Josh Holroyd y Joe Attard
El periodista y documentalista John Pilger falleció recientemente. Durante décadas, dedicó su trabajo a destapar los crímenes del imperialismo occidental. Rendimos homenaje a sus incansables esfuerzos y nos esforzamos por continuar hoy este legado de lucha.
John Pilger, periodista y documentalista antiimperialista nacido en Australia y residente en el Reino Unido, falleció el 30 de diciembre del año pasado, poniendo fin abruptamente a una carrera que abarcó más de medio siglo y el mundo entero.
A lo largo de toda su vida, la intención de Pilger fue siempre desenmascarar el imperialismo occidental: un objetivo por el que nunca se disculpó, y algo que los capitalistas y sus portavoces nunca le perdonaron.
Pilger dijo una vez que el papel de un periodista debe ser, ante todo, sostener un espejo ante su propia sociedad; o, dicho de otro modo: el principal enemigo siempre está en casa.
El trabajo de Pilger puso de manifiesto que la violencia y la brutalidad en el extranjero suelen tener su origen en los cómodos cojines de la Casa Blanca y Downing Street.
Demasiados periodistas están dispuestos a aceptar al pie de la letra lo que les dicen sus clases dirigentes sobre política exterior – como dijo Pilger, «ver a la humanidad en términos de su utilidad para ‘nuestros’ intereses».
Para él, la verdad era lo contrario. Escarbó en todos los secretos sucios que el gobierno británico hubiera preferido mantener enterrados: desde la venta de armas al régimen genocida de Suharto en Timor Oriental (Death of a Nation, 1994) hasta el uso de acusaciones de conspiración para acallar la disidencia en el Reino Unido (A Nod and A Wink, 1975).
Dar voz a quienes no la tienen
Sus documentales seguían siempre un formato similar. Ante todo, Pilger se esforzaba por estar «en la escena del crimen».
En lugar de basarse en información de segunda mano, viajaba al país o región en cuestión y entrevistaba directamente a los protagonistas de su documental. Su objetivo no era poner palabras en sus bocas, sino exponer las injusticias que esas personas habían vivido directamente. .
Luego, hablaba con los propios criminales: desde antiguos jefes de la CIA y asesores políticos israelíes hasta empresarios especuladores, observando cómo se esforzaban en justificar sus actos.
Pilger, quien era un entrevistador muy hábil, también era un narrador fantástico, capaz de unir todos los hilos de un escándalo sin esfuerzo.
Pilger comenzó su trabajo en el sudeste asiático durante y después de la guerra de Vietnam, cubriendo historias que debieron de hacerle muy impopular entre los altos mandos estadounidenses. Pilger documentó el hundimiento de la moral de los soldados estadounidenses y el hecho de que algunos incluso mataron a sus propios oficiales (A Quiet War, 1970).
También fue uno de los primeros periodistas en entrar en Camboya tras el ascenso al poder de los Jemeres Rojos.
En aquella época, los propagandistas pretendían (y siguen pretendiendo hoy) descartar el ascenso de Pol Pot como otra locura del comunismo. Sin embargo, el documental de Pilger Year Zero: Cambodia [Año Cero: Camboya] (1975) explica que las bases para la llegada de Pol Pot al poder habían sido sentadas por Estados Unidos bombardeando Camboya «hasta la edad de piedra» durante la guerra de Vietnam, acciones ocultas al público de la época.
Contra el Imperio
Al ver los horrores de Vietnam y Camboya Pilger se convirtió en un crítico acérrimo del imperialismo estadounidense. Comprendió, a diferencia de muchos periodistas, que la política exterior estadounidense no tenía nada que ver con la defensa de la democracia. Al contrario, el imperio estadounidense pisoteaba alegremente la democracia en defensa de sus intereses capitalistas.
Uno de los trabajos más importantes de Pilger en esta línea fue La guerra contra la democracia (2007), que reveló la escala y amplitud de la intervención estadounidense contra gobiernos elegidos democráticamente en América Latina.
El documental se enmarca en torno a la visita de Pilger a Venezuela, en aquel momento gobernada por el presidente Hugo Chávez, un hombre del que la Casa Blanca estaba desesperada por librarse.
Pilger mostró un respeto y una admiración extremos por los trabajadores venezolanos y sus aspiraciones. Éstas se expresaron a través de la presidencia de Chávez, que utilizó la riqueza petrolera de Venezuela para financiar importantes reformas sociales.
Pilger entró en los barrios y entrevistó a los obreros y a los pobres; filmó las clases nocturnas en las que se enseñaba a ancianos de 97 años a leer, las clínicas en las que los ciudadanos acudían al médico por primera vez en su vida y las tiendas de abarrotes subsidiados en las que compraban el pueblo trabajador.
Estas observaciones se contrastaron con el estilo de vida y las opiniones de la clase capitalista de Venezuela, entrevistada en el mismo documental.
Uno de estos capitalistas, en su ornamentada sala de estar, dijo sin vacilar: «Miami es nuestro segundo hogar. Éramos tan ricos que íbamos a Miami y comprábamos casas, bungalows, yates, coches… éramos los dueños de Miami. Así que somos muy estadounidenses».
Está de más decir que estos parásitos locales estaban tan resentidos con Chávez por haber arrebatado el control de la petrolera estatal a los burócratas pro-multinacionales como lo estaban los estadounidenses.
El documental de Pilger también ofrecía un extraordinario relato exhaustivo del golpe de 2002 contra Chávez, con protestas escenificadas que culminaron con la muerte de civiles, así como la cadena de televisión de emergencia de los generales contrarrevolucionarios, que más tarde se descubrió que había sido filmada antes de que se produjera ningún incidente.
La película muestra el secuestro de Chávez y la liquidación total de la Constitución en sólo dos días, todo ello con el perverso aplauso de la clase capitalista venezolana y de Occidente.
El movimiento de las masas en las calles de Venezuela, que derrotó al golpe, se muestra claramente en el documental como la victoria de los oprimidos y una defensa de la democracia – completamente lo contrario de cómo se estaba retratando en otros lugares.
Pilger siempre se esforzó por situar los acontecimientos que cubría en su contexto y explicarlos.
Esto lo hizo extraordinariamente bien en La guerra contra la democracia. Pilger recorrió la historia de los golpes de Estado apoyados por Estados Unidos: desde Guatemala hasta Nicaragua, Chile y Bolivia. Habló directamente con supervivientes de la violencia: desde partidarios de Allende en Chile, torturados por la dictadura de Pinochet, hasta misioneras cristianas quienes fueron violadas como castigo por alzar su voz contra el genocidio en Guatemala.
El documental desenmascara los objetivos de la política exterior estadounidense en estos países, con la intención deliberada de aplastar a cualquier trabajador y pobre latinoamericano que aspirara a una vida mejor; castigando a las masas tan duramente que nunca más osarían «sublevarse» (o, de hecho, a votar a un político que pudiera representar sus intereses).
Su análisis era inytransigente. «¿Por qué atacó Estados Unidos a estos pequeños países?», preguntó. «Porque cuanto más débiles son, mayor es la amenaza. los pueblos que pueden liberarse contra viento y marea, seguramente inspirarán a otros».
«Ambas partes»
En los últimos meses, la falsa imparcialidad del periodismo ha quedado aún más al descubierto en la cuestión de Palestina. Como explicó el propio Pilger
«En Gran Bretaña, gran parte del periodismo televisivo está consagrado a una mitología de ‘objetividad’, ‘imparcialidad’, ‘equilibrio’. La BBC ha elevado esto durante mucho tiempo a una noble causa interesada, que le permite emitir la sabiduría recibida del establishment disfrazada de noticias».
Ante una injusticia evidente, la verdad no se representa permitiendo «ambas partes», como si fueran igualmente válidas. Un periodista con principios debe señalar sin ambages quién es el opresor y quién el oprimido.
En su documental Palestine is Still the Issue [Todavía se trata de Palestina] (2003), rodado en plena Segunda Intifada, Pilger trazó los contornos del conflicto: desde 1948, pasando por la Guerra de los Seis Días, la Primera Intifada y la «clásica estafa imperialista» de los acuerdos de Oslo en 1991.
Su documental reveló la dureza de la ocupación israelí y la humillación cotidiana del pueblo palestino, explicando cómo esto allanó el camino para la Segunda Intifada. Ésta se caracterizó en gran medida por la desesperación, incluida la aparición de los atentados suicidas como táctica.
Pilger, que nunca ha rehuido las cuestiones controvertidas, desmontó el mito del «terrorista suicida loco», descubriendo la verdadera raíz de estos atentados en el suelo envenenado de la ocupación y la miseria abyecta.
Entrevistando tanto a los padres de las víctimas de los atentados suicidas como a los familiares de los terroristas suicidas, los entrevistados de Pilger culparon a la ocupación ilegal y a sus patrocinadores en Occidente de llevar a la juventud palestina a la desesperación y, a su vez, al terrorismo.
Por supuesto, esto invitaba a la retribución. Pilger, como tantas otras voces pro-palestinas, fue calificado de simpatizante terrorista, sesgado en exceso y peligroso propagandista en las críticas de su película. Tal es el precio que hay que pagar por decir la verdad.
La venganza del establishment
Pilger produjo muchos documentales durante la llamada ‘guerra contra el terrorismo’. En estas películas, siempre intentaba rastrear el terrorismo hasta sus orígenes, resistiéndose al sensacionalismo de los medios de comunicación, incluso cuando la propaganda estaba en su apogeo tras el 11-S.
En 2003, produjo un documental titulado Breaking the Silence [Rompiendo el silencio: Verdad y mentira en la guerra contra el terrorismo.] En él afirmaba, con razón, que los principales medios de comunicación y los periodistas eran cómplices de las muertes causadas por la guerra de Irak, al negarse a denunciar las mentiras del presidente estadounidense George W. Bush y del primer ministro británico Tony Blair.
Por aquel entonces mantuvimos correspondencia con Pilger, y en 2005 publicamos uno de sus artículos en nuestro sitio web, con su permiso.
El propio Pilger fue objeto de presiones, incluso desde el principio de su carrera, por sus opiniones francas y sus exigentes investigaciones.
El gobierno de Thatcher, por ejemplo, vigiló sus reportajes en Camboya/Vietnam. A principios de la década de 1980, el Ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido elaboró supuestamente un pliego de cargos contra Pilger y buscaba un periodista «a sueldo» para llevar a cabo un «trabajo de demolición» contra él: tan desesperada estaba la clase dirigente por desacreditar a esta persistente espina en su costado.
Sin embargo, Pilger se ganó el respeto de sus colegas y recibió varios premios por sus reportajes sobre Vietnam y su documental sobre Camboya.
Pero también fue objeto de numerosos ataques a lo largo de su vida y después de su muerte. Sufrió una renovada y feroz oposición tras escudriñar los relatos oficiales sobre la guerra de Bosnia, la guerra civil siria, la persecución de Julian Assange y el período previo a la guerra de Ucrania.
Por atreverse a expresar estas opiniones disidentes, fue condenado al ostracismo del periodismo convencional hacia el final de su vida, por lo que dependía cada vez más de su blog personal. En la sagrada institución de la «prensa libre», parece que sólo se permite la línea capitalista acordada.
Su obituario en el periódico conservador británico The Telegraph lo describía como un «apologista del genocidio», «indiferente al sufrimiento humano y a los abusos de los derechos humanos». The Telegraph, por supuesto, sabría algo sobre apología del genocidio, dada su reciente cobertura de la guerra israelí en Gaza.
Estas calumnias no podrían estar más lejos de la realidad. Pilger desenterró miles de verdades ocultas sobre genocidios, abusos de los derechos humanos y golpes de Estado que, de otro modo, habrían permanecido ocultas. Y transmitió estas revelaciones a tanta gente como quiso verlas, empaquetadas en forma de excelentes documentales, programas de televisión y artículos.
Sus entrevistas con las víctimas del capitalismo y el imperialismo en todo el mundo fueron siempre compasivas, mostrando una profunda humanidad. Y su indignación contra los autores de estos crímenes, y contra aquellos que los encubren, siempre fue clara.
Su incansable labor informativa dejó tras de sí un archivo de 60 documentales, de libre acceso en su sitio web, que ofrecen abundante información sobre los crímenes del imperialismo. Deberían verse lo más ampliamente posible.
Descrito por colegas y amigos como un «socialista impenitente», los comunistas de la Corriente Marxista Internacional reconocemos la firme negativa de Pilger a doblegarse ante la intimidación y las calumnias del establishment en la búsqueda de los hechos.
Fue un periodista genuino, algo raro en estos tiempos, comprometido a arrojar una luz penetrante sobre los sórdidos crímenes del imperialismo capitalista. Este gran legado empequeñece a los propagandistas a sueldo que hoy escriben bilis contra él.