El veganismo está ocupando un interés creciente en los debates de la izquierda en relación a la cuestión del maltrato animal. El veganismo comparte con el vegetarianismo tradicional su rechazo a comer carne, y se opone también –como muchos otros sectores del vegetarianismo– al consumo de todo producto de origen animal, medie o no su muerte, como la piel y el cuero, lácteos y huevos, e incluso la miel y la lana. Pero va más allá en otros aspectos.
Hay veganos que se reclaman marxistas que fundamentan su posición comparando la condición de los animales en la industria cárnica, con sus modos repugnantes e insanos en la crianza y sacrificio de aves y ganado en muchas de ellas, con la explotación de los trabajadores en las empresas por sus patrones.
El veganismo es un tema controvertido, que aún no ha sido abordado en detalle desde el punto de vista marxista. En el limitado espacio de este artículo no podemos entrar en un análisis exhaustivo. Nuestro objetivo no es “establecer” la posición marxista sobre este tema, sino utilizar el método de análisis del marxismo para sacar conclusiones que sirvan de aportación al debate.
¿Cómo nos hicimos humanos?
Como toda ideología moral, el veganismo carece de una posición consistente y unificada, existiendo tendencias variopintas en su seno. Una de las posiciones más extendidas en el veganismo es que el ser humano es inherentemente vegetariano, como el resto de los primates. Esto no es completamente exacto, ya que algunas especies de primates, como el chimpancé, se alimentan ocasionalmente de otras especies de monos y de animales pequeños, además de insectos.
Aun admitiendo que nuestros ancestros homínidos más lejanos fueran vegetarianos, las diferentes corrientes del veganismo omiten dar una explicación coherente de cómo y por qué el ser humano se hizo omnívoro. La ciencia puede acudir en nuestra ayuda para alumbrarnos al respecto.
La paleontología moderna ha probado suficientemente que la transición del homínido al ser humano moderno vino acompañada de un cambio en los hábitos alimenticios, pasando de una alimentación casi exclusivamente vegetal a otra mixta, con la incorporación creciente de una dieta basada en la carne. Esa transición comenzó con la actividad carroñera y culminó con la caza de animales.
La posición bípeda de los primeros homínidos liberó a las manos de ejercer cualquier función especializada, lo que permitió al homínido utilizarlas para la fabricación de herramientas, instrumentos de madera, hueso y piedra que les servían para incrementar su capacidad de acceder a sus medios de vida y para protegerse de sus depredadores, tratando así de superar las limitaciones físicas que le imponía la naturaleza. Este proceso –el “trabajo”– trajo aparejado un cambio correspondiente en las funciones corporales, y en la disposición de los huesos, músculos, nervios y órganos a lo largo de generaciones, cambios genéticos, y surgimiento de nuevas especies de homínidos. Todo ello condujo en paralelo al refuerzo de los estímulos para la actividad y el desarrollo cerebral, con el consiguiente aumento del tamaño del cerebro y de la capacidad craneal. Ello exigía una alimentación más rica en calorías y una digestión más rápida, como la que proporcionaba el consumo de carne. El descubrimiento del fuego, en una determinada etapa, aceleró este tránsito, al ablandar la carne y acortar aún más la digestión.
Basta una observación superficial a los instrumentos más antiguos de los homínidos prehumanos proporcionados por los registros, por no hablar de las cuevas habitadas por neandertales y homo-sapiens (los humanos modernos), para encontrar multitud de huesos de animales, así como herramientas de hueso y de piedra para la pesca y la caza. Las primeras manifestaciones pictóricas se refieren casi exclusivamente a representaciones de animales y escenas de caza. Neandertales y homo-sapiens se protegían del frío con las pieles de animales en Eurasia y otras latitudes. Los inicios de la cultura humana están, pues, ligados de una manera u otra a la caza de animales para la alimentación, la vestimenta y la construcción de refugios en las llanuras.
La domesticación de animales, nacida en el Neolítico en paralelo a la invención de la agricultura, permitió disponer de una reserva estable de carne, cuero y lana, que a su vez dio lugar a un potente desarrollo del artesanado textil y al establecimiento del sedentarismo, dando comienzo a la formación de las primeras sociedades humanas y a la Historia humana propiamente dicha.
Lejos de ser un “pecado original”, el consumo de carne, y la posterior domesticación de animales, fueron parte esencial del proceso de formación del ser humano y de su relación con la naturaleza, sin lo cual no existiríamos como especie. Muchos veganos se niegan a admitir esto, negando sin ninguna base científica y sin aportar ninguna prueba que la carne jugara papel alguno en la formación del ser humano. Aquí vemos cómo prejuicios morales pueden llevar a la adopción de posiciones idealistas y anticientíficas que impiden indagar en el conocimiento de la realidad. Esta forma de pensamiento siempre ha abierto la puerta al misticismo y al fanatismo irracional.
El ser humano y la moral
En relación con esto, cabe hacer la siguiente reflexión: ¿Puede adjudicarse al proceso de formación del ser humano antes de su ingreso en la Historia, una caracterización moral? Suele definirse la moral como el conjunto de normas, creencias, valores y costumbres que dirigen o guían la conducta de las personas en una sociedad dada. Ahora bien, esa sociedad dada está conformada por estructuras sociales, por formas económicas que producen y reproducen las condiciones de existencia de dicha sociedad, a las que deben corresponder una división social del trabajo y formas de propiedad concretas. Sobre esa base, surgen y se desarrollan instituciones que dan solidez y estabilidad a dicho entramado social. Por último, todo ello debe encontrar un reflejo en la cabeza de hombres y mujeres en formas ideológicas que santifiquen el estado de cosas existente, a través de expresiones religiosas, filosóficas, políticas, artísticas y morales definidas. En definitiva, cada sociedad dada dispone de un código moral que cambia, evoluciona y se transforma conforme cambia, evoluciona y se transforma la sociedad misma.
La moral, por tanto, es un producto social, no algo inherente a la naturaleza ni al ADN del ser humano, y sólo pudo surgir en una determinada fase del desarrollo de la humanidad, exactamente con la formación de las primeras sociedades, en los albores de la llamada Revolución Neolítica. Si hubo algún tipo de “moral” primitiva anteriormente –por llamarla de alguna manera– en la fase cazadora-recolectora de comunismo primitivo, era una mera reacción instintiva, semiconsciente, frente la fuerza despótica que la naturaleza ejercía sobre el grupo tribal. Dicha “moral” –como puede observarse aún en las tribus más primitivas de África y América– consistía en la observación y transmisión de comportamientos básicos, y en normas de reparto de las subsistencias y de división de tareas tendentes a preservar la existencia e integridad del grupo tribal, que se basaban en la experiencia acumulada de cientos y miles de años.
No tiene sentido, por tanto, caracterizar moralmente un proceso natural; es decir, un proceso que emana de las condiciones intrínsecas de desarrollo de la naturaleza; y por tanto del proceso que tomó la formación del ser humano. Demás está decir que en ningún caso es aplicable establecer códigos morales a comportamientos animales fuera de la especie humana.
¿Es amoral la depredación animal?
Hay un gran peligro en forzar la realidad e interpretarla según criterios morales e idealistas, que nacen de nuestras condiciones de vida modernas, en muchos casos como respuesta al mundo bárbaro e irracional del capitalismo, en lugar de utilizar el análisis científico que toma como punto de partida la realidad material y su verdadero proceso de desarrollo.
Podemos abordar el debate desde otro enfoque: ¿qué es lo que hay de “amoral” en la depredación animal? Todos los animales encuentran la mayor parte de su fuente de vida en la depredación de otros seres vivos (incluida la materia vegetal), por la sencilla razón de que sólo en ellos existen los nutrientes, moléculas y elementos químicos fundamentales para su existencia. Aquellas especies que se alimentan exclusivamente de material vegetal no lo hacen porque les guíe un principio moral elevado –si acaso tuvieran conciencia de ello– sino como resultado de su evolución y adaptación particular al medio ambiente. Lo mismo es el caso de los animales carnívoros u omnívoros.
Los veganos tienen las opiniones más dispares sobre qué hacer con los animales carnívoros ¡Algunos proponen dejar que se extingan o “reprogramar” sus ADN para convertirlos en vegetarianos! Otros, que adoptan animales y conviven con ellos (aunque se niegan a llamarlos mascotas) imponen a perros y gatos dietas no carnívoras. Los anti-especistas, con su rechazo a lo que denominan antropocentrismo –que el ser humano se considere el centro de todo–, se truecan así en especistas y antropocentristas extremos, al pretender imponer a los animales un hábito alimentario contrario a su naturaleza, para que éstos se adapten a la concepción particular del veganismo de lo que debe ser la alimentación animal.
La explotación obrera y la explotación animal
La comparación entre la explotación de trabajadores en una fábrica y la “explotación” de animales en la industria cárnica no es acertada. Los marxistas no estamos contra la producción fabril, sino contra las relaciones sociales de producción capitalistas. Nos oponemos a que el excedente producido por la clase obrera sea apropiado por los dueños de los medios de producción. Abogamos por la propiedad colectiva de dichos medios de producción para que el fruto del trabajo social redunde en beneficio de toda la sociedad y no de la minoría explotadora.
Aun así, durante un período, dichas relaciones sociales de producción capitalistas fueron necesarias para desarrollar la base económica y tecnológica que ahora sí nos permitiría pasar a un sistema social de producción más elevado, el socialismo, sin explotadores ni explotados. Es decir, la necesidad del socialismo sólo pudo surgir cuando el capitalismo completó su fase de madurez y comenzó a revelarse como un sistema caduco que amenazaba a la especie humana con llevarla a la barbarie, ya desde principios del siglo XX. En lo que sí debemos estar de acuerdo veganos y marxistas es en el rechazo a las condiciones bárbaras, y muchas veces insalubres, en que son criados, alimentados y sacrificados los animales en gran parte de la industria cárnica; así como debemos oponernos a la producción y al consumo irracional de carne, espoleado por el ansia de ganancias sin límites de los grandes fabricantes. Es completamente justa la crítica que se hace a la industria cárnica sobre los efectos dañinos en el medioambiente que provocan el consumo excesivo de agua, la contaminación de suelo y agua por los purines, la emisión de CO2 y metano a la atmósfera, etc. A otro nivel, observamos la misma irracionalidad en las demás ramas de la producción capitalista: despilfarro, sobreproducción, contaminación, etc. En un sistema socialista planificado democráticamente en interés de todos, como primera medida apostaríamos por un sistema alimentario sano y saludable que, liberado del sucio interés del lucro capitalista, llevaría aparejado una alimentación sana y equilibrada sobre bases nutricionales científicamente contrastadas, liberada del consumo excesivo de carne, con granjas abiertas; con crianza, alimentación y desarrollo saludable de los animales, y sistemas de sacrificio indoloros.
Seguramente, muchas personas veganas replicarán: “Pero aun así, los animales destinados al consumo humano seguirían siendo nuestros esclavos, ‘explotados’ y sometidos a nuestros intereses, y condenados a morir para satisfacer nuestro apetito”. Esta conclusión está mal enfocada. El ser humano es, en general, omnívoro. Esto no es una libre opción en las condiciones sociales dadas para la inmensa mayoría. Es una necesidad, para la inmensa mayoría. El omnivorismo está profundamente enraizado en la naturaleza de la raza humana, y para cientos de millones que no tienen capacidad de elegir una alimentación alternativa saludable, el límite entre la vida y la muerte está en ingerir un trozo de carne una o dos veces a la semana, incluso una o dos veces al mes. Por otro lado, en lo que al ser humano se refiere, sería insostenible pedirle que cierre las granjas e instalaciones agropecuarias y vuelva a la caza en campo abierto; es decir, que retroceda 10.000 ó 12.000 años en la historia para regresar a los métodos del paleolítico para proveerse de carne y cuero.
El error que cometen muchos veganos es poner un signo igual a cosas y animales que no pueden medirse como equivalentes, y el considerar su moralidad particular como una moralidad universal obligatoria para todos. Un animal omnívoro o carnívoro necesita alimentarse regularmente de otros animales, le va en ello su supervivencia. Es una fuente rápida de acceso a nutrientes y calorías indispensables para vivir, como explicamos en el apartado anterior. Desde ese punto de vista, el consumo humano de carne no puede ser objeto de reproche moral. Una cosa es rechazar la crueldad hacia los animales, y provocarles sufrimiento y dolor, por diversión o para satisfacción de personas despóticas o sádicas. Eso no tiene discusión. Pero otra cosa distinta es provocar la muerte de otro animal con el mínimo sufrimiento posible, para permitir la existencia de otras especies animales, incluidos los seres humanos.
En la naturaleza, la depredación animal no sólo es inevitable y parte constituyente de la misma, sino que es una necesidad para permitir la existencia de todas las especies animales implicadas en el mismo ecosistema, sean herbívoras o carnívoras. En general, en la naturaleza vemos cómo las presas principales de un depredador suelen ser los miembros más viejos y enfermos de la especie depredada que carecen de la rapidez de reflejos o de fuerza física para escapar a su depredación. Eso ayuda a mantener sanas y saludables a las mismas especies depredadas, sean herbívoras o carnívoras. Por otro lado, la depredación animal en el mundo natural juega un papel clave en mantener el equilibrio entre las especies y el entorno. Un predominio de animales herbívoros podría conducir a su superpoblación, y al agotamiento de la corteza vegetal de un territorio y poner en dificultades de supervivencia a esas mismas especies y a la propia masa vegetal.
La experimentación animal
La experimentación animal está también en el centro del debate en el movimiento vegano, que éste rechaza tajantemente por las mismas razones que se opone al consumo de carne. Demás está decir que debemos rechazar la crianza, experimentación y sacrificio de animales para uso suntuario (adornos, prendas de lujo) y cosméticos, aspectos superfluos destinados en su inmensa mayoría a los ricos y que en nada contribuyen a resolver problemas sociales ni médicos, ni a hacer avanzar al ser humano en sus condiciones de vida.
Un debate más arduo se sitúa alrededor de la experimentación animal para uso medicinal y científico. En el último siglo y medio, el avance de la medicina y el desarrollo de los medicamentos y vacunas han estado vinculados de un modo u otro a la experimentación con animales. Guste o no, nadie ha podido señalar una vía alternativa hasta ahora para avanzar en esta senda. Eso ha permitido acrecentar nuestro dominio sobre las enfermedades y encontrar tratamientos adecuados para curar, salvar vidas humanas (y animales), y mejorar la salud y las condiciones de vida de cientos de millones de personas. Sin ello, seríamos esclavos impotentes de la naturaleza y de aquellos efectos nocivos físicos y psicológicos que, de un modo u otro, la propia civilización capitalista ha venido provocando en la salud de las personas. Es imposible imaginar al ser humano bajar los brazos ante el sufrimiento de millones de personas y asistir impotente al desarrollo y extensión de enfermedades que provocan dolor y muerte, sin probar toda vía de experimentación que le permita enfrentarse a estos problemas.
¿Quiere decir esto que no hay alternativas a la experimentación animal para uso científico, y que siempre será así? No es posible dar una respuesta categórica a esto. Lo que sí podemos afirmar es que sería posible en un futuro socialista, si concentráramos todo el conocimiento científico y el esfuerzo de los investigadores para abrir nuevas vías de experimentación, que el uso de animales se redujera al mínimo imprescindible. De la misma manera que ya podrían crearse en laboratorio una variedad de órganos humanos y animales a partir de las células-madre, podría experimentarse sobre ellos los nuevos fármacos e investigaciones y evitar así la experimentación con animales vivos en una escala cada vez más amplia. El capitalismo es un obstáculo para esto, al estar basado en la competencia irracional de laboratorios, empresas y universidades entre sí, reduciendo costes en instrumentos, métodos y experimentos que consideran superfluos; o buscando maximizar sus beneficios sin importarles las vías de investigación que pudieran minimizar el uso de animales para la experimentación.
Incluso si hipotéticamente se consiguiera en un futuro indefinido suprimir la experimentación animal con fines médicos y científicos, eso se alcanzaría gracias al conocimiento acumulado a través de la experimentación animal anterior. De la misma manera que la alquimia, en la edad media y al principio de la edad moderna, que tenía como objetivo encontrar la piedra filosofal (la capacidad de convertir el plomo en oro) y el elixir de la eterna juventud, no obstante sus investigaciones, descubrimientos, instrumentos y pruebas de laboratorio, resultaron imprescindibles para sentar las bases de la química moderna.
Posmodernismo y antiespecismo
Observamos en las ideas antiespecistas posiciones que recuerdan las ideas del posmodernismo, que rechazan la noción de progreso, tanto en la historia humana como en el pensamiento y en la evolución de las especies. Algunos rechazan, incluso, la propia capacidad humana de conocer científicamente la realidad. De esta manera, las opiniones del individuo más ignorante sobre cualquier materia deberían ser puestas al mismo nivel, o merecer el mismo crédito, que el conocimiento científico sobre dichas materias avalado por la experiencia acumulada de cientos de años.
Lo que siempre llama la atención de los individuos que despotrican contra la ciencia, es que no tienen reparos morales en aprovecharse cada día de ella en su interés personal. Por alguna razón, estas personas consideran más conveniente para sí mismas someterse al bisturí del cirujano cuando su propia vida está en riesgo, antes que pedir ayuda a un curandero de aldea; o subir a los aviones y trenes para viajar deprisa a su destino, antes que caminar a pie o navegar en balsa. Al menos, nuestros amigos anti-especistas tendrán que reconocer el progreso de la técnica humana que ha permitido inventar el avión y el tren y así dejar atrás los viajes a caballo y en carretas, lo que les permite recorrer grandes distancias sin que se vean en la necesidad de oprimir a los equinos.
Esto nos dice mucho del carácter transitorio y relativo de toda moral humana, y del papel de la realidad material en su proceso de formación, incluso para un núcleo limitado de personas. Hace 150 o 200 años no era posible el surgimiento del pensamiento vegano y antiespecista, cuando el medio único de transporte –o, al menos el predominante– era el animal de tiro (caballos, mulos, asnos, bueyes). No podía haber agricultura sin el arado manual, que precisaba de la ayuda indispensable de estos mismos animales. Sólo gente que podía aparecer como “lunática” ante las demás se hubiera atrevido a plantear su rechazo al uso de estos animales para el transporte o la producción agrícola y artesanal, sin los cuáles las sociedades de aquella época habrían colapsado. Para el surgimiento y desarrollo del pensamiento vegano se precisaba, por lo tanto, una sociedad capitalista avanzada, como la que se desarrolló después de la 2ª Guerra Mundial, que hiciera superfluo o marginal el uso de animales vivos para estos menesteres, con un desarrollo industrial que estuviera en condiciones de producir y comercializar a gran escala los productos y alimentos veganos. Sólo el reflejo de esta nueva realidad en el pensamiento de hombres y mujeres podía desarrollar un nuevo tipo de moralidad como la que proponen los veganos.
El antiespecismo y la noción del progreso evolutivo
La división en especies, tanto animales como vegetales, propuesta por la ciencia, no busca ejercer una “opresión” hacia el resto del mundo vivo por parte del ser humano. Se trata de evaluar y comprender cuáles son las características propias de cada grupo orgánico vivo –sea animal, vegetal, fungi (hongos y setas), protista (unicelulares) o monera (bacterias)– que lo diferencian de los demás grupos orgánicos vivos. La característica principal de una especie es que sólo puede reproducirse entre los miembros de la misma. Esta división en especies es una manera de conocer e interpretar la realidad del mundo orgánico del que somos parte y en el que vivimos.
Uno podría encontrar una reminiscencia del antiespecismo en la teoría creacionista. Según la Biblia, Dios hizo a todos los animales, vegetales, e imaginamos también a hongos y bacterias, no derivándolos evolutivamente unos de otros, sino a la manera “comunista”, en pie de igualdad, fabricando uno a uno separadamente y sin relación ni derivación orgánica con los demás. Cierto es que hizo una excepción con el ser humano, al que fabricó “a su imagen y semejanza” y lo situó a la cabeza del resto de seres vivos. En este punto, los marxistas no necesitamos de Dios para evaluar el papel principal que el ser humano ha alcanzado en la naturaleza.
Rechazar lo que los veganos denominan “especismo” significa, en los hechos, si no rechazar la propia idea de la evolución de los seres vivos y retrotraernos al primer capítulo del Génesis, sí negarle un sentido lógico y necesario a la misma. Parecería que la evolución de las especies fuera algo caótico y que no siguiera ninguna pauta racional. Es evidente que existen diferencias cuantitativas y cualitativas entre los seres unicelulares y los mamíferos, y dentro de éstos entre los llamados “monos superiores” y todos los demás; y dentro de los primates, entre los gorilas y chimpancés y los seres humanos.
La paleontología y las ciencias naturales modernas han demostrado suficientemente que todos los seres vivos actuales son producto de un largo período de evolución, partiendo de los primeros organismos unicelulares a otros pluricelulares, dando lugar a la diversificación actual que conocemos: desde los restos más primitivos que hemos podido identificar (protistas y moneras) hasta los fungi, vegetales y animales. Y dentro de cada una de estas divisiones observamos, por los registros fósiles conservados, un proceso ininterrumpido de evolución (por medio de saltos y cambios bruscos), que ha conducido a la maravillosa diversidad de especies que conocemos y a otras ya extinguidas.
Que existe un elemento de progreso en la evolución no puede dudarse. Por supuesto, no fue un proceso teledirigido, transcendental, a cargo de una mente del universo. La evolución “inconsciente” de la materia se desenvuelve en base a sus propias leyes, identificables, comprensibles y reproducibles por el propio ser humano. Lo cierto es que, en su proceso evolutivo, las especies más primitivas que prevalecieron (animales y vegetales) fueron aquéllas cuya composición física y química les permitió ser más eficientes para desarrollarse y extenderse en un medio ambiente cambiante y sometido a cambios bruscos. Así, las especies vegetales más extendidas y numerosas fueron las que desarrollaron la diferenciación sexual, con la aparición de las flores. Un salto evolutivo crucial se dio dentro del reino animal con la aparición y desarrollo de los nervios y, más adelante, de una columna vertebral. La capacidad sensitiva permitió al grupo animal más evolucionado acrecentar su capacidad de reaccionar con el medio a través del contacto físico, y alcanzar por así decir un cierto grado de libertad del que carecían los organismos “insensibles” más primitivos. El desarrollo del sistema nervioso condujo finalmente a un “centro” de comando que conocemos hoy como cerebro, y a la formación de los ojos, al sentido del oído, del gusto, etc. Todas estas “adquisiciones” permitieron a las sucesivas especies mostrar una mejor adaptabilidad al medio ambiente y acrecentar mayores grados de libertad en su relación con la naturaleza. Negar este progreso “inconsciente” en la evolución de las especies es infantil en extremo.
Por último, el ser humano ha alcanzado el mayor nivel de “progreso” conocido en ningún ser vivo. No se trata sólo de nuestra capacidad de transformar la naturaleza de una manera consciente siguiendo un plan, para bien y para mal; o de haber sido capaz de rastrear nuestro origen y evolución particular, rescatándolos de la noche de los tiempos, sino también de penetrar en los secretos más íntimos de la materia misma, desde el nivel microscópico al nivel cosmológico. Como formuló brillantemente Federico Engels: con el ser humano la materia, por primera vez, ha tomado conciencia de sí misma. No cabe mayor grado de progreso en el proceso ininterrumpido de cambio y movimiento de la materia, desde su carácter inerte, inorgánico, hasta su evolución como materia orgánica, a partir de la cual se desarrolló lo que conocemos como vida, y que desembocó finalmente en el surgimiento del cerebro humano, el producto más elaborado de la materia.
Podemos entender perfectamente el rechazo hacia el “progreso”, no sólo de los anti-especistas, sino de muchas personas sensibles que ven horrorizadas el feo rostro en que el capitalismo ha transformado el mundo: con sus guerras, su explotación atroz, la miseria extendida, la contaminación, el aniquilamiento de incontables especies animales, entre otras “lindezas” de la civilización. Pero de esto sería un error colegir que hay algo que “anda mal” en el ser humano, debido a su engreimiento y dominio despótico sobre la naturaleza. El aspecto que muestra nuestro mundo actual es la confesión manifiesta de que el sistema capitalista global ha alcanzado sus límites hace tiempo y que su continuidad amenaza no sólo el futuro de la especie humana sino de la propia vida en la tierra. De lo que se trata no es de volver la cara a la fea realidad y refugiarse en teorías anticientíficas buscando en vano un “paraíso terrenal” en la tierra, cuando los humanos habitaban en bosques y en las cuevas, indisociados de la propia naturaleza y esclavizados por ella, y que dejó de existir hace milenios en nuestro planeta. De lo que se trata es de comprender que este sistema está caduco y que al mismo tiempo ha creado las condiciones para su total transformación, por medio de la revolución socialista, donde hombres y mujeres podamos tomar nuestros destino en nuestras manos, terminando con el capitalismo a fin de pasar del reino de la necesidad al reino de la auténtica libertad, de la prehistoria humana a la verdadera historia humana, donde sería perfectamente posible gozar de las colosales conquistas culturales, tecnológicas e intelectuales acumuladas por la humanidad, y expandirlas a niveles inimaginables, coexistiendo al mismo tiempo con un medio ambiente sano, saludable para todas las especies animales y vegetales.
Veganismo y Capitalismo
Hay veganos que, desde posiciones socialistas e incluso marxistas, tratan de conferirle al veganismo un cariz “anticapitalista” o “anti-establishment”. Tienen la pretensión, con la mejor de las intenciones, de estar combatiendo a los monopolios capitalistas, en particular de la industria cárnica, como una contribución a la lucha anticapitalista. Pero con su idea de horadar al sistema desde dentro, con la propuesta de crear una “nueva economía” de productos veganos al margen de las industrias capitalistas y de sus redes de comercialización convencionales, y de cambiar la mentalidad de las personas a través de la educación, en realidad lo que hacen es adoptar una posición reformista, gradualista; en lugar de llamar a derribar al sistema en su conjunto. Además, es una posición idealista que no casa con la realidad. Más allá del poderoso interés de la industria cárnica en permanecer, los productos veganos con mayor contenido proteínico son caros y no están accesibles para todos. De hecho, se han transformado en parte de una lucrativa rama de la industria alimentaria para una capa de la población de alto poder adquisitivo.
Actualmente, el mercado de semillas está monopolizado por 6 multinacionales gigantescas (Syngenta, Bayer, Basf, Dow, Monsanto y DuPont) que manejan el 60% de dicho mercado y el 76% de la producción de agroquímicos. El crecimiento de la producción y del mercado vegano, en detrimento del cárnico y piscícola, no llevaría al hundimiento de los monopolios capitalistas, sino que vería nacer grandes empresas que rápidamente se harían con el mercado, así como la migración de inversiones de la industria cárnica a la industria vegana, sin amenazar un ápice el dominio aplastante de las grandes multinacionales de la alimentación.
La realidad es concreta, aun si aceptáramos como sistema de alimentación preferente el veganismo, eso requeriría un profundo debate donde los aspectos morales pasarían a ser un asunto secundario. Lo principal sería un debate y un análisis científico y riguroso donde la población, junto con los profesionales de la materia, los médicos y nutricionistas, libres de todo interés lucrativo y material, pasarían a ocupar el primer plano para evaluar todos los aspectos positivos y negativos del veganismo en la alimentación humana, comenzando por sus efectos en la alimentación infantil. Se requeriría un debate y análisis científico profundo que atañería a biólogos, agrónomos, ecólogos, ambientalistas, y geógrafos sobre el impacto medioambiental de una producción alimentaria vegetariana a gran escala. Se requeriría una transformación completa de los hábitos alimenticios y una reconversión productiva muy complicada de efectuar, comenzando por el destino de los cientos de millones de animales actualmente estabulados en cada país.
Hoy por hoy, tratar de llevar todo esto a efecto, resulta impracticable bajo el capitalismo. Cuando el sistema capitalista global es incapaz de prescindir de los combustibles fósiles y de la energía nuclear, tan contaminantes y potencialmente letales, pese a que están dadas las condiciones para su sustitución por energías renovables no contaminantes; cuando el capitalismo global es incapaz de dar solución al destino de cientos de millones de refugiados y migrantes que huyen de la barbarie de las guerras y de la opresión imperialista, pensar que sería posible acometer una revolución en la alimentación humana del calibre como la que propugna el veganismo, en las condiciones actuales de la humanidad y de crisis del capitalismo, sería la mayor de las utopías.
Veganismo y Comunismo
No es la función de los marxistas imponer a nadie su hábito alimentario ni impartir ordenanzas alimentarias de carácter moral. No hay tal cosa como una alimentación “marxista”. Cada persona puede y debe elegir libremente si consume exclusivamente alimentos vegetales o veganos, o practicar, como hace la inmensa mayoría, el omnivorismo. Pero sí estamos obligados a tomar parte en el debate, previniendo contra el oscurantismo filosófico y moral y, en general, contra todo misticismo fanático e irracional. No dudamos de que a la gran mayoría de los veganos les guían principios altruistas. Rechazan ardientemente la violencia y la crueldad hacia los animales y, como consecuencia de ello, han desarrollado una animadversión hacia el consumo de carne, lo que se potencia por el estado deplorable de la industria cárnica y piscícola. Muchos veganos también rechazan las posiciones anticientíficas y moralistas de aquellos sectores del veganismo que hemos analizado aquí. A estos sectores del veganismo les tendemos la mano y los invitamos a un diálogo y a avanzar hacia una comprensión científica del mundo y de la naturaleza humana.
Ciertamente, el ser humano ya no es un esclavo impotente de la naturaleza. Durante decenas de miles de años se ha transformado físicamente, y también intelectualmente. Es un ser consciente que a lo largo de miles de años ha sido capaz de comprenderse a sí mismo y a la naturaleza que lo rodea, y de transformar ésta para sus propios fines. Pero cada paso adelante dado en su avance, desarrollo y transformación intelectual, cultural y moral, ha sido fruto de una experiencia colectiva, y no del mandato imperativo de un Dios ni de los prejuicios morales o de ideas bienintencionadas de grupos de individuos.
No existe una moralidad suprahistórica, independiente de toda condición y lugar. El ser humano fue capaz de superar, como especie y en su comportamiento general, el incesto y el canibalismo, practicados sin reparos morales durante miles de años en una etapa remota. De este último queda incluso un rastro, una reminiscencia, en la liturgia cristiana en las palabras atribuidas a Jesús en la última cena: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (San Juan. 6, 55-56).
El rechazo creciente de la sociedad española, sobre todo en las generaciones jóvenes, a espectáculos crueles hacia los animales que hace unas décadas concitaban un consenso social mayoritario, como son las corridas de toros, es una prueba de que las sociedades cambian y que las consideraciones morales no pueden imponerse, sino que para hacerse mayoritarias y adquirir el rango de un prejuicio social firmemente asentado, deben transitar por una experiencia colectiva, sujeta a los cambios que se producen en la sociedad.
No puede descartarse, por tanto que, en una sociedad comunista, libre de las ataduras materiales actuales y de la lucha por lo necesario, que caracterizan al capitalismo, el ser humano pueda adoptar una alimentación que no requiera la matanza de animales. Hay un debate en curso entre los científicos sobre la posibilidad de crear órganos humanos y animales en laboratorio para trasplantes, y hasta de “carne sintética”, a partir de las llamadas células-madre, que podrían sustituir el consumo de carne procedente de animal vivo.
El potencial del desarrollo humano es infinito. Pero que aquello sea una realidad o no, no vendrá determinado por nuestros gustos, opiniones, o prejuicios morales o idealistas actuales, sino como consecuencia de una experiencia colectiva que el género humano deberá atravesar a lo largo de un período, en una sociedad comunista futura, auténticamente humana, a la que corresponderá una moralidad y una actitud ante la vida, humana y animal, cuya altura hoy nos resulta imposible de atisbar.