Siendo la monarca con el reinado más largo del país, la reina Isabel II representó una época pasada de estabilidad. Su fallecimiento marca el comienzo de una nueva era de crisis; otro pilar que se derrumba del establishment británico, que presagia levantamientos revolucionarios.
De la estabilidad a la agitación
La partida de la reina Isabel II, nuestra monarca reinante más antigua, representa en muchos sentidos el final de una era. Pero qué pandilla ha dejado atrás. Ella estuvo en el trono durante 70 años, ¡y qué años!
Isabel fue muy afortunada de haber ascendido al trono al comienzo de un auge económico mundial, que brindó a la gente esperanza en el futuro. Eso duró alrededor de 25 años, con un nivel de vida en aumento que proporcionó estabilidad social.
Sin embargo, los siguientes cincuenta años fueron marcadamente diferentes, después de la recesión global de 1974 y las crecientes dificultades y el acelerado declive del capitalismo británico, que abrieron un período de batallas sindicales combativas y luchas de clases.
La agitación de la década de 1970 dio paso al thatcherismo y a la desindustrialización de Gran Bretaña. Esto se reflejó en una creciente polarización de clases dentro de la sociedad.
Pilar del establishment
A lo largo de estos años, la monarquía actuó como leal pilar del establishment.
Según el biógrafo real Robert Hardman, autor de Queen of Our Times: “Ella simplemente representa esta constancia, este sentido de permanencia y estabilidad”.
Esto fue repetido por el Financial Times, quien afirmó que «ella ha representado la continuidad y la estabilidad para Gran Bretaña desde la era de la posguerra hasta el siglo XXI».
Todo el propósito de la monarquía era estar por encima de la política como el «salvador de la nación». Cada evento ostentoso y discurso forzado fue cuidadosamente coreografiado para proyectar esta imagen.
Monarquía en crisis
Sin embargo, con la crisis del capitalismo británico vino la crisis de sus instituciones, incluida la monarquía.
Las disputas personales y las fricciones entre diferentes miembros de la realeza; las relaciones abiertamente disfuncionales; el olor a sordidez y escándalo: todo esto se enconaba y resonaba detrás de la fina capa de pompa y magnificencia.
La estrecha asociación del príncipe Andrés con un pedófilo convicto, en particular, se ha convertido en una piedra de molino alrededor del cuello de ‘The Firm’ [La Firma, el apodo con el que es conocida la familia real británica, NdT].
Entre todo esto, era tarea de la monarca sortear las tormentas, superar las disputas y los conflictos, y restaurar una sensación de estabilidad.
Turbulencia y agitación
Hay que decir, dada su longevidad, que ha crecido una cierta calidez hacia ella personalmente, en contraste con los sentimientos poco positivos del público hacia otros miembros de la Familia Real.
Parecía mantener las cosas unidas, a pesar de todo, incluso en el annus horribilis de 1992, cuando las cosas no podían hundirse más.
Y con la profundización de la crisis del capitalismo británico, ella representaba la estabilidad de una era pasada que algunos anhelaban, una era anterior que desapareció hace mucho tiempo.
Su eliminación de la escena, en un momento de agitación social y económica, erosiona otro pilar clave de un establishment que ya se desmorona.
Esto representa un peligro real para la clase dominante, al mismo tiempo que se produce un cambio de guardia en Downing Street, la residencia del primer ministro británico.
El hecho de que el país tenga una nueva primera ministra y un nuevo monarca en la misma semana es tanto un reflejo de la intensa turbulencia que sacude al capitalismo británico como una fuente de volatilidad aún mayor.
La idea de que Carlos pueda intervenir y llenar el vacío es fantasiosa. Se lo ve de manera diferente, tanto que muchos han hablado de que la corona salte una generación.
Arma de reserva
La monarquía nunca volverá a ser la misma. Está profundamente empañada y se está divorciando cada vez más de la vida cotidiana de la gente común.
La clase dominante ha mantenido la monarquía no por razones sentimentales, sino por intereses de clase.
El gobierno y las fuerzas armadas prometen su lealtad a Su Majestad. El monarca posee poderes de reserva que pueden y serán utilizados en caso de emergencia.
Dichos poderes pueden desplegarse si los intereses del capitalismo británico se ven seriamente amenazados de alguna manera.
En otras palabras, la monarquía es un arma de reserva, utilizada en tiempos de crisis, especialmente en tiempos de convulsión revolucionaria.
La monarquía ciertamente estuvo involucrada en la amenaza de derrocar al gobierno laborista de Wilson en la década de 1960 para reemplazarlo con un gobierno militar encabezado por Lord Mountbatten, el tío de la reina. Dada su naturaleza prematura, la conspiración fue abandonada.
Y en 1975, la prerrogativa real fue utilizada para destituir al gobierno laborista elegido democráticamente de Gough Whitlam en Australia [Formalmente, los monarcas británicos siguen siendo los jefes de Estado de los países de la Commonwealth, como Australia y Canadá, NdT]. Este fue un simulacro para una potencial maniobra similar en Gran Bretaña, en el momento apropiado.
Esto demuestra el verdadero papel reaccionario de la monarquía, que será utilizado contra el movimiento obrero cuando llegue el momento.
A pesar de esto, los líderes sindicales lamentablemente se han esforzado al máximo para “presentar sus respetos” a la Familia Real, cancelando huelgas y posponiendo el Congreso de la confederación sindical TUC de este año.
División de clases
Debemos ser claros: detrás del espectáculo y la ceremonia se esconde un arma siniestra de la clase dominante.
Hoy, sin embargo, esta arma de reserva se ha debilitado, sobre todo por el fallecimiento de la Reina y el paso de la corona a Carlos y Camila.
Esto no podría haber sucedido en un peor momento para los poderes fácticos.
Gran Bretaña, y el mundo entero, están al borde de una grave crisis, como nunca antes habíamos visto.
El establishment intentará cínicamente utilizar la muerte de la Reina para cortar la lucha de clases en ascenso, avivando un estado de ánimo de chovinismo, ondear de banderas y un nacionalismo nauseabundo, con 10 días de duelo oficial.
Pero cualquier estado de ánimo de patriotismo y ‘unidad nacional’ será de corta duración, a medida que la crisis se profundice, la división de clases en la sociedad se amplíe y los problemas de clase candentes (la catástrofe energética en curso, la recesión inminente y los ataques a los niveles de vida) vuelvan a la palestra, a un nivel superior.
Y sin duda este proceso será estimulado por las acciones imprudentes del nuevo gobierno de Truss, ya que libra una guerra de clases contra los trabajadores en nombre de los patrones.
¡Abolir la monarquía!
La estabilidad que busca la clase dominante se ha evaporado, reemplazada por una profunda inestabilidad. Todo lo que era sólido se está derritiendo en el aire.
Los acontecimientos sacudirán la conciencia y sentarán las bases para las convulsiones revolucionarias.
Los activos dañados de la monarquía serán una herramienta ineficaz en manos de la clase dominante. Uno por uno, los pilares del viejo orden se están fracturando.
El fallecimiento de la reina Isabel II ciertamente marca el final de una era de relativa calma y el comienzo de una nueva de tormenta y ansiedad.
La revolución socialista en Gran Bretaña derrocará al capitalismo. Y en el proceso, barrerá la reliquia podrida de la monarquía y todos los adornos feudales que la acompañan.