Liz Truss ha ganado la carrera por el liderazgo tory, convirtiéndose en la última primera ministra británica. Heredará una serie de crisis: desde el aumento de los precios de la energía y la «estanflación», hasta una creciente ola de huelgas. Explosiones revolucionarias están en el horizonte.
Ahora, con la contienda por el liderazgo de los tories terminada, esto se ha reducido a una imbécil: Mary Elizabeth Truss.
Será la cuarta primera ministra tory en seis años, un hecho que revela por sí mismo la profundidad de la crisis que va a heredar; el cáliz envenenado que se le ha entregado. Y esta crisis no hará más que acelerarse e intensificarse, sin duda con un pequeño empujón de las imprudentes acciones de la propia Truss.
El clon de Thatcher
Dice algo que en la llamada «democracia» británica, nuestra nueva primera ministra haya sido «elegida» por menos de 82.000 envejecidos tories: la brigada de los ahorcados y azotados.
Liz Truss, que está tan loca como el resto de esta chusma rabiosa, intentará ahora poner su sello en las cosas, habiendo hecho todo tipo de promesas para revivir el espíritu de Margaret Thatcher – una reencarnación que se parecerá más a la Familia Addams o a la Noche de los Muertos Vivientes.
Pero el gobierno de Truss se enfrentará de inmediato a la crisis más grave que ha vivido el país en el último siglo.
Y a pesar de la calamidad económica a la que se enfrenta Gran Bretaña, al igual que todos los chiflados que dirigen el Partido Conservador, la nueva primera ministra promete recortes de impuestos, un mayor gasto en defensa y un credo thatcheriano que ya ha destruido innumerables vidas y comunidades de la clase trabajadora.
Además, Truss ha amenazado con suspender inmediatamente el Protocolo de Irlanda del Norte. Esto podría llevar a una desastrosa guerra comercial con Europa, todo ello en un momento en el que ya se prevé que la economía del Reino Unido funcione peor que cualquier otra del G20, aparte de Rusia.
Perdiendo el control
Los estrategas del capital deben estar tirándose de los pelos ante este par de manos «fiables».
La destitución del bufón Boris se consideró un paso adelante. Pero ahora tener que cargar con Liz Truss es como saltar de la sartén al fuego.
En efecto, la clase dominante ha perdido el control del Partido Conservador en favor de los «locos de los ojos giratorios», habiendo dado el voto a los miembros totalmente reaccionarios.
Bienvenidos al manicomio que es el Partido Conservador, antes considerado el partido burgués más fiable del mundo.
Gobierno de crisis
No habrá período de luna de miel para Truss, aunque se vea obligada a hacer algunas concesiones, sobre todo en relación con la inminente catástrofe energética de Gran Bretaña.
Ante el inminente desastre, este gobierno de crisis irá de mal en peor. Se volverá aún más impopular que la administración de Johnson. Incluso es posible que Truss sea destituida antes de las próximas elecciones.
Extrañamente, los partidarios de Johnson -que creen en la «Gran Mentira» de que el ex líder tory fue maltratado- piensan que podría volver al poder.
Está claro que Boris alberga tales ambiciones, de ser llamado a liderar el partido y el país una vez más – como fue el caso de su héroe, Winston Churchill; o como quizás se verá con Donald Trump y los republicanos.
El hecho de que esto sea una posibilidad sólo demuestra lo mucho que ha degenerado el Partido Tory.
Jugar con fuego
Truss también ha prometido hacer frente a la creciente ola de huelgas y luchas industriales introduciendo nuevas leyes antisindicales más duras. La nueva Primera Ministra ha declarado que no dejará que Gran Bretaña sea «rehén de los sindicalistas militantes».
Pero esta medida podría ser fácilmente contraproducente, provocando un movimiento aún mayor de trabajadores organizados. Los conservadores estarán jugando con fuego. La ira y la amargura de la clase obrera han alcanzado niveles explosivos.
Como ha señalado Gary Smith, secretario general del GMB, el mayor sindicato industrial, el número de centros de trabajo y sectores que han votado a favor de la huelga refleja un estado de ánimo más amplio de indignación y desafío entre los trabajadores.
«Estos resultados de las votaciones están fuera de la escala de Richter», declaró Smith. «Hay mucha gente cabreada que dice que algo tiene que cambiar».
Catástrofe energética
Según el gigante bancario Goldman Sachs, la inflación en el Reino Unido podría alcanzar el 22% a principios del próximo año, niveles no vistos desde la década de 1970.
Además de los precios astronómicos de la energía, millones de personas se enfrentan a un recorte masivo de los salarios reales y a la terrible perspectiva de caer en la indigencia. Esperar que la gente de a pie acepte esto en silencio es un delirio.
Ante tal inestabilidad económica y social, Truss ya ha insinuado que su gobierno probablemente intervenga para introducir un congelamiento de precios en las facturas de energía de los hogares, con dádivas estatales para los monopolios energéticos como compensación.
Este rescate tendrá un coste desorbitado. Algunos han sugerido una cifra de 100.000 millones de libras esterlinas, incluso más que el plan de permisos de COVID, financiado a corto plazo mediante préstamos del gobierno.
Y, lo más importante, son los trabajadores los que tendrán que pagar, ya sea a través de facturas más altas o de más austeridad, o ambas cosas.
Guerra de clases
A medida que aumenten las presiones, el verano de descontento se convertirá en aún mayor invierno de descontento, con más y más trabajadores obligados a actuar. La pregunta para muchos no será «¿puedo permitirme ir a la huelga?» sino «¿puedo permitirme no hacerlo?»
La guerra de clases ya está sobre nosotros. Los trabajadores de correos, los de la basura, los ferroviarios e incluso los abogados están en huelga, y muchos más están a punto de votarla.
En este clima, una medida precipitada del gobierno tory solo echará más leña al fuego. Incluso podría llevar a una huelga general, como ocurrió en 1972. Los sindicatos ya se están preparando para una acción sindical coordinada en todo el movimiento.
Si Truss intenta hacer la guerra a los sindicatos, podría fracasar. Su predecesor Ted Heath lo intentó en 1974, convocando unas elecciones con el lema de la campaña: «¿Quién dirige el país: los sindicatos o el gobierno?». Su gobierno fue expulsado sumariamente.
Aguas turbulentas
Hay paralelismos con los años 70, es cierto. Pero en realidad, hemos entrado en aguas desconocidas. En aquella época, la clase dirigente tenía cierto control sobre sus representantes políticos. Hoy, es evidente que no es así.
Los actuales líderes tories -los que se supone que dirigen el país- son la pandilla de payasos más obtusa, estúpida y corta de miras. Podrían provocar fácilmente un estallido social con sus acciones precipitadas y miopes.
No cabe duda de que habrá sectores de la clase dirigente que buscarán al líder laborista Keir Starmer para que les ayude a salir de este atolladero. Y está claro que este caballero del reino [Starmer es sir, NdT] se desvivirá por complacerles.
Pero un gobierno laborista en esta cargada situación sería también un gobierno de crisis, ya que trataría de llevar a cabo los dictados de las grandes empresas. Esto, a su vez, abriría un nuevo capítulo convulso en la lucha de clases, y para la crisis del capitalismo británico.
Crisis revolucionaria
Gran Bretaña ha entrado en una prolongada crisis prerrevolucionaria, en la que todas las contradicciones se intensificarán y pasarán a primer plano.
Esto va a tener un impacto masivo en la conciencia, obligando a los trabajadores a sacar conclusiones revolucionarias.
En el próximo período, todas las tendencias serán puestas a prueba. Y todas los que se basen en el capitalismo quedarán en evidencia.
Por lo tanto, nunca ha sido más urgente construir las fuerzas del marxismo, preparándose para los tormentosos acontecimientos que se avecinan.