, la derecha en Alemania y otros países de la misma manera que se ha hecho aquí. Los ERTES son una necesidad para que el tinglado económico capitalista no se venga abajo. De hecho, objetivamente representa un trasvase masivo de fondos públicos a los bolsillos de los empresarios, que no tienen que pagar indemnizaciones de ningún tipo (ni mucho ni poco, es decir, nada) y por otro lado, siguen con las manos libres de despedir (o no renovar, que es lo mismo), en un país donde las tasas de precariedad son las que son. En paralelo, se anuncian absorciones bancarias que deglutan fondos públicos (Bankia), rescates a grandes empresas (Air Europa), cierres o paralización de empresas, y las miserables ayudas a los sectores vulnerables se enredan en las marañas burocráticas.
Hubieran sido distintas las posibilidades de crítica de fondo en relación a las muletas públicas sobre las que se apoya este capitalismo de piernas rotas. Y sí, se hubiera podido organizar en las calles una oposición de izquierdas aglutinando el descontento y señalando una alternativa.
Por el contrario, ahora ese terreno está desierto organizativamente. En este sentido, no podemos evitar señalar que hubo una forma de transfuguismo político. Los hechos son tozudos. Se prometió mil veces que se venía a combatir un régimen y a combatir a los de arriba. La clase obrera apoyó aquello de forma entusiasta. Tras esto, a mitad de camino, se pasó a ser un actor responsable para mantener el funcionamiento institucional. De repente, se anunció que el Estado, es decir, este régimen, es lo “único” que tenemos para «cuidar a la gente». Cuando se estuvo en posición de avanzar gracias al apoyo masivo, los argumentos iniciales se matizaron hasta negarse.
La estrategia de Vox
Por simple olfato, Vox se da cuenta de este vacío. Por ello, trata de sacar rédito político del malestar. No obstante, por lo que se ha podido ver, a pesar de la extensión que han intentado dar a la campaña, de nuevo han fracasado (la primera fue la del barrio de Salamanca en mayo-junio). Las imágenes muestran al lumpen ataviado con banderitas de España, gritando libertad y vociferando contra el Gobierno. Las imágenes de Logroño, Madrid, Barcelona, Valencia, Burgos, Zaragoza, Sevilla, Málaga, Vitoria y otras no dejan lugar a dudas de que se trata de individuos con indumentaria que responde a las señas de identidad de la ultraderecha, así como sus consignas. La policía incluso no ha tenido más remedio que constatar que se trata, en una gran proporción, de elementos con antecedentes penales. Esta es la situación de la mitad de los 33 detenidos en una reciente manifestación en Madrid.
Debemos observar el escenario con objetividad. Algunos compañeros impresionados por «el auge de la ultraderecha» se empeñan en insistir en los graves peligros que acechan. No obstante, debemos entender que, el mismo hecho de que Vox se lance a esta aventura, es una expresión de su propia debilidad. Sólo le ayudará a sumar mayor aislamiento social, aunque su objetivo sea recabar apoyos aislados entre la desesperación creciente.
La aventura terrorista de la propaganda por los hechos le pasará factura. Basta con que la masa obrera mueva una pequeña uña para que sean barridos del mapa.
Los barrios obreros responderán
Por lo pronto en los barrios obreros hay una alerta natural, pendientes de qué hacen estos lunáticos de la «libertad». Eso sí, también entre la clase obrera hay un sentimiento cada vez más extendido de que todo va a peor, y se responsabiliza a todos los gobiernos, sin distinguir en muchos casos sobre el reparto de poderes institucionales. Si hay una situación de emergencia como la que hay, el ejecutivo está políticamente facultado para llevar a cabo operaciones excepcionales. Si hace falta dinero para combatir la situación, se sabe dónde está. Pero, ¡oh!, esto no es responsable para ninguno de los actores en el Gobierno. No hacerlo es lo que da margen de maniobra a la demagogia fascistoide.
La parálisis en cuanto a medidas reales y el intento de incendiar las calles por parte de Vox, fallido por ahora, pone sobre la mesa la necesidad de que las masas respondan, toda vez que el régimen de nuevo se muestra abiertamente como un entramado al servicio de la clase dominante.