En 1938, el gran revolucionario ruso León Trotski afirmó que «la situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado.» Estas palabras son tan ciertas y pertinentes hoy como el día en que fueron escritas.
En la tercera década del siglo XXI, el sistema capitalista se encuentra en una crisis existencial. Tales situaciones no son en absoluto inusuales en la historia. Son la expresión del hecho de que un determinado sistema sociohistórico ha alcanzado sus límites y ya no es capaz de desempeñar ningún papel progresista.
La teoría marxista del materialismo histórico nos proporciona una explicación científica de este fenómeno. Todo sistema socioeconómico surge por determinadas razones. Se desarrolla, florece, luego alcanza su apogeo, momento en el que entra en una fase de declive. Este fue el caso de la sociedad esclavista y de la decadencia y caída del Imperio Romano.
En su momento, el capitalismo consiguió desarrollar la industria, la agricultura, la ciencia y la técnica hasta un nivel inimaginable en el pasado. Al hacerlo, inconscientemente sentaba las bases materiales de una futura sociedad sin clases.
Pero ahora esto ha alcanzado sus límites, y todo se está convirtiendo en su contrario. El sistema capitalista agotó hace tiempo su potencial histórico. Incapaz de llevar más lejos a la sociedad, ha llegado al punto sin retorno.
La crisis actual no es una crisis cíclica normal del capitalismo. Es una crisis existencial, expresada no sólo en el estancamiento de las fuerzas productivas, sino también en una crisis general de la cultura, la moral, la política y la religión.
El abismo que separa a ricos y pobres -entre la riqueza obscena en manos de unos pocos parásitos y la pobreza, la indigencia y la desesperación de la gran mayoría de la humanidad- nunca ha sido tan grande.
Estos son síntomas repugnantes de la enfermedad de una sociedad que está madura, e incluso podrida, para ser derrocada. Su caída final es inevitable y no se puede evitar. Pero eso no significa que la burguesía carezca de medios para retrasar las crisis o reducir su impacto, al menos en cierta medida y durante un periodo temporal.
Sin embargo, tales medidas no hacen sino crear nuevas e insolubles contradicciones. La crisis financiera de 2008 fue un importante punto de inflexión. Lo cierto es que el capitalismo mundial nunca se ha recuperado de esa crisis.
Durante décadas, los economistas burgueses argumentaron que la «mano invisible del mercado» lo resolvería todo y que el gobierno no debía desempeñar ningún papel en la vida económica de la nación. Pero los mercados colpasaron y sólo se salvaron gracias a la intervención masiva de los gobiernos. Durante aquella crisis, los gobiernos y los bancos centrales se vieron obligados a inyectar enormes sumas de dinero en el sistema para evitar una catástrofe total.
La burguesía sólo consiguió salvar el sistema llevándolo mucho más allá de sus límites naturales. Los gobiernos gastaron enormes cantidades de dinero que no poseían. Este método imprudente se repitió en la pandemia del COVID-19.
Estas medidas desesperadas condujeron inevitablemente a una explosión incontrolada de la inflación y a la creación de una enorme deuda pública, empresarial y privada, que ha obligado a los gobiernos a pisar el freno a fondo. Ahora hay que revertir todo el proceso.
La era de las tasas de interés excepcionalmente bajas y del crédito fácil es ya sólo un vago recuerdo del pasado. No hay ninguna posibilidad de que volvamos pronto al periodo anterior, si es que alguna vez se logra.
La economía mundial se enfrenta a la perspectiva de una tormenta perfecta en la que un factor se alimenta de otro para producir una fuerte espiral descendente.
El mundo se dirige hacia un futuro incierto caracterizado por un ciclo interminable de guerras, colapso económico y miseria creciente. Incluso en las naciones más ricas, los salarios se ven socavados por el incremento imparable de los precios, mientras que los profundos recortes del gasto público erosionan constantemente servicios sociales como la sanidad y la educación.
Estas medidas representan un ataque directo al nivel de vida de los trabajadores y de la clase media. Pero sólo sirven para profundizar la crisis. Todos los intentos de la burguesía por restablecer el equilibrio económico sólo sirven para destruir el equilibrio social y político. La burguesía se encuentra atrapada en una crisis para la que no tiene solución. Esta es la clave para comprender la situación actual.
Sin embargo, Lenin explicó hace tiempo que no existe tal cosa como una crisis final del capitalismo. A menos que sea derrocado, el sistema capitalista siempre se recuperará incluso de la crisis más profunda, aunque a un coste terrible para la humanidad.
Los límites de la globalización
Las principales causas de las crisis capitalistas son, por un lado, la propiedad privada de los medios de producción y, por otro, la asfixiante camisa de fuerza del mercado nacional, que es demasiado estrecha para contener las fuerzas productivas que ha creado el capitalismo.
Durante un tiempo, el fenómeno conocido como «globalización» permitió a la burguesía superar parcialmente la limitación del mercado nacional mediante el impulso del comercio mundial y la intensificación de la división internacional del trabajo.
Esto se aceleró aún más con la incorporación de China, India y Rusia al mercado mundial capitalista, tras el colapso de la Unión Soviética. Este fue el principal medio por el que el sistema capitalista sobrevivió y creció en las últimas décadas.
Al igual que los antiguos alquimistas creían haber descubierto el método secreto para transmutar el metal común en oro, los economistas burgueses creían haber descubierto la cura secreta para todos los problemas del capitalismo.
Ahora estas ilusiones han estallado como burbujas en el aire. Está bastante claro que este proceso ha alcanzado sus límites y está dando marcha atrás. El nacionalismo económico y las medidas proteccionistas son ahora las tendencias dominantes, precisamente las mismas que convirtieron la recesión de los años treinta en la Gran Depresión.
Esto marca un cambio decisivo en toda la situación y ha llevado inevitablemente a una enorme exacerbación de las contradicciones entre las naciones y a la proliferación de los conflictos militares y del proteccionismo.
Se expresa muy claramente en la ruidosa campaña que lleva a cabo el imperialismo estadounidense bajo la bandera de «¡América primero!» «América primero» significa que el resto del mundo debe ser empujado a la segunda, tercera o cuarta posición, lo que conduce a más contradicciones, guerras y guerras comerciales.
Horror sin fin
La crisis se traduce en inestabilidad en todos los ámbitos: económico, financiero, social, político, diplomático y militar. En los países pobres, millones de personas se enfrentan a una muerte lenta por desnutrición, estrujadas por las garras implacables de los prestamistas imperialistas.
La ONU estimó en junio de 2023 que el número de personas desplazadas a la fuerza por la guerra, la hambruna y el impacto del cambio climático ascendía a 110 millones, lo que suponía un fuerte aumento respecto a los niveles anteriores a la pandemia. Esto era antes de la guerra de Gaza.
En un intento desesperado por escapar de estos horrores, un gran número de personas se ven obligadas a huir a países como Estados Unidos y Europa. Quienes emprenden los difíciles y peligrosos viajes para cruzar el Mediterráneo o el Río Grande soportan una violencia y unos abusos innombrables en el camino. Decenas de miles mueren cada año en el intento.
Estas son las terribles consecuencias del colapso económico y social provocado por los estragos de la llamada economía de libre mercado y las violentas acciones del imperialismo, que causan devastación, muerte y destrucción a una escala inimaginable.
Tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos se convirtió durante un tiempo en la única superpotencia del mundo. El poder colosal vino acompañado de una arrogancia colosal. El imperialismo estadounidense impuso su voluntad en todas partes, utilizando una combinación de poder económico y fuerza militar para someter a cualquier nación que se negara a arrodillarse ante Washington.
Tras hacerse con el control de los Balcanes y otras antiguas esferas de influencia soviéticas, lanzó una invasión despiadada y no provocada de Irak que causó la muerte de más de un millón de personas. La invasión de Afganistán fue otro episodio sangriento. Nadie sabe cuántas vidas se perdieron en esa desdichada tierra.
Pero los límites del poder estadounidense quedaron al descubierto en Siria, donde los estadounidenses sufrieron una derrota como consecuencia de la intervención de Rusia e Irán. Esto marcó un brusco cambio en la situación. Desde entonces, el imperialismo estadounidense ha sufrido un humillante revés tras otro.
Este hecho es en sí mismo una prueba contundente de la crisis del capitalismo a escala mundial. En el siglo XIX, el imperialismo británico obtenía enormes riquezas de su papel de potencia mundial dominante. Pero ahora las cosas se han convertido en su contrario.
La crisis del capitalismo y las crecientes tensiones entre las naciones están haciendo del mundo un lugar mucho más turbulento y peligroso. Ser el principal policía del mundo es un trabajo cada vez más complejo y costoso, con problemas que surgen por doquier y antiguos aliados que, presintiendo debilidad, se unen para desafiar al jefe.
El imperialismo estadounidense es la fuerza más poderosa y reaccionaria del planeta. Su gasto militar es igual a la suma de los diez países que le siguen. Y, sin embargo, es incapaz de imponer decisivamente su voluntad en ninguna región del mundo.
La fría crueldad del imperialismo estadounidense, y también su repulsiva hipocresía, quedaron claramente expuestas por los horribles acontecimientos de Gaza. Participó activamente en la atroz masacre perpetrada contra hombres, mujeres y niños indefensos por el monstruoso régimen israelí.
Esta criminal guerra de agresión no podría haber durado ni un solo día sin el apoyo activo de la camarilla gobernante estadounidense. Sin embargo, mientras se lamentaba hipócritamente de la suerte de estas víctimas, Washington seguía enviando armas y dinero para ayudar a Netanyahu en su trabajo de carnicero.
Pero lo más sorprendente ha sido la total incapacidad de Washington para obligar a los israelíes a hacer lo que conviene a los intereses estadounidenses. Por mucho que tiraban de los hilos, la marioneta seguía bailando a su son. Este fue un indicio muy instructivo del declive del poder estadounidense, y no sólo en Oriente Medio.
La capacidad de una nación para dominar a otras no es absoluta, sino relativa. La situación no es estática, sino dinámica y cambia constantemente. La historia demuestra que naciones antes atrasadas y oprimidas pueden transformarse en Estados agresivos que se vuelven contra sus vecinos e intentan dominarlos y explotarlos.
En la actualidad, Turquía es una de las potencias dominantes en Oriente Medio. Es una potencia imperialista regional. En cambio, Rusia y China, tras haber entrado en la vía capitalista, se han revelado como formidables potencias imperialistas de alcance mundial. Esto las enfrenta directamente con el imperialismo estadounidense.
China y Rusia aún no han adquirido el mismo nivel de poder económico y militar que Estados Unidos, pero han surgido como poderosos rivales, desafiando a Washington en una lucha global por mercados, esferas de influencia, materias primas e inversiones rentables. Las guerras de Ucrania y Gaza han proporcionado pruebas gráficas de los límites del poder del imperialismo estadounidense.
En el pasado, las tensiones existentes ya habrían desembocado en una gran guerra entre las Grandes Potencias. Pero las condiciones cambiantes han eliminado esta posibilidad del orden del día, al menos por el momento.
Los capitalistas no hacen la guerra por patriotismo, democracia ni cualquier otro principio altisonante. Hacen la guerra por el beneficio, para captar mercados extranjeros, fuentes de materias primas (como el petróleo) y ampliar esferas de influencia.
¿No está eso absolutamente claro? ¿Y no está también muy claro que una guerra nuclear no significaría ninguna de estas cosas, sino sólo la destrucción mutua de ambas partes? Incluso han acuñado una frase para describir este escenario: DMA (destrucción mutua asegurada [MAD en sus siglas en inglés, que también significa “locura”]).
Otro factor decisivo que pesa en contra de una guerra abierta entre las principales potencias imperialistas es la oposición masiva a la guerra, en particular (pero no exclusivamente) en Estados Unidos. Una encuesta reciente indica que sólo el 5% de la población estadounidense estaría a favor de una intervención militar directa en Ucrania.
No es de extrañar, dadas las humillantes derrotas sufridas en Irak y Afganistán, un hecho que está grabado a fuego en la conciencia del pueblo de Estados Unidos. Esto, sumado al temor de que una confrontación militar directa con Rusia pueda escalar, creando el riesgo de una guerra nuclear, actúa como un serio freno.
Aunque en las condiciones actuales una guerra mundial está descartada, habrá muchas guerras «pequeñas» y guerras por poderes como la de Ucrania. El impacto global de estas guerras será significativo. Esto se sumará a la volatilidad general y avivará las llamas del desorden mundial. Esto quedó muy claro con los acontecimientos de Gaza.
El futuro que ofrece este sistema sólo puede ser de miseria sin fin, sufrimiento, enfermedades, guerras para la humanidad. En palabras de Lenin: el capitalismo es horror sin fin.
Crisis de la democracia burguesa
Las condiciones económicas del próximo periodo se parecerán mucho más a las de los años treinta que a las que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, se plantea la siguiente pregunta: ¿permanecerá intacta la democracia burguesa en un futuro previsible?
La democracia es, de hecho, el monopolio de unas pocas naciones ricas y privilegiadas, donde la guerra de clases puede mantenerse dentro de límites aceptables haciendo concesiones a la clase trabajadora.
Esta fue la premisa material sobre la que pudo mantenerse durante décadas la llamada democracia en países como Estados Unidos y Gran Bretaña. Republicanos y Demócratas, tories y laboristas, se alternaban en el poder, sin que ello supusiera ninguna diferencia fundamental.
En realidad, la democracia burguesa no es más que una máscara sonriente, una fachada tras la que se esconde la realidad de la dictadura de los bancos y las grandes corporaciones. En la medida en que la clase dominante es incapaz de seguir otorgando concesiones a las masas, se aparta la máscara sonriente, para revelar la fea realidad del gobierno por la violencia y la coerción. Esto es cada vez más evidente.
Se suponía que el libre mercado era garante de la democracia. Pero democracia y capitalismo son contrarios. Los estrategas del Capital expresan ahora abiertamente sus dudas sobre la viabilidad de la democracia burguesa y sobre el futuro mismo del capitalismo.
El viejo y reconfortante mito de que todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades se ha hecho añicos por el marcado contraste de la riqueza y el lujo obscenos de los que se hace alarde sin pudor ante una masa de pobreza, desempleo, falta de vivienda y desesperación, incluso en las naciones ricas.
El creciente declive económico afecta ahora no sólo a la clase trabajadora, sino también a una capa significativa de la clase media. Los choques económicos, la crisis del coste de la vida, la inflación galopante y los tipos de interés en constante aumento llevan a la quiebra a los pequeños negocios. Hay inseguridad general y miedo al futuro en todos los niveles de la sociedad, con la excepción de los superricos y sus allegados.
Se suponía que la legitimidad del sistema se basaba en una prosperidad ampliamente compartida. Pero el capital se concentra cada vez más en manos de unos pocos multimillonarios, bancos gigantes y corporaciones.
En lugar de democracia, tenemos el gobierno de una plutocracia apenas disimulada. La riqueza compra el poder. Todo el mundo lo sabe. La democracia significa un ciudadano, un voto. Pero el capitalismo significa un dólar, un voto. Unos cuantos miles de millones de dólares compran un billete de entrada a la Casa Blanca.
Este hecho es cada vez más evidente para la mayoría de la gente. Crece la indiferencia hacia el orden político existente y la desconfianza -incluso el odio- hacia la élite dirigente y sus instituciones.
El propio gobierno parlamentario se ve socavado. Los órganos electos se convierten en meras tertulias, mientras que el poder real pasa del Parlamento al Gabinete, del Gabinete a camarillas de funcionarios y «asesores» no electos.
La mentira descarada de que la policía y el poder judicial son de alguna manera independientes está quedando al descubierto a la vista de todos. A medida que se intensifique la lucha de clases, estas instituciones se verán cada vez más desenmascaradas y perderán el respeto y la autoridad que alguna vez pudieron haber poseído.
Al final, la burguesía sacará la conclusión de que hay demasiado desorden, demasiadas huelgas y manifestaciones, demasiado caos. «¡Exigimos orden!» Vemos cómo ya se imponen limitaciones a los derechos democráticos, como el derecho de manifestación, el derecho de huelga, la libertad de expresión y de prensa.
En un momento dado, la burguesía se verá tentada a recurrir a la dictadura abierta de una forma u otra. Pero esto sólo podría convertirse en una perspectiva realista después de que la clase obrera hubiera sufrido una serie de graves derrotas, como fue el caso de Alemania tras la Primera Guerra Mundial.
Pero mucho antes de eso, la clase obrera tendrá muchas oportunidades de poner a prueba su fuerza contra la del Estado burgués y pasar a tomar el poder en sus propias manos.
¿Existe riesgo de fascismo?
Los impresionistas superficiales de la llamada izquierda internacional ven estúpidamente al trumpismo como fascismo. Tal confusión no puede ayudarnos a comprender el verdadero significado de fenómenos importantes.
Este disparate les lleva directamente al pantano de las políticas colaboracionistas de clase. Al proponer la falsa idea del «mal menor», invitan a la clase obrera y a sus organizaciones a unirse con un ala reaccionaria de la burguesía contra otra.
Fue esta falsa política la que les permitió empujar a los votantes a apoyar a Joe Biden y a los Demócratas, un voto del que posteriormente muchos se arrepintieron amargamente.
Al insistir constantemente en el supuesto peligro del «fascismo», desarmarán a la clase obrera cuando se enfrente a auténticas formaciones fascistas en el futuro. En cuanto al presente, no entienden nada.
Hay muchos demagogos de derechas por ahí, y algunos incluso llegan a ser elegidos. Sin embargo, eso no es lo mismo que un régimen fascista, que se basa en la movilización de masas de la pequeña burguesía enfurecida como ariete para destruir las organizaciones obreras.
En los años 30, las contradicciones de la sociedad se resolvieron en un espacio de tiempo relativamente corto, y sólo podían acabar o bien con la victoria de la revolución proletaria, o bien con la reacción en forma de fascismo o bonapartismo.
Pero la clase dominante se quemó los dedos cuando apoyó a los fascistas en el pasado. No va a seguir por ese camino fácilmente.
Y lo que es más importante, hoy en día, una solución tan rápida queda descartada por el cambio en el equilibrio de fuerzas. Las reservas sociales de la reacción son mucho más débiles que en los años 30, y el peso específico de la clase obrera es mucho mayor.
El campesinado ha desaparecido en gran medida en los países capitalistas avanzados, mientras que amplias capas que antes se consideraban de clase media (profesionales, trabajadores de cuello blanco, maestros, profesores universitarios, funcionarios, médicos y enfermeras) se han acercado al proletariado y se han sindicado.
Los estudiantes, que en los años veinte y treinta [del siglo pasado] proporcionaron las tropas de choque al fascismo, han girado bruscamente a la izquierda y están abiertos a las ideas revolucionarias. La clase obrera, en la mayoría de los países, no ha sufrido derrotas graves desde hace décadas. Sus fuerzas están prácticamente intactas.
La burguesía se encuentra ante la crisis más grave de su historia, pero debido al enorme fortalecimiento de la clase obrera, es incapaz de avanzar rápidamente en la dirección de la reacción abierta.
Eso significa que la clase dominante se enfrentará a serias dificultades cuando intente destruir las conquistas del pasado. La profundidad de la crisis significa que tendrán que intentar cortar y recortar hasta el hueso. Pero eso provocará explosiones en un país tras otro.
El desastre medioambiental
Además de las constantes guerras y crisis económicas, la humanidad está amenazada por el expolio del planeta. En su constante búsqueda de beneficios, el sistema capitalista ha envenenado el aire que respiramos, los alimentos que comemos y el agua que bebemos.
Está destruyendo la selva amazónica y los casquetes polares. Los océanos están sofocados de plástico y contaminados con residuos químicos. Las especies animales se extinguen a un ritmo alarmante. Y el futuro de naciones enteras está en peligro.
Los sectores más pobres de la sociedad y la clase trabajadora son los más afectados por el impacto de la contaminación y el cambio climático. Para colmo, la clase dominante les pide que paguen la factura de la crisis que ha creado el capitalismo.
Marx explicó que la elección ante la humanidad era socialismo o barbarie. Los elementos de la barbarie ya existen incluso en los países capitalistas más avanzados, y amenazan la existencia misma de la civilización. Pero ahora tenemos derecho a decir que el capitalismo supone una amenaza para la existencia misma del género humano.
Todas estas cosas remueven la conciencia de millones de personas, especialmente de los jóvenes. Pero la indignación moral y las manifestaciones airadas son totalmente insuficientes. Si el movimiento ecologista se limita a una política de gestos vacíos, se condenará a la impotencia.
Los ecologistas son capaces de señalar los síntomas más evidentes del problema. Pero no dan un diagnóstico correcto, y sin eso, es imposible ofrecer una cura. El movimiento ecologista sólo podrá tener éxito en sus objetivos si adopta una posición revolucionaria anticapitalista clara e inequívoca.
Debemos esforzarnos por llegar a los mejores elementos y convencerles de que el problema es el propio capitalismo. La catástrofe medioambiental es el resultado de la locura de la economía de mercado y del afán de lucro.
La llamada economía de libre mercado es impotente para resolver cualquiera de los problemas a los que se enfrenta la humanidad. Es colosalmente despilfarradora, destructiva e inhumana. No se puede avanzar sobre esta base. Los argumentos a favor de una economía planificada son incontestables.
Es necesario expropiar a los banqueros y capitalistas y sustituir la anarquía del mercado por un sistema armonioso y racional de planificación.
El sistema capitalista muestra ahora todas las horribles características de una criatura que ha perdido toda razón de existir. Pero eso no significa que reconozca que se enfrenta a la extinción. Todo lo contrario.
Este sistema degenerado y enfermo se parece a un anciano enfermo y senil que se aferra tenazmente a la vida. Seguirá tambaleándose hasta que sea derrocado por el movimiento revolucionario consciente de la clase obrera.
Es tarea de la clase obrera poner fin a este largo proceso de agonía del capitalismo mediante su derrocamiento revolucionario y la reconstrucción de la sociedad de arriba abajo.
La existencia del capitalismo representa ahora una amenaza clara y presente para el futuro del planeta Tierra. Para que la humanidad pueda vivir, el sistema capitalista debe morir.
El factor subjetivo
A partir de la crisis general del capitalismo, es posible concluir que su colapso final es inevitable e ineludible. En el mismo sentido, la victoria del socialismo es una fatalidad histórica.
Eso es cierto en un sentido general. Pero a partir de proposiciones generales es imposible tener una explicación concreta de los hechos reales.
Si todo es completamente inevitable, no hay necesidad de un partido revolucionario, ni de sindicatos, ni de huelgas, ni de manifestaciones, ni del estudio de la teoría, ni de nada. Pero toda la historia demuestra precisamente lo contrario. El factor subjetivo, la dirección, desempeña un papel absolutamente fundamental en los momentos decisivos de la historia.
Karl Marx señaló que la clase obrera sin organización no es más que materia prima para la explotación. Sin organización no somos nada. Con ella, lo somos todo.
Pero aquí llegamos al nudo del problema. El verdadero problema es la ausencia total de dirección, la podredumbre total de los dirigentes de los trabajadores.
Las organizaciones de masas históricamente desarrolladas de la clase obrera se han visto sometidas a la presión de la clase dominante y de la pequeña burguesía a lo largo de décadas de relativa prosperidad. Esto ha reforzado el control de la burocracia obrera sobre estas organizaciones.
La crisis del capitalismo significa necesariamente la crisis del reformismo. Los dirigentes derechistas han abandonado las ideas sobre las que se fundó el movimiento y se han divorciado de la clase a la que supuestamente representan.
Más que en ningún otro período de la historia, la dirección de las organizaciones obreras se ha visto sometida a la presión de la burguesía. Para utilizar una expresión acuñada por el pionero socialista estadounidense Daniel DeLeon y citada a menudo por Lenin, no son más que los «lugartenientes obreros del capital». Representan el pasado, no el presente ni el futuro. Serán barridos en el tormentoso período que ahora se abre.
Pero el problema no empieza ni termina con los reformistas de derechas.
La bancarrota de la “izquierda”
Un papel especialmente pernicioso lo ha desempeñado la llamada izquierda, que en todas partes ha capitulado ante las presiones de la derecha y el establishment. Lo hemos visto con Tsipras y los demás dirigentes de Syriza en Grecia. El mismo proceso puede verse con Podemos en España, en Estados Unidos con Bernie Sanders y en Gran Bretaña con Jeremy Corbyn.
En todos estos casos, los dirigentes de izquierda despertaron inicialmente las esperanzas de mucha gente, pero estas esperanzas se desvanecieron cuando capitularon ante las presiones de la derecha.
Sería fácil acusar a estos dirigentes de cobardía y debilidad. Pero aquí no se trata de moralidad individual o valor personal, sino de extrema debilidad política.
El problema esencial de los reformistas de izquierda es que creen que es posible alcanzar las reivindicaciones de las masas sin romper con el propio sistema capitalista. En este sentido, no difieren de los reformistas de derechas, salvo en que estos últimos ni siquiera se molestan en ocultar su completa capitulación ante los banqueros y capitalistas.
En general, hoy los «izquierdistas» ya ni siquiera hablan de socialismo. No son ni la sombra de los viejos dirigentes de la izquierda de los años treinta. En su lugar, se limitan a débiles ruegos de mejores niveles de vida, más derechos democráticos, etcétera.
Ya ni siquiera se refieren al capitalismo, sino al «neoliberalismo», es decir, al capitalismo «malo», por oposición al capitalismo «bueno», aunque nunca dicen exactamente qué se supone que es este capitalismo bueno imaginario.
Como se niegan a romper con el sistema, los reformistas de izquierda ven inevitablemente la necesidad de encontrar acomodo con la clase dominante. Intentan demostrar que no son una amenaza y que se puede confiar en que gobernarán en interés de los capitalistas.
Esto explica su obstinada negativa a romper con la derecha -los agentes abiertos de la clase dominante dentro del movimiento obrero-, que intentan justificar alegando la necesidad de mantener la unidad.
Al final, esto siempre les lleva a capitular ante la derecha. Pero cuando ésta se hace con el control, no muestran la misma timidez, sino que se lanzan inmediatamente a una feroz caza de brujas contra la izquierda.
Así pues, la cobardía no es aquí una cuestión del carácter personal de tal o cual individuo. Es una parte inseparable del ADN político del reformismo de izquierdas.
La lucha contra la opresión
La crisis del capitalismo ha encontrado su expresión en muchas corrientes profundamente arraigadas de oposición a la sociedad existente, sus valores, su moral y sus intolerables injusticias y opresión.
La contradicción central de la sociedad sigue siendo el antagonismo entre el trabajo asalariado y el capital. Sin embargo, la opresión adopta muchas formas diferentes, algunas de ellas considerablemente más antiguas y arraigadas que la esclavitud asalariada.
Entre las formas más universales y dolorosas de opresión está la de las mujeres en un mundo dominado por los hombres. La crisis aumenta la dependencia económica de las mujeres. Los recortes en el gasto social del Estado están cargando desproporcionadamente a las mujeres con el peso del cuidado de los niños y de los ancianos.
Hay una epidemia de violencia contra las mujeres en todo el mundo. Y derechos como el acceso al aborto están siendo atacados. Esto está provocando una enorme reacción, y está creciendo un estado de ánimo combativo, especialmente entre las mujeres jóvenes.
La rebelión de las mujeres contra esta monstruosa opresión tiene una importancia fundamental en la lucha contra el capitalismo. Sin la plena participación de las mujeres no puede haber una revolución socialista exitosa.
La lucha contra todas las formas de opresión y discriminación es una parte necesaria de la lucha contra el capitalismo.
Nuestra posición es muy simple: en todas las luchas, siempre nos pondremos del lado de los oprimidos contra los opresores. Pero esta afirmación general es insuficiente por sí sola para definir nuestra posición. Debemos añadir que nuestra actitud es esencialmente negativa.
Es decir: nos oponemos a la opresión y la discriminación de cualquier tipo, ya sea dirigida contra las mujeres, las personas de color, los homosexuales, los transgénero o cualquier otro grupo o minoría oprimida.
Sin embargo, rechazamos totalmente la política de identidad, que, bajo el pretexto de defender los derechos de un grupo concreto, desempeña un papel reaccionario y divisorio que, en última instancia, debilita la unidad de la clase obrera y proporciona una ayuda inestimable a la clase dominante.
El movimiento obrero se ha infectado con todo tipo de ideas ajenas: posmodernismo, política de identidad, «corrección política» y todas las demás tonterías estrambóticas que la pequeña burguesía de «izquierda» ha introducido de contrabando desde las universidades, que actúan como correa de transmisión de ideología ajena y reaccionaria.
Subproducto del llamado posmodernismo, la política de identidad ha servido para confundir los cerebros de los estudiantes. Estas ideas ajenas se han introducido en el movimiento obrero, donde actúan como un arma muy eficaz en manos de la burocracia para su lucha contra los luchadores de clase más combativos.
Lenin insistió en la necesidad de que los comunistas lucharan en todos los frentes, no sólo en el económico y político, sino también en el ideológico. Nos mantenemos firmes sobre la sólida base de la teoría marxista y la filosofía del materialismo dialéctico.
Esto está en total contradicción con el idealismo filosófico en todas sus formas: ya sea el misticismo abierto y no disimulado de la religión, o el misticismo cínico, disfrazado y no menos venenoso del posmodernismo.
La lucha contra esta ideología de clase ajena y sus defensores pequeñoburgueses constituye, por tanto, una tarea muy importante. No hay que hacer concesiones a las ideas divisionistas y contrarrevolucionarias, que hacen el juego a la patronal y a su vieja táctica: divide y vencerás.
De hecho, ya ha comenzado una saludable reacción contra estas ideas perniciosas entre una capa de jóvenes que se acercan al comunismo.
Los comunistas nos mantenemos firmes en el terreno de la política de clase y defendemos la unidad de la clase obrera por encima de todas las divisiones de raza, color, sexo, lengua o religión. No nos importa si eres blanco o negro, hombre o mujer. Tampoco nos interesa lo más mínimo tu estilo de vida o quién es o no tu pareja. Son cuestiones puramente personales que no conciernen a nadie: ni burócratas, ni curas ni políticos.
El único requisito para unirte a nosotros es que estés preparado y dispuesto a luchar por la única causa que puede ofrecer auténtica libertad, igualdad y relaciones genuinamente humanas entre hombres y mujeres: la sagrada causa de la lucha por la emancipación de la clase obrera.
Pero la condición previa para unirte a los comunistas es que dejes todas las tonterías reaccionarias de la política de identidad antes de entrar por la puerta.
Los sindicatos
El período actual es el más tormentoso y convulso de la historia. El escenario está preparado para un renacimiento general de la lucha de clases. Pero no será fácil. La clase obrera comienza a despertar tras un período más o menos de letargio. Tendrá que volver a aprender muchas lecciones, incluso lecciones tan elementales como la necesidad de organizarse en sindicatos.
Pero la dirección de las organizaciones de masas, empezando por los sindicatos, se encuentra en todas partes en un estado lamentable. Se ha revelado completamente inadecuada para responder a las necesidades más acuciantes de la clase obrera. Ni siquiera han sido capaces de construir y fortalecer los propios sindicatos.
Como resultado, capas enteras de la nueva generación de jóvenes trabajadores que desempeñan trabajos precarios como repartidores, trabajadores de centros de llamadas y similares, se encuentran como poco más que materia prima para la explotación.
Trabajan en condiciones deplorables en condiciones de explotación laboral moderna como en los almacenes de Amazon, sometidos a una explotación brutal, largas jornadas laborales y malos salarios. Los días en que los trabajadores podían conseguir aumentos salariales importantes simplemente amenazando con una huelga han quedado atrás. La patronal dirá que ni siquiera puede permitirse mantener el nivel salarial actual, y mucho menos hacer concesiones.
Los que aún sueñan con la paz social y el consenso viven en el pasado, en una fase del capitalismo que ya no existe. ¡Son los dirigentes sindicales, no los marxistas, los que son utópicos! Se abre un panorama de grandes batallas pero también de derrotas del proletariado como consecuencia de una mala dirección. Lo que hace falta es una combatividad a ultranza y una reactivación de la lucha de clases.
El proceso de radicalización continuará y se profundizará. Esto abrirá grandes posibilidades para el trabajo de los comunistas en los sindicatos y centros de trabajo.
El camino a seguir exige una lucha seria contra el reformismo, una lucha para regenerar las organizaciones de masas de la clase obrera, empezando por los sindicatos. Deben transformarse en organizaciones de lucha de la clase obrera.
Pero esto sólo puede lograrse mediante una lucha implacable contra la burocracia reformista. Hay que purgar los sindicatos de arriba abajo y eliminar por completo la políticas de colaboración de clases.
La combatividad no basta
La lucha contra el reformismo no significa que nos opongamos a las reformas. No criticamos a los dirigentes sindicales porque luchen por las reformas, sino al contrario, porque no luchan en absoluto.
Buscan el acomodo con la patronal, evitan la acción combativa y, cuando se ven obligados a ella por la presión de las bases, hacen todo lo posible por limitar la huelga y llegar a un compromiso podrido para acabar cuanto antes con el movimiento.
Los comunistas lucharán incluso por las reformas más pequeñas que representen una mejora del nivel de vida y de los derechos de los trabajadores. Pero en las condiciones actuales, la lucha por reformas significativas sólo puede tener éxito en la medida en que adquiera el alcance más amplio y revolucionario.
Las limitaciones de la democracia burguesa formal quedarán al descubierto en la medida en que se ponga a prueba en la práctica. Lucharemos por defender cualquier reivindicación democrática significativa, a fin de propiciar las condiciones más favorables para el desarrollo más pleno de la lucha de clases.
La clase obrera en su conjunto sólo puede aprender a través de su propia experiencia. Sin la lucha cotidiana por avanzar bajo el capitalismo, la revolución socialista sería impensable.
Pero, en última instancia, el sindicalismo combativo no es suficiente. En condiciones de crisis capitalista, ni siquiera las conquistas de la clase obrera pueden ser duraderas.
Lo que la patronal concede con la mano derecha lo recuperará con la izquierda. Los aumentos salariales quedan anulados por la inflación o el aumento de los impuestos. Se cierran fábricas y aumenta el paro.
La única forma de garantizar que no se anulen las reformas es luchar por un cambio radical de la sociedad. En un momento dado, las luchas defensivas pueden transformarse en ofensivas. Es precisamente a través de la experiencia de pequeñas luchas por reivindicaciones parciales como se prepara el terreno para la batalla final por el poder.
La necesidad del partido
La clase obrera es la única clase genuinamente revolucionaria de la sociedad. Sólo ella no tiene ninguna razón para desear la continuación de un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación de la fuerza de trabajo humana para satisfacer la codicia rapaz de unos pocos parásitos ricos.
Es deber de los comunistas hacer consciente el esfuerzo inconsciente o semiconsciente de la clase obrera por cambiar la sociedad. Sólo la clase obrera tiene el poder necesario para derrocar la dictadura de los banqueros y capitalistas.
No olvidemos nunca que no brilla ni una bombilla, ni gira una rueda, ni suena un teléfono sin el amable permiso de la clase obrera.
Es un poder colosal. Y, sin embargo, es un poder sólo en potencia. Para que ese poder potencial se convierta en realidad, hace falta algo más. Ese algo es la organización.
Existe una analogía precisa con las fuerzas de la naturaleza. El vapor es una de ellas. Fue el motor de la revolución industrial. Es la fuerza que mueve los motores, proporciona luz, calefacción y energía para dar vida y movimiento a las grandes ciudades.
Pero el vapor sólo se convierte en energía cuando se concentra en un mecanismo llamado caja de pistones. Sin ese mecanismo, se disipa inútilmente en la atmósfera. Sigue siendo un mero potencial, y nada más.
Incluso al nivel más elemental, todo trabajador con conciencia de clase comprende la necesidad de la organización sindical. Pero la máxima expresión de la organización proletaria es el partido revolucionario que une a la capa más consciente, dedicada y combativa de la clase en la lucha por derrocar al capitalismo. La creación de un partido así es la tarea más urgente a la que nos enfrentamos.
Conciencia
La creciente inestabilidad económica y social amenaza con socavar los cimientos del orden existente. ¿Cómo explicar los violentos vaivenes electorales en todas partes, a derecha e izquierda y de nuevo a derecha?
Los miopes reformistas de izquierda culpan a los trabajadores de su supuesto atraso. Así intentan excusarse y encubrir su propio papel pernicioso. Pero lo que esto refleja es la desesperación y la falta total de una alternativa seria. Las masas intentan desesperadamente encontrar una salida. Y están probando una opción tras otra. Un gobierno, un partido y un dirigente tras otro son puestos a prueba, se les considera deficientes y se les descarta.
En este proceso, los reformistas desempeñan un papel muy lamentable, y los reformistas de izquierda uno aún más lamentable, si cabe. A raíz de esto, asistimos a un cambio de conciencia. No es el tipo de cambio lento y gradual que cabría esperar.
Lleva tiempo madurar, naturalmente, pero los cambios de cantidad acaban alcanzando un punto crítico en el que la cantidad se convierte de repente en calidad. Los cambios bruscos de conciencia son inherentes a toda la situación.
Este es precisamente el tipo de cambio que estamos viendo ahora, sobre todo entre los jóvenes. En una encuesta se pidió a más de 1.000 adultos británicos que clasificaran las palabras y frases que más asocian con el «capitalismo».
Los principales resultados fueron «codicia» (73%), «presión constante para conseguir logros» (70%) y «corrupción» (69%). El 42 por ciento de los encuestados estaba de acuerdo con la frase «el capitalismo está dominado por los ricos, ellos marcan la agenda política».
El cambio se expresa más claramente en la tendencia hacia las ideas comunistas entre los jóvenes. Estos jóvenes se autodenominan comunistas, aunque muchos nunca han leído el Manifiesto Comunista y no conocen el socialismo científico.
Pero las traiciones de la izquierda han hecho que la propia palabra «socialismo» apeste. Ya no tiene eco entre los mejores. Dicen: «Queremos comunismo. Sólo eso y nada menos que eso».
¿Qué es un comunista?
En la sección del Manifiesto Comunista titulada Proletarios y comunistas, leemos lo siguiente:
«¿Qué relación guardan los comunistas con los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.
Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad. […]
«Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.»
Estas líneas expresan muy bien la esencia del asunto.
¿Ha llegado el momento de crear una Internacional Comunista Revolucionaria?
La creciente reacción contra la llamada economía de libre mercado ha aterrorizado a los apologistas del capitalismo. Miran con pavor hacia un futuro incierto y turbulento.
Junto con este ambiente de pesimismo generalizado, los representantes más reflexivos de la burguesía empiezan a descubrir incómodos paralelismos con el mundo de 1917. En este contexto, se plantea la necesidad de un partido revolucionario con una bandera limpia y una política revolucionaria clara.
El carácter internacional de nuestro movimiento se deriva del hecho de que el capitalismo es un sistema mundial. Desde el principio, Marx se esforzó por crear una organización internacional de la clase obrera.
Sin embargo, desde la degeneración estalinista de la Internacional Comunista, no ha existido tal organización. ¡Ahora es el momento de lanzar una Internacional Comunista Revolucionaria!
Algunos lo considerarán sectarismo. Pero no se trata de eso para nada. No tenemos absolutamente nada en común con los grupúsculos ultraizquierdistas y sectarios que se pavonean como ridículos pavos reales al margen del movimiento obrero.
Debemos dar la espalda a los sectarios y mirar hacia las nuevas capas frescas que avanzan hacia el comunismo. La necesidad de dar ese paso no es una expresión de impaciencia ni de voluntarismo subjetivo. Tiene sus raíces en una clara comprensión de la situación objetiva. Es esto, y no otra cosa, lo que hace que ese paso sea absolutamente necesario e inevitable.
Examinemos los hechos:
Las últimas encuestas realizadas en Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia y otros países nos proporcionan una indicación muy clara de que la idea del comunismo se está extendiendo rápidamente. El potencial del comunismo es enorme. Nuestra tarea es hacer realidad este potencial dándole una expresión organizativa.
Organizando a la vanguardia en un auténtico Partido Comunista Revolucionario, fusionándola con una organización bolchevique disciplinada, educándola en las ideas marxistas y adiestrándola en los métodos de Lenin, construiremos una fuerza que puede desempeñar un papel clave en el desarrollo de la revolución socialista en el próximo período.
Esa es nuestra tarea. Debemos superar todos los obstáculos para conseguirlo.
El estalinismo frente al bolchevismo
Durante mucho tiempo, los enemigos del comunismo creyeron que habían exorcizado con éxito los fantasmas de la Revolución de Octubre. El colapso de la Unión Soviética parecía confirmar su creencia de que el comunismo estaba muerto y enterrado. «La Guerra Fría ha terminado», se regodeaban, «y hemos ganado».
Sin embargo, contrariamente a la leyenda tan insistentemente repetida por nuestros enemigos de clase, no fue el comunismo lo que se derrumbó en los años 80, sino el estalinismo, una horrible caricatura burocrática y totalitaria que no tenía ninguna relación con el régimen de democracia obrera establecido por Lenin y los bolcheviques en 1917.
Stalin llevó a cabo una contrarrevolución política contra el bolchevismo, apoyándose en una casta privilegiada de funcionarios que ascendió al poder en un periodo de reflujo de la revolución tras la muerte de Lenin. Para consolidar su dictadura contrarrevolucionaria, Stalin se vio obligado a asesinar a todos los camaradas de Lenin y a un gran número de auténticos comunistas.
El estalinismo y el bolchevismo, lejos de ser idénticos, no sólo son diferentes en especie: son enemigos mutuamente excluyentes y mortales, separados por un río de sangre.
Degeneración de los “partidos comunistas”
El comunismo está indeleblemente asociado al nombre de Lenin y a las gloriosas tradiciones de la Revolución Rusa, pero los Partidos Comunistas de hoy son «comunistas» sólo de nombre. Los dirigentes de esos partidos abandonaron hace tiempo las ideas de Lenin y del bolchevismo.
La aceptación de la política antimarxista del socialismo en un solo país fue una ruptura decisiva con el leninismo. En 1928, Trotski predijo que esto conduciría inevitablemente a la degeneración nacional-reformista de todos los partidos comunistas del mundo. Esta predicción resultó ser correcta.
Al principio, los dirigentes de los Partidos Comunistas cumplieron obedientemente los dictados de Stalin y de la burocracia, siguiendo servilmente cada giro que venía de Moscú. Más tarde repudiaron a Stalin, pero en lugar de volver a Lenin, dieron un brusco giro a la derecha. Al romper con Moscú, en la mayoría de los países estos partidos adoptaron perspectivas y políticas reformistas.
Siguiendo la lógica fatal del «socialismo en un solo país», la dirección de cada partido nacional se adaptó a los intereses de la burguesía de su propio país. Esto ha llevado a la degeneración completa, e incluso a la liquidación total de los Partidos Comunistas.
El caso más extremo fue el del Partido Comunista Italiano (PCI), que solía ser el más grande y poderoso de Europa. Las políticas de degeneración nacional-reformista condujeron al final a la disolución del PCI y a su transformación en un partido reformista burgués.
En la actualidad, el Partido Comunista Británico sólo tiene influencia a través de un diario, el Morning Star, cuya línea no va más allá de una tibia versión del reformismo de izquierdas. Es, en efecto, sólo una tapadera de izquierda para la burocracia sindical.
El Partido Comunista de España (PCE) está en un gobierno de coalición que está enviando armas a Ucrania como parte de la guerra de la OTAN contra Rusia. Como resultado, el PCE ha entrado en un fuerte declive. La organización juvenil (UJCE) rechazó la línea oficial y fue expulsada.
El Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA) funciona como poco más que una máquina electoral para el Partido Demócrata, pidiendo el voto para Biden como un «voto contra el fascismo».
El Partido Comunista de Sudáfrica ha formado parte del gobierno procapitalista del CNA durante 30 años, e incluso defendió la masacre de 34 mineros en huelga en Marikana en 2012.
La lista es interminable.
La crisis de los partidos comunistas
En este momento crítico de la historia mundial, el movimiento comunista internacional se encuentra en un completo desbarajuste.
Los partidos comunistas de todo el mundo han respondido a la masacre de Gaza con llamamientos a «respetar el derecho internacional» y las resoluciones de las Naciones Unidas, es decir, de las principales potencias imperialistas.
Pero fue la invasión de Ucrania por Rusia en febrero de 2022 lo que provocó una profunda división, con la mayoría de los Partidos Comunistas escandalosamente doblegándose hacia la posición de su propia clase dominante. Muchos partidos comunistas, particularmente en Occidente, encubrieron su apoyo tácito a la OTAN con llamamientos pacifistas a la paz, las «negociaciones», etc. El ataque de Israel contra Gaza ha empeorado aún más las cosas.
El Partido Comunista Francés (PCF), por ejemplo, se retiró de la coalición electoral de Izquierda (NUPES) porque su dirigente, Mélenchon, se negó a calificar a Hamás de organización terrorista.
En el otro extremo, algunos partidos se han convertido en poco más que instrumentos de la política exterior rusa y china, presentándoles como aliados progresistas de la lucha de las naciones débiles y dependientes para «liberarse de la colonización imperialista y de la esclavitud de la deuda».
El Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) es un caso extremo. Ha perdido cualquier pretensión de existencia independiente, por no hablar de comunista. El partido de Zyuganov se convirtió hace tiempo en un simple simpatizante del régimen reaccionario de Putin.
Estas contradicciones han llevado a una serie de escisiones. La Reunión Internacional de Partidos Comunistas y Obreros (IMCWP) en La Habana en 2023 ni siquiera pudo producir una declaración sobre la guerra de Ucrania, ya que no logró «consenso».
La crisis del movimiento comunista y el papel del KKE
Muchos obreros comunistas de base han reaccionado contra este revisionismo descarado.
El Partido Comunista Griego (KKE) ha dado sin duda pasos importantes adelante al rechazar la vieja y desacreditada idea estalinista-menchevique de las dos etapas. Adoptó una posición internacionalista correcta sobre la guerra de Ucrania, que caracteriza como un conflicto interimperialista.
Dirigió un movimiento de trabajadores para boicotear el envío de armas desde los puertos griegos a Ucrania. Esto será acogido con satisfacción por todos los auténticos comunistas. Sin embargo, aunque es claramente de gran importancia, es demasiado pronto para concluir que se ha completado el progreso realizado por los comunistas griegos.
En particular, es necesario romper completamente con la teoría antimarxista del socialismo en un solo país y adoptar un enfoque leninista de frente único.
El KKE está intentando establecer vínculos con otros Partidos Comunistas que comparten su posición sobre la guerra de Ucrania como conflicto interimperialista. Es un paso en la dirección correcta. Sin embargo, la condición previa para el éxito es un debate abierto y democrático en el que participen todas las tendencias comunistas genuinas del mundo.
Sobre la base de la diplomacia y el «consenso», por oposición al debate y al centralismo democrático, es imposible reconstruir una verdadera Internacional Comunista basada en las ideas y los métodos de Lenin.
Es nuestra tarea devolver el movimiento a sus orígenes genuinos, romper con el revisionismo cobarde y abrazar la bandera de Lenin. Con este fin, tendemos una mano de amistad a cualquier partido u organización que comparta este objetivo.
Cuando Trotski lanzó la Oposición de Izquierda Internacional, la concibió como la oposición de izquierda del movimiento comunista internacional. Somos auténticos comunistas -bolcheviques-leninistas- que fuimos burocráticamente excluidos de las filas del movimiento comunista por Stalin.
Siempre hemos luchado por mantener la bandera roja de Octubre y el auténtico leninismo, y ahora debemos reclamar el lugar que nos corresponde como parte integrante del movimiento comunista mundial.
Ha llegado el momento de abrir un debate honesto en el movimiento sobre el pasado, que rompa definitivamente con los últimos restos del estalinismo y prepare el terreno para una unidad comunista duradera sobre los sólidos cimientos del leninismo.
¡Abajo el revisionismo!
¡Por la unidad combativa de todos los comunistas!
¡Volvamos a Lenin!
La política de Lenin
Nuestra tarea inmediata no es ganar a las masas. Eso está totalmente fuera de nuestro alcance. Nuestro objetivo es ganar a los elementos más avanzados y con mayor conciencia de clase. Sólo así podremos encontrar un camino hacia las masas. Pero no podemos tratar nuestro acercamiento a las masas a la ligera.
La nueva generación de trabajadores y jóvenes busca una salida al callejón sin salida. Los mejores elementos han comprendido que la única solución pasa por emprender el camino de la revolución socialista.
Empiezan a comprender la naturaleza de los problemas que tienen ante sí y poco a poco empiezan a comprender la necesidad de soluciones radicales. Pero su impaciencia puede llevarles a cometer errores.
El trabajo de los comunistas sería muy sencillo si todo lo que hiciera falta fuera bombardear a la clase obrera con consignas revolucionarias. Pero eso es completamente inadecuado e incluso puede llegar a ser contraproducente.
La clase obrera sólo puede aprender a través de la experiencia, especialmente la experiencia de los grandes acontecimientos. Por lo general, sólo aprende lentamente, demasiado lentamente para muchos revolucionarios que a veces caen bajo la influencia de la impaciencia y la frustración.
Lenin comprendió que, antes de que los bolcheviques pudieran conquistar el poder, primero tenían que conquistar a las masas. Para ello, es necesaria una gran flexibilidad en la táctica. Lenin siempre recomendaba a los revolucionarios que fueran pacientes: «explicar pacientemente» fue su consejo a los bolcheviques, incluso en el fragor de la revolución de 1917.
Sin una comprensión de la táctica, partiendo de la experiencia concreta de la clase obrera, todo lo que se diga sobre la construcción del movimiento revolucionario es palabrería vana: es como un cuchillo sin filo.
Por eso las cuestiones de estrategia y táctica deben ocupar un lugar central en las consideraciones de los comunistas. Tanto Lenin como Trotski tenían una idea muy clara sobre la relación de la vanguardia comunista con las organizaciones reformistas de masas.
Esto se resumió en lo que sin duda fue la declaración definitiva de Lenin sobre la táctica revolucionaria: La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo. Más de un siglo después, los escritos de Lenin sobre este importante tema siguen siendo un libro sellado por siete sellos para los sectarios seudo trotskistas.
En todas partes han desacreditado la bandera del trotskismo y han prestado inestimables servicios a la burocracia. Piensan que las organizaciones de masas son anacronismos históricos. Su actitud hacia estas organizaciones se limita a estridentes denuncias de traición. Pero esta táctica conduce directamente a un callejón sin salida.
No tienen nada en común con los métodos flexibles de Lenin y Trotski, que comprendieron la necesidad de que los comunistas tendieran puentes hacia la masa de trabajadores que permanecen bajo la influencia de los reformistas.
Debemos dar decididamente la espalda a este sectarismo estéril y dirigirnos con valentía hacia la clase obrera. Explicando pacientemente a las masas la política comunista y planteando exigencias a los dirigentes reformistas, es posible ganar al comunismo a los obreros reformistas.
«Todo el poder para los soviets»
Basta mencionar el hecho de que, en 1917, Lenin avanzó la consigna de «todo el poder a los soviets», en un momento en que estas organizaciones, que representaban a la masa de obreros y soldados, estaban bajo el control de los mencheviques y los socialrevolucionarios reformistas.
Con esta consigna, Lenin decía a los dirigentes reformistas de los soviets: «Muy bien, señores. Tenéis la mayoría. Os proponemos que toméis el poder en vuestras manos y déis al pueblo lo que quiere: paz, pan y tierra. Si hacéis esto, os apoyaremos, se evitará la guerra civil y la lucha por el poder se reducirá a una lucha pacífica por la influencia dentro de los Soviets.»
Los cobardes dirigentes reformistas no tenían ninguna intención de tomar el poder. Se subordinaron al Gobierno Provisional burgués, que a su vez se subordinó al imperialismo y a la reacción. Los obreros y soldados de los soviets pudieron así comprobar por sí mismos el carácter traidor de sus dirigentes y se volvieron hacia el bolchevismo.
Sólo así fue posible que los bolcheviques pasaran de ser un pequeño partido de unos 8.000 militantes en febrero de 1917 a una fuerza de masas capaz de ganar la mayoría en los Soviets en el periodo inmediatamente anterior a la Revolución de Octubre.
Por encima de todo, es necesario que hoy mantengamos el sentido de la realidad. Las auténticas fuerzas del comunismo han retrocedido como resultado de fuerzas históricas que escapan a nuestro control. Estamos reducidos a una minoría de una minoría en el movimiento obrero.
Tenemos las ideas correctas, pero la gran mayoría de la clase obrera aún no se ha convencido de que nuestras ideas sean correctas y necesarias. En su mayoría, siguen bajo la influencia de las organizaciones reformistas tradicionales por la sencilla razón de que los dirigentes de esas organizaciones les ofrecen lo que parece ser una salida fácil e indolora de la crisis.
En realidad, este camino sólo conduce a más derrotas, decepciones y miseria. Los comunistas no podemos, bajo ninguna circunstancia, abandonar a la clase obrera a la tierna misericordia de los traidores de clase y burócratas reformistas. Al contrario, debemos llevar a cabo una lucha implacable contra ellos. Pero no hay forma de que la clase obrera pueda evitar pasar por la dolorosa escuela de los reformismos.
Nuestra tarea no es criticarles desde la barrera, sino pasar por la experiencia con ellos, codo con codo, ayudándoles a extraer las lecciones y a encontrar el camino a seguir, como hicieron los bolcheviques en 1917.
Construir un puente hacia los trabajadores
Debemos establecer un diálogo con la clase obrera, en el que se nos vea, no como elementos extraños o enemigos, sino como camaradas en lucha contra un enemigo común: el Capital. Debemos demostrarles la superioridad del comunismo, no con palabras, sino con hechos.
Debemos encontrar los medios de ganar audiencia entre la masa de los trabajadores que siguen bajo la influencia del reformismo. La burocracia utilizará todos los métodos inescrupulosos para aislar a los comunistas de los trabajadores de base. Prohibiciones, proscripciones, expulsiones, mentiras, calumnias, insultos y ataques de todo tipo. Pero los comunistas siempre encontrarán la manera de superar estos obstáculos. No hay forma de que la burocracia, que ha usurpado la dirección de las organizaciones obreras, pueda impedir que los comunistas lleguen a la clase obrera.
No existe una regla de oro para determinar las tácticas, que vienen determinadas por las condiciones concretas. No es una cuestión de principios, sino práctica. Lenin siempre tuvo una actitud flexible ante las cuestiones tácticas. El mismo Lenin que defendió implacablemente la ruptura con la socialdemocracia en 1914 y apoyó el establecimiento de un Partido Comunista independiente en Gran Bretaña, también propuso que el partido británico solicitara la afiliación al Partido Laborista, manteniendo al mismo tiempo su propio programa, bandera y políticas.
En determinadas circunstancias, puede ser necesario enviar todas nuestras fuerzas a las organizaciones reformistas para ganar a los trabajadores que se mueven hacia la izquierda a una firme posición revolucionaria.
En la fase actual, sin embargo, eso no se plantea. No se dan las condiciones para ello. Pero en todo momento es necesario encontrar un camino hacia la clase obrera. No se trata de una cuestión táctica, sino de una cuestión de vida o muerte para la vanguardia comunista.
Los comunistas, aun trabajando como partido independiente, tienen el deber de orientarse hacia las organizaciones de masas de la clase obrera, aplicando una táctica de frente único siempre que sea posible, para encontrar un camino hacia las masas. Este es el ABC para cualquiera que esté mínimamente familiarizado con las ideas y métodos de Marx, Engels, Lenin y Trotski.
Nuestra política se basa precisamente en los consejos de Lenin y en las tesis de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. Si nuestros críticos sectarios no lo entienden, es enteramente su desgracia.
¿Por qué luchamos?
En esencia, los objetivos de los comunistas son los mismos que los de los trabajadores en general. Defendemos la eliminación total del hambre y de la falta de vivienda; la garantía de un trabajo en buenas condiciones; la reducción drástica de la semana laboral y la conquista del tiempo libre; la garantía de una sanidad y una educación de calidad; el fin del imperialismo y de la guerra; y el fin de la destrucción demencial de nuestro planeta.
Pero señalamos que, en condiciones de crisis capitalista, estos objetivos sólo pueden alcanzarse mediante una lucha implacable, y que ésta sólo puede tener éxito en última instancia si conduce a la expropiación de los banqueros y capitalistas. Por esta razón Trotski desarrolló la idea de las reivindicaciones transitorias.
Los comunistas intervendrán con la máxima energía en todas las luchas de la clase obrera. Las reivindicaciones concretas que los comunistas planteen en el movimiento cambiarán, por supuesto, con frecuencia en función de la evolución de las condiciones, y variarán según las condiciones de cada país. Por lo tanto, una lista programática de reivindicaciones estaría fuera de lugar en un manifiesto de esta naturaleza.
Sin embargo, el método por el que los comunistas de todos los países deben formular reivindicaciones concretas fue elaborado brillantemente por Trotski en 1938 y publicado en el documento fundacional de la IV Internacional, La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional -o el Programa de Transición, como se conoce más comúnmente-.
Las reivindicaciones presentadas en ese documento representan una síntesis del programa elaborado por Lenin y los bolcheviques, y están contenidas en las tesis y documentos publicados de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista.
La idea básica de las reivindicaciones transitorias puede enunciarse sencillamente. Trotski explicó que en el período de decadencia capitalista, cualquier lucha seria por la mejora del nivel de vida irá inevitablemente «más allá de los límites de las relaciones de propiedad capitalistas y del Estado burgués.»
Al igual que en la guerra las batallas defensivas pueden transformarse en ofensivas, en la lucha de clases la lucha por reivindicaciones inmediatas puede conducir, en determinadas circunstancias, a un salto de conciencia y a un movimiento en dirección a una lucha revolucionaria por el poder.
En última instancia, ninguna reforma puede adquirir un carácter duradero si no va unida al derrocamiento del orden burgués.
Los comunistas luchan por la emancipación total de la clase obrera, por liberarla de la opresión y de la agonía del trabajo. Esto sólo puede lograrse mediante la destrucción del Estado burgués, la expropiación de los medios de producción y la introducción de la planificación socialista bajo el control y la gestión democráticos de los trabajadores.
De ello depende el futuro de la humanidad. En palabras del gran marxista irlandés James Connolly:
«Nuestras demandas más moderadas son,
Sólo queremos la tierra».
¿Es el comunismo una utopía?
El último refugio de los defensores del capitalismo es decir que no hay alternativa a su sistema en quiebra. Pero, ¿puede alguien razonable creer esto?
¿Puede ser realmente cierto que la humanidad sea incapaz de concebir un sistema superior a la horrible situación actual? Una afirmación tan fantástica representa una monstruosa calumnia contra la inteligencia de nuestra especie.
La abolición de la dictadura de los banqueros y capitalistas permitirá la creación de una economía racionalmente planificada para satisfacer las necesidades de la humanidad, no la codicia rapaz de un puñado de multimillonarios.
La solución es obvia para cualquier persona que piense seriamente. Y ahora está a nuestro alcance. Es la única manera de abolir el hambre, la pobreza, las guerras y todos los demás males del capitalismo, y de crear un mundo apto para que vivan los seres humanos.
Los enemigos del comunismo sostienen que se trata de una utopía. Esta acusación suena irónica. Lo que es utópico es precisamente un sistema socioeconómico que ha vivido más allá de su utilidad, cuya mera existencia está en flagrante contradicción con las necesidades reales de la sociedad. Un sistema así no tiene derecho a existir y está condenado a acabar en el basurero de la historia.
El comunismo no tiene nada de utópico. Al contrario. Las condiciones materiales para una sociedad humana nueva y superior ya existen a escala mundial y están madurando rápidamente.
Los enormes avances de la ciencia y la tecnología ofrecen un panorama tentador de un mundo sin pobreza, sin techo y sin hambre. El desarrollo de la inteligencia artificial, combinado con la robótica moderna, podría servir para reducir las horas de trabajo hasta el punto de que, en última instancia, las personas ya no tengan que trabajar salvo por elección personal.
La abolición de la esclavitud del trabajo es precisamente la premisa material para una sociedad sin clases. Ahora es totalmente posible. No es una utopía, sino algo que está a nuestro alcance. Un nuevo mundo está naciendo, creciendo silenciosa pero firmemente en el seno del viejo.
Pero bajo el capitalismo, todo se convierte en su contrario. En un sistema en el que todo está subordinado al afán de lucro, cada nuevo avance tecnológico significa un aumento del desempleo junto con una prolongación de la jornada laboral, y un incremento de la explotación y la esclavitud.
Lo que proponemos es ni más ni menos que sustituir un sistema injusto e irracional donde todo se subordina a la codicia insaciable de unos pocos, por una economía planificada racional y armoniosa, basada en la producción para la satisfacción de las necesidades humanas.
¡Por una auténtica Internacional Comunista!
Hace tres décadas, en el momento de la caída de la Unión Soviética, Francis Fukuyama proclamó triunfalmente el fin de la historia. Pero no es tan fácil deshacerse de la Historia. Sigue su camino, independientemente de las opiniones de los escribas burgueses. Y ahora la rueda de la historia ha girado 180 grados.
La caída de la Unión Soviética fue sin duda un gran drama histórico. Pero, en retrospectiva, será visto sólo como el preludio de un drama mucho mayor: la crisis terminal del capitalismo.
Por las razones expuestas, la crisis actual será de naturaleza prolongada. Puede durar años, o incluso décadas, con altibajos, debido a la ausencia del factor subjetivo. Sin embargo, ésta es sólo una cara de la moneda.
La crisis será larga, pero eso no significa en absoluto que vaya a ser pacífica y tranquila. Al contrario. Hemos entrado en el periodo más turbulento y convulsivo de la historia de los tiempos modernos.
La crisis afectará a un país tras otro. La clase obrera tendrá muchas oportunidades de tomar el poder. Los cambios bruscos y repentinos están implícitos en toda la situación. Pueden estallar cuando menos lo esperemos. Debemos estar preparados.
Ya no es necesario convencer a amplias capas de la juventud de la superioridad del comunismo. Ya son comunistas. Buscan una bandera limpia, una organización que haya roto radicalmente con el reformismo y el cobarde oportunismo de «izquierda».
Tenemos que tomar todas las medidas prácticas posibles para encontrarlos y reclutarlos. Esto implica la proclamación de un nuevo partido y de una nueva Internacional. Toda la situación lo exige. Es una tarea absolutamente necesaria y urgente que no admite demora.
Lo que se necesita es un auténtico Partido Comunista, que se base en las ideas de Lenin y de los demás grandes maestros marxistas, y una Internacional en la línea de la Internacional Comunista durante sus primeros cinco años.
Nuestro número sigue siendo pequeño en comparación con las grandes tareas a las que nos enfrentamos y no nos hacemos ilusiones al respecto. Pero todos los movimientos revolucionarios de la historia han comenzado siempre con elementos pequeños y aparentemente insignificantes.
Tenemos un importante trabajo que hacer, y ese trabajo ya está dando importantes frutos y está alcanzando una fase decisiva.
Estamos creciendo rápidamente porque ahora nadamos junto con la corriente de la historia. Sobre todo tenemos las ideas correctas. Lenin dijo que el marxismo es todopoderoso porque es verdadero. Este hecho nos llena de confianza en el futuro.
El gran socialista utópico francés Fourier definió el socialismo como la forma de hacer realidad el potencial de la humanidad.
Bajo el comunismo, por primera vez en la historia de la humanidad, se abrirán de par en par las puertas a las masas para que realmente abarquen el mundo de la cultura que les ha sido negado. Se abrirá el camino para un florecimiento inimaginable del arte, la música y la cultura, como nunca se ha visto en el mundo.
Por un mundo nuevo, en el que la vida adquirirá un sentido totalmente nuevo. Y, por primera vez, hombres y mujeres podrán elevarse a su verdadera estatura sobre la base de una igualdad total. Será el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad.
Los hombres y las mujeres ya no tendrán que mirar al cielo en busca de una vida mejor después de la muerte. Experimentarán un mundo nuevo, en el que la vida misma, purgada de opresión, explotación e injusticia, adquirirá un significado totalmente nuevo.
Ese es el objetivo maravilloso por el que luchamos: un paraíso en este mundo.
Eso es lo que significa el verdadero comunismo.
Esa es la única causa por la que merece la pena luchar.
Por eso somos comunistas.
Nos incumbe a cada uno de nosotros asegurarnos de que esta labor se lleve a cabo de inmediato, sin vacilaciones y con la absoluta convicción de que tendremos éxito.
Que nuestros lemas de lucha sean:
- ¡Abajo los ladrones imperialistas!
- ¡Abajo la esclavitud capitalista!
- ¡Expropiar a los banqueros y capitalistas!
- ¡Viva el comunismo!
- Trabajadores de todos los países, ¡uníos!
- ¡Adelante con la construcción de una nueva Internacional!