En las elecciones generales británicas, el Partido Comunista Revolucionario, sólo 8 semanas después de su fundación, llevó a cabo la campaña electoral comunista revolucionaria de mayor éxito en décadas. Fiona Lali, candidata del PCR, recibió 1.791 votos por un programa abiertamente revolucionario. Es un resultado excelente, pero la razón por la que los comunistas participan en las elecciones es para dar a conocer su programa y construir el partido revolucionario. En este artículo, Daniel Morley profundiza en los fundamentos teóricos de la estrategia y la táctica comunistas en las elecciones.
Poco después de que Rishi Sunak anunciara estas elecciones improvisadas, el Partido Comunista Revolucionario (PCR) tomó la histórica y emocionante decisión de presentar una candidata: Fiona Lali.
Llevar a cabo una campaña electoral de este tipo bajo nuestra propia bandera, con un programa audaz y abiertamente comunista, es un enorme paso adelante.
Esta decisión plantea claramente cuestiones que son fundamentales. ¿Qué actitud adoptan los comunistas ante el Parlamento? ¿Cómo ponemos en práctica nuestras ideas y construimos un auténtico vehículo para el comunismo?
¿Por qué hemos decidido lanzar una campaña electoral bajo nuestra propia bandera? ¿Qué esperamos conseguir con ello?
Hay muchos factores detrás de esta decisión, incluidos algunos accidentales y muy específicos del momento. Encontrar el momento y las consignas adecuadas para hacer campaña es un arte: el arte de aprovechar las oportunidades.
Todo esto es cierto. Pero también es cierto que los accidentes expresan la necesidad. El contexto general de esta campaña es el hecho decisivo de que existe una crisis profunda y duradera del capitalismo, que a su vez ha provocado una crisis de la democracia burguesa y, en particular, del reformismo.
El propio Lenin señaló que «la historia conoce todo tipo de transformaciones»; que los partidos pueden transformarse completamente por acontecimientos estremecedores.
La verdad es que, por el momento, el Partido Laborista es profundamente impopular entre la mayoría de los trabajadores y los jóvenes, que con razón no lo ven como «su partido».
La táctica de una organización comunista debe ser concreta, no inmutable y abstracta. Debemos partir de una comprensión clara de la situación objetiva de la lucha de clases y de hacia dónde se dirige, en lugar de adherirse rígidamente a clasificaciones intemporales de partidos y tácticas. De este modo, adquirimos un sentido de la proporción.
Las perspectivas de la lucha de clases son una hipótesis de trabajo, y deben probarse y ajustarse constantemente en función de las pruebas empíricas.
Crisis del reformismo
En el pasado, los partidos reformistas como el Partido Laborista gozaban de cierta lealtad por parte de la clase trabajadora. El auge de la posguerra permitió a los laboristas llevar a cabo reformas que beneficiaron a la clase trabajadora.
Pero ese boom fue históricamente excepcional. Desde mediados de la década de 1970, no ha habido tal auge. Al contrario, ha habido crisis económicas. Y el escaso crecimiento se ha basado en la especulación, la privatización y la desregulación. La desigualdad ha aumentado año tras año. Este proceso se aceleró con la crisis de 2008.
Esto ha significado que el reformismo, que se basa en el capitalismo y no se atreve a desafiar a la clase capitalista, no ha sido capaz de ofrecer realmente nada a la clase obrera.
En general, los programas de los partidos reformistas de Europa, incluidos los laboristas, han sido en gran medida indistinguibles de los de los partidos abiertamente capitalistas. Incluso cuando han tenido manifiestos más izquierdistas, por lo general han capitulado ante la clase dominante una vez en el poder y han abandonado sus promesas.
La enorme crisis capitalista que comenzó en 2008 hizo que la política se polarizara mucho más. Pero los principales partidos reformistas fueron completamente incapaces de reflejar esta ira. De hecho, no querían tener nada que ver con ella.
A medida que la política se ha ido polarizando, estos líderes han tendido a desempeñar el papel de representantes más fiables de la clase dominante.
La ira de la clase obrera y de la juventud no puede reprimirse permanentemente. Tampoco se expresará, como fuerza de masas, a través de las minúsculas sectas de la extrema izquierda.
En su lugar, se expresó inicialmente a través de personas conocidas que lanzaron nuevos partidos -como Pablo Iglesias y Podemos en España, o Jean-Luc Mélenchon en Francia- o, como en Grecia, a través de una organización de masas ya existente, aunque más pequeña: Syriza.
La única excepción fue en Gran Bretaña, donde el cambio sí se produjo a través del principal partido reformista, en forma del movimiento Corbyn.
Lo que llama la atención de todos estos reformistas de izquierdas que saltaron a la fama gracias a la ira de las masas es lo tibia y débil que fue la expresión que dieron a esa ira, a pesar de la profundidad de la crisis.
De hecho, su debilidad no fue a pesar de la gravedad de la crisis, sino a causa de ella. Eso se puede ver más claramente con Syriza.
La traición es inherente al reformismo, especialmente al reformismo de izquierdas, que promete más.
Syriza subió al poder prometiendo abolir la austeridad. Pero capitularon ante los bancos y la UE a la primera oportunidad. Enfrentados a la aguda crisis del capitalismo en Grecia, simplemente no tenían otra alternativa que hacer lo que les decían los bancos.
El capitalismo se encuentra en una profunda crisis orgánica. Ha alcanzado sus límites. Por eso está en crisis el reformismo en todas sus vertientes. Hace décadas que no hay un gobierno reformista que lleve a cabo reformas serias en interés de la clase obrera.
Ninguna confianza en la democracia burguesa
Por ello, la democracia burguesa también está en crisis. Incapaces de conceder reformas, los líderes reformistas se han vuelto cada vez más abiertamente burgueses en su estilo, así como en su sustancia.
Los políticos han llegado a ser vistos todos como lo mismo: mentirosos y trajes vacíos que no tienen ningún interés en – o comprensión de – los problemas de la gente común.
A finales de 2023, el Índice de Veracidad de Ipsos Mori, una encuesta anual, reveló que sólo el nueve por ciento de los británicos confía en los políticos, el nivel más bajo de la historia de la encuesta (que se remonta a 1983). Esta confianza se redujo a sólo el dos por ciento entre las personas de 25 a 34 años.
Otras instituciones, como la policía y los medios de comunicación, también habían caído a su nivel de confianza más bajo.
Muchos en la izquierda sólo miran la superficie de la sociedad, los resultados electorales y similares, y los interpretan de la manera más formal. Ven un gran aumento del apoyo a la extrema derecha y concluyen que la conciencia de clase de las masas es muy baja y que, por tanto, la situación de la izquierda es desesperada. Aceptan la propaganda de la clase dominante de que las ideas de izquierdas ya no pueden ser populares.
Pero la extrema derecha ha sido mucho mejor que la izquierda a la hora de parecer antisistema y enfadada. Los reformistas de izquierdas, en cambio, dan la impresión de tener miedo de su propia sombra, siempre disculpándose por haber ofendido a alguien.
Por eso, en parte, estos partidos «populistas de derechas» han tenido éxito. Bajo esta apariencia de apoyo masivo a la extrema derecha, bulle una gran ira de clase.
Un ejemplo servirá para ilustrar este punto. En enero de 2024, The Guardian entrevistó a partidarios del Reform UK de Nigel Farage, un partido reaccionario de derecha, en el norte de Inglaterra. Esto es lo que informaron:
«La inmigración no era su principal preocupación. Para este grupo, como para casi todos los demás, lo que dominaba era el coste de la vida… El coste de la energía había empeorado tanto que Dale, supervisor de trenes, y Steve, pensionista, habían empezado a vivir lo más posible en sus camas para reducir los gastos de calefacción. Jordan se preocupaba casi todos los meses de sí le alcanzaría el sueldo.
«Había verdadera rabia contra quienes se benefician de la miseria. Jordan dijo: ‘Cuando ves los beneficios récord [de las empresas energéticas] es como una patada en los huevos’. Darron se enfadó porque «las multinacionales obtienen miles y miles de millones de beneficios y esconden su dinero en paraísos fiscales», y Dale afirmó que los ciudadanos sufren mientras que a los «colegas de los políticos les va bien»…
«Sobre Rishi Sunak, el primer ministro, fueron implacables, cuestionando cómo alguien ‘que vale mil millones de dólares’ podía entender las preocupaciones de los trabajadores… descalificaron a Keir Starmer como ‘más de lo mismo’, un Tory rojo'». (The Guardian, 12.1.24)
En Gran Bretaña, no nos sorprendería en absoluto la aparición repentina de un movimiento antipolítico explosivo como el de los chalecos amarillos en Francia, que de la noche a la mañana, se convirtió en un vasto movimiento que contaba con el apoyo masivo de la sociedad francesa expresando el deseo general de echar a todos los políticos, con un claro espíritu plebeyo de «el pueblo contra los políticos».
Además, existe una brecha generacional sin precedentes. Nunca antes había sido tan grande la diferencia de intención de voto entre jóvenes y mayores. Varios sondeos de opinión han revelado que alrededor de un tercio de los jóvenes piensa que el comunismo es un sistema mejor que el capitalismo.
Sobre esta atmósfera ya de por sí febril se cierne la amenaza de otra enorme crisis económica. La economía mundial se asienta sobre bases fundamentalmente inestables. Se trata de una combinación explosiva que no hará sino radicalizar aún más a la juventud y a la clase trabajadora.
Conectar con el estado de ánimo
Es esta situación objetiva, combinada con el rápido crecimiento de nuestra organización entre los jóvenes, y el aumento de su perfil, lo que hace que sea el momento adecuado para lanzar una campaña electoral bajo la bandera del Partido Comunista Revolucionario.
Hay un enorme vacío político en la izquierda, sobre todo entre los jóvenes. Aún no somos lo bastante grandes para llenar ese vacío. Y, sin embargo, nadie más parece capaz de hacerlo.
La campaña electoral de Fiona Lali ha puesto al PCR, y al comunismo en general, en el mapa. De forma modesta y parcial, hemos conseguido aprovechar la ira generalizada de la sociedad, tanto en la circunscripción en cuestión como fuera de ella.
Debido a nuestra comprensión de la profundidad de esta ira, estaba claro que esto no podía llevarse a cabo como una campaña «normal». Solo una campaña audaz y directamente revolucionaria, llena de energía, conectaría con este estado de ánimo, ignorado por todos los demás.
Aguar nuestras ideas con la esperanza de ganar apoyos más fácilmente no sólo es erróneo en principio, sino que ni siquiera funcionaría en sus propios términos en las condiciones actuales.
El efecto sería que sonaríamos igual que los desacreditados y poco inspiradores reformistas. ¿Y qué sentido tiene eso?
¿Es realmente cierto que podemos ganar apoyo más fácilmente sonando como una variante ligeramente más izquierdista de los partidos de masas establecidos, aburridos y desacreditados? ¿No es mejor levantar reivindicaciones revolucionarias audaces que destaquen como refrescantemente diferentes, como una ruptura fundamental con el odiado statu quo?
Enfoque marxista
No menos importante es nuestra comprensión de la actitud comunista revolucionaria ante el trabajo electoral, que se remonta hasta Marx y Engels.
El enfoque marxista de esta cuestión siempre se ha caracterizado, no por la necesidad de ocultar las ideas comunistas con la esperanza de ganar votos, sino precisamente por defender esas ideas.
Marx y Engels comprendieron que la clase obrera suele mirar a las elecciones como un medio para resolver sus problemas y luchar por sus intereses. Por ello, los comunistas no pueden permitirse desaprovechar esta oportunidad de dirigirse a un número de trabajadores mayor del que habitualmente pueden.
«El sufragio universal…convirtiéndose en nuestro mejor medio de propaganda… con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines.” (Engels, Introducción a Las luchas de clases en Francia de Marx, 1895)
Nótese que en este comentario de Engels, la campaña electoral es vista como un medio para difundir más y con mayor autoridad la propaganda revolucionaria.
Ya en 1850, Marx comprendió exactamente este punto:
«Incluso donde no exista ninguna esperanza de triunfo, los obreros deben presentar candidatos propios para conservar la independencia, hacer un recuento de fuerzas y demostrar abiertamente a todo el mundo su posición revolucionaria y los puntos de vista del partido». (Marx, Discurso del Comité Central a la Liga Comunista, 1850).
Lenin basó la táctica de los bolcheviques con respecto a las elecciones en la interpretación anterior de Marx y Engels.
Los bolcheviques crearon la Internacional Comunista en 1919. Para entonces, ya contaban con varias décadas de experiencia en el trabajo electoral y parlamentario. Habían utilizado con éxito las elecciones al parlamento ruso (la Duma) para construir un partido revolucionario que derrocó y disolvió ese mismo parlamento burgués.
Así que es justo decir que cuando Lenin y sus camaradas lanzaron la Internacional Comunista, sabían un par de cosas sobre esta cuestión.
En su segundo congreso, en 1920, la Internacional Comunista redactó y aprobó sus Tesis sobre los partidos comunistas y el parlamentarismo. Pueden considerarse el resumen más autorizado de la táctica y los principios comunistas en relación con el trabajo en los parlamentos burgueses. En ellas se resume cómo deben hacer campaña los comunistas en las elecciones y por qué.
«La campaña electoral debe ser llevada a cabo no en el sentido de la obtención del máximo de mandatos parlamentarios sino en el de la movilización de las masas bajo las consignas de la revolución proletaria…
«Si son observadas esas condiciones y las indicadas en una instrucción especial, la acción parlamentaria será totalmente distinta de la repugnante y estrecha política de los partidos socialistas de todos los países, cuyos diputados van al parlamento para apoyar a esa institución “democrática” y, en el mejor de los casos, para “conquistarla”.»
Nuestro punto de partida es esta actitud y este planteamiento. Hemos utilizado la campaña como palanca con la que movilizar a capas cada vez más amplias en torno a nuestro partido y su programa revolucionario. Y hemos tenido mucho éxito con ello.
A medida que nuestro partido crezca, puede convertirse -y se convertirá- en un verdadero punto de referencia para muchos trabajadores, especialmente jóvenes, que se sienten repelidos por los principales partidos y buscan una organización que luche por la clase trabajadora.
Oportunismo y ultraizquierdismo
Esto plantea la cuestión de cuál es nuestra actitud ante la propia institución del parlamento. ¿Qué pueden conseguir los diputados comunistas? ¿Qué le ocurre a un comunista una vez que se convierte en diputado? ¿Qué podemos aprender de la historia de los comunistas y el Parlamento?
Un ejemplo notable es el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), fundado a finales del siglo XIX como organización marxista.
Durante décadas, el SPD creció rápidamente y se convirtió en el partido de masas de la clase obrera alemana. Como resultado, obtuvo muchos escaños en el Parlamento, y lo utilizó como vehículo para luchar por reformas que mejoraran las condiciones materiales y los derechos de la clase trabajadora alemana.
En sí mismo, esto era lo correcto. Todas las posiciones que podamos ganar, podemos y debemos utilizarlas para luchar por conquistas reales para la clase trabajadora.
Con el tiempo, sin embargo, el partido cambió sobre la base de esta exitosa actividad. Se acostumbraron al auge que hizo posibles estas reformas y perdieron de vista que el capitalismo entraría en crisis, lo que haría prácticamente imposible la concesión de nuevas reformas y provocaría explosiones revolucionarias en las calles.
A la hora de la verdad, traicionaron a la clase obrera votando a favor de los créditos de guerra para financiar la matanza imperialista de la Primera Guerra Mundial. Valoraban demasiado su respetabilidad como parlamentarios como para utilizar sus escaños para movilizar a los trabajadores contra la guerra y por el derrocamiento del capitalismo alemán.
No podemos permitirnos repetir la ilusión de que podemos ganar escaños y reformar el capitalismo poco a poco. Eso nunca ha sido posible.
En la época actual de crisis capitalista orgánica, las reformas que puedan ganarse sólo se obtendrán como subproducto de una actividad revolucionaria de masas que amenace a la clase dominante. E incluso éstas serían temporales a menos que el capitalismo fuera derrocado.
Como concluyó Marx, «la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines.», sino que debe romperla.
La Internacional Comunista se fundó como una ruptura decisiva con el oportunismo en que se había sumido el movimiento obrero.
Sin embargo, debido a ello, muchos en sus filas se pasaron inicialmente al extremo opuesto y adoptaron una actitud ultraizquierdista y sectaria hacia el Parlamento.
Rechazaban de plano cualquier participación en el Parlamento. Creían que ello no sólo sembraría ilusiones en él, sino que corrompería inevitablemente a los partidos comunistas que obtuvieran escaños parlamentarios, como habían visto con el SPD.
Como uno de estos ultraizquierdistas, Herzog, declaró en el II Congreso de la Comintern en 1920:
«En estas repúblicas y democracias existía la posibilidad de mejorar la vida del proletariado. Allí fue posible, con la ayuda del parlamentarismo, lograr muchas reformas positivas para el proletariado…
«Esta actividad revolucionaria [dentro del parlamento], sin embargo, pronto se transformó en oportunismo y reformismo, porque existía la posibilidad de ello, y ahora el Partido Socialdemócrata es un partido abierto de traidores sociales.»
Formalismo y sectarismo
No cabe la menor duda de que el trabajo parlamentario presenta peligros y presiones para un partido revolucionario. Ciertamente puede engendrar la ilusión de que las posiciones parlamentarias son un objetivo en sí mismas, porque permiten al partido atribuirse el mérito de haber realizado tal o cual mejora en la vida de los trabajadores.
Pronto, los principios revolucionarios pueden ser abandonados para ayudar al partido a mantener su posición, para que pueda seguir afirmando que ha ganado mejoras.
El derrocamiento revolucionario del Parlamento parece lejano y poco práctico para los diputados del partido, que sienten que están haciendo un trabajo importante aquí y ahora. Detrás de esto, por supuesto, se esconde el cultivo de un deseo de prestigio y privilegios entre estos diputados.
Sin embargo, no fue un poder místico del parlamento lo que obligó al SPD a degenerar. Como si el hecho de ocupar un escaño en el Parlamento convirtiera automáticamente a Marx y Lenin en reformistas.
Existen peligros de degeneración política en todos los campos de trabajo para los comunistas. El trabajo sindical conlleva peligros similares. El trabajo de organización y dirección de manifestaciones callejeras también puede llevar al partido a ocultar su programa revolucionario, con el fin de movilizar más fácilmente a un gran número de personas.
Aunque el parlamento puede ser un catalizador muy poderoso de la degeneración, la verdadera fuente de estos peligros es, en general, la presión de la sociedad capitalista y el hecho de que, durante la mayor parte del tiempo, la clase obrera no se encuentre en estado de fermento revolucionario.
Esto conduce a menudo a la búsqueda de atajos hacia el éxito, o a la desmoralización por la falta de actividad política masiva de la clase obrera.
Si estás haciendo el trabajo diario como sindicalista, sin presiones desde abajo, quizá empieces a verte como un árbitro entre los trabajadores y los capitalistas. Tu posición puede parecer indispensable para conseguir tal o cual concesión para los trabajadores. Te preocupas más por el trabajo sindical aquí y ahora, y menos por construir el partido dedicado a derrocar el capitalismo.
Pero no es la institución por sí misma la que lo hace. Más bien es la ausencia de lucha de clases abierta durante un periodo de tiempo, combinada con la impaciencia miope de los activistas en cuestión.
La solución no es huir del trabajo parlamentario (o sindical, para el caso), sino construir una organización sólida de marxistas educados que no sucumban a la miopía y las presiones.
El rechazo generalizado de Herzog a la labor parlamentaria como causa directa e inevitable de la degeneración es típico del sectarismo, no sólo por ser de ultraizquierda, sino también por ser tan formalista. El sello distintivo del pensamiento sectario es confundir la forma con el contenido.
Los sectarios tienden a pensar que un partido no puede ser oportunista si se opone formalmente a la labor parlamentaria o si nunca apoya en modo alguno a las organizaciones reformistas. A la inversa, piensan que un partido no puede ser revolucionario si alguna vez participa en organizaciones reformistas y les ofrece cualquier tipo de apoyo.
Este formalismo a menudo les ciega ante el contenido real de su trabajo. No es infrecuente que un sectario pronuncie un discurso en una manifestación a favor de, por ejemplo, Palestina, y evite por completo exponer cualquier argumento revolucionario. Se adaptan con demasiada facilidad a la presión de la multitud, o de los organizadores de la manifestación, y sólo dicen cosas con las que todo el mundo ya está de acuerdo (que Israel es malo y hay que detenerlo, etc.).
No parecen darse cuenta del oportunismo que practican aquí, simplemente porque – formalmente – rechazan el parlamento o los partidos reformistas.
Este error se debe a la falta de una auténtica comprensión marxista, que hace que el sectario se aferre a posiciones formales como sustituto de la defensa coherente de un programa revolucionario.
Los sectarios que piensan así ven la flexibilidad de las auténticas organizaciones marxistas como una prueba de su hipocresía. Si una organización de este tipo trabajó en un momento dado en el seno de una organización reformista de masas, y luego no lo hizo, o viceversa, esto significa para ellos que ha traicionado sus principios.
No parecen darse cuenta de que estas son cuestiones tácticas. Y las tácticas deben responder con flexibilidad a las circunstancias cambiantes.
Las acusaciones de hipocresía sólo serían realmente válidas si el partido dejara de defender la revolución en cualquier trabajo que esté realizando; si abandonara realmente sus principios políticos.
Cretinismo parlamentario
La ruptura con la II Internacional en 1919 no se llevó a cabo de forma ultraizquierdista y sectaria. Millones de trabajadores de toda Europa seguían mirando a estos partidos, y los comunistas no podían simplemente separarse de ellos. De hecho, la mayoría de los nuevos afiliados a la III Internacional se formaron a través de escisiones masivas dentro de los viejos partidos socialdemócratas de la II Internacional.
Esto significó que muchos de los métodos oportunistas de la Segunda Internacional se abrieron camino en la nueva internacional.
Este cretinismo parlamentario, como lo llamaba Marx, tenía que ser purgado sin piedad de la organización. Estaba especialmente extendido en el partido francés, porque se había formado por una escisión en el reformista Partido Socialista con demasiada facilidad y rapidez.
Esta escisión dio la impresión de que el nuevo Partido Comunista Francés había rechazado el oportunismo, cuando en realidad los hábitos y la mentalidad profundamente arraigados de éste seguían ahí. Todos los que se habían separado eran los oportunistas más descarados.
En 1922, Trotsky emprendió una campaña para expulsar esta tendencia del partido francés. Escribió una carta a Lucie Leiciague, una de las dirigentes del partido, excoriándola por su adaptación al entorno burgués del parlamento francés:
«El objetivo de los informes parlamentarios es mostrarles a los obreros el verdadero papel del parlamento y de los partidos que en él están representados. Ahora bien, según mi parecer, la rúbrica parlamentaria de l’Humanité [el periódico del Partido Comunista Francés] no es todo lo que debería ser. » .
«Los debates están narrados en ella en el estilo corriente, frívolo, del periodismo, bajo la forma de chascarrillos, alusiones»¦ Jamás se indica a qué partido pertenece el orador, los intereses de la clase o de la fracción de la clase a que representa, jamás se desvela el carácter de clase de las ideas sostenidas por él, jamás se descubre el sentido y la esencia de los discursos y propuestas, todo se reduce a chanzas y juegos de palabras. .
«En un diario obrero, no son los periodistas del estilo que hablan en la sala de fumadores del parlamento los que pueden describirlo y la lucha de la que éste es el marco.».
Si los reformistas de izquierdas de hoy quieren resucitar, deberían empezar por abandonar su «del estilo [de los] que hablan en la sala de fumadores del parlamento».
Las «izquierdas» de hoy están irremediablemente infectadas de cretinismo parlamentario: piensan que el camino hacia el éxito está en las maquinaciones y reglas de la «casa», y no en dirigirse a la clase trabajadora -que en general desprecia el parlamento- como rebeldes que comparten el desprecio de las masas por el parlamento.
Sin embargo, la conclusión de los dirigentes de la Internacional Comunista no fue prohibir la actividad parlamentaria, por miedo a sucumbir al ambiente petulante que reina en ella, sino construir organizaciones de militantes comunistas capaces de resistir a esas presiones.
Trotsky respondió brillantemente al formalismo sectario sobre el parlamento en una sesión del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista a finales de 1920:
«Goter piensa que dando un rodeo kilométrico para no pasar frente al Parlamento disminuirá o desaparecerá el servilismo de los obreros ante el parlamentarismo….
«El punto de vista comunista considera el parlamentarismo en relación a cada situación política, sin fetichismo, sin asignarle un valor positivo o negativo.
«El Parlamento es un instrumento de engaño político para adormecer a las masas y propagar las ilusiones y los tópicos de la democracia política, etc. Esto es indiscutible.
«¿Pero sólo el Parlamento es un instrumento de engaño? ¿Acaso los periódicos, especialmente los socialdemócratas, no difunden el veneno pequeñoburgués? ¿No deberíamos por ello renunciar a la prensa como medio de agitación comunista entre las masas? ¿O debemos pensar que la actitud del grupo de Gorter hacia el parlamentarismo desacreditará a este último? …
«¿Y qué conclusión extrae? Que es preciso mantener la pureza de su grupo, es decir de su secta. Al fin y al cabo, los argumentos de Gorter pueden servir contra todas las formas de lucha de clases del proletariado, pues todas han sido profundamente contaminadas por el oportunismo, el reformismo y el nacionalismo….».
«Y precisamente por eso el rechazo absoluto del parlamentarismo es un prejuicio muy característico: equivale al ridículo temor de ese virtuoso personaje que no sale de casa por no encontrase con la tentación. Revolucionario y comunista, militante bajo el control y la dirección efectivos de un partido proletario centralizado, yo no puedo trabajar en los sindicatos, en el frente, en los periódicos, en las barricadas, en el Parlamento, más que siendo lo que debo ser, no un parlamentario, ni un gacetillero, ni un funcionario sindical, sino un revolucionario comunista que aprovecha todos los medios en interés de la revolución social..» (Trotsky, Respuesta al camarada Gorter, noviembre de 1920)
Lenin también se burló de estos temores ultraizquierdistas al trabajo parlamentario en su famoso «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo«, también publicado en 1920:
“¿Queréis crear una sociedad nueva? ¡Y teméis la dificultad de crear una buena fracción parlamentaria de comunistas convencidos, abnegados, heroicos, en un parlamento reaccionario! ¿Acaso no es esto infantilismo?
«Precisamente porque las masas atrasadas de obreros, y más aún las de pequeños agricultores, están más imbuidas en Europa occidental que en Rusia de prejuicios democráticoburgueses y parlamentarios, precisamente por esto únicamente en el seno de instituciones como los parlamentos burgueses pueden (y deben) los comunistas sostener una lucha prolongada, tenaz, sin retroceder ante ninguna dificultad para denunciar, desvanecer y superar dichos prejuicios.» (Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, 1920)
Programa y disciplina
¿Cómo podemos garantizar que los partidos revolucionarios que llevan a cabo una labor parlamentaria no sucumban a las presiones del parlamento y se adapten a él? ¿Cómo podemos asegurarnos de que los diputados de ese partido no se vean a sí mismos como «miembros del parlamento», sino como revolucionarios comprometidos que se oponen fundamentalmente al parlamento?
Como dice el refrán, si buscas garantías, cómprate una lavadora. En la verdadera lucha de clases no puede haber garantías.
Sin embargo, lo más parecido a una garantía contra tal degeneración es el programa y las ideas revolucionarias del partido.
La lección del bolchevismo es la necesidad de construir un partido comunista como un partido revolucionario disciplinado y dedicado. Este partido es fundamentalmente sus ideas, su programa y sus métodos, es decir, las ideas del marxismo.
Los partidos oportunistas, en cambio, nacen como vehículos diseñados para ganar influencia y posiciones nebulosas para sí mismos. Y sus ideas se improvisan para cumplir este propósito.
No hay atajos ni maneras fáciles de construir esta organización. Pero puede y debe hacerse.
Una poderosa organización de camaradas que sepa aplicar el método marxista a la dinámica cambiante y a los acontecimientos de la lucha de clases, es capaz, como decía Trotsky, de saber intervenir no sólo en el parlamento, sino también en los sindicatos, en el frente en tiempos de guerra, en las barricadas o en cualquier otro entorno, todos los cuales tendrán sus propias presiones.
Gracias al alto nivel político y teórico de los miembros y dirigentes de dicha organización, se consigue una auténtica disciplina y centralización.
En otras palabras, la dirección puede mantener una línea política revolucionaria, y exigir que sea seguida por sus activistas en diferentes condiciones, incluso cuando les resulte difícil hacerlo, porque esta dirección se ha ganado un auténtico apoyo a sus ideas.
Si un partido sano como éste ganara un escaño en el parlamento, un ayuntamiento o un sindicato, sus representantes resistirían las presiones de estas instituciones. Por el contrario, serían como una avanzadilla de la organización en el campo enemigo, sabiendo utilizar su plataforma para movilizar a la gente en torno a ideas revolucionarias.
Hay muchas organizaciones ostensiblemente marxistas que han buscado atajos para crecer. En lugar de poner sus ideas en primer lugar, han participado en coaliciones electorales más amplias con un programa vago y diluido, con la esperanza de ganar un escaño o un puesto, y así ganar influencia y capacidad de reclutamiento.
Cuando estos partidos consiguen ganar posiciones, estos «representantes» tienden a independizarse de la disciplina del partido. Buscan «influencias» y toman decisiones en función de su propio prestigio. Y acaban sucumbiendo a la perspectiva del establishment, ya que toda la idea que subyace a su campaña electoral se basa en restar importancia a las ideas revolucionarias con tal de ganar un escaño.
Lo que estas figuras empiezan a pensar, y a veces incluso a decir en voz alta, es algo parecido a esto:
«La teoría marxista es interesante, tiene muchos puntos importantes, pero es antigua y no es tan relevante para la mayoría de la gente. Al fin y al cabo, tenemos trabajo real que hacer aquí y ahora. Tenemos campañas reales que ganar; escaños parlamentarios reales que ganar y mantener, que pueden marcar una diferencia real en la vida de la gente. Eso es lo que cuenta».
Como si la teoría marxista no tuviera nada que decirles sobre la naturaleza del Estado y las limitaciones económicas en las que operan, ¡o de las consecuencias de la crisis económica que está a la vuelta de la esquina!
El arte de la agitación
Estas lecciones se aplican a todo el trabajo de campaña y a las luchas por diversas reivindicaciones. Como ya se ha dicho, ese trabajo es un arte, el arte de aprovechar las oportunidades específicas que surgen de la situación objetiva y del tamaño y la fuerza del partido.
Las mismas consideraciones básicas se aplican a saber cómo y cuándo aprovechar al máximo una oportunidad para salir en televisión; para «hacerse viral» en las redes sociales; para explotar tal o cual contacto con personas destacadas, etc.
Lo mismo puede decirse de saber hablar con diferentes tipos de personas con las que el partido entra en contacto, gracias a su labor de campaña.
Es obvio que, a medida que un partido revolucionario crece y es capaz de lanzar diferentes campañas, necesitará dirigirse a personas de diferentes orígenes. Debe hacer los ajustes necesarios para eliminar cualquier obstáculo que le impida dirigirse a esas personas. Sería absurdo lanzar una campaña y luego aislarse de las mismas personas a las que la campaña debe llegar.
Pero si la propia organización es fuerte, clara en sus ideas revolucionarias, sabrá conectar sus ideas con las experiencias e intereses de la clase trabajadora de todos los orígenes. Lo importante no es tanto de dónde reclutamos a la gente, sino el carácter político que nuestra organización nutre y mantiene.
Los sectarios podrían plantear aquí objeciones similares a las que podrían hacer al trabajo parlamentario. «¡No debes ir a programas de televisión de derechas o burgueses, ni aparecer en una tribuna con traidores reformistas!».
Pero rechazar tales oportunidades para plantear nuestras ideas equivale a boicotearse a uno mismo, dejando que la plataforma sea dominada por reformistas y reaccionarios.
Sí, aquí también existe el peligro de adaptarse al entorno; de no defender la revolución, o de ocultar las propias afiliaciones, con la esperanza de ser invitado continuamente a esas plataformas.
Y es cierto que algunos «comunistas» pueden desarrollar una especie de carrera mediática, llegando a sonar como bastante amistosos de los derechistas con los que se sientan regularmente a la mesa, sin darse cuenta de lo engreídos que parecen. Poco a poco, su «comunismo» se desvanece.
Por eso no basta con dominar el arte de explotar estas oportunidades. Lo más fundamental es, por supuesto, dominar las ideas y los métodos del marxismo, para no «olvidarse» de utilizar estas plataformas para abogar por la revolución de la manera correcta.
En todo trabajo de campaña -ya sea una campaña electoral, la dirección de una lucha sindical o cualquier otra cosa- no podemos perder de vista que nuestro principal objetivo no es simplemente ganar la posición o la reforma en cuestión (aunque obviamente pensamos que nuestras ideas son las mejores para ganar esas luchas), sino utilizar las cuestiones concretas de la campaña como medio para explicar la necesidad más amplia de derrocar al capitalismo.
Si un miembro del Partido Comunista Revolucionario habla en una manifestación pro Palestina, no se trata de complacer a la multitud simplemente denunciando a Israel, sino de mostrar cómo las acciones de Israel son una expresión del imperialismo y por qué debemos, por tanto, construir un partido revolucionario.
Si participamos en una huelga por el aumento de los salarios, debemos saber explicar también que es la crisis del capitalismo la que hace bajar los salarios, y por qué la única manera de garantizar un nivel de vida adecuado a los trabajadores es nacionalizar las cúpulas dirigentes de la economía bajo control obrero.
Y, por último, si llevamos a cabo una campaña electoral, no se trata de difundir ilusiones en el poder del parlamento para resolver los problemas de los trabajadores, sino de mostrar lo corruptos que son los parlamentos capitalistas y el Estado capitalista.
El partido debe estar impregnado de esta comprensión. Debe ser el ABC para sus camaradas de que hay que aprovechar cualquier oportunidad para dirigirse a un gran número de trabajadores y jóvenes, al tiempo que se aprovecha para explicar la necesidad de la revolución.
¡Vienen los comunistas!
No se puede correr antes de andar. Nuestra reciente campaña electoral en torno a Fiona no representa ninguna «conversión damascena», ningún cambio de principios. Simplemente representa el hecho de que nos encontramos en un nuevo periodo político, combinado con el hecho de que -a lo largo de varios años- nuestra organización se ha transformado.
Esto sólo es posible porque todo el trabajo del partido, de forma constante durante décadas, se ha dedicado a explicar las ideas marxistas y la necesidad de la revolución, y a la educación de cada vez más miembros en estas ideas y métodos.
Es esta sólida base de camaradas -impregnada de las ideas y métodos del marxismo- la que nos permite ser flexibles y ajustarnos dinámicamente a la situación cambiante.
Una vez forjadas unas bases políticas sólidas a través de la labor educativa, los comunistas no sólo podemos, sino que debemos aprovechar las oportunidades existentes para difundir nuestras ideas y construir una organización más poderosa.
Estas oportunidades incluyen la lucha por posiciones, incluida la obtención de escaños en el parlamento, una clara posibilidad en el próximo periodo, como resultado de las crisis del capitalismo y el rechazo hacia los principales partidos.
De este modo, nuestra campaña electoral se inscribe en la buena tradición de los principios comunistas revolucionarios esbozados por Marx, Engels y Lenin.
En palabras de Lenin: «La sustancia y el resorte principal del programa electoral socialdemócrata [marxista revolucionario] pueden expresarse en tres palabras: ¡por la revolución!». (Lenin, La campaña electoral y el programa electoral, 1911)