Hace 26 años, tras la caída de la Unión Soviética, los defensores del capitalismo estaban eufóricos. Hablaron de la muerte del socialismo y del comunismo. El liberalismo había triunfado y, por lo tanto, la historia había alcanzado su expresión final bajo la forma de capitalismo. Ese fue el momento en que Yoshihiro Francis Fukuyama pronunció su famosa (o notoria) predicción de que la historia había terminado. Lo que quiso decir con esto fue lo siguiente: ahora que el socialismo (en la forma de la Unión Soviética) había fracasado, el único sistema socioeconómico posible era el capitalismo, o como él y otros preferían describirlo: «la economía de libre mercado”.
Cambio de opinión
Desafortunadamente para Francis Fukuyama, la historia no es tan fácil de desechar. Y ahora se está vengando de él. En 1992, llevado por la euforia general de la burguesía, exultante por la caída de la Unión Soviética, este político teórico norteamericano publicó un libro con el interesante nombre: El fin de la historia y el último hombre.
En este libro, leemos la siguiente declaración:
«Lo que podemos estar presenciando…. es el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano»
Pero en un artículo publicado en New Statesman el 17 de octubre de este año, está entonando una canción bastante diferente:
«Lo que dije entonces [1992] fue que uno de los problemas de la democracia moderna es que proporciona paz y prosperidad, pero la gente quiere más que eso…. las democracias liberales ni siquiera tratan de definir lo que es una buena vida, sino que la dejan en manos de individuos que se sienten alienados, sin propósito, y por eso se unen a estos grupos de identidad que les da un sentido de comunidad.»
Sus críticos, dijo, «probablemente no leyeron hasta el final del libro [El Fin de la Historia], la parte del Último Hombre, que en realidad trataba sobre algunas de las amenazas potenciales a la democracia.»
Funcionario del gobierno durante los años de Reagan-Bush, Fukuyama estuvo cercano originalmente al movimiento neoconservador. Esto probablemente explica su entusiasmo por la economía de mercado y el liberalismo. Pero la dura experiencia le ha llevado a cambiar de opinión, al menos hasta cierto punto.
Fukuyama apoyó la guerra de Irak, pero en 2003 concluyó que era un error que definía la política estadounidense. También se ha convertido en un crítico de dogmas neoliberales como la desregulación financiera, que fue en parte responsable de la desastrosa crisis económica de 2008. También es un crítico del euro, o al menos de su «inepta creación»:
«Todas estas son políticas de élite que resultaron ser bastante desastrosas, hay alguna razón para que la gente común se moleste.»
¡Marx tenía razón!
Para ilustrar el dramático cambio de opinión de Fukuyama, volvemos a publicar algunos extractos del artículo de New Statesman:
«El Fin de la Historia fue una reprimenda para los marxistas que consideraban el comunismo como la última etapa ideológica de la humanidad. ¿Cómo veía, le pregunté a Fukuyama, el resurgimiento de la izquierda socialista en el Reino Unido y los Estados Unidos? Todo depende de lo que se entienda por socialismo. La propiedad de los medios de producción -excepto en áreas donde es claramente necesario, como los servicios públicos- no creo que vaya a funcionar.
“Si te refieres a programas redistributivos que intentan corregir este gran desequilibrio, tanto en ingresos como en la riqueza que se produce, entonces sí, creo que no sólo puede volver, sino que debería volver. Este período prolongado, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se arraigó un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, ha tenido un efecto desastroso en muchos sentidos.
«En materia de igualdad social, ha conducido a un debilitamiento de los sindicatos, del poder de negociación de los trabajadores de a pie, al surgimiento de una clase oligárquica en casi todas partes que ejerce entonces un poder político indebido. En cuanto al papel de las finanzas, si hay algo que hemos aprendido de la crisis financiera es que hay que regular el sector como el demonio porque harán que todos los demás paguen. Toda esa ideología se arraigó muy profundamente en la Eurozona, la austeridad que Alemania impuso al sur de Europa ha sido desastrosa.»
Fukuyama añadió, para mi sorpresa: “En este momento, me parece que ciertas cosas que dijo Karl Marx están resultando ser ciertas. Habló de la crisis de sobreproducción…. que los trabajadores se empobrecerían y la demanda sería insuficiente.”» (Énfasis mío, AW)
Dejamos de lado el hecho de que Fukuyama demuestra su falta de comprensión de la economía marxista al confundir la sobreproducción con la idea keynesiana de subconsumo. Después de tantos años de lavado de cerebro en la escuela de economía de libre mercado, era demasiado pedirle que entendiera a Marx.
Sin embargo, es significativo que un defensor tan prominente del capitalismo y crítico del socialismo llegue ahora a la conclusión de que el análisis marxista de la crisis capitalista era básicamente correcto, que la búsqueda desenfrenada de la economía del libre mercado ha conducido a un empobrecimiento masivo, por un lado, y a la dominación completa del mundo por parte de una oligarquía capitalista irresponsable y obscenamente rica, por el otro.
Y tiene toda la razón al decir que, si esto no se rectifica, esta oligarquía (tanto en Estados Unidos como en Europa) «hará que todo el mundo pague». En realidad, ya lo están haciendo.
Fukuyama no ofrece ninguna solución
Es, por supuesto, una satisfacción considerable ver que incluso este defensor recalcitrante del capitalismo haya comenzado a comprender su naturaleza reaccionaria. Sin embargo, Fukuyama se comporta como un médico que, después de dar una lista muy completa de los síntomas de su paciente, no proporciona una receta para la cura.
Fukuyama es consciente de las terribles privaciones causadas por los estragos del capital financiero y la anarquía del sistema de mercado. Ha llegado a la conclusión, compartida por un número cada vez mayor de personas, de que la economía debe ser controlada. Pero luego no llega a la conclusión necesaria, que es que los gigantescos monopolios y bancos que ejercen una brutal dictadura sobre el mundo entero deben ser sacados de las manos privadas.
Por un lado, pide que se vuelva al socialismo. El problema es que no tiene idea de lo que es el socialismo. Dice que «la propiedad de los medios de producción» (excepto en los servicios públicos) no va a funcionar. Pero el propio Fukuyama ha llegado a la conclusión de que es la propiedad privada de los medios de producción la que no funciona, o mejor dicho, que funciona en detrimento del progreso económico y social, y causa miseria, pobreza y angustia a la gran mayoría de la humanidad.
Ahora está claro, incluso para los más ciegos de los ciegos, que la economía capitalista no planificada es una receta acabada para el caos, la desorganización, el despilfarro, la mala gestión y la corrupción a gran escala. Peor aún, la desenfrenada codicia por el beneficio, que es la única fuerza motriz de este sistema, está destruyendo el medio ambiente, envenenando el aire que respiramos, los alimentos que comemos, y los mares y bosques que son la base de toda la vida en el planeta.
Los problemas graves exigen soluciones serias. El socialista español Largo Caballero dijo una vez que no se puede curar el cáncer con una aspirina. Fukuyama aboga por la nacionalización de los servicios públicos porque «es claramente necesario». Estamos completamente de acuerdo con él. Pero, ¿por qué no se exige en el caso de los bancos, por ejemplo, que han demostrado una incapacidad total para administrar y controlar de manera responsable grandes cantidades de dinero de la gente?
La monstruosa especulación, la corrupción y la ineptitud de los bancos fue la causa inmediata de la crisis financiera de 2008, cuyos resultados seguimos viviendo. Al final, estos fervientes defensores de la economía de libre mercado, que se oponían a cualquier sugerencia de intervención estatal en la economía, tuvieron que ser rescatados mediante la inyección de grandes cantidades de dinero público.
En lugar de ir a la cárcel, lo que merecían; fueron recompensados por su incompetencia con sumas de dinero robadas del tesoro público. Esa es la razón por la que hoy tenemos déficits públicos colosales, que, según se nos ha dicho, deben ser pagados. Los pobres subvencionan a los ricos. Esto es Robin Hood al revés.
Al mismo tiempo, se nos informa de que no hay dinero para pagar cosas innecesarias como escuelas, hospitales, atención a los ancianos, pensiones, educación, carreteras y saneamiento, todo lo cual se encuentra en un estado lamentable en Gran Bretaña y en los países más ricos del mundo.
Si alguna vez hubo un sector de la economía que pide a gritos la expropiación, son los grandes bancos. ¿Por qué desea el señor Fukuyama mantenerlos en manos privadas? Si limitamos la nacionalización a los servicios públicos, los sectores más importantes de la economía permanecerán como están, en manos de esa misma oligarquía contra la que se mueve Fukuyama. Este tipo de «socialismo» no resolvería precisamente nada.
Claramente, el principal problema aquí es que Fukuyama confunde el socialismo y la propiedad estatal con el régimen burocrático y totalitario que existía en la Unión Soviética. Eso ciertamente fracasó, y estaba destinado a fracasar. Trotsky señaló que la economía planificada nacionalizada necesita democracia, al igual que el cuerpo humano necesita oxígeno.
No tiene por qué haber contradicción entre una economía nacionalizada y planificada y la democracia más plena. El socialismo real se basa en la participación más activa de los trabajadores, tanto en la elaboración de un plan de producción como en su aplicación. Con esto queremos decir no sólo el proletariado industrial, sino todos los grupos productivos: científicos, economistas, técnicos, gerentes incluidos.
Sin el control y la gestión de los trabajadores, la economía inevitablemente se bloqueará y se paralizará, que es exactamente lo que ocurrió en la Unión Soviética. La experiencia venezolana nos da un veredicto aún más condenatorio sobre el control burocrático de las industrias nacionalizadas.
¿El camino chino?
Del artículo parece que Fukuyama piensa que el único rival sistémico plausible de la democracia liberal no es el socialismo, sino el modelo capitalista de Estado de China:
«Los chinos argumentan abiertamente que son superiores porque pueden garantizar la estabilidad y el crecimiento económico a largo plazo de una manera que la democracia no puede… si en otros 30 años son más grandes que los Estados Unidos, el pueblo chino es más rico y el país sigue unido, yo diría que tienen un argumento real.»
Pero advirtió que «la verdadera prueba del régimen» será cómo se desenvuelve en una crisis económica.
La confusión de Fukuyama se ilustra muy bien con estas líneas. Era un empirista impresionista hace 26 años, cuando tenía ilusiones en la economía de mercado porque parecía estar avanzando continuamente. Hoy sigue siendo un empirista impresionista, salvo que su admiración por China ha aumentado en la misma medida en que su admiración por el capitalismo occidental («liberalismo») ha disminuido.
Es cierto que, en las últimas décadas, la economía china ha avanzado rápidamente. Pero, habiendo entrado en la economía capitalista mundial, ha heredado todas las contradicciones del capitalismo. China está sufriendo una sobreproducción que ha provocado un descenso de la tasa de crecimiento y un aumento del desempleo.
La tasa oficial de crecimiento de China este año es del 6,5%. Pero China necesita, al menos, una tasa de crecimiento del 8% anual sólo para absorber el crecimiento de la población. Además, como sugiere Fukuyama, la economía china es vulnerable a los choques económicos que se originan en la economía mundial en general, conforme encuentra cada vez más dificultades para vender sus excedentes de producción y está en una guerra comercial abierta con Estados Unidos.
También es irónico que un hombre que afirma defender la democracia liberal mire a China como ejemplo, dado que el régimen chino no es conocido por su respeto de los derechos humanos y la democracia. De hecho, China combina algunas de las peores características del totalitarismo estalinista con las más negativas del capitalismo. A lo largo de ese camino, no hay esperanza para los trabajadores de China ni de ningún otro país.
El capitalismo significa guerra
Podría decirse que el mundo nunca ha estado en una situación tan inestable. De hecho, mientras la URSS existió, había una relativa estabilidad, reflejando el relativo equilibrio de poder entre Rusia y los Estados Unidos. Pero el orden del Viejo Mundo se ha derrumbado, y no hay nada que lo reemplace.
Sin duda, hemos recorrido un largo camino desde las predicciones optimistas de un mundo de paz y prosperidad tras la caída del Muro de Berlín. El mundo real de hoy no tiene ninguna relación con esa perspectiva. Al contrario, hay guerra tras guerra. Aparte de los horribles conflictos que están destrozando países como Irak, Siria y Yemen, ha habido una serie de guerras monstruosas en África.
La terrible guerra civil en el Congo llevó a la matanza de al menos 5 millones de hombres, mujeres y niños. Eso ni siquiera salió en las primeras planas de los periódicos. El presidente Trump ha roto el acuerdo con Irán que impedía que ese país adquiriera armas nucleares. Ahora anuncia su decisión de romper el acuerdo firmado por Reagan y Gorbachov para restringir los programas nucleares de Estados Unidos y Rusia.
A Fukuyama le preocupa el potencial de una guerra entre Estados Unidos y China:
«Creo que la gente sería muy tonta si lo descartara, se me ocurren muchos escenarios en los que podría comenzar una guerra así. No creo que sea un ataque deliberado de un país sobre el otro -como Alemania invadiendo Polonia en 1939- es más probable que salga de un conflicto local sobre Taiwán, sobre Corea del Norte, posiblemente una confrontación en el Mar de China del Sur que se intensifica.»
Ciertamente, las contradicciones entre Estados Unidos y China son muy serias. Encuentran su expresión en la guerra comercial declarada unilateralmente por Donald Trump, que puede fácilmente escalar a algo mucho más serio e incluso amenazar con hundir toda la economía mundial. Del mismo modo, el avance del poder chino en Asia, en particular, su intento de dominar los mares de esa región, es visto como una amenaza por los Estados Unidos.
Eso no significa, como algunos creen, que sea inminente una tercera guerra mundial. En las condiciones modernas, la guerra mundial tendría un efecto devastador en todas las partes. Y los capitalistas no hacen la guerra por diversión, sino para la conquista de mercados, ganancias y esferas de influencia. Por lo tanto, aunque el Sr. Trump haga estallar fuego y azufre en todos sus discursos, está descartada una conflagración general.
Sin embargo, tendremos pequeñas guerras todo el tiempo – «pequeñas» en el sentido de las guerras en Irak y Siria, lo cual, en el mundo moderno, es una perspectiva suficientemente horrenda. Pero las guerras no son más que un reflejo de las insoportables contradicciones entre países que, sobre la base del capitalismo, deben luchar entre sí por los mercados como perros hambrientos que pelean por un pedazo de carne. El capitalismo significa guerra, y para evitar la guerra, es necesario eliminar su causa raíz.
La rueda de la historia
Cuando los ejércitos triunfantes de Hitler entraron en París en 1940, tuvo lugar una interesante conversación entre un oficial del ejército alemán y otro francés. El alemán, alardeando de la arrogancia de un conquistador, se jactaba de que, finalmente, su nación se había vengado de su humillante derrota en la Primera Guerra Mundial. El oficial francés se volvió hacia él y le dijo: «Sí, la rueda de la historia ha girado. Volverá a girar.»
Unos años más tarde, su predicción demostró ser correcta.
Desde la caída de la Unión Soviética, la rueda de la historia ha vuelto a dar un giro completo. A pesar de las predicciones de los estrategas del capital, la historia ha vuelto con fuerza. De repente, el mundo parece afligido por fenómenos extraños y sin precedentes que desafían todos los intentos de los expertos políticos por explicarlos.
El pueblo británico votó en un referéndum por abandonar la Unión Europea, un resultado que nadie esperaba, lo que causó una conmoción a escala internacional. Pero estos no fueron nada en comparación con el tsunami provocado por el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses: otro resultado que nadie esperaba, incluido el hombre que ganó.
La elección de Donald Trump fue otro terremoto más. Estos acontecimientos son la dramática confirmación de la inestabilidad que aflige al mundo entero. De la noche a la mañana, las viejas certezas han desaparecido. Hay un fermento general en la sociedad y una sensación de incertidumbre generalizada llena a la clase dominante y de profundos temores a sus ideólogos.
Los comentaristas políticos hablan con temor del surgimiento de algo que llaman «populismo»: una palabra tan elástica como sin sentido. El uso de esta terminología amorfa sólo significa que los que la usan no tienen idea de lo que están hablando.
En términos estrictos y etimológicos, populismo no es más que una traducción latina del griego «demagogia». El término se aplica con el mismo gusto que un mal pintor revoca una pared con una capa gruesa de pintura para cubrir sus errores. Se utiliza para describir una variedad tan amplia de fenómenos políticos que queda totalmente desprovista de contenido real.
El fermento político y social que sacude al mundo entero hasta sus cimientos es sólo un síntoma de una crisis mucho más profunda: no la crisis del neoliberalismo, que es sólo una forma particular de capitalismo, sino una crisis terminal del propio sistema capitalista.
Esta crisis está destinada a durar bastante tiempo. Sobre la base del capitalismo, no hay solución. Los gobiernos subirán y bajarán y los péndulos oscilarán de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, reflejando una búsqueda cada vez más desesperada de las masas por encontrar una salida a la crisis.
El llamado «populismo» no es más que un reflejo de este hecho. Las masas aprenden de la experiencia y no tienen otra forma de aprender. La experiencia será una escuela muy dura, y las lecciones serán aprendidas amargamente. Pero al final, serán aprendidas.
Una cosa está muy clara. La burguesía no tiene idea de cómo salir de esta crisis. Sus representantes políticos y económicos muestran todos los rasgos de confusión y desorientación propios de una clase que ha sobrevivido a su vida útil histórica, una clase que no tiene futuro y que es poco consciente de ello.
Los apologistas del liberalismo capitalista se quejan amargamente del ascenso de políticos como Donald Trump, que representan la antítesis de lo que se conoce como «valores liberales». Para estas personas, esto parece una pesadilla. Esperan despertar y darse cuenta de que todo fue un sueño, que mañana será un día mejor. Pero para el liberalismo burgués, no habrá despertar ni mañana.
Las declaraciones de Francis Fukuyama, desde ese punto de vista, tienen una considerable importancia sintomática. Este antiguo liberal ha perdido toda la fe en el futuro del capitalismo, pero no ve ninguna alternativa viable. Como todos los estrategas del capital, ve el futuro «como a través de un cristal, sombríamente». Su desesperanza teórica es la expresión de la desesperanza del propio sistema.
El futuro pertenece, no a la burguesía ebria y en bancarrota, que no puede ver más allá del final de su propia nariz, sino a la única fuerza realmente progresista de la sociedad, la única fuerza que produce toda la riqueza de la sociedad: la clase obrera. A través de su propia experiencia, esa clase llegará a comprender que el único camino a seguir es tomar el camino del genuino socialismo y del poder obrero.