La violencia a la mujer no es un problema individual o que aparezca esporádicamente, sino que es un problema social, que ha perdurado a lo largo del tiempo y que una gran parte de las mujeres del mundo lo sufren. Se trata de una cotidianidad lacerante que tenemos que detener, al igual que muchos otros problemas, como la pobreza, la falta de empleo, la desigualdad salarial, la desaparición forzada, entre un sinfín de precariedades que el sistema capitalista produce.
Dentro de la educación tradicional hacia la mujer, nos han enseñado a enfrentar la violencia, en un primer momento, de forma individual, generando sentimientos de culpa, “me paso por salir tarde de trabajar, por usar ropa provocativa, porque me gusta andar con los hombres, porque hay problemas familiares, porque nuestra relación no va muy bien, etc.” Todos estos planteamientos denotan la visión que se tiene de la violencia, como un aspecto individual, o de pareja, sin embargo, la violencia en las relaciones intrafamiliares o de pareja, no es resultado de un comportamiento, de la ropa que se usa, de los malos sentimientos de una persona, es por el proceso de descomposición general que hay. Es el enloquecimiento colectivo en una sociedad que se pudre, pues esta rompe los límites de la casa y se manifiesta de forma brutal en las calles, en las escuelas, centros de trabajo, en todas partes. Por eso no se puede combatir a la violencia con llamados de atención, guardar silencio o esperar que cambie tu agresor.
La ignorancia, desesperación, el rencor, egoísmo, los celos, la desconfianza, el machismo (sentimiento general de que el hombre vale más que la mujer, que es más fuerte y puede disponer de la mujer a su antojo, porque el hombre domina y tiene dinero), todo se eleva por el aire y hace que las condiciones, de por sí brutales, se conviertan en un infierno. En este periodo todo lo peor sale a la superficie, porque es lo cotidiano en una sociedad en descomposición, se puede decir que es un grado máximo de enajenación.
El machismo es una enfermedad de la sociedad capitalista, se ha engendrado por miles de años en una sociedad dividida en clases. Se reproduce, no solo por los hombres, sino también por las mujeres, es una parte de la ideología de la clase dominante, por ende, es parte de lo que se enseña en las escuelas, de lo que reproduce el Estado, se reproduce en los medios de comunicación y en la iglesia; como consecuencia no se puede esperar que un cambio personal o cultural de algunos pocos rompa con la educación o enseñanza de miles de años. Es una forma de mantener a la sociedad dividida y desorganizada para que el control de la burguesía perdure, particularmente de los hombres de la burguesía.
La mujer, desde hace siglos, ha significado la propiedad privada del hombre, por el papel que juegan en la sociedad, no se toma en cuenta su trabajo en la casa, en el ámbito laboral está subordinada a los trabajos de los hombres, es tomada como un apéndice. Es decir, es desvalorizada en todos los aspectos, no solo económicos, sino moral, político, intelectual y se coloca en una posición de vulnerabilidad general frente a los hombres y la sociedad.
A partir de una sociedad dividida en clases, la mujer pasó a ser la esclava individual del hombre, siempre dispuesta a satisfacer sus necesidades más bajas, a costa de la dignidad y personalidad de la mujer. El machismo deriva precisamente de la sociedad dividida en clases, y ha existido durante mucho tiempo, incluso antes del capitalismo, pero el hecho de que hoy, particularmente la situación de la violencia a la mujer sea mayor y más visibilizada, no es porque apenas aparezcan los resultados del machismo y la violencia que este engendra hacia la mujer. Ahora con las redes sociales es más fácil denunciar, las mujeres han dado pasos al frente en la defensa de sus derechos y denuncian las agresiones de las que son víctimas, cada vez se vuelven más fuertes en el terreno de la cotidianidad y no se dejan, pero lo fundamental de la exacerbación de la violencia viene de otra parte, de una sociedad en que los cauces para evitarla se han perdido, donde nadie respeta las leyes mínimas de convivencia.
Desde que se comenzó la guerra contra el narcotráfico, el estado capitalista -que es el que mantiene el monopolio de la violencia y que se encarga de mantener la civilidad mínima para hacer avanzar los negocios de la burguesía- ha perdido el control real de las cosas, además, la burguesía y el imperialismo han utilizado esta guerra civil para mantener a salvo sus negocios y no tienen ningún interés de cortar la violencia, porque esta justifica un estado de militarización, miedo y secularización.
Es en este ambiente donde los que tienen la fuerza, los grupos del narco mejor armados, son los que controlan y asumen el papel del estado, donde la ley de la selva es lo que prima, no es raro que la fuerza se imponga en las instituciones, en la sociedad, en la familia, en las relaciones de pareja. No solo es el machismo, no solo es la crisis del capital, la que lleva a un grado de locura, deformación y psicopatía de la gente, sino que se trata de una enfermedad social que contagia a todas las capas de la sociedad, incluida la familia. Como las mujeres, los niños y los jóvenes son los más indefensos, los que menos organizados están, los más débiles en términos de fuerza bruta, los que no están armados, pues son los que pagan con más sangre este proceso de brutalidad y odio.
Terminar con la violencia no es sencillo porque no se trata de normas de convivencia, ni de comportamiento personal, es un problema estructural que solo va a terminar definitivamente con el derrumbe del capitalismo y su estado patriarcal. Hay quienes aducen que el problema es por la crisis de masculinidad, por problemas culturales o de enseñanza, pero la realidad es, que el problema es la más cruda descomposición del sistema de producción capitalista.
Una vez dicho esto, nuestro planteamiento no puede ser el esperar a que la revolución socialista se presente. Esa no es una posición revolucionaria, tenemos que ir avanzando y conquistando espacios, victorias dentro de este sistema para hacer la opresión menos violenta. Es por eso que, nuestra tarea es sentar las bases de la organización política que nos permita luchar por derechos básicos en el marco de la sociedad burguesa, como la igualdad entre hombres y mujeres, en las cuestiones salariales y derechos laborales, la necesidad de que las mujeres decidan sobre su cuerpo -sí al aborto legal y gratuito, etc.-, por leyes que ayuden a visibilizar de forma más clara la violencia, etc.
No nos oponemos a los centros de apoyo a la mujer, o al hecho de que exista la alerta de género, los protocolos de género en escuelas, centros de trabajo, etc., nuestra intervención debe apoyar estas medidas reivindicativas inmediatas que, aunque no resuelven el problema de fondo, nos ayudará a entender mejor que el problema de la violencia contra la mujer no se terminará por tener más leyes o derechos, que el problema no son más o menos leyes, sino el capitalismo.
El gran problema del que partimos ahora mismos como organización es que el gran movimiento de mujeres que se ha levantado por olas en el último periodo, busca instintivamente frenar la violencia a la mujer de forma equivocada, aducen cambios culturales, organización de mujeres separadas y una guerra permanente contra los hombres. Eso no sirve. Nuestra tarea es hacer avanzar el nivel de conciencia del momento en general al mismo tiempo que las pequeñas fuerzas de los marxistas logran fortalecerse. Para lograr este objetivo tenemos que desarrollar consignas de transición, la cuales nos ayuden a enlazar las demandas actuales contra la violencia, con demandas que nos permita explicar que bajo el capitalismo no hay salida. Algunas de estas consignas de transición pueden ser: el establecimiento de asambleas mixtas en centros de trabajo, escuelas y colonias para discutir la problemática de la violencia a la mujer, esta misma asamblea asumir las tareas de seguridad en zonas de violencia -esto lo que implica de forma directa son comités de seguridad, comités de autodefensa o policías comunitarias en las regiones más violentas y donde más atacan a mujeres-; estás mismas asambleas pueden convertirse en tribunales populares, cuando se agarre a un agresor y tomar las medidas pertinentes para sancionar, requisar sus bienes para ser utilizados para el mismo movimiento; requisar bienes inmuebles de violadores y feminicidas para conformar Casas de Paz, donde el gobierno tenga la obligación de dar apoyo económico a estos espacios y que se brinde apoyo psicológico, legal, económico y de cualquier otro tipo a toda mujer violentada. Estos espacios deberían estar organizados por las asambleas barriales contra la violencia. etc.
Creemos que abriendo el debate sobre estas ideas y consignas podemos ir ganado a los sectores más conscientes del movimiento de mujeres y ganarlas para la lucha por el socialismo.