Éstas son las notas de la participación de nuestro camarada Carlos Ricardo Márquez en la Universidad Marxista Internacional 2020. Aquí se incluyen algunos elementos que por razones de tiempo no se pudieron dar durante el debate la sesión del marxismo y religión.
Engels dijo en alguna ocasión que la historia del cristianismo primitivo ofrece curiosos puntos de contacto con el movimiento obrero moderno. El cristianismo nació como la religión de los esclavos y de los pobres con un carácter revolucionario y comunista.
A la postre el cristianismo sería cooptado y convertido en religión oficial. La iglesia se convertiría en instrumento de dominación de las distintas clases explotadoras.
Más que los designios de dios, son los hechos de los hombres en sociedad los que han marcado el devenir y las divisiones de la iglesia. En algunos momentos la lucha de clases se ha expresado abiertamente en las distintas tendencias religiosas. Las tradiciones revolucionarias y comunistas del origen del cristianismo han emergido en más de una ocasión. Esto lo podemos ver con Thomas Müntzer en Alemania en medio de la reforma luterana. Federico Engels dice que si la filosofía de Müntzer se acercaba al ateísmo, su doctrina política lo hacía al comunismo (ver: La reforma luterana y la lucha revolucionaria de Thomas Müntzer). Un ejemplo más reciente es la Teología de la liberación que fue un movimiento con enorme fuerza en América Latina, involucrando a un gran número de sacerdotes pero también a miles y miles de obreros y campesinos creyentes.
En el siglo XX el mundo cambió radicalmente. Se vivieron dos sangrientas guerras mundiales, la revolución rusa, su degeneración estalinista y el avance del socialismo deformado por Europa del Este. En un mundo que cambió, la iglesia se vio obligada a reformarse, por eso llamó al Concilio Vaticano II en 1963. Lejos de solucionar sus contradicciones la iglesia se dividió, un tercio de los sacerdotes renunciaron, escindiéndose a la derecha. A la izquierda se desarrollaría también un ala. En Latinoamérica ésta se comenzó a configurar en el convulsivo año de 1968 en una reunión de arzobispos en Medellín, Colombia. Hablamos de la Teología de la Liberación que tiene como antecedente inmediato el proceso que encabezó el joven sacerdote Camilo Torres en Colombia.
Camilo Torres fue influido por el movimiento obrero cuando estudió en Francia. Se volvió un referente académico con gran influencia en el estudiantado y un líder político de masas que chocaría con el clero al grado de tener que renunciar a su sacerdocio. Ante la represión estatal vio que todas las vías de transformación estaban cerradas y fue por ello que se uniría a la guerrilla donde en pocos meses, este importante líder de masas sacrificaría su vida en su primer combate guerrillero en 1963.
Camilo abogaba por el amor pero lo rechazaba como un acto individual. Decía que el amor se materializaba en la revolución y por tanto en la lucha colectiva por la transformación de una nueva sociedad igualitaria.
La Teología de la Liberación tiene su auge en las décadas de 1970 y 1980. En realidad debemos hablar de las teologías de la liberación porque existen distintas concepciones teológicas elaboradas por sacerdotes como el peruano Gustavo Gutiérrez Merino; los brasileños Leonarfo Boff y Hugo Assaman; John Sobrino o Ignacio Ellacuría en El Salvador; los hermanos Cardenal en Nicaragua, etc. Pero todos ellos plantean la opción preferencial por los pobres.
En su concepción teológica rescatan el actuar revolucionario de Jesucristo. Ven al cristianismo primitivo en su contexto de lucha de clases. El cristianismo en general reivindica a los pobres y plantea la caridad. La teología de la liberación se pregunta además las causas de la pobreza. Como diría Don Helder Camara, obispo brasileño: “Cuando doy de comer a los pobres, dicen que soy un santo, cuando denuncio las causas de la pobreza, dicen que soy comunista”.
Los teólogos de la liberación explican la sociedad en que vivimos y así varios de ellos retoman elementos del análisis marxista. Para combatir la causa de la pobreza se plantearon la transformación social y la lucha por el paraíso en esta tierra. En contextos de enorme lucha de clases los seguidores de la teología de la liberación no solo justificaron la revolución sino que también se sumaron a ella.
Como se ve, la Teología de la Liberación fue más lejos que un debate teológico. Muchos sacerdotes se comprometieron con la causa de campesinos y obreros. El sacerdote Rutilio Grande jugó un papel dirigente en la creación de la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS) que sería importante para la conformación de las grandes organizaciones de masas en El Salvador en la década de los años 70. La teología de la liberación es además un movimiento de masas pues se crean Comités Eclesiales de Bases donde se organizaron miles de trabajadores religiosos que luchan por igualdad social. Como explicamos, ayudó a la organización de los obreros y campesinos.
Éste movimiento, en la lucha revolucionaria a finales de los 70 y los años 80 en Centroamérica jugaría un papel relevante. El movimiento adquirió tal fuerza que desde la base rompió viejas estructuras eclesiales y fue difícil de eliminar por la estructura conservadora de la iglesia. Uno de sus representantes, Ernesto Cardenal, jugaría un papel en la revolución nicaragüense y formaría parte del primer gobierno sandinista.
En el Sur de México podemos destacar a Samuel Ruiz, llamado Tatik, caminante. Fue defensor de los indígenas en Chiapas, Estado donde después se conformaría el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional.
En El Salvador el ambiente revolucionario impactó en un arzobispo impuesto por el alto clero bajo presión de la oligarquía en 1977: Oscar Arnulfo Romero. Pero impactado por un pueblo que sufriría la explotación y la represión daría un giro de 180°. Rompería con las 16 familias que gobernaban El Salvador y se convertiría en la voz de los sin voz.
Monseñor Romero Denunció la represión estatal. Siendo católico creía en la conversión de los hombres y llamaba a los oligarcas a quitarse los lujosos anillos antes de que el pueblo les cortara las manos. Dijo que era pecado mortal que un obrero o campesino no se organizarse y justificó el derecho del pueblo a la insurrección. Mientras fue arzobispo fueron asesinados 6 sacerdotes ligados a la lucha de obreros y campesinos. El Papa Juan Pablo II no quiso escuchar sus denuncias sobre estos asesinatos. En medio de la represión, la situación se tornó abiertamente revolucionaria y había que acallar la voz de Monseñor Romero, quien fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por un escuadrón de la muerte.
El rector de la Universidad Centroamericana (UCA), el sacerdote de origen vasco, Ignacio Ellacuría, también levantó la voz por los pobres. Al final de la guerra serian asesinados él junto con otros 5 sacerdotes jesuitas y sus trabajadoras domésticas, que fueron las que recibieron mayor brutalidad del escuadrón de la muerte que los ejecutó.
La teología de la liberación mostró que las tradiciones revolucionarias del origen del cristianismo siguen aún vivas. Su creación estuvo íntimamente ligado a un entorno no solo de pobreza sino de una intensa lucha de clases. Los sacerdotes comprometidos con el pueblo influyeron a la lucha de clases y la lucha de clases influyó en ellos.
Aunque este movimiento refleja el espíritu del auténtico cristiano se enfrenta desde el inicio a la represión del aparato eclesiástico. Un caso representativo es el de Leonardo Boff, el teólogo brasileño, que sería silenciado y obligado a abandonar el sacerdocio. Pero la imagen más representativa de la represión es la visita de Juan Pablo II a Nicaragua tras el triunfo de la revolución sandinista. El papa regañaría a Ernesto Cardenal en 1983 frente al pueblo que cargaba banderas rojinegras y con el rostro del Che Guevara. Tras esto se lanzó una ofensiva apoyada por Juan Pablo II y dirigida por Ratzinger para desmantelar al movimiento de la teología de la liberación, el propio Ernesto Cardenal sería suspendido del sacerdocio en 1992.
Otro elemento que explica el declive de este movimiento es la represión estatal y la derrota de los procesos revolucionarios centroamericanos. Era el tiempo de la guerra fría y Ronald Reagan declararía como uno de sus objetivos eliminar éste movimiento en su lucha contra el “comunismo”. Los sacerdotes fueron reprimidos junto con el conjunto del movimiento obrero, algunos fueron asesinados y son parte de los mártires del movimiento obrero y debemos reivindicarlos como tal.
A las causas del declive de este movimiento hay que sumar el reflujo vivido tras la caída de la URSS.
En este momento una capa de sacerdotes y creyentes en América Latina mantienen la tradición de la teología de la liberación y otros se sensibilizan frente a los problemas del sistema. Vemos sacerdotes involucrados en proteger a migrantes, en apoyo a los indígenas, que denuncian y buscan justicia contra los abusos de pederastia de la iglesia y demás. Sin una base teórica lo suficientemente clara una capa de sacerdotes y creyentes religiosos combaten los abusos del sistema y no a la causa real que es el sistema mismo. Algunos otros elementos han caído abiertamente en las garras del postmodernismo. Nosotros tenemos que hacer la misma crítica política que hacemos en general contra las distintas posiciones que se plantean en la lucha de clases. También sigue existiendo una minoría se sacerdotes y religiosos que vienen de la Teología de la Liberación que se plantea como objetivo claro un cambio de sistema, la lucha por el socialismo.
Un creyente que aspire a un mundo de igualdad en esta tierra no encontrará mejor herramienta teórica que el estudio del marxismo y se debe plantear con claridad el objetivo de acabar con el sistema capitalista y su estado represor.
Nosotros luchamos por un mundo sin explotación ni violencia, por que no existan ricos ni pobres sino un mundo de fraternidad e igualdad social. Para ello es necesario acabar con el sistema de explotación capitalista. Esta lucha se llevará a cabo por un amplio movimiento de los trabajadores que incluirá a obreros creyentes y no creyentes. Lo importante es la unidad de los trabajadores en base a un programa revolucionario. Las diferencias filosóficas que tenemos con la teología de la liberación y la religión en general las podemos seguir debatiendo amistosamente hoy y en el futuro socialista, pero éstas no deben ser obstáculo para unirnos, para acabar juntos con el sistema capitalista.
Como Lenin diría en su artículo Socialismo y Religión:
“Sería una limitación burguesa olvidar que el yugo religioso que oprime a la humanidad es sólo un producto y un reflejo del yugo económico en el seno de la sociedad. Ningún folleto y ninguna prédica podrían esclarecer al proletariado, si no es esclarecido por su propia lucha contra las oscuras fuerzas del capitalismo. La unidad en esta lucha verdaderamente revolucionaria de la clase oprimida por la creación de un paraíso en la tierra es más importante para nosotros que la unidad de opinión del proletariado acerca del paraíso celestial”.
Estamos entrando a un nuevo proceso de revolución y contrarrevolución.
Lo antes incuestionado hoy se cuestiona, incluyendo la religión. La iglesia católica ha entrado en crisis en muchos países donde han perdido miles de creyentes y credibilidad con escándalos como la pederastia. En medio de estas fisuras y de la perspectiva de lucha de clases se pueden abrir nuevas grietas y podríamos ver también dentro de las distintas religiones movimientos revolucionarios. Nosotros tendremos una actitud amistosa y lucharemos juntos con ellos contra el capitalismo.