Cuatro meses después del golpe de estado contra el presidente democráticamente elegido Mel Zelaya en Honduras, una combinación de represión brutal y tácticas dilatorias en la mesa de negociación ha logrado desactivar temporalmente el movimiento de resistencia, pero no ha disminuido la oposición de masas al régimen de Micheletti.
Cuatro meses después del golpe de estado contra el presidente democráticamente elegido Mel Zelaya en Honduras, una combinación de represión brutal y tácticas dilatorias en la mesa de negociación ha logrado desactivar temporalmente el movimiento de resistencia, pero no ha disminuido la oposición de masas al régimen de Micheletti.
El retorno del presidente Zelaya al país el 21 de setiembre marcó un nuevo punto álgido en el heroico movimiento de resistencia contra el golpe. Durante tres meses, los trabajadores, campesinos y la juventud de Honduras, bajo la dirección del Frente Nacional de Resistencia Contra el Golpe de Estado, habían desafiado la represión del régimen de Micheletti con manifestaciones de masas y huelgas, en un movimiento inspirador que ha demostrado una capacidad de resistencia impresionante. El movimiento consiguió levantar una dirección nacional, con representantes de las principales organizaciones sindicales, e implicando también a las organizaciones campesinas, de la juventud, de la población negra, de las mujeres, etc. Se establecieron estructuras del Frente a nivel barrial, local, regional y nacional, en todo el país. El Frente había sido reconocido como una fuerza a tener en cuenta, e incluso el embajador de los EEUU entendió que cualquier salida negociada tenía que implicar a la dirección del Frente para que fuera aceptada por el pueblo.
La llegada de Zelaya a la capital Tegucigalpa, entrando secretamente en el país y buscando refugio en la embajada de Brasil, creó un ambiente de entusiasmo entre las masas. ¡Parecía que el fin del golpe era sólo cuestión de horas, días! Zelaya demostró tener valentía personal y lealtad a las masas que habían luchado contra el golpe. Hubiera sido sencillo para él abandonar la política o llegar a algún acuerdo con los golpistas, pero insistió en volver a la presidencia, llamó a las masas a luchar e incluso arriesgó su vida para volver al país en tres ocasiones. Pero, como advertimos, la oligarquía, sintiendo en aliento de las masas en la nuca, recurrió a la represión más brutal. Cientos de personas fueron detenidas, se declaró el toque de queda y posteriormente el estado de emergencia, y el ejército y la policía tomaron control de las calles y los barrios y colonias. Sin embargo las masas resistieron y lucharon. Durante un par de días se vivió una situación de insurrección popular en decenas de barrios y colonias obreras y populares en la capital y en las ciudades principales del país. En muchos casos, las masas levantaron barricadas y expulsaron al ejército y la policía.
Pero en esas horas cruciales, enfrentados a la posibilidad real de un derrocamiento revolucionario de la dictadura, el imperialismo y secciones del régimen empezaron a jugar otra carta adicional, además de la represión: las negociaciones. Al mismo tiempo que llamaba a una insurrección nacional contra la dictadura, Zelaya se reunía con representantes de los partidos que apoyan a Micheletti e incluso se fotografió abrazando a algunos de ellos cuando le visitaron en la embajada de Brasil. Zelaya ya había aceptado los términos del Acuerdo de San José, que básicamente planteaba que volviera al poder por unos meses, pero con un gobierno de “unidad nacional” con los golpistas, una amnistía para los golpistas y el abandono de la campaña por una Asamblea Constituyente. Eso, sin duda, provocó confusión en el movimiento. La dirección del Frente de Resistencia declaró claramente que la lucha era por la reinstauración de Zelaya pero también por la Constituyente, que a los ojos de las masas representa, aunque de una manera distorsionada y confusa, sus aspiraciones de cambio fundamental y de que el pueblo tome el poder arrancándoselo a la oligarquía. Incluso el propio Zelaya explicó en una entrevista que sólo aceptaba los términos del Acuerdo de San José (que al fin y al cabo legitimaban el golpe) por motivos tácticos y que una vez de vuelta a la presidencia el pueblo podría seguir luchando por una Constituyente.
En esos días hubiera sido posible derrocar el golpe a través de una insurrección revolucionaria. Las masas podían haber tomado el poder y que el Frente de Resistencia hubiera convocado una Constituyente Revolucionaria. El problema es que cuando se trata de una insurrección, cualquier vacilación es fatal. La dirección del movimiento no tenía una estrategia clara. No se fijó el día y la hora de la insurrección cuando las condiciones eran favorables. No se habían llevado a cabo los necesarios preparativos. La insistencia en el carácter pacífico del movimiento, por ejemplo, significó que se dejó perder la oportunidad de crear piquetes de defensa armados por parte de la resistencia (para proteger las marchas, a los dirigentes y a sus organizaciones y edificios), cuando éstos hubieran estado totalmente justificados ante los ojos de las masas. La combinación de la represión y las vacilaciones de la dirección del movimiento en el momento crucial significó que no se aprovechó la oportunidad. El momento de la insurrección se perdió.
El centro de gravedad de la lucha entre las clases se trasladó de las calles a la mesa de negociación, un terreno mucho más desfavorable. Muy rápidamente, la Organización de Estados Americanos envió una delegación de alto nivel compuesta de cancilleres, y se abrieron las negociaciones el 7 de octubre. La intención de la administración Obama y de países Latinoamericanos clave era clara: llegar a un acuerdo que desactivara la posibilidad de un derrocamiento revolucionario de la dictadura. Las condiciones serían las del Acuerdo de San José, es decir, el retorno de Zelaya al poder atado de pies y manos, el abandono por su parte de la campaña por la Constituyente, una amnistía para los golpistas, y elecciones bajo la supervisión de las mismas instituciones que llevaron adelante el golpe. Zelaya estaría de vuelta en la presidencia pero sólo hasta enero y con la boca cerrada, y unas elecciones amañadas en noviembre darían como resultado un nuevo, y “legítimo”, gobierno de la oligarquía. Sin embargo, desde el punto de vista de Micheletti y la oligarquía, las negociaciones, desde un inicio, eran simplemente una táctica dilatoria que les permitiera llegar o acercarse a las elecciones del 29 de noviembre y con ellas dar legitimidad a su régimen.
Después de diez días de negociaciones, la delegación de Zelaya anunció que se había llegado a un acuerdo sobre el 95% de los puntos. El pequeño detalle es que el único punto sobre el que no había acuerdo era, precisamente, ¡la vuelta de Zelaya a la presidencia! En la práctica, los que los golpistas habían “aceptado” era: ¡darse una amnistía, que Zelaya dejara de hacer campaña por una Constituyente (que fue lo que desencadenó el golpe), y a convocar elecciones bajo su control (algo que en cualquier caso ya habían hecho)! Esto era una farsa y claramente una maniobra para ganar tiempo, pero el hecho de que la delegación de Zelaya lo presentara como un acuerdo (o casi un acuerdo), creó todavía más confusión entre las filas de la resistencia que al mismo tiempo seguía sometida a una represión brutal bajo el estado de emergencia. Los trucos del régimen llegaron hasta el extremo de anunciar el levantamiento del estado de emergencia (que suspendía las garantías constitucionales y cerraba las emisoras anti-golpistas), pero sin publicarlo oficialmente, con lo cual seguía estando vigente.
Justo antes del anuncio del llamado “acuerdo en el 95%”, el dirigente del Frente de Resistencia, Barahona, abandonó las negociaciones. Dijo que estaba en desacuerdo con el hecho de que Zelaya hubiera firmado abandonar la campaña por la Constituyente, aunque respetaba su decisión. La decisión fue correcta, pero el problema era que ya a esas alturas la combinación de la represión y las negociaciones había sacado a la resistencia de las calles. Ya se había perdido la iniciativa.
Al darse cuenta de que tenían el control de la situación, la oligarquía se sintió de nuevo fuerte y sus divisiones internas cicatrizaron. También son conscientes de que cuentan con el apoyo de sectores poderosos en Washington que están dispuestos a ir con ellos hasta el final. Micheletti acaba de declarar públicamente que sólo dimitirá como “presidente” si Zelaya accede a no volver a la presidencia. Las negociaciones están en un callejón sin salida. Para salir de este embrollo, de nuevo la administración Obama está ejerciendo una leve presión sobre el régimen. Hillary Clinton tuvo una conversación con Micheletti y oficiales de alto rango de su administración están viajando a Honduras. El jefe de la misión de la OEA en Honduras también ha dicho que “estamos muy cercanos a un acuerdo”.
El movimiento de la Resistencia no ha sido aplastado, pero su capacidad de movilización ha disminuido claramente. Esto es el resultado, por una parte, de la represión brutal que ya se ha cobrado 22 vidas, miles de heridos y miles de detenciones ilegales. Pero también es el resultado de las esperanzas que Zelaya puso en una solución negociada y del hecho que los dirigentes de la resistencia no se opusieron a esa perspectiva de una manera firme y clara. También, obviamente, hay un elemento de cansancio entre las masas, después de cuatro meses de lucha, especialmente ante la ausencia de una perspectiva clara para el movimiento.
Sin embargo, eso no significa en absoluto que el movimiento haya sido decisivamente derrotado y aplastado. Nada más lejos de la realidad. La opinión de la mayoría del pueblo hondureño todavía está contra el golpe. Una reciente encuesta de opinión reveló que el 52% de la población está contra el golpe y sólo un 17% a favor, con un 60% a favor de que Micheletti abandone el poder, mientras que sólo el 22% piensan que debería quedarse. Además, un 52% apoyan la vuelta de Zelaya al poder, con un 33% en contra. Este apoyo no es solamente una oposición pasiva al golpe, ya que más del 45% de la población declara que está a favor de las marchas de la resistencia, mientras que solo el 41% está en contra. De hecho, la oposición masiva a los golpistas y a sus partidos es uno de los motivos por los que no pueden permitir la vuelta de Zelaya a la presidencia, ya que temen que eso sería visto como una victoria para el movimiento y podría llevar incluso a una victoria electoral de un candidato de la resistencia, particularmente ahora que parece que el movimiento estaría unido alrededor de la candidatura de Carlos H. Reyes.
Es difícil de ver cómo se podría llegar a un “acuerdo” a estas alturas, incluso a pesar de que la administración Obama ejerza presión y la amenaza del no reconocimiento de las elecciones del 29 de noviembre por parte de la “comunidad internacional”. Los golpistas se sienten fuertes. En la práctica y aunque solo temporalmente, han neutralizado a la resistencia por ahora, y tienen apoyos importantes en los EEUU que les están empujando a mantenerse firmes, en un intento para revertir la ola revolucionaria que está barriendo América Latina. Para ellos, el golpe en Honduras es visto como una advertencia para Venezuela, Bolivia, Ecuador, El Salvador, y cualquier otro país que se haya atrevido o se pueda atrever a desafiar al imperialismo y la oligarquía.
Es necesario que el Frente Nacional de Resistencia haga un balance de los acontecimientos de los últimos cuatro meses. Ha habido discusiones sobre la posibilidad de irse a las montañas y empezar una campaña de lucha armada guerrillera contra la dictadura. Esto refleja un cierto ambiente de impaciencia y frustración, que, en parte, está dirigido contra algunas de las tácticas y vacilaciones de la dirección de la resistencia. Sin embargo, aunque hay que hacer una crítica a fondo de las limitaciones de las tácticas que se han empleado, el lanzarse al monte sería un desastre para el movimiento. En la práctica, aislaría a los mejores y más valientes militantes de las masas de trabajadores, campesinos y jóvenes que han estado en las calles en los últimos cuatro meses.
No se puede culpar a las masas. Lo han dado todo al movimiento. Su nivel de organización y se valentía y resistencia enfrentadas la represión brutal son una fuente de inspiración. Si se tratara solamente de heroísmo y sacrificio, las masas podrían haber derrocado una docena de golpes. Pero el heroísmo por si solo no es suficiente. La dirección de la resistencia ha tomado una serie de pasos en la dirección correcta, y no hay duda de que se compone de hombres y mujeres honestos, valientes y dedicados, algunos de ellos con muchos años de lucha a sus espaldas. Pero lo que le ha faltado a esta dirigencia ha sido una idea clara de cómo llevar el movimiento a la victoria. La huelga general, que hubiera paralizado al régimen, nunca se llegó a convocar ni preparar correctamente como centro de la estrategia del movimiento. En el momento crucial, en el que la insurrección semi-espontánea en los barrios y colonias obreras y populares se podía haber convertido en un levantamiento nacional, hubo vacilación y confusión. Para poder reagrupar las fuerzas y preparar la nueva oleada de lucha, el movimiento necesita discutir todos estos asuntos.
Para poder avanzar y continuar la lucha, la resistencia necesita empezar por rechazar claramente las negociaciones con el régimen y empezar a organizar una campaña seria contra las elecciones del 29 de noviembre. Hay que organizar el boicot a las elecciones que se convocan por parte de un régimen sin legitimidad y en condiciones de represión brutal. Este boicot habría que organizarlo a través de una campaña masiva de explicación política en los barrios y colonias, preparando una situación en la que se convoque de nuevo a marchas masivas combinadas con una huelga general preparada en detalle.
El heroico movimiento de las masas hondureñas de los últimos cuatro meses no ha sido en vano. Ha logrado crear estructuras organizativas fuertes y vínculos sólidos entre la capa activa y las masas. El movimiento de masas ha comprobado en la práctica su propio poder y fortaleza. Por encima de todo, el nivel de conciencia ha experimentado un salto de gigante. Nada de esto se echará a perder, independientemente del curso de los acontecimientos en las próximas semanas. Ninguno de los problemas fundamentales a los que se enfrentan las masas hondureñas ha sido resuelto, ni puede ser resuelto dentro de los límites del capitalismo, así que no hay otra alternativa que continuar la lucha. Es necesario agrupar a los activistas más avanzados del movimiento en una organización basada firmemente en las ideas del marxismo. Dentro del movimiento del pueblo trabajador hondureño, los marxistas lucharán por proporcionar al maravilloso caudal de energía de la lucha revolucionaria de las masas una dirección aguda y decisiva que lo pueda llevar a la victoria.
28 octubre 2009