Una nueva elección para diputados y alcaldes se realizó en el mes de marzo, los resultados se presagiaban con una clara tendencia a la baja. Estas elecciones no fueron de las más atractivas para los salvadoreños; aunque siempre hubo una afluencia aceptable a las urnas, partiendo de la cantidad de votos que recibió cada partido, pero quedaron marcadas como una de las más pobres en la historia del país. Una idea comenzó a rondar las mentes de MUCHAS personas: ¿Resuelven nuestros problemas más sentidos la elección de diputados cada cierto tiempo?
El tipo de democracia que rige nuestro país, una de carácter representativa de las diferentes clases sociales que la componen, tiene como uno de sus principales objetivos hacer creer a la sociedad que es la mejor y más avanzada forma de gobernar jamás vista sobre la faz de la tierra, y al mismo tiempo que las damas y caballeros allí reunidos están dispuestos a resolver los problemas de la sociedad a través de interminables discusiones democráticas, buena voluntad y la redacción de las más hermosas leyes y decretos que pueden llenar los espacios de miles de páginas de incontables libros. Si el progreso de las masas trabajadoras se pudiese medir en referencia a las infinitas leyes existentes—y las que están por venir—no hay duda de que hace tiempo hubiesen alcanzado la plenitud de su desarrollo, pero la historia es otra.
La decadencia de dicho sistema democrático, aunque aún parece muy sólido, comienza a mostrar fisuras. La Asamblea Legislativa es uno de los poderes estatales más cuestionados por la sociedad, pero lo ha sido más por la forma mediática en que se maneja, que por la eficiencia y eficacia que pueda tener para las masas su funcionamiento y su sola existencia. Los altos salarios, comodidades, y muchos beneficios que ya conocemos, son de las cosas que más indignan a los trabajadores; pero esto no es exclusivo de esta institución, a nivel del sistema de justicia y del poder Ejecutivo encontramos las mismas condiciones, sobre todo de la alta jerarquía de estos otros órganos de poder, que sobrepasan incluso el presupuesto de funcionamiento de la misma Asamblea.
A diferencia de los camaradas que han sucumbido ante el reformismo, nosotros reconocemos al parlamento como un espacio para el trabajo revolucionario, para la organización del pueblo en vías de asumir el poder verdaderamente, no con el fetichismo parlamentario con que lo asumen y han asumido todo este tiempo nuestros diputados de izquierda. Consideramos correcta la participación en estas instancias, pero no la postración ante sus métodos ya que estos no resuelven, ni resolverán nunca los problemas fundamentales que emanan del capitalismo y que golpean a diario a la mayoría de la sociedad. Se pueden pasar horas y horas debatiendo con los lacayos del capital en el parlamento, pero al final la última palabra la tiene el banquero, el terrateniente y el propietario de los medios de producción.
En años anteriores se ha comenzado a manejar y a hacer uso del término “empoderar”, y muchas corrientes dentro de la izquierda la utilizan como caballito de batalla en sus intervenciones para dar a entender que, en teoría, los más desfavorecidos de la sociedad capitalista, pueden aspirar a tener el control de sus vidas, de su entorno y por ende de estructuras más amplías de control y organización. Esta forma de pensar se originó hace años con las corrientes de educación popular y de enfoque participativo, donde se quiere dar la sensación, a los colectivos que lo manejan, de autosuficiencia, reducción de la vulnerabilidad, y un desarrollo humano sostenible. Esta filosofía incluso es fomentada por las Naciones Unidas y el mismo Banco Mundial. Para los marxistas no basta considerar la ilusión de que, frente a las tradicionales formas de gobierno y democracia, hay una alternativa que hace que los sectores más vulnerables puedan incrementar sus “posibilidades” y puedan acceder a mayores recursos materiales; sino que hay que pasar de manejar la sensación de que se tiene más poder, a tomar verdaderamente el poder económico y político de la sociedad por parte de la clase trabajadora. Mientras estas corrientes de pensamiento no trasciendan y trastoquen el poder de los capitalistas, serán hasta financiadas por ellos mismos.
El periodo de la crisis del capitalismo aún persiste y arrastra tras de sí, a toda la sociedad y sus instituciones, su división de poderes, su forma de gobernar: “La crisis del capitalismo no es simplemente un fenómeno económico, impregna todos los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, la drogadicción, la violencia, el egoísmo generalizado, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la desintegración de la familia burguesa, la crisis de la moral, la cultura y la filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas de un sistema social en crisis es que la clase dominante siente cada vez más que es un freno al desarrollo de la sociedad.” Ted Grant y Alan Woods, Razón y Revolución. Las personas comienzan a cuestionarse si realmente es necesario semejante forma “democrática” de ejercer el poder, si realmente son necesarios los partidos políticos y por qué nunca hay un cambio radical en la sociedad, si estas instituciones son tan buenas como dicen ser.
A pesar de todo, las masas se aferran a lo ya conocido, y le apostarán a seguir utilizando este tipo de democracia por algún tiempo. No será hasta que, bajo el impacto de presiones insoportables, el orden social y moral empiecen a resquebrajarse, la mayoría de la gente comenzará a cuestionar esta democracia, sus instituciones, y a dudar de lo útil que son para la transformación de la sociedad en la que se encuentran. Por el momento solo una pequeña parte de la población está cuestionando duramente esto. Esta crítica ha arrastrado tras de sí a la misma izquierda, en particular al FMLN, producto de su decadencia ideológica y el error en los métodos de lucha, donde pasó de defender la lucha en las calles y centros de trabajo, a abrazar ciegamente los métodos de la clase dominante, consenso, diálogo, alianzas, pero con los amos del capital no con la clase obrera. Esto se vio reflejado en un descenso descomunal en las preferencias hacia el partido tradicional de los trabajadores.
En la actualidad el FMLN está en la encrucijada, sobre la mesa está el seguir existiendo como alternativa real para las masas, o extinguirse lentamente como lo han hecho los partidos tradicionales de la clase trabajadora en todo el mundo, que fueron incapaces de llevar a los trabajadores a la toma del poder, y vegetar en el mundo de los partidos en el parlamento como uno más, de esos que hace tiempo debieron desaparecer. El duro mensaje que recibió en estas pasadas elecciones aún tiene en estado de shock a sus dirigentes, como aquel pobre hombre que ha recibido una fuerte tunda por parte de unos malhechores, y luego quedó preguntándose: ¿Qué sucedió? Y ¿Por qué me sucede esto a mí? Comparado con las elecciones para diputados y alcaldes del 2015 donde el partido recibió 847,289 votos, en la pasada elección de marzo apenas recibió 434,289. con la mayoría de las actas ya evaluadas por el TSE. Un descenso drástico de 413,000 votos. Pero la derecha, sobre todo ARENA, también recibió un descenso en sus resultados, aunque de menor magnitud—129, 784 votos—suficiente para agenciarse el control total del parlamento junto con el resto de los partidos afines al capital. Tal parece que el voto fuerte que aglutina este partido, sobre todo proveniente de la clase trabajadora y clase media alienada, se logra mantener, a pesar de los múltiples y sonados casos de corrupción, donde el mensaje parece ser, parafraseando al dirigente sovietico Bujarin: “Enriqueceos a toda costa”.
A pesar de estos resultados desastrosos, sería un error por el momento, pensar que hay que dejar de utilizar estos espacios para la defensa de las masas ante el ataque indiscriminado de la derecha que se avecina, lastimosamente el movimiento obrero no cuenta con compañeros en esas instancias que tengan una consciencia de clase firme ni una sólida formación política basada en el socialismo científico, es decir en el marxismo, y una vez se empecinaron en acallar toda crítica y acusar a compañeros de “infiltrados” o de “hacerle el juego a la derecha”, creyeron que eran infalibles y que todo lo estaban haciendo bien. Pero la verdad es terca, y recuperar la confianza de la clase trabajadora ahora parece cuesta arriba. El pueblo ha entendido mejor que nuestros compañeros del partido, que superar sus problemas más sentidos no pasa por el parlamento, mucho menos la revolución socialista se desatará desde los curules a mano alzada. Lo reconfortante de todo esto es que nuestro pueblo tiene grandes tradiciones revolucionarias y de lucha, las cuales no han desaparecido del imaginario colectivo, los camaradas más conscientes y avanzados se encargarán de despertar al pueblo al combate nuevamente, con sus propios métodos, pasando por encima de los métodos parlamentarios.