Por Key Denissen
Los políticos del establishment y la prensa han sugerido que el conflicto de Ucrania podría estimular el abandono de los combustibles fósiles. Pero, en cambio, ha impulsado los beneficios de los monopolios energéticos. Sólo la planificación socialista puede combatir la crisis climática.
La guerra en Ucrania ha servido de cobertura a la patronal para todo tipo de ataques contra la clase trabajadora, y el cambio climático no es diferente.
Mientras que los inocentes están atrapados en el fuego cruzado de esta guerra interimperialista, los monopolios de los combustibles fósiles han utilizado cínicamente esta crisis para afianzar sus propios intereses y asegurar sus futuros beneficios.
La «economía verde»
Los gobiernos capitalistas y los medios de comunicación han hecho mucho ruido sobre la oportunidad que ofrece la guerra en Ucrania para acelerar el cambio a una «economía verde».
Anne-Marie Trevelyan, Secretaria de Comercio Internacional del Reino Unido, habló de la necesidad de crear una «economía verde» para «eliminar el combustible ruso de nuestra matriz energética de una vez por todas».
The Guardian ha dado a conocer a todo tipo de «expertos» que exclaman las muchas maneras en que la crisis actual representa una oportunidad para descarbonizar la economía.
En Alemania, los ministros del gobierno han adelantado los planes para generar toda la electricidad a partir de energías renovables en 15 años, hasta 2035. En Estados Unidos, mientras tanto, el secretario de energía de Biden ha proclamado la necesidad de que los países aceleren el paso a las energías limpias, para evitar ser «rehenes de Vladimir Putin».
Si uno creyera en estas promesas, podría ser perdonado por pensar que el fin del cambio climático está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, la realidad es muy distinta.
La realidad de los combustibles fósiles
Aunque las clases dirigentes han hecho todo lo posible por maquillar la crisis de verde, en la práctica han hecho cualquier cosa menos pasar a las energías renovables. Por el contrario, sólo han acelerado el hundimiento en el desastre climático.
No hace ni tres semanas que Boris Johnson se dirigió a regímenes autoritarios, como Arabia Saudí, para pedirles que aumentaran la producción de petróleo.
Frente a nuestras costas, en el Mar del Norte, el gobierno conservador está dispuesto a acelerar las licencias para la exploración de nuevos yacimientos petrolíferos, al tiempo que aumenta la producción en los yacimientos existentes.
En Alemania, el ministro de Economía ha anunciado la construcción de nuevas terminales de gas natural licuado (GNL) a la «velocidad de Tesla».
A pesar de los esfuerzos de los capitalistas por pintar el GNL como una alternativa ecológica, el hecho es que el transporte de lo que en última instancia es un combustible fósil desde Estados Unidos a Europa no contribuye en absoluto a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Además, estas nuevas terminales de GNL tendrían que utilizarse durante un mínimo de 18 a 20 años para que fueran económicamente viables, lo que echaría por tierra las promesas alemanas de una red energética totalmente alimentada por energías renovables para 2035.
En Estados Unidos, el lobby del petróleo también ha aprovechado la crisis para presionar para que se agilicen las licencias de exploración de nuevos yacimientos petrolíferos y para que se reduzca la normativa.
En conjunto, estas maniobras desafían por completo las afirmaciones de que la guerra en Ucrania impulsará el cambio hacia una economía verde.
Aunque sus defensores dirán que estas medidas son necesarias para acabar con la dependencia de la energía rusa a corto plazo, lo cierto es que las infraestructuras de GNL y los nuevos yacimientos petrolíferos tardarán años en hacerse realidad.
Estos proyectos no contribuyen a aliviar la crisis energética o medioambiental del presente. Lo único que hacen es afianzar aún más los combustibles fósiles en nuestra economía, bloqueando el cambio climático para las próximas décadas.
Promesas rotas
Estos subterfugios de la clase dirigente y sus lacayos en el gobierno no son nada nuevo.
Cuando el Primer Ministro del Reino Unido anunció el fin del apoyo estatal a las exportaciones de combustibles fósiles en 2020, la normativa fue inmediatamente recortada en pedazos y plagada de lagunas a instancias del lobby de los contaminadores.
La lista de compromisos climáticos incumplidos por los gobiernos sigue, y sigue, y sigue, ad infinitum.
La realidad es que los gobiernos están al servicio de los intereses de la clase capitalista dominante, no del pueblo ni del planeta. Los políticos siempre darán prioridad a los beneficios de los burgueses, a costa de la clase trabajadora.
Según un informe del Centro de Investigación de la Energía del Reino Unido, la inversión en energías renovables crearía tres veces más puestos de trabajo que los proyectos de combustibles fósiles. En cambio, construyen infraestructuras de petróleo y gas en busca de beneficios a corto plazo.
El desprecio de la clase dirigente por los trabajadores queda demostrado por sus intentos de hacer recaer la responsabilidad de la crisis en los ciudadanos de a pie.
The Guardian ha hecho un llamamiento a una «campaña de cambio de comportamiento» para convencer a los trabajadores de que reduzcan su consumo de energía.
Tim Lord, investigador principal del Instituto Tony Blair, ha pedido que la gente conduzca menos y se pase a los vehículos eléctricos. No explica cómo se pretende que los trabajadores que dependen de sus coches para ir al trabajo -y que seguramente no pueden permitirse coches eléctricos- lo consigan.
Estas «soluciones» deben ser denunciadas con la máxima contundencia. Estos problemas sistémicos requieren soluciones sistémicas. No podemos permitir que los trabajadores de a pie carguen con la culpa. La culpa de la crisis climática es únicamente de los especuladores y de sus servidores en el gobierno.
Solución socialista
La crisis global del capitalismo, de la que forma parte la guerra de Ucrania, no ofrece ninguna esperanza de un futuro pacífico o ecológicamente sustentable para la humanidad.
La única solución a esta crisis es nacionalizar las palancas fundamentales de la economía bajo el control de los trabajadores, y transformar la sociedad en líneas socialistas. Sólo cuando seamos capaces de producir en función de las necesidades sociales, y no del beneficio privado, podremos poner fin a la destrucción de nuestro planeta.
Pero tal hazaña es imposible mientras la propiedad y el control de la economía estén en manos del 1%. Los gobiernos capitalistas siempre actuarán para preservar los beneficios de los monopolios energéticos, sin importar el coste para el resto de la humanidad.
Un gobierno obrero nacionalizaría los monopolios energéticos y los pondría a disposición de toda la sociedad. Sólo entonces pondremos fin a la carrera hacia el abismo y crearemos una economía al servicio de todos, no únicamente para los intereses de los súper ricos.
Combinando las mejores mentes científicas con las capacidades de los trabajadores en la industria, bajo el control democrático de los trabajadores, podemos poner todas las capacidades y recursos tecnológicos de la sociedad al servicio de la humanidad y del planeta.
A menos que el sistema actual sea destruido por completo y se construya uno nuevo en su lugar, seguiremos marchando hacia la extinción global. La única solución es la revolución.