Para comprender mejor este libro habría que explicar su historia, aunque fuera en dos palabras. Me pareció que en la biblioteca del partido faltaba un pequeño folleto que, en forma sumamente popular, mostrase al obrero y al campesino medio el vínculo que une algunos hechos y ciertos fenómenos de nuestra época de transición y que, al indicar una perspectiva adecuada, serviría como arma para la educación comunista. Para verificar esta idea, me dirigí al secretario del comité de Moscú, camarada Zélenski, y le solicité reunir una pequeña asamblea de agitadores, en cuyo curso fuese posible intercambiar nuestros puntos de vista acerca de los medios y los procedimientos literarios de nuestra propaganda.
Para comprender mejor este libro habría que explicar su historia, aunque fuera en dos palabras. Me pareció que en la biblioteca del partido faltaba un pequeño folleto que, en forma sumamente popular, mostrase al obrero y al campesino medio el vínculo que une algunos hechos y ciertos fenómenos de nuestra época de transición y que, al indicar una perspectiva adecuada, serviría como arma para la educación comunista. Para verificar esta idea, me dirigí al secretario del comité de Moscú, camarada Zélenski, y le solicité reunir una pequeña asamblea de agitadores, en cuyo curso fuese posible intercambiar nuestros puntos de vista acerca de los medios y los procedimientos literarios de nuestra propaganda.
La reunión pronto superó los límites del proyecto inicial. Los problemas relativos a la familia y al modo de vida apasionaron a todos los participantes. A lo largo de tres sesiones que en total duraron de diez a doce horas se ha, si no resuelto, al menos abordado y puesto al día los diferentes aspectos de la vida obrera en una época de transición, así como nuestros medios de acción sobre el modo de vida obrero.
Entre la primera y la segunda sesión, y de acuerdo con la proposición de los participantes, formulé por escrito unas preguntas a las que algunos respondieron igualmente por escrito; por otra parte, algunas de dichas respuestas fueron el resultado de pequeñas asambleas en el nivel de los distritos. Nuestras conversaciones con los agitadores del comité de Moscú fueron tomadas taquigráficamente, y dichas versiones taquigráficas y esas encuestas son las que forman la base de la presente obra. Sin duda, este material es extremadamente insuficiente y, además, ha sido necesario retocarlo muy rápidamente. Pero mi objetivo no consistía en esclarecer el modo de vida obrero desde todos los ángulos, su evolución y los medios de actuar sobre 6 él, sino sobre todo en presentar el problema del modo de vida obrero como un objeto digno de un estudio atento.
El pequeño libro que aquí se propone al lector no es el folleto popular cuya idea sirvió como punto de partida a este trabajo. Intentaré redactar dicho opúsculo si las circunstancias me lo permiten. Esta obra está destinada en primer lugar a los miembros del partido, a los dirigentes de los sindicatos, de las cooperativas y de los organismos culturales. I. No sólo de "política" vive el hombre
I. No sólo de "política" vive el hombre
Es preciso que entendamos de una vez por toda esta idea sumamente sencilla, y que nunca la olvidemos en nuestra propaganda, oral o escrita. Cada época tiene sus canciones.
La historia prerrevolucionaria de nuestro partido fue la de la política revolucionaria. La literatura, la organización del partido, todo era dictado por la política en el sentido más estricto e inmediato, en el sentido más estrecho del término. La revolución y la guerra civil aumentaron todavía más la crudeza e intensidad de las tareas e intereses políticos. En el curso de esos años, el partido ha sabido agrupar a los elementos más activos de la clase obrera. Sin embargo, la clase obrera conoce los resultados políticos más importantes de esos años. La pura y simple repetición de esos resultados ya no le ofrece nada, más bien contribuye a borrar de su espíritu las enseñanzas del pasado. Después de la toma del poder y de su consolidación a raíz de la guerra civil, nuestras tareas principales se han desplazado en dirección a la edificación económico-cultural; estas tareas se han complicado, fraccionado, detallado, convirtiéndose en cierto modo en “prosaicas”. Al mismo tiempo, toda nuestra lucha anterior, sus penas y sus sacrificios, se justificarán sólo en la medida en que aprendamos a formular correctamente nuestras tareas “culturales” parciales, diarias, y a resolverlas.
¿En qué consisten, en definitiva, las adquisiciones de la clase obrera? ¿Qué ha podido asegurarse mediante la lucha llevada a cabo hasta el presente?
- La dictadura del proletariado (por medio del Estado obrero y campesino dirigido por el partido comunista).
- El Ejército Rojo, sostén material de la dictadura del proletariado.
- La nacionalización de los medios de producción más importantes, sin los cuales la dictadura del proletariado no sería sino una mera fórmula.
- El monopolio del comercio exterior, requisito indispensable para la edificación socialista, dado el cerco capitalista.
Esos cuatro elementos, irrevocablemente adquiridos, constituyen el marco de bronce de nuestro trabajo. Gracias a este marco, cada uno de nuestros éxitos económicos y culturales será forzosamente —siempre y cuando se trate de éxitos reales y no supuestos— parte integrante del edificio socialista.
¿En qué consiste, pues, nuestra tarea actual? ¿Qué debemos aprender? ¿A qué debemos tender ante todo? Tenemos que aprender a trabajar correctamente, con precisión, limpieza y economía. Necesitamos desarrollar la cultura en el trabajo, la cultura de la vida, la cultura del modo de vida. Hemos derribado el reino de los explotadores —después de una larga preparación — gracias a la palanca de la insurrección armada. No existe palanca apropiada para elevar de un solo golpe el nivel cultural. Esto requiere un largo proceso de autoeducación de la clase obrera acompañada y seguida por el campesinado. Sobre ese cambio de orientación de nuestra atención, de nuestros esfuerzos, de nuestros métodos, el camarada Lenin escribe en su artículo dedicado a la cooperación:
“…Nos vemos forzados a admitir que nuestra posición con relación al socialismo se ha modificado radicalmente. Ese cambio radical consiste en que antes nuestros principales esfuerzos se dirigían necesariamente a la lucha política, la revolución, la conquista del poder, etc. Mientras que ahora el centro de gravedad se desplaza de tal manera que llegará a situarse en el trabajo pacífico de organización cultural. Estoy dispuesto a afirmar que el centro de gravedad debería situarse en el militantismo cultural, si no fuera por las condiciones internacionales y la necesidad de luchar por nuestra posición en escala internacional.
Pero si dejamos de lado este factor, si nos limitamos a las condiciones económicas internas, el esfuerzo esencial debe dedicarse al militantismo cultural”1.
Por consiguiente, las tareas exigidas por nuestra situación 11 internacional nos apartan de nuestro trabajo cultural, aunque esto sea cierto sólo a medias, como vamos a ver. En nuestra situación internacional, el factor principal es el de la defensa nacional, es decir, el Ejército Rojo. En este plano extremadamente importante, las nueve décimas partes de nuestra tarea desembocan en el trabajo cultural: hay que elevar el nivel del ejército, ante todo hace falta que sepa leer y escribir; hay que enseñarle a servirse de un manual, de libros, de mapas geográficos; hay que acostumbrarlo a un mayor esmero, exactitud, corrección, economía, facultad de observación. Ningún milagro resolverá de un solo golpe esta tarea. Después de la guerra civil, durante la transición hacia la nueva época, el intento por dotar nuestro trabajo de una saludable “doctrina militar proletaria” fue el ejemplo más flagrante, el más evidente de la incomprensión opuesta a las tareas de la nueva época. Los orgullosos proyectos que apuntan a la creación de una “cultura proletaria” de laboratorio revelan idéntica incomprensión. Esta búsqueda de la piedra filosofal resulta de la desesperación ante nuestro atraso, al mismo tiempo que de la creencia en los milagros que, ya de por sí, es un índice de atraso. No tenemos sin embargo razón alguna de desesperar, y ya es hora de renunciar a la creencia en los milagros, a la charlatanería pueril del tipo “cultura proletaria” o “doctrina militar proletaria”. En el plano de la cultura proletaria, hay que aplicarse diariamente al progreso de la cultura, que es el único que podrá dotar de un contenido socialista a las principales adquisiciones de la revolución. He aquí lo que hay que comprender, so pena de jugar un juego reaccionario en el desarrollo del pensamiento y del trabajo del partido.
Cuando el camarada Lenin dice que nuestras tareas actuales no pertenecen tanto al terreno político como al de la cultura, hay que entenderse sobre los términos, con el fin de evitar una falsa interpretación de su pensamiento. En cierto sentido, todo está determinado por la política. En sí mismo, el consejo del camarada Lenin de trasladar nuestra atención de la política a la cultura es un consejo de orden político. Si en un momento dado, en un determinado país, el partido obrero decide plantear primero las reivindicaciones económicas y no las políticas, esta decisión tiene en sí un carácter político. Es evidente que el adjetivo político se emplea aquí en dos acepciones distintas: primeramente en el sentido amplio del materialismo dialéctico, que abarca el conjunto de todas las ideas, métodos y sistemas rectores aptos para orientar la actividad colectiva en todos los campos de la vida pública; luego, en sentido estricto, caracteriza en concreto a una cierta parte de la actividad social, estrechamente ligada a la lucha por el poder y opuesta al trabajo económico, cultural… Cuando el camarada Lenin escribe que la política es economía concentrada, considera a la política en el sentido amplio, filosófico. Cuando el camarada Lenin dice: “Menos política y más economía”, se refiere a la política en el sentido restringido y específico. El término puede emplearse tanto en un sentido como en otro, ya que tal empleo está consagrado por el uso. Basta con comprender claramente de lo que se trata en cada caso específico.
La organización comunista consiste en un partido político en el sentido amplio, histórico o, si se quiere, en el sentido filosófico del término. Los otros partidos actuales son políticos, sobre todo porque hacen (pequeña) política. La trasferencia de la atención de nuestro partido al trabajo cultural no implica, pues, disminución alguna de su papel político. Su papel histórico determinante (es decir, político) lo ejercerá el partido precisamente concentrando su atención en el trabajo de educación y en la dirección de ese trabajo. Sólo el resultado de largos años de trabajo socialista fructífero en el plano interior, llevado a cabo bajo la garantía de la seguridad exterior, podría deshacer las trabas que implica el partido, haciendo que éste se reabsorba en la comunidad socialista.
De aquí a entonces hay un trecho tan largo que mejor vale no pensar en ello… En lo inmediato, el partido debe conservar íntegramente sus características principales: cohesión moral, centralización, disciplina, únicas garantías de nuestra capacidad de combate. En las nuevas condiciones esas inapreciables virtudes comunistas podrán precisamente mantenerse y desplegarse, con la condición de que las necesidades económicas y culturales sean satisfechas en forma perfecta, hábil, exacta y minuciosa.
Considerando justamente esas tareas, a las que hay que conceder la preeminencia en nuestra política actual, el partido se dedica a repartir y a agrupar sus fuerzas, educando a la nueva generación. Dicho de otro modo: la gran política exige que el trabajo de agitación, de propaganda, de reparto de los esfuerzos, de instrucción y de educación se concentre en las tareas y en las necesidades de la economía y de la cultura, y no en la “política”, en el sentido estrecho y particular del término.
El proletariado representa una poderosa unidad social, que se despliega plena y definitivamente en períodos de lucha revolucionaria aguda en pro de los objetivos de la clase en su totalidad.
Pero en el interior de esta unidad se observa una diversidad extraordinaria, y hasta una disparidad no despreciable. Entre el pastor ignorante y analfabeto y el mecánico altamente especializado, existe un gran número de calificaciones, de niveles de cultura y de adaptación a la vida diaria. Cada capa, cada corporación, cada grupo se compone, después de todo, de seres vivos, de edad y temperamento diferentes, cada uno de ellos con un pasado distinto. Si esta diversidad no existiera, el trabajo del partido comunista, en lo referente a la unificación y a la educación del proletariado, sería sumamente sencillo. Sin embargo, ¡cuán difícil es ese trabajo, como vemos en Europa occidental!
Se puede decir que mientras más rica es la historia de un país y, por consiguiente, la historia de su clase obrera, mientras más educación, tradición y capacidades ha adquirido, más contiene antiguos grupos y más difícil resulta constituirla en unidad revolucionaria. Tanto en historia como en tradiciones, nuestro proletariado es muy pobre. Esto es lo que ha facilitado, sin duda alguna, su preparación revolucionaria para la conmoción de octubre. Esto es también lo que ha hecho más difícil su trabajo de edificación después de octubre. Exceptuando a la capa superior, nuestros obreros están desprovistos indistintamente de las capacidades y de los conocimientos culturales más elementales (en lo referente a la limpieza, la facultad de leer y de escribir, la exactitud, etc.). A lo largo de un extenso período el obrero europeo ha adquirido paulatinamente esas capacidades en el marco del orden burgués: he ahí por qué, a través de sus capas superiores, está tan estrechamente ligado al régimen burgués, a su democracia, a la prensa capitalista y demás ventajas.
Por el contrario nuestra burguesía atrasada no tenía casi nada que ofrecer en ese sentido, por lo que el proletariado ruso pudo romper más fácilmente con el régimen burgués, y derrocarlo.
Por esa misma razón, la mayoría de nuestro proletariado se ve obligada a adquirir y reunir las capacidades culturales rudimentarias solamente hoy, es decir, sobre la base del estado obrero ya socialista. La historia no nos da nada gratuitamente: la rebaja que nos concede en un campo —el de la política— se la cobra en el otro —el de la cultura.
En la misma medida en que fue fácil —desde luego, relativamente— la sacudida revolucionaria para el proletariado ruso, le resulta difícil la edificación socialista. En compensación, el marco de nuestra nueva vida social, forjado por la revolución, y que se caracteriza por los cuatro elementos fundamentales citados al comienzo de este capítulo, confiere a todos los esfuerzos leales, orientados en un sentido razonable en el plano económico y cultural, un carácter objetivamente socialista. Bajo el régimen burgués, sin saberlo y sin quererlo, el obrero contribuía al mayor enriquecimiento de 15 la burguesía, en la medida en que trabajaba mejor. En el Estado soviético, el obrero consciente, aun sin pensar ni preocuparse de ello (cuando es sin partido y apolítico) realiza trabajo socialista y acrecienta los medios de la clase laboriosa. Todo el significado del cambio de octubre está ahí, y la nueva política económica (NEP) no lo altera en absoluto.
Hay una enorme cantidad de obreros sin partido profundamente interesados en la producción, en el aspecto técnico de su trabajo. Sólo se puede hablar condicionalmente de su “apoliticismo”, es decir, de su falta de interés por la política.
Los hemos visto a nuestro lado en todos los momentos importantes y difíciles de la revolución. En general, octubre no los ha asustado; no han desertado ni traicionados.
Durante la guerra civil, muchos fueron al frente, otros trabajaban lealmente en las fábricas de armamentos. Más tarde, se orientaron hacia trabajos de paz. Se les dice —no del todo sin razón— apolíticos, porque sus intereses productivos-corporativos o familiares predominan sobre su interés político, por lo menos en tiempos corrientes, “tranquilos”. Cada uno de ellos quiere convertirse en un buen obrero, perfeccionarse, elevarse a una categoría superior, tanto para mejorar la situación familiar como por un justo orgullo profesional. Como acabamos de decir cada uno realiza así trabajo socialista sin proponérselo. Pero nosotros, el partido comunista, estamos interesados en que esos obreros empeñados en la producción relacionen, conscientemente, su parte de trabajo productivo diario con las tareas de la edificación socialista de conjunto. El resultado de semejante nexo garantizaría mejor los intereses del socialismo, y los que contribuyesen así, modestamente, a su edificación, experimentarían una satisfacción moral más profunda.
¿Cómo alcanzar ese objetivo? Es difícil abordar a ese obrero por el lado puramente político. Ya ha oído todos los discursos. No se siente atraído por el partido. Sus pensamientos giran alrededor de su trabajo y no está muy satisfecho que digamos con las actuales condiciones que encuentra en el taller, en la fábrica o en el trust. Estos obreros quieren tener ellos mismos sus propias ideas, no son comunicativos, y de su medio surgen los inventores autodidactas. No se les puede abordar en el plano de la política; ese tema no les concierne profundamente por el momento, pero se les puede y se les debe hablar de productividad y de técnica.
En la susodicha sesión de debates de los propagandistas de Moscú, uno de los participantes, el camarada Koltsov (del barrio de Krasnaïa Presnia), señaló la escasez extraordinaria de manuales soviéticos, guías prácticas y métodos de enseñanza de las distintas especialidades y oficios técnicos. Las viejas obras de este tipo se han agotado, otras han caducado técnicamente y, generalmente, en el plano político, responden a un espíritu servilmente capitalista. Los nuevos manuales de este género pueden contarse con los dedos de las manos, resulta difícil conseguirlos, pues fueron publicados en distintas épocas, por distintas editoriales y administraciones, sin el menor plan de conjunto. Con frecuencia insuficientes desde el punto de vista técnico, no pocas veces exageradamente teóricos y académicos, carecen generalmente de todo color político, y no son, en el fondo, sino traducciones camufladas de una lengua extranjera. Sin embargo, tenemos necesidad de toda una serie de nuevos manuales destinados al cerrajero soviético, al tornero soviético, al montador electricista soviético, etc. Esos manuales deben adaptarse a nuestra técnica y a nuestras economías actuales.
Deben tener en cuenta tanto nuestra pobreza como nuestras enormes posibilidades, y tender a introducir en nuestra industria métodos y prácticas nuevas, más racionales. En mayor o menor medida, deben abrir perspectivas socialistas en lo referente a las necesidades y a los intereses de la propia técnica (aquí se incluyen las cuestiones de normalización, de electrificación y de economía planificada). Esas publicaciones deben presentar ideas y soluciones socialistas como parte integrante de la teoría práctica relacionada con la rama de trabajo en cuestión, evitando aparecer como una propaganda inoportuna venida de fuera. La necesidad de esas publicaciones es inmensa. Es el resultado de la escasez de obreros cualificados y del deseo del obrero de elevar su cualificación. La interrupción del ritmo de producción durante los años de guerra imperialista y de la guerra civil, no ha hecho más que acrecentar esa necesidad. Nos encontramos ante una tarea cuya importancia iguala su atractivo.
Evidentemente, no hay que disimular las dificultades que plantea la creación de toda una serie de manuales de ese tipo.
Los obreros autodidactas, aun los altamente cualificados, no están en condiciones de escribir tratados. Los autores de textos técnicos que se encargan de ese trabajo ignoran con frecuencia su aspecto práctico. Por otra parte, raramente tienen una mentalidad socialista. Sin embargo, es posible llevar a cabo esta tarea, no de manera “simple”, es decir, rutinaria, sino con medios combinados. Para escribir un tratado, o por lo menos para hacer su revisión, hay que constituir un colegio, digamos un comité de tres miembros, compuesto de un escritor especializado, con formación técnica, que conozca, si es posible, el estado de nuestra producción en el campo en cuestión, o capaz de aprender a conocerlo; de un obrero altamente cualificado que pertenezca a la misma rama y que se interese en la producción, dotado, si es posible, de un espíritu de invención; y de un escritor marxista, con formación política, que se interese y que tenga algunos conocimientos en materia de producción y de técnica.
Es más o menos de este modo como se debería llegar a crear una biblioteca modelo de manuales de enseñanza técnica relacionados con la producción (por categoría profesional) bien impresos, desde luego, bien encuadernados, con un formato práctico y poco costoso. Una biblioteca de ese tipo tendría un doble objetivo: contribuiría a elevar el nivel de calificación del trabajo, y por consiguiente el éxito de la edificación socialista; contribuiría además a ligar una categoría muy preciosa de obreros productivos al conjunto de la economía soviética, y por consiguiente al partido comunista.
Desde luego, no se trata de limitarse a una serie de manuales de enseñanza. Si nos hemos detenido en los detalles de este ejemplo es porque nos da una idea bastante clara de los nuevos métodos requeridos por las nuevas tareas del período actual. Nuestro combate por ganar moralmente para nuestra causa a los trabajadores “apolíticos” del sector productivo debe y puede ser conducido por distintos medios. Necesitamos revistas semanales o mensuales técnico-científicas, especializadas según la rama de producción; necesitamos asociaciones técnicas, científicas, que se sitúen al nivel de esos trabajadores. A ellos debe adaptarse una buena parte de nuestra prensa sindical, so pena de seguir siendo una prensa destinada exclusivamente al personal de los sindicatos. Mientras tanto, el argumento político más adecuado para convencer a este tipo de obreros consiste en cada uno de nuestros éxitos prácticos en el plano industrial, en cada mejoramiento real del trabajo en la fábrica o en el taller, en cada gestión maduramente meditada por el partido en ese sentido.
Las concepciones políticas de este tipo de obrero pueden ser adecuadamente ilustradas, formulando las ideas que expresa con frecuencia del modo siguiente: “En lo que respecta a la revolución y al derrocamiento de la burguesía, no hay ni que hablar; en ese sentido, todo va bien y es algo que no tiene marcha atrás. No necesitamos a la burguesía. Podemos prescindir igualmente de los mencheviques y de otros lacayos de la burguesía. En cuanto a la ‘libertad de la prensa’, no nos importa realmente, pues la cuestión no es ésa. ¿Pero qué pasa con la economía? Vosotros, comunistas, habéis asumido la dirección. Vuestras intenciones y vuestros planes son excelentes, eso lo sabemos; sobre todo, no nos lo repitáis; ya lo habéis dicho y estamos de acuerdo, os apoyaremos; ¿pero cómo vais a resolver esas tareas en la práctica? Hasta ahora, no tratéis de disimularlo, habéis cometido no pocos errores. Claro, no se puede hacer todo a la vez, hay mucho que aprender y los errores son inevitables.
Ocurre lo mismo en todas partes. Y ya que toleramos los crímenes de la burguesía, soportaremos bien las faltas de la revolución. Pero esta situación no puede eternizarse. Entre vosotros, comunistas, hay también gente de todo tipo, como entre nosotros, simples mortales: algunos hacen progresos, toman las cosas a pecho, se esfuerzan en llegar a un resultado económico concreto, mientras que otros sólo tratan de embaucarnos con frases huecas. Y los charlatanes son muy dañinos, pues el trabajo se les escapa entre los dedos”.
He ahí, pues, ese tipo de obrero: es un tornero, un cerrajero o un fundidor laborioso, ambicioso, que se interesa en su trabajo; no es un exaltado, más bien pasivo desde el punto de vista político, aunque razonador, crítico, a veces un poco escéptico, pero siempre fiel a su clase; es un proletario de gran valor.
Hacia él el partido debe orientar actualmente sus esfuerzos. ¿Hasta qué punto sabremos ganarnos a esta capa en la práctica, en la economía, en la producción, en la técnica? La respuesta a esta pregunta indicará con el máximo de exactitud la medida de nuestros éxitos políticos en materia de trabajo cultural, en el sentido amplio que le da Lenin.
Dirigir nuestros esfuerzos hacia el obrero consciente, por supuesto, no contradice en modo alguno la otra tarea primordial del partido, que consiste en encuadrar a la joven generación del proletariado, pues esta joven generación se desarrolla en las condiciones adecuadas; se forma, se fortalece, se endurece en la resolución de problemas concretos.
La joven generación deberá ser ante todo una generación de obreros altamente cualificados, amantes de su trabajo. Crecerá con la convicción de que su trabajo productivo se realiza al servicio del socialismo. El interés que se tomen en su propia formación profesional, el deseo de adquirir maestría en su oficio realzará en gran medida, a los ojos de los jóvenes, la autoridad de los obreros competentes de la “antigua generación”, quienes, como hemos dicho, permanecen, en su mayor parte, fuera del partido. Nuestra orientación hacia el obrero asiduo, concienzudo, competente, constituye pues, al mismo tiempo, una directriz en materia de educación de los jóvenes proletarios. Fuera de esta vía, todo progreso hacia el socialismo es imposible.
Continuará.
Es útil recordar aquí la definición del “militantismo cultural” que doy en mis Pensamientos sobre el partido: “Al nivel de su realización práctica, la revolución parece haberse “desparramado” en tareas particulares: hay que reparar los puentes, enseñar a leer y a escribir, disminuir el costo de la fabricación de las botas en las fábricas soviéticas, luchar contra la suciedad, capturar a los estafadores, llevar la electricidad a los campos, etc. Algunos intelectuales burdos, que tienen la mente al revés (de ahí, por lo demás, que se consideren poetas y filósofos), ya han hablado de la revolución con una grandiosa condescendencia: aprende uno —dicen— a vender (qué chusco) y a coser botones (qué risa). Pero dejemos a estos habladores hablar en el vacío. Desempeñar un trabajo puramente práctico y cotidiano en el dominio de la economía y la cultura soviéticas —aun en el del comercio al por menor— no significa en modo alguno ocuparse en cosas secundarias ni implica por necesidad una mentalidad de tacaño.