El «Acuerdo del siglo» recientemente anunciado por Trump para negociar la «paz» en Israel-Palestina es una lista de términos humillantes para los palestinos, cuyo objetivo es dar un respaldo total al expansionismo israelí.
El plan largamente esperado para la solución del conflicto de Israel y Palestina, elaborado por el presidente estadounidense Trump y su «asesor principal» (y yerno) Jared Kushner, se ha presentado al mundo con gran fanfarria. La llamada «Visión por la paz», presentada por la neolengua trumpiana usual como el «Acuerdo del Siglo», no es ni un acuerdo ni tiene nada que ver con la paz.
Sin embargo, el plan proporciona el apoyo general más completo de los Estados Unidos al acaparamiento de tierras israelí en Palestina jamás garantizado por ninguna administración de los Estados Unidos. Trump y Kushner parecen estar decididos a poner todo el peso de los EE. UU. detrás de Israel mediante el chantaje económico, el aislamiento y una campaña agresiva destinada a provocar una capitulación por parte de los líderes palestinos.
Presidieron el evento los partidarios más sinceros del plan: el primer ministro israelí, Netanyahu (que acaba de ser acusado oficialmente el 28 de enero de soborno, fraude y abuso de confianza) y su archienemigo, el líder de la coalición Blanqui-Azul, Benny Gantz.
La determinación de Netanyahu de aferrarse al poder por cualquier medio necesario ha llevado a Israel a un punto muerto político durante la mayor parte del año pasado, y dos elecciones en abril y septiembre del año pasado no han proporcionado una mayoría capaz de formar un gobierno. Se avecinan nuevas elecciones el 2 de marzo.
El claro objetivo de Trump es volver a ayudar a su aliado Netanyahu, como lo hizo en mayo de 2018 al anunciar el traslado de la embajada de EE. UU. a Jerusalén, o en septiembre de 2018 al apoyar la Ley del Estado de la Nación Judía de Netanyahu y nuevamente en marzo de 2019, solo unas semanas antes de las elecciones en Israel, apoyando los reclamos de Israel sobre los Altos del Golán. Trump también ocupó un lugar destacado en la campaña electoral de Netanyahu en septiembre pasado. Sin embargo, Netanyahu y Gantz pueden ser rivales acérrimos, pero están totalmente de acuerdo cuando se trata de cómo abordar la cuestión palestina.
El lado palestino de la ecuación, los perjudicados por el «Acuerdo del Siglo», ni siquiera fueron invitados, para no estropear la fiesta. Sin embargo, Kushner se aseguró de que el punto de vista de la Casa Blanca, que los líderes palestinos tenían que aceptar el «plan» les gustara o no, quedara claro en una entrevista para la CNN, en la que declaró:
“Ustedes tienen a 5 millones de palestinos que están realmente atrapados por una pésima dirección. Entonces, lo que hemos hecho es crear una oportunidad para que sus líderes la aprovechen. Si arruinan esta oportunidad, de la cual, de nuevo, tienen un historial perfecto de oportunidades perdidas, si la arruinan, creo que les será muy difícil mirar a la comunidad internacional a la cara, diciendo que son víctimas, diciendo que tienen derechos. Este es un gran acuerdo para ellos».
Desafortunadamente para Kushner (y Trump), los líderes palestinos no podrán aceptar los términos que se les ha impuesto, aunque estuvieran dispuestos a hacerlo. El resultado más probable de esta operación sería una revuelta a gran escala de la población palestina en Gaza y Cisjordania, que podría extenderse a Israel.
El «Acuerdo del siglo» de Trump no es un acuerdo, sino un ultimátum. Nunca fue la intención de Trump y Kushner que fuera aceptado por los líderes palestinos, que ni siquiera fueron invitados a la presentación pública del plan, por no hablar de la mesa de negociaciones. De hecho, impone a los palestinos toda la responsabilidad de ofrecer las condiciones ideales para la realización del «plan», con una serie de demandas imposibles, que están diseñadas para dar a las autoridades israelíes vía libre para alcanzar sus objetivos, en el caso probable de que el plan no sea aceptado.
Demandas imposibles para los palestinos
Las condiciones adjuntas para la puesta en práctica del Plan son una lista de las demandas más humillantes que los palestinos podrían imaginarse, todo en el marco de una «fase de transición» de cuatro años que se aplicará bajo una ocupación israelí de facto.
El nuevo «Estado» palestino dibujado en el mapa no es y nunca será viable. Israel continuará manteniendo las llaves de toda la infraestructura palestina: agua, energía, telecomunicaciones, suministros y comercio mediante el acceso a puertos de aguas profundas.
La nueva entidad palestina que emerge de la aplicación del plan se basará en el reconocimiento del acaparamiento de tierras de los colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental. Las autoridades palestinas se verán obligadas a reconocer la mayoría de los asentamientos ilegales israelíes y deben renunciar a cualquier reclamo futuro sobre estas tierras u objeciones a la forma en que Israel tomó el control de ellas.
Israel se apropiará de las tierras agrícolas más valiosas del valle del Jordán y del control sobre las aguas del Mar Muerto y del río Jordán. Los intercambios de tierras expulsarán expeditivamente a 360.000 ciudadanos israelíes-palestinos de Israel, despojándolos de la ciudadanía y de cualquier derecho, destrozando las familias y su acceso a lugares de trabajo e infraestructura en Israel. Si se aplicara forzosamente, podría provocar un éxodo de palestinos israelíes hacia Jordania.
Jerusalén debe ser reconocida como la capital «indivisible» de Israel, después de la anexión completa por parte de Israel de la ocupada Jerusalén Oriental. A «cambio», los palestinos obtendrían el pueblo de Abu Dis, que pasaría a llamarse «Al-Quds», que se convertirá en la nueva capital del territorio palestino. Esto significa que el Estado israelí tendría vía libre para administrar el sitio sagrado del Monte del Templo, del que a la extrema derecha israelí le gustaría ver arrasada la mezquita de al-Aqsa.
La entidad palestina será un conglomerado de parcelas separadas conectadas por un laberinto de puentes o túneles (el más crucial es un túnel largo que conecta Cisjordania y Gaza).
No tendrían un ejército propio para controlar sus territorios. En un acto de resentimiento, los palestinos deberán reconocer un régimen de ocupación militar efectiva por parte de un ejército extranjero y hostil, la Fuerza de Defensa Israelí (FDI).
El territorio palestino tendría, según el plan, acceso a los puertos israelíes de Haifa y Ashdod. Pero estos puertos están y estarán completamente sujetos al control israelí, dando al gobierno israelí el poder de abrir o cerrar el acceso a su antojo.
Dos áreas en el desierto que limita con Egipto se conectarían a Gaza por carreteras y se desarrollarían como zonas económicas especiales para la inversión, principalmente de los Estados del Golfo. A los patrocinadores de Emiratos y Arabia Saudita les encantaría tener a su disposición una mano de obra barata y desesperada que chantajear y someter. Es fácil imaginar las condiciones que soportaría la fuerza laboral palestina, si el plan se materializara. Sin embargo, incluso las monarquías del Golfo pueden ver que esto no es viable. Israel tendría el poder de abrir y cerrar las vías de acceso para trabajadores, suministros y productos terminados, bloqueando así cualquier desarrollo previsible para el área.
Las autoridades palestinas tendrían que aceptar una cláusula de «Ningún derecho al retorno» de los refugiados palestinos de 1948 y 1967, y renunciar a cualquier reclamo territorial previo. Además, tendrían que aceptar a Israel como un Estado judío.
Como si todas estas condiciones no fueran suficientes, la Autoridad Palestina despojaría a las familias de los presos políticos y de las víctimas asesinadas o mutiladas por el ejército israelí de sus pagos de asistencia social durante la resistencia contra la ocupación israelí. Con razón, esto se sentiría como una traición total por parte de la masa de la población palestina, que ha resistido y luchado contra la ocupación durante décadas.
Entonces, ¿cuál es el verdadero propósito de esta fanfarria en torno al «Acuerdo del Siglo»? La cláusula de la transición de cuatro años para la aplicación de las condiciones anteriores, a fin de que el territorio palestino sea reconocido como Estado, proporciona una respuesta a esa pregunta. Es la clave para entender cómo el llamado plan de paz nunca tuvo como objetivo la paz, sino dar un respaldo formal de los Estados Unidos a las políticas expansionistas de la clase dominante israelí, sin condiciones.
Todas las facciones palestinas, incluida Hamas, estarían obligadas a aceptar y defender todas las condiciones anteriores. Esto sería imposible de garantizar por ninguna de ellas, y mucho menos por el presidente de la Autoridad Palestina, Abbas. Además, Abbas tendría que imponer el desarme de todas las facciones palestinas mientras se enfrenta a una ocupación militar de facto por parte de Israel.
Este «Acuerdo del siglo» marca la Reductio ad Absurdum de la «solución de dos estados» que sustenta los Acuerdos de Oslo de 1993, y que establecieron la Autoridad Palestina. Como marxistas, los denunciamos en ese entonces como una trampa para los palestinos y que conduciría al presente escenario de pesadilla.
Aceptar este «acuerdo» equivaldría a la capitulación palestina y a la traición de todas las aspiraciones legítimas de millones de refugiados palestinos dispersos por Oriente Medio, Gaza, Cisjordania y el propio Israel.
Cualquier sector de la dirección palestina que vaya por este camino perderá la poca autoridad que todavía tiene a los ojos de las masas palestinas, especialmente los jóvenes, que se rebelarán contra estos términos inaceptables de capitulación dictados por el Estado israelí con el patrocinio del imperialismo de los Estados Unidos.