Por Josh Lucker (traducido por Sergio Ulibarri y Carolina Gómez)
El siguiente artículo fue escrito el 9 de abril del 2014 y hoy tiene la misma relevancia que cuando se escribió. A poco más de 7 años y en medio de una crisis mundial por el nuevo brote de coronavirus que provoca Covid-19, vemos como brotan también decenas de teorías de conspiración, desde unas que aseguran que el virus es un invento para acabar con la “sobrepoblación”, hasta las que dicen que la enfermedad es producto de antenas 5G. Nosotros pensamos que es necesario hacer un análisis correcto y científico que se aleje de la subjetividad para brindar a los obreros las herramientas correctas para combatir el sistema, en lugar de apoyarnos en teorías sin fundamento que chocan con la realidad y que incluso llegan a ser dañinas para el movimiento revolucionario.
Helicópteros negros, Área 51, Illuminatis, Masones, Reptilianos y el Nuevo Orden Mundial, estos son los bloques que conforman las llamadas teorías conspirativas. Estas “teorías”, en el sentido científico, no son en realidad teorías, aunque generalmente están formadas por una extraña y extrema creatividad que conecta puntos inconexos.
Las teorías conspirativas son extremadamente populares en Estados Unidos. De acuerdo a las encuestas, el 80% de los estadounidenses cree que el gobierno oculta información sobre Ovnis, 7 de cada 10 creen en la explicación de múltiples tiradores en el asesinato de JFK y el 15% no cree que al-Qaeda fue responsable de los ataques del 9/11. La especulación sobre que celebridades pertenecen o no a los “Illuminati” o a los masones es una especie de pasatiempo para algunas personas. Los expedientes secretos X disfrutaron de 9 temporadas [en realidad llegó a 11 temporadas pues se realizaron más temporadas en los siguientes años y terminó hasta el 2018], los libros sobre sociedades secretas y sus lazos con los gobiernos del mundo son Bestsellers y las películas de conspiración atraen a millones a las taquillas.
La creencia en las teorías conspirativas aumentó considerablemente en la década de 1960, cuando muchas convicciones ideológicas arraigadas fueron atacadas por el movimiento juvenil. Estas creencias crecieron continuamente durante la Guerra de Vietnam, y otra vez en las secuelas del escándalo de Watergate, cuando la confianza en el gobierno alcanzó su punto más bajo. Hoy después del shock del 11/09, después de casi doce años de guerra durante las administraciones de Bush y Obama, y una persistente crisis económica, la confianza de los estadounidenses en el gobierno, y como extensión su capacidad de creer que es capaz de casi todo, parece estar en su momento más álgido. Pero, ¿estas “teorías” se aproximan a la relación real de las fuerzas en la sociedad? ¿Ofrecen soluciones y un camino a seguir?
Cuando la gente empieza a cuestionar el orden existente, las “teorías” conspirativas ofrecen una explicación simple. Como Frank Spotnitz, un escritor de Los Expedientes Secretos X, explicó: “las teorías conspirativas ofrecen una llave mágica que pone todas las piezas juntas”. Por ejemplo, para la mayoría de las personas las cosas no parecen estar funcionando bien en la sociedad. Sin embargo, nos han dicho toda nuestra vida que este sistema funciona.
Desde este punto de partida, es un paso fácil para mucha gente llegar a erróneas conclusiones de que el problema debe ser que hay fuerzas malévolas que impiden el funcionamiento “normal” de las cosas, una vil colección de conspiradores operando a puerta cerrada.
Tal lógica conspirativa es simple, al menos en la superficie, y juega con la predisposición filosófica de los estadounidenses hacia el pragmatismo y el empirismo. Sin embargo, eso no hace que la línea de pensamiento sea correcta. Por el contrario, el marxismo ofrece una explicación sistémica y científica de los problemas que enfrenta la sociedad. En otras palabras, el gobierno de la minoría de propietarios sobre la mayoría de los trabajadores no depende de intenciones “malvadas” sino que proviene del funcionamiento del propio sistema capitalista.
Si bien las teorías conspirativas perciben la historia a través de los lentes de una mayoría oprimida contra una minoría explotadora, tienden a ver esta relación no como un orden del sistema (que resulta de la propiedad y las relaciones sociales en una sociedad de clases) sino en cambio como conexiones únicas entre “hombres malos”, “detrás de escena”, que evitan que la sociedad funcione “apropiadamente”. Las teorías conspirativas varían inmensamente, pero la característica de “conectar puntos” es el rasgo universal de todas ellas, y las separa de cualquier comprensión científica genuina de las relaciones sociales.
En contraste, el Marxismo no es una teoría conspirativa. En lugar de argumentar que la explotación de la clase trabajadora por los capitalistas es algo que pasa “detrás de escena”, el marxismo explica cómo esta explotación sucede a plena vista, a través del proceso del trabajo y la producción de mercancías. No se requiere de “conspiración” alguna para explicar la estructura de clase y la explotación de la sociedad capitalista. El trabajador, por no poseer propiedad, se ve forzado a vender lo único que poseen: su capacidad de trabajar para el capitalista, quien extrae plusvalía del trabajo para sacar una ganancia.
La disposición individual del capitalista es irrelevante para el proceso básico del sistema. Un capitalista individual puede, dentro de ciertos límites, ser una persona decente u horrenda, pero en última instancia, la naturaleza del sistema económico y su posición de clase obliga lo obliga a desempeñar un papel definido: el de explotar a los trabajadores. Aquellos capitalistas que extraen menos plusvalía y, por lo tanto, obtienen menos ganancias, son inevitablemente superados por elementos más despiadados.
Más allá de la simple operación del sistema económico, la clase capitalista se apoya en otras dos fuerzas para mantener su dominio. Por un lado, están las fuerzas del aparato de Estado, esto incluye los cuerpos armados de hombres y mujeres, el ejército, la policía, las cortes y las prisiones, aparte de esta fuerza material, está la fuerza de lo que los Marxistas llamamos “Ideología”.
Esto es más que simple “manipulación mediática”, que es una característica muy real, (aunque a menudo exagerada) del capitalismo avanzado. La ideología es mucho más que simplemente los medios. Como Marx explicó en La ideología alemana:
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de la época, esto significa que la que es la fuerza material de la sociedad, es al mismo tiempo su fuerza intelectual. La clase que tiene los medios materiales de producción a su disposición, tiene control al mismo tiempo sobre los medios mentales de producción, de este modo, hablando de manera general, las ideas de los que carecen de estos medios de producción mental están sujetos a ello… En la medida que, por tanto, ellos dominan como una clase y determinan la extensión y el ritmo de una época, es evidente por sí mismo que hacen esto en toda su extensión, por lo tanto, entre otras cosas dominan de igual manera como pensadores, como productores de ideas, y regulan la producción y distribución de las ideas de su tiempo: Así sus ideas, son las ideas dominantes de la época.”
Por ideología, los marxistas se refieren al aparato entero de ideas que reflejan y justifican una sociedad. Esto incluye las ideas religiosas, la creencia en “El Sueño Americano,” etc. Si bien la ideología es usada cínicamente por la clase dominante para conseguir apoyo, no hay necesariamente componentes “conspiranoicos” en ello, así como la clase dominante puede creer firmemente en su propia mitología. Las ideas del momento histórico son por defecto sus ideas. La ideología capitalista es enseñada virtualmente a través de todo el sistema educativo, emitida virtualmente en todos los medios de comunicación, reforzada por nuestras interacciones laborales, y en el culto religioso, etc. A menos que de otro modo se cuestionen, las premisas básicas de la sociedad capitalista, es decir las ideas de la clase capitalista, simplemente son aceptadas como lo “normal”.
Esto no significa que no ocurren conspiraciones entre los capitalistas, o que los elementos de la ideología no estén construidos para engañar a la mayoría de la clase trabajadora. Hay un campo entero de investigación de mercado y relaciones públicas que está dedicado a este elemento de propagandización en la empresa privada y en la política, pero las conspiraciones no son la causa de la explotación. Más bien, en la medida en que operan las conspiraciones, están dirigidas a mantener el sistema actual de explotación, que no tiene conspiración en su base.
En su nivel más básico, las teorías conspirativas confunden causa y efecto, o más precisamente, confunden una relación o relación percibida con causalidad. Por ejemplo, un grupo de trabajadores puede ser miembro del mismo club de bolos. Puede que discutan sobre el trabajo cuando van juntos a los bolos, pero su pertenencia a dicho club no es la causa por la que irán a trabajar a la mañana siguiente. Más bien, las relaciones sociales entre ellos a través de su posición en el proceso de producción, es decir, sus lazos sociales a través del trabajo, son más directamente la causa por la que pertenecen al mismo club de bolos.
De la misma manera, es verdad que, dada su posición en la sociedad, miembros de la clase dominante sean a veces miembros de los mismos-a menudo de manera exclusiva-clubes sociales como lo son los otros miembros de su clase. Pero estas organizaciones no causan la explotación capitalista, así como pertenecer al mismo club de bolos no es la causa de porqué los trabajadores asisten a trabajar. Se pueden estructurar planes en las reuniones de las “sociedades secretas,” pero las sociedades secretas son por si mismas producto de las relaciones sociales del sistema capitalista, no a la inversa.
Sin embargo, mientras que lo anterior apenas representa los errores de una teoría y método unilaterales, la obsesión que tienen muchas teorías conspirativas con grupos particulares de capitalistas, en lugar de la clase capitalista como un todo, revela el lado más inquietante sobre las teorías de conspiración.
Las teorías de conspiración no empezaron en el periodo post-Roswell de Estados Unidos. La idea de un grupo de “malas personas” que secretamente dominan la sociedad detrás de escena va incluso más atrás de este periodo, incluso antes de la frase “teoría conspirativa”, que el Diccionario Inglés de Oxford ubica desde 1909.
Tradicionalmente, volviendo a la edad media, los “conspiradores” nombrados en las prevalecientes “teorías” de la época tendían a ser víctimas del sistema: judíos, gitanos, mujeres, etc. La idea de un complot orquestado por un sector poblacional usado como chivo expiatorio fue una herramienta muy útil de la clase dominante durante el feudalismo. No obstante, este rol de las teorías conspirativas no acabó con el surgimiento del capitalismo.
Los judíos se mantuvieron como el blanco principal de los teóricos de la conspiración a través del siglo XIX e inicios del siglo XX, quienes siempre marcaban una distinción entre el así llamado capital manufacturero “productivo” versus el “improductivo” capital financiero, usando la distinción como salida fácil de los “banqueros judíos” como la fuente de los problemas de las naciones. Tal distinción racista falla al no reconocer la naturaleza explotadora del capital manufacturero ‘‘nacional’’, ‘‘bueno’’ por un lado, y las divisiones de clase dentro de la comunidad judía, y la heterogeneidad dentro del capital financiero en la otra. Las conspiraciones que presentan a “banqueros judíos” se popularizaron por gente como Henry Ford en los Estados Unidos, que escribió sobre antisemitismo en su periódico Dearborn Independent.
En consecuencia, las teorías conspirativas, a pesar de su aparente crítica al estatus quo y el orden existente (o sea, el capitalismo) en realidad son históricamente un producto ideológico de la Derecha. De la misma manera que la clase dominante durante el feudalismo usó el antisemitismo y otras teorías conspirativas para redirigir la ira provocada por sus tiránicos regímenes a un grupo poblacional que funcione como chivo expiatorio, de la misma manera, las teorías conspirativas actuales redirigen la ira sobre los efectos del capitalismo ya sea a una capa de la clase capitalista (financieros y banqueros, conocidos como usureros), una minoría racial (con sus propias divisiones de clase ignoradas por los “teóricos”), o simplemente un sector del gobierno (Área 51, El FBI, La CIA, la ATF, las Naciones Unidas, Etc.), en lugar del sistema en sí.
Actualmente, muchos en la Izquierda pasan su tiempo argumentando y debatiendo sobre una gran variedad de teorías conspirativas. Sin embargo, esto no supone una amenaza real al capitalismo ya que no cuestiona el sistema por sí mismo, sino a algunos elementos del ese sistema. La mayoría de las teorías conspirativas empiezan con la premisa de que el capitalismo es la única manera en que la sociedad se puede organizar, y concluyen diciendo que las cosas estarían mucho mejor con solo exponer a los conspiradores.
Los Marxistas, sin embargo, creemos que es necesario un análisis riguroso y científico del capitalismo, a fin de llevar una lucha mejor concertada contra el sistema, que puede ser reemplazado por el socialismo. Tal lucha debe ser liderada por la clase trabajadora organizada, la única clase capaz de librar la batalla hasta el final. Sustituir elaboradas teorías conspirativas por la lucha real de la clase viva no ayuda a aclarar la verdadera naturaleza del capitalismo ni a armar ideológicamente a la clase trabajadora para acabarlo de una vez por todas.