A 100 años de la muerte de Lenin, el genio revolucionario que cambió el rumbo de la historia gracias a sus brillantes aportaciones teóricas, su realismo revolucionario y su inquebrantable tenacidad, es necesario celebrar y estudiar seriamente su legado. En este artículo nos enfocaremos en la cuestión del partido, un tema central en su obra y práctica política.
La necesidad histórica del Partido Comunista
Lenin entendió mejor que nadie el papel decisivo del partido comunista en la lucha de clases. Se puede decir categóricamente que la Revolución Rusa de 1917 no hubiese culminado en la toma del poder por los Soviets sin la dirección del partido bolchevique, con Lenin y Trotsky a su cabeza. Desafortunadamente, se puede decir lo mismo en sentido negativo: la ausencia de un partido bolchevique de masas en la gran mayoría de revoluciones del siglo pasado fue lo que provocó que estas acabaran en derrota.
En el caso de las pocas victorias, como en China o la Europa del Este después de la 2ª Guerra Mundial, el Estado Obrero que se fecundó nació degenerado, es decir, sin Soviets de masas ni democracia ni control obrero. Su forma y contenido se inspiraban y asemejaban al estalinismo, esa caricatura burocrática del socialismo, y no al genuino bolchevismo de los primeros años de la URSS. La máxima de Trotsky, a decir, que la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria, se ha confirmado una y otra vez.
Esto es así porque la clase obrera en su conjunto no llega automáticamente a conclusiones revolucionarias. Aunque los miembros de la clase obrera tienen intereses comunes, que se derivan de su posición social y papel en la producción, y que por tanto le confieren un carácter homogéneo en sus objetivos históricos y métodos de lucha, es igualmente cierto que existen diferentes capas que la conforman, y que por tanto existe un elemento de heterogeneidad en su composición.
A rasgos generales se puede hablar de destacamentos avanzados, con conciencia de clase y anticapitalistas, capas medias con instinto de clase y capas atrasadas, sin conciencia de clase. Cada una de estas capas juega un papel distinto en la lucha de clases, de vanguardia o de freno, de actividad frenética o apatía, etc. Pero este esquema y su composición numérica y carácter no son estáticos, sino que están en constante movimiento, sujetos por encima de todo a las condiciones objetivas. En períodos de inestabilidad sistémica, y sobre todo de grandes sacudidas como las guerras y las revoluciones, la conciencia de millones de proletarios da saltos cualitativos hacia delante. Pasa lo mismo en el transcurso de luchas intensas, en las que la clase se organiza, flexiona sus músculos y se reconoce como lo que es, la clase que lo produce todo bajo el capitalismo.
Pero incluso en los casos en que una parte sustancial de la clase obrera, como consecuencia de los acontecimientos, saca conclusiones revolucionarias, no tiene un programa acabado, ni tácticas ni estrategia definidas. En otras palabras, esta falta de preparación previa es una viva muestra de que no es posible improvisar la toma del poder y su defensa al calor de la guerra entre las clases. Hay que construir por adelantado el partido capaz de llevar a cabo esta tarea.
Un partido de cuadros y partido de masas
Lenin desarrolló la comprensión marxista de estos problemas. Partiendo del principio marxista de que la revolución debe tener un carácter de masas, de que deben ser las propias masas las que tomen el poder, la tarea fundamental es la conquista previa de aquéllas al programa comunista. Con este pilar clave de la doctrina marxista, Lenin emprendió la tarea histórica de construir un partido revolucionario capaz de ganar a las masas y de dirigirlas a la toma del poder. En palabras de Alan Woods, defendiendo el legado y las lecciones de la obra de Lenin, dice:
“Un partido revolucionario es, en primer lugar, programa, métodos, ideas y tradiciones, y sólo en segundo lugar, una organización y un aparato (que sin duda tienen su importancia) para llevar estas ideas a amplias capas de los trabajadores. El partido marxista, desde sus inicios, debe basarse en la teoría y el programa, que es el resumen de la experiencia histórica general del proletariado.” (Bolchevismo, el camino a la revolución, Alan Woods, 2003)
No se puede insistir suficientemente en la idea de que Lenin, por encima de todo, era un teórico marxista. De esta base fluía todo lo demás, y de estas raíces se puede entender correctamente su famosa frase: “sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario.” (¿Qué hacer?, Lenin, 1902). El marxismo es una guía para la acción, su contenido la teoría revolucionaria, y su fundamento, la filosofía de la dialéctica.
Lenin luchó infatigablemente y sistemáticamente por la construcción de un partido revolucionario sobre los cimientos de la teoría marxista. Defendió ante todos sus enemigos que la tarea del partido es formular conscientemente lo que los trabajadores llegan a comprender de manera semiconsciente, confusa, contradictoria, etc. Argumentó, y de forma más importante, demostró en la práctica, la necesidad histórica de un partido de vanguardia del proletariado, un partido capaz de ponerse a la cabeza del movimiento de masas revolucionario defendiendo la bandera de la revolución socialista mundial. A este respecto, apuntó:
«Parece que nadie ha puesto en duda hasta ahora que la fuerza del movimiento contemporáneo reside en el despertar de las masas (y, principalmente, del proletariado industrial), y su debilidad, en la falta de conciencia y de espíritu de iniciativa de los dirigentes revolucionarios.» (¿Qué hacer?, Lenin, 1903) (Las cursivas son nuestras)
La concepción de partido de vanguardia que desarrolló Lenin se basaba en la construcción de un partido de cuadros. Esto no debe ser entendido estrechamente en el sentido de que todos deben vivir a cuenta del partido para poder dedicarse enteramente a su labor revolucionaria, sino más bien en que cada uno de los miembros debía ejercer una actitud de revolucionario abnegado, es decir, de estudiar seriamente la teoría revolucionaria, comprenderla y defenderla, y aplicarla de manera práctica en la lucha de clases. Refiriéndose concretamente a la dirección del partido revolucionario, Lenin afirmó:
“Sin una decena de jefes de talento, de jefes probados, profesionalmente preparados e instruidos por una larga práctica, que estén bien compenetrados, no es posible la lucha firme de clase alguna en la sociedad contemporánea.” (¿Qué hacer?, Lenin, 1903)
Ahora bien, para Lenin el partido era un organismo vivo que atravesaba diferentes etapas. En una primera etapa, el partido se conforma con una base de cuadros, compuesto por cientos y miles de miembros, pero su objetivo final es convertirse en un partido de masas, de cientos de miles y millones, presentes en todos los organismos de masas y a la cabeza de los mismos (sindicatos, fábricas, escuelas, asociaciones vecinales, movimientos sociales, etc.), en particular al abrirse una etapa revolucionaria. Mientras más masivo sea el partido de militantes revolucionarios, más garantía tendrá de ejercer su influencia sobre el conjunto de la clase trabajadora en el momento decisivo de la toma del poder. Esta concepción del partido nada tiene que ver con la concepción simplista de las sectas ultraizquierdistas, para quienes el partido revolucionario debe reducirse a una ultraminoría de la clase obrera.
Centralismo democrático y disciplina proletaria
Como aspecto igualmente indispensable, Lenin defendió la necesidad del centralismo como método organizativo. Su concepción no tiene nada que ver con el centralismo burocrático del estalinismo, y es completamente falso, como distorsiona la burguesía, que el centralismo de Lenin conduce inevitablemente a su degeneración burocrática.
El centralismo bolchevique era democrático, basado en la consigna de: máxima libertad a la hora de la discusión, máxima unidad a la hora de la acción. Esto se corresponde con la práctica del movimiento obrero. Cuando los trabajadores deciden lanzar una huelga en una empresa, todos ellos participan libremente en asambleas de masas para discutir los aspectos relacionados con la lucha, a favor o en contra; pero una vez que la mayoría adopta una posición, por ejemplo a favor de la huelga, exigen la máxima unidad y acatamiento a la decisión democráticamente votada, como única garantía para el éxito de la misma.
La justificación de la centralización es, en realidad, histórica. Ante un enemigo formidable como lo es la burguesía mundial, que dispone de una alta centralización en sus órganos de poder, empezando por sus aparatos de Estado, es necesario que cualquier organización seria la confronte con el mismo método organizativo. La centralización en el partido revolucionario permite desarrollar una práctica sistemática y, por encima de todo, decisiva en los momentos cruciales de la lucha de clases. Igualmente, la centralización permite dirigir y amplificar las fuerzas revolucionarias, con acciones coordinadas, bajo las mismas directrices, programa, consignas, táctica, etc. Se puede plantear un paralelo con el centralismo en un ejército, y es que no es casualidad que la palabra “cuadro” provenga del vocabulario militar. Se puede resumir esta idea en que la tarea histórica del partido de vanguardia consiste en construir el mando del ejército proletario. De todo esto fluye igualmente la necesidad de una alta disciplina proletaria de la militancia del partido. Sin esta disciplina, que toda revolución y lucha de clases intensa impone ante cualquier partido, no es posible la acción efectiva.
Dicho todo esto, es importantísimo comprender que el carácter de clase de la centralización bolchevique difiere diametralmente de la burguesa. La primera se basa en la democracia, la segunda, en la burocracia, el nepotismo, la corrupción, etc. La primera es el producto de la posición social del proletariado como clase oprimida y explotada, que lucha por acabar con todas las clases y por ende con toda opresión y explotación. La segunda se fundamenta en la sociedad de clases, en la jerarquía social de una minoría explotadora y opresora sobre la mayoría, en la defensa de los privilegios y las desigualdades.
En la centralización bolchevique, los dirigentes son escogidos por sus cualidades revolucionarias, su abnegación en la lucha por un mundo mejor, y la disciplina es el producto del convencimiento de la necesidad histórica del comunismo. En la centralización burguesa, su base es la defensa de los privilegios de la clase dominante, el rango social, la riqueza individual de los miembros que la conforman, los vínculos familiares y económicos. La primera se conforma mediante la discusión, la batalla de ideas, y las votaciones democráticas. La segunda mediante el arribismo, la corrupción, las maniobras, los favores.
Esta cuestión del centralismo democrático fue discutida arduamente en el movimiento obrero. Rosa Luxemburgo fue una de las personas críticas con las posiciones de Lenin. En su lucha contra la degeneración reformista y burocrática en las filas del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) y los sindicatos bajo su control, exageró la importancia de la espontaneidad de las masas ante la centralización necesaria dentro del partido revolucionario.
En su libro Huelga de masas, partido y sindicatos, Luxemburgo dice que “la sobreestimación o falsa apreciación del papel de la organización en la lucha de clases del proletariado está vinculada generalmente a una subestimación de la masa de los proletarios desorganizados y de su madurez política.” En el mismo libro, dice:
“Hemos visto en Rusia que la huelga de masas no es el producto artificial de una táctica impuesta por la socialdemocracia, sinó un fenómeno histórico natural nacido sobre el suelo de la revolución actual.” Y también “la huelga de masas… representa el movimiento mismo de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en el curso de la revolución.”
Decimos que su posición exageró el papel del espontaneísmo porque redujo el protagonismo esencial del partido en la revolución. El movimiento espontáneo revolucionario de las masas plantea tareas al partido revolucionario, pero la actividad del partido revolucionario a la vez estimula el movimiento espontáneo de las masas. Tomando el ejemplo de la huelga de masas, la historia nos ha mostrado que pueden ser el producto de la explosión espontánea de la lucha de clases, o pueden ser el producto de la actividad del partido revolucionario.
En el segundo congreso de la 3ª Internacional Comunista, se dice:
“Toda lucha de clases es una lucha política. El objetivo de esta lucha, que tiende a transformarse inevitablemente en guerra civil, es la conquista del poder político. Por eso el poder político sólo puede ser conquistado, organizado y dirigido por un determinado partido político.”
Como explicó Trotsky, la tarea fundamental del partido consiste, mediante la conquista de las más amplias masas, en canalizar esta energía espontánea del movimiento obrero sobre bases organizativas, bajo un programa, y dirigirlo mediante tácticas concretas y una estrategia que apunte a la toma del poder. Se trata de la relación dialéctica entre las masas y el partido; del todo, la masa proletaria, y su parte, la vanguardia organizada.
Luxemburgo se apoyaba sobre otro punto en su crítica a Lenin: el peligro inherente de degeneración burocrática del centralismo. Trotsky, quien durante la revolución rusa de 1917 se dio cuenta de la corrección de las ideas de Lenin en esta cuestión, repudió sus críticas pasadas y entró en el partido bolchevique. En su libro Stalin, dice:
“En esta conexión es más tentador sacar la deducción de que el futuro estalinismo ya tenía sus semillas en el centralismo bolchevique o, de manera más general, en la jerarquía clandestina de los revolucionarios profesionales. Pero un análisis reduce esta deducción a polvo, revelando una asombrosa escasez de contenido histórico. Por supuesto, hay peligros de uno u otro tipo en el mismo proceso severo de elegir a las personas con ideas más avanzadas y consolidarlas en una organización muy centralizada. Pero las raíces de estos peligros nunca se encontrarán en el llamado ‘principio’ del centralismo: más debería buscarse en la falta de homogeneidad y el atraso de los trabajadores, es decir, en las condiciones sociales generales que hacen imperativa la dirección centrípeta por su vanguardia. La clave de la dirección dinámica es la interrelación real entre la máquina política y su partido, entre la vanguardia y su clase, entre el centralismo y la democracia. Esas interrelaciones, por su propia naturaleza, no se pueden establecer a priori ni permanecen inmutables. Dependen de las condiciones históricas concretas, su equilibrio se regula por la lucha vital de tendencias, que, en cuanto representadas por sus alas extremas, oscilan entre el despotismo de la máquina política y la impotencia de la fraseología”.
Esta es la posición marxista, basada en la dialéctica materialista. No hay un antídoto mágico que elimine los peligros, ya que es una lucha entre tendencias y fuerzas materiales en constante movimiento. Sin embargo, cuanto más elevado sea el nivel político de la militancia, cuanto más arraigado esté el partido con la clase, más dinámica y saludable será la vida interna del partido. Igualmente importantes son las tradiciones y métodos democráticos del bolchevismo. Pasemos a analizar estos.
La vida interna del bolchevismo
Lenin aplicó sistemáticamente el método de Marx, por encima de todo entre sus filas: firmeza en los principios y suavidad en las formas. Tal y como enseñó el padre del marxismo en la 1ª Internacional, se trata de convencer, no de imponer, mediante la discusión. Estas son las tradiciones del marxismo genuino, único método saludable en el movimiento obrero.
Así, en el transcurso de la historia del bolchevismo hasta su degeneración burocrática bajo Stalin, observamos una intensa vida interna, con fortísimas discusiones y batallas de ideas, fracciones, minorías que se convierten en mayorías y al revés, etc. Pongamos algunos ejemplos.
Durante el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), celebrado en 1903, el partido se dividió en dos fracciones: los bolcheviques (mayoría, en ruso) y los mencheviques (minoría, en ruso). Aunque inicialmente esta división fue el producto de una cuestión secundaria, organizativa, expresaba ya divisiones más profundas, políticas. Sin embargo, el POSDR continuó existiendo como tal hasta 1912, cuando el desarrollo de las diferencias políticas entre ambas fracciones convencieron a Lenin de que era necesario escindirse y defender una bandera limpia de las ideas pequeñoburguesas de los mencheviques. Es decir, durante 9 años convivieron bajo la misma organización dos fracciones definidas.
Otro ejemplo muy clarividente sobre la rica vida interna del partido bolchevique fue la conferencia de abril de 1917. En pleno apogeo revolucionario, Lenin, el principal dirigente del partido, que contaba con una enorme autoridad entre la dirección y las bases, se encontró en minoría ante la dirección temporal del primer periodo de la revolución, Kamenev y Stalin. No es el lugar para entrar en el contenido de la disputa, sino más bien apuntar cómo la democracia interna del partido permitió a Lenin argumentar sus puntos de vista, convencer a la mayoría, ganar la votación, y, finalmente, cambiar el rumbo del partido y por ende, de la historia.
Incluso más, durante la guerra civil de 1918-1920, el partido bolchevique continuó demostrando toda su vitalidad interna. Se celebraban constantemente reuniones, conferencias, congresos, para discutir intensamente los puntos más apremiantes para la política y la guerra civil: la Nueva Política Económica, el papel de los sindicatos, la guerra civil, la política exterior, etc. Hubo polémicas, duras confrontaciones, críticas mordaces, pero también unidad en la acción después de las votaciones. Todo esto no sólo es una clara muestra de la democracia interna del partido, sino que, combinado con la composición del partido, de cuadros marxistas abnegados, era la fuente de su enorme vitalidad revolucionaria.
La financiación de la organización
Otro aspecto de suma importancia que caracterizó al Partido bolchevique fueron sus finanzas. Los bolcheviques padecían constantes dificultades financieras, pero mediante mucho esfuerzo, perseverancia y determinación, el partido siempre pudo continuar con sus actividades. Lenin impregnó de arriba abajo al partido bolchevique de un carácter proletario, de superar cualquier obstáculo.
En todo momento, el objetivo principal era financiar el partido mediante las aportaciones de la clase obrera, empezando por la militancia, pero también de los simpatizantes, a través de colectas en los lugares de trabajo, en reuniones, manifestaciones, conferencias, fondos de lucha, etc. La aportación obrera, por lo general, se contaba en kopeks y no rublos, viva muestra de los enormes sacrificios de la militancia y los simpatizantes bolcheviques, que aportaban lo que podían con sus míseros salarios. Y es que la base de cualquier organización obrera seria ha de cimentarse sobre las cuotas de su militancia, como hicieron Lenin y sus camaradas.
Los bolcheviques demostraron cómo el poder de las ideas marxistas se cristaliza en la carne y los huesos de la clase obrera y se expresan en heroicos esfuerzos. En las memorias de Shliápnikov, refiriéndose al inicio de la Primera Guerra Mundial, escribió:
“Emprendí la tarea de reforzar el grupo de trabajo de los bolcheviques en Estocolmo y entrenar a varios proletarios en el trabajo conspiratorio de pasar literatura de contrabando, etc. Los petersburgueses no habían mostrado ningún tipo de iniciativa en la organización de las comunicaciones. Mi actividad en esta dirección se encontraba con muchos obstáculos debido a la ausencia de fondos. Era posible hacer contrabando, pero el coste era enorme y no tenía dinero, ni esperaba conseguirlo. Teníamos que improvisar. Esto estaba lejos de ser una tarea satisfactoria, especialmente, cuando con unos 500 rublos al mes se podrían cubrir las necesidades de nuestras organizaciones de la clase obrera en Rusia, suministrar literatura y mantener un contacto mensual regular con cada rincón del país. Pero no se podía conseguir esta suma insignificante, así estaban las cosas”.
Sin embargo, para 1917, en cuestión de 9 meses, el partido bolchevique había conquistado al grueso de las masas y tomado el poder.
Conclusiones
La historia del bolchevismo es una historia de enorme inspiración política, que contiene incontables lecciones para las tareas del movimiento comunista de nuestros tiempos. Lenin construyó una herramienta de la clase obrera capaz de acabar con el capitalismo. Su obra se realizó en Rusia en el siglo XX, pero sus ideas, métodos, tradiciones y programa, en suma, su carácter marxista genuino, mostraron a la clase mundial el camino a seguir, tanto en aquella época como en la nuestra.
Todo revolucionario debería estudiar seriamente la figura de Lenin y el partido bolchevique. Como dice Alan Woods en su libro El Bolchevismo, camino a la revolución, “el bolchevismo no es historia pasada. Es el futuro de la humanidad. Es el camino hacia la revolución.”
El partido de la Revolución de Octubre fue una organización fuerte, disciplinada y centralizada, formada por cuadros revolucionarios plenamente convencidos en la tarea histórica de la clase obrera, la revolución socialista internacional. Estas características fueron fundamentales en su trayectoria hasta la toma del poder. Lenin y sus camaradas fueron capaces de navegar los tempestuosos mares de la lucha de clases, con sus errores y aciertos, obsequiando como legado para la clase obrera la maravillosa obra de la Revolución Rusa, además del Partido bolchevique, la expresión más elevada de la organización comunista. Desde la Corriente Marxista Internacional, defendemos todo esto con orgullo proletario, y nos llena de confianza y entusiasmo para acabar lo que Lenin empezó: la victoria del comunismo internacional sobre el capitalismo.