Estamos muy orgullosos de anunciar la publicación de la obra maestra de Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, por Wellred Books – la editorial de la Internacional Comunista Revolucionaria. Este valioso texto aborda las cuestiones centrales de la construcción de un partido revolucionario con la claridad y profundidad características de Lenin. Esta edición contiene una nueva introducción, escrita por Francesco Merli, que publicamos a continuación.
Cuando, en su tiempo, iniciamos la revolución internacional, no lo hicimos persuadidos de que podíamos adelantarnos a su desarrollo, sino porque toda una serie de circunstancias nos impulsaron a comenzarla. Nosotros pensábamos: o la revolución internacional acude a nuestra ayuda y entonces tenemos plenamente garantizadas nuestras victorias, o llevaremos a cabo nuestra modesta labor revolucionaria con la convicción de que, en caso de derrota, y pese a todo, serviremos a la causa de la revolución, y nuestra experiencia será útil para otras revoluciones. Tenemos claro que la victoria de la revolución proletaria era imposible sin el apoyo de la revolución mundial.
Estas palabras encapsulan el compromiso inquebrantable y de por vida de Lenin con la idea de la revolución proletaria internacional. Lo que los obreros rusos habían iniciado en octubre de 1917 al tomar el poder bajo la dirección del partido bolchevique sólo podía ser concebido por Lenin como el comienzo de la revolución internacional. Su victoria sólo podía consolidarse mediante el derrocamiento revolucionario del capitalismo como sistema mundial. La firme convicción de Lenin de que el destino de la Revolución Rusa estaba ligado a la victoria de la revolución socialista internacional es el núcleo del libro que está a punto de leer.
El mayor obstáculo para la victoria no fue la falta de espíritu revolucionario entre las masas dentro y fuera de Rusia. Los trabajadores de todo el mundo prestaban una esmerada atención a lo que ocurría en Rusia. La arrolladora energía revolucionaria de los trabajadores se puso de manifiesto en la Revolución Alemana de noviembre de 1918, y de nuevo en la insurrección victoriosa contra el putsch de Kapp en marzo de 1920 [2]. En Italia, el Biennio Rosso revolucionario (el Bienio rojo) fue anticipado ya en marzo de 1917 por la reacción de los obreros de Turín al enterarse de la Revolución de Febrero en Rusia [3]. [La noticia de que los obreros habían derrocado al zar fue recibida con una «alegría indescriptible» y lágrimas, como recordaba Antonio Gramsci unos años más tarde[4]. La revolución italiana culminó con el estallido del movimiento de los consejos de fábrica, la huelga general de Turín de abril de 1920 y la ocupación de las fábricas de septiembre de 1920, que se detuvo a las puertas de una revolución en toda regla sólo por las evasivas y la capitulación de los dirigentes del Partido Socialista Italiano (PSI). La República Soviética Húngara de 1919 fue derrotada prematuramente por los errores cometidos por los comunistas dirigidos por Béla Kun. Entre la clase obrera británica y francesa se extendía también un ambiente revolucionario que preocupaba seriamente a los imperialistas. Esta efervescencia se reflejó en el crecimiento tumultuoso de todas las organizaciones de la clase obrera, que también experimentaron un poderoso giro a la izquierda.
El principal problema era el retraso en proporcionar una dirección para la revolución mundial tan eficaz como lo había sido el Partido Bolchevique para la clase obrera rusa: una dirección capaz de llevar a los trabajadores al poder en uno o más de los países capitalistas avanzados, como paso hacia el derrocamiento global del capitalismo. Esta fue la razón fundamental por la que se fundó la Internacional Comunista en 1919.
Las jóvenes e inexpertas fuerzas del comunismo internacional se unieron en torno a la bandera de Octubre. El apoyo o el rechazo a la Revolución Rusa se convirtió en la línea definitoria de la nueva vanguardia revolucionaria surgida de la guerra. Reflejaban un espíritu y una determinación inquebrantables, pero también una gran confusión. Las ideas, tácticas y métodos que habían sido conquistados por el partido bolchevique como resultado de quince años de experiencia práctica, lucha política y esclarecimiento, en la medida en que se conocían, sólo se comprendían parcialmente, y a menudo de forma simplificada. Los problemas que los bolcheviques afrontaron y pudieron resolver políticamente a lo largo de muchos años, fueron planteados de nuevo de forma extremadamente aguda por la crisis que se desarrollaba rápidamente en Europa.
Lenin elaboró cuidadosamente La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo como parte de la preparación política del II Congreso de la Internacional Comunista. Este libro es probablemente la contribución más valiosa a la estrategia y la táctica revolucionarias jamás escrita y conserva toda su relevancia hoy en día.
El tema del libro se expone muy claramente. Lenin examina cuidadosamente todas las lecciones más importantes que pueden extraerse de la Revolución Rusa y de la historia del bolchevismo. Dirige nuestra atención a las lecciones relevantes para el armamento político de los dirigentes de los partidos comunistas de todo el mundo en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo. En primer lugar, la tarea estratégica de ganar para el comunismo a la inmensa mayoría de la vanguardia de la clase obrera y unirla en un partido revolucionario. Sin embargo, como esta tarea urgente estaba en proceso de realizarse en muchos países, se planteó la cuestión de cómo los comunistas podían y debían ganar a las masas lejos de la influencia de la socialdemocracia, el reformismo y el oportunismo, que constituían el principal obstáculo en el camino hacia la revolución.
Lenin era muy consciente de que la tarea estratégica de ganar a las masas, sin la cual nunca puede plantearse la cuestión de la conquista del poder, nunca podría lograrse a menos que se librara una batalla política contra el llamado comunismo ‘izquierdista’, que él consideraba un ‘desorden infantil’. El «izquierdismo» -o ultraizquierdismo, como lo llamaríamos nosotros- proliferaba en la mayoría de los partidos comunistas recién formados. Esto suponía una seria amenaza, si no se corregía, para la viabilidad de estos partidos -y de la Internacional, como dirección de la revolución proletaria mundial.
Guerra de agresión imperialista contra la República Soviética
El Octubre ruso suscitó las esperanzas de millones de trabajadores y oprimidos de todo el mundo, materializando así una salida al inmenso sufrimiento causado por la guerra en forma de la perspectiva de una revolución proletaria mundial. Lenin, Trotski y los bolcheviques eran conscientes de que la guerra prepararía la revolución en toda Europa. El uso magistral que Trotski hizo de las negociaciones de Brest-Litovsk para una «paz» separada con Alemania como plataforma para la propaganda revolucionaria, bajo la exigencia de una «paz sin anexiones ni indemnizaciones», resonó ampliamente entre las masas oprimidas de todo el mundo y tuvo un profundo impacto, especialmente entre la clase obrera alemana.
La Revolución de Noviembre de 1918 en Alemania fue el golpe final a la monarquía y a la guerra. La clase obrera alemana había respondido al llamamiento de los revolucionarios rusos a las masas trabajadoras del mundo: «Levantaos para acabar con el capitalismo, el imperialismo, la pobreza y la guerra. Levantaos y uníos a nosotros en nuestra lucha común». Este llamamiento resonaba y coincidía con el estado de ánimo de los trabajadores de Europa y de los pueblos oprimidos de todo el mundo.
La necesidad candente de derrocar el capitalismo y el imperialismo, de una vez por todas, también se planteó a los ojos de las masas por las implacables guerras de agresión contra la Rusia soviética. Esta intromisión imperialista, llevada a cabo por la clase capitalista internacional, se cobró un catastrófico tributo adicional de millones de vidas perdidas, miseria y destrucción. Los imperialistas de la Entente, con Gran Bretaña a la cabeza, reunieron una coalición de fuerzas aún más amplia con el objetivo de acabar con la República Soviética antes de que pudiera consolidarse y extenderse. Winston Churchill, el recién nombrado secretario de la Oficina de Guerra británica en 1919, recordaba décadas después: «Si hubiera contado con el apoyo adecuado en 1919, creo que podríamos haber estrangulado al bolchevismo en su cuna».
Desgraciadamente para Churchill, no podía tratar de estrangular al bolchevismo con sus propias manos, sino que tuvo que confiar en los trabajadores de uniforme que habían soportado las peores condiciones posibles durante la guerra y no tenían intención de seguir arriesgando sus vidas por capricho de la clase dominante. La mayoría de los soldados británicos esperaban ser desmovilizados. Las duras condiciones, los malos tratos, el envío arbitrario de tropas y los retrasos en la desmovilización provocaron numerosos motines en la inmediata posguerra.
Los capitalistas mundiales, enfrentados a la revolución, se pusieron abiertamente del lado de la reacción más oscura: el Ejército Blanco zarista contrarrevolucionario. Los imperialistas intervinieron activamente con decenas de miles de sus propias tropas, movilizaron a sus aliados y proporcionaron armas, entrenamiento, dinero y generosos suministros a los blancos, con la esperanza de inclinar la balanza de la guerra de clases que libraba el viejo régimen contra la victoriosa revolución proletaria. Todo ello fue en vano. Tras los éxitos iniciales, los blancos fueron rechazados y derrotados una y otra vez.
A principios de 1920, la guerra de agresión contra la Rusia soviética continuaba, a pesar de las victorias decisivas en el campo de batalla contra Kolchak en el este y Denikin en el sur por parte del Ejército Rojo dirigido por León Trotski. Un nuevo ataque contrarrevolucionario estalló a finales de abril de 1920, justo cuando Lenin estaba dando los últimos toques al ‘Izquierdismo’. Las fuerzas polacas dirigidas por Józef Piłsudski atacaron la República Soviética, invadiendo Ucrania y ocupando Kiev, junto con las fuerzas blancas del Ejército Popular Ucraniano (UNA) de Symon Petliura.
La ofensiva polaca contó con el apoyo de Gran Bretaña y Francia, pero fue recibida con hostilidad general por gran parte de la población ucraniana y perdió su impulso inicial tras capturar Kiev. La invasión fue rápidamente rechazada por el Ejército Rojo bajo el mando de un joven oficial: Mijáil Tujachevski. La solidaridad de la clase obrera internacional socavó seriamente el apoyo imperialista a Polonia. Los estibadores de Londres y Danzig se negaron a manipular los suministros, mientras que los trabajadores checoslovacos y alemanes bloquearon el tránsito a través de sus respectivos países. El Congreso de Sindicatos Británicos y el Partido Laborista amenazaron con una huelga general si las tropas británicas se unían a Polonia en la guerra. Los trabajadores de todos los países actuaron instintivamente en defensa de la República Soviética, unidos en una fuerza formidable.
La victoria militar contra los blancos era una cuestión de vida o muerte. No se podía escatimar nada. Todos los recursos de la República Soviética debían concentrarse en armar y abastecer al Ejército Rojo. Los obreros y los campesinos pobres de Rusia mostraron una voluntad de hierro y soportaron sacrificios inimaginables para defender su revolución. La necesidad de proteger la revolución justificaba el recurso a medidas draconianas, y la política del «comunismo de guerra» era la única forma de resistir, en estas circunstancias. Sin embargo, esto sometió al Estado obrero a una tensión insoportable.
A pesar de la extrema falta de recursos, la lucha por la supervivencia del Estado obrero logró milagros. Se creó un poderoso y disciplinado Ejército Rojo, entrenado y organizado literalmente mientras luchaba en el campo de batalla. Sin embargo, la Rusia soviética nunca sería capaz de superar, por pura fuerza de voluntad, el profundo atraso heredado del régimen zarista, agravado por años de guerra. La solidaridad internacional de los trabajadores demostró ser vital, mientras la intervención extranjera se desmoronaba y los blancos retrocedían. Lenin y los bolcheviques eran conscientes de que, desde todos los puntos de vista, a menos que triunfara una revolución en uno o varios de los países avanzados, sería imposible que la Rusia soviética superara por sí sola ese atraso extremo. Con la revolución de noviembre de 1918, Alemania se convirtió en la clave de la revolución mundial.
Revolución en Alemania
El 3 de noviembre de 1918, los marineros de la marina alemana se amotinaron en Kiel. El intento del régimen de reprimir la revuelta desencadenó una explosión revolucionaria con la formación de consejos de obreros y soldados en todo el Imperio. Estos consejos comenzaron inmediatamente a asumir el poder político y militar. La monarquía se derrumbó como un castillo de naipes y el káiser abdicó pocos días después. Al imperialismo alemán no le quedó más remedio que capitular, poniendo fin oficialmente a la guerra. Lo más notable es que la clase obrera alemana estaba reproduciendo espontáneamente formas de poder soviético similares a las que habían surgido tras la revolución de febrero en Rusia.
Desgraciadamente, las fuerzas revolucionarias de Alemania no estaban tan consolidadas y organizadas políticamente como lo había estado el partido bolchevique al comienzo de la revolución en Rusia. Ni siquiera estaban cerca del nivel de disciplina y centralización necesario para aprovechar los convulsos y tormentosos acontecimientos desencadenados por la Revolución. Además, se enfrentaban a un aparato burocrático reformista mucho más fuerte, que estaba plenamente incrustado en el movimiento obrero. El derechista Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) se tambaleaba, pero seguía siendo fuerte, y disponía de dinero, estructuras, recursos y conservaba en su mayor parte su tradicional control de los sindicatos. Una escisión de izquierdas del SPD creó el Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) en abril de 1917. El nuevo partido contaba con cientos de miles de trabajadores radicalizados en sus filas, pero también con una serie de dirigentes como Karl Kautsky, que eran reformistas. En el USPD surgió un ala revolucionaria en torno a la Liga Espartaquista, cuyos dirigentes más destacados, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, estuvieron encarcelados hasta después de estallar la revolución.
La guerra y la traición de los dirigentes socialdemócratas, que contribuyeron a ella apoyando a sus propias clases dominantes, habían afectado fuertemente a la conciencia de la nueva generación de revolucionarios.
Entre estos revolucionarios prevalecía lo que podemos considerar un saludable rechazo a la podrida bancarrota de los dirigentes del SPD y al oportunismo de dirigentes del USPD como Kautsky. Sin embargo, esto les llevó a la falsa conclusión de que era necesaria una ruptura, no sólo con estos dirigentes reformistas, sino también con sectores de la clase obrera que estaban siendo radicalizados rápidamente por la revolución al mismo tiempo que se mostraban vacilantes y poco preparados para romper lazos con lo que consideraban sus propias organizaciones. Los espartaquistas abandonaron el USPD poco después de la Revolución de Noviembre, bajo la presión de este estado de ánimo. Esta escisión, dictada por la impaciencia, cobró un alto precio. La posible fusión entre los comunistas y una gran parte de los elementos avanzados del USPD -que avanzaban hacia el comunismo- se retrasó otros dos años decisivos
Fundación del KPD
El 30 de diciembre de 1918 se celebra en Berlín el congreso fundacional del Partido Comunista Alemán (KPD). Asistieron unos 100 delegados. Los debates mostraron todos los síntomas de la «enfermedad infantil» que Lenin describió más tarde en el «Izquierdismo». La mayoría de los delegados eran jóvenes, con una gran presencia de obreros industriales.
Uno de los principales debates giró en torno a la participación en las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente, convocadas para el 19 de enero del año siguiente. Más de dos tercios de los delegados votaron por boicotearla, identificando la participación en el parlamento con la conducta de los oportunistas y traidores de clase. Tomaron la decisión a pesar de los denodados intentos de Rosa Luxemburgo, Paul Levi y otros por convencerles de lo contrario. Uno de los delegados, Otto Rühle, expresó este estado de ánimo de la forma más gráfica: «La masa de la clase obrera, sin embargo, no compartía la misma opinión y participó en las elecciones en un número sin precedentes: el SPD obtuvo 11,5 millones de votos y el USPD 2,3 millones, casi la mitad del total de votos emitidos. Se perdió una importante oportunidad para que los comunistas marcaran en la práctica su diferencia con los oportunistas y se implicaran en la agitación de masas aprendiendo así a conectar el trabajo de masas con las capas más avanzadas.
Un segundo punto de discordia fue la actitud hacia los sindicatos. El mismo clima de impaciencia llevó a muchos delegados a la idea de abandonar por completo los sindicatos, hasta el punto de que algunos propusieron que la afiliación al partido fuera declarada incompatible con la afiliación a un sindicato. Los consejos obreros que habían surgido en la revolución eran considerados por los «izquierdistas» como una forma alternativa y superior de organización de la clase. Paul Frölich llegó a proponer que la consigna fuera «¡Fuera sindicatos!» Se evitó tomar una decisión perjudicial sobre esta cuestión, a la espera de un debate más profundo, pero el conflicto sobre el enfoque hacia los sindicatos plagó la vida interna del partido durante al menos los doce o dieciocho meses siguientes.
Es importante señalar que estas posiciones se expresaron precisamente cuando cientos de miles (pronto millones) de trabajadores radicalizados se afiliaban a los sindicatos por primera vez. La afiliación sindical en Alemania se quintuplicó, pasando de 1,5 millones en 1918 a 7,3 millones a finales de 1919.
El mismo proceso estaba ocurriendo en muchos países. Millones de trabajadores que antes no estaban sindicados se afiliaron a los sindicatos. En Gran Bretaña, la afiliación sindical pasó de 4,1 millones en 1914 a 6,5 millones en 1918, y en los años inmediatamente posteriores a la guerra, en 1920, alcanzó los 8,3 millones. En Italia, la Confederación General del Trabajo (CGL), de los 250.000 afiliados que tenía al final de la guerra, se había multiplicado por diez hasta alcanzar los 2.150.000. En Francia, la Confederación General del Trabajo (CGT) pasó de 355.000 afiliados en 1914 a 600.000 en 1918 y alcanzó un máximo de 2.000.000 en 1920.
Luxemburgo y Liebknecht intentaron combatir estas posiciones equivocadas. Habían abrazado la creación del nuevo partido, intentando dirigirlo en la dirección correcta. Sin embargo, a pesar de su enorme autoridad personal, fueron incapaces de convencer al congreso y acabaron en minoría en cuestiones clave como el boicot a las elecciones a la Asamblea Nacional. Confiaban en poder corregir estas tendencias con el tiempo, lo que probablemente habría sido el caso. Desgraciadamente, el tiempo no estaba de su parte.
El congreso reveló también que los espartaquistas estaban muy lejos de haber conquistado la homogeneidad política y de haber forjado la disciplina necesaria como organización. Entre los espartaquistas había opiniones muy diversas, con puntos de vista radicalmente distintos sobre éstas y otras cuestiones importantes.
Como resultado, el nuevo partido estaba mal equipado políticamente para asumir las tareas que le imponía la crisis revolucionaria. En cuestión de días después del congreso, el recién nacido partido se enfrentó al peor escenario posible: tener que sostener una confrontación abierta con la reacción y el Estado sin preparación previa. El gobierno del SPD orquestó una provocación. Los comunistas intentaron resistir, lo que desencadenó una huelga política de medio millón de trabajadores y sangrientos combates en las calles.
Lo que sería recordado como el Levantamiento Espartaquista fue sofocado violentamente, con cientos de comunistas asesinados. El asesinato de Luxemburgo y Liebknecht por los reaccionarios Freikorps se llevó a cabo con la complicidad de los dirigentes del SPD. La campaña de asesinatos extrajudiciales continuó, con la clara intención de decapitar al KPD. En marzo, Leo Jogiches, el veterano revolucionario que había sucedido a Liebknecht al frente del KPD, también fue detenido y asesinado en prisión. Esta tragedia minó gravemente el crecimiento político del nuevo partido. El recién nacido KPD pagó un alto precio por estos y otros errores ultraizquirdistas, que comprometieron parcialmente su capacidad para ganar una base de masas durante algún tiempo.
La vanguardia, las masas y el partido revolucionario
Lo que hemos discutido hasta ahora, y que es el tema del Izquierdismo de Lenin, no es tanto la cuestión de la actitud de los comunistas hacia los métodos legales frente a los ilegales, o la necesidad de llevar a cabo un trabajo revolucionario dentro de los sindicatos, o la cuestión de si los comunistas deben o no participar en las elecciones y utilizar los parlamentos burgueses como plataforma para la agitación revolucionaria. Estas cuestiones se han planteado con crudeza en todas las revoluciones, aunque en formas diferentes según las distintas condiciones históricas. Sin embargo, son recurrentes e intrínsecas al desarrollo de todas las revoluciones. ¿Por qué? Estas cuestiones están íntimamente vinculadas con una correcta comprensión del papel de la vanguardia revolucionaria, su relación con las masas y el papel del partido revolucionario.
Mientras que la vanguardia puede aprender de una combinación de experiencia y educación política, en la que juega un papel importante una buena y eficaz propaganda comunista, las masas aprenden principalmente a través de la experiencia. El papel del partido revolucionario es eliminar los obstáculos a la unidad de las capas avanzadas revolucionarias y las masas, preparar al partido, a la vanguardia y a las masas para la revolución unificándolas en el curso de la revolución. Esto sólo puede lograrse desenmascarando en la práctica la traición de los liberales burgueses y de los dirigentes reformistas, y mostrando sin lugar a dudas que la única vía para que las masas conquisten sus necesidades fundamentales son los medios revolucionarios.
Las tácticas revolucionarias son los métodos mediante los cuales el partido puede acompañar a las masas en esta dura escuela de la experiencia práctica, y al mismo tiempo asegurar que las capas más avanzadas estén constantemente conectadas con las masas más amplias y las impulsen hacia adelante, sin adelantarse demasiado a ellas ni entrar prematuramente en combate. Este es precisamente el escenario que los bolcheviques tuvieron que navegar en las Jornadas de Julio de 1917, cuando una retirada ordenada salvó al partido y a la vanguardia de las peores consecuencias de una insurrección nacida muerta. Lo que ocurrió con el levantamiento espartaquista fue una situación similar, pero las consecuencias de un planteamiento equivocado fueron desastrosas. Por desgracia, no iba a ser la última vez.
Todas estas maniobras tácticas son absolutamente necesarias para preparar la mejor alineación de fuerzas en el campo de batalla y ganar la batalla decisiva de la guerra de clases revolucionaria. A través de este proceso, y sólo a través de este proceso, se preparan las condiciones para una exitosa toma revolucionaria del poder.
Una cuestión importante que a menudo se pasa por alto es que Lenin insistió en que ese trabajo preparatorio también es necesario para establecer las mejores condiciones para consolidar el poder revolucionario después de la revolución.
Una insurrección exitosa rompe y desmembra el Estado capitalista, es decir, los cuerpos de hombres armados en defensa del poder y los privilegios de la clase dominante. Sin embargo, Lenin señala que la clase dominante, incluso después de ser derrocada, sigue siendo más fuerte que el nuevo poder revolucionario. Es necesario el más alto grado de disciplina revolucionaria para asegurar la transición. El capitalismo resurge constantemente a partir de formas de producción y distribución a pequeña escala. Está incrustado en la inercia de una sociedad en la que los hábitos sociales y las divisiones de clase no pueden abolirse por decreto. Y, por supuesto, en una situación en la que el capitalismo sigue siendo la fuerza dominante a nivel mundial, siempre contraatacará contra las revoluciones por todos los medios necesarios, como hicieron tras la Revolución Rusa.
Lenin explicó: «La táctica debe basarse en una evaluación sobria y estrictamente objetiva de todas las fuerzas de clase…». Pero, ¿cómo juzgar si una táctica es adecuada en un momento o etapa particular del movimiento? He aquí cómo plantea Lenin la cuestión del trabajo revolucionario en los parlamentos burgueses:
Como es natural, para los comunistas de Alemania el parlamentarismo “ha caducado políticamente”, pero se trata precisamente de no creer que lo caduco para nosotros haya caducado para la clase, para la masa. Una vez más vemos aquí que los “izquierdistas” no saben razonar, no saben conducirse como el partido de la clase, como el partido de las masas. Vuestro deber consiste en no descender al nivel de las masas, al nivel de los sectores atrasados de la clase. Esto es indiscutible. Tenéis la obligación de decirles la amarga verdad; de decirles que sus prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios son eso, prejuicios. Pero, al mismo tiempo, debéis observar con serenidad el estado real de conciencia y de preparación precisamente de toda la clase (y no sólo de su vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora (y no sólo de sus elementos avanzados).
Los bolcheviques, por ejemplo, aplicaron con éxito la táctica de boicotear a la reaccionaria Duma en 1905, cuando el movimiento huelguístico de masas se politizó y se convirtió en un levantamiento. En 1906, sin embargo, la misma táctica fue considerada por Lenin como un error, aunque «no grande y fácilmente corregible», y en 1907 y 1908 como errores «mucho más serios y difícilmente reparables». [9] ¿Por qué plantear una evaluación tan diametralmente opuesta de la misma táctica? La diferencia con 1905 es que en 1906 la revolución había menguado claramente y en 1907 había sido derrotada. Lo que hizo que la táctica fuera apropiada, o equivocada, no fue su calidad intrínseca, sino las condiciones concretas que habían cambiado. En las circunstancias de 1906, y más aún en 1907 y después, los bolcheviques necesitaban aprovechar cualquier oportunidad para ayudar a las fuerzas revolucionarias de la clase obrera a reorganizarse y retirarse de la forma más ordenada posible tras ser derrotadas, lo que también significaba participar en una Duma reaccionaria.
Tras la revolución de febrero de 1917, la principal tarea del partido era ganarse a la mayoría de las masas a su lado mediante pacientes explicaciones. ¿Cómo lo consiguieron los bolcheviques?
Los bolcheviques empezaron su lucha victoriosa contra la república parlamentaria (de hecho) burguesa y contra los mencheviques con suma prudencia y no la prepararon, ni mucho menos, con la sencillez que se imaginan hoy frecuentemente en Europa y América. Al comienzo del período intencionado no incitamos a derribar el gobierno, sino que explicamos la imposibilidad de hacerlo sin modificar previamente la composición y el estado de ánimo de los soviets. No declaramos el boicot al parlamento burgués, a la Constituyente, sino que dijimos −a partir de la Conferencia de nuestro Partido celebrada en abril de 1917 lo dijimos oficialmente en nombre del Partido− que una república burguesa con una Constituyente era preferible a la misma república sin Constituyente, pero que la república “obrera y campesina” soviética es mejor que cualquier república democráticoburguesa, parlamentaria. Sin esta preparación prudente, minuciosa, circunspecta y prolongada no hubiésemos podido alcanzar ni mantener la victoria de Octubre de 1917 .
Crecimiento de los partidos comunistas
A pesar de los importantes errores cometidos por los «izquierdistas» alemanes, que atrajeron las feroces críticas de Lenin, a principios de 1920 el KPD había crecido significativamente, alcanzando unos 350.000 miembros. Sin embargo, la lucha interna irresuelta condujo a una escisión perjudicial. Los comunistas de «izquierda» rompieron con el partido para formar el Partido Obrero Comunista de Alemania (KAPD). Entretanto, gran parte del USPD se había radicalizado hacia la izquierda, con un creciente apoyo a la Internacional Comunista en sus filas. El partido había alcanzado los 750.000 miembros. La perspectiva y el planteamiento de Lenin se confirmaron cuando, unos meses más tarde, la mayoría del USPD aceptó las veintiuna condiciones de afiliación establecidas por el II Congreso de la Comintern. El partido se liberó de la facción oportunista de derechas que lo abandonó y la mayoría del USPD se fusionó con el KPD, formando un Partido Comunista Alemán Unificado (VKPD) mucho más grande en diciembre de 1920.
En Francia, el congreso del Partido Socialista (SFIO) celebrado en Tours a finales de diciembre de 1920 supuso la culminación de una prolongada batalla en el seno del partido, al aceptar la mayoría de los delegados las condiciones de afiliación establecidas por la Internacional Comunista. Así se fundó el Partido Comunista Francés, tras la escisión de una facción reformista minoritaria dirigida por Leon Blum.
En Italia, en la segunda mitad de 1920, se produjo la convergencia de las oposiciones comunistas dentro del PSI: el grupo abstencionista «soviético», dirigido por Amadeo Bordiga, y el grupo «Ordine Nuovo», con sede en Turín, dirigido por Antonio Gramsci. Bordiga había llevado a cabo una labor de oposición anterior y más consistente en el PSI, y emergió como fuerza dirigente de la facción comunista del partido, que estaba impregnada de las ideas ultraizquierdistas de Bordiga. Gramsci y sus camaradas habían desarrollado una serie de políticas correctas que les habían permitido conquistar y dirigir el movimiento de masas de los consejos de fábrica en Turín. En su haber, Bordiga abandonó sus posiciones abstencionistas de la plataforma común de la fracción comunista, mostrando un cierto grado de flexibilidad táctica, que ayudó al crecimiento de la oposición. Sin embargo, seguía prevaleciendo el planteamiento final de Bordiga, que exigía una escisión inmediata con los reformistas y el centro vacilante del partido.
En el congreso del PSI en Livorno, en enero de 1921, la facción comunista, incapaz de ganarse a la vacilante mayoría de los delegados de la influencia de la confusa facción «tercer internacionalista» -en realidad una corriente centrista- en torno a Giacinto Serrati, abandonó el congreso y se escindió. Se trasladaron a otro teatro para dar origen al Partito Comunista d’Italia, llevándose consigo sólo a un tercio de los delegados, mientras dejaban atrás a la mayoría de los delegados que seguían apoyando a la facción tercer internacionalista, en lugar de ganárselos. Esto es es diferente a lo que había ocurrido en Francia. Otro acontecimiento importante se produjo en Checoslovaquia, donde el Partido Comunista fue formado unos meses más tarde por la facción izquierda de los socialdemócratas y consiguió una base de masas.
Estos son algunos ejemplos del tumultuoso proceso que condujo a la formación de los partidos comunistas. Los errores políticos expuestos por Lenin en El “izquierdismo” en el comunismo representaron un importante obstáculo no sólo para el crecimiento numérico de los jóvenes partidos comunistas, sino que también socavaron su capacidad para unificar genuinamente a la vanguardia revolucionaria y entrar en una lucha para desenmascarar en la práctica el traicionero papel desempeñado por los dirigentes reformistas. Esta lucha representaba la preparación necesaria e inevitable para maximizar las posibilidades de éxito cuando se planteara inevitablemente la cuestión de la conquista revolucionaria del poder.
Para ello, había que formar y educar a la dirección de estos partidos a la luz de la experiencia y las lecciones del bolchevismo. Había que educar al estado mayor de la revolución proletaria para cumplir las tareas del momento. Esta era precisamente la tarea que Lenin se había impuesto.
De la propaganda a la agitación: cómo conquistar a las masas
Lenin reconoce que la primera fase de la formación de la Internacional Comunista tenía como objetivo reunir a las fuerzas revolucionarias en torno a la bandera de la Revolución Rusa. Sin embargo, señala que en el momento de escribir este artículo, esta tarea ya se había logrado en gran medida. Todo lo que podía conquistarse mediante la lucha ideológica y la clarificación, y mediante un hábil uso de la propaganda, había sido conquistado, al menos en los países en los que los partidos comunistas habían alcanzado un tamaño significativo. La tarea de la dirección comunista era preparar a los partidos y a la vanguardia para el siguiente paso, para lo que tenían por delante.
Se ha hecho ya lo principal −claro que no todo, ni mucho menos, pero sí lo principal− para ganar a la vanguardia de la clase obrera, para ponerla al lado del poder soviético contra el parlamentarismo, al lado de la dictadura del proletariado contra la democracia burguesa. Ahora hay que concentrar todas las fuerzas y toda la atención en el paso siguiente, que parece ser −y, desde cierto punto de vista, lo es, en efecto− menos fundamental, pero que, en cambio, está prácticamente más cerca de la solución efectiva del problema, a saber: buscar las formas de pasar a la revolución proletaria o de abordarla.
La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el triunfo. Pero de esto al triunfo dista todavía un buen trecho. Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de neutralidad benévola con respecto a ella y no son incapaces por completo de apoyar al adversario, sería no sólo una estupidez, sino, además, un crimen..
Lenin continuó explicando que la forma fundamental en que las masas pueden comprender la necesidad de una revolución comunista es a través de la amarga experiencia práctica:
Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición, la propaganda y la agitación, por sí solas, son insuficientes. Para ello se precisa la propia experiencia política de las masas. Tal es la ley fundamental de todas las grandes revoluciones, confirmada hoy con fuerza y realce sorprendentes tanto por Rusia como por Alemania. No sólo las masas incultas, en muchos casos analfabetas, de Rusia, sino también las masas de Alemania, muy cultas, sin un solo analfabeto, necesitaron experimentar en su propia carne toda la impotencia, toda la veleidad, toda la flaqueza, todo el servilismo ante la burguesía, toda la infamia del gobierno de los caballeros de la II Internacional, toda la ineluctabilidad de la dictadura de los ultra reaccionarios (Kornílov en Rusia, Kapp y cía. en Alemania), única alternativa frente a la dictadura del proletariado, para orientarse decididamente hacia el comunismo.
Las conclusiones de Lenin no podían expresarse de forma más clara. Continuó:
Mientras se trate (y en la medida en que se trata aún ahora) de ganar para el comunismo a la vanguardia del proletariado, la propaganda debe ocupar el primer término; incluso los círculos, con todas sus debilidades, son útiles en este caso y dan resultados fecundos. Pero cuando se trata de la acción práctica de las masas, de dislocar −si es permitido expresarse así− a ejércitos de millones de hombres, de disponer todas las fuerzas de clase de una sociedad dada para la lucha final y decisiva, no conseguiréis nada sólo con los hábitos de propagandista, con la repetición escueta de las verdades del comunismo “puro”. Y es que en este caso no se cuenta por miles, como hace en esencia el propagandista, miembro de un grupo reducido y que no dirige todavía masas, sino por millones y decenas de millones.
La conclusión es ineludible. El partido tenía que demostrar que era capaz de acompañar a las masas en su experiencia práctica como medio de conquistar su apoyo. Esto no puede lograrse sólo con propaganda y proclamando las verdades del comunismo «puro». Requiere la capacidad del partido para aprovechar las condiciones cambiantes en el campo de batalla de la lucha de clases, para desenmascarar en la práctica y más allá de toda duda la bancarrota de los dirigentes reformistas, mostrando al mismo tiempo su propia capacidad para dirigir la lucha hacia la victoria. Exige la adopción de herramientas y disposiciones tácticas adecuadas para ayudar a los partidos comunistas a desplegar, educar, formar y movilizar no sólo a miles, sino a millones y decenas de millones de trabajadores.
Trabajo legal e ilegal
La base material para el desarrollo de las tendencias comunistas de «izquierda», como fuerza significativa dentro de la vanguardia, fue un sano rechazo de la conducta traidora de los dirigentes reformistas y de las adaptaciones oportunistas de los reformistas de izquierda al sistema burgués. Esto es, en cierto sentido, inevitable en una determinada fase de desarrollo de todas las revoluciones. Refleja la impaciencia de la vanguardia hacia los sectores más atrasados de las masas que van a la zaga. Esta fue magnificada por la magnitud de la traición infligida por la socialdemocracia a la clase obrera durante la Primera Guerra Mundial.
Los «izquierdistas», sin embargo, tendieron a transformar esto en una oposición rotunda a cualquier tipo de participación en el trabajo legal. Es cierto que el trabajo legal en todo régimen burgués, incluso en el más democrático, por definición limita el ámbito de actividad del partido revolucionario a un marco «legal» establecido por la clase dominante. Esto se aplica a la participación en el Parlamento y en las elecciones, e incluso al trabajo revolucionario en los sindicatos reformistas y reaccionarios. Sin embargo, estos mismos campos ofrecen la posibilidad misma de que la vanguardia revolucionaria establezca una fuerte conexión con las masas. Lo que planteaba Lenin nunca fue limitar las actividades del partido revolucionario sólo al marco legal impuesto por la clase dominante (o las burocracias sindicales), sino explotar todos los espacios disponibles para el trabajo legal en todas las circunstancias, combinándolos con el necesario trabajo revolucionario ilegal. Por encima de todo, la principal preocupación de los comunistas de «izquierda» era descartar cualquier tipo de compromiso, cualquier tipo de alianza táctica con los reformistas. Consideraban tales tácticas como equivalentes a la traición. Se negaban a ver estos ajustes tácticos como lo que eran: un método que utilizaba todas las armas disponibles para mejorar la posición del partido revolucionario a los ojos de las masas.
En opinión de Lenin, no hay duda: el enemigo principal sigue estando representado por los reformistas y los socialchovinistas de todo tipo. En relación con la enojosa cuestión de los sindicatos, por ejemplo, Lenin dice:
Es preciso librar esta lucha implacablemente y continuarla de manera obligatoria, como hemos hecho nosotros, hasta poner en la picota y arrojar de los sindicatos a todos los jefes incorregibles del oportunismo y del socialchovinismo.
La revolución victoriosa en Rusia dio una enorme autoridad a la recién nacida Internacional Comunista a los ojos de los trabajadores de todos los países. Esta ola de simpatía empujó a muchos reformistas y elementos vacilantes a solicitar su ingreso en la Internacional para preservar su autoridad, sin deshacerse por completo de los métodos del reformismo. Lenin comprendió que sin una ruptura con los reformistas, y con todos los elementos vacilantes que no estaban dispuestos a romper con ellos, habría sido imposible que los partidos comunistas se desarrollaran plenamente como partidos revolucionarios. Esta fue la razón por la que se introdujeron las veintiuna condiciones para la afiliación a la Internacional Comunista, que fueron adoptadas en su II Congreso en julio-agosto de 1920. Estas condiciones fueron concebidas como una garantía contra la infiltración de tendencias oportunistas en la Comintern.
Una cosa que distingue a los oportunistas y a los traidores es su oposición a cualquier tipo de métodos ilegales de lucha. Por otra parte, la posición de aceptar sólo los métodos ilegales de lucha, ignorando las ventajas de otros métodos, es puro infantilismo y limitará inevitablemente el arsenal de armas de que dispone el partido revolucionario.
Lo justo es que los oportunistas y traidores a la clase obrera son los partidos y jefes que no saben o no quieren […] aplicar los procedimientos ilegales de lucha en una situación, por ejemplo, como la guerra imperialista de 1914-18, en que la burguesía de los países democráticos más libres engañaba a los obreros con una insolencia y crueldad nunca vistas, prohibiendo que se dijese la verdad sobre el carácter de rapiña de la conflagración. Pero los revolucionarios que no saben combinar las formas ilegales de lucha con todas las formas legales son pésimos revolucionarios.
Quien sea incapaz de aplicar la máxima flexibilidad táctica, de «combinar las formas ilegales de lucha con todas las formas legales de lucha», será sin duda un mal revolucionario. Las limitaciones de los «izquierdistas» se hacen patentes precisamente cuando el partido revolucionario necesita conectar con las masas y conquistarlas. De hecho, en esa fase, la cuestión de la flexibilidad táctica se vuelve vital.
Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad; que los comunistas de todos los países comprendamos por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica es necesaria la flexibilidad máxima. Lo que le falta hoy al comunismo, que crece magníficamente, sobre todo en los países adelantados, es esa conciencia y el acierto para aplicarla en la práctica.
La táctica del «frente único”
La oleada revolucionaria que había sacudido los cimientos del capitalismo tras la Primera Guerra Mundial provocó tanto convulsiones en todas las organizaciones de la clase obrera como la formación en varios países de partidos comunistas con raíces de masas. Éstos fueron, en algunos casos, más fuertes que sus homólogos reformistas, aunque en la mayoría de los casos fueron más débiles en número.
Estas fuerzas revolucionarias surgían de una aguda lucha a escala mundial contra las direcciones reformistas de la II Internacional, que habían traicionado y pisoteado los principios del internacionalismo socialista, que nominalmente habían defendido, al ponerse del lado de su propia burguesía durante toda la guerra. La vanguardia revolucionaria estaba imbuida de rechazo y odio hacia esos dirigentes y sus crímenes.
Sin embargo, la crisis de la sociedad burguesa había despertado a la masa de la clase obrera y empujado a la acción a capas hasta entonces inertes. Todas las organizaciones obreras experimentaron un crecimiento turbulento, con millones de trabajadores engrosando las filas de las organizaciones inmediatamente disponibles para ellos, empezando por los sindicatos, como hemos visto, y la socialdemocracia, pero con capas significativas también encontrando su camino hacia las organizaciones sindicalistas y comunistas.
A principios de 1920, sin embargo, la marea revolucionaria empezaba a bajar y el capitalismo no había sido derrocado. El movimiento revolucionario espontáneo de las masas y las fuerzas inmaduras del comunismo no bastaron para derrocar a la burguesía. Los capitalistas estaban en proceso de reorganización y habían conseguido aferrarse al poder mediante la guerra de clases y la guerra civil, infligiendo derrotas como la caída de la República Soviética de 1919 en Hungría. En Alemania, el país más importante desde el punto de vista de una perspectiva revolucionaria mundial, la clase dominante había sobrevivido a la revolución de noviembre de 1918 gracias a la ayuda de los dirigentes de la socialdemocracia y de los sindicatos.
Lenin comprendió que la revolución nunca podría lograrse por la sola voluntad de la vanguardia revolucionaria. Para que triunfara la revolución, la capa más avanzada, la vanguardia, tenía que organizarse disciplinadamente en un partido revolucionario y necesitaba conquistar el apoyo de la gran mayoría de la clase obrera, como condición para conquistar la dirección de las masas más amplias.
El camino para alcanzar esa posición no admite atajos. Los comunistas tuvieron que luchar por la dirección de las organizaciones de masas de la clase obrera, como los sindicatos, purgándolas de los traidores de clase: los elementos chovinistas y reformistas. También tenían que ganarse a las masas que aún seguían a la dirección reformista en los partidos reformistas que conservaban una base de masas. Sólo alcanzando tal posición podría el partido revolucionario iniciar la lucha por el poder. Sólo socavando la influencia residual del viejo orden, superando su inercia social, podrían ganarse a las amplias masas para la revolución. La apuesta por el derrocamiento revolucionario del Estado capitalista sólo podía lanzarse cuando se dieran estas condiciones.
Es precisamente en este contexto donde se hacen más visibles las limitaciones del planteamiento «izquierdista». El rechazo de toda forma de «compromiso» como cuestión de principios; el rechazo de cualquier tipo de colaboración o pacto temporal con los dirigentes reformistas; el rechazo a trabajar en sindicatos reaccionarios, etc., revelan debilidad, falta de confianza, no fuerza. Esto limitó gravemente la capacidad del partido revolucionario para erosionar y socavar el apoyo a los reformistas, ayudando así a éstos a conservar su base.
El rechazo de las tácticas destinadas a desenmascarar en la práctica el papel de los reformistas ante las masas sólo puede conducir a un sectarismo estéril. Sobre todo, es ineficaz para luchar contra los que, según los propios comunistas de «izquierda», eran precisamente los peores enemigos: el reformismo y el oportunismo. Trotski señaló más tarde cómo el planteamiento de Lenin era totalmente opuesto a la posición moralista de los ‘izquierdistas’:
Pero Lenin consideraba la ruptura con los reformistas como consecuencia inevitable de la lucha contra ellos, no como un acto de salvación independiente de tiempo y lugar. No pidió la ruptura con los socialpatriotas para salvar su alma, sino para que las masas rompieran con el socialpatriotismo.
En El “izquierdismo”, Lenin ya está explicando el método que sustenta la táctica del frente único, que pronto se convertiría en uno de los puntos centrales de discusión y controversia en el III y IV congresos de la Comintern. Lo que había que hacer comprender a las filas de los nuevos, jóvenes e inexpertos partidos comunistas era que esta táctica había sido adoptada innumerables veces en la historia del bolchevismo. Se desarrolló como una política concreta para establecer vínculos y trabajo común entre los obreros comunistas avanzados y las masas que aún estaban bajo la influencia de los dirigentes reformistas, al tiempo que se desenmascaraba y socavaba la autoridad de estos dirigentes en la práctica.
El método dialéctico de Lenin presenta un marcado contraste con el formalismo estéril de sus críticos. Para ganar a las masas es necesario combinar la firmeza teórica con la flexibilidad táctica y organizativa. Todas las demás consideraciones y lloriqueos sobre lo «difícil» que puede ser, los «riesgos» de contaminar la propia «pureza revolucionaria», etc., son excusas completamente inútiles e infantiles.
Si quieres ayudar a las ‘masas’ y ganarte la simpatía y el apoyo de las ‘masas’, no debes temer las dificultades o provocaciones, insultos y persecuciones por parte de los ‘dirigentes’ (que por ser oportunistas y socialchovinistas están, en muchos casos, directa o indirectamente vinculados a la burguesía y a la policía), sino que debes en cualquier caso trabajar en cualquier sitio donde estén las masas. Tienes que ser capaz de cualquier sacrificio, de superar los mayores obstáculos, para poder hacer propaganda y agitación sistemáticamente, perseverantemente y persistentemente en esas instituciones, sociedades y asociaciones, incluso las más reaccionarias donde estén las masas proletarias o semi proletarias.
Mención especial merecen los consejos que Lenin dio a los comunistas británicos, afectados de forma particularmente virulenta por todos los síntomas de la «enfermedad infantil». Lenin comprendió, incluso mejor que los propios comunistas británicos, que Gran Bretaña se encaminaba hacia una crisis revolucionaria, y dedicó buena parte del libro a explicar cómo debían prepararse para ella los comunistas británicos, un esfuerzo proporcional a la importancia que él concedía a esa perspectiva revolucionaria. El propósito de Lenin era el de armar políticamente a la vanguardia que estaba a punto de formar el Partido Comunista de Gran Bretaña, pero la cuestión de la debilidad de las fuerzas comunistas en comparación con las del Partido Laborista se tiene claramente en cuenta.
Hablaré de un modo más concreto. Los comunistas ingleses deben, a mi juicio, unificar sus cuatro partidos y grupos (todos muy débiles y algunos extraordinariamente débiles) en un Partido 94 Comunista único, sobre la base de los principios de la III Internacional y de la participación obligatoria en el parlamento. El Partido Comunista propone a los Henderson y a los Snowden un “compromiso”, un acuerdo electoral: marchemos juntos contra la coalición de Lloyd George y los conservadores, repartámonos los puestos en el parlamento en proporción al número de votos dados por los obreros al Partido Laborista o a los comunistas (no en las elecciones, sino en una votación especial), conservemos la libertad más completa de agitación, de propaganda y de acción política. Sin esta última condición es imposible, naturalmente, hacer el bloque, pues sería una traición. Los comunistas ingleses deben reivindicar para ellos y lograr la libertad más completa que les permita desenmascarar a los Henderson y los Snowden, de un modo tan absoluto como lo hicieron (durante 15 años, de 1903 a 1917) los bolcheviques rusos con respecto a los Henderson y los Snowden de Rusia, esto es, los mencheviques.
El consejo de Lenin muestra cómo la táctica debe ser determinada por las circunstancias concretas. Hay que tener muy en cuenta la fuerza, el nivel de organización y la capacidad política de las fuerzas revolucionarias, algo que invariablemente pierden los sectarios en todas sus variedades, junto con todo sentido de la proporción.
En el momento de escribir La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, Lenin no se había decidido sobre la cuestión de si el Partido Comunista Británico debía solicitar la afiliación al Partido Laborista. Esta cuestión fue debatida a fondo en el II Congreso de la Comintern unos meses después, donde Lenin llegó a la conclusión de que los comunistas británicos debían hacerlo, siempre y cuando se les permitiera llevar a cabo su propaganda política independiente.
Esto muestra el grado de flexibilidad y atención mostrado por Lenin al elaborar una decisión en relación con la táctica. Es interesante observar cómo Lenin, en el curso de numerosas discusiones, logró convencer a algunos de los dirigentes clave de los comunistas de izquierda, como Willie Gallacher, dirigente del Comité Obrero de Clyde en el Glasgow de tiempos de guerra, quien más tarde recordó el impacto de los pacientes argumentos de Lenin en su comprensión política.
Condiciones para una revolución victoriosa
En El “izquierdismo”, Lenin ofrece la definición más completa y clara de la ley fundamental de la revolución. Lenin la aborda desde diferentes puntos de vista. Vale la pena citar extensamente:
La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas las revoluciones, y en particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando los “de abajo” no quieren y los “de arriba” no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución. En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores). Por consiguiente, para hacer la revolución hay que conseguir, en primer 93 lugar, que la mayoría de los obreros (o, en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda a fondo la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases dirigentes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas (el síntoma de toda revolución verdadera es que se decuplican o centuplican el número de hombres aptos para la lucha política pertenecientes a la masa trabajadora y oprimida, antes apática), que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios.
A esta definición, que nos proporciona un método para el diagnóstico de lo que es una revolución, Lenin añade una definición complementaria de las tareas estratégicas de la revolución, que, para continuar con la analogía, constituye su pronóstico:
En este caso hay que preguntarse no sólo si hemos convencido a la vanguardia de la clase revolucionaria, sino también si están dislocadas las fuerzas históricamente activas de todas las clases de la sociedad dada, obligatoriamente de todas sin excepción, de manera que la batalla decisiva se halle por completo en sazón, de manera que:
- todas las fuerzas de clase que nos son adversas estén suficientemente sumidas en la confusión, suficientemente enfrentadas entre sí, suficientemente debilitadas por una lucha superior a sus fuerzas;
- todos los elementos vacilantes, volubles, inconsistentes, intermedios, es decir, la pequeña burguesía, la democracia pequeño-burguesa, que se diferencia de la burguesía, se hayan desenmascarado suficientemente ante el pueblo, se hayan cubierto suficientemente de oprobio por su bancarrota práctica;
- en las masas proletarias empiece a aparecer y a extenderse con poderoso impulso el afán de apoyar las acciones revolucionarias más resueltas, más valientes y abnegadas contra la burguesía. Entonces es cuando está madura la revolución, cuando nuestra victoria está asegurada, si hemos sabido tener en cuenta todas 102 las condiciones brevemente indicadas más arriba y hemos elegido con acierto el momento.
Aprender a dirigir la sociedad
La característica más sorprendente del Izquierdismo es que Lenin lo escribió a la luz de una experiencia directa concentrada y extremadamente rica, en un grado sin precedentes en el movimiento revolucionario. El ascenso del bolchevismo desde la formación del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso hasta la revolución de 1905; el retroceso tras la derrota de la revolución ante un período de oscura reacción; el renacimiento de la lucha de clases interrumpido bruscamente por la guerra; la revolución de febrero de 1917 y la experiencia de la lucha que llevó a los bolcheviques al poder. Pero, sobre todo, el libro recoge las valiosas lecciones extraídas de la experiencia de la transición tras la conquista del poder por los bolcheviques.
Lo que Lenin describe: la lucha necesaria para afianzar el partido desde su rudimentaria creación hasta que conquista a la vanguardia y luego a las masas; los preparativos sociales y políticos para tomar el poder; la forma en que el partido aprende a demostrar en la práctica su capacidad para dirigir a la vanguardia revolucionaria y a las masas hacia la victoria; todos los preparativos y disposiciones tácticas encaminados a forjar la unidad de las masas revolucionarias y explotar todas y cada una de las divisiones, diferencias y vacilaciones de la clase dominante, determinan también la capacidad del partido revolucionario para dirigir la sociedad durante la transición al socialismo.
La cuestión central es que el método utilizado para conquistar a las masas debe aplicarse constantemente durante la transición para superar las amenazas y los obstáculos, el más urgente y peligroso de los cuales es la feroz resistencia que opone la antigua clase dominante al recién nacido Estado obrero, pero también es necesario superar la amenaza más sutil pero insidiosa que supone la inercia de las viejas relaciones sociales.
Dos años y medio en el poder tras la Revolución de Octubre enseñaron a Lenin preciosas lecciones. El grado de adiestramiento de la vanguardia revolucionaria para aprender a utilizar todas las armas a su disposición es aún más crucial. Cuanto más asimile este método la vanguardia revolucionaria al prepararse para el poder, menos difícil será el aprendizaje de cómo dirigir a toda la sociedad una vez tomado el poder. Aprender eficazmente a aprovechar todas las divisiones, diferencias, tácticas e intereses del campo enemigo puede significar la victoria o el desastre, incluso al contrarrestar la resistencia organizada del capitalismo internacional. Ser capaz de maniobrar y retirarse ordenadamente cuando sea necesario para evitar la batalla en momentos desfavorables también es crucial. La habilidad para estudiar el terreno, las condiciones concretas en las que se libra la batalla, para aprender a entablar y desentenderse, atacar y retirarse de forma ordenada, minimizando las pérdidas; todo ello representa lecciones de valor incalculable. Si queremos ganar la guerra de clases global contra el capitalismo, tenemos que aprenderlas repetidamente estudiando la escuela de estrategia y táctica revolucionaria que fue la Internacional Comunista bajo Lenin.
Por encima de todo, todas y cada una de las revoluciones proporcionarán lecciones inestimables a quienes sean capaces de aprenderlas, y posibilidades que habrá que aprovechar, siempre que hayamos asimilado verdaderamente las lecciones de la lucha revolucionaria que ya están a nuestra disposición.
La historia en general, y la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva y más “astuta” de lo que se imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más avanzadas. Y esto es comprensible, pues las mejores vanguardias expresan la concien- 103 cia, la voluntad, la pasión y la imaginación de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la hacen, en momentos de exaltación y de tensión especiales de todas las facultades humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión y la imaginación de decenas de millones de hombres aguijoneados por la más aguda lucha de clases. De aquí se derivan dos conclusiones prácticas muy importantes: primera, que la clase revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas o aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social (terminando después de la conquista del poder político, a veces con gran riesgo e inmenso peligro, lo que no ha terminado antes de esta conquista); segunda, que la clase revolucionaria debe estar preparada para sustituir una forma por otra del modo más rápido e inesperado.
Todos convendrán que sería insensata y hasta criminal la conducta de un ejército que no se dispusiera a dominar todos los tipos de armas, todos los medios y procedimientos de lucha que posee o puede poseer el enemigo. Pero esta verdad es más aplicable todavía a la política que al arte militar.
El método de Lenin
El borrador de La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo fue finalizado el 27 de abril de 1920. Lenin añadió una posdata el 12 de mayo, que trataba en particular de la noticia de la escisión de los comunistas de ‘izquierda’ del KPD alemán, para formar el Partido Comunista Obrero (KAPD). «Que así sea. En todo caso, una escisión es mejor que la confusión…», comentó Lenin en su estilo típico. Y añadió:
Que los “izquierdistas” se pongan a prueba en la práctica a escala nacional e internacional, que intenten preparar (y después realizar) la dictadura del proletariado sin un partido rigurosamente centralizado, dotado de una disciplina férrea, sin saber 113 dominar todas las esferas, ramas y variedades de la labor política y cultural. La experiencia práctica les enseñará con rapidez.
Lenin no dudaba de que el auge de la tendencia comunista de «izquierda», en muchos países, en ese momento particular de la lucha revolucionaria, provenía de la impaciencia de una parte de la vanguardia. Nunca dudó de que entre esos «izquierdistas» había luchadores entregados a la revolución mundial, y creía que los mejores de ellos podían aprender de la experiencia y ser reabsorbidos en las filas de la Comintern.
Lenin no está hablando del típico revolucionario pequeñoburgués sectario osificado, subido en un pedestal y sermoneando a la clase obrera sobre verdades eternas. Estos tipos son impermeables a la experiencia de la lucha de clases y representan una caricatura grotesca de las «izquierdas» que Lenin intentaba corregir.
Lo que Lenin está destacando es un estado de ánimo impaciente que tiende a desarrollarse en sectores de las capas más avanzadas, que les lleva a una simplificación de las tareas, tácticas y consignas revolucionarias. Esto refleja el nivel de conciencia de dicha capa, que no comprende la necesidad de conectar con las masas más atrasadas y abrirse paso entre ellas, y rechaza la idea misma de que sea necesario hacerlo.
Divertido por la superficialidad de ciertas objeciones, Lenin bromeó irónicamente:
…, los comunistas “de izquierda” nos colman de elogios a los bolcheviques. A veces dan ganas de decirles: ¡alabadnos menos, pero compenetraos más con la táctica de los bolcheviques, familiarizaos más con ella!.
Al negarse a adoptar tácticas que puedan situar al partido revolucionario a la cabeza de las masas, los «izquierdistas» prestan un servicio a la clase dominante al separar a la vanguardia de las masas, exponiéndola así a ataques y facilitando su supresión. Esto podría corregirse mediante la experiencia y una explicación paciente. En muchos casos esto fue lo que ocurrió. Lenin siempre se centró en extraer las lecciones y encontrar la manera de dirigir al partido y a la Internacional en la dirección correcta, explicando pacientemente y proporcionando a los cuadros comunistas una comprensión de las tareas planteadas por la situación concreta, y cómo lograrlas.
En consonancia con el título del libro, Lenin creía que se trataba efectivamente de una «enfermedad infantil», de la que el movimiento comunista se recuperaría y saldría fortalecido. Sin embargo, la única cura contra ese desorden era perseguir una claridad concentrada e intransigente, aun a riesgo de una escisión.
Es importante subrayar el método de Lenin. En el momento de una escisión perjudicial con las «izquierdas», Lenin aconsejaba al mismo tiempo a las fuerzas de la Internacional Comunista que tomaran medidas para impedir que las circunstancias de la escisión con los «izquierdistas» se convirtieran en un obstáculo para la necesaria reunificación de las fuerzas revolucionarias en un futuro inmediato:
Hay que hacer todos los esfuerzos necesarios para que la escisión de los “izquierdistas” no dificulte, o dificulte lo menos posible, la fusión en un solo partido, inevitable en un futuro próximo y necesaria, de todos los participantes del movimiento obrero que defienden sincera y honradamente el poder soviético y la dictadura del proletariado.
Advirtió:
”Algunas personas, sobre todo de las que figuran entre los fracasados pretendientes a jefes, pueden obstinarse durante largo tiempo en sus errores (si carecen de disciplina proletaria y de “honradez consigo mismos”).
Y, de hecho, ese fue el caso de varios de los dirigentes. Pero continuó:
… pero las masas obreras, cuando llegue el momento, se unirán con facilidad y rapidez y unirán a todos los comunistas sinceros en un solo partido, capaz de instaurar el régimen soviético y la dictadura del proletariado.
Lenin, ante esta perjudicial escisión, la utilizaba como una forma de aclarar las cuestiones políticas y preparar así el terreno para la futura unidad de las mejores fuerzas revolucionarias a un nivel superior.
Lenin atribuyó una enorme importancia a La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo y revisó personalmente su publicación en varios idiomas. Se distribuyeron ejemplares del libro (junto con Terrorismo y comunismo de León Trotsky) a todos los delegados reunidos en julio de 1920 para el II Congreso de la Internacional Comunista.
De forma densa y concentrada, Lenin expone las leyes de la revolución, resumiendo la experiencia del bolchevismo, el único partido que había demostrado ser capaz de conducir a la clase obrera a la conquista del poder y retenerlo en una lucha encarnizada. ¿Qué lecciones se podían extraer de la experiencia rusa? ¿Qué podría ayudar a los partidos comunistas de todos los países a arrancar a las organizaciones reformistas la influencia que aún conservan sobre sectores de las masas y a transformarse en fuerzas de masas capaces de conquistar el poder?
El “izquierdismo” es una de las mejores obras de Lenin, en la que aborda con su típica aguda claridad las cuestiones concretas y más candentes a las que se enfrentaba el movimiento revolucionario en un momento de agitación revolucionaria. Sin embargo, la importancia de este libro no es sólo su significado histórico. Representa para los comunistas de hoy una clase magistral de estrategia revolucionaria y una brújula sobre cómo elaborar las tácticas necesarias que correspondan a las condiciones concretas y a los objetivos de la lucha revolucionaria. Son lecciones que los revolucionarios de hoy sólo pueden ignorar por su cuenta y riesgo.
El planteamiento explicado por Lenin conserva toda su validez más de 100 años después. Es el planteamiento que debe adoptar el partido revolucionario para prepararse para el poder. Responde a la pregunta de cómo pueden los comunistas conquistar el apoyo de la mayoría de la clase obrera y de las masas, condición necesaria para intentar la victoria exitosa de la revolución proletaria.
Hoy, el espectro del comunismo -que los capitalistas creían exorcizado tras la caída de la Unión Soviética- vuelve a acecharles. Reaccionan histéricamente denunciando como comunismo todo lo que consideran una amenaza para su sistema. Esta campaña de calumnias y amenazas se intensificará, pues los capitalistas ya están empezando a intentar suprimir el fermento revolucionario que se está gestando en la sociedad. Al hacerlo, están alertando a toda una nueva generación de revolucionarios sobre la necesidad de comprender qué es realmente el comunismo. Lenin saludó estos intentos de demonizar el comunismo por parte de los capitalistas y sus chupatintas y sirvientes a sueldo con alegría y desprecio: «… debemos saludar y dar las gracias a los capitalistas. Trabajan para nosotros». Esto es tan cierto hoy como lo era hace un siglo.
Francesco Merli,
Londres,
3 de abril de 2024