El capitalismo se enfrenta a una de las peores crisis de la historia. La pandemia del coronavirus ha traído consecuencias inesperadas y ha incidido negativamente en la economía mundial ante el asombro de las élites económicas y la gran burguesía. Sin embargo, la raíz de la situación en la que nos encontramos no reside en el virus, sino en que las contradicciones que el capitalismo alberga en su seno se han intensificado.
Estas contradicciones fundamentales a las que se enfrenta continuamente el capitalismo son la propiedad privada y el estado nación. Representan un obstáculo insuperable al desarrollo de las fuerzas productivas porque la defensa de los intereses económicos de cada nación va en contra de la tendencia creciente de globalización e interconectividad de la economía mundial, mientras que al mismo tiempo cada país depende cada vez más del intercambio internacional para sobrevivir y prosperar. La contradicción entre la globalización y la necesidad de crecer para seguir sacando ganancias y los límites de la propiedad privada y el estado-nación llevan, en ocasiones, a que los países adopten medidas proteccionistas.
El mito de la competencia y la acumulación de capital
Hay que romper con el mito de que la sociedad prospera en base a la competencia. El lema que siempre escuchamos es: “la supervivencia del más fuerte”. Esta idea plantea que la competencia entre las empresas es el formato más eficaz y equitativo de producción: los mejores productos o mejores empresas ganan sobre sus competidores. Sin embargo, como explicó Lenin en su obra Imperialismo, la competencia en un momento dado se convierte en su contrario: el monopolio. Las grandes empresas vencen a las pymes porque pueden producir más mercancías a menor coste. Así, absorben a sus competidores, acumulan más riqueza y aumentan la capacidad de producir más por menos hasta que tienen el control total del mercado y aniquilan a la competencia.
Este proceso orgánico del mercado libre ha creado los monstruos internacionales de Walmart y Amazon. Walmart tiene stock de productos en más de 70 países, 11.000 tiendas en 27 países y 2,2 millones de empleados. Amazon tiene 750.000 empleados, pero sus oficinas, almacenes, tiendas y centros de data equivalen a 26.700.000 metros cuadrados. Como líderes de sus mercados respectivos pueden controlar el precio de los productos y sus llamados ‘competidores’ no tienen más remedio que seguir su línea fielmente. Al fin y al cabo, nadie va a comprar el producto de un competidor si cuesta más que en Amazon. Las empresas más pequeñas tienen que reducir sus precios para mantenerse a flote, pero no tienen la capacidad de sobrevivir con precios tan bajos y terminan en quiebra. En este momento Amazon compra a su competidor y absorbe su porción del mercado. Esta táctica se llama la estrategia de la caza de gacelas y, por cierto, en el reino animal cuando un león mata una gacela nadie describe esto como una competencia limpia.
Un estudio elaborado en 2016 por la Fundación Global Justice Now revelaba los ingresos de las mayores compañías mundiales y los cruzaba con el PIB de los países. Los datos eran más que esclarecedores. El valor combinado de las mayores 10 multinacionales era comparable al producto interior bruto de los 180 países más pequeños del planeta, un grupo que incluye a Irlanda, Indonesia, Israel, Colombia, Grecia, Sudáfrica y Vietnam.
Según el diario El País “esa tendencia hacia la consolidación se ve en la evolución de la demografía del mercado durante los últimos 15 años. El parqué de Wall Street contaba con cerca de 6.800 empresas cotizadas en 1997. Ahora son la mitad. En paralelo, los ingresos de las 100 empresas más potentes de la clasificación anual que hace la revista Fortune pasaron en ese periodo de representar un 33% del producto interior bruto al 46%.” La tendencia a la concentración de capital en cada vez menos manos es evidente. Que un puñado de empresas tengan en su poder tal cantidad de recursos vulnera cualquier idea de democracia que la burguesía quiera vender. Estas cantidades de recursos se traducen en enormes influencias, corrupción y en la posibilidad de poner sobre la agenda de los gobiernos políticas que beneficien a estas empresas y no a la clase trabajadora.
La clase burguesa entera a nivel internacional no confía en la competencia y el libre mercado para proteger sus intereses. Como dijo el empresario y especulador Peter Thiel “la competencia es para los perdedores”. Cada año la élite mundial se reúne en la cumbre de Davos no para ‘competir’ sino para cooperar. El año pasado su orden del día contuvo temas de discusión como: «economías más justas»; «cómo salvar el planeta»; «tecnología para el bien»; «el futuro del trabajo»; y «más allá de la geopolítica». Mirando más allá del eufemismo vemos que la burguesía está preocupada por potenciales explosiones sociales provocadas por la desigualdad; la crisis climática; dominio prepotente de los monopolios tecnológicos; contradicciones de la automatización bajo el capitalismo; y el choque entre países imperialistas rivales y la ruptura del statu quo. Las reuniones anuales en Davos para ponerse de acuerdo sobre todo tipo de asuntos son una muestra práctica de que la libre competencia realmente no existe. La enorme acumulación de riqueza en monopolios en la interminable persecución de beneficios conlleva una serie de contradicciones mencionadas arriba que obligan a los líderes del mundo a reunirse y planear cómo superar estas contradicciones para mitigar el impacto a sus beneficios y evitar el colapso de su sistema.
No solo existe esta cumbre para organizar y planear los intereses de los grandes capitalistas a nivel internacional, sino que también hay planificación y control en cada nivel del sistema para intentar aminorar la anarquía del mercado. De ahí la existencia del Banco Mundial y el FMI que representan el control económico mundial de la burguesía. Más próximo a nosotros se encuentra el BCE, y en cada país hay un banco central que interviene en la economía cuando ‘la mano invisible’ todopoderosa, sabia y eficaz lleva a la economía a un punto crítico de crisis.
Planificación interna vs anarquía del mercado
La creación de monopolios con cada vez más cantidad de riquezas y concentración de fuerzas productivas implica que la producción se vuelva cada vez más compleja y requiera un mayor grado de organización. De ahí que las grandes empresas planifiquen con gran detalle y recursos su producción internamente para ser lo más eficaces posibles y así sacar los mayores beneficios. Dentro de Walmart, por ejemplo, hay equipos enteros dedicados a planificar todos los detalles de su negocio con el uso de grandes datos para entender la demanda y determinar objetivos de producción. ¡En base a este modelo de organización su “economía interna” equivale al PIB de Suecia! Vemos, así como Walmart tiene una economía planificada interna porque es el mejor formato para maximizar sus beneficios y mitigar el impacto negativo e impredecible del mercado.
Los empresarios han escogido la planificación de sus empresas como la forma más eficaz de sacar beneficios. Esto implica también que colaboren entre ellos para explotar a la clase obrera lo máximo posible. Pero paradójicamente este proceso de monopolización y planificación interna crea condiciones favorables para la construcción de una economía planificada democráticamente a nivel global bajo control obrero que se concentre en lo que las masas necesitan y no en los beneficios de unos pocos. ¡En el crack de 2008 Walmart generó $405 mil millones, suficiente para comprar Bangladesh! ¡El dueño de Amazon Jeff Bezos tiene suficiente riqueza personal para abolir la pobreza mundial! Si se expropiara la riqueza de tan solo estas dos empresas, se podría avanzar de manera vertiginosa en cubrir las necesidades de la sociedad. Pero si se expropiara a todos los ricachones del mundo se podría decidir colectivamente las cosas que se necesita y cómo distribuirlas. De cara a la pandemia, por ejemplo, se podría fabricar miles de ventiladores, mascarillas, guantes, etc. Se podría asegurar la recolección de toda la fruta y verduras y utilizar las redes de distribución para alimentar a la población. Los científicos podrían colaborar y compartir recursos y sus estudios para desarrollar una vacuna y más allá desarrollar los métodos de prevención para disminuir la frecuencia de las pandemias futuras.
En la práctica se demuestra que la planificación interna de Walmart y Amazon es más eficaz que la anarquía del mercado. Pero todavía no sirve a los intereses de los trabajadores que crean la riqueza, sino que sirve a los intereses de los CEO y la burguesía. De ahí que la planificación de Walmart esté basada en el control autoritario y no democrático que de hecho contiene sus propias contradicciones y límites a la capacidad productiva. Los trabajadores de Walmart y Amazon tienen miedo de no cumplir con los objetivos planteados por los jefes así que arriesgan su salud o manipulan los datos para no perder su puesto de trabajo y esto conlleva la ineficiencia. La conclusión lógica entonces es que bajo el control obrero democrático con un plan de producción socializado orientado hacia las necesidades básicas de la población, el potencial de las fuerzas productivas sería enorme y el avance de la sociedad en general, a base de la colaboración y cooperación y no en base a la competencia, inimaginable.
¿Un giro hacia el proteccionismo?
Durante los años treinta, tras el crack de la bolsa bursátil de Wall Street de 1929 y la Gran Depresión que le siguió, la mayor parte de los países abandonaron el patrón oro como sistema monetario y comenzó un periodo de escalada de devaluaciones de la moneda para intentar ser competitivos en un comercio mundial cada vez más debilitado. Esta política de empobrecer al vecino condujo a una guerra comercial con la subida de aranceles en todas las fronteras con el objetivo de proteger la industria nacional. Esta política, por un lado, agravó la situación económica y, por otro lado, puso de manifiesto el freno que supone la existencia del Estado-nación al avance natural del capitalismo.
En la actualidad, podemos vislumbrar nuevas sombras de la fracasada política proteccionista. El voto a favor del Brexit, la victoria de líderes políticos como Donald Trump, la reciente guerra comercial entre EE. UU. y China o el auge de partidos populistas como La Liga de Salvini en Italia con políticas proteccionistas y nacionalistas son claros ejemplos de este proceso. El proceso globalizador ha desplazado empleo desde Europa y EE. UU. hacia Asia y América Central ya que los capitalistas pueden extraer mucha mayor plusvalía de estos trabajadores debido a la explotación a la que son sometidos. La deslocalización de grandes multinacionales conlleva que una parte de la clase trabajadora de Europa y EE. UU., ante la incertidumbre y la falta de empleo, se expresen a través de partidos como los mencionados anteriormente, que prometen medidas proteccionistas como la protección de la industria nacional, la repatriación de empresas nacionales o el incremento de aranceles. Bajo el capitalismo ni la globalización ni el proteccionismo ofrece mejores condiciones de vida. Más bien abre aún más la brecha entre una burguesía cada vez más rica y la clase trabajadora cada vez más empobrecida.
La crisis del Coronavirus ha puesto de relieve estas contradicciones intrínsecas del capitalismo: la propiedad privada y el Estado-nación. Por un lado, hemos presenciado como la propiedad privada de los medios de producción no es capaz de responder a las necesidades fundamentales de la sociedad provocadas por la crisis sanitaria (como la alimentación). Por otro lado, la existencia del Estado-nación ha impedido elaborar políticas comunes para hacer frente a la pandemia o movilizar recursos eficientemente de una manera coordinada. La crisis sanitaria parece haber abierto enormes fisuras en el seno de la Unión Europea, concretamente, entre los países del norte y los del sur de Europa. El gobierno de Sánchez exigía la puesta en marcha de los “coronabonos”, es decir, títulos de deuda mutualizada para financiar la dañada economía. Sin embargo, esto significaría que países como Alemania, Holanda, Austria y Finlandia (que se han opuesto contundentemente a este plan) tendrían que sufragar con su dinero la recuperación de la economía de los países más afectados por el Coronavirus. El choque frontal de intereses entre economías más solventes como las del norte de Europa y más debilitadas como las del sur, en un contexto de profunda crisis del capitalismo, abrirá grietas profundas en el seno de la Unión Europea que podrán concluir en su colapso total.
El virus del COVID-19 ha revelado todas las contradicciones y la podredumbre en la que se encuentra sumido el capitalismo, especialmente, en la última década y media. Tiempo atrás, en los países occidentales, si un trabajador “trabajaba duro”, podía adquirir una vivienda, tener un sueldo medianamente digno y la posibilidad de mandar a sus hijos a la universidad, y disfrutar de una jubilación decente. Hoy en día, las condiciones de vida se han recrudecido. Estudiar no te garantiza un futuro digno, el acceso a la vivienda para los jóvenes y trabajadores es extremadamente complicado, los salarios son cada vez más bajos y los trabajos cada vez más precarios. Una nueva generación de jóvenes y trabajadores han sido testigos de la decrepitud a la que se enfrenta el sistema capitalista.
Estas contradicciones del capitalismo tienen como resultado que la acumulación de riqueza acabe en las pocas manos de los dueños de monopolios. Los monopolios intentan superar estas contradicciones internamente con la planificación de sus “economías internas” con el motivo de conseguir más beneficios con la medida más eficaz. Sin embargo, estas contradicciones son insuperables por los capitalistas. La evidencia clara es el ciclo cada vez más grave de crisis económicas agravadas por el proteccionismo. Además, la competencia es un mito: no desarrolla las fuerzas productivas y las élites capitalistas del mundo tampoco compiten, sino que se reúnen y colaboran.
La realidad es que logramos mucho más cuando cooperamos. De ahí que la planificación económica es un modelo superior gracias al enfoque en la cooperación para cumplir con las necesidades de todos. Más allá de esto es que la monopolización y alta planificación interna junto con la interconexión de la economía mundial provee la base de la socialización de la producción. Con la expropiación de grandes empresas internacionales como Walmart o Amazon, tan planificadas internamente, puestas bajo control obrero nos darían las herramientas para abastecer el mundo con sus redes tan amplias e interconectadas.
La clase obrera debe movilizarse bajo la dirección de un partido revolucionario para expropiar las palancas fundamentales de la economía y ponerlas al servicio de la mayoría bajo la gestión democrática de los trabajadores. Una sociedad socialista con el fin de satisfacer las necesidades básicas de la población y eliminar la explotación que sufren millones de trabajadores sería capaz de maximizar el potencial de las fuerzas productivas y fortalecer la base material de una sociedad más avanzada, justa y libre bajo la bandera del comunismo.