Mariátegui y la Revolución Permanente

Este artículo se publicó originalmente en el N° 6 de América Socialista (agosto 2012) y analiza el pensamiento de Jose Carlos Mariátegui en relación a la estrategia de la revolución en países capitalistas atrasados.

“La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista”. JC Mariátegui, Aniversario y balance

Una gran paradoja envuelve el pensamiento de José Carlos Mariátegui. El hombre que buscó el  camino de la revolución latinoamericana sin “calco ni copia” de otras experiencias de emancipación, compartió, “calco y copia”, el destino de otros grandes revolucionarios: perseguidos, calumniados y acogidos con odio en vida, para ser luego convertidos en iconos inofensivos “castrando el contenido de su doctrina revolucionaria” después de su muerte. Esta su misma famosa invocación a construir la revolución latinoamericana como “creación heroica” y no repetición a pie de la letra de ejemplos revolucionarios que irradiaban de Europa, ha sido utilizada no para impulsar el estudio de la realidad concreta de nuestra América, como Mariátegui quiso e hizo aplicando de manera brillante el método del marxismo, sino para cometer ciegamente los mismos errores que se habían cometido en otros lugares, persiguiendo utopías reformistas.

Las aportaciones de Mariátegui conservan toda su fuerza y siguen siendo imprescindibles para quienes afronten los grandes problemas de la revolución latinoamericana, sus características y destino, además de sus peculiaridades como la cuestión nacional indígena. Mariátegui cometió errores muy comunes en su época como el despreocuparse por la escisión que maduraba en el Partido Comunista de la Unión Soviética, la concepción del incario como “comunismo primitivo” o el  afrontar la cuestión nacional como una cuestión de “raza”, una concesión verbal a teorías positivistas e idealistas que, sin embargo, no mengua su visión concreta y política del problema.

Sin embargo, la lectura atenta de sus obras, en que, como una vez dijo Gramsci, Mariátegui demostraba de ser aquellos que aprenden un libro a la vez y son mejores que los que olvidan un libro a la vez, no justifica la imagen de “marxismo romántico” con que se ha pretendido liquidar al marxista peruano. Valga para él el epitafio que Lenin escribió para Rosa Luxemburgo: “Puede suceder que las águilas vuelen más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo como un águila”.

El camino al marxismo

Mariátegui nació el 14 de junio de 1894 en Moquegua, en el extremo sur del Perú, una región agrícola e indígena, tierra de pisco y minería, la capital del cobre peruano. Su familia era muy humilde y a pesar de que José Carlos se convertiría muy pronto en el teórico fundamental del movimiento obrero peruano, su infancia pobre le obligó a interrumpir los estudios de manera muy temprana. Un accidente ocurrido a los 8 años lo forzará por toda su breve vida a sufrir problemas en la pierna izquierda, que le fue posteriormente amputada. Aun así logró comenzar una carrera en el periodismo, empezando primeramente como ayudante linotipista y luego, en 1914, como articulista de La Prensa.

En 1919 funda con Cesar Falcón un diario, La Razón, desde cuyas columnas propagandiza una oposición radical al gobierno de Leguía que había disuelto el Congreso auto-nombrándose Presidente provisorio. El periódico La Razón fue cerrado y algunos de sus redactores, entre los cuales se encontraba Mariátegui, obtuvieron becas para viajar al exterior, que eran realmente condenas al exilio. Así Mariátegui pudo viajar a Italia donde llegó para vivir el proceso revolucionario recordado como “Bienio rojo”, marcado por una oleada de huelgas obreras en las ciudades del norte y ocupaciones de tierras en el centro y en el sur.

En 1920 tras una serie de inútiles negociaciones por el aumento salarial, la Confederación General de la Industria, el gremio de los empresarios italianos, decidió recurrir al Lock Out, el cierre patronal de las empresas. La organización sindical de los metalúrgicos (FIOM) respondió con la ocupación de las fábricas. Alrededor de 400 fábricas en el norte del país fueron tomadas por obreros armados y organizados en milicias de autodefensa (las guardias rojas) y en los Consejos de Fábricas, los organismos de poder obrero que Gramsci había prefigurado desde las páginas de la revista L’Ordine Nuovo (Nuevo Orden) de Turín.

Sin embargo, ni la central sindical ni el Partido Socialista supieron aprovechar esta situación orientando, organizando y dirigiendo el proletariado y los campesinos a la toma del poder, como hizo en Rusia el Partido Bolchevique. Mientras por un lado el Partido Socialista y la dirección del sindicato negociaban con el gobierno, por el otro lado los industriales y terratenientes intensificaban su apoyo a las bandas fascistas de Mussolini, dispuestos a cederles el poder político para salvaguardar el régimen capitalista de explotación.

Las vacilaciones de la dirección política del proletariado sembraron frustración en la clase media la cual, si bien en un inicio simpatizaba con la revolución socialista fue luego acercándose a la demagogia fascista que combinaba la represión violenta de las organizaciones del movimiento obrero con una fraseología anti burguesa. Era la demagogia del orden opuesto al caos, provocado no por la revolución sino por su vacilación a la hora de lanzarse a la conquista del poder. En 1921 tras un acuerdo, que nunca fue aplicado, sobre el tema salarial y del control obrero que sirvió a la dirección reformista del PS para desmovilizar la revolución, el propio PS sufrió una escisión en la que las corrientes filo soviéticas encabezadas por Gramsci y Bordiga, abandonaron el Congreso de Livorno para fundar el Partido Comunista de Italia.

Mariátegui vivió en primera persona todos estos acontecimientos, relatándolos para los lectores peruanos del diario El Tiempo de Lima. En sus artículos, recopilados y publicados con el titulo Cartas de Italia, Mariátegui se muestra todavía neutral respecto a los hechos que vive y narra sin expresar sus convicciones, aun manifestando una profunda admiración para Gramsci y un gran interés por todos los temas que acompañaron la escisión de Livorno y el ascenso del fascismo. La experiencia italiana será fundamental en el aprendizaje de Mariátegui, lo familiarizará con cuestiones centrales para el marxismo como la imposible colaboración de clases, la táctica del frente único, la conquista del poder, la amenaza del fascismo. En Italia conoce también a la mujer que será su esposa, la genovesa Anna Chiappa. El periodo italiano completa un proceso de maduración y acercamiento al marxismo que el propio Mariátegui describió con estas palabras: “desde 1918, nauseado de política criolla me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo”.[1]

Todavía en Italia funda la primera Célula Comunista Peruana, junto a otros exiliados como Falcón. Regresado a Perú empieza su febril labor de publicista y organizador político, primeramente como director de Claridad, el periódico cofundado por Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre – exiliado en México – para luego ser el principal impulsor y teórico de la constitución del Partido Socialista Peruano en 1928 y de la Confederación General de los Trabajadores de Perú el año siguiente. Es precisamente en la cúspide de su actividad política cuando empiezan las fricciones con la Internacional Comunista, en pleno proceso de degeneración. Una recaída de la enfermedad que lo había privado de una pierna y las maniobras burocráticas del Buró Político de la Internacional en Sudamérica, impiden a Mariátegui afrontar personalmente esta batalla política y por su supervivencia.

Mariátegui planificaba participar en la Iª Conferencia Comunista Latinoamericana celebrada en junio de 1929 en Buenos Aires, ciudad en la cual pensaba poder recibir las curas necesarias para su salud. Incluso en sus planes proyectaba trasladarse por un tiempo a Buenos Aires y hacer de esta ciudad la sede de su revista Amauta. Sin embargo, esta posibilidad le fue negada. Sus “Tesis sobre el problema de la raza” fueron defendidas por su amigo Hugo Pesce y rechazadas por la Internacional. En ellas, Mariátegui trataba de manera absolutamente original el problema de la cuestión indígena en América. La cuestión nacional había sido justamente una de las causas que desencadenaron la escisión de la Internacional Comunista.

Aprovechando la enfermedad de Mariátegui, el entonces responsable de la Internacional Comunista en Sudamérica Eudocio Ravinez asumió la dirección del Partido Socialista Peruano. Dejado solo a afrontar sus problemas de salud, Mariátegui seguía con sus planes de viajar a Buenos Aires, cuando, a fines de marzo de 1930, fue internado de emergencia en el hospital limeño donde murió el 16 de abril con solo 36 años de edad. Cuando había transcurrido apenas un mes de su muerte, la dirección del partido que Mariátegui había fundado, decidió cambiar el nombre de este a Partido Comunista Peruano. Por diferentes motivos Mariátegui se había siempre opuesto a cambiar el nombre del partido como le exigía la Internacional Comunista. El cambio de nombre del partido, decidido solo por sus vértices, fue el repentino principio de un proceso de “desmariateguización”, de castración de la fuerza de la doctrina revolucionaria de Mariátegui para convertirlo en el icono inofensivo de la ideología oficial de la Internacional Comunista.

La degeneración de la Internacional Comunista

Mariátegui no puede ser reivindicado orgánicamente por ninguna de las corrientes que llevaron a la escisión de la Internacional Comunista. Menos que nadie por la corriente estalinista, que convirtió primeramente el partido mundial de la revolución en una agencia de política exterior en defensa de los intereses de la burocracia en el poder en la URSS, para luego liquidarlo en un extremo acto de sumisión a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que nos interesa aquí es evidenciar como, por los derroteros de un pensamiento original, independiente y mediante la aplicación del método marxista, Mariátegui había llegado a las mismas conclusiones generales que Lenin y Trotsky en cuanto a la revolución en los países coloniales, enriqueciéndolas desde el punto de vista de las peculiaridades de la revolución latinoamericana. La lectura de la diatriba entre Mariátegui y la Internacional Comunista, que lo consideraba un “hereje” fuera del control, no deja lugar a dudas al respecto de ésta afirmación.

Mariátegui subestimó y no comprendió plenamente el proceso de degeneración en la Internacional. Todavía en 1925 escribía “pero los resultados de la polémica [entre la Oposición de Izquierda de Trotsky y el bloque mayoritario Stalin-Bujarin-Zinoviev, NdR] no engendrarán un cisma. Los leaders de la vieja guardia bolchevique… ya han dado explícitamente su adhesión a la tesis de la necesidad de democratizar el partido”.[2] Estas afirmaciones y pronósticos estaban totalmente alejados de la realidad, una realidad que Mariátegui, hay que recordarlo, nunca conoció personalmente.

La Internacional Comunista fue fundada en 1919. Sus primeros años de vida fueron años de guerra civil, de lucha por la defensa de la Revolución Rusa que pasaba inevitablemente por la victoria de la Revolución Mundial. Incluso en esta situación objetivamente difícil la Internacional celebró un Congreso cada año hasta 1922, congresos en que se discutieron y afrontaron con la máxima democracia divergencias para nada secundarias, como por ejemplo la cuestión del Frente Único y la revolución en los países coloniales. Después de la muerte de Lenin la Internacional realizó su Vº Congreso en junio de 1924 y su VIº Congreso recién en 1928, cuatro años después, un periodo  utilizado por la mayoría al poder para liquidar la Oposición de Izquierda de Trotsky de manera burocrática e impidiéndole cualquier contacto con el resto de la Internacional.

Las medidas excepcionales dictadas en 1921 en el X Congreso del Partido Comunista de la URSS, fueron utilizadas para expulsar a la Oposición de Izquierda y desterrar a sus dirigentes. En aquel Congreso se decidió vetar temporalmente la formación de fracciones al interior del partido. Sin embargo, ésta era para Lenin una medida de carácter temporal y de interpretación flexible. Frente a una moción presentada por Riazanóv que pretendía extender el veto a futuros congresos, Lenin se opuso con esta argumentación: “Este Congreso no puede tomar decisiones vinculantes que afectarían a las elecciones al próximo congreso. Si las circunstancias provocan desacuerdos fundamentales, ¿cómo se puede prohibir su presentación para la consideración del partido en su conjunto? ¡No podemos!”.[3]

La discusión democrática había sido sustituida por la maniobra burocrática de una dirección más atenta a cuidar su supuesta infalibilidad, su prestigio y poder que a la formación y educación de los cuadros. La misma selección de los cuadros se resentía. El servilismo y el oportunismo eran premiados por encima de cualquier otra capacidad. Gramsci, en cierto sentido maestro de Mariátegui, envío en 1926 una carta en nombre de la Oficina Política del Partido Comunista de Italia, en la cual, justificando la línea de la mayoría del PCUS conformada por el bloque Stalin – Bujarin con argumentaciones con las que no estamos de acuerdo y en cuyo análisis no podemos aquí ahondar, apelaba a la unidad del “partido dirigente de la Internacional” en nombre de la cual expresaba su ingenua convicción que Stalin no hubiese recurrido a “medidas excesivas” como las expulsiones. Este simple llamado junto a una línea en que Gramsci reconocía que Trotsky, Zinoviev y Kamenev son los que “han contribuido poderosamente a educarnos para la revolución, nos han corregido algunas veces muy enérgica y severamente y han sido nuestros maestros”, fue suficiente para que su carta nunca fuese leída por el delegado del PCdI en la Internacional, aquel Palmiro Togliatti que Gramsci consideraba un mediocre y que Stalin promovió a máximo dirigente de la Internacional. Esta carta fue ocultada al mismo Partido Comunista de Italia hasta 1964.

Mariátegui y las “figuras” de la Internacional Comunista

Mariátegui, a diferencia de Gramsci, no conocía personalmente a ninguno de los dirigentes de la Internacional. Es interesante destacar como su apreciación de la escisión en la URSS maduró a medida que pudiese documentarse. El mismo Mariátegui nos dice  que solo pudo  leer El Nuevo Curso, el largo artículo con el que Trotsky empezó su batalla en el partido, enfocándose en la defensa de su democracia interna. Todavía en 1925, en el artículo antes citado, Mariátegui se hace eco de las calumnias vertidas contra Trotsky. Considera a este último el líder de una “una fracción o una tendencia derrotadas dentro del bolchevismo”, más aun uno que “no ha sido nunca un bolchevique ortodoxo. Perteneció al menchevismo hasta la guerra mun­dial… y sólo en julio de 1917 se enroló en el bolchevismo”; y concluía “la opinión de Lenin diver­gió de la opinión de Trotsky respecto a los pro­blemas más graves de la revolución”.

Sin embargo, tan solo tres años más tarde y en medio de su propia disputa con la Internacional Comunista, Mariátegui corrige radicalmente sus valoraciones, escribiendo:

“Trotsky, desterrado de la Rusia de los Soviets: he aquí un acontecimiento al que fácil- mente no puede acostumbrarse la opinión revolucionaria del mundo. Nunca admitió el optimismo revolucionario la posibilidad de que esta revolución concluyera, como la francesa, condenando a sus héroes… La opinión trotskista tiene una función útil en la política soviética. Representa, si se quiere definirla en dos palabras, la ortodoxia marxista, frente a la fluencia desbordada e indócil de la realidad rusa. Traduce el sentido obrero, urbano, industrial, de la revolución socialista. La revolución rusa debe su valor internacional, ecuménico, su carácter de fenómeno precursor del surgimiento de una nueva civilización, al pensamiento de Trotsky… Lenin, apreciaba inteligente y generosamente el valor de la colaboración de Trotsky, quien, a su vez, —como lo atestigua el volumen en que están reunidos- sus escritos sobre el jefe de la revolución—, acató sin celos ni reservas una autoridad consagrada por la obra más sugestiva y avasalladora para la conciencia de un revolucionario. Pero si entre Lenin y Trotsky pudo borrarse casi toda distancia, entre Trotsky y el partido mismo la identificación no pudo ser igualmente completa. Trotsky no contaba con la confianza total del partido… su posición singular —equidistante del bolchevismo y del menchevismo— durante los años corridos entre 1905 y 1917, además de desconectarlo de los equipos revolucionarios que con Lenin prepararon y realizaron la revolución, hubo de deshabituarlo a la práctica concreta de líder de partido”.[4]

Sin embargo, incluso en este escrito Mariátegui sigue considerando que “en la mayor parte de lo que concierne a la política agraria e industrial, a la lucha contra el burocratismo y el espíritu NEP, el trotskismo sabe de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas. En este terreno, Stalin y la mayoría, junto con la responsabilidad de la administración, poseen un sentido más real de las posibilidades”.

La Oposición de Izquierda

En 1928, a solo un año del destierro de Trotsky y la expulsión de la Oposición de Izquierda, los hechos se habían encargado de demostrar la validez y necesidad de su batalla. Ya en 1926 el 60% de todo el trigo a la venta estaba en manos de los campesinos ricos, kulaks, que representaban apenas el 6% de la población y acumulaban un poder cada vez mayor. En 1928 las provisiones de trigo adquiridas por el Estado se habían reducido de 428 millones de pud (equivalente a 16 kilos) a 300 millones[5]. El peligro de carestía en las ciudades era inminente.

La guerra civil, la Nueva Política Económica (NEP) y los errores de la dirección, alimentados por las presiones de un aparato burocrático cada vez más famélico y poderoso, habían cambiado la fisionomía del mismo partido. Como había denunciado la Oposición de Izquierda en su plataforma de agosto de 1927, en aquel año “al 1º de enero solo una tercera parte de nuestro partido eran obreros de las fábricas (en realidad, solo un 31 por ciento)… después del XIV Congreso el partido ha dado ingreso  a 100.000 campesinos, la mayoría de los cuales son campesinos medios… al celebrarse el XIV Congreso, el 38% de los que ocupaban puestos responsables y de dirección en nuestra prensa eran personas que habían venido a nosotros de otros partidos”[6].

Mariátegui no conocía la plataforma de la Oposición de Izquierda. Este documento empezó a circular fuera de la URSS solo cuando un delegado del Partido Comunista de los EEUU encontró una copia traducida de la misma en su carpeta, colocada ahí por error por una secretaria de la Internacional. Contrariamente a la opinión expresada por Mariátegui, la plataforma contenía un análisis realista y proposiciones concretas para revertir el proceso degenerativo de la URSS y rescatarla a su dirección proletaria.

Propuestas en el ámbito económico, que exigían menos conservadurismo a los planes quinquenales de Stalin-Bujarin y una política de industrialización que favoreciese al campesinado pobre y la colectivización voluntaria de la tierra; propuestas sobre temas concretos como la vivienda, la prohibición de los desahucios, la reducción del horario de trabajo, escuelas y servicios sociales en los barrios obreros para poner realmente al proletariado en condición de dirigir su Estado; propuestas sobre la composición social del partido, la cuestión nacional y las cuestiones internacionales. Propuestas que iban en la misma línea de la batalla de Lenin en los últimos años, cuando sugería ampliar la base obrera en el partido y su presencia en el Comité Central para combatir lo que él mismo definió como “degeneraciones burocráticas”.

La Oposición de Izquierdas no combatió contra la teoría del “socialismo en un solo país” en nombre de un radicalismo abstracto,  sino mediante la crítica de sus bases analíticas y consecuencias prácticas. “Toda la teoría del socialismo en un país se deriva fundamentalmente de la suposición de que la estabilización del capitalismo ha de durar una serie de décadas…. [esta teoría] está desempeñando ahora un papel disgregante y obstruye notoriamente la consolidación de las fuerzas internacionales del proletariado en torno a la Unión Soviética”[7]. Cabe recordar que solo un par de años más tarde el mundo se precipitaba a la crisis más aguda y profunda que el capitalismo haya conocido hasta la actual. La “teoría” del socialismo en un solo país no educaba los cuadros de la Internacional ni del partido para afrontar las tormentas que se acercaban.

Mariátegui y los zigzags de la Internacional

Frente a la crisis del grano de 1928 la burocracia se asustó y dio un profundo viraje a la izquierda, pasando del oportunismo al sectarismo. La liquidación de los kulaks se realizó con métodos criminales, al precio de millones de muertos y de un colapso de la producción agrícola del que la URSS nunca se recuperó. Los planes de industrialización ahora eran osados: un plan quinquenal debía concluirse en cuatro años. Solo Trotsky, exiliado, entendió que la asunción de una caricatura de lo que fue el programa de la Oposición de Izquierda era una manera de estabilizar el poder de la burocracia, poder que residía en la economía planificada amenazada por la NEP.

En los años 30 la maquinaria represiva se dirigió definitivamente contra cualquier resabio de bolchevismo. Si en los años 20 la disputa era entre quienes habían sido realmente bolcheviques, en los años 30 haber sido bolchevique era la mejor garantía para conseguir una condena a muerte. Los liquidadores de la vieja guardia bolchevique eran hombres como Vishynski, juez de los juicios farsas de Moscú, que había sido menchevique hasta 1920 y había firmado en verano de 1917 la orden de detener nada menos que a Lenin. El 80 % del Comité Central del PCUS que dirigía los procesos eran mencheviques. El proceso de expropiación del poder político de la clase obrera soviética se había concluido victoriosamente a favor de la burocracia, que se convertiría en agente mundial de la contrarrevolución.

Si en aquellos años incluso dirigentes más expertos e informados como Preobrazhenski y Zinoviev capitulaban frente al giro a izquierda de la burocracia, no se puede acusar a Mariátegui por haber expresado los juicios que expresó sobre el “realismo” de las políticas de Stalin. Más que el propio Gramsci, Mariátegui entendió que las “medidas” utilizadas contra la Oposición en la URSS no eran un simple “exceso”, un adorno superfluo, sino la sustancia y la expresión de la lucha de clases dentro de la URSS, lucha en la que colocó a Trotsky a lado del “marxismo ortodoxo” y del “proletariado urbano”. Estas intuiciones son señales claras de una inteligencia viva alimentada por el marxismo. Fueron las circunstancias del giro a la izquierda en la URSS que lo mantuvieron al margen de la escisión de la Internacional y solo la muerte repentina interrumpió su ávido proceso de formación e información sobre los hechos.

La resistencia del hombre que, de exiliado, había conformado la primera Célula Comunista Peruana, a cambiar el nombre de su partido en Partido Comunista del Perú, puede explicarse solo como desconfianza hacia la Internacional. La que Mariátegui conoció no fue la Internacional de Lenin y Trotsky sino la que expresaba y premiaba a figuras deslucidas como Ravinez, luego convertido en acérrimo anticomunista, y Codovilla, dirigente del Partido Comunista de la Argentina que será recordado solo por sus errores frente al peronismo y su meticulosa persecución de los “trotskistas”. Estos eran quienes rechazaban las tesis de Mariátegui, cuyo núcleo fundamental es en definitiva una reformulación en clave latinoamericana de la Revolución Permanente.

La teoría de la Revolución Permanente

Esta teoría, tan mistificada y falsificada, puede resumirse así: en los países coloniales y semicoloniales la plena y definitiva solución de los problemas pendientes de la revolución democrática burguesa solo es posible por la acción revolucionaria del proletariado, que, en alianza y dirigiendo a las masas campesinas, incursionaría en el terreno de la propiedad privada dando así a la revolución un carácter permanente hacia el socialismo, cuya victoria definitiva –aun más en los países de capitalismo atrasado– depende en última instancia de la victoria de la revolución mundial. Es decir que la revolución en los países coloniales y semicoloniales es socialista e internacional o es simplemente un aborto.

El signo distintivo de los países coloniales y semicoloniales es el atraso y la dependencia económica. La burguesía de estos países apareció tarde en la escena de la historia, cuando el mundo ya había sido repartido entre las grandes potencias capitalistas. Es una burguesía parasitaria en la medida que participa como socia menor del imperialismo al saqueo y vive de la renta y la demanda generada en los enclaves de inversión imperialista. Es una burguesía conservadora por los miles lazos que la atan al gamonalismo y la gran propiedad agraria.

Es en definitiva una burguesía incapaz de llevar a cabo las tareas de la revolución democrático burguesa, es decir la liquidación del feudalismo, la reforma agraria, el desarrollo de las fuerzas productivas, la solución de los problemas nacionales al interior de los Estados y la independencia nacional. La amalgama de intereses de esta burguesía con el imperialismo y el latifundismo hacen de ella un adversario que, incluso cuando maneje una fraseología anti-imperialista, capitula frente al imperialismo cuando se trata de defenderse del ascenso revolucionario de las masas.

La teoría de la Revolución Permanente ha sido corroborada en un sinfín de ejemplos históricos, tanto negativos como positivos. La misma revolución rusa fue el primer ejemplo. Una vez derrocado el zar, la burguesía rusa no supo ni pudo cumplir con ninguna de las expectativas de las masas e incluso defendió y continuó en la guerra imperialista. Hasta abril de 1917 el periódico oficial de los bolcheviques Pravda, dirigido en aquel momento por Stalin, daba apoyo crítico al gobierno provisional presidido por el aristócrata liberal Georgi Lvov, defendiendo además la continuación de la guerra e incitando a los soldados rusos a responder con balas a las balas alemanes.

Fue solo en abril, cuando Lenin mismo rectificó su vieja fórmula de la “dictadura democrática de obreros y campesinos” para reorientar el partido hacia la toma del poder, que los bolcheviques empezaron el proceso de ganar la mayoría de los soviets y la revolución. La vieja fórmula de Lenin había jugado un papel propagandístico importante, sin embargo, se demostraba inútil a la hora de definir el curso de la revolución. Sólo la toma del poder por parte de la clase obrera podía empezar a resolver las tareas democrático burguesas pendientes. Las mismas sucesivas revoluciones victoriosas, China y Cuba, pudieron defenderse y solucionar la acuciante cuestión agraria solo rompiendo con los límites de una revolución democrático-burguesa y  con la nacionalización plena de la economía y el consiguiente apoyo de las masas, rompiendo con el capitalismo.

Por otro lado, en negativo, la concepción estalinista de que la revolución en los países semicoloniales necesita una etapa democrático-burguesa en que la emancipación del imperialismo y el desarrollo de las fuerzas productivas debiesen conseguirse con el apoyo a la “burguesía progresista”, provocó una serie innumerable de derrotas. La Revolución China de 1927 fue ahogada en  sangre por aquel mismo Chang Kai Shek, caudillo del Kuomintang (Partido del pueblo nación), que Stalin había invitado como delegado chino a la Internacional Comunista, en nombre de una política de bloque, alianza y colaboración entre todas las clases basada en la idea de que todas ellas se oponían al imperialismo por igual. Chang respondió a esta alianza participando junto a las cañoneras imperialistas en el bombardeo de Shanghái donde los obreros se habían levantado, y a la masacre de un millón de comunistas.

Mariátegui y la revolución permanente

Mariátegui escribió muchos artículos sobre la situación china. En ellos se hallan algunas brillantes intuiciones sobre el trasfondo de la revolución en China y la influencia jugada por la penetración imperialista. En estos escritos, como en otros, particularmente sobre la India, se nota el vivo interés de Mariátegui por las cuestiones internacionales y su proceso de maduración como marxista. En los primeros artículos –particularmente sobre China– Mariátegui hace algunas concesiones al nacionalismo y a algunos de sus exponentes, como Sun Yat Sen o el mismo Chang Kai Shek considerado el hombre que tenía en su poder ser el libertador o el traidor de su pueblo, con una visión todavía romántica de la revolución. Pero ya en los escritos de 1929 y 1930, particularmente sobre la India, no escatima críticas a Gandhi, al que considera un colaborador de los ingleses, apoyando las esperanzas de la lucha por la independencia India en el naciente movimiento obrero organizado de este país.

Sin embargo, es en los escritos sobre cuestiones peruanas y latinoamericanas, que Mariátegui conocía y había estudiado personalmente, dónde destaca su autentico pensamiento sobre la revolución en los países coloniales. En su tesis presentada a la primera Conferencia Comunista Latinoamericana de junio de 1929 en Buenos Aires, Mariátegui por ejemplo escribe: “el anti-imperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El anti-imperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeña burguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses”[8].

Compárense estas líneas con estas otras, con las cuales Trotsky se opuso a la política de colaboración de clases en China: “Es un burdo error creer que el imperialismo, como agente externo, funda en un solo bloque a todas las clases sociales de la sociedad china… La lucha revolucionaria en contra del imperialismo no debilita, más bien fortalece la diferenciación política entre las clases sociales”[9]. Trotsky no negaba la posibilidad de una alianza anti-imperialista con el Kuomintang, lo que combatía frontalmente fue el haber considerado a Chang Kai Shek un aliado estable, haber disuelto el partido comunista y haberlo sometido a la disciplina del Kuomintang, medida que contravenía a todas las resoluciones de Lenin sobre la revolución colonial en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista.

La realidad peruana

No es sorprendente que las tesis de Mariátegui, correctas en forma y contenido, fuesen rechazadas por la Internacional. Su experiencia con el que el mismo Mariátegui definió como “Kuomintang latinoamericano”, es decir la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y su fundador, Haya de la Torre, además de sus estudios sobre la realidad peruana, le permitían ahora enfocar de manera científica el problema de la colaboración de clases defendida por la Internacional. Y lo llevaban a chocar con ella.

En sus “7 ensayos  de interpretación de la realidad peruana”, de 1928, Mariátegui da la siguiente caracterización de la burguesía peruana, un fresco que se podía fácilmente aplicar a la burguesía de todo Latinoamérica: “La clase terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía capitalista, patrona de la economía nacional. La minería, el comercio, los transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas se han contentado con servir de intermediarios a éste, en la producción de algodón y azúcar. Este sistema económico, ha mantenido en la agricultura, una organización semifeudal que constituye el más pesado lastre del desarrollo del país”.

¿A quién correspondía entonces la tarea de resolver los problemas de la revolución democrático-burguesa frente a esta burguesía intermediaria, parásita y solo incidentalmente anti-imperialista? Mariátegui lo explica tajantemente: “el destino colonial del país reanuda su proceso. La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proletarias, solidarias con la lucha anti-imperialista mundial. Sólo la acción proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de la revolución democrático-burguesa, que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir”[10].

Estas conclusiones a las que llega Mariátegui son las mismas a la que había llegado Trotsky en Balance y perspectivas de 1905 y en la Revolución Permanente de 1929-30 –libros que Mariátegui no conocía– y el propio Lenin en las Tesis de Abril y varios discursos y resoluciones de los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista. Es más, Mariátegui era plenamente consciente del indispensable carácter internacional de la revolución. En Aniversario y Balance, editorial del número 17 de su revista Amauta, publicado en septiembre de 1928, Mariátegui escribía: “La misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que  reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: “anti-imperialista”, “agrarista”, “nacionalista-revolucionaria”. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos”.

La cuestión nacional indígena

Una de las críticas más torpes y que más se hicieron y se siguen haciendo a la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky es que esta supuestamente descuida o minimiza el problema de las masas campesinas, relegándolas a un papel auxiliar basado en la desconfianza del potencial revolucionario del campesinado. Como el mismo Trotsky explica en cambio, la teoría de la Revolución Permanente afirma simplemente que la solución plena y definitiva de la cuestión agraria y de la cuestión de la opresión nacional, en su “diferentes combinaciones” solo podía llegar con la adopción de las “más audaces medidas revolucionarias”.[11] Es por esto mismo que Trotsky en el Programa de Transición insistía en que los obreros llevasen la lucha de clases al campo, proponiendo al proletario agrícola y el campesino pobre un pacto de lucha común contra los explotadores y por un gobierno obrero-campesino.[12]

Mariátegui, y en esto consiste su absoluta originalidad, fue más allá, rompió prejuicios liberales e incluso de cierta izquierda, al afrontar el gran problema revolucionario constituido por la opresión nacional de las mayorías indígenas de países como Perú, Bolivia, Ecuador, Guatemala, México etc. Aunque su énfasis sobre la cuestión nacional indígena lo llevó a cometer algunos justificables errores teóricos, el valor práctico y concreto de su visión mantiene inalterada toda su vigencia.

Para Mariátegui la cuestión nacional indígena, lejos de ser un problema histórico, representaba un enorme potencial revolucionario. Pero “la reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirirla -esto es para adquirir realidad, corporeidad-, necesita convertirse en reivindicación económica y política. El socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y entonces, lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado”.[13]

El problema del indio es el problema de la tierra, el problema de un gamonalismo que es poder económico y político semifeudal y que no ha sido liquidado sino se ha fortalecido en la Independencia y sus sucesivos desarrollos marcados por la penetración imperialista. Para Mariátegui los indios son nación oprimida y clase explotada, inclusive por aquel “indio alfabeto, al que la ciudad corrompe, [y que] se convierte regularmente en un auxiliar de los explotadores de su raza”.[14]

La opresión nacional y explotación social de los indios es para Mariátegui un problema político concreto antes que una cuestión teórica. Como problema político concreto su solución pasa por los propios indios que Mariátegui justamente considera el aliado natural del proletariado urbano en la lucha por el socialismo, única vía para la emancipación tanto del obrero como del indígena.

En sus tesis sobre El problema de la raza anotaba que “no menos del 90 por ciento de la población indígena así considerada, trabaja en la agricultura. El desarrollo de la industria minera ha traído como consecuencia, en los últimos tiempos, un empleo creciente de la mano de obra indígena en la minería. Pero una parte de los obreros mineros continúan siendo agricultores. Son indios de “comunidades” que pasan la mayor parte del año en las minas; pero que en la época de las labores agrícolas retoman a sus pequeñas parcelas, insuficientes para su subsistencia”.

Esta situación sigue repitiéndose en países como Bolivia y Perú. Para Mariátegui la vía concreta para la solución de la cuestión indígena era la formación de vanguardias entre los indígenas proletarizados o semiproletarizados, para que puedan organizar a sus comunidades, venciendo la resistencia de estas frente a “predicadores” mestizos, hispanohablantes y blancoides.

Era necesario en primer lugar educar a los cuadros políticos a vencer sus prejuicios hacia los indios. “No es raro –escribía Mariátegui– encontrar entre los propios elementos de la ciudad que se proclaman revolucionarios, el prejuicio de la inferioridad del indio y la resistencia a reconocer este prejuicio como una simple herencia o contagio mental del ambiente”[15]. Y una vez más combatir las políticas erróneas de la Internacional Comunista que se orientaba hacia la reivindicación de la autodeterminación indígena, es decir la formación de Estados indígenas independientes que para Mariátegui “no conduciría en el momento actual a la dictadura del proletariado indio ni mucho menos a la formación de un estado indio sin clase, como alguien ha pretendido afirmar, sino a la constitución de un Estado indio burgués con todas las contradicciones internas y externas de los estados burgueses[16].

La naturaleza del incario

Mariátegui consideraba que el hábito a la cooperación de las comunidades indígenas podía convertirse en base solida para la edificación del socialismo en las zonas rurales, representando así un impulso poderoso a la batalla por el comunismo y contra las tendencias capitalistas. Es la misma posición que Marx expresó en una carta de 1881 a la revolucionaria rusa Vera Zasulich, a cuyas preguntas sobre la posibilidad de una revolución en la atrasada Rusia y sobre el futuro de la comunidad agraria rusa, Marx respondía lo siguiente:

“Y, a la vez que desangran y torturan la comunidad, esterilizan y agotan su tierra, los lacayos literarios de los «nuevos pilares de la sociedad» señalan irónicamente las heridas que le han causado a la comunidad, presentándolas como síntomas de la decrepitud espontánea de ésta. Aseveran que se muere de muerte natural y que sería un bien el abreviar su agonía. No se trata ya, por tanto, de un problema que hay que resolver; tratase simplemente de un enemigo al que hay que arrollar. Para salvar la comunidad rusa hace falta una revolución rusa. Por lo demás, el Gobierno ruso y los «nuevos pilares de la sociedad» hacen lo que pueden preparando las masas para semejante catástrofe. Si la revolución se produce en su tiempo oportuno, si concentra todas sus fuerzas para asegurar el libre desarrollo de la comunidad rural, ésta se erigirá pronto en elemento regenerador de la sociedad rusa y en elemento de superioridad sobre los países sojuzgados por el régimen capitalista”.

Para fortalecer su posición, otra demostración de aplicación lúcida del método marxista a una realidad concreta, Mariátegui defendió la idea que el incario pudiese caracterizarse como “comunismo primitivo” y que de éste descienda el hábito de la cooperación de las comunidades agrarias. Para él se trataba del comunismo posible en el estadio de desarrollo dado de las fuerzas productivas de la época del incario.

Una sociedad donde una casta liberada del trabajo manual se dedicaba a mirar las estrellas y a prohibir al pueblo comer determinado alimentos; donde existía la esclavitud, un problema de infrautilización de la tierra y necesidad de nuevas tierras que empujaba hacia guerras expansivas, donde el ejército estaba profesionalizado y las divisiones internas impidieron la defensa del imperio frente a los conquistadores, no puede ser considerada “comunismo primitivo”.

Se trata más bien de una expresión de “modo de producción asiático”, categoría de Marx que describe una formación social caracterizada sustancialmente por una división social poco desarrollada, donde una casta –símbolo de la unidad de las comunidades agrícolas– consume el excedente y garantiza una  distribución de la producción agrícola y las grandes obras, viales y de riego, necesarias para mantenerla. Recordemos que los Grundrisse de Marx, donde se expone de manera exhaustiva el concepto de modo de producción asiático, fueron publicados por primera vez a finales de los años 30 y por lo tanto el concepto era desconocido para Mariátegui.

Otros autores han considerados que este error teórico de Mariátegui afecta toda su elaboración. No estamos de acuerdo. El habito de cooperación en las comunidades indígenas, la reciprocidad del trabajo, existen realmente. Más allá de la cuestión de la naturaleza del incario, queda vigente la lectura revolucionaria de la cuestión indígena que hace Mariátegui y su vinculación concreta a la lucha revolucionaria por el socialismo.

Mariátegui y el APRA

La cuestión indígena fue una de las razones del acuerdo madurado entre 1926 y 1928 entre Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Mucho se ha especulado sobre esta breve colaboración entre Mariátegui y el APRA que en aquel periodo no era todavía un partido. Se reivindica a Mariátegui como uno de los fundadores del APRA, hecho que no parece molestar demasiado a las organizaciones del campo comunista que se pretenden mariateguistas. En fin, esto demostraría, contrariamente a la lectura que hemos hecho hasta el momento, que Mariátegui no era contrario a políticas de colaboración de clases.

Ya hemos explicado que el periodo entre su regreso a Perú y 1927-28 fue un periodo en que Mariátegui iba consolidando su adhesión al socialismo y el marxismo madurada en su exilio italiano. La ruptura con el APRA cuando este pasaba de ser movimiento anti-imperialista a constituirse como partido y la contemporánea participación en la fundación del PSP y de la CGTP, demuestran por lo menos que las intenciones de Mariátegui respecto a esta organización no eran de delegar a su dirección pequeño burguesa los destinos de la revolución peruana.

Para Mariátegui quedaba clara desde un primer momento la necesidad de la organización revolucionaria e independiente del proletariado. Necesidad que la experiencia de la traición del Kuomintang y de Chang Kai Shek fortaleció, porque es exactamente en la comparación entre el APRA y el Kuomintang que se desarrolla la polémica sucesiva con Haya de la Torre, como se ve claramente en las tesis de Mariátegui a la Conferencia Comunista Latinoamericana.

En una carta a Nicanor De la Fuente del 20 de junio del 1929 (publicada en el tercer tomo de sus Correspondencias) Mariátegui explica sus relaciones con el APRA: “Nosotros trabajamos con el proletariado y por el socialismo. Si hay grupos dispuestos a trabajar con la pequeña burguesía por un nacionalismo revolucionario, que ocupen su puesto. No nos negaremos a colaborar con ellos, si representan efectivamente una corriente, un movimiento de masas”. Era la misma posición que Trotsky había defendido contra el servil oportunismo de la Internacional hacia el Kuomintang.

En su escrito más polémico contra el APRA, y más polémico con la misma política de la Internacional Comunista bajo Stalin, Punto de vista antiimperialista, Mariátegui afirmaba: “¿Qué cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica pequeña-burguesía? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el anti-imperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría nunca la conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La revolución socialista encontraría su más encarnizado y peligroso enemigo, -peligroso por su confusionismo, por la demagogia-, en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden”. Estas líneas, escritas en 1929, tienen un carácter profético no solo respecto al APRA, sino a los varios experimentos populistas, de Terceras Vías nacionalistas que desde el peronismo al MNR boliviano han marcado la lucha revolucionaria del siglo pasado.

No está lejos en cambio el tiempo en que el verdadero pensamiento de Mariátegui, su vigencia y ejemplo animen la revolución latinoamericana y su efigie sea enarbolada y reivindicada como maestro del marxismo por trabajadores, jóvenes, campesinos e indígenas en lucha por una Federación Socialista de América Latina. Una lucha en que las palabras de Mariátegui que tanto asustaron a los filisteos seguidores de los zigzags y las degeneraciones de la Tercera Internacional, serán aliento y consigna para los revolucionarios de nuestro continente. Como Mariátegui “somos anti-imperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa”.

 


NOTAS:

[1] Apuntes autobiográficos, 1927.
[2] El partido bolchevique y Trotsky, Publicado en Variedades, Lima, 31 de Enero de 1925.
[3] Lenin, Obras Completas, Volumen 33, pág. 63 de la edición inglesa.
[4] El exilio de Trotsky, publicado en Variedades, Lima, 23 de Febrero de 1929
[5] Alec Nove, An economic history of the URSS, pág. 149, citado en Ted Grant, Rusia de la Revolución a la Contrarrevolución.
[6] Plataforma de la Oposición de Izquierda, en La Oposición de Izquierda en la URSS, págs. 90 y 91, Editorial Fontamara, Madrid, 1977.
[7] Ibídem, págs. 121 y 129.
[8] Punto de vista anti-imperialista, escrito el 21 de mayo de 1929
[9] Trotsky, La revolución china y las tesis del camarada Stalin, abril de 1927.
[10] Principios programáticos del Partido Socialista Peruano, octubre de 1928.
[11] Citas de Trotsky, La Revolución Permanente, capitulo séptimo.
[12]La participación práctica de los campesinos explotados en el control de las distintas ramas de la economía permitirá a los campesinos decidir por sí mismo el problema de saber si les conviene o no sumarse al trabajo colectivo de la tierra, en qué plazos y en qué escala. Los obreros de la industria se comprometen a aportar en este camino toda su colaboración a los campesinos por intermedio de los sindicatos, de los comités de fábrica y, sobre todo, del gobierno obrero y campesino”. Trotsky, Programa de Transición.
[13] Mariátegui, Prologo a Tempestad en los Andes de L. Valcárcel, 1927.
[14] Mariátegui y Hugo Pesce, El problema de la raza en América Latina, 1930.
[15] Ibídem
[16] Ibídem

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