El ataque a Rafah ha comenzado. El lunes 6 de mayo, las Fuerzas de Defensa Israelí lanzaron ataques aéreos contra la ciudad y conminaron a la evacuación de alrededor de 100.000 palestinos de los barrios orientales de la ciudad a las denominadas «zonas humanitarias» de al-Mawasi, hacia la costa, y a una zona al oeste de Jan Yunis.
Los civiles que se han visto obligados a evacuar la ciudad de Gaza, y luego Jan Yunis, huyen ahora de nuevo desesperadamente de Rafah. El martes, una brigada de tanques tomó el lado de Gaza del paso fronterizo de Rafah con Egipto. Hasta ahora, la operación ha sido «limitada», con las fuerzas de las Fuerzas de Defensa Israelí al borde de la invasión total. ¿A qué se debe el retraso?
Netanyahu camina por la cuerda floja. Está balanceando sus propias necesidades (lo que significa apaciguar a sus socios de extrema derecha en el gobierno), con la presión que ejerce la Administración Biden, a la que le preocupa que un ataque total a Rafah pueda tener efectos no deseados para los intereses imperialistas de Estados Unidos.
Una embestida que corra el riesgo de aumentar masivamente el número de muertos civiles en Gaza aumentaría la presión de las masas sobre, por ejemplo, los regímenes de Jordania y Egipto. Esto podría desencadenar crisis y estallidos revolucionarios que incluso podrían significar su derrocamiento, con el riesgo de un efecto dominó en toda la región, amenazando los intereses geopolíticos de Estados Unidos y la frágil economía mundial.
También radicalizaría aún más a la juventud enfurecida de Estados Unidos: una generación cuyos campamentos de protesta de costa a costa han servido como ejemplo a la juventud del mundo. El país está profundamente dividido. A fin de cuentas, es un reflejo de las crecientes divisiones de clase y, sobre todo, la juventud se está radicalizando en oposición a la guerra genocida emprendida por Israel con el apoyo de la Administración Biden. La gente se pregunta: ¿por qué siempre hay dinero para la guerra y la destrucción, pero no para empleos, servicios sociales e infraestructuras decentes? ¿Por qué la «ley y el orden» sólo parecen aplicarse cuando la policía silencia a los manifestantes con bastones y gases lacrimógenos, pero no cuando los aliados de Estados Unidos cometen crímenes de guerra?
Mientras que la clase dominante estadounidense ha respaldado hasta ahora la sangrienta guerra de Netanyahu, los jóvenes de Estados Unidos han estado al otro lado de la barricada. Son un barómetro sensible del estado de ánimo general de la sociedad, y su valiente postura sobre Gaza está teniendo un amplio eco entre los trabajadores estadounidenses. El poderoso sindicato UAW, que organiza a los trabajadores de los campus universitarios estadounidenses, ya ha ofrecido su solidaridad y se ha comprometido a actuar. El movimiento de los jóvenes es un presagio de un movimiento mucho más amplio de la clase trabajadora estadounidense. Este es un factor significativo en los cálculos de la clase dominante estadounidense.
Netanyahu desafía a sus patrocinadores imperialistas
Estas presiones explican el retraso en el ataque a Rafah. Netanyahu ha sido coherente en sus declaraciones de que el ataque acabará produciéndose. El problema con el que se ha topado no tiene nada que ver con ninguna preocupación humanitaria por su parte. Más bien, la cuestión es: ¿cómo seguir adelante con el ataque, manteniendo al mismo tiempo el apoyo de Estados Unidos?
Un artículo del Financial Times señala:
«La decisión [de iniciar el ataque a Rafah] marca una de las mayores apuestas de la larga carrera de Netanyahu. Detener los combates para liberar a los rehenes dejaría a Hamás exultante y a muchos de sus líderes, incluido Yahya Sinwar, en libertad. Rechazar el acuerdo para seguir avanzando en Rafah supondría un riesgo de ruptura fundamental con Estados Unidos y dejaría en la incertidumbre el destino de los rehenes.
«Esto ha convertido la suerte de los 132 rehenes aún en manos de Hamás en uno de los dilemas más espinosos del primer ministro Netanyahu, en el que su carrera política y la seguridad de Israel están inextricablemente entrelazadas».
El gobierno israelí está entrando en conflicto con su principal patrocinador imperialista, Estados Unidos. Han declarado públicamente que están muy descontentos con la forma en que los negociadores estadounidenses han llevado las conversaciones con Hamás. A su vez, Estados Unidos ha respondido (a través de «funcionarios anónimos») que «Netanyahu y el gabinete de guerra no han parecido abordar las últimas negociaciones de buena fe».
Biden también ha declarado en repetidas ocasiones que su administración «no apoyará una operación militar de envergadura sin un plan eficaz que garantice que los civiles no resulten dañados» [nuestro énfasis]. Por supuesto, tal garantía es imposible de ofrecer cuando hablamos de un ataque en toda regla en una ciudad densamente poblada y llena de hombres, mujeres, niños y ancianos.
Según un funcionario estadounidense anónimo, la Administración Biden llegó incluso a interrumpir los envíos de armas a Israel la semana pasada. Esta medida, que provocó la indignación del gobierno israelí y de algunos de los sionistas más duros de Washington, fue un duro recordatorio para Netanyahu sobre quién financia y facilita su guerra, y qué ocurriría si se cortara el suministro de armas.
La amenaza de retener los envíos de armas a Israel en caso de que lance una ofensiva total en Rafah es también un claro indicio del estado de ánimo contrario a la guerra en Estados Unidos con el que la clase dirigente tiene que lidiar.
La apuesta de Netanyahu
También hay división en Israel sobre la cuestión de los rehenes, que los dirigentes de Hamás han intentado explotar. Una gran mayoría en Israel sigue apoyando el ataque de las Fuerzas de Defensa Israelí a Gaza, pero una mayoría (56%) cree que debería darse prioridad a un acuerdo sobre los rehenes antes que a una ofensiva militar sobre Rafah.
Sin embargo, está muy claro que Netanyahu, y especialmente sus amigos de extrema derecha en el gobierno, no se preocupan realmente por los rehenes. La extrema derecha ve la situación actual como una oportunidad para seguir adelante con su agenda de tomar toda la Palestina histórica y crear un Gran Israel. Al permitir que estos ultraderechistas determinen la agenda, Netanyahu está desafiando las exigencias de sus benefactores imperialistas y arriesgándose a que una conflagración se extienda por todo Oriente Próximo.
Horas antes del comienzo de las operaciones militares israelíes en Gaza, Hamás anunció que estaba dispuesto a aceptar una tregua en tres fases, repartidas en tres períodos sucesivos de seis semanas, que implicaba la liberación gradual de los rehenes. Pero el punto de fricción sigue siendo el mismo que en todos los intentos anteriores de llegar a un acuerdo.
Hamás quiere garantías sólidas de Estados Unidos y otras potencias de que la tregua conducirá a un cese al fuego permanente. El gobierno de Netanyahu sigue reiterando que sólo consideraría un alto el fuego temporal para recuperar a los rehenes israelíes, antes de reanudar la guerra para lograr su objetivo de destruir totalmente a Hamás.
Este planteamiento viene determinado por las propias consideraciones internas de Netanyahu. Sólo puede mantener unido a su gobierno de coalición negándose a llegar a un compromiso con Hamás. Un cese al fuego largo y prolongado dificultaría que su gobierno reanudara la guerra una vez completadas las tres fases.
Los extremistas sionistas de extrema derecha de su coalición han dejado claro que derribarían su gobierno si acepta un alto el fuego de este tipo. Eso significaría el fin político de Netanyahu, y también le expondría aún más en los procesos judiciales en curso por corrupción.
Con su carrera y potencialmente su libertad personal en juego, se encuentra entre la espada y la pared. Por eso ha declarado desafiantemente que Israel atacará Rafah en solitario, incluso a costa del aislamiento internacional del país.
Perspectivas de horror en Rafah
Si comenzara una invasión en toda regla, los resultados serían apocalípticos. Se ha informado de que Israel ha pedido 40.000 tiendas para las dos zonas «humanitarias», que podrían albergar hasta 400.000 personas. Pero hay al menos 1,5 millones de personas apiñadas en Rafah y sus alrededores. Con la frontera con Egipto en manos de Israel, muchas familias palestinas se preguntan: «¿adónde se supone que vamos a ir?».
Rafah era también el principal punto de entrada de los camiones de ayuda a Gaza. Esto es significativo porque Israel ha utilizado su control de otros pasos fronterizos para restringir severamente la entrega de ayuda, asediando de hecho a la población. Ahora que tiene el control directo del paso fronterizo de Rafah, Israel puede exprimir aún más a los palestinos de Gaza.
Un portavoz de la Autoridad del Paso Fronterizo de Gaza, Hisham Edwan, ha declarado que esta acción «ha sentenciado a muerte a los residentes de la Franja [de Gaza]». Esta sentencia de muerte ya se está cumpliendo, desde el comienzo de los bombardeos hasta la creciente amenaza de hambruna. 1,1 millones de personas -la mitad de la población de Gaza antes de la guerra- viven en una situación de «inseguridad alimentaria catastrófica», según la Clasificación Integrada de las Fases de la Seguridad Alimentaria (CIF).
Se espera que el avance hacia Rafah se produzca por etapas. Por ahora, la orden de evacuación sólo se aplica al este de la ciudad. Sin embargo, los oficiales de las IDF han declarado que van tras los seis batallones restantes de combatientes de Hamás que, según afirman, se esconden en el sur, norte, oeste y este de Rafah. Destruirlos implicaría un ataque sistemático en un barrio tras otro: en otras palabras, el asalto total que Biden ha estado esperando evitar.
Huelga decir que el verdadero objetivo de Netanyahu no es simplemente la destrucción de Hamás, como ha venido afirmando desde el primer día. Las IDF han estado reduciendo sistemáticamente a escombros todo lo que tiene valor para los palestinos de Gaza: viviendas, escuelas, universidades, hospitales, patrimonio, suministros de agua y energía y cualquier infraestructura existente.
Las FDI han advertido de que cualquiera que se acerque a las vallas fronterizas oriental y meridional, y cualquiera que permanezca dentro de la zona de evacuación designada, se estaría poniendo en peligro. Es una clara advertencia de que consideran a todos los que se encuentran en estas zonas un objetivo legítimo.
El número de personas asesinadas hasta ahora por el ejército israelí es de al menos 35.000. Si el ataque se extiende a toda Rafah, podemos esperar que la cifra aumente significativamente, a menos que se detenga el ataque.
Oposición masiva
El gobierno de Estados Unidos está experimentando una oposición masiva a su política sobre Gaza, en particular por parte del valiente movimiento de los estudiantes universitarios, que se ha enfrentado a la brutal represión de las fuerzas del Estado y de las turbas sionistas. Hemos afirmado muchas veces en nuestros artículos anteriores que la situación en Gaza está actuando como catalizador en el proceso de radicalización masiva de trabajadores y jóvenes de todo el mundo.
Ahora, un movimiento que comenzó en la Universidad de Columbia en Nueva York, extendiéndose desde allí por todos los EE.UU., se ha desbordado a través de la frontera con Canadá, y a través de los océanos, con campamentos surgiendo en el Reino Unido, Francia, Suiza, el Estado español, Australia, Japón y muchos otros lugares.
También hemos empezado a ver a estudiantes que se solidarizan con Palestina en Oriente Próximo y el Norte de África: en El Cairo, Beirut, Kuwait y otros lugares, protestando contra regímenes que apoyan a Palestina de boquilla, pero no actúan. En total, esta oleada de protestas ha llegado a casi 100 campus de todo el mundo.
En Estados Unidos, el movimiento ha empezado a extenderse a los institutos, como se ha visto en Boston, donde estudiantes de unos 12 institutos, inspirados por los universitarios, se han unido a las protestas.
Para esta generación de jóvenes es evidente que las resoluciones de la ONU no tienen ningún efecto sobre las acciones de Israel, y que las deliberaciones del Tribunal Internacional de Justicia son meros gestos vacíos. Entienden que, cuando sus gobiernos expresan su preocupación por el pueblo palestino bombardeado en Gaza, no hacen más que montar un espectáculo. No juzgan a sus gobernantes por lo que dicen, sino por lo que hacen.
Y sus acciones hablan muy claro. Han estado respaldando la maquinaria bélica de Netanyahu con ayuda financiera y con todas las armas que necesita. Por eso el movimiento de protesta es tan fuerte en Estados Unidos. Los estudiantes están luchando contra el gobierno estadounidense como un medio concreto de ayudar al pueblo palestino.
Exigen que se hagan públicas todas las conexiones económicas y financieras entre universidades y empresas estadounidenses e Israel. Exigen que cesen todas esas conexiones y que se presione al gobierno israelí para que ponga fin a su guerra genocida.
¡Intensificar el movimiento!
Los jóvenes de todos los países comprenden correctamente la necesidad de acciones concretas. Han participado en muchas marchas y protestas, pero la guerra contra Gaza continúa. Ahora nos enfrentamos a la amenaza real de que el ataque inicial en Rafah se convierta en un ataque generalizado. La clase dominante israelí está procediendo despiadadamente en defensa de sus propios intereses. No la detendrá un movimiento estudiantil limitado. Por lo tanto, se necesita un programa político y un plan de acción para intensificar el movimiento.
Cuando se instala una acampada, debe haber un debate abierto entre todos los participantes sobre el programa de reivindicaciones y la forma concreta de avanzar.
En cada campamento, deben organizarse equipos de estudiantes que vayan a todas las facultades con folletos, carteles y altavoces, explicando en qué consiste el movimiento y llamando a los estudiantes a unirse a él.
Hay que enviar delegaciones a los campus en los que todavía no se ha desarrollado ningún movimiento. Todos los informes que nos llegan muestran lo rápido que puede desarrollarse una movilización en un campus, incluso cuando empiezan con un número muy pequeño. Hay que aprovechar el ambiente.
Los estudiantes universitarios también deberían organizar equipos para debatir con el personal académico y no académico de los campus. En muchos lugares ha habido una gran respuesta de profesores y catedráticos, que han salido a defender a los estudiantes contra la represión policial. Los equipos también deberían ir a todos los institutos cercanos, hablar con los estudiantes e invitarles a participar en las protestas y a crear comités de acción para organizar asambleas en sus centros.
El principal objetivo debe ser convertir el movimiento en los campus en un poderoso movimiento de masas de la juventud. Esto enviaría un mensaje claro a la clase dominante estadounidense de que, si siguen apoyando a Netanyahu, se enfrentarán a una enorme reacción en el frente interno.
El movimiento va por buen camino. La movilización de los estudiantes, las concentraciones y marchas, las acampadas, etc., son excelentes formas de presionar a las autoridades. Y existe un enorme potencial para implicar a capas cada vez más amplias de estudiantes en un campus tras otro, en un país tras otro. Pero ni siquiera esto basta. Los estudiantes no tienen la capacidad de paralizar la sociedad para frustrar los planes de la clase dominante. Por lo tanto, el movimiento debe conectar con capas más amplias de trabajadores e implicarles.
La historia demuestra que un movimiento juvenil de tales proporciones tiene el potencial de extenderse al conjunto de la clase obrera. La radicalización estudiantil de los años 60 culminó en el famoso movimiento de 1968, que vio la implicación masiva de los trabajadores.
En Francia, asistimos a la poderosa huelga general de mayo del 68 y a millones de trabajadores ocupando las fábricas. Lo que comenzó como un movimiento estudiantil, luego se convirtió en la chispa que encendió la lucha de clases a gran escala. Un proceso similar se vio en Italia, México, Pakistán y muchos otros países en 1968-69. Un escenario semejante no está excluido hoy en día.
En las actuales condiciones de crisis que afectan a todo el sistema, este movimiento tiene el potencial de extenderse mucho más allá de los campus y de las fronteras nacionales. Por ello, los estudiantes deben estructurar su movimiento, debatir y votar resoluciones que luego se lleven a todos los centros de trabajo, sindicatos y barrios obreros.
En algunos casos, hemos visto a trabajadores actuar en solidaridad con Palestina (incluidos estibadores encargados del transporte de armas y trabajadores tecnológicos que desarrollan sistemas informáticos para las capacidades de defensa de Israel). Al llegar a esos estratos, el movimiento podría asestar un golpe material a la maquinaria bélica israelí.
Las autoridades estadounidenses esperaban detener el movimiento utilizando medidas represivas brutales. Pero esto sólo sirvió para extenderlo aún más. Ahora que ha comenzado el ataque a Rafah, no se sabe hasta dónde podría avanzar la lucha.
La preocupación del imperialismo estadounidense por un ataque a Rafah está en parte determinada por la posibilidad de que estalle un movimiento de este tipo. El desarrollo de esta lucha es una forma concreta de demostrar a la clase dominante que, si siguen apoyando la guerra genocida en Gaza, se enfrentarán a una convulsión revolucionaria en el frente interno. Ante tal amenaza, podrían verse obligados a retroceder.
Llevar la lucha a los capoitalistas y a los políticos burgueses en casa es la mejor manera de ayudar al pueblo palestino en esta hora de necesidad. Hay que llevar a los imperialistas a una situación en la que tengan más que perder que ganar si siguen apoyando la guerra.